27.11.20

CAPERCAILLIE:
"To the moon"

Ya advertía Donald Shaw que el momento de auge de la música celta en las últimas décadas de la pasada centuria entrañaba también algún riesgo, porque las modas vienen y van sin poder luchar contra ello. No sería una banda tan emblemática como la que fundara el propio Shaw en 1984, Capercaillie, la más perjudicada en ese caso, pues ellos ya se habían forjado un nombre que era sinónimo de calidad y tradición, pero también de modernidad: "Queremos llegar al mayor número de gente posible. Somos un grupo de música tradicional, pero que también sabe tocar música de su tiempo". Efectivamente, el acercamiento de su música a los nuevos tiempos en la década de los 90 fue progresivo, con el punto culminante de un trabajo con ritmos funk titulado simplemente "Capercaillie", del que no quedaron nada satisfechos, y con el que a la vez bucearon en nuevos sonidos y confundieron a su público, que venía de adorar el superventas "Secret people". Ellos nunca se habían separado de sus raíces, de su cultura, en una evolución en la que el inglés fue usurpando poco a poco el sitio al gaélico escocés, la lengua materna de Donald y de su mujer, Karen Matheson, la espectacular voz de la banda. En este momento, para acabar de impulsar la creación de su nuevo disco, llegó otro proyecto audiovisual (ellos ya habían puesto su espectacular sello en documentales tan loables como "The blood is strong") que les volvió a motivar especialmente, la película sobre ese personaje considerado como el Robin Hood escocés, 'Rob Roy, la pasión de un rebelde'.

