28.4.23

PAUL WINTER:
"Earth: Voices of a Planet"

Al poseer una extraordinaria capacidad para tocar cualquier instrumento que se pusiera en sus manos desde la infancia, hubo un momento en el que Paul Winter tuvo que elegir entre todas esos utensilios musicales que le rodeaban y que le atraían, cada uno en su medida. Fue a los doce años cuando este estadounidense se decidió por los metales, y tuvo claro que el saxo soprano sería su instrumento principal ("el sonido en el saxo soprano se aguanta más y cuando tocas al aire libre suena mejor y es más fácil escucharlo"). Nacido en una familia de músicos, el joven Paul formó parte de diversas bandas y orquestas en su Pennsylvania natal, antes de estudiar en la Universidad de Northwestern en Chicago y fundar allí el Paul Winter Sextet, que llegó a actuar en la Casa Blanca y a girar por Sudamérica, donde Paul quedó prendado de la sonoridad de la música brasileña. Evolucionando a partir del jazz que practicaban, esa formación derivó en el Paul Winter Consort cuando su líder encontró en la ecología una lucha y una forma de vida. El famoso productor de The Beatles, George Martin, produjo "Icarus" en 1972, y Winter comenzó su idilio con los sonidos animales en 1977 en el álbum "Common Ground". Las inconfundibles llamadas de las ballenas aparecieron en "Callings" en 1980 y se convirtieron en marca de la casa en su música, que continuó viendo la luz en su propio sello, Living Music, con trabajos notables como "Sun Singer" (1980) y numerosas incursiones en otras culturas, como "Wintersong" (1986). 

