23.5.09

WIM MERTENS:
"Maximizing the Audience"

Es posible que Wim Mertens constituya por sí sólo, más allá de denominaciones, un pequeño fenómeno. Tras muchos años de carrera, discos de variada temática y conciertos con diversidad de acompañamientos, consigue sobreponerse a cualquier crisis de la industria gracias a un talento desbordante, y continúa arrastrando en sus conciertos a un público fiel, que parece aumentar día tras día. Quizás gran parte de ellos desconozcan que una de sus obras más emblemáticas, "Maximizing the Audience", proviene de un encargo para componer la música de una obra de teatro escrita por el artista, dramaturgo y coreógrafo belga Jan Fabre titulada "The Power of Theatrical Madness", obra polémica de vanguardia europea que, a pesar de su negativa recepción popular, fue considerada como atrevida, inquietante y desgarradora por parte de la crítica; seguro que la música de Mertens, para bien o para mal, no pasó desapercibida, si bien su recuerdo de esta experiencia con el teatro es muy negativo, ambos mundos resultaron ser completamente diferentes y Mertens es un artista que prefiere la soledad en su trabajo de composición. Aun así, no fue ésta su primera experiencia en el teatro, ya que también había colaborado en 1981, en la ciudad de Lovaina, en una pequeña producción teatral llamada "Ver-Veranderingen", cuya música fue publicada en CD en 2003.

"The Power of Theatrical Madness" se estrenó mundialmente en la Bienal de Venecia el 11 de junio de 1984, y Les disques du Crépuscule publicó el disco de Wim Mertens en 1985 como doble LP (por su excesiva duración, más de 70 minutos), que se vio completado por dos maxis ("Maximizing the Audience (excerpt)" / "Whisper Me (excerpt)" y una edición limitada con el título de la obra que se vendía en los propios espectáculos, "The Fosse" / "Lir"). El CD llegaría en 1988. La escucha de este álbum es toda una experiencia, que en su estética minimalista rompe con mucho de lo escuchado anteriormente en músicos europeos. Tras haber demostrado en sus anteriores trabajos ser un genio con las piezas cortas ("Close Cover", "Struggle for Pleasure"), Mertens aprovechó este encargo para expandir la duración de sus composiciones y explayarse en la búsqueda y confirmación de un sonido propio y auténtico, también atrevido si tomamos como muestra la pieza que abre el disco, "Circles", que como esos recintos en los que se iba a interpretar la obra, se va desarrollando y llenando poco a poco, en una desestructuración de esa reducción a lo esencial que propugna el espíritu minimalista; luego se hablará de repetición para definir y encasillar el fenómeno, pero "Circles" refleja la maravillosa y extraña simpleza de tres clarinetes y un saxo soprano jugando con brevísimas notas. Y si bien "Circles" ahonda profundamente en la definición misma de minimalismo, la inclusión de "Lir" en este género es un poco más brusca; Mertens marca su territorio con esta pieza evasiva al piano, demostrando una forma tan particular de entender la música como racional en su acabado, pues "Lir" es un monólogo de piano de 18 minutos que, como respuesta al desasosiego creado por "Circles", nos sume en una serena laxitud. Aún más que la longitud de las composiciones, otro hecho destacable de este trabajo es la inclusión de la voz por primera vez -salvo un pequeño atisbo en "Close Cover"- en la carrera un Wim Mertens que recalca cómo parte de su formación proviene de una tradición vocal. Afirma de hecho que en su música la importancia de las voces es tal que los instrumentos tienden a cantar. En la canción "Maximizing the Audience" deslumbra la combinación de piano y voces operísticas con interesantes cambios de ritmo y de intensidad en una atractiva melodía inclasificable, donde además los pianos son adornados por el violín y más discretamente el saxo soprano, ensalzando el carácter neoclásico de la música de Mertens. Por mucho que el belga interprete y reinvente esta pieza, jamás sonará tan bella y perfecta como el original. "The Fosse" es la adaptación de "Lir" a la estructura de canción propiamente dicha, es decir, a una duración de 'single' con el acompañamiento vocal -aunque de nuevo operístico- de Minne Pauwels; el resultado es elegante (la melodía de piano sigue siendo bellísima) pero bastante anticomercial, lo cual no le resta interés a una pieza que contaría con una versión algo más tosca, ampliada y con voces masculinas, dos años más tarde en el álbum "Educes Me". Para acabar el disco con el tono vanguardista con el que empezó, "Whisper Me" se sostiene durante diecinueve minutos en base a un frágil desarrollo de cuerdas que se repite hasta la saciedad; no hace falta que recuerde el término a aplicar, pero sí hay que destacar que se trata de la primera pieza de Wim Mertens en la que escuchamos con integridad su propia voz, que sin articular palabra conocida alguna, se incorpora como un instrumento más a la grabación. Como curiosidad añadida a la obra, una cierta polémica salpicó al español Nacho Cano cuando presentó la partitura de su composición "Música para una boda" (en homenaje a Don Felipe y Doña Letizia), por su gran parecido con "The Fosse".

