30.8.09

AIR:
"Moon safari"

El 'retrofuturo' es un extraño concepto consistente en rescatar el futuro visto desde el pasado, es decir, esa imagen que a mediados de siglo se tenía de cómo podía ser el nuevo milenio, con naves espaciales, coches voladores, rayos láser, ciudades en cúpulas, incluso alienígenas conviviendo con nosotros. Desde el punto de vista artístico es muy interesante rescatar los trabajos de ilustradores de la época en aquellas revistas de fantasía y ciencia-ficción que por su bajo coste se hacían en papel de pulpa de celulosa, lo que derivó en el término 'pulp'. En la música, varios grupos o artistas se pueden asociar en cierto modo a esa definición, por su estética o características musicales, aunque quizás encontremos uno de los más claros ejemplos en la electrónica francesa de los 90. Efectivamente, ese tipo de música que la crítica inglesa llamó 'french touch' (toque francés), es de una impoluta originalidad y cuenta con una visión bidireccional, lo mismo podemos encontrar en ella ecos del pasado que sonidos más propios de una novela de ciencia-ficción. Sin embargo, anclado en nuestro tiempo, ese sonido tan típicamente francés (diferenciado del inglés o el alemán) se nutre de diversas influencias (pop, funk, soul, jazz...) y se evidencia en una serie de músicos y grupos punteros entre los que destacan Laurent Garnier, St Germain, Daft Punk y por supuesto Air.
Aunque hayan sido comparados con Jean Michel Jarre, Vangelis o Tangerine Dream, este dúo de Versalles compuesto por Nicolas Godin y Jean Benoit Dunckel presenta un sonido algo distinto al de aquellos monstruos de la electrónica; si bien se acercan por su concepción retro, el estilo de Air es más ambiental, con esencias de rock, soul y funky, para conformar así una música delicada, sugestiva, de fuerza inapelable y producción exquisita, que se demuestra especialmente en el álbum que les dió a conocer y que a la larga constituye su mayor éxito, "Moon safari", publicado en 1998 por Source y distribuido por Virgin. Aunque otras de las canciones del álbum gozaran de más éxito, para el que ésto escribe no hay ninguna duda de que el primer corte de este disco es una de las más grandiosas y sugerentes formas de disfrutar con la música eletrónica, Godin y Dunckel destilan en este tema una música verdaderamente sensual, un sutil oleaje de alma y pasión melódica con esencia retro de título "La femme d'argent", cuya escucha calmada es una auténtica experiencia. Otras dos fueron las canciones estrella: "Sexy boy", con una estructura de canción synth-pop muy apropiada para la radiodifusión, y "Kelly, watch the stars!", una burbujeante composición de sonido rotundo y efectista en la que brilla con luz propia la presencia fantasmal del vocoder, ese distorsionador de voz que consigue que Air se apropien gratamente en este safari lunar de la etiqueta kitsch: lo pasado de moda está de moda. En su estilo vaporoso, y en contraste con múltiples efectos de sonido y sintéticos, algunas guitarras y lineas de bajo (a cargo de Godin) tienden a humanizar levemente el conjunto, así como la breve presencia de una orquesta de cuerda -grabada en los estudios Abbey Road- en tres de los temas, entre los que hay que mencionar la dulce "Talisman". Por último, y complementando un trabajo ya de por sí redondo, se une en dos de los cortes, "All i need" y "You make it easy", la voz de la cantante norteamericana -pero afincada en París en esa época- Beth Hirsch.
Por su estética que bordea varias tendencias como ambient, disco, downtempo o música cósmica, se suelen considerar como uno de los puntales de la correosa etiqueta chill out, y por supuesto han encontrado numerosos detractores entre la crítica y los amantes de la electrónica más dura, que califican su música de vacía y sin riesgo alguno. Sin embargo, álbumes como "Moon safari", "Talkie walkie" o la banda sonora de la película de Sofía Coppola "Las vírgenes suicidas", demuestran no sólo que tienen la complicidad del público sino que son reverenciados y sutilmente copiados por otros artistas. "Moon safari", trabajo de bello diseño gráfico (muy bien adaptado al estilo musical que acompaña) que tuvo su edición mejorada diez años después de su publicación (editada por EMI, con un CD de remezclas y un DVD), es un disco grato y luminoso cuyo sonido, por sus características, puede ser compartido por varias generaciones.

