26.2.21

DAVID BEDFORD:
"The odyssey"

Aparte de los elementos propios del campo clásico como la orquesta y el coro, el completo músico británico David Bedford recurrió a otros artificios sonoros en sus primeros trabajos grabados para el sello de Richard Branson, Virgin Records, entre ellos la percusión y la guitarra eléctrica de su joven y ya famoso amigo Mike Oldfield. La grata sorpresa que supuso "Star's end" en 1974 -uno de los primeros álbumes que aportaba la electrificación a una orquesta sinfónica-, y los grandes momentos que deparó un año después el intento de ópera escolar "The rime of the ancient mariner" -"The Rio Grande" es una de las grandes canciones grabadas por Bedford- tenían que ser refrendados en una nueva obra, un disco lo suficientemente atractivo y distinto a los anteriores como para sorprender de nuevo al abierto público de los 70. Así, David añadió un guiño comercial al nuevo proyecto, una cierta facilidad melódica, suavizando su afán experimental (de difícil escucha fueron otras obras compuestas en la época como "Nurses song with elephants", "Star clusters, nebulae & places in Devon" o "The song of the white horse") y aprovechando las posibilidades comerciales del rock sinfónico y la psicodelia, especialmente centrado en los sintetizadores. Bedford hurgó además en la literatura, una de sus pasiones, como ya lo hizo musicando el poema de Samuel Taylor Colleridge 'The rime of the ancient mariner' un año atrás, y se entretuvo con una de las historias más legendarias de la literatura universal, 'La Odisea' de Homero.