Una portada elegante e impoluta para un producto pulcro y nada fácil de digerir para el gran público. El más moderno, acostumbrado a vanguardias contemporáneas, supo saborear la atrevida propuesta. Wim Mertens y su conjunto acompañaron algunas de las representaciones (Venecia y Londres), mientras que en las demás se utilizó música grabada. Cabe reseñar que Mertens, tras esta experiencia y la comentada "Ver-Veranderingen", sólo ha compuesto otras dos veces para teatro, de nuevo en 1984 para la obra del rumano Eugene Ionesco "Le roi se meurt", y en 1988 con "Torchlight and laserbeams", basada en los escritos de Christopher Nolan. Han pasado varias décadas y, aunque sí que ha hecho incursiones en el cine, los géneros más cultos como teatro o danza no han vuelto a ser visitados por este músico belga, posiblemente por no tener el control del espectáculo y no poder llegar a un público mayoritario. Al fin y al cabo, esa cierta presunción que parece acompañarle en su carrera le hizo declarar en determinado momento: "Quiero que mi música llegue a ser tan popular como se pueda (...) es sin duda mi ambición de maximizar la audiencia".

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17.5.09

SOWETO STRING QUARTET:
"Zebra crossing"

Hay ocasiones en que la música no puede disociarse de determinados acontecimientos políticos o sociales. Multitud de grupos, cantautores o solistas han deslizado sus mensajes, protestas o homenajes en las letras de sus canciones o en composiciones instrumentales. Uno de los hechos sociales más deplorables de la historia reciente fue la discriminación racial en Sudáfrica hasta los años 90; el apartheid, cuyo significado es 'segregación', apartó de un plumazo a numerosos ciudadanos de raza negra hacia zonas específicas de su propio territorio, siendo el caso más conocido el de Johannesburgo, donde 60.000 nativos de color fueron reubicados en un área urbana a 24 km. denominada Soweto, que se convirtió en la ciudad por excelencia de la lucha -en ocasiones brutal y despiadada- contra el apartheid. Por contra, y en un mundo de necesarios opuestos, Soweto es también la cuna de un cuarteto de cuerda original, dinámico y de calidad y belleza innegable: el Soweto String Quartet.
Cuando nos referimos a un cuarteto de cuerda siempre tendemos a imaginar algo académico, para nada orientado a la world music, aunque sí que otros conocidos cuartetos hayan mantenido flirteos con el rock o otras disciplinas populares (el Kronos Quartet ha versioneado temas de Jimmy Hendrix, el Alexander Balanescu Quartet de Kraftwerk, y el Brodsky Quartet estuvo de gira con Elvis Costello, por citar sólo tres ejemplos). Soweto String Quartet es un cuarteto de cuerda exótico que, como otros conjuntos de apariencia académica como la Penguin Cafe Orchestra o la Cinema Orchestra de Rodrigo Leao, huyen de los terrenos lúgubres para sorprender con una mezcla poderosa de world music (en este caso danzas de baile africanas), pop, jazz y música de cámara. Aún así, la gran diferencia la constituye el color y procedencia de sus integrantes, tres hermanos y un vecino y amigo: Sandile Khemese (violín principal), Thami Khemese (segundo violín), Reuben Khemese (cello) y Makhosini Mnguni (viola). Miembros algunos de ellos de la Orquesta Sinfónica de Soweto, el germen de la SSQ fue el reencuentro de los hermanos tras varias becas de perfeccionamiento musical en Inglaterra. Excelentes en las dos vertientes de su música, es en el folclore donde evidentemente se diferencian de los demás cuartetos de cuerda. Aun así, su repertorio clásico y la calidad de su interpretación, dotada de un especial ritmo deudor de su origen, son excelentes y no tienen nada que envidiar a otros cuartetos más académicos: "Somos un cuarteto de músicos de formación clásica, pero hemos buscado nuestra propia personalidad mezclando varias tradiciones y varios tipos de música".