Dentro de esa curiosa iniciativa cinematográfica de que los estudios importantes rueden casi a la vez películas de temáticas parecidas para competir entre ellas (sobre Cristóbal Colón o Wyatt Earp en esa misma época, por ejemplo, o sobre hormigas animadas o asteroides que van a chocar contra la Tierra unos años después), los héroes nacionales escoceses tuvieron su lucha particular en la taquilla en las figuras de William Wallace ('Braveheart') y Rob Roy MacGregor ('Rob Roy'). Ambos soundtracks eran espectaculares, obra de James Horner el primero y de Carter Burwell el que aquí nos ocupa, ya que 'Rob Roy' incluía canciones con la participación de Capercaillie, plasmadas además en el CD de la banda sonora, concretamente "Hand earth" (con la voz de Karen Matheson), "The gaelic reels", "The blunt reels" (ambas escritas por el grupo), y los tradicionales "Ailein duinn" (canción en gaélico que entró en el top 40 del Reino Unido), "Theid mi Dhachaigh (I'll go home)" y "Morag's lament". El grupo, además, apareció como figurantes en la película, tocando "Ailein duinn" mientras bailaban los protagonistas, Liam Neeson y Jessica Lange. Ese proyecto retornó los intereses del grupo por un sonido más antiguo, y eso condujo hasta "To the moon", trabajo con más folk que pop, que incluía algunos de los cortes del film. En su web se comenta así: "La banda pasó la primera parte de 1995 escribiendo música y apareciendo en la película de Hollywood 'Rob Roy', y luego comenzó a trabajar en el álbum. Pidieron la ayuda de Fred Morrison, el gaitero campeón escocés, y el sonido de la banda dio otro gran paso adelante. El álbum contiene 'Ailein duinn', el tema principal de 'Rob Roy' que presenta al renombrado gaitero Davy Spillane, y 'Claire in heaven', una poderosa canción de Manus con una sección instrumental electrizante de Charlie McKerron en el violín, Marc Duff en el tin whistle y Fred en la gaita". Efectivamente, dos tipos de gaita sonaban en el trabajo, especialmente la escocesa highland pipe intepretada en varios temas del disco por Fred Morrison, y la irlandesa uilleann pipe, que toca Davy Spillane en "Ailean duin". "To the moon" comienza con su tema homónimo, que integra los tradicionales "A nighean donn" y "A ghealaich", y sin ser ni de lejos la mejor canción del disco, anticipa las intenciones modernizantes de la tradición escocesa que preconiza esta banda desde años atrás. Con "Claire in heaven" llega ya la excelencia instrumental (la vocal está presente en todo el álbum), en una canción muy amena -en el tono más actual y joven de la banda- de Manus Lunny que no tiene continuidad en su otra pieza del álbum, "Níl Sí NGrá". Aparte de los mencionados Morrison y Spillane, y las contribuciones de Marc Duff (flauta, bodhrán), Ray Fean (batería) y Wilf Taylor (percusión) -dos percusionistas que sustituyen temporalmente a James Mackintosh, ocupado en los comienzos de su otra banda, Shooglenifty-, el grupo estaba constituido oficialmente por Karen Matheson (voz), Donald Shaw (teclados, acordeón, voces), John Saich (bajo, guitarra, voces), Manus Lunny (bouzouki, guitarra, bodhrán) y Charlie McKerron (violín). El disco continúa con el buen ritmo y frases en español de "Why won't you touch me", aunque se trata de una fusión difícil con nuestro idioma (la idea fue de John Saich), que protagoniza el título de la bailable, amena y simpática "La paella grande". Aunque el trabajo comienza dubitativo, con un primer tramo balsámico en la medida que lo es la voz de Karen Matheson, su interés general va aumentando conforme pasan las canciones, hasta llegar a un momento en el que te das cuenta de la enorme calidad de una banda que hace fácil lo difícil y, aún con una cierta perdida de su chispa inicial, mantenía una corrección innegable, con instantes de enorme clase, un aluvión final de canciones que reflejan una enorme personalidad. Por ejemplo, "You" es una deliciosa canción que parece recrear sonidos pasados del grupo, un guiño que también se nota en la desenfadada "The crooked mountain". Más comprometida es "God's alibi", bellísimo tema sobre la fe puesta a prueba que escribió Donald en Macedonia, reflexionando sobre las creencias de un pueblo al que parecía que Dios había abandonado. El gaélico regresa entonces con "Fear-Allabain" (armonías vocales de señales antiguas con la música celta del siglo XXI, el gustoso contraste que ofrece esta banda) y la espectacular canción de la película 'Rob Roy', un "Ailein duinn" que es sin duda el mejor tema del álbum, con profundidad, aroma tradicional y una gran interpretación, con especial atención a la uilleann pipe del gran Davy Spillane. Antes del tramo final del trabajo, "Rob Roy's reels" son algunos de los reels presentes en la película, necesarios aquí aunque tuvieran su propio disco con la banda sonora. "The price of fire" es una canción romántica que se asoma a lo celta por la instrumentación, pero bien podría pertenecer a repertorios de artistas pop de renombre. Sin duda, otra de las mejores piezas del disco que, como contraste, culmina con un buen final instrumental, "Eastern reel", para recordar al mundo que Capercaillie es una banda folclórica de repertorio tradicional escocés.

Survival Records publicó "To the moon" en 1995, disco que dio paso a lo que ellos llamaron 'la gira que no acaba nunca', aunque estar en la carretera fue su condición natural durante estos años de bonanza. De curiosa capacidad de enganche conforme avanzan sus canciones, "To the moon" es una obra especial, muy agradable, que arrastra lo bueno de la etapa anterior del conjunto aunque no pueda llegar a superarla. Aun así, es un album fresco y acertado, y muchos de sus cortes presentan un encanto arrebatador desde sus raíces -aunque predominen las canciones en inglés-, con el acierto del añadido de los temas de 'Rob Roy, la pasión de un rebelde'. Además, y como primer acercamiento a nuestro país -dos años después grabarán parte de su trabajo "Beautiful wasteland" en Ronda (Málaga)-, en "Why won't you touch me" chapurrean algo en castellano, y "La paella grande" presenta un titulo rotundamente español. A partir de este momento, Karen Matheson iba a proponer una serie de dicos en solitario (absolutamente recomendable el primero de ellos, "The dreaming sea") a la par que seguía su importante contribución en Capercaillie, banda que iba a continuar su acertada actividad ("Nadurra" y "Choice language" son otros de sus títulos importantes), si bien sus trabajos dificilmente iban a alcanzar las cotas hasta aquí presentadas.

