30.6.11

LOREENA McKENNITT:
"Parallel dreams"

Muchos músicos, cansados de las contínuas negativas de las compañías de discos, reticentes a publicar según qué estilos musicales, o simplemente creyentes de que la autoproducción es el mejor cámino para expresarse sin cortapisas, fundan sus propios sellos discográficos. En cuanto a las nuevas músicas, Essence Records (Chris Spheeris), Seventh Wave (Suzanne Ciani) o Living Music (Paul Winter) son sólo algunos ejemplos de un variado elenco de nombres, entre los que también destaca la canadiense Loreena McKennitt, que fundó Quinlan Road en 1985 para publicar su primer trabajo, "Elemental", demostración de una elegante busqueda en la más pura tradición celta, donde esta arpista (multiinstrumentista, realmente, si bien el arpa fue una especie de icono en esta primera época) pelirroja interpretaba inmortales canciones con sencillos pero efectivos arreglos y la ventaja que en todo momento le otorgaba su maravillosa y característica voz, de sabor añejo y poso profundo, que volvía a destacar dos años después en un compendio de canciones navideñas titulado "To drive the cold winter away". El siguiente paso de una evidente evolución (basada en concienzudos estudios) se iba a publicar en 1987 bajo el poético título de "Parallel dreams".

Excepcional arreglista y poseedora de una gran sensibilidad para crear la música que acompañaba a historias tradicionales o poemas inmortales, Loreena fue consciente de que también tenía que dar el salto en el apartado de las letras de las canciones. El resultado fue más que correcto, fue sencillamente espectacular, la canadiense se comenzó a mostrar como una consumada letrista, gracias en buena medida a su investigación en mitos, leyendas y costumbres de los mundos celtas. En "Parallel dreams" nos encontramos con historias de amor (tan profundas como la de "Annachie Gordon"), reflejos de una época difícil (la pobreza en las calles se puede palpar en "Dicken's Dublin") o anhelos de libertad ("Breaking the silence" es una auténtico himno a favor de los derechos humanos), en ocho composiciones de las cuales solamente dos son instrumentales, y que ahondando en el título de 'sueños paralelos' poseen como nexo común "el ansiado viaje en busca del amor, la libertad y la integración", es decir, la búsqueda de realizar los sueños. "Samain night" es un comienzo placentero, un arrullo que se corresponde con la fiesta celta del 'Samhain', que corresponde con la festividad cristiana del día de Todos los Santos o con el Halloween pagano. "Moon cradle" es una deliciosa nana cuya letra corresponde al único poeta irlandés referido en el trabajo, un Padraic Colum que también fue 'utilizado' en "Elemental", concretamente en la letra de una de sus mejores canciones, "She moved through the fair". Los sueños de los primeros celtas arribados a norteamérica son evocados en "Huron 'Beltane' fire dance" (Beltane era una antigua festividad celta situada el 1 de mayo), instrumental que fusiona alguna supuesta danza del fuego nativa (del pueblo hurón o wyandot) en unión a instrumentos celtas. Aun cuando esta primera parte del disco es mágica y atrayente, comienzan aquí los momentos posiblemente más recordados, cuatro composiciones que se salen de los parámetros normales: "Annachie Gordon" (una calmada historia de amor de origen tradicional que ciertamente nos traslada a otros paisajes y costumbres, convirtiéndose de inmediato en una de las canciones más destacadas del álbum), "Standing stones" (otra tragedia amorosa, algo más rítmica, de letra tradicional y una completísima instrumentación que incluye la única gaita irlandesa que suena en el disco, interpretada por Patrick Hutchinson), "Dicken's Dublin (The palace)" (entrañable y conmovedor corte con letra y música de Loreena, guiada por la voz de un niño que no tiene nada y su sueño es encontrar un hogar -"Tal vez pueda encontrar un lugar que pueda llamar casa / Tal vez pueda encontrar un hogar que pueda llamar mío"-) y "Breaking the silence", posiblemente el momento más rotundo y sentido del trabajo, una pieza magistral dedicada a Amnistía Internacional donde Loreena entrega su alma al estar dedicada a una causa tan meritoria como la lucha por los derechos humanos en cualquier parte del mundo. Su meditativa entrada conduce hacia un éxtasis vocal portador de una llama de esperanza, acunado por una guitarra mediterránea, percusiones, teclados y un suave sonido aflautado que aporta el poso celta. "Ancient pines", compuesto como tema principal del documental canadiense 'Goddess remembered', concluye de bella manera instrumental el álbum, pero la huella que nos deja "Breaking the silence" perdura una vez llegado dicho final, y encumbra a esta elegante autora como una sublime cantautora celta, que da el salto en la composición de manera excepcional (en "Elemental" todas las canciones menos una eran tradicionales, mientras que en "Parallel dreams" todas menos dos son composiciones propias de Loreena).

De nuevo, como en "Elemental", encontramos a Loreena McKennitt y un arpa (majestuosas ambas) en la portada, si bien esta vez con un diseño más elaborado que en su primer disco, demostrativo de la pretendida evolución en el contexto de la autora y su trabajo, que a pesar de todo aún conserva el dulce sabor de lo artesano. Aunque enseguida iba a sustituir los idílicos paisajes irlandeses por itinerarios del resto de los mundos celtas (y del viaje de dicho pueblo por varios continentes), en "Parallel dreams" se sigue sintiendo el fulgor de la tradición más sincera, auténtica alma celta pero además estéticamente irreprochable, bajo la producción de la propia compositora, y con otro enorme paso adelante en la instrumentación, que aunque sigue siendo sencilla y folclórica, se nutre de enormes guitarras (a destacar la primera colaboración de su 'fiel' Brian Hughes), violines (Oliver Schroer), violonchelo (George Koller), mandolina (David Woodhead), además de buenas percusiones (con otro nombre que continuará con ella durante bastante años, Rick Lazar), pequeñas contribuciones de la gaita o la tabla, y los instrumentos propios de la McKennitt: arpa, teclados, texturas sintéticas, ukelín, bodhrán, y por supuesto esa turbadora voz tan especial, que hace de "Parallel dreams" un disco para soñar despiertos.