Paul Winter adora tanto el planeta Tierra y las criaturas que habitan en él, que en 1990 le realizó una ofrenda musical por el vigésimo aniversario del Día de la Tierra. Conforme al Calendario de Gaia, esa fecha es el 22 de abril del año 4.600.041.990, cifra que incluye los cuatro mil seiscientos millones de años que según Thomas Berry tiene la Tierra y los cuarenta mil años del homo sapiens. Esa ofrenda y alegato ecologista, se tituló "Earth: Voices of a Planet", se estrenó en Times Square (Nueva York) y la grabación la publicó Living Music en 1990. Aunque Winter firme el trabajo con su nombre, hay que ser realista, varias de las composiciones son obra del enorme teclista Paul Halley, que vivía un momento impresionante un año antes de publicar su gran obra en solitario, "Angel on a Stone Wall". El disco comienza álgido con uno de sus temas, la inolvidable "Appalachian Morning", una de esas piezas que entran y no llegan a salir fácilmente de la cabeza. El piano introduce, el saxo soprano marca la melodía, y el conjunto acaba desbocado, floreciendo armonías y con los acompañamientos magistrales de flauta, violonchelo, bajo, guitarra y percusiones. De inicio mucho más calmado, como un encantamiento para serpientes también salido de la mente de Halley, es el bosque catedral que se alza en el camino: en su segundo tramo, "Cathedral Forest" desafía de nuevo cualquier convencionalismo musical para dejarse embriagar por una maravillosa poesía en la que world music, jazz o incluso ambiente se conjugan en una música tan descriptiva como el mismísimo viaje a la cordillera apalache, que vuelve a estar presente aquí: "Paul Halley compuso esta música como homenaje a la majestuosidad de los ancestrales bosques del Noroeste (de los Estados Unidos)". Otra pieza magistral y de escucha impresionante, como impresionante es la belleza de ese extenso bosque sobre el que se habla extensamente en el libreto de álbum, no sólo alabando su pureza, su extensión (tres mil kilómetros cuando llegaron los colonos de Europa en el siglo XVIII), su flora, su fauna... sino denunciando la tala anual de veinticuatro mil hectáreas, dejando en los lejanos comienzos de los noventa en un triste cuatro por ciento lo que quedaba por entonces del bosque catedralicio. En la música de Paul Winter hay siempre unos músicos invisibles aparte de los del consort: esos animales a los que Paul ama, respeta y defiende, cuyos sonidos envuelven piezas como la anterior, donde escuchábamos al mochuelo moteado, y como "Call of the Elephant", una llamada del elefante tan sencilla como tierna; estos enormes animales poseen un complejo sistema de comunicación a través de sus barritos: "Las voces ancestrales de los elefantes hablan de antiguos senderos conducentes a los manantiales, de troncos que sirven de guía para acceder a pozos abiertos y largo tiempo enterrados. Los arquitectos del medio ambiente les hacen la vida accesible a los demás animales (...) En África se mata cada semana a dos mil elefantes, entre el cinco y el diez por ciento anual de una población que sólo aumenta cada año entre un dos y un siete por ciento". El trompetista de jazz Paul Berliner colabora en esta pieza con percusiones autóctonas de Zimbabwe, país en el que vivió varios años con el pueblo shona. "Antarctica" es un homenaje a la Antártida compuesta y ejecutada por Winter (saxo soprano) y Halley (órgano de iglesia), donde los desolados sonidos del viento glaciar y de las focas de Weddell son la idea de la vida casi imposible en este continente tan necesario en el ecosistema mundial: "La Antártida, que controla el clima de todo el globo, contiene el setenta por ciento del agua dulce de la Tierra y alberga en sus archivos, en capas acumuladas de hielo, los datos de setecientos mil años (...) En 1961 se firmó el Tratado de la Antártida, en el que se estipulaba que el continente debía utilizarse exclusivamente para fines pacíficos". Winter es un ecologista más que lucha, con su música, por la supervivencia de estos parajes. De nuevo los dos músicos principales del álbum, junto a los platillos de Paul Wertico y grabaciones de orcas, se muestran maravillosos proponiéndonos un viaje sobre el océano en "Ocean Child", donde el viento y el suave oleaje acarician los lomos de estos cetáceos: "Las orcas nadan por todos los océanos y son conocedoras de un mundo marino totalmente entrelazado. Lanzan sus líneas cantoras hacia un mundo sonoro: las llamadas de comunicación de las orcas se transmiten hasta diez mil kilómetros en aguas despejadas". La información sobre los océanos en este caso, y en general sobre cada tema del disco, es amplia y verdaderamente ilustrativa en el cuadernillo. De hecho, al escuchar este trabajo estamos asistiendo a un sublime documental sobre la naturaleza, como ciegos dejándonos guiar solamente por la música. Sonidos de pájaros (de uirapurus, aves cantoras amazónicas) acompañan a un hermoso canto primario en "Uirapuru do Amazonas", pieza del músico brasileño Gaudencio Thiago de Mello, que acompaña a Winter con voz, guitarra, palo de lluvia y otras percusiones de la tribu amazónica maué: "El uirapuru canta el misterio y la belleza del Amazonas. Diminuto encantador de la leyenda maué, quien oiga su voz vivirá eternamente (...) Los habitantes de la selva tropical conocen todo un tesoro de secretos en el terreno de la alimentación y la medicina. Llevan viviendo diez mil años sobre una misma tierra vivificante que es su guardiana y jardín de espíritus ancestrales (...) Empobrecemos el planeta al destruir de manera irrevocable el don de la diversidad de la vida". "Talkabout" es una visita ambiental a la australia aborigen, la del tiempo primordial, con la ayuda del trombonista de jazz Steve Turre con el didgeridoo, los palos de madera de Glen Vélez, y la grabación del ave lira australiana: "El didgeridoo fue antaño un árbol que cantaba con el viento. Las hormigas blancas ahuecaron su brazo para que pudiera seguir vibrando con el soplo e imitase el misterio de la vida. Los ritos mantienen el vínculo con el principio". El viaje no cesa y pasa a continuación por Asia y la Europa del Este, en una bonita fusión de la energía del Consort con las voces rusas del coro de Dmitri Pokrovski (con el que ya había colaborado Winter en el disco "Earthbeat") en "Russian Girls", con un estilo muy parecido al de los coros búlgaros. Se aclaraba en las notas del disco que esa época la enorme Unión Soviética, con sus más de ciento cuarenta y siete reservas naturales, era otro territorio en peligro. "Black Forest" es una especie de oración a los vientos, un solo de saxo soprano junto al sonido del mirlo europeo, dedicado a la Selva Negra: "Los pinos tienen un verdor oscuro y sombrío, por lo que el nombre de Selva Negra tiene connotaciones románticas y mágicas que denotan reverencia por la belleza misteriosa (...) El bosque está ya moribundo. En 1970 los árboles afectados mostraban los síntomas de una enfermedad misteriosa. En cuestión de diez años, la cuarta parte de los bosques de Europa se ha resentido (...) La contaminación atmosférica, castigo a nuestra irreverencia, se cierne sobre el futuro de nuestros bosques". A continuación, "Song of the Exile" supone la extraña aparición de una canción con ritmo de bossa nova, de nuevo de Thiago de Mello. "Under the Sun" es un nuevo acto de gratitud al astro rey, en el que se une Paul McCandless al oboe, y Glen Vélez toca el bendir o tambor del desierto denominado aquí como el latido de la Tierra. Para acabar, "And the Earth Spins" es una despedida desenfadada y alegre de Paul Halley, un melodioso y maravilloso colofón a este álbum producido por Russ Landau y Paul Winter. 