"Zebra crossing" (editado en 1994 por BMG Africa) presenta, con una alegría y optimismo desmesurados, una suculenta colección de pequeños himnos, claros exponentes de la música interracial, de la apertura y el derribo de fronteras sociales, que lleva consigo un importante desarrollo y mezcolanza cultural: en su comienzo nos encontramos con varios temas inolvidables de ritmo africano, una eficaz presentación de título "Mbayi mbayi" -un tema clásico sudafricano símbolo de esperanza-, "Zebra crossing" -una maravillosa celebración del nacimiento de una nueva nación- y "Kwela" -un viaje al pasado de un Soweto que intentaba emerger en tiempos difíciles- en los que, como en la mayoría del disco, el grupo está acompañado por bajo, teclados, flauta y percusión. Esta última y otras como "Shut up and listen" parecen acercarse en un viaje de miles de kilómetros al más puro estilo de un grupo inclasificable como la Penguin Cafe Orchestra, mientras que en "Zulu lullaby" -con su corte operístico-, "St Agnes and the burning train" o sobre todo en la impresionante "Bossa baroque" accedemos a un clasicismo comercial fino y elegante. No deja de ser curioso que precisamente estas dos últimas composiciones sean versiones de temas de músicos occidentales, Sting y Dave Grusin. Es sin embargo Paul Simon el músico 'ajeno' que de mejor forma se acerca a este trabajo por medio de la recreación de varios temas de su conocido e implicado con la causa sudafricana "Graceland": en "The Paul Simon Graceland collection" escuchamos un popurrí instrumental y posiblemente mejorado de aquellas canciones homenajeadas por Paul Simon, en concreto las cuatro atractivas muestras de sabor sudafricano son "Homeland", "Diamonds on the soles of her shoes", "Graceland" y la conocida "You can call me Al", en la que los hermanos Khemese y su vecino Mnguni despliegan todo su potencial explosivo. Sin despreciar a las composiciones restantes, el último ejemplo destacado del álbum es "Nkosi sikelel' Africa (God bless Africa)", el himno nacional de Sudáfrica, fusión del antiguo himno "Die Stem" y la canción bantú "Nkosi Sikeleli Afrika", que pretende unir emotiva y simbólicamente a todas las naciones del extenso pueblo africano.
¿De qué sirve remover el pasado? Entre los miembros de la SSQ no hay rencor sino alegría y celebración, el cuarteto parece desvincularse totalmente de los hechos políticos y buscar simplemente en sus discos la música alegre, combinación más que interesante de clasicismo y folclore, demostrando con su éxito que la música es un lenguaje universal. Este mensaje de esperanza de título "Zebra crossing" (con la convivencia del blanco y el negro, como en el propio paso de cebra, como finalidad) no sólo merece una encarecida escucha (títulos como "Mbayi mbayi", "Zebra crossing", "The Paul Simon Graceland collection" o "Bossa baroque" son imprescindibles) sino además un sonoro aplauso.

8.5.09

RAPHAEL:
"Music to Disappear In II"

En 1991, sólo dos años después de la creación y lanzamiento del excelso primer volumen, veía la luz "Music to Disappear In II", el también segundo disco del teclista de Oklahoma Raphael (aunque su apellido sea Sharpe, y a pesar de la evidente confusión con nuestro genial cantante de Linares, vamos a seguir llamándole por su nombre, que es con el que firma sus discos). En esta continuación se repetían sin pudor las características que llevaron a la primera entrega a ser un pequeño éxito de ventas y popularidad, gracias a la distribución del sello Hearts of Space, es decir, sencillez y ternura en un entorno angelical y etéreo. Fue en esta época cuando Raphael conoció a su pareja, la suiza Kutira Decosterd, figurante en los agradecimientos del disco como su profesora e inspiración, con la que se involucró en numerosas actividades enfocadas a la meditación, la sanación y la ecología. Juntos fundaron Kahua Records en 1992, sello en el que siguen grabando y ofreciendo su música en la actualidad desde la isla de Maui, en Hawai.

