20.6.23

ROBERT RICH:
"Gaudí"

Cualquier búsqueda de un trabajo musical dedicado a Antonio Gaudí, y especialmente titulado con el apellido del gran arquitecto catalán, nos remitirá sin duda al fantástico décimo disco de The Alan Parsons Project. No es este, sin embargo, el único álbum interesante titulado así, "Gaudí". Cuatro años después del homenaje de Parsons y Woolfson, llegó desde California la obra de un joven sintesista llamado Robert Rich, que ya había alcanzado un nombre en el panorama electrónico gracias a sus esfuerzos ambientales grabados en los Soundscapes Studios y autoeditados desde comienzos de los 80, que le condujeron irremediablemente (previo paso por Multimood Records para publicar "Numena", que supuso un primer paso hacia su sonido futuro) hasta Hearts of Space a finales de esa década. Una vez en la compañía dirigida por Stephen Hill, tras su apacible álbum de debut "Rainforest" (1989) y la enorme colaboración con Steve Roach "Strata" (1990), llegó "Gaudí" en 1991. Una de las escaleras de caracol del templo barcelonés de la Sagrada Familia, inspirada -como toda esa gran catedral- en la naturaleza, muestra su caprichosa forma que simboliza el ascenso a los cielos en la portada del trabajo, introduciéndonos en el particular mundo que durante poco menos de una hora comparten el arquitecto español y el músico norteamericano.

Ya en el memorable "Strata", Rich y Steve Roach habían dejado clara su admiración hacia otro catalán ilustre, el surrealista pintor Salvador Dalí, referenciado por numerosos artistas electrónicos desde Klaus Schulze hasta Tangerine Dream. Sólo un año después, Rich muestra su asombro ante la obra de Gaudí, y la utiliza como inspiración en su propia música, en la que afirma utilizar elementos tanto de composición como de improvisación, tal y como Gaudí combinó fundamentos matemáticos con la capacidad de improvisar. Robert desliza este comentario en el interior del disco: "Su arquitectura orgánica fluida esconde una geometría sutil; sus formas serpenteantes expresan tanto el amor por la naturaleza como el anhelo de la belleza sagrada. Este equilibrio me inspira. La música utiliza la vibración y el tiempo para expresar el espíritu humano, la arquitectura emplea la materia y el espacio; sin embargo, ambos pueden evocar emociones sin nombre, ambos pueden insinuar lo sublime". En la contraportada, Rich vuelve a anotar lo siguiente: "Los miembros rítmicos giran hacia arriba en equilibrio sobre una columna helicoidal, una melodía de color brilla entre las sombras y la luz del mosaico, la línea sinuosa revela su propia proporción líquida, una geometría de la vida". Robert utiliza sintetizadores analógicos y digitales, sampler, guitarra hawaiana y percusiones (dumbec, udu, tambor parlante, waterphone), y denomina a su sonido con el concepto inventado 'glurp'. El único músico que le acompaña en el tema "Tracery" es Pranesh Khan con la tabla. "Sagrada Familia" es ese prólogo pleno de suspense que augura una buena historia. Ecos de vientos y percusión juegan entre las piedras de la gran obra de Gaudí, esculpidas hacia el cielo. Lo ambiental y lo folclórico parecen darse la mano entre las formas naturales de torres y minaretes, tejiendo una red de sonido único en el álbum. "Tracery" es, sin embargo, el tema más conocido del disco, un amable pero intenso juego rítmico, muy acertado y evocador, con una melodía superior, derivada de su cadencioso motivo. Con él lo mismo podemos visitar el interior de la Sagrada Familia como respirar la atmósfera mágica del Parque Güell. Emparejado con él, pero sin la ayuda de movidas pulsiones, se alza "Silhouette", atmosférico, susurrante, como lo es, en mayor medida, el etéreo "Harmonic Clouds", que parece moverse hacia otras dimensiones. Rich continúa buscando y ofreciendo bases percusivas llevaderas sobre las que interactuar con notas que reclaman una atención melódica en "The Spiral Steps", antes de alcanzar la parte más puramente ambiental del trabajo, ya que "Air", "Serpent" y "Minaret" vuelven a mostrar la faceta calmada, desértica, de Robert Rich, evocativa de una inmensa soledad, si bien en "Minaret" se atisba una cierta salida hacia la luz, un encuentro con el exterior, con el mundo, simbolizado aquí con la obra del arquitecto catalán. Para acabar, "Mosaic" es la vuelta a la fuerza de "Tracery", al ímpetu celestial que se eleva hacia las alturas, al poder de la melodía que es ritmo, del ritmo que es melodía. Las voces sampleadas son esenciales en el juego apoteósico. Gran final de un trabajo que se pasa en un suspiro, una obra más que aceptable que combina las dos vertientes del sintesista norteamericano, la movida y la calmada, consiguiendo envolver con sus ambientes primarios y atrapando con lo orgánico de sus ritmos, con la extraña energía alquímica de sus construcciones, que uniendo música y arquitectura, fluyen en este trabajo con elegancia ambiental, intentando abrazar las pautas naturales del modernismo del gran arquitecto catalán Antonio Gaudí.