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20.11.20

ROGER ENO:
"Voices"

Si en lo musical recuerda por algo el público el apellido Eno, es especialmente unido al nombre de Brian, por el atrevimiento, la innovación y la trascendencia que supuso la trayectoria de este multiartista, desde su paso por Roxy Music a sus colaboraciones con multitud de artistas de renombre, y por supuesto su obra en solitario. Brian Eno no es sin embargo el único músico de la familia, de hecho no le andan lejanos los méritos de su hermano Roger, once años más pequeño que Brian, que comenzó su andadura musical en una gran obra en colaboración con su propio hermano y con el productor Daniel Lanois, "Apollo: Atmospheres and soundtracks". Corría el año 1983, y ese enorme bautismo musical fue el comienzo de una larga carrera plena de interés, y es que Roger Eno es otro de esos artistas limítrofes, que se asoman indistintamente por varios frentes del panorama musical con una capacidad de creación libérrima. Lo mismo asombra con un estilo ambiental, como por un desparpajo inusual acercándose a la música de cámara, o con canciones englobadas en un pop avanzado, reflejo todos ellos de gloriosas inquietudes derivadas de ídolos varios, pero esencialmente del encuentro en la adolescencia con la obra de Erik Satie: "Sus trabajos esqueléticos y escasos me mostraron que no se necesita una inmensa técnica académica para escribir música hermosa". 

Como Mike Oldfield cuando grabó las primeras demos de "Tubular bells", Roger comenzó a experimentar ensamblando sonidos y melodías con una vieja cassette que le había cedido su hermano Brian. Aparcando por el momento esas ideas primigenias, sus pasos avanzaron por pequeños proyectos de folk, jazz o incluso punk, y acabaron posándose en el campo de la musicoterapia. En efecto, en la época en la que colaboró con su hermano y con Daniel Lanois en "Apollo: Atmospheres and soundtracks", Roger estaba dedicado a esta disciplina en un hospital psiquiátrico. Enseguida llegó "Voices", que se apoyaba en cierto modo en esa labor terapéutica, y que contaba así mismo con la producción de Lanois, que quiso apoyar así al otro Eno, en el que veía grandes posibilidades. Publicado por Editions EG en 1985 (con un primer prensaje en CD en 1990), "Voices" es un trabajo relajante, de corte atmosférico muy parecido a lo que en esa época comenzaban a presentar Tim Story, Raphael o Harold Budd, sin olvidar al propio Brian Eno, que con su "Ambient 1: Music for airports" inauguró toda una denominación, continuada con presteza en otras muestras de su arte como "Ambient 4: On land". Una encantadora melodiosidad envuelve el resultado, once composiciones cortas de lo que algunos han calificado como piano meditativo, muy sencillas y nada presuntuosas, pero plenas de un romanticismo que engancha sin remedio, ahondando en la idea de 'deriva', una evasión mental que incluye todo lo que rodea al compositor, como caminar o ir en bicicleta (una banda sonora de su vida, realmente), dejando que esos momentos -esas 'voces' en el tiempo- sean parte de la inspiración de un álbum concebido como "una colección de ideas estrechamente relacionadas, elementos que concurren entre sí y, por lo tanto, crean un todo". El todo es sencillamente divino desde el comienzo, "Through the blue", sin duda una atmósfera muy destacada, atrayente, de aparente sencillez pero trabajada en su estructura de ambiente de fondo, melodía al piano y aderezos complementarios. La música se prolonga en el espacio, difuminando las nubes en atmósferas relajadas como "A paler sky", una nueva pieza sencilla, repetitiva, capaz de aflorar recuerdos, que Roger podría haber prolongado más en el tiempo (mucho más, de hecho); en efecto, qué fácil sería alargar esas gratas melodías y conformar el trabajo con sólo cuatro o cinco de ellas, pero este músico propone sus construcciones en duraciones de entre 3 y 4 minutos, en un alarde de rectitud y dignidad. "Evening tango" tiene menos poesía, pero la misma fuerza y seguridad. Las escasas notas con las que este artista construye puentes en el aire, beben especialmente de las fuentes impresionistas personificadas en el mencionado Satie, y con menos carga ambiental, "Recalling winter" es un claro deudo del francés. No hace falta escarbar mucho para notar la influencia de este eminente compositor en toda la obra, especialmente visible en composiciones como ésta, o en "Reflections on I.K.B.", otro remedo del autor de las célebres 'Gymnopédies', aquí con fondo flotante. A continuación, "Voices" es el segundo corte importante del disco, una onírica preciosidad que te lleva volando, entre las nubes, allá donde desees, y que lamentablemente dura poco más de dos minutos que se pasan, precisamente, volando. "The old dance" es otra pieza flotante, muy en la onda que pulula entre la new age y la banda sonora, que como indica su título posee un toque de folclore antiguo, muy druídico. No hay que estar muy atento para ver la sencillez de un disco sin excesivas pretensiones pero un poderoso espíritu, que provoca algo subliminal en el oyente dispuesto. En su tramo final siguen conviviendo esas líneas de teclado elementales, ingenuas, que parecen espontáneas, casi improvisadas, como "A place in the wilderness", "The day after" (variación aún mas sencilla de "Voices") o "At the water's edge", secuencia que bien podría pertenecer a los discos seminales de su hermano Brian. El final, "Grey promenade", es un desasosegante tema de piano algo más desarrollado, de este autor que prefiere atmósferas a imágenes, poemas perfectos en su simplicidad que novelas extensas con tramas diversas en las que el público puede perder la idea original, la chispa de la que nació la obra. 

