26.3.22

MICHAEL HOENIG:
"Departure from the Northern Wasteland"

El poder primario que poseen los ritmos secuenciados ayudaron a que determinadas obras de los años 70 denominadas como música cósmica encontraran un enorme éxito y trascendencia, originando joyas electrónicas muy recordadas actualmente, especialmente trabajos provenientes de Alemania de bandas electrónicas como Tangerine Dream o Kraftwerk, y de artistas de la talla de Klaus Schulze o Manuel Göttsching. Otro de los muchos nombres a tener en cuenta en esa comunidad artística alemana es el de Michael Hoenig, nacido en Hamburgo pero presente en su evolución cultural y musical en Berlín. Músico bien relacionado, Hoenig llegó a tocar con Tangerine Dream sustituyendo a Peter Baumann en una gira por Australia tras la publicación del exitoso "Phaedra". Poco antes, había estado a punto de formar el dúo 'Timewind' con Klaus Schulze, lo que podía haber sido una asociación muy interesante y fructífera, aunque tal vez problemática, por lo diferente de esas dos personalidades, la improvisativa de Schulze y la metódica y estructurada de Hoenig. Todo quedó en nada, Schulze continuó su prolífica trayectoria y Hoenig encontró su camino, que tuvo su punto fuerte en un trabajo publicado por Warner Bros. Records en 1978 de título "Departure from the Northern Wasteland". 

A finales de los años 60, el músico y profesor del Conservatorio de Berlín, Thomas Kessler, ofreció unos cursos de música contemporánea donde realizaba talleres y ensayaba junto a sus alumnos. Agitation Free fue uno de los grupos que acudieron a conocer instrumentos extraños, músicas lejanas como la india o a compositores minimalistas como Steve Reich, Philip Glass o Terry Riley. Kessler apadrinó al grupo, que publicó tres álbumes, dos de estudio (los psicodélicos "Molesch" y "Second") y el directo "Lost". Uno de sus miembros era Michael Hoenig, joven inquieto que editaba una revista underground, improvisaba sus propios aparatos electrónicos y se juntaba con músicos experimentales alemanes. Fue en su trabajo en la organización del festival multicultural Metamusik donde Hoenig conoció a esos músicos minimalistas que había escuchado en los talleres de Kessler, incluido a un Philip Glass para el que llegará a tocar unos años después en el álbum "Koyaanisqatsi". Concluida la gira australiana con Tangerine Dream, Hoenig montó el Aura Studio, donde poder desarrollar sus ideas en total libertad. Allí mezcló el importante álbum de Ashra, "New Age on Earth", y allí se gestó "Departure from the Northern Wasteland", por cuyas venas corre la sangre de la 'escuela de Berlín', pero en el que se pueden atisbar influencias contemporáneas y minimalistas, intentando desmarcarse en cierto modo de cualquier denominación y crear un mundo propio. La cubierta de este trabajo es de una hermosa naturalidad, un colorido paisaje nocturno, brumoso, se engalana con la presencia de bellos globos aerostáticos. El cielo y la tierra, de nuevo las conexiones entre lo que tenemos encima de la cabeza y debajo de nuestros pies. El viaje de "Departure from the Northern Wasteland" comienza con una tranquilidad que dibuja nervios, expectación e ilusión en un viajero que pronto va a verse arrastrado por un torbellino rítmico en el que secuencia -grave y repetitiva- y melodía -cambiante y artificial, pero dulce y soñadora- se conjuntan para dar vida al corazón de la larga pieza que acapara la cara A del plástico y que al final se difumina tan discretamente como había llegado. Sus 20 minutos tejen una maraña de experiencias, y el tiempo pasa volando, comenzando con un sugerente paisaje nórdico nocturno como el de la alabada portada, que se ve alterado levemente, sin prisa, por la llegada del secuenciador y el sintetizador, plasmando en música el sentir melódico de la electrónica de la época y el lugar. No es poco lo que consigue este alemán, estos 21 minutos de trance ubicuo (lo mismo se antoja terrenal como espacial) son animosos, elaborados, entretenidos en toda su extensión, un ambiente secuenciado primario y visceral, acompañado de otros efectos burbujeantes y de la guitarra eléctrica en dos pistas simultáneas, que va cobrando vigor hasta apagarse definitivamente. El hilo subliminal estimula al oyente, que parece estar entrando dentro de la propia obra, toda una experiencia para los seguidores de la electrónica y del ambiente cósmico. No hace malabarismos Hoening, no encuentra nuevos caminos, su música se parece a la de otros de sus amigos alemanes, pero el camino es especialmente enaltecedor, posiblemente deudor de los minimalistas americanos antes mencionados. De parecida factura e intenciones, la cara B complementa perfectamente el trabajo: con una duración de 11 minutos, "Hanging Garden Transfer" es más cercano a lo que en esos momentos podían hacer figuras como Jean Michel Jarre, y por lo tanto comercial a su modo, en los círculos de la experimentación electrónica de la época. Notas graves de secuenciador muy acertadas pueden asemejarse a algunas de las entradillas del francés, mientras que la parte melódica, de hecho, no anda muy lejos de sus momentos primarios (sólo había tenido tiempo de publicar "Oxygène", y "Equinoxe" era coetáneo a este álbum de Hoenig) en este tema bien conducido, muy ameno y acertado. Hay que afirmar que no se trata de una pieza facilona sino de un hermoso ejercicio de vanguardia que ha envejecido bastante bien -abruma el intenso clímax final-, merecedor incluso de un mayor recuerdo. "Voices of Where" es un descanso de la rotundidad anterior, una aparentemente sencilla atmósfera nebulosa con un final extraño. Para finalizar llega la pieza más corta del álbum, "Sun and Moon", nuevo dúo de secuenciador, teclados y percusión con parecido a las propuestas de Tangerine Dream, en un conjunto algo más dulcificado que completa la cara B de la obra con la misma duración de la suite de la A. Grabado en el Aura Studio berlinés, el disco fue mezclado por el reconocido Conny Plank en Colonia. Hoenig tocó todos los teclados y contó con la ayuda en la cara A de Lutz Ulbrich (antiguo compañero en Agitation Free) a la guitarra y la modelo Ursula 'Uschi' Obermaier a la voz, y en el corte final de otro ex-Agitation Free, Michael Duwe, en las armonías vocales. Lamentablemente, se trata de un trabajo no muy conocido, a pesar de su calidad. De hecho, lejos de alcanzar el éxito inmediato y despegar en la industria, Hoenig se trasladó a los Estados Unidos y tardó bastantes años en publicar su segundo plástico, mezclando la influencia berlinesa con otras modas electrónicas del momento más cercanas a un pop electrónico que busca una comercialidad marginal. Su trabajo en televisión y cine ha provocado la creación de bandas sonoras que no han hecho historia, pero que prolongan la vida útil de este gran músico. 