15.6.11

YAS-KAZ:
"Shinran/Shiroi michi"

Los artistas orientales muestran por lo general en sus trabajos una especial armonía y sensibilidad. Músicos como Kitaro o Himekami han encontrado a través de esa vía (sin desdeñar una poderosa fuerza interior) un enorme éxito en la caótica sociedad occidental. Yasukazu Sato, más conocido como Yas-Kaz, es otro de esos artesanos del sentimiento del sonido, en esta ocasión a través de la percusión. Según él, con su música pretende aliviar las tensiones de la sociedad tecnológica viajando a través de la conciencia, y escuchando sus trabajos hay que admitir que en ocasiones logra crear esa burbuja de aislamiento tan necesaria en determinados momentos. Nacido en 1951 en la prefectura de Miyagi, obtiene el título de percusionista en 1974, y una década después comienza una frenética actividad que le lleva, durante los 80, a publicar disco por año, amén de numerosas representaciones, colaboraciones (con Ryuichi Skamoto o Himekami) y eventos en directo, en solitario, con diversos amigos (japoneses o estadounidenses, como el saxofonista Wayne Shorter) o acompañando a grupos de danza como Sankai-Juku o Gnun Jathi. Es en 1987 cuando el director de cine Rentaro Mikuni le encarga la banda sonora de la película "Path to purity" (El sendero de la pureza), que llegó a ser ese año premio del jurado en Cannes, y en la cual destacaba su onírica partitura.

"Path to purity", que era la historia del monje budista Shinran, se benefició de esta maravillosa música que se comercializó ese mismo año 1987 a través de Pony Canyon, y que contó con una necesaria edición española traducida, de título japonés "Shinran/Shiroi michi", gracias a Lyricon, división de Sonifolk. La entrada del disco es realmente maravillosa, "Mizugiwani furu yuki - Asa no tema" ("Nevando al borde del agua - El tema de Asa") presenta una hermosa melodía melancólica que emana suaves reminiscencias orientales de corte clásico, sin duda la mejor pieza del disco junto al final del mismo, aunque el interior no desmerece en absoluto la fama de este percusionista que demuestra sus extraordinarias dotes en ese arte en animadas composiciones plagadas de tambores y efectos (incluso vocales) como las ceremoniales "Hourai no sakebi" ("El clamor de Hourai") o "Gengong". Sabe sin embargo el artista dejar que otros instrumentos de viento o cuerda cobren su merecido protagonismo. "Gekichu geki" ("Teatro en el teatro") representa un extraordinario momento inquietante de ambiente terrenal reforzado con un misterioso saxo y una percusión discreta pero continua junto a un piano que se asienta en estilos más cercanos al jazz, el mismo del que parece emanar el siguiente corte, "Kieyuku asiato" ("Huellas que desaparecen"), aunque más animado y con fondo electrónico en conjunción con una percusión colorida; el resultado, frenético, llega a asemejarse a alguna sintonía de serie estadounidense de 'prime time'. El instante más folclórico del álbum llega con "Uite sizunde, sizunde uite - Cyouban asobi" ("Flota y se hunde, se hunde y flota"), marcadamente oriental no sólo por un coro de niños cantando en japonés sino por el corto protagonismo del violín eléctrico, del que surge un auténtico lamento. Es sin embargo "Shiroi michi" ("Camino blanco") el momento más majestuoso del final del trabajo, una pieza de ritmo lento y emocionante al violín (instrumento cuya especial sonoridad destaca en el álbum), aunque con diversas entradas y salidas, colofón de un trabajo cuya esencia japonesa aumenta su interés en occidente, y en el que conviven, amén de la percusión de Yas-Kaz y el mencionado violín eléctrico de Masatsugu Shinozaki, piano, sintetizador, saxo, arpa y oboe. La portada del disco, de una evidente y poética belleza nipona, anticipa un mundo de tradiciones y profunda melancolía proveniente del país del sol naciente.

A través de una extraordinaria sensibilidad y capacidad de empatía, Yas-Kaz gusta de inmiscuirse en terrenos ajenos y asimilarlos sintiendo el sonido, incluso hablando con él y buscando sus conexiones con el ser humano o lo que hay dentro de él ("mi ambición es hacer un viaje a través de la conciencia"). Meditativo en general, salvo momentos más turbadores, "Shinran/Shiroi michi" es un trabajo muy sólido, que consigue la comunión con el oyente en varios momentos mágicos. Las fascinantes atmósferas abstractas presentadas en anteriores trabajos se conjugan con las imágenes propuestas por el cineasta Rentaro Mikuni en su premiado drama histórico-religioso "Path to purity", para acabar disfrutando de un resultado exultante, donde poder encontrar la luz dentro de las sombras.

31.5.11

JEAN MICHEL JARRE:
"Magnetic Fields"

Actualmente es difícil de creer que músicos instrumentales no clásicos como Jarre o Oldfield, así como los máximos exponentes del añejo rock sinfónico fueran ídolos de masas, superventas y portadas de revistas en los 70 y 80. Posiblemente se valoraban mucho mejor que ahora las cualidades de los músicos y se buscaba otro tipo de apertura de fronteras a través de instrumentos electrónicos que enseguida se apropiaron el pop y el rock, pero no cabe duda de que las páginas que se escribieron en esos años fueron de las más inspiradas de la historia reciente. Jean Michel Jarre se dió a conocer mundialmente con un maravilloso "Oxygène", evolucionó con el genial "Equinoxe" y en 1981, con tres años de tiempo para madurarlo y ayudado por nuevas evoluciones técnicas, publicó con Disques Dreyfus "Magnetic Fields", el primero de sus álbumes donde podemos ver su rostro en la portada, lo cual no significa que sea una obra más directa y humana, pues Jean Michel presenta en la misma un aspecto lejano y robótico.

