30.6.21

WILLIAM ORBIT:
"Pieces in a modern style"

En 1995 William Orbit había desempeñado multitud de funciones laborales, tanto dentro como fuera del negocio musical. Desde 1980 fue un artista visual junto a Hamish Bowles, editor de la revista Vogue en Estados Unidos. Tras una serie de álbumes de escasa repercusión, Orbit creó Guerilla Studios, estudio independiente donde inició su eficaz labor como productor. Ubicado en diferentes lugares durante los años, fue en el norte de Londres, en Crouch End, donde William grabó las primeras y más importantes entregas de su serie Strange Cargo (la trilogía inicial porta momentos de gran fulgor), así como la versión primaria de "Pieces in a modern style", una reconstrucción muy de finales de siglo de piezas clásicas publicada bajo el nombre de The Electric Chamber en 1995 por su propio sello, N-GRAM Recordings- Eso fue tres años antes de la edición de una de sus producciones más reconocidas, la del "Ray of light" de Madonna, con la que el incansable William ganó dos premios Grammy y elevó definitivamente su cotización. 

No fue sencilla sin embargo la comercialización del primario "Pieces in a modern style", varias cosas pasaron desde que Orbit comenzara a dar forma a su universo de clásicos en clave de ambiente, hasta que vio la definitiva publicación -en tirada masiva y correcta distribución- de sus ideas. Lo principal, la marcha atrás del proyecto seminal, que había sido ya publicado en 1995 por el mencionado grupo ficticio The Electric Chamber, por la negativa del compositor estonio Arvo Pärt a que sus piezas "Cantus" y "Fratres" fueran utilizadas por el productor británico, tanto en el disco como en el concierto de presentación. Retirado de la circulación, tuvo que pasar un lustro para escuchar la completa edición definitiva, pues aunque Maverick -el sello fundado por Madonna- publicara una edición promocional del álbum en 1999, fue WEA Records la que se encargó definitivamente de su puesta a la venta en el año 2000, con cambios significativos en su listado de pistas. ¿Qué diferenciaba este disco de aquellos terribles trabajos de versiones de sintetizador que poblaron el mercado, con nulo sentimiento, durante la década de los 90? Esencialmente, la calidad del ejecutante, que aseguraba un tipo de sonido a la altura de las circunstancias, y una serie de tratamientos distinguidos y plenos de interés, desde el respeto y la admiración, puesto que la jugada de versionar clásicos puede resultar ruinosa si no se trata adecuadamente (puede acabar sonando igual que el original, sin aportar nada especial o ser una excesiva deconstrucción sin relación alguna). Orbit consigue imprimir un sello añejo a sus creaciones, y en este caso a sus recreaciones, sinfonías ambientales de producción impoluta, algunas de las piezas más memorables de los siglos XIX y XX que fueron situadas de golpe entre el ambient de Brian Eno y lo retro de las deliciosas versiones de sintetizador Moog de Tomita. Para la notación, contó con la ayuda de Damian le Gassick ("él puede leer música pero yo no"). William mantuvo al "Adagio for strings" de Samuel Barber como recibimiento del disco en las dos ediciones del mismo, y de hecho se trató de su primer sencillo, aunque la versión radiodifundida y con videoclip fue el remix realizado por el DJ holandés Ferry Corsten. Barber podría estar orgulloso de la emoción con la que Orbit inunda su inmortal pieza, los acordes se elevan hacia las alturas y el tratamiento sintético envuelve al oyente con elegancia, mitigando un poco la sensación de escuchar la denominada como 'obra clásica más triste'. Otra de las piezas originales es "Ogive Number 1" de Erik Satie, aunque se trata realmente de la versión de la segunda de estas ojivas que el francés publicó originalmente en 1889. Acorde con su medievalismo inspirado en el canto eclesiástico, el arreglo es más bien efectista, buscando posiblemente la sonoridad de un órgano en la melodía principal. Entre medio, el productor inglés rescató para la nueva edición una pieza para piano (o arpa) del ya fallecido en esa época John Cage, "In a landscape". La adaptación libre encandila y alegra el espíritu tras la sublime tristeza de Barber. Otras tres son las piezas que se mantienen de la compilación original: "Pavane pour une infante defunte" es una extraordinaria partitura para piano de Maurice Ravel con la que William juega desde los ritmos y las texturas -aunque suaviza su aporte rítmico en la segunda edición-, abordando una deconstrucción que supuso el segundo sencillo del álbum, en una versión recortada -esta vez realizada por el propio Orbit- bastante más urbana en las percusiones que la del álbum, con su correspondiente videoclip. Las otras dos composiciones que derivaban de 5 años atrás son las dos muestras en el disco del polaco Henryk Górecki, las etéreas y muy disfrutables en su enfermiza belleza "Piece in the old style 1" y "Piece in the old style 3". Otras cinco fueron las novedades del álbum: "Cavalleria rusticana" es la obra más conocida del italiano Pietro Mascagni, un pequeño deleite escrito para ópera, que Orbit conduce hacia un terreno retro muy vaporoso, con un cierto toque circense. No queda muy lejos la juguetona melodía de "L'inverno" de otro italiano, Antonio Vivaldi, aunque tal vez el ser tan conocido le resta algo de interés. Dos compositores clásicos alemanes restan por comentar, de Georg Friedrich Händel -nacionalizado inglés, realmente- es "Xerxes", tratado de manera más ambiental, mientras que dos son los cortes rescatados de la mente de Ludwig van Beethoven, un modernizado "Triple concerto" y el cuarteto de cuerda "Opus 132", que cierra el álbum de manera relajante y atmosférica. No hay que olvidarse de aquellas partituras que Arvo Pärt impidió, afortunadamente a destiempo, que fueran comercializadas, la atrevida modernización de "Cantus" y especialmente "Fratres", que mantiene en vilo con su profundo y misterioso tono sagrado que anticipa futuras propuestas post minimalistas. La versión de esta pieza inmortal es maravillosa, intensa, descarnada. En "Pieces in a modern style", Orbit exploraba un sonido más liquido que en otros de sus proyectos, que luego trasladaría a trabajos como "Hello waveforms" o "Strange cargo 4", Orbit sabía con qué material estaba tratando, deconstruye las piezas con un ágil tono electrónico, ambiental en la mayoría de las ocasiones, e introduce en las mismas un alto componente respetuoso y un tono melancólico que no portaba, por ejemplo, la versión que pocos años después hizo DJ Tiesto del "Adagio" de Barber. Algunos críticos definieron este trabajo como "un asombroso y extraño puente entre el pop y la música clásica", y Orbit no engañaba en el titulo, lo que aquí podemos disfrutar son piezas clásicas en un estilo moderno, posiblemente inaceptables en su mayoría bajo el punto de vista académico, pero poseedoras algunas de ellas de auténticos encantamientos auditivos en bellos requiebros atmosféricos, de aspecto sintético y retro en ocasiones, que pueden atraer a nuevos oyentes al mundo clásico o al menos hacia una instrumentalidad no necesariamente orientada a las pistas de baile o a las corrientes más tristemente machaconas de la música moderna. De hecho, la dificultad de que los jóvenes se acerquen a la música clásica hace de obras como estas un meritorio intento de primaria incursión en unas melodías que, aunque modernizadas, dejan constancia del acerbo milenario a uno y otro lado del planeta. No es tan fácil de observar el guiño que efectúa Orbit con esa palabra, moderno, pues su propia definición ha quedado posiblemente obsoleta, como el aspecto buscado en algunas de las versiones, vestigios añorantes de una visión retrofuturista.

