28.5.22

HANS ZIMMER:
"Millennium (Tribal Wisdom and the Modern World)"

¿Cuál es el momento en que un compositor de bandas sonoras se convierte en una estrella de la música? ¿Qué motiva el éxito de unos tratamientos sobre otros en el mundo de la música para cine? Es difícil explicarse el fenómeno Hans Zimmer, un músico perfectamente válido antes de ganar el Óscar de Hollywood, pero que a raíz de ese éxito con la banda sonora de "The Lyon King" encontró un camino libre para aplicar sus intenciones sonoras, totalmente evolutivas, a la música de las películas a las que engrandecía con un nuevo sonido que combinaba la fuerza del pop con la grandeza sinfónica. Visto así no es tan difícil de entender, realmente, pues su música es de un grandioso colorido y de gran emoción melódica. Muy conocidas son las anécdotas sobre los primeros pasos de Hans, especialmente su aparición en el videoclip de "Video Killed the Radio Star" (la mítica canción de The Buggles) que inauguró la populosa cadena musical MTV, o su participación en varios conciertos del grupo Mecano en 1984 (sus teclados suenan en el álbum "Mecano en concierto") y su amistad con Nacho Cano. Y es que Hans Zimmer supo efectuar una combinación de elementos y grabarlos con una tecnología que estaba cambiando la forma de hacer música, para conseguir un sonido propio, espectacular, que conecta no sólo con las películas a las que engalana sino con el interior de los espectadores.

Tras ser apadrinado por Stanley Myers, con el que grabó varios trabajos a comienzos de los 80, los últimos años de la década vieron alzarse la figura contenida (al menos viendo sus posteriores logros) de este músico alemán, como ejecutor de impactantes momentos musicales en el cine comercial. 1988 fue el año de su primer gran éxito, "Rain Man", donde los componentes rítmico y melódico chocaban de una manera fabulosa. Un año después llegó "Driving Miss Daisy" ('Paseando a Miss Daisy'). Delicioso era su rumbo musical, que tomó notoriedad gracias a su sorpresivo Oscar a la mejor película. Tal vez la banda sonora tuvo algo que ver en esa atmósfera entrañable que le llevó hasta el codiciado premio. Estas músicas crearon una necesidad en el espectador (y especialmente en el oyente de las bandas sonoras) de continuar escuchando esa música adictiva. Y lo hicieron, en películas de visionado obligado como "Green Card" ('Matrimonio de conveniencia'), "Thelma & Louise", "Backdraft" ('Llamaradas'), "The House of the Spirits" ('La casa de los espíritus'), "Point of no Return" ('La asesina'), "True Romance" ('Amor a quemarropa'), "Beyond Rangoon" ('Más allá de Rangún') o "Crimson Tide" ('Marea roja'), antes de que el Óscar por "The Lyon King" ('El Rey León') -precedida por el éxito silencioso de "The Power of One"- le elevara a los altares musicales. Pero no sólo el cine acaparó su actividad. Un estupendo documental requirió sus servicios a comienzos de los años 90, una producción de la cadena PBS titulada "Millennium: Tribal Wisdom and the Modern World", que constaba de diez capítulos sobre las culturas indígenas y sus visiones del mundo actual, filmada en quince países y presentada por el antropólogo David Maybury-Lewis, que explicó: "La idea es tratar de comprender la sabiduría de los pueblos indígenas, examinar los caminos que hemos elegido no tomar y aprender sobre nuevas posibilidades humanas en ese proceso. Si empezamos a entender a diferentes personas en toda su humanidad, es mucho menos probable que aceptemos su destrucción". La voz de un auténtico chamán nos recibe en la breve "Shaman's Song", antes de introducir la melodía principal del trabajo (posteriormente más elaborada) en "Stories for a Thousand Years". Otro tema de enorme capacidad sonora y visual es "The Journey Begins", segunda gran tonada del álbum, merecedora de elogios, que tendrá su réplica -aunque no tan epatante- al final del disco en "The Journey Continues". No sólo percusiones tribales se citan con los teclados y demás instrumentación, también voces indígenas originales (un trabajo de campo excepcional extraído de las imágenes del documental) hacen de "Millennium" un disco a la vez antiguo y moderno. La dicotomía se presenta en muchas de las piezas, por ejemplo en "The Stone Drag", "Race of the Initiates", "Song for the Dead" o "Initiation Chant / Rites of Passage" (presentaciones para todo el público de cánticos o rituales que abren su privacidad al mundo), así como en los comienzos de "Geerewol Celebrations" (donde vuelve a sonar el emocionante leitmotiv), "Courting Song / Love in the Himalayas" (con una estupenda cadencia ambiental en su segunda parte), "Fiddlers / Pilgrimage to Wirkuta" (desarrollando una excepcional melodía bailable a las cuerdas, que de repente torna a romántica) o "Well Song / A Desert Home". Hans toma las voces étnicas al principio de muchas de las piezas para acabar introduciendo su tratamiento y partituras propias. El Zimmer sencillo y melódico con el teclado aparece también en temas como "Inventing Reality" o "The Art of Living", y más sinfónico en "The Shock of the Other", incluso sin duda concienciado con la causa indígena en "An Ecology of Mind". Para cerrar el disco, Zimmer se guardaba el tema principal convenientemente elaborado y magistral, "Millennium Theme", nuevo ejemplo de construcción musical completísima para un disfrute colosal. Su ritmo gozoso incide en un tratamiento tribal con una efectiva carga tecnológica, al estilo de las corrientes new age de la época, pero con el toque de calidad y producción indiscutibles del alemán, que desarrolla en esta banda sonora un trabajo imposible de pasar desapercibido en su discografía a pesar de no tratarse de una película. Aunque a estas alturas Hans Zimmer no era un recién llegado a la industria, se puede considerar "Millennium" una obra de su primera época, pudiéndose atisbar en este soundtrack elementos y rasgos distintivos de imágenes futuras, de películas que se beneficiarán de su espectacularidad, como (la lista es inmensa) "The Thin Red Line" ('La delgada línea roja'), "Gladiator", "Batman Begins", "Pirates of the Caribbean" ('Piratas del Caribe'), "Inception" ('Origen'), "Sherlock Holmes", "Interstellar" o "Dune". 