A comienzos de los 80 se comercializó un popular invento australiano denominado Fairlight CMI, el primer 'sampler' de la historia, es decir, un teclado capaz de pregrabar sonidos y reproducirlos fieles o alterados. Jarre fue de los primeros músicos en incorporarlo a su arsenal electrónico y "Magnetic Fields" de los primeros discos en utilizarlo junto a otros de Kate Bush, Stevie Wonder o Peter Gabriel. Este instrumento acaba por conferir un tono más tecnológico, incluso futurista, a este trabajo que suele circunscribirse comúnmente al tecno-pop más que a la música cósmica (en palabras, de Jarre, este disco es menos espacial, más terrenal). De hecho el comienzo es menos atmosférico que en los discos anteriores, más incisivo en ritmos secuenciados cercanos al tecno, pero con inigualable estilo, delicadeza en las formas y el típico y poco contenido aluvión de gratos efectos de sonido, que de manera burbujeante anticipa un tímido muestreo de voces que, más estudiado y desarrollado, derivará en el magistral "Zoolook". Sin ningún tipo de descanso, este "Magnetic Fields part 1" (que sin más explicaciones ocupa toda la cara A del vinilo, sin cortes) concluye con otro momento rítmico muy acertado, aunque quizás no tanto como la siguiente composición, "Magnetic Fields part 2", el sencillo más importante del disco. Marcada por su contundente percusión, esta segunda parte, como otros momentos del álbum, ahonda en la realidad que presentaban las nuevas corrientes de la música electrónica, su cercanía a formas musicales más propias de clubes y discotecas, aunque sin tener aún nada que ver con estilos destructivos y demenciales que llegaron años después. Repetida y rescatada en numerosos recopilatorios, esta maravillosa y pegadiza segunda parte contó con su correspondiente video-clip e influyó notablemente en el éxito de un trabajo que continúa en esta 'cara B' con una tercera parte relajante, más cercana a corrientes atmosféricas, muy apropiada para calmar unos ánimos que enseguida hayan una tímida regeneración en otro corte, "Magnetic Fields part 4", con el sonido más típico de "Equinoxe" aunque con la presencia de voces sampleadas. La sorpresa del disco viene en su última canción, una quinta parte subtitulada "The Last Rumba" cercana a ritmos caribeños, que se hizo bastante popular y que supuso una de las pequeñas licencias en tono de broma que Jarre se permitía de vez en cuando, como los maravillosos instantes circenses de "Equinoxe Part 8". En esta ocasión, Fellini deja paso a playas de inmaculada arena y Jarre concluye "Magnetic Fields" de esta manera poco convencional pero divertida y acertada.

"Magnetic Fields" es el título internacional de una obra inteligente, que juega con las palabras francesas chants/champs (cantos/campos) en un juego por el que los 'cantos magnéticos' (título original, "Les Chants Magnetiques") se convierten en 'campos magnéticos' ("Les Champs Magnetiques") en un simbolismo del rumbo de la música de Jarre. La dualidad no sólo se presenta en el título, la propia música refleja instantes tan estilísticamente diferentes como las partes 2 y 5 (de la pura electrónica a su fusión con world music), o momentos tecno discotequeros junto a ambientes más meditativos de enorme disfrute. Desde luego, de estos primeros trabajos de Jarre, nos encontramos ante el más impersonal, el de menos alma, pero confirma la enorme categoría y preponderancia de su autor, un músico exitoso y atrevido, tanto que en vez de mirar hacia los Estados Unidos, realizó una colosal, novedosa y complicada gira por la China comunista con lo mejor de su discografía unido a importantes canciones nuevas como "Arpegiator", "Orient Express", "Souvenir of China" o "Fishing Junks at Sunset", eventos que se plasmaron en un importante y recomendable doble disco titulado "The Concerts in China".

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15.5.11

JEFF JOHNSON & BRIAN DUNNING:
"Songs from Albion"

Literatura fantástica es un término de difícil definición que, bajo ciertas condiciones por las cuales debe de asociarse a lo mágico o extraordinario, podría englobar a autores tan conocidos como Tolkien, Lovecraft, Poe, Bram Stoker, Robert E. Howard o Ursula K. LeGuin, entre muchos otros. Su éxito ha originado numerosas sagas míticas en las últimas décadas, algunas orientadas al público juvenil (desde las aventuras de Harry Potter a las de los vampiros de 'Crepúsculo'), y entre ellas nos encontramos con la aclamada trilogía 'La canción de Albión', de Stephen Lawhead, autor estadounidense que ya había despuntado años atrás con otras sagas como el mitológico 'Ciclo Pendragón', y cuya obra suele definirse como ficción histórica celta. El teclista norteamericano Jeff Johnson y el flautista irlandés Brian Dunning se conocieron en Portland y comenzaron su actividad musical como dúo rindiendo tributo a dicha trilogía de Lawhead (los títulos españoles de los libros eran 'La guerra del paraíso', 'Mano de plata' y 'La última batalla'), con tres estupendos álbumes (simplemente 'Songs from Albion I, II y II') y una recopilación de los mismos que lleva el título de su tema más destacado (casi un leitmotiv), "The Enduring Story".