Difícilmente se puede obviar el dato de que en casa del pequeño William se escuchaba música clásica y contemporánea, esos grandes compositores que se podían apreciar en ciertos matices de sus trabajos de laboratorio, pulcros y avanzados, y que acabaron conformando esta fusión tan efectiva como para alcanzar el puesto número 2 en el Reino Unido y ser nominado al premio Grammy en la confusa categoría 'Mejor álbum de pop instrumental'. El éxito de este trabajo, cuya publicación fue alentada por el visionario director de Warner Music UK Rob Dickins, llevó a que 10 años después, en 2010, apareciera bajo el auspicio del sello Decca, una continuación en el mismo estilo con partituras de Camille Saint-Saëns, William Elgar, Edvard Grieg, Vaughan Williams, Gabriel Fauré, Tchaikovsky o Johann Sebastian Bach entre otros, titulada "Pieces in a modern style 2", cuyo single de lanzamiento fue "Nimrod", de Elgar. Además, Deutsche Grammophon publicó ese mismo año 2000 la versión del disco con los temas originales interpretados por importantes orquestas y con nombres como Yo-Yo Ma, Gidon Kremer o Anne Sophie Mutter. "Este proyecto surgió como un divertimento, algo muy gratificante; también como unas vacaciones, porque es un respiro a toda la música dance que había hecho", dijo William Orbit al respecto de este álbum, antes de añadir sobre su larga espera: "Creo que este álbum tiene muchas más posibilidades ahora que hace cinco años". Aunque la ausencia de "Fratres" le restó uno de los grandes motivos para su adquisición, la escucha de este disco no es en ningún caso una pérdida de tiempo, sino más bien una decisión acertada y relajante para escuchar grandes piezas clásicas en un estilo respetuoso y, cómo no, 'moderno'.