Posiblemente sea en las músicas de Tim Story y de Roger Eno donde mejor se respira la ingravidez de la música ambiental con alta presencia melódica, el sentimiento de estar flotando durante la escucha de unas composiciones impolutas y de relajante intensidad. Es definitivamente el triunfo de la sencillez, y "Voices" es una etérea delicia para relajarse y disfrutar de un sonido sin sobresaltos, aunque posiblemente demasiado poco profundo para los que quieren encontrar animados incentivos en la música. Si estos últimos no escarban en la obra futura de Roger Eno se perderán otras estimulantes facetas de este compositor que, en vivo, utiliza otros tipos de arte en relación con su música, especialmente instalaciones visuales que acrecentan su poder hipnótico, con ciertos elementos musicales azarosos grabados previamente, que mantienen atento al espectador. Y los que disfrutan con un relajante paseo dejándose acariciar por la brisa y contemplando bien las nubes o bien las estrellas, pues los horarios no importan en la felicidad, estarán etérnamente agradecidos al pequeño de los Eno por trabajos tan esenciales como este "Voices".

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12.11.20

CUCO PÉREZ & LUIS DELGADO:
"Circus (La música en el circo)"

Antiguamente, tan solo el anuncio de la llegada de un circo a una ciudad o un pueblo era un auténtico fenómeno en la vida de sus gentes y un derroche de ilusión y fantasía para todos, niños y no tan niños. Eran otros tiempos, evidentemente, pero en la actualidad la publicación de proyectos como esta suerte de compilación de músicas circenses titulada "Circus", también logra despertar una extraordinaria ilusión en el seguidor de las propuestas musicales diferentes y atractivas. No en vano la temática escogida por Cuco Pérez y Luis Delgado es mágica, alentadora, y en este caso esos nombres implicados son un derroche de calidad y excelencia en muchos ámbitos musicales en nuestro país, dos auténticos todoterreno de lo folclórico, colaboradores de decenas de nombres conocidos, y miembros pasados de bandas de excepción como Nuestro Pequeño Mundo, Radio Tarifa (Cuco), Imán, Babia, Finis Africae (Luis), o La Musgaña, donde ambos coincidieron. Cuco grabó además su único trabajo en solitario, un delirio de acordeón titulado "Cambiando el paso", en el mítico sello de Luis Delgado 'El cometa de Madrid' en 1990. Juntos, han actuado en directo en dos proyectos fundamentales, 'Música de cine' (junto a Diego Galaz, un paseo por melodías emocionantes del cine del siglo XX como 'El padrino', 'Amarcord', 'La pantera rosa', 'El golpe' y muchas más, incluso algunas otras presentes en el disco que nos ocupa), y 'Circus', que dio origen a este CD titulado "Circus (La música en el circo)", grabado y mezclado en el estudio del Museo de la Música de Urueña en octubre de 2013, y publicado ese mismo año por el propio Museo de la Música de Urueña (MU), localidad vallisoletana en la que Luis Delgado expone su colección de instrumentos.