23.8.09

ACETRE:
"Dehesario"

Si en el siempre interesante campo de la música folclórica y étnica admiramos a grupos de procedencias tan diversas como Värttinä, Hedningarna, Capercaillie, Le Mystère des Voix Bulgares, La Bottine Souriante o Madredeus, todos ellos de asombrosas cualidades tanto vocales como instrumentales, deberíamos sin duda rendirnos ante un grupo patrio como Acetre, que presenta rasgos de los arriba expuestos junto a raíces folclóricas hispanas y aromas lusitanos, gracias a su posición geográfica, en esa Extremadura confluyente de influencias. El acabado de su música tiene un enganche inusual, absorbente, la riqueza cromática de sus piezas les otorga tan precisa belleza que la entrega de cualquier oyente debería ser total desde el primer momento. Si no, se estaría perdiendo una de las perlas de la música española. Como suena.

El impacto de Acetre comenzó en la comunidad extremeña; al sur de Badajoz y cerca de la frontera con Portugal -lo que dota a sus habitantes de un cierto bilingüismo y de una doble identidad cultural- se encuentra Olivenza, pueblo natural de este grupo creado en 1976 para "abrir nuevos horizontes a la música folk". Aunque lógicamente centrados en Extremadura, Acetre consigue, cada vez mejor, reunir elementos musicales ibéricos en un producto de calidad, sentimiento ancestral y profundo júbilo. También se dejan entrever en su obra influencias árabes, para completar una riqueza de aromas y sabores difícil de encontrar en cualquier producto actual. Una vez escuchadas a fondo, sorprende en Acetre que la revitalización de su acervo cultural suene a la vez antigua y moderna, agazapados en un folclorismo atractivo y sincero. Tal vez por eso mismo ganen el favor de la crítica pero les seamás difícil llegar al gran público, desconocedor en gran medida de lo que hábilmente se prepara, cual salmorejo, al oeste de nuestro territorio. Sin embargo, nuestros amigos no necesitan del carisma de un Carlos Núñez o de los contactos de un Kepa Junkera para desbordar el tarro de las esencias, gracias en gran medida a la labor de investigación, composición y dirección musical de José Tomás Sousa, auténtico alma máter del conjunto, gracias al que demuestran ser mucho más que un legajo de fiestas y tradiciones fronterizas, recogidas en pueblos extremeños como Cedillo, La Vera, Montehermoso, La Fuente del Maestre o Frenegal de la Sierra. Con un buen puñado de discos a sus espaldas desde que en 1985 publicaran "Extremadura en la frontera", la experiencia fue aumentando la calidad de sus plásticos hasta llegar en 2007 a un excepcional "Dehesario", en el que el trabajo de investigación se deja ver desde el tema de inicio, "La danza del mostrenco", una brutal demostración de intenciones, de ritmo desenfadado, aguerrido y muy ibérico, donde la voz de increíble personalidad de Ana Márquez ("Ya viene mugiendo el toro, entre los jarales verdes / con el cuerno ensangrentado, que da lástima de verle") sólo es el anticipo de una atractiva y bailable melodía con dominio de vientos y violín. "Mae bruxa", tradicional de Cedillo -la población extremeña más occidental-, bien podría ser la canción de presentación del álbum, por su agradable estilo vocal, al que sigue "Hierba loba", una divertida demostración instrumental de un José Tomás Sousa que firma con excelentes resultados las tres composiciones del trabajo que no están basadas en la tradición. Es necesario constar que el disco apenas presenta altibajos, su escucha es más bien sorprendente y demuestra el impresionante estado de forma de un grupo formado por José Tomás Sousa (guitarra, teclados), Víctor Asensio (flauta, clarinete, gaita extremeña), Antonio Leyras (bajo acústico), Raquel Sandes (voz y flauta travesera), Paquito Croche (percusiones), Fran González (batería), Diana Vara (violín), Ana Márquez (voz) e Inés Romero (acordeón), con importantes colaboraciones, como la del violinista de Gwendal Robert Le Gall. En este pequeño homenaje al ecosistema dehesario, en el que ciertamente se respira naturaleza, no hay que desdeñar el sabor a fado de "Amores corridiños", los dos tradicionales de Montehermoso ("La rueda de la fortuna" y "Al-Zerandeo"), "La dama coruja - Vals", del omnipresente Sousa o el bucolismo de "Latifundia".

