22.11.10

KROKE:
"Ten pieces to save the world"


Klezmer es un término yiddish que está muy en boga en los últimos años, con el que se denomina a la música de los judíos de la diáspora (más popularmente se asocia a la música tradicional de los judíos del este de Europa), en pequeños grupos de carácter exclusivamente instrumental que usan mayoritariamente violín, acordeón, contrabajo, clarinete y percusión. La emigración en masa en el cambio de siglo del XIX al XX a los Estados Unidos hizo florecer este evocador estilo en aquel país de oportunidades y mezclas culturales, al menos hasta la segunda guerra mundial, para encontrar un nuevo auge a partir de los años 70. Polonia fue uno de los mayores asentamientos de comunidades judías en la Europa del este, y de la bellísima ciudad de Cracovia (su barrio judío, Kazimierz, es para perderse) proviene el grupo Kroke -que precisamente significa 'Cracovia'-, una de las actuales referencias indispensables de este tipo de música.

"Ten pieces to save the world", grabado entre junio de 2001 y diciembre de 2002, y publicado a comienzos de 2003 por Oriente Musik, era el quinto álbum de este trío fundado en 1992 por Tomasz Lato (contrabajo), Tomasz Kukurba (violín) y Jerzy Bawol (acordeón). Steven Spielberg se fijó en ellos -instigado por su esposa, Kate Capshaw, que les vio actuar en el restaurante Ariel- cuando rodó en Cracovia "La lista de Schindler", y les puso en contacto con Peter Gabriel, una oportunidad que no desperdiciaron y les abrió las puertas del mercado internacional gracias a trabajos como "Trio" (magnífica muestra de una música adictiva, de gran ritmo e interpretación, que les dio a conocer), "Eden" (que demuestra definitivamente la fuerza y la consolidación del grupo) o "The sounds of the vanishing world" (integrado con la world music, dando lugar a soberbias2 muestras melódico ambientales que forman parte del repertorio fijo de la banda, como "Time", "Earth" o "Love). El recibimiento de "Ten pieces to save the world", "Sun", es grato y tranquilo, con esa ambientalidad orientalizada que desprende el klezmer, para cobrar un extraño -por lo lejano- ritmo hispánico hacia la mitad de la pieza, una fusión tan accesible como bien encauzada. Son sin embargo las cuerdas del contrabajo, no de la guitarra, las que empujan esta música, y por esos lógicos fueros continúa en una especie de improvisación de título "Desert", pero si bien también se nutre de licencias entre el folclorismo y el jazz, es la melodía estudiada la más agradecida en el disco, la que Kukurba extrae de su violín endiablado en una acertadísima y bailable "Childhood", y sobre todo en "Usual happiness", la auténtica obra maestra del trabajo, sublime y pegadiza pieza, tan contundente como sencilla). También cabe loar el acordeón en la folclórica "Dream" o el contrabajo con su fenomenal ritmo en "Light in the darkness (T4.2)", otra de las cumbres del álbum. "Cave", que es como un tren partiendo, queda como un tema extraño (atención a las percusiones vocales) pero de agradable sensación peliculera, como la de "Take it easy" con sus efectistas scat y silbidos a lo Ennio Morricone, dignos de ver reproducidos en directo. Mientras esa efectista pieza y las de melodía recordada entran subrepticiamente en nuestra conciencia, otras se dejan querer lentamente como la lírica "Mountains" o "Hope", ya que aunque en la actualidad este tipo de música es eminentemente pagana, esta despedida del disco es de una soterrada esencia religiosa, o tal vez en esa calma simplemente brille la llama de la esperanza, la que emana de estas 'diez piezas para salvar el mundo'.

Como el arte cinematográfico de otro famoso judío universal, Woody Allen, la música de Kroke -y eso se respira mayoritariamente en sus directos- goza de un extraordinario y en cierto modo satírico sentido del humor. Lo que en el estudio, con una estupenda producción de Darek Grela (el cuarto miembro del grupo en la sombra) es un sonido impecable, a la luz de los focos es una maquinaria perfecta, una conjunción admirable otorgada por el paso de los años compartiendo escenario y vivencias. Aunque el klezmer siempre ha estado ahí, grupos como Kroke, Klezmatics o Jascha Lieberman Trio han conseguido llegar con ingente calidad a un más amplio público que, lejos de distinciones y orígenes, sólo está dispuesto a admirar la belleza de composiciones como "Usual happiness", "Childhood" o "Light in the darkness". Y aunque no sirvan para salvar el mundo, qué bien hacen en nuestro espíritu.