Destaca Rafael Torres en la introducción al completo libreto del CD que "no existe la música de circo, pero sí la música del circo, que puede ser cualquiera siempre que alcance no ya a subrayar, sino a suscitar, la emoción". Este folleto es un completo estudio de Luis Delgado (en él se basa principalmente esta crítica) sobre esas músicas que, más allá de redobles y efectos, han apoyado desde hace siglos a las diversas manifestaciones del arte circense, muchas de las cuales quedan reflejadas en el propio CD. No están aquí las características marchas de John Philip Sousa (conocido como el Rey de las marchas), transportadoras -nos recuerda Luis- a las antiguas cabalgatas de los artistas publicitando la llegada de un circo a la ciudad, pero sí comienza el mismo con la atemporal melodía de "Entry of the gladiators" que el checo Julius Fucik compuso fascinado por la antigua Roma, y que se ha convertido en un auténtico icono del espectáculo circense, que todos -lo sepamos o no- conocemos y podemos silbar. No se sabe con exactitud qué música acompañaba a los espectáculos ecuestres del jinete militar Philip Astley, considerados origen del circo a finales del siglo XVIII, pero en el XX se popularizó en esa disciplina la "Danza húngara nº5" de Johannes Brahms, que Cuco y Luis adaptan, haciéndonos llegar su ritmo trepidante. Lo exótico acompaña al circo desde la llegada de magos orientales, acróbatas chinos, jinetes mongoles o faquires Indios en el siglo XIX, muchos de los cuales acabarían siendo, con el tiempo, occidentales disfrazados. Luis Delgado dedica a todos ellos, auténticos o no (pero siempre artistas) su composición "La garza blanca", de tintes orientales, donde de su impresionante colección de instrumentos utiliza el bawu (flauta de caña china) y el guzheng (especie de cítara china). La segunda pieza de Luis en el disco es la teatral y estimulante "Pasaje Berthaud", donde la zanfona dialoga con el acordeón, y que está dedicada a la memoria del desaparecido Teatro de Autómatas de Gonzalo Cañas. Los trapecistas (rusos, concretamente) están representados en el disco por "Noches de Moscú", canción del soviético Vasily Solovyov-Sedoy, para la que el acordeón encuentra un soñador acomodo sustituyendo a la letra. Aunque en los últimos tiempos la polémica rodea a los espectáculos con animales domesticados, estos fueron hasta hace bien poco una de sus grandes atracciones, con osos, focas, leones, tigres y domadores famosos, y por supuesto los elefantes, que estos músicos recuerdan con la eterna tonada de Henry Mancini "Baby elephant walk". También a los domadores de felinos dedican un poco más adelante la conocidísima "Danza del sable", del armenio Aram Khachaturian, uno de esos momentos de enorme peligro en la pista y dinamismo en la música, que se presenta igual de animada en la suite dedicada a los especialistas ecuestres que engloba tres enormes piezas de películas, "El bueno, el feo y el malo" (de Ennio Morricone), "Bonanza" (de Livingstone & Evans) y "Los siete magníficos" (de Elmer Bernstein), donde entre otros muchos instrumentos Luis interpreta la característica guimbarda (o arpa de boca) y Cuco los silbidos. Al respecto, Luis Delgado cuenta en el folleto la muy interesante historia del circo de Buffalo Bill, y su paso por Europa y por España, donde la viruela y la gripe se cebaron con la compañía en Barcelona. El disco se sigue nutriendo de enormes clásicos de la música clásica y popular, relacionados de algún modo con el circo. Así, "O, mio babbino caro" (de Giacomo Puccini) está dedicada, en general, a los músicos del circo, y la "Gymnopédie nº1" (de Erik Satie) a los hipnotizadores, concretamente al misterioso José Mir Rocafort, que actuaba con el nombre artístico de Profesor Fassman. En estas dos piezas se utilizan dos instrumentos poco usuales, cuyo interés y cierta sorpresa son mucho mayores al contemplar este espectáculo en directo: en el segundo, Luis utiliza el theremin, instrumento electrónico de sonido fantasmal que no se toca con las manos sino que recoge las vibraciones del aire y las convierte en sonido; en el tema de Puccini, Cuco interpreta otro curiosísimo instrumento ligado estrechamente al circo, el serrucho musical, un auténtico serrucho que el intérprete coloca entre sus piernas y toca con un arco, jugando con la posición y el doblez de la herramienta. Instantes como éste poseen, en los directos, una magia de recuerdo imborrable. Dos composiciones restan por mencionar, una de ellas dedicada a los circos de pulgas (con y sin ellas, especifican), la pieza de Maurice Jaubert "À Paris dans chaque faubourg", en la que podemos escuchar una caja de música manejada por papeles perforados. Por último, y en este auténtico museo de la nostalgia, no podía faltar un último recuerdo a los verdaderos animadores del circo y creadores de sonrisas, los payasos, así como a los más veteranos oyentes de este álbum, con el inmortal "Había una vez un Circo", de Emilio Aragón Bermúdez (el gran Miliki), que tantas sonrisas y alegrías hizo aflorar en más de una generación. En la mejor tradición de los álbumes temáticos de sellos como el imprescindible Windham Hill, "Circus" va más allá de la simple reunión de piezas, por su extraordinario nivel de documentación y explicación. Cuco Pérez aporta especialmente su acordeón, así como piano órgano hammond, serrucho musical y silbido. Luis Delgado interpreta zanfona, glockenspiel, balalaika, mandolina, guitarra, guimbarda, bawu, guzheng, bajo ashbury, caja de música, theremin, percusiones e instrumentos virtuales.