Publicado por Virgin Records en 1976, parece como si Bedford confeccionara "The odyssey" con la intención de agradar a la casa de discos, pues es un trabajo más asequible, con varios cortes de claras posibilidades comerciales en la época (dentro de la anti-comercialidad de su autor), y pensados algunos de ellos durante su creación, posiblemente, para la guitarra de Mike Oldfield. Y es que "The odyssey" huye del concepto orquestal de las obras anteriores para inscribirse en las cercanías del rock progresivo más centrado en aprovechar la sonoridad de los teclados. Bedford fue inteligente, dividió la obra en temas cortos para agradar a Richard Branson, y mantuvo la cualidad de álbum conceptual con temática literaria para contentarse a sí mismo, que por cierto aparecía en primer plano en la portada, como si fuera el mismísimo Odiseo (Ulises). Para asomar la vertiente épica en la partitura decidió acometer 'La Odisea' de Homero, poema griego del siglo VIII a. C. que narra el regreso del héroe mitológico Ulises a su casa en la isla de Ítaca tras la guerra de Troya, veinte años después de su partida. Durante este período, su hijo Telémaco y su esposa Penélope, tras creerle muerto, reciben en su palacio a numerosos pretendientes que buscan desposarla, a pesar de la reticencia de ambos. Un leitmotiv se muestra intermitentemente en el disco ("Penelope's shroud", tema recurrente que se divide en cinco partes muy cortas intercaladas entre los demás), sencillo pero efectivo en la familiaridad que logra con el oyente. Como si de un film se tratara, identificamos a Penélope con dicha melodía hipnótica y asumimos su desesperada condición (ella teje durante veinte años un sudario para el rey Laertes, padre de Ulises, pero deshace por las noches lo construido durante el día) en su carácter repetitivo. Mientras tanto, la melodía, la dimensión épica, aventurera, viene denotada por piezas tal vez no profundas pero tan acertadas melódicamente como "King Aeolus" (sobre un fondo sugestivo se alzan los teclados simbolizando los vientos con los que Eolo intenta ayudar a Ulises en su regreso a Ítaca) o "Scylla and Charybdis" (más fácilmente melódica incluso, toma realmente la misma melodía de "King Aeolus" aunque se muestra afable, heroica, envalentonada en sus cambios continuos y en su atmósfera tétrica central, que ayuda a representar el peligro de los dos monstruos marinos Escila y Caribdis). La pasional participación de Mike Oldfield en la obra desata la locura oculta en el pragmático Bedford, originando los dos cortes más radiados del trabajo, y posiblemente también los dos más destacados en su conjunto: "The phaeacian games" refleja realmente la última etapa de este periplo, aunque Bedford prefiere situarla en una posición anterior en el disco; Ulises, que está muy cerca de regresar a Ítaca, por invitación del rey Alcínoo acaba presenciando e incluso participando en los juegos feacios (un pueblo mítico de la Isla de Esqueria), donde lanza el disco de bronce más lejos que ninguno de los participantes habían logrado nunca. "The phaeacian games" es por tanto prácticamente una recreación del espíritu olímpico, un tema jubiloso, magnífico, donde aparece majestuosa la inconfundible guitarra de Oldfield en una extendida conjunción con los teclados. Algo distinta es "The sirens", donde aparece mágicamente el encanto coral característico del compositor británico (por medio del coro de chicas Queen's College, que ya se escuchaba en "The rime of the ancient mariner"), en una pieza intensa y alumbrada que parece tener vida propia desarrollándose de manera seductora, como no podía ser menos tratándose de esas criaturas mitológicas que intentaron atraer a un desesperado Ulises atado en el mástil de su barco. "The sirens" es uno de los mayores aciertos del disco, además de incluir una nueva interpretación de Oldfield a la guitarra, ésta más texturada, muy diferente a la de "The phaeacian games". Otro guitarrista se asoma en "Circe's island", el futuro miembro de The Police Andy Summers, con una guitarra psicodélica junto a percusión de copas de cristal, la voz de Sophie Dickson y el poso minimalista de los teclados, conformando un tímido carácter vanguardista del que David difícilmente puede evadirse, haciendo de esta pieza un esfuerzo postrero (aunque el trabajo no concluye aún) por retomar intereses propios, incluida esa voz femenina que posee un nuevo aire hipnótico como ya sucediera en "The sirens" (no en vano representa a Circe, una diosa bruja que intenta atrapar a Ulises y sus hombres en la isla de Ea). Para concluir el trabajo, "The battle in the hall" representa el pasaje en el que una vez en Ítaca, Ulises -transmutado en mendigo- mata en el gran salón con su arco a los demás pretendientes de Penélope. La pieza prolonga una constante tensión hasta que surge, aunque más lenta, la misma melodía de "The phaeacian games" conduciendo al oyente hasta un final feliz. "The odyssey" es un disco sencillo, con un puñado de melodías Bedford supo construir toda una obra que, en su conjunto, no deja de representar una avanzada muestra de sinfonismo épico donde late una tensión evanescente. Los teclados utilizados por el propio Bedford en la obra incluyen el sintetizador Arp 2600, sintetizador de cuerdas Stringman, piano eléctrico Fender Rhodes, piano de cola Steinway, clavinet (un clavicordio amplificado electrónicamente) y órgano Hammond, además de interpretar percusiones por medio de vibráfono, timbales, platillos, gong y copas de vino. La demostración de la presumible grandiosidad del proyecto se dejó notar especialmente en su presentación en el Royal Albert Hall londinense el 25 de enero de 1977, espectáculo definido como 'El mayor evento de teclados de todos los tiempos', que contó con la presencia de grandes figuras como Mike Oldfield, Jon Lord, Mike Ratledge, Peter Lemer o Dave Stewart, mientras que otros como Vangelis o Peter Bardens no pudieron estar a pesar de ser invitados. 

David Bedford se muestra aquí rotundo y directo, alejado de la vanguardia que había hecho de sus anteriores obras experimentos de difícil escucha. No se pretende evaluar la calidad o importancia de las obras de esta etapa, sino destacar su variedad de miras y capacidad de adaptación a todo tipo de estilos clásicos y populares, de un autor completo e injustamente olvidado. Si bien en ciertos momentos de su carrera más conocida (con "Star's end", por ejemplo) se habló de que Bedford estaba explorando áreas de composición descuidadas en Gran Bretaña, con "The odyssey" y su asomo a la comercialidad, el crítico y musicólogo Richard Witts asoció este plástico a ciertos retazos del rock de Canterbury, y el público en general iba más allá, emparejándolo con un rock progresivo más certero. Desde luego, hace décadas que dejaron de hacerse obras como éstas, partituras que forman parte de la historia de la música, pero "The odyssey" permanece en la memoria para aquel que desee acercarse a su estela y contagiarse de su epicidad, la de un trabajo conceptual que, como las grandes obras de David Bedford grabadas en la década de los 70 para Virgin Records, resuena en nuestra cabeza tiempo después de su escucha. Y continuarán haciéndolo, porque las rescataremos de vez en cuando como prueba de un estilo auténtico y excitante, que difícilmente se desvanecerá.