Ark Music, el sello discográfico del propio Jeff Johnson, publicó "Songs from Albion" en 1992. En la portada, Môr Cylch, el laberinto circular de la vida. Si lo tratamos como banda sonora de 'La guerra del paraíso', es evidente que "The Enduring Story" sería el tema principal, por su importancia en la trilogía y por su indudable carácter épico y melodía recordable, en un desarrollo plano, sencillo, pero repleto de magia y evocador de leyendas, una canción esplendorosa y vaticinadora de éxitos. Esa es evidentemente la tónica general del álbum, de hermosa ambientalidad celta en un entorno mayoritariamente acústico pero en el que la electrónica juega papeles importantes, como en el alegre acompañamiento de "Aurochs and Jaguars" y "Plexus", dos de los cortes destacables del trabajo, con un sonido más cercano al pop el primero (un acertado tratamiento muy dinámico y jovial) y al rock sinfónico el segundo, un corte de creciente intensidad cuyo frenético final te hace sentir parte de la historia a la que está glosando, y en el que choca la contundencia de la batería, un instrumento que destaca esporádicamente en el disco, como en "A Rippling Ring", donde Dunning demuestra además su maestría con la flauta. "Sycharth" (en la novela la espectacular fortaleza del Rey Meldryn Mawr, alzada sobre un risco y rodeada de campos de cultivo) es una evocativa melodía de acertado tratamiento instrumental, donde habita también un estupendo bajo, interpretado por Rick Crittenden. Este bajo y la mencionada batería (de Brian Willis) se conjugan con los teclados de Jeff Johnson, las flautas de Brian Dunning, además de guitarras (Derry Daugherty) y percusiones (Roger Hadley). Ynys Sci es el nombre de la isla donde se ubica una importante escuela para guerreros, y el ella Scatha es la jefe de batalla, tan bella como fuerte y aguerrida. Así, voces femeninas sugerentes interactúan en "On Scatha's Island" (la de Lynn Skinner, que se une al juego entre celta y medieval con altas cotas de lirismo) y en "The Prophecy / Goewyn's Fair" (otra hermosa composición, que comienza con un texto recitado por Jean Usher, introduciendo una bella melodía cristalina que engancha a pesar de su corta duración, pues sólo es la mitad de la pieza, que acaba de manera más ambiental); el propio Jeff Johnson, recordando sus días de intérprete de rock cristiano, es el vocalista de "Dawn Singer", la canción de cierre (como el colofón de una superproducción), intensa y atmosférica, aunque no tan inspirada como se podía esperar para culminar el disco. Son por contra otras dos las composiciones más acertadas del álbum junto a "The Enduring Story": "An Otherworld" refleja el 'Otro mundo', que parece el paraíso, libre de la estupidez humana, y es una dulce y acertada tonada, un sueño celta que bien podía haber sonado en cualquier disco de superbandas como Nightnoise -el grupo del propio Dunning, en alza en aquella época-; por otro lado, "Heart of the Heart" (el corazón del corazón, el centro del laberinto, donde Tegid y Llyd -Llew- encuentran la canción de Albion, el más precioso tesoro del Reino, que sostiene todo lo que existe) es uno de esos cortes en los que todo brilla en un contexto épico, el sugerente fondo y el inmenso viento. Como musicalizando el 'plexo', la urdimbre celta que en la novela conecta nuestro mundo y el 'Otro mundo', Johnson y Dunning tejen melodías fuertes y pegadizas, canciones que estos bardos de una y otra era nos ofrecen desde el limite, la orilla entre la realidad y la imaginación, donde ambos mundos son uno. La fantasiosa música de una fantasiosa novela.

"Songs from Albion" es un completo trabajo cuya excepcional conjunción hace honor al libro de Stephen Lawhead que lo inspira. Su suave ambientalidad celta puede recordar por momentos a otra obra importante sobre leyendas celtas, aunque varios años posterior, la encantadora "A Celtic Tale" de los hermanos Danna. Jeff Johnson es el principal compositor del disco, dejando a Brian Dunning la autoría de sólo tres de los cortes del mismo, en los que por supuesto predomina la sempiterna flauta (en especial en "An Otherworld" y "A Rippling Ring"). Esta situación se equilibrará en las siguientes entregas, para las que Dunning compondrá temas extraordinarios. Hay que mencionar que "Songs from Albion" no es la única novela de Stephen Lawhead musicada por Jeff Johnson y Brian Dunning, "King Raven", "Bizantyum", "The Bard and the Warrior" y "Patrick" son otros ejemplos de esa inspiración, todos ellos publicados, así como otros trabajos de los músicos en solitario, dúo o con otros artistas, por Ark Music, el mencionado sello de Johnson. Este músico de profundas creencias cristianas y extensa discografía encontró en la literatura fantástica el filón por el cual encauzar su creatividad orientada al mundo celta, y junto a Brian Dunning, siempre recordado por su fenomenal contribución a Nightnoise, nos ofreció un onírico recorrido musical por mundos de magia y leyendas de los que "Songs from Albion" fue el primer ejemplo.

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29.4.11

YANNI:
"Chameleon days"

Aunque ya se le veía a media distancia en la cubierta de "Out of silence", la creciente y merecida fama del teclista Yanni provocó que, a partir de su cuarto álbum, absolutamente todas sus portadas fueran acompañadas de primeros planos de su apolíneo rostro, como clara diferenciación para el comprador fiel pero también como objeto de adoración del público femenino. Unos y otros, junto al comprador esporádico y, por qué no, a la curiosidad del que sabía que se encontraba ante la pareja sentimental de la por entonces célebre Linda Evans, consiguieron que las cifras de ventas de los álbumes del griego fueran extraordinarias, sobre todo en los Estados Unidos. Yanni otorgó así pingües beneficios a su compañía discográfica, Private Music, y contribuyó notablemente a su auge popular y económico en las últimas décadas del siglo XX. La estrategia de marketing se afianzaba con las cualidades de la música, en ocasiones altiva y majestuosa, como sucedía en el álbum "Out of silence", dominado por una fuerza rítmica espectacular, o su continuación en un tono algo más intimista, "Chameleon days", publicado por la mencionada Private Music en 1988.

Cuando Yanni se fue a estudiar a los Estados Unidos desde su Grecia natal, concretamente a la universidad de Minnesota -donde se graduó en Psicología-, formó parte de un grupo de rock de cierta repercusión en el área regional de Minneapolis llamado Chameleon. Con ellos publicó varios discos y maduró sus ideas, así que el título "Chameleon days" es a buen seguro un recordatorio y homenaje a aquellos días inciertos pero ilusionantes. El sonido romántico de Yanni, perfectamente reconocible en trabajos como este, bebe también de clásicos ligeros como los de James Last ("Love bird", por ejemplo), aunque el griego alcanza niveles de producción elevados gracias a la adición de la electrónica.  El comienzo es alegre, optimista, una juguetona sucesión de notas de piano que responde al título de "Swept away” y que pone muy alto el listón de este trabajo que contiene nueve composiciones en la línea de sus anteriores obras, es decir, alternando cortes movidos con románticas baladas. Entre las primeros destacan "Marching season” (en dos partes, piano romántico mas aire épico que sigue la estela de algunos éxitos de su disco anterior), "Chasing shadows" (con un tono de película ochentera) y en especial "Days of summer", tema que presenta un sonido sintetizado de armónica que resulta muy atractivo, antes de un emocionante desmelene final. Son sin embargo las piezas lentas, en las que el piano le gana la partida a la parafernalia electrónica, las que mejor poso dejan en el conjunto, como por ejemplo "The rain must fall" (bella composición aderezada con una tranquila percusión acústica con la que Yanni demuestra que puede extraer auténtica magia de los teclados) y por supuesto la emocionante "Reflections of passion", una joya de tema que se ha convertido por derecho propio y sin discusión en un gran clásico de las nuevas músicas, y cuyo emotivo y peliculero video-clip está protagonizado por el propio Yanni, al que vemos tocar el piano, nadar o pasear por la playa. Al final del trabajo, una fanfarria de evento deportivo inicia "Everglade run" -que fue usado por la cadena NBC en los créditos de cierre de una Super Bowl- y "A word in private” -un seguro homenaje al nombre de su compañía de discos- es una culminación intimista con piano donde se vuelve a apreciar la sensibilidad de este gran artista, que con este disco pretendía, según sus palabras, "crear sonidos instrumentales que fueran más familiares". El álbum estaba complementado con la percusión de Charlie Adams, que se unió además a John Tesh y Joyce Imbesi (ambos teclistas) en la gira que en ese año 1988 Yanni realizó por Estados Unidos, la segunda después de la de "Out of silence".