Jaime de Armiñán, en "Biografía del circo" (Pepitas de calabaza ed., 2014, aunque editado por vez primera en 1958), planteaba el conflicto: "¿Quién sirve a quién?, ¿la música al circo o el circo a la música?". Añade aquí Luis Delgado que "el más bello de los espectáculos visuales -como afirmaba Teophile Gautier en el siglo XIX- lo sería mucho menos si no estuviera apoyado en todo momento por la música". Y es que no se comprende un circo sin música, como no se escapa nunca, especialmente si el encontronazo se ha dado en la niñez, el recuerdo de esas mágicas imágenes asociadas a tan fabulosos sones. Luis Delgado y Cuco Pérez contribuyen notablemente a avivar esas vivencias por medio de esta suerte de recopilación de episodios circenses, en su mayoría de acertada remembranza e interpretación. Y es que el proyecto tenía doble cara, no es excesivamente difícil, tras una cierta revisión temática, recopilar una serie de temas adecuados al mundo del circo, pero era necesario acertar con el tratamiento y no caer en clichés ni infantilismos. En su concepción, Delgado y Pérez (tras años de correrías, se agradece especialmente la compenetración de estos dos grandes músicos) nos transportan por igual a aquellas históricas carpas como nos dan una lección de historia de los instrumentos musicales asociados a este glorioso mundo circense, que aunque haya perdido su carácter de entretenimiento único, siempre continuará alegrando las caras de grandes y pequeños tanto en carpas reducidas de los circos de siempre que aún sobreviven no sin dificultades (y que es necesario seguir apoyando), como en los macroespectáculos con grandes medios y una grandiosidad que ha trascendido el concepto de espectáculo, por ejemplo las enormes (y también recomendables) propuestas del Circo del Sol.

