24.12.21

THE ALAN PARSONS PROJECT:
"The turn of a friendly card"

Los juegos de azar, su insidia y capacidad para llevar a la ruina o al éxito inmediato (si la suerte acompaña y se sabe administrar), han sido protagonistas de importantes canciones en la historia, como "The gambler" (de Kenny Rogers, sobre un jugador de poker), "Blackjack" (de Ray Charles, sobre los problemas causados por el 'veintiuno'), "The winner takes it all" (de Abba, aunque la partida en la que 'el ganador se lo lleva todo' es realmente una manera de hablar del divorcio entre Björn y Agnetha), "The house of the rising sun" (The Animals cantan sobre un jugador que acaba en la ruina en Nueva Orleans), "Poker face" (Lady Gaga logró uno de los sencillos más vendidos de todos los tiempos), "Ace of spades" (de los ruidosos Motorhead, sobre la perdición de las máquinas tragaperras) y por supuesto, ese homenaje a la gran ciudad del juego que es "Viva Las Vegas", de Elvis Presley. Es una auténtica lástima que muy pocos recuerden uno de los mejores álbumes conceptuales de The Alan Parsons Project, una enorme joya del rock sinfónico titulada "The turn of a friendly card", algunos de cuyos temas merecerían sin duda estar incluidas en esos gloriosos listados de canciones sobre juegos de cartas y ruinas instantáneas. 

Aun habiendo despuntado con dos trabajos tan excepcionales en los 70, siguiendo un camino marcado por el rock progresivo más asequible, como "Tales of mystery and imagination, Edgar Allan Poe" y "I robot", la década iba a continuar por caminos de excelencia para The Alan Parsons Project, agrupación de laboratorio en la que el ingeniero de sonido y productor Alan Parsons y el compositor y teclista Eric Woolfson (sin olvidarse de las orquestaciones de Andrew Powell) se complementaban a la perfección, logrando productos de consumo masivo tan pulcros como "Pyramid" (con algún destello instrumental -"In the lap of the gods"- entre buenos ejemplos vocales como "What goes up...") o un "Eve" con menos puntos calientes (a excepción del inolvidable comienzo, "Lucifer"). La banda acometió entonces un nuevo proyecto conceptual, en esta ocasión centrado en la tentación de los juegos de azar. Eric Woolfson, que como Parsons vivía en esa época en Mónaco y que también había visitado Las Vegas, quiso narrar la historia de un hombre insatisfecho con su vida, que decide apostar toda su fortuna -y perderla sin remedio- en uno de esos temibles casinos. Y la que resultó ganadora fue la apuesta de Woolfson, porque "The turn of a friendly card" es un trabajo inspirado y pletórico, con la única tacha de no tener un instrumental espectacular -y no es que los que hay en el disco no cumplan- como "Lucifer", "I robot" o el futuro "Mammagamma". El Project no sólo resuelve cómodamente la papeleta con las canciones, sino que las dota de un brillo y una presencia espectacular en una obra que inaugura los 80 y fue publicada de nuevo por Arista. El comienzo épico (la estupenda "May be a price to pay", donde empiezan a apreciarse las adaptaciones orquestales de Powell) sólo es el antecedente de una aventura que continúa con grandes exponentes como el conocido éxito "Games people play" (un hit que parece acceder a la música disco, con el que regresa al Project la voz de Lenny Zakatek, que repite en la funky "I don't wanna go home", una de las joyas ocultas del álbum) o "Time" (inolvidable balada donde aparece por vez primera la voz del propio Eric Woolfson, sobre la que Alan -antaño poco interesado en ella- admitió estar muy equivocado), dos grandes clásicos de la banda, que fueron los singles destacados del trabajo. Tras el instrumental "The gold bug" (atención al evocativo saxo en este nuevo homenaje a Poe y su excepcional cuento 'El escarabajo de oro') llega la suite que ocupaba la cara B del plástico, con tanta fortuna y vehemencia como la A. Chris Rainbow es el vocalista principal de la misma, en las dos partes de la bellísima "The turn of a friendly card" y en otra gran canción, la visceral "Snake eyes", tercer sencillo del disco. Woolfson parece tomarle el gusto a la interpretación, y canta la ligera "Nothing left to lose", plena de hermosas armonías y un curioso acordeón, que llega tras el segundo y último instrumental del trabajo, "The Ace Of Swords", con un claro componente medieval y épico (mérito de Andrew Powell) que ya se podía escuchar en otros momentos de un álbum que contiene sonidos de fondo de casino que, afirma Alan Parsons, grabó él mismo en Mónaco. El afamado director Eberhard Schoener dirigió la Orquesta de Cámara de Múnich, mientras que Woolfson (piano, sintetizador, voces) y Parsons (sintetizador y coros) estaban acompañados en la instrumentación por sus músicos de confianza, David Paton (bajo), Ian Bairnson (guitarras) y Stuart Elliott (batería y percusión). La portada fue un espectacular trabajo de dos ex-músicos de la banda 10cc, Lol Creme y Kevin Godley (dúo con el apelativo de Godley & Creme), tomándole momentáneamente el relevo a los populares Hipgnosis. 

Se mire por donde se mire, todo parece indicar que "The turn of a friendly card" es la obra más completa del mítico grupo The Alan Parsons Project, y de las más recordadas, si no la que más, por los fans de la banda. Remasterizado y lanzado a la venta con material inédito en 2008, "The turn of a friendly card" es uno de esos trabajos irrepetibles que ejemplifican la calidad (ninguna de sus canciones tiene desperdicio, todas presentan algo especial que las hace únicas) y la compenetración de unos artistas esenciales que manifestaban su amor por la música de antaño, y que al año siguiente contarán con su mayor éxito de ventas gracias a "Eye in the sky". La rémora de este fabuloso conjunto siempre fue la ausencia de eventos en directo, pues las grandes giras en estos momentos de mayor popularidad hubieran sido unos acontecimientos tumultuosos. Sin los conciertos, las ventas fueron agraciadas (en España accedió al número 19 en las listas a finales de 1980, alcanzando el puesto 15 en enero de 1981) pero no representan la importancia de Parsons y Woolfson, es decir, de The Alan Parsons Project, en la música rock de las últimas décadas del siglo XX.

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13.12.21

HUGHES DE COURSON & PIERRE AKENDENGUÉ:
"Lambarena (Bach to Africa)"

Por el Madrid en transformación de los años 50 correteaba un chaval de padres franceses al que le gustaba especialmente aprender a tocar la guitarra flamenca. Se llamaba Hughes de Courson y, aunque a los 17 años volvió a Francia, de esta larga estancia en blanco y negro en la capital española se llevó el idioma (le gusta que le llamen Hugo) y la semilla de la música, si bien su familia, de antecedentes militares, no estuviera totalmente de acuerdo con ese camino. Muchos años más tarde, tras varias bandas efímeras, muchas producciones y algún que otro éxito en la sombra, Hughes ha seguido siendo bastante desconocido por estas tierras, salvo por los buscadores de productos distintos y atrevidos en el ámbito de las músicas del mundo. Concretamente, combinadas con el clasicismo, unas fusiones elegantes y muy bien realizadas que en los años que rodearon a la llegada del tercer milenio encontraron diferentes cauces, entre los que se deslizaron nombres tan importantes como los de Bach, Mozart o Vivaldi.