"Millennium (Tribal Wisdom and the Modern World)" fue publicada por Narada Cinema (la efímera división de música para cine y televisión de Narada Productions) en 1992 con un libreto lleno de información acerca de los pueblos indígenas de los que se hablaba principalmente en la serie (una segunda edición lanzada en 1999 prescinde de mucha de esta información), Dogon, Huichol, Makuna, Aborigines, Wodaabe, Xavante, Gabra, Nyinba, Navajo o Weyewa. En él se explica además la dificultad de las grandes sociedades industriales para comprender y relacionarse con las pequeñas sociedades tribales de África, Australia, Oceanía, Asia o América del Sur. Cuando los europeos se encontraron por primera vez con los pueblos nativos de las Américas -explican en dicho libreto-, los consideraron 'salvajes', pues sólo podían imaginar un tipo de civilización, la suya propia. Cinco siglos después, sobreviven unas 5.000 sociedades 'indígenas', y "a pesar de su ausencia de tecnología, comodidades y recursos, con su sentido seguro del lugar del individuo en la sociedad y con un gran respeto al mundo natural, parecen estar menos ansiosos, menos solos, menos confusos. Estas diferencias sugieren que el intercambio entre nuestro mundo impulsado por el progreso y el mundo tradicional de los pueblos indígenas podría ser mutuamente beneficioso. Fue para facilitar este intercambio que se hizo 'Millennium (Tribal Wisdom and the Modern World)'". Hans Zimmer puso su grano de arena en esa causa engarzando los cantos y ritmos tribales con su tecnología puntera, y elaboró una banda sonora de gran belleza y naturalidad, que a pesar de sus grandes éxitos para Hollywood aún es recordada con admiración.