El Paul Winter Consort es un conjunto vivo, que ha evolucionado con el tiempo y ha contado con numerosos nombres de excepción. La formación que tocaba en directo en esta época estaba compuesta por Paul Winter (saxo soprano), Paul Halley (piano, teclados), Eugene Friesen (violonchelo), Rhonda Larson (flauta), Russ Landau o Eliot Wadopian (bajo) y Glen Vélez (percusión), pero para este "Earth: Voices of a Planet" tan global e importante, Paul Winter cuenta también con las ayudas esporádicas de Paul Wertico, Kenny Mazur, Paul McCandless, David Darling, Ted Moore, Kwaku Dadey, John Clark, Thiago de Mello, Guilherme Franco, Steve Turre, Mark Perchanok, el coro de Dmitri Pokrovski y numerosos seres vivos que pueblan cada zona visitada. Las bellas ilustraciones del folleto son de Hannah Hinchman, y la talla del elefante de la portada, gentileza de Katy Payne, proviene de África Occidental. La música de Paul Winter es junto a los cantos de los animales presentes en el disco, un sonido más de la naturaleza, un vínculo de paz y armonía con el planeta en el que vivimos y un vehículo de comunicación entre los seres vivos. Sus voces son como llamadas pidiendo ayuda, solicitanto que el mundo tome conciencia de hacia dónde nos dirigimos. Este maravilloso álbum, sentido homenaje a los siete continentes y a los océanos, es una de las más hermosas declaraciones de amor hacia el planeta Tierra.








16.4.23

JON MARK & DAVID ANTONY CLARK:
"The Leaving of Ireland"

Se acercaba un nuevo cambio de siglo cuando vio la luz "The Leaving of Ireland" (White Cloud, 1999). Y aunque su concepción tuvo lugar en la lejana Nueva Zelanda y ninguno de sus creadores fueran irlandeses (Jon Mark era un emigrante inglés, David Antony Clark un artista nativo), estos dos músicos quisieron honrar con este trabajo una historia que merece ser recordada, la del aguerrido pueblo irlandés. Este disco es mucho más que la música que contiene, así que antes de hablar de ella, es necesario contar esa historia. En el libreto del álbum, los autores hablan sobre el sueño de América, que -dicen- pertenecía especialmente al pueblo de Irlanda, que asolado por la pobreza y perseguido, necesitaban un mundo nuevo: "Dejando atrás todo lo que conocían, Estados Unidos se convirtió en su Isla del Destino. Desafiando el vasto Océano Atlántico y el desierto americano, los irlandeses no solo lucharon y murieron por su sueño; lo construyeron lenta pero seguramente. Su historia es un camino de gran aventura, de triunfo y de tristeza". 

