29.11.09

DAVID ARKENSTONE:
"Citizen of time"


La impecable imagen de marca de la compañía Narada Productions le hizo lograr que la prestigiosa revista Billboard le aupara a comienzos de los 90 al primer puesto en cuanto a popularidad en la categoría 'new age', por delante de la pionera Windham Hill. Su estrategia incluía fichajes de calidad, estudios de mercado y un diseño gráfico fácilmente identificable que combinaba lo informativo con lo puramente artístico. Por ejemplo, en el caso de David Arkenstone, sólo hay que ver y admirar las portadas de sus dos primeros discos, "Valley in the clouds" y "Citizen of time", que reproducían sendas pinturas del artista gráfico Mark Geisheker, ambas de inapelable belleza y de una conseguida equiparación con el universo musical de este artista estadounidense influenciado del mismo modo por Emerson, Lake and Palmer, Yes o Kitaro en cuanto a la música, que por Tolkien o Ian Fleming en la literatura. En su enfoque aventurero, Arkenstone deseaba "pintar cuadros para el oyente"; preguntado por lo que intentaba ofrecer al público en su debut musical, "Valley in the clouds", respondía jocosamente: "Intento escribir la música que Indiana Jones escucharía". Hilando la mencionada Billboard y estos trabajos de Arkenstone, hay que mencionar que "Citizen of time" fue uno de los primeros álbumes en alcanzar ese importante número 1 'new age', en julio de 1990, justo después del inmenso "Kojiki" del japonés Kitaro. No en vano "Citizen of time" es un disco entretenido y muy disfrutable, enclavado en el gran momento de este tipo de música.

Multiinstrumentista madurado en California, Arkenstone encontró en su incorporación a Narada una puerta hacia una comercialidad basada en un sonido propio y elegante, de natural grandilocuencia, adquiriendo por lo general tintes épicos derivados de temáticas mitológicas, historias de aventura heróica y fantasía, entre los mundos de Robert E. Howard y los de J. R. R. Tolkien. Su disco de debut, "Valley in the clouds", inauguró en 1987 el catálogo de Narada Mystique (una de las colecciones de la compañía, en concreto la encargada de comercializar 'nueva música electrónica de alta calidad') que según Narada "ofrece a sus artistas un foro abierto para explorar nuevas fronteras en el sonido. El resultado es una síntesis de arte y tecnología, un vértice artístico donde la tecnología se vuelve transparente, donde la MÚSICA, y nuestra imaginación, no conocen límites". Mystique continuó con obras de Peter Buffett, Bruce Mitchell, Carol Nethen y en 1990, en octavo lugar, un adictivo y estimulante "Citizen of time", en el que Arkenstone se convierte en un explorador de civilizaciones remotas, un ciudadano del tiempo. El monte Everest es el punto de partida desde el que nuestro aventurero decide comenzar la exploración de estos enclaves maravillosos; "Top of the world" es una placentera melodía de flauta sobre base de teclados (acústica y electrónica) que nos abre las puertas a un mundo fantástico -nuestro propio mundo, de hecho- y augura un viaje largo y pleno de aventuras hacia destinos exóticos como la gran muralla ("The great wall", otra acertada y juguetona composición con el justo equilibrio entre lo dinámico -las percusiones de un clásico en los discos de Narada, Daniel Chase- y lo relajante), los calurosos desiertos del sur de Estados Unidos ("Voices of the Anasazi", interesante muestra de ambientalidad con intención melódica, que precisamente sin poseer una melodía pegadiza, consigue convertirse en una de las composiciones mas serias y acertadas del trabajo), las tierras nórdicas ("The northern lights", que mantiene una línea espectacular por medio de una adictiva tonada de espíritu aventurero en una envoltura de película con aurora boreal incluída -un misterio inmenso, radiante, iridiscente, cuenta David-) o el antiguo Egipto, en uno de los temas más misteriosos del trabajo, "Rumours of Egypt", donde un suave y sensual ritmo in crescendo, acompañado del delicado encanto oriental de un teclado emulando un instrumento de viento, nos acompaña directamente hacia tumbas, esculturas y por supuesto pirámides, destilando un enigmático componente esotérico en una música ya de por sí alquímica. Es esta parte central la más acertada de un disco por lo general agradable y entretenido, si bien de concepción algo sencilla. Eso no le resta encanto y sin duda merece la pena dejarse acompañar por las composiciones arriba destacadas o por otras creaciones ágiles, aventureras ("Firestix", "Splendor of the sun"), atmosféricas ("The malabar caves", una incursión en las profundas cuevas indias) o de cierta pomposidad, como el clímax de un tema final, "Explorers", dedicado a la malograda tripulación del transbordador espacial Challenger. Se trata de una despedida abierta al futuro y al universo, amenazante de una continuación, ya que las explicaciones del libreto del álbum culminan con la frase "el ciudadano del tiempo viaja todavía...". Curiosamente, una especie de posible continuación, titulada "Citizen of the world", fue publicada en 1999, pero por la gran rival de Narada, Windham Hill Records. Y es que a Arkenstone le gustaba desarrollar este tipo de aventuras temáticas: "disfruto tomando un enfoque narrador sobre la música, y crear una atmósfera donde las personas puedan usar los recursos más completos de su imaginación para sentir las imágenes de mi música, visitar mentalmente los lugares que estoy describiendo (...) La música es más emocionante cuando crea un sentido de aventura".

