30.6.20

SIGUR RÓS:
"Ágaetis byrjun"

Jón Þór Birgisson es un cantante peculiar. Es ciego del ojo derecho, es abiertamente homosexual, toca la guitarra eléctrica con un arco de violonchelo, y su voz en falsete es un elemento característico de su banda, los ilustres islandeses Sigur Rós. Además, su hermana menor se llama Sigurrós, y de ahí proviene el nombre del grupo, que se puede traducir como 'rosa de victoria'. Su primer disco, "Von", resultaba extraño, confuso, con ambientes inframundanos, y aunque su presencia es insoslayable en la historia de la banda, su autentico primer éxito llegó con su segundo álbum, "Ágaetis byrjun" (traducido como 'Un buen comienzo'), publicado en 1999 por la compañía islandesa Smekkleysa (y reeditado en otras como FatCat Records para el mercado anglosajón, o en el sello de la banda, Krúnk), llegado a considerar por la crítica como uno de los mejores trabajos europeos de ese año, y posiblemente más allá en esos difíciles tiempos de cambio de siglo y de maneras de consumir la música. Definir su estilo es navegar por un mar que lo mismo se encrespa como que se calma, oscilando como el oleaje entre un reconocido post-rock, el minimalismo y lo folclórico. 

No es de extrañar la denominación post-rock, porque esta banda no encaja con las fórmulas habituales ni con las denominaciones más normales en la música moderna. Un sonido atrevido y novedoso como éste tenía que provenir de la fértil -musicalmente hablando- Islandia, tierra de búsquedas y hallazgos como pocas. No exento de una cierta extrañeza, es el de Sigur Rós un discurso original y profundo, una producción bien trabajada del británico Ken Thomas, que ya había mezclado años atrás el primer disco de los Sugarcubes, la banda de Bjök. El ambiente general es soñador, atmósferas mágicas, fantasiosas, en las que deslumbran y sorprenden las voces y atrapa los sentidos el concepto islandés tan melancólico de música contemporánea, que se une al folclorismo reinante para resultar un plato de presentación innovadora y sabor delicioso, como si Björk le pusiera letra a los ambientes electrónicos de Jóhann Jóhannsson y todo se adaptara a una manera folk. Lo simple y lo complejo conviven en este trabajo, muchas ideas originales y bien encauzadas, con audaces tratamientos vocales y ritmos que podrían tener cabida, tratados convenientemente (afortunadamente eso no sucede), en listas de éxitos poperos. Poco importa que canten en islandés o en ese lenguaje inventado por ellos llamado Hopelandic, vamos a entender lo mismo, la importancia de este "Ágaetis byrjun" radica en la belleza de unas armonías y ambientes fascinantes. Con una refulgente tristeza, Sigur Rós fusionan pasajes ruidosos con otros límpidos, combinando sensaciones. Por ejemplo en "Svefn-g-englar", con sus notas luminosas y voces deliciosas entre ambientes que en solitario podrían parecer algo disonantes. Esta composición posee un desarrollo magistral, algo minimalista, de esos que si duraran 10 o 20 minutos más seguiríamos escuchando embelesados, y fue el primer sencillo del álbum. En "Starálfur" hay un natural vitalismo, y un fondo fantasioso que nos conduce por un mundo de folk, rock, clásica, incluso jazz, delicioso e inclasificable. "Flugufrelsarinn" es puro post rock, depresivo pero bello. En "Ný batterí" la voz se debate entre una nueva distopia y acaba emergiendo para llenar el tema de personalidad, reforzada por la poderosa entrada de la percusión. Lo que empieza siendo un tema más, acaba convirtiéndose en un clímax absorbente, que se convirtió en el segundo sencillo del trabajo. La instrumentación es adecuada a su mundo de fantasía, así como la búsqueda de soluciones en cada una de las canciones, por ejemplo el trabajadísimo caos sinfónico de la exquisita "Hjartað hamast (Bamm Bamm Bamm)", donde las voces juegan papeles más importantes que en una simple canción, presentando además una base rítmica que permite entrever destellos de trip hop. El envoltorio neoclásico luce también en piezas de enorme capacidad instrumental como "Viðrar vel til loftárása", donde no aparece la voz hasta la mitad de la larga suite, fruto tanto de un atrevimiento sin par como de importantes enseñanzas musicales dignas de elogio. Pero lejos de esconder o encasillar estas propuestas, son aclamadas y lanzadas al mundo con evidente orgullo y éxito. Es esta una gran pieza, larga pero deliciosa y exuberante, con un hermoso pasaje de piano complementado con cuerdas y un aire postminimalista, con la voz como la pieza que faltaba en el puzzle, esa voz que en "Olsen Olsen" presenta intenciones distintas, más cercano a lo folclórico, tratamiento incrementado por la presencia de una flauta y un final animado muy popular. Para ir concluyendo la escucha, "Ágaetis byrjun" es una sencilla canción, sin altibajos, la primera que se grabó y que le dio el título al disco al ver que era un 'buen comienzo', y "Avalon" son como los títulos finales de una buena banda sonora. En esta obra, Jón Þór Birgisson toca la guitarra (con arco) y voces, Georg Hólm el bajo, Ágúst Ævar Gunnarsson la batería, y acertaron plenamente con la incorporación de Kjartan Sveinsson a los teclados. La presentación del disco se produjo el 12 de junio de 1999 en la Opera House de Reykjavík, un concierto que, junto a demos y otras versiones, se puede escuchar en la reedición del álbum por su vigésimo aniversario en 2019. 