Hughes formó la banda folclórica Malicorne en los años 70 cuando ese tipo de música estaba incluso mal visto, pero sembraron una semilla que otros retomaron posteriormente (el movimiento folclórico llegó a ser muy importante en la Francia de los 70 y los 80, aunque no necesariamente reivindicativo). El galo suele contar divertido la anécdota de la primera visita del grupo a España en un momento de cierta transición y pequeñas libertades, cuando Franco estaba en el hospital, cerca de su final. En la radio se anunció que iba a tocar el grupo Malicorne, pero la pronunciación del mismo -muy parecida a la palabra 'maricón'- creó una cierta confusión, y en ese periodo de gran excitación y libertinaje, mucha gente acudió a ver lo que pensaban que era, más que una banda de música folk francesa, una orquesta de músicos gays. Años después de aquello, este todoterreno se unió al proyecto 'Lambarena', que es el nombre de una ciudad de Gabón situada a 250 kilómetros de Libreville, la capital de ese país africano. Allí se encuentra el Hospital Albert Schweitzer, fundado en 1913 por ese no tan conocido médico franco-alemán, creyente y amante de la música (fue también un famoso organista), Premio Nobel de la Paz en 1952 por su labor misionera en África. Su pasión por la música de Johann Sebastian Bach originó este proyecto multicultural concebido por Mariella Berthéas y la fundación 'L'espace Afrique', que pensaron para su realización en Hughes de Courson en la concepción más clasicista y en el músico de Gabón Pierre Akendengué para aportar el tono étnico del país africano. Guitarrista invidente y contrario a las ideas del gobierno de su país (lo que le llevó a exiliarse en Francia, donde había estudiado en su juventud), Akendengué poseía una amplia discografía desde los 70, que ha continuado hasta la actualidad. Courson lo cuenta así: "Estuve con Pierre Akendengué en la selva viendo a los pigmeos y, como era blanco, escucharon música clásica y me llamaban Monsieur Bach. Creían que yo era Bach (...) Empecé a hacer 'Lambarena' por un sponsor que quería honrar la memoria del doctor Albert Schweitzer, que es un médico francés que a principios del siglo XX hizo un hospital en la selva mucho antes que las ONGs actuales. Para sacar dinero para el hospital hizo conciertos en Londres, Nueva York, París... Era un tío muy generoso, pero muy elegante, siempre iba en pajarita por la selva. Y por casualidad, el único músico africano que conoció era a Pierre Akendengué. Fue uno de los primeros en hacer discos de world music antes de que se empezase a conocer". Este cruce entre la música de Gabón y las Pasiones de Bach fue grabado en París y publicado en una primera edición por Celluloid Records en 1993 y con gran pomposidad en 1995 por Sony Classical, tras las negativas iniciales de otras compañías, como Virgin, WEA o la propia Sony. El diseño gráfico es excepcional, con gran cantidad de datos para el interesado en lenguajes, etnias, orígenes, o en la propia vida de Albert Schweitzer. La coexistencia de los dos extremos musicales es pacífica, paritaria, sus instrumentos casan con asombro sin olvidarse de sus propias identidades y dan lugar a una de las fusiones más bellas y sólidas de la música contemporánea. "Cantate 147" es un canto cortísimo que al final del disco será desarrollado, un preludio para la explosión que viene a continuación, emocionante fusión titulada "Sankanda + Lasset uns den nicht zerteilen", grandísimo tema (tradicional cantado en lengua obamba en su primera parte, perteneciente a la 'Pasión según San Juan, BWV 245' de Bach la segunda) que sirvió para popularizar el álbum en las emisoras destinadas a este tipo de músicas, y que no se libró, incluso, de algún que otro remix de dudoso gusto. No dejan indiferente estas dos tonadas, en las que podemos rememorar el ambiente del primigenio Hospital fundado por Schwaitzer en Lambarena. Los coros africanos son de una emocionante sonoridad y armonía (Pierre es un maestro con las voces femeninas), y se funden de manera subyugante con los cantos occidentales, como podemos disfrutar en "Mayingo + Fugue sur Mayingo", en lengua bantú myene; para su grabación diez conjuntos étnicos de Gabón escogidos por Pierre Akendengué viajaron a París y dejaron su sello junto a los músicos argentinos Osvaldo Caló y Tomás Gubitsch, y los percusionistas Sami Ateba y Nana Vasconcelos, colaborador de Courson y de Akendengué desde los años 70. Monumental es precisamente la percusión que conduce "Herr, unser herrscher" (también arreglo de Hughes de Courson sobre un tema de la 'Pasión según San Juan, BWV 245'), así como la de "Mabo maboe + Gigue de la quatrieme suite en mi bémol majeur pour violoncelle" (xilófono de Antoine Mba-Nguema, violonchelo de Vincent Segall), donde de nuevo la introducción -como sucede en muchas de las piezas del álbum- es un tradicional gabonés arreglado por Akendengué. "Bombe + Ruht wohl, ihr heiligen gebeine" incluye otra hermosa y barroca melodía de la 'Pasión según San Juan, BWV 245' con aderezo de percusión africana, pero fue "Pepa nzac gnon ma + Prélude de la partita pour violon N°3" el segundo de los cortes destacados del trabajo para su radiodifusión, presa de una excepcional vitalidad en las voces indígenas y en la interpretación del violín de Hervé Cavelier. Se alcanza así la mitad de la obra, que continúa por idénticos caminos de excelencia en los arreglos de estos dos grandes músicos tan alejados culturalmente pero perfectamente integrados por el lenguaje universal de la música. El camino, por ejemplo, se desplaza por momentos hacia ambos extremos con una alocada sensibilidad en "Mamoudo na sakka baya boudouma ngombi + Prélude N°14 BWV 883", es profundamente occidental en "Agnus dei" o "Was mir behagt, ist nur die muntre jagd", africano en "Ikoukou", y nuevamente mixto en "Okoukoue + Cantate 147". En "Inongo + Invention á 3 en ré majeur BWV 789" se escucha junto al órgano de Osvaldo Caló una sorprendente interpretación de Yvon Kassa al arco musical, palo de madera flexible, con un cordón tenso de extremo a extremo, generalmente de metal, que derivó como instrumento tras ser sencillamente un arco para cazar. Para concluir llega celestialmente a nuestros oídos, más reconocible que al principio del disco, la famosa "Cantate 147, Jésus que ma joie demeure". "Lambarena (Bach to Africa)", que nos deja preguntas sin respuesta acerca de dónde están las fronteras musicales o cómo podemos decidir lo que es superior o inferior, fue interpretado en directo en el Festival de Marsella.

Autodidacta, especializado en folclore (no se centró en la música clásica hasta bien entrada la cuarentena) y enfrentado continuamente a los músicos clásicos puros, Hughes de Courson afirma que le llaman loco en cada paso que da, venda o no venda, sea popular o no. A este músico galo le interesaba más la gente que la música, y disfrutó enormemente de un proyecto del que pensaba vender unos pocos miles de discos. El éxito, sin embargo, fue mucho mayor, y las 300.000 copias vendidas le abrieron las puertas para sus nuevas ideas, que consistieron en fusionar Mozart con Egipto ("Mozart in Egypt"), Vivaldi con la música irlandesa ("O' stravaganza"), lo medieval con la modernidad ("Lux obscura") o un proyecto titulado "Songs of innocence" centrado en las músicas infantiles del mundo, que sólo tuvo un cierto éxito en España gracias a la canción de Tomás Gubitsch "Toma que toma". Ninguno de estos caminos superó a "Lambarena", donde Hughes de Courson y Pierre Akendengué fundían dos concepciones musicales totalmente distintas, voces negras con operísticas, percusión africana con instrumentos orquestales, la esencia del Bach que amaba Schweitzer con el folclore de Gabón donde instaló su Hospital. El resultado de este ambicioso proyecto es sorprendente, incluso edificante, pues nos descubre una historia tan interesante como poco conocida, la del médico y filántropo Albert Schweitzer.










29.11.21

THE CHIEFTAINS:
"4"

Cualquiera se hace pequeño al ver la discografía de los míticos Chieftains. Los más grandes de la música irlandesa de las últimas décadas les rinden pleitesía. Y hay que reconocer que la situación es de sobra merecida. Por calidad, cantidad, trascendencia y longevidad, The Chieftains son la banda por excelencia de la música celta instrumental, y sus miembros -presentes, pasados y fallecidos- han mantenido un espectacular estatus durante los años, también en solitario o en otros proyectos. Sus nombres eran así de trascendentes cuando publicaron su cuarto disco: Paddy Moloney (uilleann pipe, tin whistle), Peadar Mercier (bodhrán), Martin Fay (violín), Seán Keane (violín), Michael Tubridy (flauta, concertina, tin whistle), Seán Potts (tin whistle) y Derek Bell (arpa). Dicho trabajo de 1973, publicado como los anteriores por el sello irlandés Claddagh Records en primera instancia, acabó de romper moldes y contribuyó eficazmente al impulso definitivo de la música irlandesa, que en unos años iba a contar con una exagerada popularidad a nivel mundial.

El fallecimiento de Paddy Moloney el 12 de octubre de 2021 ha trazado una triste marca en la trayectoria de esta banda fundada en Dublín en 1962 por el propio Paddy con la ayuda de Sean Potts, Martin Fay, David Fallon y Mick Tubridy, con el acicate y la absoluta libertad creativa otorgada por el director de su casa de discos (Claddagh Records) el reconocido mecenas Garech A Brún, gran defensor de la música tradicional irlandesa. La fama de Moloney nació como solista, de hecho, antes de que naciera el grupo, la música tradicional era más propia de solistas que de bandas. Y en The Chieftains se unieron grandes solistas, todos ellos militantes en el conjunto del mítico Seán Ó Riada, Ceoltóirí Chualann. Enseguida alcanzaron una enorme relevancia. En sus primeros discos la melodía tradicional era la protagonista, la banda iba al grano, sin detenerse en florituras innecesarias para conectar con el público y dar a conocer la tradición. Sin embargo, la situación fue cambiando a partir de "3" y especialmente con la llegada del arpa en "4", buscando soluciones más elegantes, lo que se notará en el sonido de sus sucesivas obras. Claddagh Records puso a la venta "4" en 1973, mientras que ellos aún no eran profesionales de la música, seguían trabajando en sus oficios personales. Sin embargo, la banda ya despertaba admiración no sólo en el campo musical, por ejemplo el conocido actor Peter Sellers se hizo fan tras conocer a Paddy Moloney a finales de los 60 en la casa del por entonces guitarrista de The Rolling Stones, Brian Jones, y llegó a escribir las notas interiores de "4", donde se atreve a considerarles como 'los Grandes Reyes de la música folk irlandesa'. Sellers, que era trece años mayor que Paddy y falleció en 1980, le pedía por favor en estas líneas que siguiera haciendo discos para gente como él, y le definía como "un duende encantador y alegre, con un enorme talento musical y un sentido del humor a la altura". Todo el poder de la tradición se personifica en este trabajo rebosante de esencia, de vida, y en piezas como el reel de inicio, "Drowsy Maggie", The Chieftains trasladan la alegría del día a día irlandés a un formato que llega a todos y en cualquier momento, sin necesitar la excusa de una fiesta o una boda. El lirismo del arpa también evoca momentos privados, sentimientos personales, como en "Morgan magan", del arpista ciego Turlough O'Carolan, donde violín y gaita son la familia que siempre permanece unida, como con la flauta dulce en el aire "The tip of the whistle". A continuación, un nuevo reel bailable, "The bucks of Oranmore", para continuar con "The battle of Aughrim", conocido tradicional de innumerables versiones que recuerda la sangrienta batalla de 1691, otro acierto en el disco. A otro suave reel clásico de la banda, la disfrutable "The morning dew" (atención al seguimiento de la percusión, a dúo primero el whistle y luego con la gaita), le sigue un nuevo comienzo bucólico para otro tema conocido por todos, la versión instrumental de "Carrighfergus". Más baile en "Slainte bhreagh hiulit (Hawlett)", vals de Turlough O'Carolan, y más rápido incluso en la jiga "Cherish the ladies". Y tras la marcha "Lord Mayo" (compuesta por David Murphy en el siglo XVII) llega, muy al final del disco para aumentar considerablemente su interés, esa inmortal melodía lenta titulada "Mná na Éireann" ('Women of Ireland'), compuesta por Seán Ó Riada. La versión de The Chieftains de "Women of Ireland" -con el título en inglés- se utilizó con enorme éxito en la película de 1975 de Stanley Kubrick, 'Barry Lyndon', e incluso esa memorable pieza parece haber trascendido al propio film, ya que nunca pasará de moda tanto si la interpretan instrumentalmente Bob James en un agradable estilo jazz en 1976, Ronnie Montrose a la guitarra en 1986, Mike Oldfield intentándola modernizar en 1996, o con letra (el poema original era de Peadar Ó Doirnín) el grupo de pop y soul The Christians en 1989, Alan Stivell en 1995 en irlandés o la soprano Sarah Brightman en 1998, entre otras innumerables versiones. El disco acaba con otra pieza festiva (el medley "O keeflé slide / An suisin bán / The star above the gartner / The weavers") donde se demuestra que la conjunción de estos grandes amigos era extraordinaria. 