20.2.21

GEORGE WINSTON:
"Restless wind"

Personajes tan admirados como los grandes músicos, esos que además pueden llegar a ser un espejo en el que mirarse, pueden tener en ocasiones conductas o caracteres poco ejemplarizantes. Dejando aparte posibles delitos fiscales (Montserrat Caballé, Shakira), sexuales (muchos han sido denunciados, como David Bowie, Mick Jagger o Elton John, pero el mayor escándalo lo protagonizó Michael Jackson), acusaciones de nazismo (Karajan), episodios de violencia (James Brown, Axl Rose, los hermanos Gallagher), comportamientos racistas (Lou Reed, Miles Davis), misóginos (Ike Turner), homófobos (John Lennon, Bob Marley), accidentes en estado ebrio (Bruce Springsteen, Pete Doherty), problemas con las drogas (Keith Richards, Iggy Pop, Eric Clapton) o patologías como miedo escénico (Anthony Phillips, Adele), depresión (George Michael, Kurt Cobain) o introversión (Mike Oldfield), que pueden llegar a confundirse con mal carácter, hay que reconocer -cuando se habla tanto de ello algo de razón habrá- que muchos personajes musicales tienen simplemente una personalidad difícil o evidente mal humor, incluso llegando a ser definidos en ocasiones como, presumiblemente, malas personas. En ese poco apetecible racimo se encontrarían músicos adorados por muchos como Van Morrison, Bob Dylan, Keith Jarrett, Morrisey, Madonna, Jennifer López y muchas figuras de los últimos tiempos de escaso interés musical como Britney Spears, Justin Bieber o Rihanna. Algunos músicos de renombre clásico como Beethoven o Chopin tampoco se libraron de malas anécdotas con sus alumnos o con su público, así como un pianista genial pero absolutamente excéntrico que ayudó a fortalecer las virtudes instrumentales del sello Windham Hill con sus altas cifras de ventas en las últimas décadas del siglo XX. Su nombre, George Winston, y su pecado según algunos periodistas que intentaron entrevistarle, una actitud indiferente, de evidente dejadez hacia las cuestiones planteadas por los profesionales, con una desgana y pasotismo extremos. 