Con 400.000 copias vendidas en Europa, y surgido -según ellos mismos- de la nada, este álbum sorprendió y encandiló a partes iguales, la banda se expresaba sin tapujos y, posiblemente desde esa inocencia, cocieron un producto fresco y mayúsculo, un álbum recordado cuya llama han intentado mantener viva con el paso de los años y los discos. Su publico es variado (rock, indie, folk, contemporánea), pero no es una banda al uso, pueden sonar anticomerciales en ocasiones, y son capaces de dejar un disco sin titulo. "Ágaetis byrjun", algunas de cuyas composiciones han sido utilizadas en series y películas conocidas (como 'Vanilla sky', donde sonaba "Svenf-g-englar", o "Starálfur" en 'The life aquatic'), es una amena experiencia auditiva y un encuentro obligado del buscador de aventuras musicales fuera de las radiofórmulas pero manteniendo una cierta estructura del mundo del pop-rock.













23.6.20

VARIOS ARTISTAS:
"Celtas"

Cada vez que un estilo musical, por unas o otras causas, cobra éxito o protagonismo entre la audiencia, las casas de discos se afanan por conseguir su parte del pastel. Cuando la músicas de raíz (folclóricas, tradicionales, world music...) se pusieron de moda en los 80 y los 90, aparecieron numerosas colecciones que se aprovechaban de la situación, si bien sólo unas pocas resultaban lo suficientemente interesantes como para justificar su compra. En España también se produjo un gran nivel de competencia por llegar a un alto rango de público y de posibles ventas de discos, y compañías como Lyricon (la división para Nuevas Músicas de Sonifolk) se pusieron manos a la obra con eficacia. Su fabuloso catálogo, fruto de la publicación en nuesro país de los trabajos foráneos de artistas como Himekami, Dead Can Dance, Bill Douglas, Constance Demby y muchos otros, se tradujo en inevitables -pero absolutamente necesarias en esos tiempos de descubrimiento- compilaciones, especialmente los tres volúmenes de "Música para desaparecer dentro". Dos años después de su primer volumen, con el que dieron a conocer a varios de esos grandes artistas, sus responsables supieron hurgar en catálogos de sobrada calidad en entornos más delimitados, como el de la música tradicional de corte celta, ese folclore irlandés y escocés -así como el de otras naciones específicas- que estaban conociendo también un nuevo auge, de lo que íbamos a sufrir un cierto hartazgo, especialmente cuando a la llamada acudieron todo tipo de bandas y artistas de calidades controvertidas. Explorando con sapiencia en ese folclore, Lyricon ofreció en 1993 un recopilatorio bien estudiado y presentado como fue el titulado simplemente "Celtas".