"No trabajo por dinero -decía Paddy-, hago lo que me gusta", y tal vez esa sea una de las claves de la longevidad y buen hacer del grupo, el amor por su trabajo. En "4" The Chieftains ofrecen un viaje al pasado, piezas tradicionales con un sonido no excesivamente elaborado para mantener el sabor añejo, pero grabado con los medios de los años 80. En la portada, un habitual de los discos del grupo, el escultor Edward Delaney. Su importancia fue grande y el mito ha perdurado desde entonces, el de una banda a la que todo el mundo conoce y admira, por sus discos más tradicionales, por sus directos, por el acercamiento de alguna de sus piezas al cine de autor, por su alianza con el mundo del rock y del pop en álbumes como "The long black veil" o por sus 6 premios Grammy, todos ellos en los años 90. "4" no fue tenido en cuenta en esos premios (su primera nominación fue en la gala de 1979 con "The Chieftains 7"), pero el mayor premio es la escucha por nuestra parte de su animado folclore, con el que recordamos a sus grandes figuras.

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17.11.21

BRENDAN PERRY:
"Ark"

La esencia de la admirable banda Dead Can Dance está incrustada, con toda lógica, en los trabajos en solitario de sus dos miembros, Lisa Gerrard y Brendan Perry. Es algo inevitable, aunque cada uno tenga su estilo personal, también perfectamente identificable. Concretamente el irlandés, sin desdeñar un tratamiento musical que camina entre el folk y el rock, se deja llevar por la poesía en sus letras, accediendo a terrenos introspectivos que en la mayoría de las ocasiones están poseídos por una bendita locura. El primer trabajo en solitario de este vocalista y multi-intérprete de enorme personalidad fue en 1999 un atrevido desvío, extraño pero placentero, hacia un folk más americano que británico, un disco de título "Eye of the hunter", donde su propia voz intentaba encontrar su sitio y acoplarse al country en piezas tan satisfactorias como "Voyage of Bran". Tuvo que pasar más de una década para que Brendan continuara esa interesante andadura. 

Fue esta una etapa en la que Dead can Dance, aunque sí que se les pudo ver en vivo en 2005, tampoco publicaron obras nuevas, que retornarían con enorme eficacia a partir de 2012. En el listado de canciones de aquella gira había algunos temas nuevos que Brendan utilizó en 2010 para su segundo álbum, "Ark", publicado por la independiente británica Cooking Vinyl, plausible intento de mantener alto el nivel de ambientalidad global de la banda, aunque se note la ausencia del punto étnico de su compañera, por cierto mucho más activa en cuanto a sus discos y colaboraciones, alcanzando una enorme fama gracias a su participación en la banda sonora del film de Ridley Scott 'Gladiator'. La tranquilidad del irlandés le condujo por otros caminos, también admirables, como lo es el impulso creador de Brendan Perry, las atmósferas que sabe crear con cuerdas, teclados y ritmos, transportadoras a épocas lejanas y lugares sagrados. Este Leonard Cohen de lo ignoto comienza el disco con el tono épico de "Babylon", un majestuoso paseo casi apocalíptico con sonidos de metales contundentes en el climax final. "The bogus man" es una canción muy personal, azotada por un oleaje de sutil electrónica. En tercer lugar del álbum aparece "Wintersun", un temazo por los cuatro costados, la voz, los arreglos que combinan lo moderno y lo antiguo, los cambios de ritmo..., en definitiva una pieza inolvidable con el sello auténtico de Brendan Perry y de Dead can Dance, guitarras, teclados y percusión al servicio de un druida del siglo XXI. "Utopia" fue sin embargo el sencillo del trabajo, la base trip hop y los arreglos con un toque del estilo de Craig Armstrong nos conducen por momentos cerca de Bristol, pero la garganta retorna al conjunto a la iglesia donde están instalados los Quivvy Studios, que Brendan había renovado convenientemente para grabar este álbum. A continuación, un sugerente comienzo para una pieza onírica como es "Inferno" (donde el Infierno de Dante le sirve para ejecutar una comparación con la generación que vive pegada a la televisión), marcada por un ritmo de bajo, y una composición sugerente y delicada, también muy personal o interior, titulada "This boy", modificando otra anterior del autor titulada "Can you fee it?". Es el momento de otra pequeña joya escondida al final del disco, una maravilla de esas por las que deseas dejarte atrapar durante muchos minutos, con un título tan maravilloso como "The devil and the deep blue sea". Aunque es difícil igualar ese nivel, la calma tensa de la despedida ("Crescent") no desmerece en el conjunto de un disco fabuloso, del que lo primero que se puede ver es una espectacular portada (fotografía de Dan van Winkle). Los problemas del mundo y ecológicos, así como reflexiones sobre el amor ("todos los aspectos del amor, material, humano, naturaleza, vida, esencia y espíritu") fueron una cierta inspiración para este disco en que Perry lo hace todo, y advierte del uso conveniente de samplers y sintetizadores como material principal de instrumentación, sin que por ello se pierda la esencia poética; más aún, queriendo reflejar aspectos sobre la alienación en un mundo cada vez más dependiente de las máquinas para realizar cualquier tarea sencilla. "A pesar de los temas distópicos que impregnan estas ocho composiciones -explica Brendan-, también hay expresiones de gran esperanza y optimismo por un mundo mejor en el subtexto de las canciones, porque un 'Arca', además de ser un refugio de las realidades más duras del mundo, es también un vehículo de regeneración y renovación". En cuanto al proceso de trabajo, "por lo general, la música es lo primero (...) Una vez que se escuchan las letras, el tema se vuelve más claro. La música se articula en torno al lirismo y la poesía. Hay un cambio de énfasis en el proceso de composición".

En "Ark", que contó con una edición limitada autografiada de 2000 copias (vendidas en conciertos de presentación), es el tono depresivo que tan buen resultado le otorga a las piezas firmadas por Brendan Perry en Dead can Dance el cauce natural de un disco sólido y equilibrado que consigue atraer el interés en su primer tramo con composiciones radiantes ("Babylon"), personales ("The bogus man", "Utopia", "This boy") o en terrenos algo más oscuros e intensos ("Inferno"), con los puntos álgidos de "The devil and the deep blue sea" y de la enorme "Wintersun", con la que podemos cerrar los ojos y soñar con que irlandés y australiana volvían a colaborar. Ciertamente, sólo hubo que esperar dos años para poder disfrutar del fenomenal "Anastasis", pero "Ark" fue sin duda el detalle perfecto para hacer ver al mundo que seguía muy en forma este cantautor sombrío y avanzado, mitad masculina de uno de los conjuntos más admirados de los últimos tiempos, esos que hacen que los muertos bailen.

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9.11.21

MOBY:
"I like to score"

Un DJ surgido de la miseria del Nueva York de los años 80. Un joven cristiano, blanco y heterosexual frecuentando clubes repletos de gays negros y latinos. La droga, la muerte y la podredumbre en cada esquina de Manhattan. Moby (Richard Melville Hall) cuenta en el primer volumen de su biografía, 'Porcelain: Mis memorias' (publicada en 2016 y traducida al español por la editorial Sexto Piso), su interesante y convulsa vida como DJ en la 'gran manzana' y sus primeros pasos en el negocio musical hasta la aparición del mítico "Play", y la lectura es tan apasionante como la escucha de ese disco lleno de referencias. Pero "Play" tuvo varios antecedentes que no alcanzaron su estatus, pues Moby se movía por otros terrenos más farragosos. Algunas de esas ideas primarias, sin embargo, merecieron levantar la mirada y, en algún caso, abrir la boca con estupor.