Evidentemente, conviene saber distinguir las cualidades musicales que nos ofrece cada artista, más allá de su carácter agrio o extravagante, siempre y cuando no se llegue al insulto o la agresión. De Winston siempre se ha sabido que posee una personalidad difícil, su mismo comienzo en Windham Hill llegó precedido de una insistencia cansina para que William Ackerman publicara discos de Bola Sete, luego se dejó querer por su estilo de guitarra hawaiana, y al final Ackerman tuvo que rendirse ante sus virtudes pianísticas y convencerle para explorar una carrera en ese sentido. Anécdotas como esa demuestran su excentricidad, pero su apatía o incluso mal humor vienen dictados por periodistas o por parte de su público. Mientras podamos seguir escuchando sus trabajos, a nosotros no nos debería importar en exceso, y de hecho el pianista no sólo se ha comportado así solamente en ciertas ocasiones, sino que ha demostrado, además, tener virtudes caritativas al solicitar incentivos monetarios para luchar contra causas como el covid-19, o publicando discos benéficos ("Remembrance" para los familiares de los fallecidos el 11-S, "Spring carousel" a favor de la lucha contra el cáncer en el Hospital City of Hope -él mismo tuvo que recuperarse de un trasplante de médula ósea-, o el single "Silent night" para la red nacional de bancos de alimentos). Publicado en 2019 por RCA, "Restless wind" es un trabajo que revela la buena forma de sus manos a los 70 años. En los homenajes a sus músicos favoritos, que Winston se empeña en versionar a conciencia, el pianista se convierte en un folclorista de su realidad sonora, que puede llegar a ser la de buena parte del pueblo americano. James Booker es una de esas musas musicales de George (junto a otros como Fats Waler o Henry Butler, referencias ineludibles en su obra), un reconocido pianista negro de Nueva Orleans (fallecido en 1983) que interpretaba jazz y rhythm and blues con un parche en el ojo izquierdo, que perdió en una pelea (cada vez que le preguntaban al respecto se inventaba una historia distinta). Booker es mencionado como influencia en tres de las composiciones del álbum: "Autumn Wind (Pixie # 11)" se inspira en su canción "Pixie", un tema que ya fue versionado por Winston en su disco "Gulf coast blues & Impressions - A hurricane relief benefit", si bien la pieza, espléndida y amena, viene firmada -avisando de la influencia- por George Winston. La segunda en la que aplica las técnicas ragtime de Booker es "Judge, judge", acreditada realmente a George Brooks, aunque fuera la 'emperatriz del blues', Bessie Smith, la que la hiciera famosa en 1927; también llamada "Send me to the 'Lectric Chair", mantiene muy alto el nivel del comienzo del disco. Para encontrar la tercera pieza influida por Booker hay que llegar al octavo corte, "Muskrat ramble / I feel like i'm fixin' to die rag / Stop the bleeding", un medley compuesto por tres tonadas -no se encuentra excesiva diferenciación entre ellas, realmente-, del trombonista Edward (Kid) Ory la primera, de Joseph Allen 'Country Joe' McDonald (fundador de la banda de rock psicodélico Country Joe and the Fish) la segunda, y del propio Winston la última, en la que se deja llevar en un frenesí rítmico. No hay más composiciones de George Winston en el álbum, que se limita a deslumbrar con su interpretación -que no es poco- haciendo suyas piezas de otros, algo habitual en una discografía que no pierde fuerza por esta circunstancia. El cantante de soul Sam Cook es el siguiente implicado, por medio de su canción "A change is gonna come", una especie de himno por los derechos civiles, avanzadilla social -en los 60, pero tan de actualidad actualmente- que encuentra fácil acomodo a las teclas blanquinegras. No es la única canción desprovista de letra en el disco, de hecho son bastantes los ejemplos: a continuación llega "Summertime" -el clásico de George Gershwin, Ira Gershwin y Dubose Edwin Heyward para la ópera 'Porgy and Bess'-, luego el folclore mexicano con "Cancion mixteca (Immigrant’s lament)" -de José López Alavez-, al final otro clásico country americano, "The wayward wind" -de Stanley Lebowsky y Herb Newman-, y enmedio dos ejemplos de música rock, la canción de Stephen Stills "For what it’s worth" y el retorno al universo del grupo The Doors -un icono para George, al que dedicó todo un disco en 2002, "Night divides the day"- con "The unknown soldier". Cada una en su estilo, desvelan las múltiples facetas del pianista. Dos piezas importantes restan por comentar, en esta ocasión de nuevo de origen instrumental: "The times of Harvey Milk" es una sencilla y relajante reconstrucción de la parte final del tema que Mark Isham -al que Winston había acudido con anterioridad en un par de ocasiones- creó para dicho documental que ganó el Oscar en 1985, y la sonoridad pianística de Winston no desmerece a la marcialidad acompañada de electrónica de Isham en este tema publicado originalmente por Windham Hill en su álbum "Film music", de hecho "The times of Harvey Milk" se convierte en una de las grandes sorpresas de "Restless wind", como también lo es "The good Earth", original del pianista estadounidense Jimmy Wisner, conocido así mismo por el pseudónimo de Kokomo. Así, a comienzos de los 60, tras su hit instrumental "Asia minor" de 1961 (adaptando a Edvard Grieg) publicó entre otros títulos, también como Kokomo, "The good Earth", que Winston simplifica y dulcifica de manera prodigiosa. 