Con un sobresaliente diseño gráfico y un libreto profusamente documentado, "Celtas" no sólo es un ejemplo de compilación bien escogida y trabajada, sino que supone además toda una declaración de intenciones por parte de una compañía en cuya publicidad Manuel Domínguez hablaba así del proyecto: "El interés por la música celta se ha reavivado en los últimos tiempos por los caprichos del mercado. El auge de la música de la nueva era y la utilización de esta vía por algunos de los más prestigiosos músicos británicos -Relativity, Nightnoise- tienen bastante que ver en el asunto (...) En los prósperos setenta una legión de jóvenes, atraídos por una música muy en contacto con la tradición, pero abierta a nuevas formas de trabajo, se incorporó al plantel de grupos establecidos desde el revival folk de los cincuenta. Grupos que hace cerca de quince años presentó en España Guimbarda, como los escoceses Tannahill Weavers o The Battlefield Band, vuelven de la mano de Arpa Folk, mostrando la generosa cosecha de una espléndida carrera. Igual que la Bothy Band, reliquia del pasado, cuya música suena cada día más fresca, o los supervivientes Albion Band y Sily Wizard. Quienes vuelvan a centrar ahora su atención en los arcaicos sonidos de las gaitas y las flautas, además de ese confortable reencuentro con los que siempre estuvieron allí, en su sitio, descubrirán con placer nombres nuevos, como los escoceses Capercaillie y los irlandeses Altan, que no son precisamente grupos noveles. También una serie de instrumentistas, entre los que abundan las mujeres, que vienen a sumarse a la heróica Maighread Ní Dhomhnaill. Nos referimos a Connie Dover, Catherine Ann McPhee y Sharon Shannon. Puede que lo celta esté de moda, se admiten opiniones. Pero donde no cabe la menor duda es en que los participantes en esta grabación sean algunos de sus más genuinos artífices". Bandas míticas (tanto escocesas -The Tannahill Weavers, The Battlefield Band, Ossian, Silly Wizard- como irlandesas -The Dubliners-, inglesas -Albion Band- o esa deliciosa unión de dos hermanos irlandeses - los O'Domhnaill- y dos escoceses - los Cunningham- que supuso Relativity) se encuentran con grupos de proyección absoluta -Capercaillie, Altan-, y solistas de impoluto renombre -Liam O'Flynn, Arty McGlynn, Andrew Cronshaw- ceden terreno a nuevos nombres a tener en cuenta -Sharon Shannon, Connie Dover-. Hay además presencia española a cargo del cantante vasco Benito Lertxundi, y de dos grupos gallegos, Citania y Matto Congrio, en el que pululaba un joven Carlos Núñez. Pero ante todo, más que los nombres, lo que suena desbordante es la música, de la que hay soberanos ejemplos. Por ejemplo, estas son las composiciones destacadas en el CD1: Orgulloso y alentador es el comienzo, ese espectacular set clásico de los escoceses The Tannahill Weavers, liderados por el vocalista Roy Gullane, dividido en cuatro partes, A) "Donald MacLean's Farewell to Oban" (una marcha compuesta por el escocés Archie MacNeill); B) "Dunrobin Castle" (un reel tradicional escocés); C) "The Wise Maid" (un reel irlandés que han grabado también, por ejemplo, Planxty); D) "Iain's Jig" (una jiga tradicional escocesa adaptada por el gaitero de la banda, Iain MacInnes). Tema representativo en el repertorio de Capercaillie, la canción tradicional de trabajo de la isla de Barra "Alasdair Mhic Cholla Ghasda", es una demostración de la conjunción instrumental y vocal de este conjunto en alza en aquella época. También con una 'waulking song' y proveniente de la misma isla, Catherine Ann McPhee interpreta (con Savourna Stevenson al arpa) "Mìle Marbhphaisg Air A'ghaol". De la ecléctica y mítica Battlefield Band se seleccionan dos reels tradicionales pero interpretados en tempo lento, "Seann Bhriogais Aig Uilleam / Lady Margaret Stewart". Benito Lertxundi adapta otro tradicional escocés (que descubrió por una versión de Alan Stivell) con su propia letra en euskera, "Entzun zazu". La joven y talentosa Sharon Shannon nos brinda su interpretación al acordeón y violín de "The Blackbird", compuesta por dos tonadas tradicionales, una jiga y una melodía cajún. Acabando con lo más excelso de este primer disco, el grupo de Mairéad Ní Mhaonaigh, los irlandeses Altan, interpretan en gaélico la canción de bodas "Dónal Agus Mórag", y el supergrupo Relativity nos dulcifica con el instrumental compuesto por Johnny Cunningham "When She Sleeps", incluído en su gran álbum "Gathering Pace". En cuanto al CD2: Los barbudos irlandeses The Dubliners lo abren con la canción de aspecto tabernero "Eileen Óg", mientras que los escoceses Silly Wizard muestran en directo su delicada instrumentación y la gratificante voz de Andy M. Stewart en esta canción sobre la emigración, "The Valley of Strathmore". Si de intérpretes legendarios hablamos, uno de los más grandes era el gaitero irlandés Liam O'Flynn, del que se selecciona la grandísima pieza tradicional "Éire", una de las muchas maravillas que nos ha legado este antiguo miembro de Planxty. Varios temas la suceden, entre ellos "O'er the Hills and Far Away" de la cantante folk americana Connie Dover, el set del guitarrista Arty McGlynn "Lead the Knave / Bunker Hill" o el tradicional "An Cailín Gaelach" interpretado por Maighread Ní Dhomhnaill, hermana de los componentes de Nightnoise, Tríona y Mícheal que, junto a Dónal Lunny y en su banda The Bothy Band, cierran con extraordinaria contundencia el recopilatorio con otra pieza mítica (que pasó luego al recuerdo en el repertorio de Nightnoise), el tradicional en gaélico, exclusivamente vocal, "Fionnghuala".