Moby había formado parte de la banda de punk Vatican Commandos, y ese tipo de música volvió, como una muestra más de rebeldía personal, en un determinado momento de su carrera, pero fue en la música ambiental, el tecno y la cultura rave de donde emergió DJ Moby, con su enclenque pero desenvuelta figura, creando himnos para los clubes en los que trabajaba. "Go" fue su primer y sorpresivo hit, pero la versión primaria de esta canción (publicada en varios sencillos y en su primer larga duración, "Moby", en 1992) fue superada ampliamente cuando en 1997 Mute Records decidió editar con el título de "I like to score" un recopilatorio con una docena de temas de Moby que habían formado parte de los soundtracks de varias películas, algunas de ellas de cierto éxito. Poco antes de ello, y fascinado -como toda una generación- por la serie de David Lynch 'Twin Peaks', así como por la música de Angelo Badalamenti que la adornaba, una noche tras ver un capítulo de la misma, se le ocurrió utilizar la conocida cadencia de "Laura Palmer's theme" para mejorar el ya existente tema "Go". Así surgió la nueva versión de "Go" que se incluye en "I like to score", único de los temas que no figura en ninguna película sino que contiene las notas del grandioso tema de Laura Palmer. "Novio" fue, sin embargo, la elección para abrir el disco, un ambiente delicado, casi religioso por las voces introducidas, y con notas cristalinas de teclado, una pieza elevadora, nada de club ni pista de baile, que se utilizó en la película 'Double tap'. A continuación, una buena adaptación del tema de 007 para 'El mañana nunca muere' ('Tomorrow never dies', decimoctava entrega de la serie de James Bond) con el título "James Bond theme (Moby's re-version)". Tras "Go" llegan una no muy audible -salvo para una rave un poco pasada- "Ah-ah" (del film 'Cool world'), la funky "I like to score" (desarrollo plano pero rítmico de nuevo para 'Double tap'), "Oil 1" (ambiente sensual con movimiento para 'The saint') y "New dawn fades", versión de la canción del fallecido ex-lider de Joy Division, Ian Curtis (donde sorprende la entrada pesada, rockera, anticipo de la primera canción propiamente dicha del disco, un heavy metal de fácil escucha). Es aquí donde se paran las máquinas, porque llega la verdadera joya del álbum, que había sido creada dos años antes -con una duración algo mayor- para el disco "Everything is wrong". ¿Cómo definir esta maravilla ambiental con mayúsculas, que se escucha -como la anterior- en la película 'Heat', de Michael Mann? En un momento complicado sentimentalmente, Moby creó de la nada una de las esencias de su carrera. Comenzó con un arpegio de piano al que añadió otro superpuesto. Un violonchelo sintetizado y otro sonido de violines pusieron el contrapunto orquestal, y el todo fue aderezado con una suave percusión: "Cuando escuché el resultado, imaginé un dios que se movía sobre la superficie de las aguas cuando el planeta era nuevo, antes de que hubiera tierra y seres vivos". Entonces Moby lloró. Y no es el único que lo hace al admirar "God moving over the face of the waters". Para ir acabando el álbum, "First cool hive" es una pieza suave -también originaria de "Everything is wrong"- que sonó en la película 'Scream' anticipando el estilo de "Play", samples de voces que interactúan sobre sugerentes atmósferas propias. "Nash" es un tema corto con una extraña guitarra (el tercero de 'Double tap'), "Love theme" (de 'Joe's apartment') viene inundado por una calma caribeña, y "Grace" (del corto 'Space water onion') es un ambiente final primario, sintetizadores que vienen y van como el oleaje. 

Moby se calificaba a sí mismo y a otros músicos afines como Trent Reznor como punks de barrio que se habían enamorado del tecno en los 80. Es muy interesante leer esa autobiografía antes mencionada, donde cuenta su trabajado ascenso y sus breves encuentros con estrellas como Iggy Pop, Madonna, Nina Hagen, David Bowie o el tristemente desaparecido Jeff Buckley, así como entender sus pasos musicales entrando y saliendo de diversos estilos. En un tiempo determinado, tras el fracaso de "Animal rights" y la muerte de su madre, envuelto en una vorágine de alcohol y sexo, este artista de Harlem quería morir a cada momento, pero con todos esos condicionantes acechando a su mente, renació musicalmente -aunque de sus adicciones, que casi acaban con su vida, no se recuperaría hasta muchos años más tarde- con "Play", un álbum imprescindible lleno de hallazgos.

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29.10.21

NATACHA ATLAS:
"Diaspora"

Desde comienzos de la década de los 90, el estilo conocido como ethno-techno fue considerado como una manera en bastantes ocasiones muy digna y perfectamente audible de entrelazar las raíces culturales de determinados pueblos no occidentales con la cultura de baile y de rave occidental, dualidad presentada en la mayoría de las ocasiones en un suave envoltorio de rock y pop, originando una multiculturalidad que en casos como los de Deep Forest, Asian Dub Foundation, Banco de Gaia o Afro Celt Sound System ha logrado un extraordinario y merecido éxito popular. Transglobal Underground, banda británica liderada por Tim Whelan y Hamilton Lee, también exploraba por esos caminos desde antes de 1993 (cuando publicaron su primer álbum, "Dream of 100 nations"), con la presencia de una singular vocalista llamada Natacha Atlas en sus primeros discos, una voluptuosa joven que muy pronto iba a convertirse en diva de lo exótico.

Natacha Atlas es un collage viviente de culturas e influencias. Nacida en Bélgica de padre egipcio y madre inglesa, y criada en Londres, en sus viajes a Egipto y Grecia se dejó influir por las músicas de aquellas culturas, en las que también hubo pioneros con atisbos electrónicos, como el egipcio Omar Khorshid, anticipo de nuevos sonidos en la música árabe. Su llegada a Transglobal Underground vino precedida de varias colaboraciones con el bajista Jah Wobble y el guitarrista Daniel Ash, pero en el conjunto londinense encontró la llave de su carrera futura, cuyo rumbo en solitario empezó con "Diaspora" en 1995, publicado por el mismo multicultural sello que publicaba a los Transglobal Underground, Nation Records. No es baladí que en la elegante portada de este trabajo -así como en el videoclip de su canción principal- aparezca vestida como una moderna Cleopatra, pues con su música intenta unificar oriente y occidente, como la gobernante egipcia quiso hacerlo culturalmente antes del nacimiento de Cristo. Nueve canciones en árabe y tres versiones remezcladas de las mismas pueblan el disco, composiciones de Natacha Atlas, Count Dubulah, Hamid ManTu y Attiah Ahlan, con alguna incorporación de Neil Sparkes o Larry Whelan, pero con la cantante en el corazón de cada uno de los temas. "Iskanderia" era el primero de ellos, una intro que es ya una inmersión eficaz en el mundo árabe, una fiesta que nos proporciona ritmos y sabores de mundos exóticos. "Leysh nat' arak" fue la canción más importante y radiada del álbum, un pegadizo y rotundo segundo sencillo que llama a la paz entre los pueblos, pues está inspirada en los tristes conflictos étnicos y religiosos de países como Israel, Palestina, Irak o Yugoslavia. Natacha busca además respuestas sobre la emigración de su familia hacia Bélgica. El primer sencillo y anticipo del disco en 1994 fue, sin embargo, la última de las canciones propiamente dichas, un buen broche final titulado "Dub yalil", canto de de amor a Allah y a un islamismo que Natacha comenzaba a profesar y que demostraba con la inclusión a comienzo de la canción de una llamada a la oración sobre ritmos dub y trip hop, de manera algo más adormecedora que en cortes anteriores, por ejemplo en "Diaspora", con su gran comienzo ambiental sobre el que se asienta con dulzura la voz de Natacha, complementada con otra masculina, de Neil Sparkes, que eleva las prestaciones de la pieza hacia ese terreno cercano al trip hop tan adictivo, el de una gran canción, subyugante, que ni siquiera fue single del disco. Sí lo fueron, concretamente tercer y cuarto sencillos, "Duden" (intento suave y envolvente de construcción con asomos modernos de ethno beat e incluso new age en una instrumentación que incluye violín, y profundidad en el melifluo tratamiento vocal, con un resultado fabuloso, como lo es realmente todo el trabajo) y "Yalla chant" (más rítmica y bailable -ella también ejecuta en sus directos bailes de bellydance, la popular danza del vientre-, que se deja escuchar con interés aunque no provengas de la península arábiga). Entretanto, "Alhambra part 1" es una especie de puente instrumental donde se aúnan clarinete y oud (ese laúd árabe que aporta un sonido identificativo al trabajo), y "Feres" y "Fun does not exist" son otras dos canciones de gran instrumentación y tratamientos avanzados de la temática árabe, con melodías acertadas y penetrantes, y resultados que incitan al movimiento. Para completar el disco, remixes de "Iskanderia", "Diaspora" y "Fun does not exist". Aunque Natacha no se adentra especialmente en el erotismo oriental, sí que rezuma pasión y sensualidad en sus interpretaciones, y en su directo, más serio que el de Transglobal Underground (calificado como extravagante y dramático), ella acostumbra a llevar un vestuario acorde con la música árabe, incluso ejecutando movimientos de la mencionada danza del vientre. "Con Transglobal el público que venía a vernos era básicamente rock -decía-. En mi carrera en solitario he llegado a otro tipo de público, que podemos definir como menos convencional". 

"Un brillante encuentro entre la música norteafricana y los sonidos de baile de Occidente a cargo de la cantante de Transglobal Underground", afirmaba su compañía discográfica, en esa Inglaterra que acogió unas fusiones soberbias de tradición asiática y árabe con música dance, acercándose también al raï y al sonido bhangra. Como productores, su propio grupo afirmaba en su web que "Diaspora" es más o menos un álbum no oficial de Transglobal Underground, basado en la formación en vivo de la época, con el protagonismo especial de Neil Sparkes y Larry Whelan. Esta producción atrevida se mantuvo en parte dos años después en "Halim" (más interesado en las raíces árabes -inspirado, de hecho, en el cantante egipcio Abdel Halim Hafez-) y posteriormente en el despegue internacional definitivo, en 1999, con "Gedida", para irse diluyendo con "Ayeshteni", ser testimonial (solamente un tema, "Janamaan") en 2003 en "Something dangerous" y algo más activa en 2006 con "Mish maoul", cuando Neil Sparkes y Nick Page -con el pseudónimo de Count Dubulah- se hacían llamar Temple of Sound. A partir de ahí, como ya había sucedido en sus últimos trabajos hasta la fecha, Natacha ha continuado su exitosa carrera hasta la actualidad con un nutrido número de productores, incluida ella misma.