Afirma Raphael en su web que este trabajo "crea un ambiente musical que invita al oyente a 'desaparecer'", y es cierto que las sensuales atmósferas aquí desarrolladas y publicadas de nuevo por Hearts of Space en 1991, continúan con el apasionado viaje espiritual que comenzó en 1989 con su sugerente e inolvidable primera parte. Seis canciones nos esperan en este esperado trabajo dedicado de nuevo al espíritu creador femenino, y su calidad y capacidad de enganche no desmerece en absoluto al título general que han tomado, esa ya mítica 'Música para desaparecer dentro': "River Seeks the Deep", composición hermana de la famosa (y decididamente irrepetible, aunque aquí Raphael se asoma a su magia) "Disappearing Into You" que abría el disco anterior, despliega un finísimo velo de romanticismo en su mágico desarrollo basado en las notas acunantes del piano sobre un fondo de luminosos teclados y sugerentes voces femeninas. Es el estilo más admirado de Raphael, sencillamente maravilloso, algo más meditativo pero igualmente reconocible en "Surrender" -con la ayuda de la flauta y el arpa- y al final del disco en la planeadora "Heaven". Posiblemente sea sin embargo la cumbre del trabajo una composición más terrenal, un tema imprescindible que parte de una genial entradilla de violín (a cargo de Terri Sternberg) de título "Healing Dance", una composición sugestiva de reminiscencias orientales cuya hipnótica melodía, al ritmo de la tabla, es desarrollada durante nueve embelesados minutos por varios instrumentos (flautas -de Stephen Coughlin-, teclados, cuerdas o el propio violín) en una alquimia sonora sin parangón; la creadora de dicha maravilla, de nombre Sophia, firma también otro suave tema de influencia india, "Laxshmi". Unicamente "Tantra" queda por comentar, que representa un último acercamiento espiritual a la religión de la India, musicando lo pasional del título en base a un sugerente clímax con el arropo del violín y el didgeridoo, y con los siempre presentes teclados y percusiones, que ayudan a conformar un trabajo completo y a todas luces necesario, cuyas ventas, sin llegar a las 500.000 del primer volumen, también fueron elevadas, encontrándonos con la sorpresa de que, tantos años después, Raphael y su pareja, Kutira, no hayan decidido publicar una suculenta (aunque peligrosa por la ausencia de la inspiración original e irrepetible de aquella época) tercera parte, si bien en algunos de sus trabajos a dúo se pueden encontrar momentos que recuerdan a aquellas cumbres de la música espiritual de teclados.

Consciente de su suficiencia para crear atmósferas, y con una cierta mejoría en la producción (a cargo de Warren Dennis Khan), Raphael volvió a emocionarnos en su segundo "Music to Disappear In", un disco apasionado de claro influjo budista cuya adquisición, sólo por la escucha de canciones como "River Seeks the Deep" o "Healing Dance", ya valdría la pena, pues ante demostraciones como estas sobran las palabras, atmósferas plenas de intensidad que desvelaban el gran momento de su autor, coincidente con el punto mas álgido de la new age. Precisamente esta última hace bueno su título, 'danza curativa', pues siguiendo el interés de Raphael por la música destinada a la sanación y el bienestar, es sin duda una melodía que hace sentir bien. Sin ir más lejos, una música para desaparecer dentro.

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1.5.09

PAUL MACHLIS:
"The Magic Horse"

los muchos seguidores del genial violinista escocés Alasdair Fraser no les es ajeno el nombre del teclista estadounidense Paul Machlis. Inolvidable es la unión de estos músicos en dos colecciones sin par de música tradicional escocesa gestadas en los Estados Unidos, de títulos "Skyedance" y "The Road North". El grupo Skyedance (retomando el título del primero de aquellos álbumes) les juntó posteriormente con otros destacados instrumentistas celtas con los que llevaban años colaborando, pero Machlis tenía desde hacía años interesantes ideas propias con las que elaboró varios trabajos a tener en cuenta, en especial el primero de ellos, "The magic horse", publicado por Invincible Records en 1992, un acertado álbum con gran energía y emoción en toda su duración, que intenta ser fiel a la consigna de su autor: "Cada álbum es un viaje".