Si se pudiera seguir al milímetro la variedad de nombres e identidades que pululan por el folclore de la península ibérica, no se puede dudar que Acetre sería, con elevada probabilidad, uno de los grupos a tener en cuenta (no en vano ha cosechado numerosos premios y menciones), sobre todo desde su salto de calidad con la publicación en 1999 de "Canto de gamusinos" (impresionante su "Alborada de Jarramplas"), al que siguieron "Barrunto" en 2003 (con un gran comienzo neofolk de título "El paso del Zajorí") y este soberbio "Dehesario", editado por Galileo MC en 2007 con una presentación y diseño gráfico de lujo. Aunque deba su nombre a un caldero o vasija pequeña, la importancia y calidad de Acetre es muy grande, un conjunto fenomenal al que aconsejo fervientemente seguir la pista, tanto de lo que lleva publicado hasta hoy como de lo que pueda depararnos en el futuro.







16.8.09

DEAD CAN DANCE:
"The serpent's egg"

Cuando un grupo, merced a la calidad y grandeza de sus componentes, encuentra el camino para convertir sus discos en auténticos actos litúrgicos, entra inmediatamente en la categoría de mito. Dead Can Dance es efectivamente un grupo mítico, un oasis de frescura en la cultura popular de finales del siglo XX basado en una concepción ancestral y gótica de la música, con una carga poética distinguida y una instrumentación oscura y nada convencional. Más allá de todo lo expuesto, uno de los mayores toque de esa distinción lo brindan las voces de los protagonistas, Lisa Gerrard y Brendan Perry, auténticos sacerdotes de un culto sin igual, cuyo sugerente nombre no sólo es una metáfora de cómo lo antiguo, lo que parece muerto, puede estar vivo e interactuar con lo más actual, sino también un sinónimo de calidad, que se trasladará por igual a las futuras trayectorias de Gerrard y Perry en solitario. Entre tanto, sus andanzas dejaban por el camino joyas como la que aquí tratamos.