19.10.21

RIOPY:
"Riopy"

Beneficiados por el arrollador éxito popular de Ludovico Einaudi han proliferado en las últimas décadas una serie de artistas noveles de sobrada calidad pianística, aunque no todos ellos poseen ni una mínima parte de la calidad, la inventiva o la fascinación que despierta el italiano cuando se sienta delante del gran instrumento. Entre esos pocos discípulos aventajados se podría destacar el nombre de Riopy, un francés de nombre real Jean-Philippe Rio-Py, afincado en Londres, que aunque irrumpió de golpe desde el campo de la publicidad, especialmente con el anuncio de un coche que conducía él mismo (Peugeot, Mercedes, Armani, Ikea o Samsung han requerido, entre otros muchos, de sus servicios), ya había trabajado también en el mundo del cine. De nombre artístico Riopy, reclama en su música la simpleza, las líneas puras y envolventes que intentan ser una evasión de los momentos aciagos que salpicaron su infancia. En sus palabras, sus composiciones son "un mosaico de emociones, experiencias, creencias, música que pone fin a la lucha".

Se cuenta que un viejo piano que nadie tocaba en casa de su madre fue el detonante para que el joven Jean-Philippe comenzara a experimentar y a crear sonidos en su Francia natal, sin ningún tipo de enseñanza inicial ("para mí, la música es emocional y siempre lo ha sido desde el principio. Es difícil encontrar una forma intelectual de describir cómo comencé"). Una vez trasladado al Reino Unido (estudió en Oxford), la firma de pianos Steinway & Sons se fijó en él y le convirtió en uno de sus artistas protegidos: "Mi primer recital fue cuando me pidieron que tocara para el 'telethon' -una gran organización benéfica francesa- en Saint Maixent. Tenía 17 años. Ni siquiera sabía lo que era un Steinway hasta que lo probé. Después de unos segundos tocándolo, me dieron ganas de volar, es para el piano lo que el Rolls Royce es para los autos". Documentales, cine y publicidad llenaron su tiempo, y en 2018 Warner Classics publicó su primer álbum, de título simplemente "Riopy". Aunque atemporal, el sonido del francés es moderno, activo, en todo momento fresco y entretenido, pudiendo disfrutar totalmente de cada composición. Y aunque hay tres o cuatro títulos que acaparan especialmente la atención, es difícil hablar de cortes destacados, tanto por su sobrada calidad como por poseer muchos de ellos características similares, un estilo propio autodefinido como el de un pianista clásico en el siglo XXI, entre los que se vislumbran influencias variadas, especialmente entre el minimalismo de Philip Glass, Wim Mertens o Ludovico Einaudi, aunque él afirme que lo que hace es diferente a lo de esos maestros. "I love you" es un grandísimo comienzo que define por la vía rápida a un pianista por encima de los demás, partitura veloz y llena de sentimiento que, a pesar del título, no precisa de melodía romántica para enamorar, en la que Riopy despliega un cierto virtuosismo, el que se disfruta en otra bella melodia primorosa para el recuerdo, "On a cloud", directa y asimilable para cualquiera. Animada, altiva, con el más característico estilo repetitivo de Einaudi y unos cambios de ritmo maravillosos, es "Golden gate", y los atisbos del italiano regresarán a lo largo de la obra, especialmente en "Wyden down", con cierto asomo folclórico. Tras la melancólica "La vie", es el belga Wim Mertens el que parece referenciado en dos de los cortes, en un "And so forth" lleno de actividad y cambios de ritmo, y en la bella y minimalista "Interlude in A minor", que continúa coronando el disco con esos ramalazos del Mertens de los 90. Entre pensativas, románticas y paseantes, el romanticismo se ancla también el disco con piezas como "Old soul" o "Forgive me", otro de los grandes aciertos del mismo. "Attraction" es una nueva tonada rápida para lucimiento del intérprete, como "Sunrise", con floreados glissandos, otra melodía reconocible, a estas alturas, del galo, que se muestra muy natural (en contraste con su título) en "New York", a lo Michael Jones, en "Minimal game" o en la natural "From you", como un paseo por el bosque. En un tono más calmado, el galo vuelve a ser pensativo, soñador, en "Lost soul", dejando para el final del álbum el supuesto tema estrella del mismo, "Drive". Como el inicio de la aventura, "I love you", "Drive" es una gran melodía de anuncio (aunque no es exactamente la misma de aquel spot de Peugeot en el que veíamos al coche rodando sobre la partitura más grande de la historia, 190 notas durante casi 2 kilómetros, leídas por sensores instalados en los coches, uno de los cuales conducía el propio músico), sublime combinación de notas rápidas que recrean multitud de imágenes a gran velocidad, con la música volando por encima de las teclas del piano. En "Riopy", Jean-Philippe Rio-Py rota el toque folclórico y paisajístico de conocidos pianistas new age hacia un asomo más urbano, pero también romántico, y al contrario que en muchos de los actuales, en los que es fácil avanzar de canción a los pocos minutos, su música (al menos la contenida en este primer trabajo) tiene la cualidad de paralizar al oyente, es imposible pasar de tema sin disfrutar de la plenitud de cada uno. Así, el disco se hace ameno y su escucha, todo un disfrute, además de una liberación para su autor: "Este disco ha sido mi catarsis desde que la música empezó a llegar a mí hace casi diez años (...) Desde 'On a cloud' hasta 'Lost soul', las piezas cobraron vida y me trajeron esperanza cuando pensé que nada podría salvarme (...) Con el piano solo, todo está expuesto y tenemos que atrapar lo que pasa por nuestros dedos, que comienza como emoción cruda y se traduce como música en estado puro".

La vida de este intérprete fue muy dura, no conoció a su padre, su madre estaba inmersa en una especie de culto o de secta, y el piano fue su vía de escape, le hacía feliz, incluso fue como una terapia ante un trastorno obsesivo-compulsivo que le hace contar todo el tiempo: "Cada vez que veo un piano en un restaurante o en un bar o lo que sea, siempre siento que tengo que ir a hablar con él. Literalmente me salvó la vida. Para mí, no es solo un instrumento, sino una persona, algo completamente diferente". No le fue fácil, de todos modos, y recurrió también a la meditación, título que utiliza en algunas de sus piezas: "Tuve que empezar con esto porque si no me moría, en serio, estaban pasando por mi cabeza pensamientos suicidas. Amaba la música pero odiaba mi vida (...) Mi vida estaba llena de dolor y creía que emborrachándome lo solucionaría todo. Bebía, hacía muchas tonterías y por la mañana me despertaba sin saber qué era lo que había hecho. El problema no era el alcohol, era yo. Tardé seis meses en reconectar mi cerebro por medio de la meditación, pero, cuando lo conseguí, mis sueños, mi imaginación, mi creatividad... todo cambió para mejor". Así pues, y bajo cualquier circunstancia, la música de Riopy sólo puede aportar algo bueno en el oyente, al que hay que recomendar encarecidamente que no tarde en encontrar el camino hacia su obra.









9.10.21

LIAM O'FLYNN:
"The given note"

Después de su marcha del grupo Planxty (del cual fue miembro fundador junto a Donal Lunny, Andy Irvine y Christy Moore), O'Flynn tardó unos años en publicar sus discos en solitario, aunque siguió colaborando con numerosos artistas, entre los que destacó especialmente esa conexión natural que mantuvo con el compositor Shaun Davey, irlandés como Liam. "Liam O'Flynn" fue su primera muestra en 1988, con la ayuda de sus amigos de Planxty (Christy Moore, Donal Lunny, Nollaig Casey) y otros como Sean Keane o Mícheal Ó Súilleabháin. Su segunda propuesta fue "The fine art of piping" en 1991, pero la creciente expectación ante su obra explotó definitivamente cuando en 1993 publicó en Tara Records el magnífico "Out to an other side", cuando O'Flynn estaba cercano ya a cumplir 50 años. Mucha música le quedaba dentro aún a este intérprete de uilleann pipe, esa complicada gaita irlandesa que esconde sonidos tan evocadores en su intrincado interior, de la cual fue considerado en vida el mayor de los maestros, sucesor natural del mítico Séamus Ennis.