Puede sorprender el interés de una multinacional americana como Warner Bros. Records por un poco conocido artista alemán de música secuenciada. Estudiando el panorama, se avecinaba una oleada de músicas nuevas, distintas, con un uso atrevido de la tecnología por bandera. Virgin Records había tenido su éxito electrónico con Tangerine Dream y "Phaedra", y Polydor con el célebre "Oxygène" de Jean Michel Jarre, RCA tenía a Vangelis y oleadas sintéticas venían de Japón, así que Warner quiso su propio hit tecnológico. Decepcionados por la diferencia de ventas y popularidad con esos otros nombres, el contrato de Michael Hoenig fue roto antes de la publicación de un segundo álbum que tenía prácticamente preparado, y "Departure from the Northern Wasteland" tuvo que ser rescatado en 1987 por el sello Kuckuck para su única edición en CD, un esfuerzo que hay que agradecer a pesar del cambio de portada (se mantiene el color del cielo pero se eliminan los globos aerostáticos) y de la ausencia de la frase con la que el autor define su estilo, que sí venía impresa en la primera edición del plástico: "La repetición es la imagen de la eternidad en la música. La música del pasado se justifica por su limitación. La música del futuro se evita a sí misma ese esfuerzo".



8.3.22

PHILIP GLASS:
"Koyaanisqatsi"

Más allá de las películas convencionales de cualquier género, del cine de autor o del creado para el más puro entretenimiento, se pueden encontrar grandes placeres en el cine experimental, ese arte audiovisual fuera de cualquier convención, cuyos caminos son difícilmente identificables. En coalición con el cine documental, el director estadounidense Godfrey Reggio aplicó desde comienzos de los 80 sus convicciones sociales a una serie de películas distintas a lo normal, entre las que destaca popularmente la trilogía 'qatsi', palabra que quiere decir 'vida' en el idioma hopi, la lengua del pueblo nativo americano de igual nombre, al que Godfrey se había acercado desde su residencia en Santa Fe en busca de inspiración. Reggio cuestiona en estos films el avance tecnológico, ese mal necesario del que no hay dónde escapar, y que se está comiendo el mundo en que vivimos, la tierra, el cielo, los animales... Y entendible o no, crítico o sencillamente demostrativo de la realidad, hermoso o caótico, la fusión de imagen y música en su cine provoca un impacto en la audiencia, que asiste en películas como 'Koyaanisqatsi' a un enorme videoclip de hora y media de duración, en el que ni las imágenes utilizadas son sencillas tomas de cámara, ni la música que las adorna es una música cualquiera. 