Paul Machlis se muestra en su carrera y en esta obra como un teclista delicado cuya paleta, dominada por tonalidades vivas y alegres, recalca un rítmico estilo paisajístico de temática celta, a pesar de su origen estadounidense, si bien hay que tener en cuenta que su madre provenía de Escocia (y su padre del Este de Europa), así que en su California natal interpretaba ya esta música tradicional antes de conocer a Alasdair Fraser. Importantes colaboraciones dejan especial huella en este álbum en forma de solos de violín del propio Fraser o marcadas líneas de bajo del siempre eficaz Michael Manring, pero es lógicamente el piano el que impera en la obra, con el whistle ("The Magic Horse"), junto al típicamente celta bodhran en melodías galopantes ("Pogonic") -ambos, whistle y bodhran, interpretados por Chris Caswell-, con someras influencias búlgaras basadas en la presencia de un instrumento de cuerda como la gadulka ("Subor") o en solitario ("Goldenwood", "Homecoming"). "The Magic Horse" es una composición de cabalgante elegancia, muy del estilo de su autor, para comenzar el álbum. El teclado de Machlis suena de manera característica, rampante, muy vivo. La percusión y el whistle contribuyen a hacer una pieza alegre y despierta, que da paso al primero de los dos solos de piano del disco y primer gran tema del mismo, abierto, precioso, una delicia totalmente embargante de titulo "Goldenwood", inspirado en una comunidad tejana de personas que viven reunidas en contacto con la naturaleza (una naturalidad que se refleja en la música). El segundo de los solos llegará más adelante, el sencillo "Homecoming", más tranquilo y personal. Acto seguido, la presencia del violín de Alasdair (el piano es así mismo sensacional) logra que otra pequeña maravilla pueda ser escuchada con emoción: "Alasdair John Cameron Graham" es una descomunal muestra de alegría desbordada, una pieza radiante, con algo de melancolía, en la que dos amigos demuestran su conjunción, ya que piano y violín despliegan una pequeña obra maestra compuesta, como todo el trabajo, por un Machlis majestuoso. El segundo gran tema del disco es "Patshiva" -'celebración' en el dialecto gitano-, monumental demostración de esencia folclórica, con aromas del este de Europa en su épica melodía y un gran despliegue instrumental donde destaca, mas allá de teclados y percusión (y sin la necesidad del violín), el característico bajo sin trastes del gran Michael Manring, que también destaca en la pastoril "Maritsa", álgida composición a la que alimenta con sus notas graves. Antes que ellas, de nuevo el violín escocés en "Allangrange", donde se respiran a la vez alegría y melancolía, en un más que sugerente baile imaginario, y es que la segunda de las apariciones de Alasdair en el trabajo posee una hermosísima aura de antigüedad. La magia celta del conjunto de los temas se ve reforzada por una conjunción de cuidada composición, impecable interpretación y aportación búlgara (la gadulka, un violín con cuerdas de guitarra como el sitar, que toca Marcus Moskoff) o árabe (por medio de un tambor de copa del medio Oriente denominado darbuka, o otro denominado deff, ambos interpretados por Vince Delgado), para completar un mundo particular, el del caballo mágico, un espacio de poco más de cuarenta minutos (la mayoría de los cortes son de escasa -o más bien precisa- duración) donde las leyendas se hacen música y los sueños se confunden con la realidad. Es importante hacer hincapié en la historia del toque búlgaro en el disco: la esposa de Machlis, estadounidense, se enamoró completamente de la música búlgara y de la gaida (una gaita típica de los Balcanes, especialmente de Bulgaria y Macedonia), así que se fue dos años a vivir allí, regalando a Paul una nueva inspiración, que se hace notar especialmente en un tramo final del álbum movido por esos terrenos folclóricos, con temas como "Sianka" o "Subor".

Mientras en la portada de "The Magic Horse" contemplamos precisamente ese misterioso 'caballo mágico' junto a Paul Machlis (sin poder decir exactamente cual de los dos es el protagonista principal del trabajo), en la contraportada se puede leer un acertado comentario del disco como de una feliz y exquisita celebración de música tradicional (folk celta y balcánico) y contemporánea. Sin duda, "The Magic Horse" -así como todo lo que tocan las hábiles manos de Machlis y Fraser- es un disco recogido, para escuchar con buena compañía al crepitar de una hoguera, un pequeño regocijo que sin embargo, y sin razones para entenderlo, no levantó una gran espectación, siendo escasamente recordado para su enorme calidad. Una lástima, ya que estamos ante un trabajo que aparte de grandes interpretaciones y composiciones muy acertadas, tiene alma, algo que se echa en falta en muchas de las propuestas actuales para piano.

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