Aclamado por todos, Liam era el hijo de un violinista y de una pianista, que se sumergió en la antigua tradición de la uilleann pipe con el éxito del esfuerzo y la dedicación. De esta manera, logró una técnica envidiable gracias a la cual pudo preservar el sabor de lo antiguo en sus melodías (tradicionales en su mayoría) y en su forma de tocar, y tras su fallecimiento en 2018, la mayor demostración de su arte se encierra en sus trabajos. La continuación de aquel "Out to an other side" fue otra gran obra titulada "The given note", publicada por Tara Records en 1995 y producida de nuevo por Shaun Davey. Al propio Liam (uilleann pipe, whistle) se unían además nombres tan especiales como los de Arty McGlynn (guitarra), Steve Cooney (guitarra, bajo, didgeridoo), Rod McVey (sintetizadores, órgano Hammond, armonio), Noel Eccles (percusión), Sean Keane (violín), Ciaran Mordaunt (tambores), los ex-Planxty Andy Irvine (voz, mandolina) y Paul Brady (voz, mandolina, piano), y los miembros del grupo gallego Milladoiro Rodrigo Romaní (arpa), Xose V. Ferreirós (gaita gallega , pandereta, oboe) y Nando Casal (gaita gallega, clarinete), ya que O'Flynn viaja también en este disco fuera de Irlanda, tan cerca como a Escocia en dos de los temas y algo más lejos, a Galicia, en otros dos. La esencia campestre se respira en el comienzo del álbum, donde la gaita ejerce de compañía paseante con la gracia -entre otra instrumentación- del didgeridoo, en "O'Farrell's welcome to Limerick" (cuyo título irlandés es 'An phis fhliuch'). La maestría es nota predominante en el album, y en la folclórica "O'Rourke's, the Merry sisters, Colonel Fraser" comienza a notarse por qué Liam era un nombre legendario y un colaborador de lujo en discos de músicos tan grandes como Enya, Mike Oldfield, Kate Bush o Mark Knopfler. El intérprete recuerda con cariño a su antiguo maestro Leo Rowsome al hablar sobre estos reels. También hay en el trabajo canciones en el típico estilo irlandés, como esa bucólica pieza cantada por Andy Irvine, "Come with me over the mountain, a smile in the dark". No son títulos sencillos, realmente. La voz repetirá su aportación en "The rocks of Bawn" (un clásico que Liam vio tocar en numerosas ocasiones al gran instrumentista Willie Clancy), aunque en esta ocasión el cantante es Paul Brady. La guitarra da entonces la perfecta salida a una de las composiciones más recordadas del disco, el espléndido "Farewell to Govan", un lamento perfecto donde flauta y gaita se compenetran con solidez, que no es aunque lo pueda parecer una pieza tradicional, sino una composición del enorme acordeonista escocés Phil Cunningham. Impactante es así mismo una de las tonadas en las que más brilla la especial tonalidad de la uilleann pipe, una "Joyce's tune" melódica y radiante, un aire cuyo título original es "An speic seoigheach". Que hayan pasado los mejores temas del álbum no quita que queden grandes momentos en el mismo, acompañamientos bailables (recuerdos de familia como "The green island, Spellan the fiddler" o "The rambler, the aherlow jig"), llenos de emoción -pues Liam opinaba que la música celta posee una profunda resonancia emocional- ("Ag taisteal na blárnan (travelling through Blarney)", "Romeo's exile" -pieza de Shaun Davey para su adaptación de 'Romeo y Julieta'-), con aspecto de animada marcha (un strathspey o danza escocesa titulada "The Smith's a gallant fireman") o bellos tradicionales muy recordados, como ese aire lento sobre el amor imposible que lleva por título "Cailín na gruaige doinne (The girl of the brown hair)". Pero resta por mencionar la incorporación española en el disco, un acompañamiento gallego tan fabuloso como el del grupo Milladoiro, que no sólo aporta brios nuevos a la gaita de O"Flynn sino que se muestra como imprescindible al proporcionar dos de sus mejores momentos: en primer lugar la "Foliada de Elviña", animado ritmo de baile tradicional gallego que proviene del histórico rincón coruñés, antiguo poblado celta. Y como magistral conclusión, un tema que es combinación de dos piezas tradicionales del repertorio del grupo gallego: "Teño un amor na montana / Alborada - Umha noite no Santo Cristo", de sus álbumes "Solfafria" y "O berro seco", maravillosos momentos de raiz hispana que combinan la nobleza de la uilleann pipe y los instrumentos gallegos, y es que lo decía así el gaitero de Kill: "Para los músicos tradicionales es un gran reto preservar las raíces. Nosotros mostramos un gran respeto por la tradición, pero a la vez estamos musicalmente abiertos a recibir influencias de fuera". Carlos Núñez llegaría para el siguiente trabajo de Liam, otra espléndida obra titulada "The piper's call" publicada en 1998, donde el sonido de la uilleann pipe continúa tocando el alma. 

Seamus Heaney, poeta irlandés ganador del Premio Nobel de Literatura este mismo año 1995, fue el creador del poema que dio título al álbum (como ya lo había hecho en "Out to an other side") y fue la voz de la amistad en el folleto del CD del que, en una especie de metáfora apropiada para la inspiración artística, se extraen estas sabias palabras: "Siempre ha habido una cualidad clásica en la forma de tocar de Liam O'Flynn, una fuerza nivelada y segura: sientes que es parte inquebrantable de una tradición. Pero hay algo más allá en su estilo, un puro deleite en su propio impulso personal (...) En las ocasiones en las que he compartido un programa con Liam, siempre me he sentido fortalecido por estar dentro del campo de fuerza de su gaita, en contacto con una naturaleza profundamente intuitiva y sugestiva. De hecho, lo que siento hacia él está bien resumido en un par de líneas del poema que da título a este disco: Me parece uno de esos espíritus satisfechos que 'han ido solos a la isla / y han traído todo de vuelta'. En 'The given note' escuchamos a un maestro a gusto con su arte, que se complace en el mero acto de hacer música, solo y con sus compañeros. Este es un trabajo que levanta el corazón". Para muy interesados, el disco de 2003 "The poet and the piper" reúne a ambos protagonistas. Liam era un intérprete manejado por hilos divinos, y aunque existen desde entonces otros nombres de rabiosa pasión en el manejo de la uilleann pipe, difícilmente podrá diluirse su figura en las próximas décadas, así como sus discos no serán olvidados, entre ellos este "The given note".

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28.9.21

WILLIAM ELLWOOD:
"Openings"

Narada Productions fue desde su creación en 1983 más que una compañía discográfica, fue un espacio único para la conocida desde pocos años antes como música new age, un nombre desde entonces asociado sin remedio a esos sonidos instrumentales, tanto acústicos como electrónicos, que unieron fuerzas en dicho sello para contentar a un numeroso público en todo el mundo civilizado, personas de todo tipo que huían de la oferta convencional para buscar con ansia la sensibilidad, la elegancia, la melodía agradable, la magia de lo natural en piano, guitarra o vientos, y que conectaban desde muy dentro con las composiciones de músicos que se hicieron muy conocidos, aquellos David Lanz, Michael Jones, Peter Buffett o David Arkenstone, pero también de otros artistas menos relevantes como Gabriel Lee, Nancy Rumbel, Eric Tingstad, Spencer Brewer o William Ellwood. 

Tras la desaparición del guitarrista Gabriel Lee del catálogo de la compañía, se necesitaba urgentemente otro intérprete de las seis cuerdas que llenara ese importante hueco y diera relevo en sus lanzamientos a los pianos de Michael Jones y del exitoso David Lanz. Así llegó en 1986, como referencia número 10 de Narada, el primer trabajo de William Ellwood, "Openings", anticipo de una serie de nombres nuevos reclutados por el sello de Milwaukee para ampliar su catálogo. La esencia folclórica de este eficaz artista originario de Hamilton (Canadá) destaca sobre cualquier otra influencia en cada composición de este cuidado trabajo. En él se destila amor por la música y particularmente pasión por la guitarra, instrumento que puede tener multitud de roles en la música moderna y que puede poseer mucha vida fuera del campo clásico o de su vertiente más conocida en el pop y el rock. Desde el comienzo del disco (la gozosa "Eternal holly", todo un descubrimiento repentino) se adivina una delicia a la guitarra, pero muy distinta a la sobriedad estilística del anterior guitarrista que había publicado dos discos en Narada, Gabriel Lee. Ellwood se decanta por la melodía, con acertados tratamientos armónicos en los que no huye de lo barroco, pero esa antigüedad permite deslizar un curioso tono folclórico que fortalece un conjunto que por momentos (la espléndida "Spirit jazz", por ejemplo, o otra especialmente destacada en el conjunto del álbum, "Lunar return") parece acercarse al de guitarristas de Windham Hill como los ya consagrados a estas alturas William Ackerman o Alex de Grassi, aunque tal vez puede tratarse de un efecto derivado de la competencia que se vivía en aquellos momentos. Emociona la gallardía de "Winter waltz", el desarrollo épico de "Sea shanty" o la intensidad romántica de "Brittany" o "High park" en un conjunto sin altibajos, que se cierra tan acertadamente como empezó, con otro delicado regalo para el oyente titulado "Saluki". En cuanto a su carácter instrumental, William lo aclara así: "Para mí, la música es su propia voz. Nunca quise vincular la música a una historia personal en forma de letras". Este emocionante trabajo en cuya bella portada (fotografía de William Neill encuadrada en el típico diseño de John Morey y Barbara Richardson) se remarca 'solo guitar', fue grabado en abril de 1986 en el Studio 306 de Toronto (Canadá) bajo la producción del propio William Ellwood, que interpreta guitarras construidas a mano por el luthier David Wren, sin más acompañamiento, otros instrumentos que sí que llegarán suavemente en sus futuras entregas, entre las que destacan la más conocida en 1987, "Renaissance", "Vista" en 1989 y un "Touchstone" en 1993 cuyo tema homónimo pobló varios recopilatorios de Narada. 

Reflejos de una época gratamente recordada, los arreglos del muy placentero "Openings" son tratamientos deliciosamente ochenteros pero intemporales en definitiva, motivos sencillos que optan por un lenguaje musical muy particular y característico, que encontró fácil cabida en Narada como otra más de sus arriesgadas apuestas por lo instrumental, esas que originaron un nuevo camino de pasión por lo acústico, lo sutilmente electrónico y sus convenientes fusiones. "Eternal holly", "Spirit jazz", "Lunar return", "Brittany" o "Saluki" son algunas de las composiciones destacadas en este trabajo compuesto y producido por este poco conocido guitarrista canadiense, que en 1997 contó con una curiosa reedición en el sello Hallmark Music con cambio de título ("Music for a stress-free day") y de orden de las canciones. Los interesados han de estar atentos a sus andanzas en los cauces oficiales, ya que bien entrado el nuevo siglo ha vuelto a sorprender con exquisitas nuevas composiciones, por ejemplo con el álbum "Transit of Mars".