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19.6.21

VARIOS ARTISTAS:
"Piano one"

La presentación oficial del sello Private Music se dio en 1985, con una caja de cuatro casetes con sus primeras referencias, las de Sanford Ponder ("Etosha"), Patrick O'Hearn ("Ancient dreams"), Jerry Goodman ("On the future of aviation") y la recopilación "Piano one". Enseguida llegarían nuevas obras de Eddie Jobson, Lucia Hwong, Leo Kottke o Yanni, pero en aquellos comienzos Peter Baumann, el famoso creador del sello, había grabado varios videoclips de esos trabajos pioneros, que aparte de poder verse en los canales interesados, se editaron en 1986 en forma de VHS en los Estados Unidos y como Laserdisc únicamente en Japón. Los vídeos musicales incluídos fueron el legendario "On the future of aviation" de Jerry Goodman, "Beauty in darkness" de Patrick O'Hearn, "Memories of Vienna" de Eddie Jobson, "Water garden" de Sanford Ponder y "Dragon dance" de Lucia Hwong. Private Music era una compañía tecnológica, y el mundo del videoclip se adecuaba especialmente a su propuesta avanzada, un AOR de etiqueta impulsado por el auge del formato compact disc. Sin embargo, y jugando bien sus bazas, Baumann también dejó sitio en su catálogo al instrumento más carismático del mundo acústico, el piano, y su antes mencionada cuarta referencia así lo atestiguaba, una compilación de temas de cuatro artistas, de los que sólo uno iba a grabar un nuevo plástico para el sello de Baumann.

El libreto del álbum destaca al piano como el mayor de los inventos musicales: "una orquesta en sí misma, de insuperable profundidad emocional y flexibilidad expresiva. No hay estilo de música que no se haya tocado en sus teclas. No hay rincón del mundo donde no se haya escuchado. Trueno, percusivo, audaz, introspectivo, conmovedor, curioso, inquisitivo, peculiar... el piano lo ha sido todo para todos los oyentes; la voz perfecta de compositores tan diferentes como Beethoven y Satie, Gershwin y Mozart, Franz Liszt y Jerry Lee Lewis". No son ellos los que aquí aparecían, evidentemente, y si algo se observaba en cuanto a estos protagonistas del disco, los pianistas, era la variedad de sus procedencias, tanto musicales como geográficas, el rock progresivo del inglés Eddie Jobson, el jazz del estadounidense Eric Watson y del alemán Joachim Kuhn (que comenzó en el campo clásico), y el eclecticismo de Ryuichi Sakamoto, japonés que ha unificado sin pudor en su mundo musical lo étnico, lo electrónico y lo clásico. Comienza el álbum con "New feelings", una pieza tranquila y soñadora, de un Joachim Kuhn que repite al final de la cara A del plástico con "Housewife's song", un tema paisajístico, más movido y tarareable que el que la abría. Ryuichi Sakamoto, tal vez por mediación de un Baumann que, inevitablemente, tenía que vender discos, rescata una de las más grandes piezas para cine de la época, ese "Merry christmas Mr. Lawrence" que fue más allá de la película británica-japonesa de igual título en la que venía recogida, para convertirse en un pequeño hito de la instrumentalidad melódica de los 80 (pocos han visto la película y muchos han escuchado la canción) y por supuesto en el gran recuerdo popular de su autor, cuya vitalidad artística le ha llevado, mucho antes y mucho después, por otros caminos más audaces, aunque por lo general no haya conectado tanto con el público como con esta acertada tonada que, en el conjunto de todo el soundtrack, obtuvo el premio Bafta a mejor banda sonora en 1984. En la cara B (o en séptima posición en el CD), Sakamoto aporta una segunda pieza, "Last regrets", no excesivamente elaborada pero que hay que escuchar, y que va alzando poco a poco la cara de este segundo lado, que se afianza en su final con la tercera pieza firmada por Eddie Jobson. Precisamente el británico (que aporta tres composiciones al disco) fue el músico que iba a hipnotizar al público con el siguiente álbum prensado por Private Music, el imprescindible "Theme of secrets". Los amantes del rock progresivo admiran sin duda la discografía de este multiartista, sus grandes momentos en Roxy Music, UK, King Crimson, Yes, Jethro Tull, Frank Zappa y Curved Air, pero los seguidores de la new age o de una música más tranquila y sofisticada, recuerdan especialmente "Theme of secrets" como el refugio especial de la faceta más intimista de Jobson. Mientras tanto, "Piano one" fue su vehículo de avanzadilla en la compañía, y para él aporta tres composiciones: "The dark room" (tema transparente y cristalino, muy en la onda de "Theme of secrets" aunque más a cielo abierto, sin el misterioso velo que cubría aquel maravilloso trabajo), "Balooning over Texas" (que aunque no sea de lo mejor de Jobson, otorga un poco de movimiento a la segunda parte del disco, con algo de jazz en su interior) y "Disturbance in Vienna" (anticipando el tema que estará presente en su propio disco para Private). Por último mencionar que, abriendo la cara B sin hacer mucho ruido, sonaba la pieza de Eric Watson "Puppet flower", un solo recogido, tal vez demasiado para el espíritu de Private, por lo que no es un tema a recordar en un conjunto, eso sí, bastante interesante y asequible.