Tras su fichaje por Hearts of Space, Robert Rich fue tenido muy en cuenta en los años 90 como un experto en el diseño del sonido y como un compositor evolucionado, que lo mismo se movía entre sintetizadores ambientales que se salía de su zona de confort y confeccionaba álbumes en la frontera del rock progresivo o del tribalismo acústico más atrevido. Hearts of Space destaca en sus notas de prensa la interacción entre lo físico y lo metafísico, lo sensual y lo místico, lo material y lo abstracto, que supone la música de Robert Rich, especialmente en este trabajo en el que inspirado por Gaudí, afirman que "una unión equilibrada de la luz y la sombra, el poder y la sutileza, la simetría y la forma fluida, pueden desencadenar emociones que permiten vislumbrar lo sublime". Efectivamente, él siempre intenta que un sentimiento mágico se apodere de cada obra, de cada nota, y fue en "Gaudí" donde más fácilmente nos condujo a su mundo de ensueño, dejándose guiar por el encanto y la seducción de las matemáticas ocultas en esta arquitectura, conectando mentalmente lo terrenal y orgánico de creaciones tan fabulosas como la Sagrada Familia, el Parque Güell o la Casa Batlló, con lo espacial de una música que desde entonces ha continuado ofreciendo en obras electroacústicas de gran calidad, desde comienzos de siglo en su propio sello, Soundscape.

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4.6.23

WIM MERTENS:
"Jérémiades"

No hay que escarbar muy hondo en la discografía de Wim Mertens para toparnos con auténticas obras maestras en cada década de su larga producción. Dejando aparte sus ciclos, que portan algunos de sus momentos más atrevidos, este conspicuo músico sorprende a cada nuevo paso, a pesar de que su manera de componer no ha variado excesivamente con el tiempo. En efecto, la mayor sorpresa de cada novedad discográfica la constituye la instrumentación utilizada, aunque cada una de sus piezas puede ser tratada posteriormente en directo de múltiples maneras, para vientos, conjunto completo, o piano y voz. Aunque manteniendo una estela de calidad hasta la actualidad, sea especialmente recordado por trabajos como "Struggle for Pleasure" (que incluía además su gran éxito "Close Cover"), "Maximizing the Audience", "Shot and Echo" o "Integer Valor", otros de sus discos, sin razón aparente, no han equiparado su merecido interés con su recuerdo popular (el mayor olvido puede provenir del propio Mertens en sus recopilaciones), originándose alguna pequeña injusticia que es necesario enmendar, como la del trabajo "Jérémiades", publicado en 1995 por Les Disques du Crépuscule. De continua inspiración para sus temáticas en la literatura, las lecturas del belga se detuvieron en esos instantes bastante lejos de nuestros tiempos, concretamente en un documento del Antiguo Testamento conocido como el Libro de las Lamentaciones. Atribuido por judíos y cristianos sin demasiada seguridad al profeta hebreo Jeremías (de ahí el título de este disco, "Jérémiades"), contiene cinco poemas de lamentación por la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor II en 587 a. C. 