17.9.21

ASHRA:
"New age on Earth"

Manuel Göttsching y el bajista Hartmut Enke habían tocado juntos desde los 15 años de ambos, y en su progresión formaron The Steeple Chase Bluesband, antecedente de los definitivos Ash Ra Tempel. Al abandonar Enke este próspero grupo a mediados de los 70, Göttsching optó por cambiar el nombre a Ashra, y modificar la formación a Lutz Ulbrich (guitarra, teclados), Harald Grosskopf (percusión) y el propio Göttsching interpretando sintetizadores y más guitarras. En un paso previo, sin embargo, decidió ocuparse él mismo de todo el trabajo para álbum "New age on Earth", que vio la luz en 1976 por medio de Isadora Records, aún con el apelativo, en esa primera edición, de Ash Ra Tempel. Detalle importante fue la colaboración en este trabajo de Michael Hoenig, el ex-miembro de Tangerine Dream que había montado su propio estudio, llamado Aura Studio, y que realizó las mezclas finales de "New age on Earth", además de haberse embarcado con Göttsching en una posterior gira de presentación del disco por Francia que al final, y tras varias semanas de ensayos, fue lamentablemente cancelada, aunque ambos artistas aprovecharon para grabar, en esas sesiones, el sugestivo álbum "Early Water", que fue publicado bastantes años después, en 1995.

En una segunda edición publicada en 1977, "New age on Earth" fue el primer lanzamiento de Ashra (ya con ese nombre) en Virgin Records, la por entonces audaz compañía británica que tenía en sus filas a Mike Oldfield o Tangerine Dream. No hay que equivocarse con el título, la posteriormente popular música new age aún eran devaneos a los que Göttsching no acudía, intentando más bien expresar en este plástico sus ideas ambientales basadas especialmente en los teclados, sin mirar hacia filosofías alternativas sino explorando nuevos caminos. Grabado en el Studio Roma berlinés de Manuel, "New age on Earth" presenta cuatro composiciones en sus algo menos de 50 minutos: "Sunrain" es un comienzo efervescente, de rítmica cadencia repetitiva tomando buena nota de las directrices propuestas en "Inventions for electric guitar", prometiendo al oyente una fantasía cósmica de ensoñador ímpetu. Los siete minutos de la pieza no se hacen largos, en absoluto, y tanto las texturas de guitarra (Gibson SG) como los teclados (ARP Odyssey, Farfisa Syntorchestra, EMS Synthi A y EKO Computerhythm) son interpretados en todo el álbum por Göttsching, auténtico protagonista de una aventura que en su primera portada (la del sello francés Isadora) presentaba un diseño de Peter Butschkow, sustituida en la de Virgin por una del famoso estudio Cooke Key (Brian Cooke y Trevor Key), habituales del sello de Richard Branson desde el "Tubular bells" de Mike Oldfield. Más cósmico y relajante, teclados que vienen y van como un oleaje entre un burbujeo meditativo (en la onda de lo que unos años después hará Kitaro, admirador de Klaus Schulze pero a buen seguro oyente también de Ashra y Gottsching), es "Ocean of tenderness", tema largo y bien construido aunque, incluso en tan primordial etapa, suena a ya escuchado en la escuela berlinesa. Para desmarcarse, la guitarra dibuja en su parte final tímidas y confortantes florituras, que algunos ven cercanas a las de Mike Oldfield. Cerrando la cara A en el vinilo, "Deep distance" se sitúa melodiosa a medio camino entre las dos anteriores composiciones, una secuencia contenida y un teclado dulce se alían en una suerte de encantamiento danzarín, ampliado hasta la veintena de minutos (aquí solo son cinco) en el volumen 2 de las 'Private tapes' que el músico alemán publicó en 1996. La cara B del plástico estaba ocupada por un único corte de 22 minutos, algo absolutamente normal en aquella época, asombroso para las nuevas generaciones. Sin ser un hito en su discografía, esta suite titulada "Nightdust" deja buen sabor de boca, se abre cósmica, relajante, abrazando por igual a la ambientalidad espacial como a la electrónica un tanto oscura, recordando éxitos de Schulze como "Timewind". Así, lo amable de la cadencia se va tornando poco a poco en taimado, notas graves que exploran un espacio sonoro de apariencia apocalíptica. Aparece entonces el secuenciador para inducir otro clímax perturbador, mágico, tempestad tras la que, para concluir el disco, aparece una calma un tanto turbadora, psicodélica (con ecos de Pink Floyd), de teclados, efectos y guitarra, instrumento que vuelve a sonar autentico y poderoso en manos del teutón. Las tres piezas cortas del álbum formaron parte, en 1996, de la recopilación que Virgin publicó con el título de la primera de ellas: "Sunrain (The Virgin years)". 

Calificado como uno de los 25 álbumes ambientales más influyentes, "New age on Earth" es más atrayente como conjunto y como culminación de un concepto musical, que destacable por algunas de sus composiciones, aunque estas son evolucionadas y presentan melodías y ambientes de cierta belleza, que van ganando fuerza con las escuchas. Tal vez se echen de menos guitarras más contundentes -como las del grandísimo "Inventions for electric guitar"-, o acercamientos a un rock o psicodelia que condujeran al trabajo hacia una ligera comercialidad, pero se pueden disfrutar perfectamente en cualquier momento sus pequeños contrastes y atmósferas espaciales, devaneos cálidos y sensuales en contraposición a otras maquinalidades de la época, logrando un sonido limpio y auténtico, otro buen disco en el camino de un Manuel Göttsching que destacaba en la escena electrónica alemana, ese movimiento conocido popularmente como krautrock que asombraba al mundo entero y llegó a influir a futuros artistas electrónicos.

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3.9.21

NICHOLAS GUNN:
"The sacred fire"

La evocación del sonido de la flauta ha sido siempre bien aprovechada por una serie de artistas de música instrumental que, asociados a la new age, al rock sinfónico, a la música para televisión o documentales, o incluso a la vanguardia, han llegado a alcanzar una gama de sonidos en varias direcciones (tanto de una manera avanzada como hacia la tradición más pura) que han engrandecido el uso de este glorioso instrumento en sus trabajos. Sencillamente, la flauta y los vientos de sonido dulce son un adorno excepcional, no cansan fácilmente si se utilizan con mesura, y su uso e influencia en el mundillo de las nuevas músicas de los 90 parecía no tener fin, aunque casi siempre por detrás de los grandes, piano y guitarra. Por supuesto, no faltaron los que los utilizaron como instrumento principal en su carrera: Nicholas Gunn es uno de esos intérpretes que supo aprovechar su uso en un fenomenal comienzo de sus pasos en solitario cuando, habiendo alcanzado un estado de forma notable de interpretación, fichó por Real Music para publicar "Afternoon in Sedona". El ritmo, la melodía y el ambiente desértico se conjugaban en un estupendo trabajo, que tuvo su continuación en "The sacred fire", la obra que marcó el despegue definitivo del nombre de Nicholas Gunn a nivel mundial.

Nicholas Gunn publicó cinco trabajos en Real Music, el sello de ese gran personaje de la más pura música new age que es el inglés Terence Yallop, golfista en su juventud, pionero de la alimentación natural y de la espiritualidad, promotor de conciertos y creador de la compañía que ayudó a despegar a Nicholas, aunque tuvo que ser el sorpresivo éxito de la primera edición, autoproducida, de "Afternoon in Sedona", lo que condujera definitivamente al flautista al sello de Sausalito (California). Su segundo disco, publicado en 1994, fue "The sacred fire", su mejor aportación a Real Music, un trabajo bellísimo que da el salto del buen gusto a la excelencia y que, con el marchamo de lo auténtico y de lo ligado a las raíces de la Madre Tierra, no dejará indiferente al buscador de la melodía epatante y del ambiente natural. Nacido en el Reino Unido, donde estudió en la prestigiosa Royal Academy of Music, Gunn encontró el éxito en los Estados Unidos en lo que él define como una progresión natural que le llevó a interesarse por una música instrumental melódica de carácter relajante que posteriormente evolucionó, pero no encontró los caminos del jazz o del clasicismo, sino del pop o incluso de la música dance. Fue sin embargo con un estilo new age muy asociado a la world music con el que se ganó un nombre entre los aficionados, gracias especialmente a su dominio de la flauta, aunque Nicholas es un multiartista que produce sus trabajos y también interpreta en ellos piano, sintetizadores y muchas de las sugerentes percusiones que en estos primeros discos eran de un marcado carácter tribal, asociadas al desértico oeste estadounidense. El tramo inicial de "The sacred fire" es notable, fabuloso, comenzando con la sutileza y maestría folclórica de la deslumbrante "Earth story", la pieza más célebre del plástico y posiblemente la más conocida en la historia de este músico. El guitarrista acústico Zavier le acompaña en ese pequeño hit y en otras de las composiciones, como la maravillosa "Painted desert", rebosante de alegría melancólica, o acompañando a las impresiones naturales de "Tale of two lovers", de gran belleza y melodiosidad. "Equinox" parece un homenaje a los recuerdos escondidos de la infancia, a la felicidad de esas vivencias despreocupadas, cuando no se piensa que algún día las responsabilidades propias de la edad van a romper esa magia que Nicholas sabe transmitir en sus notas, en esta ocasión, como en "I still remember" (romántica, azucarada pero sin llegar a empalagar) o "Ruby forest" (nueva pieza melódica y sugerente) con su propia instrumentación en solitario. "Odessa" es otro asomo al folclore, rítmico y con la voz de Cassandra Sheard, pero Gunn acierta más con ese estilo en la propia "The sacred fire", pieza interior inaugurada por vientos indígenas y con el cántico del propio Nicholas, otra muestra de delicadeza en la que el violonchelo de la intérprete clásica Sachi McHenry aporta un enorme sentimiento. Otra pieza fabulosa en un trabajo que desborda emoción. La inspiración parece no terminar en el tramo medio del álbum, pues acto seguido llega "A place in my heart", dominada por una fuerte percusión y acompañada también por la guitarra del poco conocido Zavier, que repite en la titulada "Baile para la luna" (en español), nueva fiesta folclórica que parece acercar su vertiente norteamericana a un sonido más latino, incluso mediterráneo, efectivo aunque no especialmente original. También se desliza un guiño al castellano en el recitado de Michelle Wilkie en el siguiente corte, "She walks in beauty", cuyo fuerte ritmo no le resta un cierto carácter relajante. Viola, chelo y oboe ilustran otra pieza romántica, "Midnight hour", accediendo a un tramo final en el que tal vez el disco empieza a hacerse un poco largo, con los nuevos asomos indígenas de "Waking hour" y "From heaven to earth" -con el violín de Karen Briggs, conocida por acompañar a Yanni en sus discos y conciertos-, y un ritual para acabar (textualmente, "Ritual"), ritmo elevado -percusión de Auzzie L. Sheard III- con ambiente y voz femenina de fondo -Claudia McCance-. Las cualidades folclóricas de la flauta no son en absoluto descuidadas, como en su álbum debut, aunque Nicholas se asoma en "The sacred fire" a otras vertientes, en gran medida gracias al aporte de las cuerdas, que desvelan un espíritu inquieto. El conjunto es, por lo tanto, variado y entretenido, y es un símbolo, según su autor, de "fuerza, romance, poder y sensualidad, un fiel reflejo de la vida".