18.5.22

ANDREW POPPY:
"The Beating of Wings"

En su habitual concepción atrevida de la música, en 1982 Les Disques du Crépuscule publicó el trabajo homónimo de un grupo llamado The Lost Jockey (como la pintura de René Magritte), un remedo de formas minimalistas creado por Andrew Poppy, John Barker, Orlando Gough y Simon Limbrick, que a pesar de algunas críticas elogiosas, no acabó de encontrar sentido en la enorme competencia del momento con su concepción vanguardista, que casaba con el surrealismo del pintor belga que les daba el nombre. Andrew Poppy acabó por ser el miembro más conocido de esa cooperación artística, gracias a su fichaje por el sello ZTT Records a mediados de los años 80, con los que publicó dos excelentes obras en la línea contemporánea más cercana a esos minimalistas norteamericanos como Philip Glass y Steve Reich, que The Lost Jockey habían pretendido homenajear. Algunas de las piezas de su primer trabajo, el reconocido "The Beating of Wings", provienen de hecho de aquella agrupación temprana, a partir de la cual Poppy logró dar un salto de calidad para instalarse en puestos avanzados de las listas de nombres más interesantes del minimalismo europeo y de la vanguardia hasta nuestros días.

Nacido en Kent (Inglaterra) en 1954, a Andrew Poppy no le enganchó el piano en un principio, si bien la música clásica que su padre ponía en casa (especialmente Beethoven) le acabó de convencer, elevando su influencia a otros compositores contemporáneos (Stockhausen) y al pop que escuchaba en la radio (The Beatles principalmente). Instalado en una educación musical definitiva desde los 17 años, descubrió muy pronto la música repetitiva de Steve Reich o Philip Glass, lo que le marcó en un principio, así como a otros compositores como Feldman, Webern, Bartok o Debussy. Antes de evolucionar hacia otros caminos en sus siguientes trabajos, en "The Beating of Wings" (que el sello de Paul Morley, Trevor Horn y su malograda esposa Jill Sinclair, ZTT, publicó en 1985) recogía influencias minimalistas variadas, y con los aportes ambientales y electrónicos precisos, constituyó una deliciosa sopa, que él mismo definió en principio como de con-fusión, más que de fusión. En este trabajo, Poppy explora, reinventa y recorre varios caminos, que lo mismo discurren hacia lo clásico como hacia el pop, si bien el envoltorio es totalmente del mundo propio de este compositor que siempre se ha considerado muy tradicional, de los que compone manualmente, con partitura. "La forma en que los compositores americanos han hecho piezas de más de treinta minutos a partir de una única armonía, patrón rítmico o textura es una continua inspiración y modelo", decía un Poppy que en su camino había sido influenciado por obras como "In C" de Terry Riley, "For Samuel Beckett" de Morton Feldman o "Drumming" de Steve Reich, así como por los lanzamientos del sello de Brian Eno Obscure, que incluían a Michael Nyman o Gavin Bryars: "Mucha gente me ha dicho que mi primer disco, 'The Beating of Wings', supuso una introducción a un tipo diferente de música clásica o minimalista. Música instrumental que no era jazz ni música tradicional ni en forma de canción. Hice un esfuerzo consciente a comienzos de los ochenta para situar lo que hacía en ese terreno específico. Brian Eno editó gran cantidad de música experimental a finales de los años setenta en su sello Obscure -ésto fue una influencia- así como la forma en que esta música se hizo asequible a un público amplio. Supe que era posible hacer música clásica experimental sin restringirse a los pesados rituales de la academia". Desde el principio se nota que la propuesta es desenfadada pero el envoltorio es serio. "The Object as a Hungry Wolf", desarrollo repetitivo de más de doce minutos, es como una estudiada danza de la naturaleza en la que cada grupo de instrumentos tiene su peso, se nota la presencia rítmica y enorme personalidad de los metales, el apoyo de las cuerdas (entre sus numerosos intérpretes, una joven Jocelyn Pook en la viola), el enfoque melódico de los vientos, el envoltorio etéreo de los teclados y de unas voces tarareantes (propias del estilo de aquellos Glass o Reich) que toman protagonismo desde mitad de la pieza para sumirnos en una falsa y atmosférica calma, rota sin piedad en un desenlace inquietante. "The Object as a Hungry Wolf" es una idea proveniente de The Lost Jockey, un gran inicio al que sigue "32 Frames for Orchestra", partitura animada que se podría calificar como claramente deudora del estilo de Michael Nyman, de tal