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4.11.20

DISSIDENTEN:
"Sahara elektrik"

Si atendemos a que una etnia es un conjunto de personas de procedencia común, la denominada como música étnica sería cualquier música sobre la faz de la Tierra que provenga de la tradición de los pueblos de la misma, y sea utilizada en sus costumbres, fiestas o religiones. Así entendido, se trataría realmente de toda música tradicional del mundo, al igual que sucedería con el término world music, donde lo mismo podríamos hablar del flamenco como de los cantos rituales de los indios americanos o de los coros de voces búlgaras. Profundizando en esta paradoja, se entraría además en cuestiones difíciles de entender o de explicar, como las curiosas coincidencias de estilos, que nos hablarían de lejanísimas procedencias comunes en el tiempo de las músicas tradicionales de pueblos muy distanciados kilométricamente. Dejando estas cuestiones para otro tipo de estudios históricos, geográficos o antropológicos, un paso adelante en lo musical constituye la interactuación, de igual a igual, entre pueblos. No hablamos de que se incorporen ciertos elementos hindúes o africanos en la música pop anglosajona, o que se deslicen cantos gregorianos en obras destinadas a la música electrónica o de baile, sino de que músicos de países lejanos colaboren en un mismo producto de interacción de elementos. Posiblemente el éxito del álbum "Graceland" de Paul Simon fuera el acicate para la instauración de la world music, pero algunos años antes de que se inaugurara dicha expresión, una banda alemana llamada Dissidenten ya había traspasado con enorme calidad esa frontera -ayudando de paso a denominar el movimiento 'ethno-beat' o 'world beat'- cuando, tras un primer álbum grabado en la India con músicos locales ("Germanistan"), nos ofrecieron un estupendo segundo trabajo desde Tanger (Marruecos) junto al grupo marroquí Lem Chaheb (nombre que en ocasiones aparecía en portada y en otras no). Su mítico título, "Sahara elektrik", aunque las letras 'k' han sido tomadas indistintamente también como 'c' en algunas ediciones ("Sahara electric").