Mucho más difícil de encontrar, la continuación de esta colección en 1996 pasó a manos del sello Resistencia. "Celtas vol. II", que tornó la portada a color azul, se nutría de artistas por lo general igual de conocidos que en el volumen anterior (Planxty, Liam O'Flynn, Davy Spillane, Seán Keane, Dougie MacLean, Alan Stivell o Paul Mounsey), con piezas absolutamente emblemáticas como "Midnight Walker" (del gran gaitero irlandés Davy Spillane) o "Gloomy Winter", del escocés Dougie MacLean. Además, algunos ejemplos de bandas de la nueva generación como Kila, Deiseal o The Colour of Memory, y una sola presencia española, la del grupo gallego Berrogüetto. Mientras tanto, y como primer volumen y acercamiento a esta cultura, "Celtas" no tiene desperdicio en su selección de grandes piezas que por ese entonces no eran especialmente conocidas en esta España que había visto cómo DRO exploraba el año anterior en los mismos sonidos con otra curiosa compilación que logró un cierto renombre, titulada "Gaitas, violines y otras hierbas". Con la distribución de Arpa Folk, "Celtas" ayudó a fortalecer esa tendencia en alza y se convirtió en una nueva referencia a tener en cuenta para los que buscaban otro tipo de sonidos, más conectados con la tradición.

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14.6.20

VANGELIS:
"Chariots of fire"

La calurosa costa del golfo pagasético, lindante al mar Egeo, concretamente la antigua ciudad de Agria, acogió en los primeros días de la primavera de 1943 la llegada al mundo de un niño que, años más tarde, revolucionaría la música instrumental electrónica. Pero además de esa vena artística que no tardaría en pronunciarse, Evangelos Odyssey Papathanasiou, más conocido como Vangelis, destacó también de pequeño en el atletismo (como su padre, Ulysses), llegando a ser un gran sprinter juvenil. No es de extrañar entonces que, años más tarde, inmerso plenamente en el negocio musical y tras una década, los convulsos 70, de creciente fama, acogiera una extraordinaria inspiración para poner música a un film de sorpresivo éxito, cuya temática se centraba en el mundo del atletismo, una película británica titulada 'Chariots of Fire' ('Carros de fuego' en España) que, contra todo pronóstico, ganó cuatro premios Oscar en 1981 (mejor película, vestuario, música y guion), salpicando su triunfo a la gloriosa banda sonora, una apuesta atrevida por huir de los tratamientos orquestales de las películas de época, para ofrecer sin embargo un acabado de música electrónica de sintetizador. Mucho que ver tuvo, seguramente, el productor del film, el londinense David Puttnam, por cuyas películas han desfilado con éxito otros nombres tan importantes como Giorgio Moroder ('Midnight Express'), Mark Knopfler ('Local Hero'), Mike Oldfield ('The Killing Fields') o Ennio Morricone ('The Mission'). Que la música, o al menos el tema principal, sea más recordada que la propia película, demuestra que la idea fue un auténtico éxito.