Tras siglos de pacífica vida cristiana, llegaron las invasiones a la isla, primero de los pueblos vikingos, y a partir del siglo XII, de los ingleses. Especialmente dura fue la campaña de conquista de Oliver Cromwell a mediados del siglo XVII: "Saqueando aldeas y confiscando tierras, su ejército expulsó a los nativos irlandeses y los condujo a las provincias más desoladas y aisladas. Los menos afortunados fueron ejecutados o enviados a las colonias como esclavos. En sólo diez años, un tercio de la población de Irlanda pereció por la espada, el hambre, la peste o las penurias". Sin poder votar, ocupar cargos públicos, poseer armas o comprar propiedades, los irlandeses fueron reducidos a una subclase casi indigente, a la que se negó su propia religión. En ese contexto histórico, abandonar su tierra natal era la única opción del irlandés 'no libre': "Sin embargo, prácticamente nadie podría haber imaginado los horrores que se avecinaban. En la travesía de Irlanda a los puertos ingleses, los pasajeros que nunca habían visto un barco se apiñaban entre el ganado y quedaban expuestos al terror del clima violento y tormentoso del mar de Irlanda. Cruzar el Océano Atlántico fue aún peor y pocos escaparon a la agonía del mareo. Las bodegas de los barcos estaban terriblemente abarrotadas y sucias. Con poca comida o agua, los débiles y desnutridos a menudo sucumbían al tifus, el escorbuto o la disentería. Miles perecieron y de los que tuvieron la suerte de sobrevivir al frío e inexorable océano, el ochenta por ciento murió durante su primer año en las colonias por enfermedad, clima severo o exceso de trabajo". Seanchaí es en gaélico irlandés el origen del término inglés 'Shanachie', que significa 'narrador de historias irlandesas tradicionales'; en el inicio del álbum, "Shanachie", es un narrador el que nos presenta la búsqueda de este pueblo, que también vivió historias felices, de libertad y nuevas oportunidades, por unos Estados Unidos en los que la ciudad de Nueva York se convirtió especialmente en la capital irlandesa-estadounidense del Nuevo Mundo. Y hablando de felicidad e ilusión, eso es lo que representa sin duda una de esas piezas acertadas, maravillosas, con el sello melódico de un David Antony Clark que posee indudables antepasados irlandeses: "Eirin" es un término cercano a la palabra Éirinn, Irlanda en gaélico, que toma además sonidos de instrumentos celtas en su desarrollo como especialmente la gaita y la flauta irlandesas. Compuesto por Jon Mark, "A Hundred Shades of Green" es otro tema destacado en el álbum, por su acertada sonoridad cercana a la fantasía celta, un efluvio de alegría y esperanza. También de Mark es "Freeborn Man", balada que encarna el recuerdo de los irlandeses nacidos libres; su vocalista, Deirdre Starr, es una inglesa de padres irlandeses que colaborará de nuevo con Mark unos años después. Tras otro bonito tema de Clark, "Hills of Home", es preciso continuar con otra triste historia de este pueblo: de vuelta a Irlanda, en una gran recesión agrícola por la que la dieta de muchas familias se reducía a patatas y leche, llegó a mediados del XIX la hambruna de la patata (o gran hambruna irlandesa), una enfermedad producida por el parásito conocido como Phytophthora infestans que infectó a su única fuente de alimento sólido. La protestante Inglaterra no hizo mucho por ayudar al católico pueblo irlandés, y un millón de personas murieron de hambre, situación que Jon Mark pretende reflejar en el corte más oscuro del trabajo, "The Hunger", al que sigue un recordatorio a esa religión oprimida ("Celtic Cross", de nuevo con gaita irlandesa y narración de un texto tradicional) y la esperanzadora pieza que titula al disco, "The Leaving of Ireland", que los autores saben dotar de emoción. En efecto, otro millón de personas tuvieron que realizar una nueva emigración a los Estados Unidos, otro viaje que tampoco fue precisamente fácil y que conllevó más muertes en los conocidos como 'barcos ataúd': "Durante los meses más oscuros de la hambruna, llegaban a Nueva York hasta cuarenta barcos de inmigrantes al día. Tomando los trabajos más duros y peligrosos, donde sea, por cualquier pago que pudieran obtener, los irlandeses pronto ganaron una merecida y orgullosa reputación. Un periódico informó que Estados Unidos exige para su desarrollo un fondo inagotable de energía física, e Irlanda proporciona la mayor parte". Era la conocida como energía irlandesa. Deirdre Starr deslumbra de nuevo en dos canciones con sueños de libertad: "Kathleen" (dominada por los teclados ambientales de Jon y la sedosa voz) y "Dreams of Freedom" (una especie de himno adornado por flautas y teclados). "A New and Blessed Land" (espectacular tema con diálogos y un acertado aporte melódico muy del estilo, de nuevo, de Clark), habla de ese difícil trayecto hacia una tierra nueva y bendita en la que hallaron su lugar en este nuevo mundo, "New World", enternecedora pieza con la que culmina este álbum, necesario para conocer una de esas historias difícilmente comprensibles pero que han forjado una raza. Para concluir la aventura, un nuevo paso fue la guerra civil americana, en la que los irlandeses demostraron ser ciudadanos de pleno derecho de su país de adopción. Muchas otras subhistorias se agolpan en este periplo irlandés, y sobre él, "The Leaving of Ireland" es, además de un documento sonoro, un grandísimo recuerdo.

El músico inglés Jon Mark fundó en Nueva Zelanda el sello de músicas instrumentales White Cloud en los años 90, y uno de los bastiones de la compañía fue el neozelandés David Antony Clark, que se llegó a convertir, más que en uno de esos músicos de White Cloud, en un amigo para Jon Mark. Ambos decidieron grabar este álbum sobre las emigraciones del pueblo irlandés, y juntos consiguieron que su música fuera cercana y sincera. En "The Leaving of Ireland" Mark interpreta teclados, guitarras y voces, Clark teclados y voces (amos co-producen el álbum), Deirdre Starr es la vocalista principal, a la que se unen Ciarán Mac Sluaghain y el narrador Eddie Hickey, Bob Bickerton (gaita irlandesa, flauta irlandesa y arpa celta), Ciarán Newall (flauta irlandesa y mandolina), Tim Sean Barrie (guitarra), Rebecca Jackson (violín), Paul Dyne (bajo) y Mick McKenna (bodhrán). Vistiendo su música de emoción y aventura, Jon Mark y David Antony Clark se convierten, en su primer y único álbum juntos, en una sola entidad musical que busca transmitir un mensaje. La manera de hacerlo es tan fabulosa como la música contenida en este gran trabajo.