Dissidenten nacieron como grupo en el Berlín de principios de los 80, por parte de Uve Müllrich, Marlon Klein y Friedo Josch, provenientes de la anterior banda Embryo, y su vitalidad multicultural les fue creando un nombre más allá de muchas fronteras musicales. A finales de 1983 (aunque las ediciones más comerciales datan de enero de 1984, año en el que se fija popularmente la fecha de salida a la venta del álbum) entraron por la puerta grande en las enciclopedias musicales gracias a "Sahara elektrik", publicado por el sello alemán Exil, y la repercusión de su sencillo principal, "Fata Morgana", que tuvo que luchar en un panorama convulso, una orgía de estilos de siempre y de nunca, así como fusiones con las nuevas tecnologías y la filosofía de la nueva era. El éxito de esta canción fue especialmente importante en España, Italia y Canadá, pero en otros países como Estados Unidos, por ejemplo, "no aceptaban nada que no estuviera cantado en inglés", decían. El tiempo, sin embargo, acabó por consolidar ese estilo y por reconocer a "Sahara elektrik" como una de las piedras sobre las que se sustentaba ese nuevo sonido. "Inshalla - Kif Kif" es el comienzo de la obra, donde comienzan a asombrar las auténticas voces de los marroquíes (ese grupo formado por Cherif Lamrani, Mbark Chadili y Mohammed Ayoubi) y un ritmo que no puede parar, sustentado en una anímica percusión, de los propios Lem Chaheb con la ayuda de la batería de Marlon Klein, productor también del álbum. Uve Müllrich se encarga de guitarras y bajo, y Friedo Josch de la flauta. La excelencia llega con el segundo corte, el pegadizo "Fata Morgana", desértica urdimbre que atrapa en su hipnótico compás, afortunada fusión de atavismo exótico y modernidad cercana a discotecas y clubes de la época, para los que "Fata Morgana" fue convenientemente remezclada sin piedad. En "El mounadi - The desert life" se aprecia especialmente la batería, si bien es de nuevo el ritmo y las voces autóctonas los elementos que destacan en un conjunto en el que se escucha también la guitarra de Müllrich. Sin desmerecer sus cualidades, mayor ha sido la trascendencia del corte homónimo del álbum, un "Sahara elektrik" en el que hay que destacar las flautas (Josch) y el mandolincello (Lamrani), que actúan sobre las voces y demás elementos occidentales en una 'letanía árabe' de acertado trance. "Casablanca - Wacha wacha" es el final de este profundo y cultural viaje hasta un etnicismo cercano pero detenido por el límite continental y el mar Mediterráneo, pudiendo notarse especialmente su presencia en las músicas populares del sur de España, país que acogió esta música tan viva, aceptando a Dissidenten como un grupo a tener en cuenta, y siguiéndolo con calidez en sus actuaciones en nuestro territorio. La portada del álbum es un inocente pero muy acertado montaje de colores cálidos jugando con la profundidad de las arenas del Sahara y sus habitantes más famosos, tuaregs y camellos. Una segunda portada, más imaginativa (de la compañía Globe Style, otra de las que publicaron el álbum -en el Reino Unido- aparte de Exil -Alemania-, L'escargot -Francia-, Amok -Canadá- o Shanachie -Estados Unidos-), presentaba un mapa sobre el que se proponía el viaje de ida y vuelta entre Alemania (Berlín oeste, concretamente) y Marruecos. El CD que propuso Exil en 1990 contenía además un tema extra, "Shadows go Arab", que tras un curioso parecido inicial al "Concierto de Aranjuez" del Maestro Rodrigo, enseguida se encuentra con otro acertado ritmo africano, en esta ocasión sin voces. "Todas las composiciones inspiradas en música tribal de Marruecos", se puede leer en el disco, en el que también cuentan una delirante historia sobre un viejo autobús averiado, un taller de reparación en una aldea perdida, y unos músicos locales que son el principio y el fin de esta música que, realmente, suena más a árabe que a europea. 

Su propio nombre les define, esa disidencia respecto a la música que se hacía por entonces en Alemania les hizo encontrar en países como Marruecos o la India, una manera de entender este arte que plasmaron, convenientemente fusionada, en su obra. "Llegábamos a los sitios con la mente muy abierta, e intentábamos conocer a músicos de la zona que estuviesen interesados en trabajar con nosotros en algo nuevo". Así encontraron a Lem Chaheb, y posteriormente a Jil Jilala, Nas El Ghiwane y otros, en una cooperación de respeto mutuo y pasión por la tradición: "Desde el principio respetamos las raíces y exploramos nuevos sonidos, haciéndolos accesibles a la gente (...) No sé si somos influencia o no, siempre hemos intentado seguir nuestro propio camino, hacer algo original. Creo que no hemos copiado, aunque también tengamos nuestras propias influencias". Muy pronto serían ellos los que acabarían influyendo, y muchos músicos conocidos o desconocidos tomaron el testigo de "Sahara elektrik", nombres ilustres como Paul Simon, David Byrne o Peter Gabriel (que había creado el festival Womad en 1982), a los que en estos tiempos de cambio se les aceptaría casi todo, sea el enfoque más o menos auténtico, o de mayor o menor interacción cultural: "Nosotros lo hicimos así, cogimos los bártulos y nos fuimos a Tánger, a Casablanca, estuvimos allí un tiempo y vimos lo que podía pasar". La autenticidad de aquellos tres músicos fue tan acertada que sigue siendo recordada tiempo después, y canciones como "Fata Morgana" o "Sahara elektrik" mantienen todo su ímpetu y, para el público joven que no haya entrado todavía en contacto con ellas, su anímico efecto sorpresa.