'Chariots of Fire' es la historia real de los atletas británicos que se prepararon para competir en los Juegos Olímpicos de París 1924, con el especial protagonismo de Harold Abrahams y Eric Liddell, judío el primero, cristiano evangélico el segundo, de distintas clases sociales, caracteres y visiones vitales. Tal historia necesitaba ser refrendada por una música vital, dinámica, como la del grandioso tema principal, "Titles" ("Chariots of Fire (Main Theme)" en el single), y es que, aun siendo una película alabada y oscarizada, este largometraje se recuerda principalmente por su música (ahí está el gran mérito del artista, lograr una identificación sobresaliente basado en música sin palabras), y por esa escena mítica de la carrera en la playa, que todos podemos silbar. La historia pudo haber sido distinta, ya que la idea original del director, Hugh Hudson, era utilizar la maravillosa "L'enfant" (también de Vangelis, del álbum "Opera Sauvage") para la secuencia inicial, pero afortunadamente cambió de opinión y el teclista griego compuso una de sus piezas más recordadas, partiendo eso sí de una secuencia de fondo muy similar a la de "L'enfant", posiblemente para contentar al realizador británico. También se nutre la banda sonora, sin embargo, de intensos lazos románticos y recuerdos de otra época, como los que afloran en la reflexiva "Five Circles". Sugerente y delicado es el tema dedicado a Abraham ("Abraham's Theme"), que parece precursor de evocativos vuelos futuros (en "Blade Runner"), mientras que el de Eric ("Eric's Theme") tiene aspecto de himno, reforzando las ideas cristianas del atleta y misionero. Ambos intentan definir a sus respectivos personajes, con los que la música consigue un estupendo simbolismo en su identificación temática. "100 Metres" es pura crudeza descriptiva (muy bien conseguida), donde se pueden distinguir los elementos electrónicos utilizados por el griego. Por su aparición en la película, y la importancia que cobra al otorgarle uno de sus versos el propio título al film, en el álbum también se publicó un tema no compuesto por Vangelis, concretamente el importante himno (un poema de William Blake) "Jerusalem", interpretado por el Coro Ambrosiano, dirigido por John McCarthy. La larga suite que toma el titulo del film ("Chariots of Fire") y ocupaba la cara B del vinilo comienza melancólica, accediendo de tal modo a las notas de "Titles" y "Abraham' Theme"; el cambio de registro le sienta bien a la principal, de la que ejecuta varias variaciones, dejando claro su papel preponderante en el soundtrack; Vangelis retoma entonces la otra gran pieza, "Eric's Theme", en un par de momentos, antes de acometer los últimos cinco minutos de la suite, combinando sabiamente luminosos teclados con una sugerente ambientalidad. La enorme repercusión de su tema principal y su capacidad de enganche y tarareo tal vez, curiosamente, le hiciera un flaco favor al resto del disco, repleto de otros momentos inolvidables pero escasamente recordados por la abrumadora posesividad del leitmotiv, que se apodera en solitario del recuerdo musical del film. Sin embargo, "Abraham's Theme" o "Eric's Theme" son otras grandes composiciones que también han sido utilizadas vivamente en radio y televisión (especialmente la segunda), y poblado recopilatorios. En cuanto a su utilización en la película, aunque fuera un notable éxito de ventas y ganara el premio más importante del año, el Oscar (que no pudo ir a recoger personalmente), la música podría haber tenido un protagonismo aún mayor. Aun así, el tema principal luce notablemente, con esa escena de inicio en la playa, que se retoma al final del film. No suena otra música del griego (sí coros escolares y religiosos, vestigios de aquella época y ambientación) hasta la aparición del escocés Eric Liddell, pero se trata de "Hymn", del álbum antes comentado "Opera Sauvage". Harold Abrahams, el otro personaje principal (Liddell y Abrahams ganaron, respectivamente, las carreras de 400 y 100 metros en esos JJOO de 1924 en París), es presentado anteriormente, en su llegada a Cambridge, pero su propio tema ("Abraham's Theme") tardará en llegar en la película, y se escuchará especialmente maravilloso anteriormente y durante la carrera de los 100 metros. Antes de la misma, "100 Metres" refleja perfectamente la tensión del momento. Unos pocos compases del tema de Eric ("Eric's Theme"), se dejan escuchar durante una carrera de 400 metros en Francia, apareciendo por supuesto también en su carrera de 400 metros. Otras músicas no recogidas en el álbum (tal vez por su componente más enérgico), también se escuchan en la película, como la que muestra el entrenamiento de los atletas norteamericanos, pero el disco quiso ceñirse a momentos más concretos y personajes, así como realizar esa especie de suite improvisada que ocupaba a cara B del plástico. Vangelis competía en la ceremonia de los Oscars con Alex North ('El dragón del lago de fuego'), Dave Grusin ('En el estanque dorado'), Randy Newman ('Ragtime') y, como partitura más conocida, la de John Williams para 'En busca del arca perdida'. Merecido más o menos, el griego se llevó el galardón, que favoreció notablemente las ventas del disco. Tres décadas después, en 2012, Decca publicó "Chariots of Fire: The Play", la música para la adaptación teatral de 'Carros de fuego', para la que Vangelis utilizaba algunas de las composiciones de aquel, además de otras nuevas. La nota negativa de la banda sonora fue la denuncia por la que el músico Stavros Logarides acusaba a Vangelis de haber plagiado en el tema principal de la película una sucesión de notas de su composición "City of Violets"; tras el juicio no sólo se desestimó la demanda sino que se demostró que el propio Vangelis ya había utilizado esas notas con anterioridad, en la canción "Wake Up" de su anterior grupo, Aphrodite's Child, curiosamente en una época en la que Logarides estuvo grabando en los estudios Nemo.