Practicamente en cada disco de la primera época de Yanni podemos encontrar varios de sus grandes clásicos, para así también poder completar los numerosos recopilatorios que pueblan su discografía. En "Chameleon days" prima la sensual hermosura de "Reflections of passion", si bien varios de los cortes son igualmente destacables, configurando un estupendo conjunto que alcanzó el número 2 en las listas de ventas de New Age en los Estados Unidos. Aparte de en sus orígenes mediterráneos, Yanni supo inspirarse en otro tipo de etnias y culturas para trabajos posteriores, en especial orientales y más adelante sudamericanas, en un curioso acercamiento al folclore mexicano. Yanni Chryssomallis es en definitiva un completo músico (él mismo es el productor de sus discos y compositor de la mayoría de los temas) en el que el carisma y la destreza se dan la mano.

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15.4.11

KITARO:
"Oasis"

finales de los 70, la figura de un músico japonés llamado Kitaro emergió con increible fuerza en el universo de la música new age. Su estilo estaba dominado por la electrónica de estilo occidental (con especial admiración por la figura del alemán Klaus Schulze), pero desde una espiritualidad oriental cercana al sintoísmo y al budismo zen, además de un extraordinario amor por la naturaleza. Nacido como Masanori Takashi en una familia humilde de campesinos, fue en su adolescencia cuando aprendió a tocar por su cuenta varios instrumentos (comenzando por la guitarra) y, tras una efímera banda llamada Albatros, formó el grupo de rock sinfónico Far East Family Band (donde se encargaba ya de los teclados), influenciado especialmente por Pink Floyd, con el que consiguió gran éxito y entró en contacto con otros músicos importantes como el propio Klaus Schulze, que acabarían de forjar su expresión musical hasta lo que conocemos en la actualidad. Especial atención merece su obra temprana, un auténtico aluvión de gloriosas composiciones sin apenas desperdicio. Afortunadamente, sus intereses deportivos como jugador de tenis en la escuela, quedaron atrás por el bien de la música new age, aunque sus padres nunca apoyaron su carrera musical.

Tras abandonar la Far East Family Band, Kitaro viajó por Asia y vivió durante varios meses de 1976 en Poona (India), en el ashram del polémico maestro Bhagwan Shree Rajneesh, conocido en occidente como Osho. De vuelta a Japón en 1977, su fusión de la música electrónica y ciertas dosis de tradición en un contexto deudor del rock sinfónico creó un tipo de sonido muy lírico y atractivo en los sus dos primeros álbumes en solitario, "Astral voyage" (también conocido como "Ten kai") y "Full moon story", si bien el músico japonés aún no había encontrado el punto de conexión espiritual que le llevaría a la composición de melodías pegadizas capaces de atrapar como canto de sirenas sin necesidad de recurrir a numerosos efectos de sonido, sólo a la pureza interior. Ese límite lo alcanzó por primera vez con "Oasis", publicado en 1979 por Canyon Records (Polydor en Europa), que refleja las impresiones de un estimulante viaje, como ese realizado por China, India, Laos y Tailandia unos años antes. Tintineantes efectos sonoros juegan con sugerentes voces en un amanecer desértico de placentera serenidad otorgada por varias capas de sintetizadores que sirven de emocionante y sensual prólogo al disco bajo el título de "Rising sun". Es sin embargo característico en este extraordinario músico que los remansos de calma sean sucedidos sin apenas darnos cuenta por rítmicas secuencias que arropan composiciones movidas y atrayentes, a menudo hipnóticas, como "Moro-rism". Kitaro consigue manejar a la perfección los tiempos del disco, e intercala piezas más calmadas, ambientales ("New wave", "Moonlight"), que si bien no destacan en el conjunto, colaboran al lograr un ambiente relajado e intenso, abriendo camino para los momentos importantes. Uno de ellos se da con el dúo de canciones "Cosmic energy" y "Aqua"; la primera, tras un comienzo meditativo, ejecuta un poderoso cambio de ritmo en el que notas alargadas como chillidos acompañan a la secuencia y una cíclica melodía, la cual desemboca en una de las grandes composiciones de Kitaro, esa "Aqua" tan importante en un oasis, en la que la secuencia de fondo es cristalina y actúa como gotas de tan vital líquido golpeando contra el suelo, a las que se superponen varios teclados enredados, uno de los cuales, el que ejerce la melodía, presenta la sonoridad de un instrumento de cuerda. El conjunto posee a la par una espiritualidad dominada por la naturaleza y una extraordinaria fuerza otorgada por la tecnología. No se queda atrás otro de los clásicos del músico japonés, "Shimmering horizon", de melodía poderosa y bellísimo acabado en sintonía con la Tierra y el Universo, pues sus efectos sonoros también miran hacia las estrellas (no en vano se le puede asignar el apelativo 'música cósmica'). De nuevo un brusco contraste nos lleva a una melodía sin respiro de espíritu épico de título "Fragance of nature", con el sello inconfundible de este artista que, en "Innocent people", introduce notas furtivas de un instrumento de cuerda (con sonoridad de sitar, si bien en los créditos del álbum sólo aparece la guitarra) que pone su interesante nota acústica en un trabajo tan electrónico. "Oasis" es como el final de un cuento, alegre, esperanzador, de plena belleza y emotiva tranquilidad, un remanso de paz entre los vientos, las arenas y los peligros desérticos. El disco acaba con el rumor del agua. Kitaro toca sintetizadores Korg, Roland y Yamaha, guitarra acústica y percusión en este trabajo producido por Takayo Nanri que fue reeditado en 1982 por la compañía alemana Kuckuck con otra portada (una pintura en tonos amarillos), posiblemente más artística pero menos poderosa que la original, unas manos recogiendo agua con el sol por testigo. Se da la circunstancia de que en esa reedición el corte "Rising sun" pasa a llamarse "Morning prayer", y "Aqua" toma como nuevo título "Eternal spring", creando una cierta confusión entre el público. La temprana aparición de esta música celestial, majestuosa, fue un punto de partida de la creciente fama de una new age sugerente, melodiosa, sanadora, de la cual "Oasis", a pesar de ser una obra de la primera época de Kitaro, es uno de los grandes clásicos, contenedor ya de varios de sus temas más míticos, imprescindibles en recopilatorios, como "Aqua" o "Shimmering horizon", sin olvidar "Rising sun" o la propia "Oasis". Todas ellas venían recogidas en una de esas grandes compilaciones, la titulada "Ten years".