Hubo un tiempo en que cada nueva obra de George Winston era esperada con impaciencia, y se convertía en un nuevo clásico, especialmente cuando las estaciones del año generaron sus grandes plásticos en la compañía Windham Hill. Décadas después se ha perdido parte de esa expectación, pero sus destellos de genialidad continúan en cada trabajo, como este "Restless wind" que se beneficia de un comienzo fabuloso y de una selección de canciones perfectamente arregladas que, como suele ser habitual en el pianista de Montana, suponen todo un viaje por la cultura norteamericana del siglo XX, adaptada al 'piano folk' del extravagante pero también extraordinario teclista, y es que los grandes discos de Winston portan una categórica perfección técnica, pero lo más importante, una enorme capacidad de seguimiento en sus melodías y armonías, completas filigranas de notas tremendamente adictivas, que en el caso de "Restless wind" fueron grabadas en el Studio Trilogy de San Francisco y producidas por George Winston junto a Howard Johnston y Cathy Econom, dos personajes de total confianza, que le acompañan en esta faceta desde décadas atrás. Él se limita a arreglar sus piezas favoritas y a tocarlas ("sólo soy un trabajador de la música", decía), nosotros a disfrutar de discos como éste.








11.2.21

W.G. SNUFFY WALDEN:
"Music by..."

Aunque bien entrado el nuevo siglo, el rumbo de la compañía Windham Hill llevara más de un lustro en claro decaimiento, aún supo ofrecer a su público algunos sorprendentes estertores de interés. Tan suculentos, de hecho, como el artista que grabó con ellos un estupendo trabajo en el año 2001, y no precisamente uno de esos músicos de siempre que aún seguían en la compañía (los únicos artistas importantes que permanecían en la misma eran los pianistas George Winston y Jim Brickman), sino un nuevo nombre, el del guitarrista americano William Garrett Walden, conocido artísticamente como W.G. 'Snuffy' Walden, cuya mayor contribución al recuerdo colectivo había tenido lugar diez años antes, cuando compuso junto a Stewart Levin en 1987 la banda sonora de la aclamada serie televisiva 'Thirtysomething' ('Treinta y tantos' en España), sobre las andanzas vitales de varios matrimonios de treintañeros en Philadelphia. Aquella música, publicada por Geffen Records, era una acertada sucesión de piezas de ambos músicos por separado (que al año siguiente repitieron la fórmula en otra serie tan mítica como 'The wonder years' -'Aquellos maravillosos años'-), uniendo sus fuerzas en la sintonía, ese maravilloso corte principal que muchos podrían recordar y tararear fácilmente. En "Music by...", Snuffy Walden guiña el ojo a esa melodía junto a otras trece, entre las que también se encuentra su merecido premio Emmy por 'The west wing' ('El ala oeste de la Casa Blanca').