El mismo Vangelis que en la década anterior había puesto muy alto el listón de la música para documentales, lo hacía ahora en el género cinematográfico. Sea o no su mejor banda sonora (la de 'Blade Runner' tiene un lugar especial entre sus seguidores y el público en general), una gloriosa combinación de factores (agasajo de la película, un soberbio tema central de un compositor en estado de gracia, una compañía avispada que enseguida puso a la venta el disco, un momento en el que la industria de la música vendía numerosos ejemplares) hicieron de este trabajo un pequeño fenómeno, y de su canción principal una melodía recurrente, carismática, que tuvo su importante recuerdo -con el protagonismo del actor Rowan Atkinson, el conocido Mr. Bean- en la ceremonia de inauguración de los JJOO de Londres 2012. Vangelis, sin embargo, seguía huyendo de unos directos que le hubieran proporcionado más fama y beneficios. Aun así, las ventas del álbum fueron cuantiosas, en España alcanzó el número 10 en las listas de ventas, permaneciendo en ellas 20 semanas en 1982, y 2 semanas más en 1983. En 1984 alcanzó el disco de platino. El sencillo también se vendió mucho, llegando al número 18, con 7 semanas en listas. Otros países acogieron con entusiasmo esta banda sonora, que a pesar de no contar con canciones supo escalar en sus listas de éxitos, alcanzando entre otros el número 5 en el Reino Unido, el 5 en Australia, el 2 en Canadá (triple platino) o el 1 en las listas del Billboard estadounidense, donde llegaron a venderse más de un millón de ejemplares. Pero más allá de ventas, lo que no se puede negar es que este soundtrack, y especialmente su tema principal, se han convertido en algo mítico, y concretamente en una especie de patrimonio deportivo de la humanidad, en un recurrente himno de las olimpiadas o de eventos deportivos en general. Y lo seguirá siendo, porque suena tan fresco y maravilloso como el primer día.

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8.6.20

RAFAEL ANTON IRISARRI:
"A fragile geography"

Nacida con un afán experimental entre el ambient y el minimalismo que preferiblemente hay que vivir en directo, la música drone se comporta en ocasiones como una autentica tormenta, un denso rugir eléctrico que puede llegar a ser difícilmente soportable auditivamente, plagado de ruidos y efectos que tienden más a ensuciar que a embellecer el producto. De hecho, es un tipo de música que se puede a la vez padecer y disfrutar, dependiendo de cada persona o de su estado de ánimo, y es que como el minimalismo o algunas músicas étnicas (por abarcar solamente un par de disciplinas), la escucha del drone requiere una aceptación por parte del oyente. La recompensa se encuentra en saber fundirse con el sonido y el espacio, en gozar del estatismo asumiendo el poder envolvente e hipnótico de la música. Si bien los padres del movimiento se considera que son ciertos minimalistas contemporáneos como La Monte Young o Terry Riley, es altamente interesante el giro al que se ha visto sometido en este siglo XXI al fusionarse con músicas más de masas como el rock, el punk, el dark ambient y especialmente la música electrónica. Entre tantos artistas que experimentan con estos sonidos, uno de los nombres a seguir es el de Rafael Anton Irisarri.