"The serpent's egg", publicado por 4AD en 1988, es el cuarto disco de este grupo que en un determinado momento de su discografía campaba entre Australia e Irlanda (en sus comienzos se trasladaron a Londres por lo limitado de Australia y 4AD confió en ellos enmedio del panorama electrónico que se respiraba en la capital británica), y uno de los más valorados de la banda por el complemento perfecto entre las polifonías de Lisa y la sobriedad vocal e instrumental de Brendan, pero sobre todo por encontrar aquí su sonido más característico, de apariencia tribal, con esencias medievales, pero de una extraña modernidad y un intenso encanto hipnótico. El resultado, como proveniente de un rito chamánico, es de una fascinación que nos lleva a conectar con la madre Tierra. La acertadísima portada -fotografía del Amazonas vista desde el cielo, en la que se asemeja a una serpiente o a unas viscosas entrañas- ya advierte esa comparación del planeta con un enorme ser vivo, y nos acerca a otros planteamientos e intereses más vitales que los de las portadas anteriores. Con una instrumentación astutamente austera, Brendan Perry sigue siendo igual de tajante que en el disco anterior, "Within the realm of a dying sun", aunque sin llegar a sus cotas de eficiencia, que sí alcanzará en el colosal "Into the labyrinth", su siguiente trabajo, pero "The serpent's egg" no es ni mucho menos un disco de transición, sino una curva en los planteamientos que iban a llevar al grupo de lleno hacia la world music, en una de las fusiones más interesantes de la escena. Sin ir más lejos, la canción de inicio podría considerarse como uno de los temas cumbre de Dead Can Dance: guiado por el lenguaje inventado que brota de la prodigiosa garganta de Lisa Gerrard, "The host of Seraphim" es un salmo prodigioso, a la par elegante y desgarrador, para el cual no existen las palabras; si todo el disco fuera así nos encontraríamos con una obra única. "The host of Seraphim" fue incluído en la banda sonora de la película documental de 1992 'Baraka' ("con 'Baraka' hubo un matrimonio hermoso, esa poesía encaja con nuestra música"), así como en la inolvidable escena final de la adaptaciónn de la novela de Stephen King "La niebla". No vamos a descubrir a estas alturas las cualidades de la voz de Lisa Gerrard, pero el nivel exhibido aquí es ciertamente impresionante, ella misma continúa en "Orbis de Ignis" con un estilo antiguo, medieval, polifonía sólo con una campana que sobrecoge sin necesidad de más acompañamiento. En "Severance" entra en juego Brendan Perry, con su estilo predicativo que brama sobre una instrumentalidad distinta, original y quejumbrosa. Hay que preguntarse por qué este tema es tan corto, ya que como el propio disco -que ni se acerca a los cuarenta minutos totales- deja con la miel en los labios. "Severance" parece una continuación de sus canciones del anterior trabajo, con un original fondo de teclados chirriantes y vientos que reclaman sin remedio toda la atención, al igual que en sus otras dos composiciones del álbum, la genial conclusión de título "Ullyses", y la también corta pero completísima "In the kingdom of the blind the one-eyed are kings", cuyo salmo intrigante sobre cadencia somnolienta acaba explotando como un Dios enfadado en una orgía de metales; ese clímax logra un momento tremendamente místico, abrumador y gozoso, sin nada que envidiar a una Lisa Gerrard que acapara el protagonismo en lo que resta de álbum: en "The writting on my father's hand" con sus armonías vocales (que son realmente la base del disco), abrazada al folclore y a ese ser humano al que llamamos Tierra, sobre un compás hipnótico del que sobresale su garganta; en "Chant of the paladin" con ecos indígenas, que a pesar de ser muy intensa y de no llegar a los cuatro minutos se hace un poco larga por su ausencia de desarrollo; por último en una sucesión de tres canciones de ritmo in crescendo, comenzando a capella ("Song of Sophia", que parece ser continuación del brutal tema de inicio), uniéndose la voz de Brendan en un cortísimo ritual ("Echolalia") y acabando con un percusivo pero suave clímax en esta especie de misteriosa ceremonia iniciática. Para acabar, Brendan Perry en lo que mejor sabe hacer, en este caso su genial y estimulante "Ullyses".

A pesar de su corta duración, "The serpent's egg" (que coincide en título con una película de Ingmar Bergman) no sólo deja satisfecho al oyente sino que le transporta a un tiempo y espacio sorprendente, y es que la música de Dead Can Dance no sólo es atemporal, sino que tampoco tiene un territorio propio. Su éxito se mueve entre las celebraciones paganas de Lisa Gerrard, llenas de luz y vitalismo, y la oscura decadencia de Brendan Perry, un dúo que tras este trabajo culminaron su romance para concentrarse exclusivamente en su unión artística. Esa es la clave, juntos eran la oscuridad y la luz, los opuestos que se necesitan, el yin y el yang, la fuerza que hace bailar a los muertos. En "The serpent's egg", a finales de los 80 y sólo un año después del impagable "Within the realm of a dying sun", se nota el gran momento de la banda, la música surge por sí misma y se muestra grandiosa y evocativa, explorando mundos sonoros, derribando fronteras musicales, en definitiva, reinventando la world music a su modo.

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