A pesar de su grandilocuencia, el espíritu sinfónico de Kitaro está teñido de una cierta humildad, en un claro reflejo de su propia personalidad. Este sencillo multiinstrumentista tomó su nombre artístico de la exitosa serie manga GeGeGe no Kitaro, en concreto por la larga melena -como él mismo en su adolescencia- de su personaje principal, un yokai (espíritu o demonio), que lucha por la paz entre su raza y los seres humanos. Admirado en occidente, venerado en oriente, objeto de devoción en general, Kitaro y su música -como dicho manga, que fue creado en 1959- perduran a las modas, no vano han pasado más de tres décadas desde que era un pionero de una new age de la que acabará recelando, y aún continúa elaborando discos, acaparando éxitos y nominaciones a premios musicales, aunque sus primeros trabajos, como "Oasis" o la banda sonora de la serie "Silk road", publicada al año siguiente, son los más carismáticos y definen perfectamente sus ideas, musicales y vitales.

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6.4.11

JOËL FAJERMAN:
"Inventions of life"


Tras la retahila de éxitos cosechados por la serie documental "L'aventure des plantes" a comienzos de los 80, su realizador Jean-Pierre Cuny decidió volver años después al trabajo de campo y rodar una especie de continuación de aquella 'aventura' que esta vez llevaría por título "Les inventions de la vie". Para ello, además de un presupuesto superior, contó de nuevo con la aportación del teclista Joël Fajerman, un especialista en asuntos de electrónica aplicada al sonido que había encontrado la fama gracias a sintonías como "Flowers's love" (de la mencionada serie "L'aventure des plantes") o "La chasse au trésor" (concurso televisivo francés cuyo equivalente en España sería "La caza del tesoro", presentado por Isabel Tenaille con Miguel de la Quadra volando en el helicóptero y sintonía de Azul y Negro, la fantástica "Fu Man Chu"). Trece episodios conformaron la primera parte del documental en 1987, que fueron complementados con trece más, todos ellos producidos por Canal + y Antenne 2, mientras que dos fueron las ediciones de la banda sonora, una primera con el título en inglés, "Inventions of life" (BMG Ariola, 1991) y otra en 1994 con el título en francés, "Les inventions de la vie", y pequeños cambios en su lista de canciones.

"Les inventions de la vie" fue creado el mismo año que la música para la serie de animación "Les enfants de la liberté", 1989, si bien acabó publicándose en 1991. A tenor del éxito obtenido por la entrañable sintonía de "La aventura de las plantas", y dejando claras la misma autoría (Cuny/Fajerman) e intenciones, "Flower's love" ejercía por derecho propio como nueva música de cabecera de "Les inventions de la vie", así como el famosísimo comienzo de dibujos animados que la acompañaba. De este modo, era lógica (y lucrativa) la inclusión de dicha canción en el nuevo disco, si bien con el acierto de incluir una pequeña variación en la misma, pues la versión que podemos escuchar en "Inventions of life" es con la melodía principal a la guitarra (interpretada por Jean Claude Chanavat), sin perder ni un ápice de su interés, incluso ganando en ternura al eliminar ese deje sintético de los teclados que por otro lado tan buen gusto dejaba en el oyente. No ocupa sin embargo el principio del álbum, derecho reservado -tratando la versión internacional, "Inventions of life"-  para "Jessie", una deliciosa melodía de violín tras un jugueteo inicial de teclado que se mantiene de fondo a lo largo de una pieza de agradable lirismo y respirable belleza, el equivalente a "Flower's love" en esta nueva serie; el violín está interpretado por Manuel Solans, que repite en "The magic of the orchid", serena y peliculera pieza aderezada con sonidos naturales cuyo comienzo y base de sintetizador nos puede sonar al japonés Kitaro, otro mito que se une a las odiosas comparaciones de Fajerman con Jarre y Vangelis. Mejorando en algunos puntos la producción de "La aventura de las plantas", nos encontramos con atmósferas ciertamente agradables como la etérea "Late evening", "Before the night" (sencilla, con algo que recuerda a Vangelis), "Spider dance" o ese himno de despedida titulado "Alone in the world", falto de espíritu pero encantador en su marcialidad. Otra característica de la ambientalidad de Joël Fajerman en este álbum es el sonido romántico, casi erótico, que emanan algunas de las canciones, cuyos casos más evidentes son la mencionada "Late evening", o "Flying birds" -que incluye la voz de Julia Fajerman-, que acaba por recordar a los scores de ciertas películas como "Bilitis", del también francés Francis Lai. Como ya se ha mencionado anteriormente, "Les inventions de la vie" fue la posterior publicación de la banda sonora en Francia, donde había una reordenación de las canciones (por ejemplo la que abría el disco era "The magic of the orchid", cuyos sonidos de pájaros continuaban en "Flower's love" y "Before the night"); además, el corte "Parkside" es sustituido por la versión original de "Flower's love".

No es que nos encontremos en "Inventions of life" con la más inspirada y original banda sonora sino con un score eficaz que presenta buenos momentos (aunque una parte central algo descafeinada) y que cumple su propósito de acompañar a bellas imágenes naturales, circunstancia en la que Fajerman, si bien no llega a igualar la capacidad de algún otro teclista al uso, sí que se creó un nombre en aquella década de los 80, sobre todo en Francia y España. Eso sí, ninguno de sus discos a excepción de "La aventura de las plantas" y "Inventions of life" han sido editados en CD. Su trayectoria como músico de series y documentales ha continuado sin alcanzar nuevos éxitos, y en 2000 compuso la música para el pabellón de Francia en la Exposición Universal de Hannover.