Tendencias avanzadas, novedosas, que circulaban entre el piano o teclados planeadores, electrónicas palpitantes, violines que iban más allá de su papel de acompañamiento para convertirse en instrumentos rugientes, guitarras atmosféricas... Las músicas privadas escapaban de los estereotipos y jugaban un papel primordial en una serie de trabajos únicos y frescos, distintos y vivificantes, flamantes y descarados. Entre una serie de propuestas en las que la electrónica tomaba una clara preponderancia, el más grande de los instrumentos acústicos se coló decididamente en el título y desarrollo de un trabajo conjunto entre cuatro músicos, un recopilatorio de temas inéditos (al menos en sus versiones pianísticas) titulado "Piano one", que contó con una segunda entrega de lógico título "Piano two" en 1987, de nuevo formada por cuatro nombres, algo más conocidos que los del primer volumen: repite Joachim Kuhn en uno de los temas, y se incorporan Michael Riesman (famoso por sus colaboraciones con Philip Glass, y de hecho el solo de piano que propone es obra de Glass, un aria de su ópera "Satyagraha") y los afamados Yanni y Suzanne Ciani, que aportan tres piezas cada uno, alguna ya conocida ("Nostalgia", presente en el trabajo de Yanni "Keys to imagination", y las muy recordadas de Suzanne "The Fifth Wave: Water Lullaby" -de "Seven waves"- y "The velocity of love" -del trabajo homónimo-) y otras que iban a aparecer, en sus versiones completas, en futuros álbumes de estos dos artistas superventas, que mantuvieron su estancia en Private Music hasta comienzos de la década de los 90. 

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7.6.21

KITARO:
"Mandala"

Se suele afirmar que en Japón el tiempo transcurre de modo distinto que en occidente, y esa cualidad exótica también puede afectar a la manera nipona de hacer música. En la obra del japonés Kitaro se refleja la dualidad de lo eterno y lo que se evapora en un instante, esos 40 o 50 minutos de música que en ocasiones, depende de la disposición del oyente, lo mismo pueden pasar desapercibidos como ser considerados como sones celestiales. Eso sí, él mismo se ha encargado de matizar en alguna ocasión que su música no es oriental u occidental, sino que más bien es universal. Tras sus inconmensurables inicios, el camino de la nueva etapa del músico en los años 90 se asomaba perfectamente al término medio entre los dos extremos del mundo, y hacia sones bien producidos y de sobrada agradabilidad cuyo consumo rápido no deja de evocar el respeto por lo bien hecho, y el agradecimiento por mantener la cara bien alta en la consecución de un sonido único y maravilloso, emblema e icono de la música new age desde finales de los años 70.