forma que en sus cerca de nueve entretenidos minutos parecemos inmersos en un abigarrado film de Peter Greenaway. Ciertamente, el movimiento constante de cuerdas y metales sobre los que se alzan plegarias de vientos en un tono repetitivo, es un recurso fílmico tan manido en ciertos momentos del cine vanguardista, que muchas imágenes se podrían asociar a este agradecido despliegue orquestal con sus emocionantes momentos épicos. "Listening In" inauguraba la cara B del plástico, y tras la fanfarria inicial se distingue un corte algo más atrevido, activo, con mucha percusión, sin el sentido melódico de las dos piezas previas. Una atrevida gama percusiva acapara la vitalidad de un tema aguerrido al que se incorporan extrañas voces masculinas. El experimento tiene fuerza y urbana modernidad, aunque tal vez su duración sea excesiva, y nos plantea preguntas (benevolentes) sobre el propósito del álbum. Un álbum sin duda variado y de propósitos experimentales, como lo demuestra también el uso de los silencios al comienzo de "Cadenza" (retitulada posteriormente "Cadenza for Piano and Electric Piano"), partitura envolvente de evidente protagonismo pianístico, diálogo de quince minutos entre teclas acústicas y eléctricas, que en su sencillez no está exento de lirismo y de una belleza celestial. "Cadenza" parece ser una extensión, mucho más suave y mejor elaborada, del tema de inicio del álbum "The Lost Jockey" titulado de igual modo, aunque proviene incluso de una idea anterior, concebida por Poppy y Helen Ottoway para un espectáculo de danza en 1980, y reelaborada en varias ocasiones. Ottoway, de hecho, interpreta junto a Glynn Perrin en el álbum el piano eléctrico, encargándose Poppy del acústico. "The Beating of Wings" acababa así en 1985, pero bastantes años después fue completado, ya que en 2005 ZTT publicó la recopilación de los primeros años de Andrew Poppy "On Zang Tuum Tumb", y ahí se descubrían tres composiciones nuevas en clara relación a su primer álbum, aunque con excitantes tratamientos urbanos: "Inside the Wolf" (prolongación del título del tema inicial) es una composición corta en clave moderna muy percusiva, con loops y teclados, más propia de artistas como David van Tieghem. El ambiente es animado en su justa duración, y nos transmite la sensación de un compositor abierto a todo, pero sin buscar el rumbo melódico del éxito. Su enfoque hace pensar que bien podría sonar en alguna banda sonora de acción del siglo XXI. Algo parecido sucede con "The Impossible Net", pero en una larga suite de intriga o espionaje. Ya conocido en formato single (como ahora veremos), se trata de una especie de reinterpretación de la melodía de "32 Frames for Orchestra" (que en esta compilación se hace llamar "32 Frames for Amplified Orchestra") de manera más oscura y con aporte continuo de batería (Poppy se preguntaba dónde encontraba la crítica los elementos pop en su música, y este tipo de instrumentos comunes en una banda moderna suponen el mayor acercamiento), acertado ambiente altivo, muy rítmico y con metales que acuden impulsivos a aportar sus notas de suspense. Luego, tras un nuevo tramo cercano a un Nyman avanzado, Poppy vuelve a acceder a terrenos de difícil definición entre lo ambiental y lo suavemente electrónico con un atrapador ritmo constante que, sin embargo, se corta de raíz cediendo paso a un piano jazz, en un alarde de contrastes confirmando una suite atrevida. Por último, moviéndose como en todos estos bonus por terrenos de atrevido vanguardismo urbano, esta especie de performance concluye con una menos agradecida (pero complementaria al desenfadado y sin duda acertado resultado final) "Listening In (Re-Modelled)", reinterpretación del tercer corte en formato corto. "32 Frames for Orchestra (Drummed Up)" fue allá por 1986 un acertado sencillo del álbum, completado por "The Impossible Net" en la cara B. "The Beating of Wings" está repleto de contrastes, es el debut de Andrew Poppy una obra que sorprende en la primera escucha, y aunque no se convierta en disco de cabecera, puede atrapar en ciertos momentos de búsqueda. Su cara A es más agradecida, más fácil de escuchar, si bien es la B la que innova, requiriendo una mayor atención, apartándose de movimientos de moda para marcar su propio camino, que continuó con otro buen trabajo en ZTT en 1987 titulado "Alphabed (A Mystery Dance)", donde el atrevido juego repetitivo de Andrew seguía por igual los dictados de los minimalistas como de otros artistas de la vanguardia de la época (Laurie Anderson, por ejemplo).