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5.11.10

PENGUIN CAFE ORCHESTRA:
"Signs of life"


La fama de un conjunto tan extraño y maravilloso como la Penguin Cafe Orchestra aumentaba de manera exponencial con cada disco publicado, desde "Music from the Penguin Cafe" en 1977. Con ese nombre tan característico y unas portadas de lo más sugestivo creadas por la afamada escultora Emily young (pareja del líder del grupo), los pingüinos se adaptaron a calificativos como extravagante o naif antes incluso de demostrar sus portentosas dotes musicales. Este grupo distinto a cualquier otro fue cobrando importancia en diversos sectores musicales a la par que se valoraba en su justa medida la capacidad del alma mater del conjunto, un personaje sobresaliente y auténtico como pocos, el desaparecido Simon Jeffes, budista de adopción cuyo carisma e imaginación abrieron las puertas del Café del Pingüino. Por el trabajo de su padre, de pequeño viajó por muchos países, exploró el pop, el rock y las músicas étnicas, para acabar, tras un desengaño académico, elaborando su propia música étnica, esa que quieres escuchar, que levanta tu espíritu, como dijo en cierta ocasión, eso a lo que muchos llamarían con bastante acierto 'folclore imaginario'.

La innovación de la PCO consistió en rebelarse y enfocar los pasos de su conjunto de cámara hacia una experimentación divertida y desenfadada, por momentos incluso de un infantilismo insoslayable, reflejo de la personalidad de Simon Jeffes. En "Signs of life", publicado en 1987 por EG Records (reeditado por Virgin Records), se mantienen todavía los cuatro miembros originales de la banda: Simon Jeffes (guitarra, ukelele, piano, bajo, violín, teclados, órgano, flautas, percusiones y efectos), Steve Nye (piano), Helen Liebmann (violonchelo) y Gavyn Wright (violín), a los que se añaden otros clásicos del grupo como Neil Rennie (ukelele) o Geoffrey Richardson (viola), y nuevas incorporaciones al violín (Bob Loveday, Elizabeth Perry) y percusión (Danny Cummins). Este quinto trabajo del conjunto comenzaba con un ukelele marcando el ritmo de una pieza divertida (deudora de aquel maravilloso "Pythagoras's trousers" de su trabajo anterior, no sólo en su sonido sino en su inspiración en el matemático griego), con numerosos colores e influencias -en gran parte sudamericanas- titulada "Bean fields". Hay en este momento una reivindicación de Jeffes como compositor serio, al encontrarnos con un tema melancólico y sugerente, "Southern jukebox music", que marca la condición más neoclásica de la orquesta. No es la única, pues "Oscar tango" (un tango descontextualizado, con aroma antiguo) y en especial "Rosasolis" (esencial tema de inspiración barroca, concretamente en el compositor inglés Giles Farnaby, que ya había llegado a la PCO en aquel "Giles Farnaby's dream" de su álbum original, "Music from the Penguin Cafe"), son otras maravillas inclasificables para dejarse atrapar y desconectar de todo; evidencian el eclecticismo y la enorme capacidad de creación de un Jeffes que sorprende con un par de melodías en las que se explaya en solitario ("Horns of the bull", un asombroso solo de guitarra -con efecto de modulador en anillo-, de fondo minimalista y sonido desvencijado, y "The snake and the lotus (the pond)", donde con el bajo extrae grandes ideas de una minúscula). Aún tienen que llegar nuevos momentos desenfadados ("Dirt", tema recogido en single que oscila entre el country y músicas folclóricas africanas, o una casi loca "Swing the cat"), ambientales ("Wildlife") y por supuesto uno de los grandes clásicos de la banda, "Perpetuum mobile", un juego minimalista en base a un increible piano, en el que el chelo y los violines aportan una intensidad mágica. La publicidad ha utilizado piezas como esa en más de una ocasión, así como el cine, de hecho la película australiana de 2009 "Mary y Max" utilizó "Perpetuum mobile" como tema de apertura, y en 1999 el film "Oskar und Leni" utilizó también varias composiciones de los pingüinos, una banda sonora recogida también en CD. Además, su discografía recoge dos trabajos en directo, para gozar de esos imprescindibles espectáculos ("When in Rome" -1988- y "Concert program" -1.995-), así com algún que otro recopilatorio. "Cuando escucho algo, si me interesa me influye, aunque sea inconscientemente, da igual el tipo de música que sea. Si no, desconecto y punto", decía un Simon Jeffes que en 1972 originó el maravilloso Café del Pingüino tras un más que extraño sueño producido por una intoxicación alimentaria. 

Si analizamos los desvaríos oníricos de Simon Jeffes, las extravagantes portadas de sus discos y la combinación de cordura y experimentalidad presente en sus trabajos (en especial en los primeros), nos podemos preguntar sin ningún recelo qué es lo que estamos escuchando y sobre todo por qué nos acaba fascinando de esta manera. Esa cierta marginalidad en la que nos vemos inmersos cuando entramos en el Café del Pingüino posee además un componente cómico, es como la pérdida de la compostura en una celebración, y sin darnos cuenta entramos a formar parte de la propia orquesta y su juego lúdico, y necesitamos retornar a ella de vez en cuando. Algo parecido le ocurría a Arthur Jeffes, hijo de Simon con Emily Young -de la que se separó en 1989 para irse a vivir con la chelista de la PCO, Helen Liebmann-, que acabó fundando su propio conjunto, Penguin Cafe, un estupendo y melancólico recordatorio de la fascinante Penguin Cafe Orchestra, donde la excentricidad y la genialidad se daban la mano.

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