Este músico apasionado por la forma de tocar de Eric Clapton fue realmente un guitarrista eléctrico durante su juventud (también podía tocar piano, saxo o trombón), pero él siempre dice que a raíz de "Thirtysomething" la gente empezó a tomarle como un guitarrista acústico. En su disco en solitario, este oriundo de Lousiana que estudió matemáticas y ciencias en la Universidad y tocó la guitarra durante esos años en un club de striptease llamado "The Cellar" ("si una chica se levantaba y empezaba a desnudarse y tú dejabas de tocar, te despedían"), donde ganaba 12 dólares por noche, parece adentrarse en terrenos algo más poperos, con aires además de blues, que los frentes folclóricos frecuentados por el creador de Windham Hill, Will Ackerman. Esto no resta interés al trabajo, Walden no necesita referencias ni espejos para desgranar una serie de piezas mágicas, algunas de las cuales provienen sin lugar a dudas de series en las que había trabajado (aparte de su Emmy por 'The west wing', Snuffy ha estado nominado en otras doce ocasiones a ese relevante premio, por músicas para otras series, incluidas 'Treinta y tantos' y 'Felicity'). Por ejemplo, el propio comienzo del álbum, "Angela smiled", se refiere a Angela Chase, la protagonista de 'My so-called life' ('Es mi vida' en España) a la que daba vida Claire Danes, aunque no se trataba del tema principal de la misma. En ella, una luminosa melodía con aires country demuestra un soberano trabajo con las cuerdas de la guitarra (Snuffy y Weldon Dean Parks), que destacan en una compleja pero sumisa instrumentación, que incluye piano, violín, viola, violonchelo, bajo y percusiones. Un comienzo inmejorable, ciertamente, para el buscador de armonías acústicas con el sello Windham Hill. "Once & again" ('Una vez más' fue la traducción en nuestro país), tras su comienzo sereno va a más, y guitarra voz (un tarareo femenino) llenan todo el espacio de una pieza deslumbrante, de gran fuerza merced también a la contundente batería desplegada en el mismo. De 'Boy meets world' ('Yo y el mundo') proviene "Sketches of Topanga" (Topanga Lawrence era su protagonista femenina), una pieza con espíritu flamenco y un cierto toque clásico (por sus arreglos orquestales) que es pura sensibilidad a las seis cuerdas, y deja clara la maestría de este veterano pero aún así desconocido compositor e intérprete. Esta pieza posee verdadera 'alma', una intensidad sorprendente en su maravillosa interpretación. "Felicity's theme" no es un tema tan recordado aunque provenga de esa serie de cierto renombre, sin embargo es un puro disfrute en sus sensuales rasgueos (guitarras de Snuffy y Parks, que colabora en nueve de los cortes del plástico) y pequeños elementos añadidos. Y como un recuerdo remanente en una generación, la entradilla de 'Treinta y tantos' fue de una conexión especial con un público que luego tal vez no se enganchó a la trama, pero que sin embargo se quedó con esa melodía que aquí ("Thirtysomething (revisited)") Snuffy ralentiza, juega con ella, sorprendiendo la primera vez (cuando te esperas aquella tonada rápida y juguetona con protagonismo también de los vientos), si bien enamorando irremediablemente al oyente al volver a escucharla una y otra vez. Por último, denominados como 'bonus tracks', las dos piezas de 'El ala oeste de la Casa Blanca', "West wing suite" y "West wing main title", con un tipo de sonido marcial a la orquesta, muy de himno norteamericano. No quedan atrás sin embargo en "Music by... W.G. Snuffy Walden" las piezas presumiblemente ajenas a series, ofreciendo algunas de ellas más momentos inolvidables: por ejemplo, es un violonchelo el que nos recibe en la más introspectiva "Love unspoken", reveladora de un mundo interior taciturno que aflora de vez en cuando en el disco. Los vientos se unen a la fiesta más adelante, en otro ejemplo de pieza completa con elementos orquestales que se conjugan con la sempiterna guitarra. De acierto en acierto, llegamos a una de las sorpresas del disco, "Turtle bay" (que es un barrio de Nueva York), tonada grácil pero de gran rotundidad, que posee una cierta familiaridad. Sencillamente deslumbrante, su luz descubre a un músico fantástico. En "Eugenes ragtop", de nuevo las guitarras nos acercan al country norteamericano y al bluegrass. Acto seguido, "New York/Melting Pot" combina la acústica con la eléctrica, así como orquesta, flauta y batería, con buen resultado y más fuerza, y viene a demostrar que no hay temas de relleno en un disco muy completo, en el que incluso disfrutamos de un cierto asomo a un estilo mediterráneo en "Room with a view". "Big city" es otra melodía potente con mucho de blues y rock, buena música con aspecto de sintonía, al estilo tanto de las suyas propias como de aquellas inolvidables de Mike Post. Y antes de los 'bonus tracks', "Alone" es una nueva interpretación magistral, única pieza en el disco en la que Snuffy interpreta la guitarra de manera desnuda y auténtica, recordando a aquellas inolvidables muestras que en esta misma compañía, 25 años atrás, registró aquel visionario llamado William Ackerman. Este tema formará parte del sampler de Windham Hill "Ambient acoustic", y "Angela smiled" del promocional "A Windham Hill Sampler (25 Years Windham Hill)". "Music by... W.G. Snuffy Walden" es un disco enorme, este músico toma sus melodías y realiza una suerte de recuerdo de sus mejores momentos en esta fabulosa semi-compilación en la que no se limita a hacer una simple limpieza del producto, sino que lo reestructura, lo vuelve a interpretar de una manera más íntima con su instrumento primordial, aflorando una especie de sentimiento primario, el verdadero espíritu de esas guitarras que colecciona ("probablemente tengo unas 40 guitarras y me siento culpable por no tocarlas lo suficiente").