El talento compositivo de Andrew Poppy se ha mostrado en continua evolución a lo largo del tiempo, mostrando sin pudor conexiones atrevidas entre formas acústicas y electrónicas, o entre pop y música contemporánea, en danza, teatro, cine, performance, y en obras grabadas como "Time at Rest Devouring its Secret", "And the Shuffle of Things" o "Hoarse Songs", laberintos oníricos musicales -como definió él mismo en cierta ocasión algunas de sus piezas- que conducen hacia una cuerda locura, la de este artista británico que bien entrado el siglo XXI luce una larga melena blanca y continúa provocando con una música extraña para los que sólo siguen el dictado de las radios convencionales. Los que investigan y disfrutan con el riesgo de la música contemporánea electroacústica pueden encontrar sus obras como un escape, tanto las más actuales como aquellas con las que comenzó su camino en los años 80, comenzando con esta estupenda "The Beating of Wings", con la que este músico británico desplegó sus alas y voló siguiendo los dictados de una asombrosa generación de compositores minimalistas de innegable atracción.






3.5.22

SKYEDANCE:
"Labyrinth"

"Skyedance" fue el título, en 1986, de un espléndido álbum grabado a dúo entre dos músicos por entonces bastante desconocidos, Alasdair Fraser y Paul Machlis. En esta reunión, ambos interpretaban temas tradicionales escoceses rescatados de cancioneros. Fraser y Machlis se habían conocido en California cuando el primero de ellos, el violinista escocés, se había desplazado hasta allí por un trabajo totalmente alejado de la música. Gracias a Machlis, estadounidense, y a la aceptación de su arte conjunto, Fraser volvió a su país de origen y a su vocación, ofreciendo al mundo espléndidos álbumes como "Skyedance", "The Road North" (ambos junto a Paul Machlis) o, ya en solitario, "Dawn Dance". Con ellos su popularidad llegó a límites insospechados años atrás, pero para sus largas giras necesitaba un grupo de amigos, un conjunto que tuvo el acierto de tomar el nombre de aquel disco primario que comenzó todo, Skyedance. 