Los cinco poemas escritos presuntamente por Jeremías mucho antes de Cristo se convierten en este trabajo musical en seis piezas de piano (con voz esporádica) en las que Mertens desarrolla su irrefrenable impulso melódico, cuyos títulos son letras del alfabeto hebreo, que el autor del libro utilizaba para encabezar los versos. El pintor y grabador neerlandés Rembrandt ocupa la portada del trabajo, pero de un modo singular, ya que su oleo 'Jeremías lamenta la destrucción de Jerusalén' viene presentado como un puzzle a medio terminar. Se desconoce si esta circunstancia tiene algún significado más allá de que literatura y música casen en ocasiones como esta como un juego en la mente del pianista. Tampoco están claras las motivaciones por las que Wim escogió determinadas letras hebreas para los títulos, y el orden de las mismas, por lo que directamente habría que fijarse en la propia música y su desbordada belleza, sin más especulaciones. La pieza más larga del disco, "Kaf" (undécima letra del alfabeto hebreo), es un brillante ejemplo de cómo extender una melodía sencilla hasta una duración fuera de lo normal, hasta el punto de subyugar como una visión celestial; Wim mantiene una extraordinaria tensión durante sus 22 minutos gracias a una combinación de notas simple pero exultante prolongada convenientemente y aderezada con la garganta del belga, logrando una enervante sensación de querer más a pesar de su largo minutaje. No en vano estamos ante uno de los minimalistas más comerciales desde hace décadas. El resto del disco se mueve por terrenos de duraciones no tan largas pero en absoluto estándares. Ocho minutos y medio dura "Kof" (decimonovena letra del alfabeto hebreo), menos seria, algo así como un juego, como si otro Wim Mertens más divertido se hubiera adueñado del anterior, por su original ritmo martilleante pero refinado al que acude la voz prácticamente a su mitad, en un complemento perfectamente adecuado. "Mem" (decimotercera letra del alfabeto hebreo) es otra elogiosa y disfrutable melodía de piano y voz, que se antoja flotante en su escucha y que sí ha sido incluida en algún recopilatorio del artista, como también sonaba en compilaciones importantes como "Inescapable" (2019) la más calmada y melodiosa "Alef" (primera letra del alfabeto hebreo), una especie de conexión entre el músico y su instrumento, otra partitura destacada en este disco de altísima nota en el que es ciertamente complicado elegir un tema favorito. "Alef" inaugura, además, una segunda mitad del álbum sin el característico falsete de Wim. Sin esquema repetitivo, más bien con cambios estudiados, son los catorce minutos de "Gimel" (tercera letra del alfabeto hebreo), profundos, casi lacrimógenos, en definitiva hermosísimos. El corto final titulado "Jod" (décima letra del alfabeto hebreo) es una pequeña despedida bastante anecdótica que deja con ganas de un nuevo disco de este estilo o de disfrutar de algunos de los conciertos, también variados en sus planteamientos, de este artista que consigue aquí, durante la hora de duración de "Jérémiades", que el oyente respire un lirismo exorbitante que provoca emoción y melancolía.

En una carrera que parece no tener freno, los trabajos de piano y voz de Wim Mertens tienen vida propia, son un estilo único en el mundo de la música contemporánea. Son dos instrumentos realmente, pues la voz no nos cuenta nada, sólo ejecuta acompañamientos sin idioma definido ni sentido gramatical, no exentos de detractores como por otro lado toda su discografía, denostada por puristas o críticos frustrados. "Jérémiades" utiliza esta faceta de expresión como anteriormente había sucedido en clásicos de su discografía como "A Man of No Fortune and With a Name to Come" o "Stratégie de la Rupture", y como volverá a ocurrir en "Der Heisse Brei" o "What Are We, Locks, To Do?". Que "Jérémiades" no sea un trabajo tan recordado como otros es una circunstancia más en una trayectoria que, bien escuchada, desborda excelencia de consumo agradable (escúchese "Close Cover", "Struggle for Pleasure", "4 Mains", "Al", "No Testament", "Humility", "Their Duet", "In 3 Or 4 Days" o las más recientes "Ausgedehnt", "Ahead of Itself" o "European Grasses") y sobre la que cada oyente posee opiniones muy propias. Más arriba o más abajo en cada uno de esos listados de preferencias, lo que no cabe duda es que "Jérémiades" contiene lo que se espera de Wim Mertens, una serie de piezas básicas muy disfrutables, en esta ocasión con el piano como hilo conductor, y una voz que nos asombra, perturba o enternece, y que parte de la propia alma del artista.

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