Nacido en Puerto Rico pero criado y nacionalizado estadounidense, Rafael tiene una ascendencia dispersa, española (del País Vasco), italiana y argentina (padrastro, hermanastros, y cuñado), de ahí viene su plena conciencia anti-Trump (apoya a los que se mueven en busca de oportunidades -"no quiero vivir en un lugar aislado del resto del mundo", afirma-), un conflicto activista que puede verse reflejado en su música. Hijo de las tensiones de la electrónica del siglo XXI, Irisarri sorprendió y convenció en 2007 con su álbum de debut, "Daydreaming", de sorprendente madurez en su uso del ambiente opresivo sobre un melancólico piano. En su evolución particular, "The north bend" fue más ambiental y oscuro, el artista nos ofrecía la posibilidad de buscar figuras entre la niebla, como parecía mostrar la portada del siguiente álbum, "The unintentional sea". Fue sin embargo "A fragile geography" el punto álgido de su oscura imaginación sonora. Publicado por el sello australiano Room40 en octubre de 2015, las texturas desarrolladas en sus algo más de 45 minutos son retazos musicales de otras dimensiones, a las que este tipo de música accede en su saturación y reverberación, extremas en ocasiones. Por fortuna, en la calma, aun ensuciada, se encuentran recompensas ambientales sin igual. Tras un comienzo suave ("Displacement"), "Reprisal" es como un tsunami sónico que arrasa todo a cámara lenta, pero a partir del minuto 15 entra, radiante, una segunda ola con mayor carga ambiental, generando un ruido penetrante, una magistral lluvia ácida de título "Empire systems", enorme composición que, como un maremoto, entusiasma y asusta del mismo modo. Otros ambientes mas dulcificados ("Persistence", por ejemplo) asoman a partir de aquí, pero es en las atmósferas apocalípticas donde Irisarri provoca más y mejor, accediendo a lo mas recóndito de la mente, a otra realidad sonora en ocasiones aterradora en su falsa placidez, como en un "Secretly wishing for rain" en la que suena el aporte acústico del chelo de Julia Kent. El final (un bonus-track titulado "The outer circle") es calmado, como el atisbo de un nuevo amanecer. Por principio, hasta en lo más amable se busca el ruido controlado, circunstancia que despoja a la música de esa capa de lógica belleza, melodiosa y primaveral, que durante siglos la ha acompañado, no en vano Irisarri comenzó tocando guitarra y bajo en bandas de punk, pero su evolución le condujo hasta la electrónica, en la que ha hecho grandes amigos y con la que ha podido realizar otra de sus aficiones, viajar por todo el globo, Estados Unidos, Europa (España, por supuesto) o Australia. El proceso de composición de su arte, afirma, "es como una catarsis, un tipo de terapia, creo enérgicamente en la música como una fuente importante de curación (...) Si no estuviese haciendo música, ya estaría muerto o internado en un manicomio". Aparte de fantasmal, la música de este artista posee características visuales, descriptivas, utilizando sonidos presentes en su vida como un pintor plasma en su lienzo los colores que contempla: "Procesar una grabación de campo y usarla como fuente de sonido para una composición es lo más cercano que puedo llegar a utilizar a la naturaleza como parte de mi proceso creativo".

En 2014, tras dejar Seattle, Rafael encontró en Nueva York su espacio perfecto para desarrollar su actividad de creación y producción en el Black Knoll Studio, donde diseña, produce y remasteriza a artistas nuevos o a algunos veteranos como Terry Riley o Ryuichi Sakamoto. Esa tarea no le resta tiempo para ofrecer su propia música, cuya principal influencia literaria afirma, es el escritor uruguayo Horacio Quiroga, "su historia familiar es muy similar a la mía, empañado en tragedia desde una edad temprana, así que puedo relacionarme mucho con su obra. Él es como el Edgar Allan Poe del mundo de habla hispana". Así, tan oscura como la obra de Poe, tan temible como la de Quiroga, la música se eleva, presa de inquietantes disonancias. Su característico tipo de diseño exterior del producto, insano, es también atractivo y excitante en combinación con la propia música presentada en el interior, cada álbum es una instantánea de sus emociones presentes. Las de "A fragile geography" comenzaron depresivas cuando en el traslado desde Seattle sufrió el robo de sus posesiones, incluidos los archivos de audio, lo que le obligó a renovarse completamente. No sólo salió airoso de la traumática experiencia sino que su fruto fue uno de sus mejores trabajos, entre los que piezas como "Empire systems" pueden convertirse en uno de los grandes clásicos de la música ambiental de los nuevos tiempos.