El objetivo era crear una banda a través de la creatividad de cada uno de los miembros, que provenían de campos distintos. Madurar esa combinación lleva tiempo, pero la calidad de los nombres implicados era muy grande, y la unión hizo que cada músico tuviera una voz distintiva y muy fuerte: Alasdair Fraser (violín, viola), Eric Rigler (gaitas escocesa e irlandesa), Chris Norman (flauta de madera, flautín), Paul Machlis (piano, órgano, teclados), Mick Linden (bajo) y Peter Maund (percusión) fue la formación que grabó el afortunado primer paso del grupo, "Way Out to Hope Street", un auténtico viaje a Escocia, a una tradición antigua y hermosa, muy bien tratada y fácil de escuchar, pero salpicada de gozosas influencias de otros estilos (no en vano Chris y Peter habían tocado música antigua, Mick había colaborado con algunos grupos africanos, y el jazz era también una constante en varios de los miembros). Ese primer disco de Skydance era una especie de prolongación de los trabajos de Fraser y Machlis (incluso "The Skyedance Reels" fueron rescatados del álbum "Skyedance"), incorporando nuevos elementos e ideas, ganando por lo tanto en profundidad aunque se pueda diluir así de algún modo esa chispa artesana y absolutamente bucólica que presentaban sus trabajos seminales. Con los mismos protagonistas, dos años después, llegó una segunda opción para admirar la conjunción de elementos de este fenomenal grupo en el álbum "Labyrinth", publicado por Culburnie Records en 1999, con la conveniente edición española a cargo de Resistencia donde estos seis músicos superaron el alto nivel del disco de debut. "Labyrinth" es vibrante y atractivo, a la par que algo más sosegado, y puede presumir de una mayor investigación, de ser incluso más abierto a otros sonidos, como se cuenta en el libreto: "Los laberintos son símbolos profundos de la peripecia vital en muchas culturas, desde el gran mito griego de Ariadna y Dédalo, hasta los hermosos laberintos labrados y penetrables de los pueblos celtas, amerindios y nórdicos. Los músicos de Skyedance emprenden su propia peripecia laberíntica entrelazando raíces escocesas con influencias de todo el mundo y enhebrando su recorrido descubridor en todo un juego de ritmos, armonías y melodías". La conjunción es fantástica, y aunque la voz principal es la del violín, todos los músicos tienen momentos para brillar. De Fraser es el reel de inicio, el fenomenal "The Spark" (dedicado a la memoria del poeta Donnie Campbell), y aunque suyas son también dos demostraciones de violín como "Into the Labyrinth" o "Ariadne's Thread", es en una de las joyas del disco donde demuestra su nivel como compositor: "The Other Side of Sorrow" es un monumental lamento inspirado en 'The Cuillin', un poema de Sorley MacLean referido, cómo no, a la isla de Skye, ese lugar que Alasdair considera uno de los más bellos del mundo y que ha acompañado sus inspiraciones durante los años. Rigler aporta al disco "La Gallega", donde sus compañeros van adoptando su bella melodía. No es de extrañar el apabullante bajo sin trastes del comienzo de "Till October" al comprobar que es una composición de Mick Linden de sorprendente atmósfera, un Linden que se muestra más desenfadado en la andante y entretenida "Cat in a Bag", y en "When she drives". "Fite Fuaite" es una pieza de Paul Machlis que proviene de una expresión gaélica irlandesa que significa 'mutuamente entrelazados'. Tal vez se refiera a su relación musical con Fraser en aquella época. "Inside the Shadows" es otra de sus aportaciones al álbum, en la que se nota la conducción de su piano, pero su gran acierto es el tema de cierre, "Evensong", una de esas tonadas monumentales, dignas de cerrar los ojos durante cuatro minutos y sencillamente disfrutar. Chris Norman, por último (Peter Maund no compone en este trabajo, pero su percusión es vital en el mismo), incorpora al disco "The Pentz Road", y especialmente "The Iron Rig / The Boxwood Reel": su primera parte, excepcional (que recuerda profundamente a la versión que del clásico de Van Morrison, "Moondance", realizó el recordado grupo Puck Fair) y dedicada a su padre, Arthur, "alude -se nos cuenta en el libreto del álbum- a los anillos que los ingenieros canadienses llevan como símbolo de orgullo profesional y responsabilidad cívica. Estos anillos se hicieron en un principio con el acero de un puente que se derrumbó en las proximidades de Quebec".

El violín es uno de los instrumentos característicos de la música celta, aunque tal vez carezca de la potencia simbólica de la gaita o del celestial lirisno del arpa, por mencionar sólo otros dos instrumentos típicos de esa cultura. Además, el violín posee una mayor identificación con la música culta, lo que no le impidió desde siempre gozar de un gran poderío en la tradición de las tierras celtas. Alasdair Fraser y su violín se hacen uno en la música de este maestro escocés que se convirtió en un nombre a tener en cuenta en las corrientes musicales instrumentales de los locos años 90. Junto a su banda Skyedance, continuó engrandeciendo su figura, y cualquiera de sus dos trabajos originales ("Way Out to Hope Street" y "Labyrinth"), así como su espectacular disco en vivo en España ("Skyedance en directo"), son razones más que sobrantes para dejar que el tiempo fluya al ritmo de los sonidos mundiales de una banda conjuntada y original, pero más cercanos, visto el nombre de su líder, a la venerada tradición escocesa.

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