ANTERIORES CRÍTICAS RELACIONADAS:
JOËL FAJERMAN: "La aventura de las plantas"



28.3.11

JIM CHAPPELL: "Saturday's rhapsody"

Como otros importantes músicos como Ray Lynch, Oystein Sevag o James Asher, Jim Chappell también tuvo que emigrar de compañía discográfica cuando quebró la californiana Music West. Mientras otros encontraron acomodo en Windham Hill o Silver Wave, este pianista norteamericano recaló en Real Music, donde reeditó los álbumes realizados para el extinto sello de Allan Kaplan, entre ellos un agradable y completo trabajo de 1990 (dos años después para Real Music) titulado "Saturday's rhapsody", que evidencia el desarrollo de la música de Chappell desde un sosegado "Tender ritual" de solos de piano, pasando por "Dusk" y "Living the northern summer", en los que otros instrumentos acústicos de cuerda y viento van tomando poco a poco un cierto protagonismo. En "Saturday's rhapsody" escuchamos interesantes aportes de violines, violas, clarinete y oboe entre otros, siempre sobre la base del instrumento primordial de Chappell, el piano.

Aunque comenzara de joven con acordeón y órgano, este oriundo de Pontiac (Michigan) descubrió enseguida la rotundidad del piano, y con él desarrolló sus estudios en base a música clásica, jazz, pop o country, elementos que se dan cita en "Saturday's rhapsody", un disco enternecedor que comienza con una completa composición homónima de creciente intensidad en la que, como el resto del trabajo, la base principal de piano se ve enriquecida con cuerdas y vientos hasta dar con el resultado más óptimo y comercial en un estilo melódico de agradable smooth jazz cuyo máximo exponente es el maravilloso segundo corte, "Field day", donde violines y vientos (oboe, clarinete, cuerno inglés) conversan enamoradamente al son del piano con un parecido más que razonable al sonido del por entonces en alza Paul Winter Consort. Pero Chappell no es Paul Halley ni necesita serlo, así que continúa otorgando su toque personal al resto del trabajo, en el que destacan "Adventure No. 11" (bucólica pieza con melodía de saxo), "The rain" (humilde e intimista tonada de piano y clarinete), "Hopes and dreams" (serena y romántica) o las más movidas y alegres "Sidewalk characters" y "Fancy pants" (esta última en tono de ragtime). "Woman in the mirror" se presenta en un tono más neoclásico y "Estar contigo (To be with you)" en plan bossa nova, mientras que el romanticismo regresa para despedir el disco con "One last time", un sentimiento que preside esta bonita rapsodia (podría definirse libremente como 'conjunto de composiciones emocionales y entusiastas') de cálida portada.

Un activo comienzo y una colorida instrumentación hacen de este disco una pequeña celebración, como si Spheeris y Voudouris colaboraran con Paul Winter. Ya se ha mencionado la similitud de sonido con el Paul Winter Consort, pero la mención a sus dos ex-compañeros de Music West no es gratuita, dada la participación del ingeniero Russell Bond (habitual de Spheeris) en la producción de "Saturday's rhapsody" junto al propio Jim Chappell. Grabado en Sausalito (California), esta muestra de -como definían desde Music West- nuevo jazz contemporáneo no pasó desapercibida, y la carrera de Jim Chappell ha continuado hasta la actualidad, de manera algo más silenciosa, en el sello Real Music.


14.3.11

ERIK WOLLO:
"Traces"


Es sorprendente que a pesar de la calidad de sus discos, en un estilo ambiental electrónico tan en alza en los 90, el nombre del noruego Erik Wollo no alcanzara una mayor repercusión a niveles generales. Por ejemplo su compañero en el grupo Celeste Oystein Sevag sí que llegó a altas cotas de popularidad en un estilo bastante más acústico, un Sevag que iba a participar en la producción de los primeros trabajos de Wollo, por ejemplo "Traces", que si bien no es su primer álbum en solitario sí que comenzó a marcar un estilo electrónico del cual fue una especie de pionero en Noruega y al que sigue siendo fiel durante su larga carrera. Atras quedaron influencias de jazz, rock, y permanecen en el fondo las de música clásica o étnica, para un trabajo publicado en primera instancia en vinilo en 1985 y por fin en CD en 1988 por la compañía francesa Badland Records con la adición de una suite dedicada a su nuevo estudio de grabación llamado 'Wintergarden'.

"Traces" presenta doce cálidos cortes de abrumadora sencillez, en los que la electrónica encuentra caminos bien melódicos, bien ambientales, para llenar con numerosas tonalidades y ritmos originales el espacio que discurre entre el artista y el oyente, consiguiendo llevarlo a su mínima expresión, a una auténtica conexión entre ambos. Engancha el sutil aire melodioso de algunas de las composiciones, así como se agradece su tímida esencia folclórica, aunque escondida, que acaba por hacer de él un trabajo más auténtico. La melodía cálida con acompañamiento de efecto vigoroso que presenta el álbum ("Tide 1"), consigue que sigamos escuchando con interés y caigamos en la penetrante añoranza de su sonido electrónico que, aún presentando claros momentos de brumosa ambientalidad ("Entrance"), convencen por su penetrante arraigo en un sentimiento más puro y terrenal que sintético. Para ser un disco de juventud, sorprende la madurez de un sonido que con canciones como "Totem" (la joya del álbum junto a las dos "Tide") consigue llegar a un nivel de composición, producción e incluso empatía al que es difícil de acceder para la mayoría; la belleza y profundidad de su conjunción de percusión, voces y melodía ponen en alerta ante la promesa que este teclista noruego representaba a mediados de los 80, y sería interesante analizar las causas por las que él y otros casos parecidos no han trascendido al gran público. El disco continúa con una ambientalidad algo más lenta ("Vapor") y fantasías animadas de excelente gusto ("Ceremony", "Discovery"), cuando no en momentos gloriosos como otra de las composiciones destacadas, "Tide 2", continuación de la que abría esta obra. El resto del disco confirma esas buenas impresiones y continúa con su contagiosa vitalidad en atmósferas activas y atrayentes, como el encanto neoclásico adornado por pulsos como olas rompiendo en la orilla de "Little dream in turquoise". Ese era el final del vinilo y el comienzo del bonus del CD, la avanzada y excitante suite "Wintergarden", aunque no tan destacable en el conjunto del trabajo, dominado por su excepcional primera mitad.