'Koyaanisqatsi: Life Out of Balance' fue en 1982 la primera piedra de la trilogía qatsi y del cine de Godfrey Reggio. 'Vida fuera de equilibrio' es la traducción y la premisa, y "hasta ahora no has visto el mundo donde vives", la publicidad de la época. Este cineasta distinto, que había formado parte durante 14 años de la orden de los Christian Brothers, dedicado al silencio, el ayuno y la oración, supo desde el primer momento que la música que acompañara a las imágenes tenía que ser tan impactante como ellas: "Cuando escuché a Philip Glass, fue como una revelación y me dije 'esa es la persona con la que quiero trabajar'. Tenía la sensación de que su música era muy cinemática. Presenta una estructura polirrítmica y, además, procede de la tradición hindú, muy semejante a un jazz progresivo. Su música no es espontánea, sino que es una nota ascendente que nunca llega a lo más alto, siempre subiendo". Más difícil fue convencer al músico, que lo recuerda así en su autobiografía, 'Palabras sin música': "Mientras estaba trabajando en la partitura de "Satyagraha", recibí una llamada de un director de cine llamado Godfrey Reggio. 'Hola, Philip. Soy un amigo de Rudy Wurlitzer. Te llamo en relación con una película que estoy haciendo. El año pasado me lo pasé escuchando todo tipo de músicas y he decidido que es tu música la que necesito para mi película'. Te lo agradezco, Godfrey -respondió Glass- Me encantaría conocerte, pero yo no hago música para películas". Reggio insistió y, reunidos en la Cinematheque de Jonas Mekas de la calle Wooster, vieron un montaje de unos diez minutos del principio de 'Koyaanisqatsi': "Me comentó que había hecho dos versiones, una con una partitura electrónica japonesa (no dijo el nombre del compositor) y la segunda con mi música. Después de haber visto ambas cintas, me dijo: 'Como puedes ver, tu música funciona mucho mejor con las imágenes que la partitura electrónica'. Estuve de acuerdo con él en que mi música funcionaba mejor, sin caer en la cuenta en aquel momento de que tácitamente estaba aceptando el encargo". Que Glass aceptara fue una fortuna para cineasta, músico y público, pues "Koyaanisqatsi" se convirtió de inmediato en la primera piedra de la popularidad de Glass. Al contrario que en la mayoría de las producciones, en las que el compositor tiene que encajar su partitura en la película más o menos terminada, Reggio y Glass encontraron aquí otro método de trabajo, por el cual ambos trabajaron juntos en lo que Michael Riesman definió como un 'guión gráfico', una especie de esquema temático tomando el metraje no editado. Riesman, director musical del Philip Glass Ensemble, continúa así: "Luego determinaron cuál debería ser la duración de cada una de las escenas, y Glass comenzó a escribir música. Siguieron una serie de intercambios de ida y vuelta, con la entrega de pistas de música 'demo' (en el sintetizador), que Reggio usó como base para editar las imágenes". El proceso es interesantísimo y digno de un libro aparte, y el resultado fue grandioso. Varias ediciones con portadas diferentes se han publicado de esta banda sonora, confundiendo en cierto modo al oyente. La dificultad de la primera edición fue condensar en un sólo LP (el CD estaba en pañales todavía) todo el metraje del film, por lo que se eliminaron algunos temas y se redujo la duración de otros. Fue Antilles (sello dependiente de Island Records) la que editó esta primera edición con seis composiciones. En 1998 Glass se encargó de efectuar una regrabación, publicada por el sello Nonesuch, con las seis composiciones anteriores en toda su duración original y dos añadidos. Y en 2009, por medio de Orange Mountain Music, se publicó la edición completa de la banda sonora, conformada por 13 composiciones, incluyendo los efectos de sonido de la película. Basados en la edición original de Antilles, repasaremos aquí sin embargo las ocho piezas principales de la película en el orden en que aparecen en la misma, es decir, el orden de la regrabación de 1998. Esta comienza con las sorprendentes pinturas rupestres del desierto argelino del Tassili (y sus antiguos dioses, esas imágenes con las que no es difícil dejarse llevar por asociaciones de visitantes lejanos) en la abrumadora "Koyaanisqatsi", una entrada directa, profunda, voces ancestrales mecidas por un ritmo de extrema fluidez, en un todo que evoca no sólo antigüedad sino, incluso, eternidad. Presa de una irrefrenable pasión, la conjunción instrumental y vocal dota a la pieza de una curiosa sensación de ingravidez en una duración que se hace escasa, y que ha influido sin duda a ciertos cineastas que han querido plasmar la trascendentalidad en su cine (por ejemplo Christopher Nolan y su aclamado film 'Interstellar', con la banda sonora de Hans Zimmer). Al final, se funde con un despegue espacial de la Nasa. Acto seguido surge en el film el paisaje montañoso y desértico de Monument Valley (el enorme valle estadounidense presente en varios estados, entre ellos Utah, Colorado y Arizona) con el tema "Organic" (no presente en la primera edición), un ambiente primario que casa con la antigüedad de lo que estamos viendo. Sobre esa pausada y cálida cadencia sobrecoge la inmensidad del paisaje. En "Cloudscape" la belleza la ponen, evidentemente, las nubes (también las olas, a las que se asemejan en ocasiones), erigiéndose sobre una tumultuosa e incansable base musical que parece una llamada de la naturaleza. Su falsa languidez engancha sin remedio. Más enérgico, como emergiendo a la vida, "Resource" (la segunda pieza reseñada no recogida en la primera edición) plantea otro agitado viaje por bosques, ríos, campos, pero su belleza y colorido se trunca de golpe por las explosiones de una cantera, maquinaria pesada, fábricas y tendidos eléctricos, incluso una explosión nuclear. La música también rasga el ambiente con un clima de tensión. De lo más recordado del álbum, "Vessels" es una grandiosa y frenética melodía que se beneficia de un coro evocador, fantasmal. Acuciante pieza de escucha embelesada, sus imágenes van asociadas a la alienación de la tecnología, lo caótico del tráfico urbano y aéreo, y su lamentable uso bélico. Este corte se situó en segundo lugar en la edición de 1983 de Antilles. De inicio relajado, una cierta épica acaba emergiendo con furia en "Pruit Igoe"; la acción entra de lleno en la ciudad, simétrica, vertical y hermosa en un principio, sucia, fea y descuidada conforme la cámara se detiene en las barriadas más pobres y periféricas. Marginación, contaminación, demoliciones..., la música se intenta acercar a la fealdad y lo lamentable. De hecho el tema toma su nombre (y algunas de las imágenes) del gran proyecto urbanístico 'Pruitt-Igoe', barrio de 33 grandes edificios en St Louis (Missouri), que tuvo que ser derribado 20 años después de su construcción para evitar su enorme nivel de criminalidad y segregación. "The grid" es un ambiente más tranquilo, si bien en inquieta ebullición, tanto que acaba acelerando y acomodándose como una larga (aunque recortada en la primera edición) suite. Comienza como un baile entre la música y las luces nocturnas de la ciudad, y continúa con el fluir del día. La cámara rápida es otro añadido al ritmo frenético. Fabricación en cadena, ocio..., donde el tratamiento de música e imagen haga que lo mismo parezca distinto con el paso de la jornada. Para concluir, "Prophecies" retoma el eclesiástico fondo del tema principal ("Koyaanisqatsi") con otro tipo de voces más operísticas. Una pieza pacífica, lastimosa y de cierta insondabilidad, que comienza con escenas aéreas, y luego vuelve a detenerse en lo malsano e ingrato de las gentes y su cotidianeidad. Vuelve la voz del corte de inicio y de nuevo despega un cohete, que resulta ser el desafortunado Challenger. Como en un bucle, todo acaba con las pinturas del Tassili. 