Natural Wonders y Nature Company fueron exitosas cadenas estadounidenses de tiendas de regalos y productos relacionados con la naturaleza, que merced a su constante hilo musical, obtenían también importantes ventas de música new age. Nicholas Gunn fue uno de los artistas que se beneficiaron de esta circunstancia, consiguiendo alcanzar con "The sacred fire" el top 10 en las listas de new age del prestigioso Billboard. A partir de aquí, y apartando en cierto modo esos prometedores inicios, Nicholas Gunn empezó a sonar demasiado igual, un tanto complaciente con su publico y con un estilo de música que necesitaba evolucionar, por lo que, antes de diluirse definitivamente, este flautista que aun sigue publicando discos de su música pacífica y relajante, encontró su evolución en la música electrónica (con el apodo de Limelght) y en la creación de canciones con vocalista, fuera de la instrumentalidad que le caracterizaba como superventas de la cotizada música new age a principios de los 90.

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21.8.21

XOSÉ MANUEL BUDIÑO:
"Paralaia"

Gaitero nacido en Moaña (Pontevedra), Xosé Manuel Budiño es uno de esos músicos asociados al folclore gallego que a finales del siglo XX llegó de golpe a los circuitos de músicas del mundo y demás corrientes asociadas a la conocida como nueva era. Su trayectoria había sido discreta (una banda de gaitas llamada Semente Nova y el grupo efímero Fol de Niu), pero fue avanzando en sus propósitos hasta irrumpir en el panorama nacional en solitario con cierta cautela, como si pensara que su propuesta musical no fuera a ser tomada en serio entre otros gaiteros tan populares y tremendamente exitosos como Carlos Núñez o Hevia, amén de bandas folclóricas en alza de la misma zona geográfica como Luar na Lubre o Berrogüetto, o grupos de siempre como Milladoiro. Su nombre caló hondo, sin embargo, en una audiencia que continuaba aceptando auténticas muestras de tradición, productos sinceros y bien realizados como el que Xosé Manuel Budiño ofrecía en ese su primer trabajo, de título "Paralaia".

Escribe en el libreto del álbum el escritor y político orensano X.L. Méndez Ferrín que con su virtuosismo y grandes amigos invitados, Budiño nos hace pisar territorios nunca antes visitados, y que esta música se asienta en el interior del pueblo gallego con profunda emoción, como la memoria de ese monte llamado Paralaia, que recoge leyendas de personajes mitológicos (mouras) y tesoros escondidos. Todo un tesoro fue este disco que llegó en 1998 de la mano de Resistencia, y que se había acabado de fraguar en el norte de Europa. Jackie Molard y Söig Sibéril eran dos músicos bretones muy activos, que solían acudir a los festivales que cada verano se celebraban en Galicia. Así se labró Xosé Manuel el conocimiento y el valor para enseñarle a Jackie sus maquetas, y lo hizo en una visita a ambos músicos en Bretaña. Juntos, esa misma noche en casa de Söig, colocaron la semilla de "Paralaia", que acabó grabándose en Madrid con la producción de Budiño y Molard. Pocos sonidos pueden conducirnos a Galicia como lo hace el comienzo de este disco, la espléndida sonoridad de la gaita de Xosé Manuel arremete con fuerza en la melodía de "Paralaia", secundada enseguida por Jacky Molard (violín), Soïg Sibéril (guitarra), y el grupo de Budiño, compuesto por Leandro Deltell (percusión), Xan Hernandez (bajo), Pedro Pascual (bouzouki) y Xavier Díaz (acordeón). El monte Paralaia pertenece a la localidad natal del gaitero, Moaña, a él está dedicado el disco y de él recoge mucha de su fuerza y de sus historias, las de esa montaña que "respira el viento del Atlántico, y siempre es la primera vista que da la bienvenida a los emprendedores navegantes, y la última fuerza que les dice adiós cuando regresan al mar". "Cantar de Santa Sabiña" es un interludio vocal que deja clara la importancia de la tradición y de las voces de estilo antiguo en el trabajo, como la de Mercedes Peón, la gran cantante gallega que adapta en solitario este canto tradicional recogido en las aldeas. "Aire do cruceiro" parece en su comienzo una prolongación modernizada del canto anterior, de nuevo con Mercedes Peón y con la instrumentación completa. Repetirá Mercedes (a la que Budiño había conocido en un festival en Santiago cuando acudió con Fol de niu) muy al final del disco, en "O pateado", dejando el sitio a la música sin palabras en la mayoría de su minutaje. "Rapa bestas" es un nuevo acierto de un disco entretenido y muy estudiado, una pieza divertida, de apariencia festiva, como lo es esa tradición gallega (la más conocida es la de la de Sabucedo, también en Pontevedra) que consiste cada verano en curar a los caballos del monte y cortarles las crines: "Siguiendo los vientos que vienen de la noche -se cuenta en el libreto-, se puede ver el camino hacia las montañas donde los lobos y los caballos salvajes, verdaderos dueños de estas tierras, corren y hablan al ritmo de las panderetas en la oscuridad". Budiño sustituye aquí la gaita por una flauta irlandesa, el low whistle. Acto seguido, de nuevo las gaitas dominan "Lóstregos" con su sonido fuerte y desenfrenado, unión norteña de gaita gallega y trikitixa (con la enorme colaboración de Kepa Junkera), "que te transporta a nuevos paisajes". A Coruña es la siguiente parada del viaje, concretamente Cedeira y sus imponentes acantilados, conocidos como los acantilados de Herbeira, los de mayor cota sobre el nivel de mar de la Europa continental (613 metros de altura sobre el nivel del mar). Así, "Marcha de Breixo" es un aire lento que derrocha ternura, un arreglo de Budiño, Molard y Sibéril de una pieza tradicional dedicada al viento y el mar "de allí donde la gente recoge estos sonidos del fin del mundo, donde expresa sus ansiedades a través de una guitarra, un violín y una pipa". La gaita que utiliza aquí Xosé Manuel es una gaita irlandesa, como en la visita a la localidad pontevedresa de "A fonte da pedra", con su manantial milenario. Budiño vuelve a animar el disco en una composición propia (él firma en solitario la mitad de las doce piezas del disco), "Ardora", que habla de sus recuerdos de muñeiras y de gaiteros como Ricardo Portela. "Ardora" fue destacada por la SGAE como la mejor composición gallega en 1999. De nuevo aparece la triki de Kepa Junkera en un pequeño alalá (melodía montañesa gallega) titulado "Alalá da Vila Ortegán", un aire lento definido en el libreto como uno de esos alegres recuerdos que siempre nos hacen compañía. A Kepa le había conocido también en un festival en Lugo, y no dudó en ayudar al que enseguida se convirtió en su colega, y al que él mismo había ayudado en su inmenso trabajo "Bilbao 00:00h". A ritmo de animada jota se muestra la siguiente tonada, "Jotón Club", de Nacho Muñoz, explicada así: "Un viaje a Bretaña transformó esta jota entre platos de comida y botellas de buen vino, con un sabor único que reflejaba la compañía de la guitarra de Soïg y del violín de Jacky". "Santa Compaña" es el final donde la gaita se va, en la solitario, con esa presencia fantasmal: "Aparece mágicamente y susurra una historia misteriosa. Uno parece ver en el tiempo una canción lejana de letras extrañas, una canción vengativa que se expande en el tiempo".

Tras el éxito del gaitero asturiano José Ángel Hevia con "Tierra de nadie" a finales de los 90, se lamentaba ese humilde asturiano de que, además de Carlos Núñez, Kepa Junkera, Luar na Lubre o él mismo hubieran conseguido el objetivo del reconocimiento, otros currantes de las músicas folk y tradicionales españolas no lo hubieran logrado aún, y entre ellos destacaba el nombre de Xosé Manuel Budiño. No tardó en asomar su figura por radios y revistas, y "Paralaia" encontró el agradecimiento de la crítica y de la audiencia. Se trata de un trabajo muy completo, que no se centra exclusivamente en la gaita sino que se hunde en siglos de tradición para beneficio de su patria y del público de este gallego que afirma que la chispa de su expresión musical es inexplicable, "te sale sin más", y que ha continuado ofreciendo muestras de su calidad en trabajos como "Arredor", "Zume de terra", "Sotaque" o "Fulgor". Además, "Paralaia" fue reeditado en una edición especial remasterizada en formato libro-disco ilustrado por Ana Zon, con motivo de su vigésimo aniversario.