"Music by..." no era realmente la primera incursión de Snuffy Walden en la compañía de Palo Alto, ya que dado el interés de la misma, había aparecido en los últimos años en alguna de las típicas compilaciones del sello, especialmente en las de temática navideña, como "A winter's solstice VI" (con la melancólica "Yesterday's rain"), "Celtic christmas III" ("Sails of Galway", de aspecto antiguo), "Celtic christmas IV", "The carols of christmas II", "A celtic christmas: Peace on Earth" o "A jazz christmas". "The ultimate mood collection" y "Here, there & everywhere - The songs of The Beatles" también acogieron melodías de este guitarrista, pero animada y sorprendente es su participación en "Summer solstice 2" ("Crusin' Negril"), así como la pieza de estupenda interpretación "Who lives up there" presente en el muy interesante "Sounds of Wood & Steel". "Music by... W.G. Snuffy Walden" es sin embargo toda una tentación, un trabajo completo y maravilloso que demuestra la valía de un guitarrista en plena forma que lamentablemente no contó con continuación en una Windham Hill a la baja, pudiendo publicar al menos la banda sonora de 'The west wing' en Varèse Sarabande. "Mi trabajo principal es apoyar la naturaleza dramática de la película y crear una atmósfera de credibilidad e implicación, para que el espectador pueda sumergirse en sus propias emociones sobre lo que está sucediendo en la pantalla. Si mi música te saca de la película, lo he hecho mal". Sin duda, a lo largo de su carrera, y parte de ella se disfruta en este disco, William Garrett Walden lo ha hecho de manera inmejorable.












5.2.21

TORTOISE:
"Millions now living will never die"

De los cimientos del rock underground de Chicago nació en 1990 Tortoise, una banda radicalmente distinta a lo que dictaban las normas de la época. Su desafío iba a ser tan importante como poco reconocido por la industria, ya que desde su primer trabajo, "Tortoise" (en 1994), accedieron a un sistema distinto de ritmos y melodías prácticamente sin voces, un despliegue sonoro más propio de un submundo en el que se unían propuestas tan lejanas como el jazz, lo indie, el rock experimental y el minimalismo, básicamente el soundtrack de una película independiente con buenas críticas pero con poco público en las salas. Con discos como ese y canciones tan especiales como "Ry Cooder", no se sabe bien si acababa atrayendo más su atrevimiento o su ejecución (con un sorprendente despliegue de instrumentación en la que bajos, teclados y percusiones acaparaban el protagonismo), y lo que se puede afirmar sin duda es que se habían depositado muchas esperanzas en el siguiente trabajo de la banda, un "Millions now living will never die" que sólo tardó dos años en llegar, tras un extraño álbum de remezclas de su debut titulado "Rhythms, resolutions & clusters".  