Wollo seguirá demostrando en próximos trabajos que puede llegar a ser por momentos tan terrenalmente ambiental como Roach, tan minimalista como Reich o tan comercial como Jarre, demostrando una elegancia común en todos ellos tanto en sus obras publicadas como en sus composiciones para televisión, ballet o teatro. Más allá de discos superproducidos, de buscada pero vacía comercialidad, llena más de Erik Wollo su manera particular de preparar la atmósfera y el encuentro sorpresivo con la melodía, a veces escondida, otras casi inexistente, generalmente exultante y de gran sensualidad, en un conjunto muy rítmico y agradable, que encierra momentos de todo tipo, relajantes, efectistas, rebuscados o algo más fáciles, pero en todo momento jugando con originales fondos y plácidas notas, como en esta pequeña maravilla de título "Traces".


28.2.11

VARIOS ARTISTAS:
"The romantic approach"


Como demostrando que la música grandiosa no conoce de tiempo o espacio, la escucha en la actualidad de "The unanswered question" sigue siendo igual de maravillosa e inquietante como cuando Charles Ives la compuso en 1906. Esta pieza que cierra el enorme recopilatorio "The romantic approach" es más que un ejemplo de música norteamericana de principios del siglo XX, es una impactante e influyente composición de este poco convencional músico (tenía una agencia de seguros como primera ocupación) para trompeta, cuatro flautas y cuerdas, con la original característica de que la trompeta, en sus primeras representaciones, tocaba enfrentada al grupo, detrás de los espectadores. En dicha pieza, la trompeta plantea su 'pregunta' hasta seis veces, y los vientos intentan sin éxito responderla aumentando su intensidad, enfadados, con la sostenida y casi demiúrgica presencia de las cuerdas. Al final la única respuesta en este 'paisaje cósmico' (denominación del propio autor), es el silencio. Un gran colofón para un acertadísimo disco compilado por John Schaefer y publicado por Celestial Harmonies en 1994, con una portada en la que admiramos la obra "Adam and Eve" de la artista art decó Tamara de Lempicka.

Ya en el libreto del trabajo se nos advierte de la vagueza del término 'romanticismo', aplicable a la música europea de finales del XIX pero extensible de manera un tanto arbitraria a los compositores americanos del XX. La posible desubicación de estos hizo mucho bien a la música estadounidense, que rebuscó entre la música popular y la clásica sentando por un lado las bases del jazz, hurgando por otro en un cierto modernismo. Tras la escucha embelesada del trabajo se hace innegable la existencia de un sonido particular, genuinamente americano a pesar de ser extensión del europeo, de características patrióticas, románticas y, conforme avanza el siglo, entregadas al jazz o al folclore, cuando no presentan características de auténticos himnos. Es el caso de "Hymn", de Henry Cowell, que despliega una hermosa intensidad con enorme fuerza y vida propia, y el sempiterno y emocionante "Adagio for strings" de Samuel Barber, que ya forma parte de la historia con mayúsculas de la música del siglo XX. No es casualidad que la compilación empieze por Aaron Copland, posiblemente el más destacado de los neoclasicistas con elementos nacionalistas, y la demostración es la espectacular "Quiet city", pieza de gran lirismo y carácter visual que actúa in crescendo, con una cierta atonalidad en su comienzo, algo más melódico después, y un aire atemporal en el uso de una tímida pero poderosa trompeta; hay una espectacular inmensidad en los vientos de esta pieza, como si sonaran para todos los confines del espacio. También paisajístico, aunque indudablemente menos místico y grandilocuente, es "Painted desert" de Ferde Grofé (no puede ser menos una obra contenida en la suite del Gran Cañón), si bien se trata de uno de los compositores menos conocidos del disco. Un éxtasis orquestal llega con "Lonely town (Pas de deux)" del gran director de orquesta Leonard Bernstein, de carácter parecido a la pieza de Copland. Los violines y, en especial, el estupendo chelo de "Elegy" de Elliott Carter consiguen, a efectos prácticos, el primer momento romántico del disco, que continúa con la soledad de la viola en "Dream", un sueño del imitado pero irrepetible John Cage, adaptador de un pensamiento oriental en una forma de trabajo occidental. Junto al mencionado y ya centenario Elliott Carter es Peter Schickele, representado aquí con el delicado "3rd movement", el único compositor vivo del álbum, mientras que otros como George Gershwin o Arthur Foote nos dejaron en el lejano 1937. Foote aporta con "A night piece" una pieza fantasiosa, bucólica, con una romántica flauta que juega con el cuarteto de cuerda, mientras que con Gershwin nos encontramos en "Lullaby" con una melodía alegre y llevadera, entre lo popular y lo culto, con asomo a ese musical que le vió triunfar. Por último, y como único representante negro en el recopilatorio (lo cual no deja de ser curioso si admitimos que la música popular afroamericana tiene mucho que ver en el sonido más tipicamente norteamericano), el pianista de jazz Duke Ellington, que en "Village of the virgins" nos ofrece una alegre expresión de jazz y folclore en términos románticos, música perfecta para una celebración como lo es este fabuloso disco.

Como la música clásica nunca ha sido norteamericana, los compositores estadounidenses tuvieron que inventar su propia música clásica, vanguardismo con influencias populares y espíritu patriótico. Dificilmente se puede esperar más de un primer acercamiento a esa rica música contemporánea americana: de las inmensas llanuras desérticas a las populosas salas de conciertos, de la influyente "Unanswered question" de Ives al celebérrimo "Adagio" de Barber, sin olvidar a Copland, Cage o Gershwin entre muchos otros, interpretados en este disco por importantes orquestas estadounidenses. "The romantic approach" es una sublime muestra de esta revolución musical norteamericana a comienzos de la vigésima centuria, un recopilatorio publicado por Celestial Harmonies con libreto en papel reciclado (habitual en dicha compañía) que tuvo dos continuaciones (la segunda recogía música clásica de compositores franceses e italianos, y la tercera de músicos alemanes) y en la que todos los músicos en ella recogidos forman parte de la aventura musical estadounidense.