Después de muchos años editando sus discos en Canyon Records y unos pocos en Geffen Records, Kitaro cambió de compañía en los 90, convencido por un manager y productor japonés afincado en los Estados Unidos, Eiichi Naito. Publicado en agosto de 1994, "Mandala" fue el primer álbum de estudio de Kitaro para el sello Domo, creado por Naito en norteamérica en 1993, un sello del que Kitaro ha sido insignia durante los años ("desde que comenzamos a trabajar juntos, Domo Records y yo mantenemos una buena relación laboral, porque ambos tenemos el mismo propósito: nuestro futuro espiritual"). Polydor se encargó de la distribución y publicación en algunos países. De intenciones espirituales y relajantes, y utilizados especialmente por el budismo y el hinduismo, los mandalas son dibujos simbólicos (representaciones del espacio sagrado) que presentan una forma circular (mandala significa círculo en sánscrito) inscrita en otra cuadrangular. Kitaro se muestra contundente en la obertura de la obra, de título también "Mandala", cuando unos remolinos sinuosos y efectos de sonido de un misterio cercano al de algunos álbumes de su admirado Klaus Schulze, dan paso a la definitiva entrada en escena de una furiosa guitarra eléctrica más característica del rock sinfónico que de la new age meditativa. Pero Kitaro se ha mostrado siempre contundente en su trabajo, sabiendo llevar a su terreno cualquier influencia, interés y conexión. Por ejemplo, la de "Dance of Sarasvati" con Sudamérica, merced a la aparición de una flauta que suena muy andina, aunque Sarasvati sea la diosa hindú del conocimiento. A pesar de su estilo directo, bien construido y perfectamente audible, hay que afirmar que se antoja un tanto innecesario y fuera de lugar, no es este un tema original, ni vibrante, Kitaro se aleja de sus referentes de manera un tanto peligrosa (el culmen será su disco navideño, "Peace on Earth"), pero al menos está interpretado con respeto y pasión. Antes de ella, "Planet" es, este sí, un espléndido ambiente casual, muy agradable y característico del sintesista de Toyohashi, culminado por un sutil y caprichoso burbujeo. La parte central del disco es también altamente interesante: en ella "Scope" es un nuevo ambiente cósmico, cercano a los de su primera época salvo por la aportación importante, de nuevo, de la guitarra. Aunque no llega a aquellos niveles de emoción, es sugerente y adictivo. Y a continuación, una contundente percusión apoya al ambiente, sinfónico de nuevo, de "Chant from the heart" que de repente se crece con la inclusión de una voraz melodía épica. El interés desciende de nuevo con la calmada "Crystal tears" y "Winds of youth", donde el viaje parece rendir tributo a los indios americanos, por mor de un sonido de flautas y percusión de lluvia muy característicos; solo al final aparece el inconfundible toque oriental. Afortunadamente, para cerrar el álbum Masanori Takahashi (es decir, Kitaro) recurre nuevamente a una melodia con su sello personal, "Kokoro", tema destacado en la promoción de álbum, con un cierto sabor folclórico japonés, y esa guitarra que occidentaliza (de manera un tanto ruidosa pero bien construida, basada en rock o blues) gran parte del trabajo, y que el propio Kitaro sorprende cuando la utiliza pasionalmente en sus directos. Kitaro colaboró en 1992 en el álbum "Scenes" del ex-guitarrista de Megadeth Marty Friedman, y la sonoridad de esas guitarras en canciones como "Valley of eternity" tuvo que convencer al japonés para endurecer un tanto su sonido. A pesar de lo, en ocasiones, artificial de los teclados y la tecnología, Kitaro siempre ha presentado un enorme respeto por las tradiciones y folclore de cualquier rincón de la Tierra: "He viajado por muchos países y colecciono muchos instrumentos musicales tradicionales. Y todavía estoy tratando de tocar y hacer hermosos sonidos de estos instrumentos. Como cada instrumento tiene una profunda influencia cultural en cada país, es un proceso atemporal para mí". En "Mandala", este multiinstrumentista se rodea de percusiones (Jonathan Goldman, Keiko Matsubara, la tabla de Ty Burhoe, los tambores de Yoshi Shimada), guitarras (Angus Clark, John DeFaria), flautas (Nawang Khechog, o la shakuhachi de Seiho Miyazaki) y la biwa (una especie de laúd japonés, interpretado por Ryusuje Seto).

Luminoso y vibrante por naturaleza desde que quiso imitar a su modo la electrónica de su ídolo Klaus Schulze o de bandas como Tangerine Dream, algunas atmósferas de Kitaro dibujan teatros de luz negra, en los que las secuencias repetitivas son explosiones de luz y cada melodía una sobreexposición luminosa que destaca en el oscuro remolino cósmico. Aunque "Mandala" no apabulla, mantiene un intento de codearse con la grandiosidad de su primera época que hay, cuanto menos, que agradecer. Es además un amago de retorno de este músico inconfundible al rock sinfónico de su antiguo grupo, la Far East Family Band, especialmente en su recuperación de la guitarra eléctrica. buscando un mayor acercamiento a occidente que le otorgó en aquella época aún más popularidad y respeto mundial, así como nominaciones y premios. "Mandala", por ejemplo, estuvo nominado al premio Grammy en la categoría new age, que como en las ocasiones anteriores ("The field" y "Dream") y otras muchas posteriores (a excepción del que consiguió con "Thinking of you" en 2001), no ganó, llevándose ese año el galardón Paul Winter con "Prayer for the wild things". 

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