John McEntire, Dan Bitney, John Herndon, Douglas McCombs y Bundy K.Brown fueron los encargados de presentar al mundo aquella ópera prima, especie de cuaderno de notas que condujo al definitivo "Millions now living will never die", para el cual abandonó el grupo Bundy Brown y entró David Pajo (aunque enseguida lo dejó por su banda Aerial-M). Publicado por la compañía independiente estadounidense Thrill Jockey en 1996, ya se trataba éste de un álbum sólido, una obra en la que perduraba la esencia atrevida, experimental, sobre la que traslucían las bases del rock y jazz, un material denso por momentos que enseguida fue acogido en el saco del conocido como post-rock. Afirman ellos que un corto retiro 'idílico' al norte del estado de Vermont posibilitó la inspiración para un disco cuyo título (algo así como 'Millones que ahora viven nunca morirán') no tiene ningún significado especial: "lo usaron los adventistas para una gran campaña en la que buscaban nuevos feligreses para su iglesia. Tiene que ver con todo el rollo del apocalipsis y tal, pero no tenemos nada que ver con los adventistas". En este cierto clima de confusión, conceptual y estilística, llegó este esperado álbum, en el que John McEntire ejerce de líder de la banda por su acreditación de grabador y mezclador del mismo, aunque no se especifica si la producción es individual o conjunta. Desde los primeros segundos se descubre a una banda fuera de lo normal, que busca caminos nuevos y hurga en sonidos poco dispuestos a la complacencia de las grandes emisoras. El rock y lo jazzy se funden en los primeros minutos del largo tema "Djed" (que ocupa toda la cara A del vinilo, otra circunstancia desafiante), corte poseedor de una efervescencia propia de un buen DJ, mediante el que el oyente entra en una experimentación accesible en la que lo electrónico es más que un recurso, es un camino que sabe tanto arrancar matices golosos (donde el drum and bass es una influencia admitida, pero también abruma el concepto minimalista de las marimbas) como exasperar en pasajes de sonoridad corrupta bien encauzada (sonidos que se cortan, se desintegran, se perturban), asomándose incluso a mundos más propios de mitos del krautrock. De este modo, explorando en paisajes distintos, esa primera composición del álbum se hace incluso corta. "'Djed' está formada por distintos segmentos unidos. Hicimos catorce mezclas distintas con ellos hasta configurar una pieza de 20 minutos, una especie de collage (...) Poner 'Djed' al principio del disco es una prueba para el oyente". La cara B presenta cinco intentos melódicos a tener en cuenta. "Glass museum" se decanta por la ligereza de unas guitarras soñadoras -un elemento ausente en su primer álbum- sobre las que vuelan líquidos vibráfonos asomado al balcón del jazz, con una contundente batería. "A survey" vuela libre a continuación, sin posible definición más allá de la vanguardia del post-rock jugando con varios bajos. "The taut and tame" encuentra su camino diferente, siempre elegante, en la conjunción de aparente improvisación entre cuerdas, percusiones y efectos, una experimentalidad electrónica que en "Dear grandma and grandpa" deriva hacia un sonido retro (con secuenciador analógico) envuelto en una atmósfera, por decirlo así, drogada. "Along the banks of rivers" es el final que todo lo une y que deja ganas de vislumbrar los siguientes pasos del conjunto. El 'todo vale' ha originado grandes momentos en la historia de la música rock desde el krautrock hasta ciertas propuestas electrónicas de digestión dura, o incluso algunos himnos punk. Tortoise es otra de esas sorpresas en cuya propuesta parece que no haya cortes ni límites, y aunque lo que se escuche sea difícil de catalogar, es fácil de escuchar y de disfrutar, es el suyo un sonido espontáneo y orgánico, que parece beber de una cierta improvisación más o menos tradicional, en la que se han añadido elementos electrónicos y un riesgo fuera de toda duda.
 
Los de Chicago son una de esas bandas fetiche en el saco del post rock, una denominación de la que no huyen pero que tampoco parecen aceptar sin matices en su trayectoria ("las etiquetas no funcionan con nosotros -decían-, supongo que somos un grupo de fusión, una mezcla absoluta, pero lo nuestro no es la fusión virtuosa"). La ausencia de letras ha impedido a este conjunto alcanzar altos niveles de conocimiento entre ese público perezoso que no buscaba sino que esperaba a que la radio o la televisión le dijeran lo que tenía que escuchar o comprar. Tal vez por eso no sean más conocidos, aunque posiblemente no necesiten serlo. Algunas ediciones japonesas de "Millions now living will never die" incluían varios cortes adicionales, "Gamera", "Goriri", "Restless waters" y "A grape dope", donde seguir disfrutando de su emocional fusión de rock, jazz, dub, ambient y minimalismo, un refrescante cóctel que no se acaba -el grupo sigue en activo- y que continuó en 1998 con su siguiente álbum, "TNT", que es también de los más aclamados por la crítica.