"Esta es música que posiblemente podría haber sido escrita en cualquier período de la historia. Las armonías son sobrias y consonantes, el arreglo es absolutamente simple. Y, sin embargo, es nuevo, ¿no crees?", le dijo Glass al crítico musical Tim Page mientras este escuchaba la pieza de inicio de este film antes de aparecer el disco. La combinación del órgano de la catedral neoyorquina Saint John the Divine con las filmaciones de la NASA fue una excepcional idea que Glass le propuso a Reggio basado en que el origen del cine está en el teatro, y el del teatro en las catedrales, con la representación de los misterios. "El objetivo de la pieza era preparar a la gente para una puesta en escena similar a la que verían en un misterio", declaró un Philip Glass que a comienzos de la década de los 80 se encontraba en plena efervescencia en el ambiente culto neoyorquino. Esta banda sonora (que ha contado con homenajes en la cultura popular tales como el episodio de 'Rasca y Pica' "Koyaanis-Scratchy: Death out of balance" -"Koyaanisrasca: Muerte fuera de equilibrio"- en la serie 'The Simpsons') es de escucha obligada para el amante de la música, pero es conveniente aconsejar también ver la película, asombrarse con sus imágenes y su montaje, dándose cuenta de una realidad tan preocupante como la de que la Tierra en que vivimos tiene unos recursos limitados, que chocan, fuera del equilibrio de antaño, con la voracidad de la tecnología.

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