La idea de crear un disco conceptual con la atractiva temática de un viajero del tiempo, le imprime un cierto carisma a la obra, aunque tal vez se eche de menos una mayor cohesión, y especialmente la ayuda de algún acertado tema recurrente. Aún así, la fuerza de alguna de las composiciones por separado ("Rumours of Egypt", "Firestix", "The great wall") y lo correcto del nivel general hacen de "Citizen of time" un agradable ejemplo de conjunción de sonido electrónico y acústico con aires épicos, en el que David Arkenstone se encarga de tocar un aluvión de sintetizadores (Korg, Roland, Emulator, Proteus, Fairlight, Yamaha), piano acústico, guitarra, bajo y flautas. "Siento que hice algunos avances importantes como compositor en este proyecto -decía David-, y disfruté relacionando libremente la música en torno a un concepto". A pesar de su creciente éxito y su legión de fieles seguidores, el estilo de este multiinstrumentista ha ido perdiendo algo de personalidad e inspiración en la búsqueda de la comercialidad, si bien casi cualquiera de sus discos (en especial los de Narada o Windham Hill) es un material recomendable para dejarse llevar hacia espacios ignotos de magia y aventuras, sin salir del salón de nuestras casas.





22.11.09

PHILIP GLASS:
"Powaqqatsi"

Los hopis son un pueblo nativo de la meseta central estadounidense que ha sabido mantener la esencia de su cultura hasta nuestros días, una sabiduría ancestral que conserva datos históricos controvertidos y teorías proféticas sobre el destino de la humanidad. Es del idioma hopi de donde toma el director de cine Godfrey Reggio los títulos de su conocida trilogía documental 'Qatsi', formada por las películas 'Koyaanisqatsi' ('vida fuera de equilibrio'), 'Powaqqatsi ('vida en transformación')' y 'Naqoyqatsi' ('la vida como guerra'), cine experimental de enorme fuerza visual centrado en la compleja relación de la humanidad con la tecnología moderna y el mundo natural. Uno de sus componentes, que colabora en lograr una especial trascendencia, es la música que viste las imágenes: todas ellas cuentan con la banda sonora de un Philip Glass que entró en la industria del cine "tarde y por la puerta de atrás (...) simplemente como otra forma artística en la que trabajar", decía. "Koyaanisqatsi" presentaba un score intenso, meditativo en su comienzo (con la abrumadora belleza del Gran Cañón), deprimente y desazonante en su segunda parte (en combinación con elementos tan destructivos como necesarios para el hombre como líneas de alta tensión, prospecciones petrolíferas, gaseoductos o presas), extremadamente caótico y alienado en su acto final (guerra, suciedad, abandono, polución, superpoblación, consumismo..., la humanidad como fantasmas). Cinco años después, Reggio y Glass abordaron una segunda parte de la trilogía, visualmente menos insana y musicalmente muy completa: "Powaqqatsi (Life in Transformation)".

El minimalismo activo, mayoritariamente urbano, de "Koyaanisqatsi" (que Reggio utilizaba por momentos junto a la cámara rápida incrementando la sensación de caos y locura) deviene en "Powaqqatsi" en otro más global, rico, e igualmente seductor. Publicado por Elektra Nonesuch en 1988, Glass consigue en este trabajo impregnar de soberana magia la mayoría de las composiciones, sin necesidad de recurrir a la excesiva repetición, si bien no falta su inconfundible sello cíclico en ciertos fondos y melodías. Los demás, revestidos de músicas del mundo, desvelan intenciones propias que van más allá de la película en cuestión, en la que imágenes y música cumplen con su propósito de impresionar al espectador. Por ejemplo, el comienzo nos lleva hasta las minas de Serra Pelada, en Brasil, un lugar que Glass estudió convenientemente antes de empezar la filmación (y de viajar allí con el equipo de rodaje) gracias a un metraje anterior de Jacques Cousteau, llegando a componer la base de la posterior escena, que asimismo se usó durante el rodaje, en una curiosa inversión del proceso lógico: el resultado, "Serra pelada", es espectacular, de un vibrante dinamismo y esencia terrenal, aunque en un principio los responsables de la producción no parecieron entenderlo bien. Glass cuenta así cómo se involucró: "Intenté estar presente a lo largo de todo el proceso de elaboración de la película, lo que incluía exhaustivas visitas a las localizaciones así como muchas horas observando el proceso de edición. En general, mi estrategia consistió en apartarme lo más posible del papel 'habitual' reservado al compositor en el tradicional proceso de elaboración de una película, donde la música es considerada parte de la postproducción y uno de los últimos ingredientes que añadir antes de concluir el trabajo (...) Godfrey y yo íbamos a todas las localizaciones juntos, ya fueran en Sudamérica, África o donde fuera. Yo iba porque quería formar parte de la obra y él me animaba a hacerlo. El haber estado allí hizo que la música saliera de la manera en que lo hizo". Dividido en tres partes, "Anthem" es la columna vertebral de esta primera parte del film, cada una de ellas es una pequeña fiesta, inmersa en las costumbres de los pueblos a los que representa, recalcando la belleza de la vida humana. Los temas intermedios, mientras tanto, son algo más sobrios e intrigantes, buscando en ellos la pregunta continua (es el caso de "That Place" o "Mosque and Temple", ambos de armonías indias). Con "Video Dream" (con sus impersonales anuncios publicitarios) comienza la zona central de la grabación, compuesta por ésta y las tres excitantes partes de "New Cities in Ancient Lands" (China, Africa e India); el maravilloso estilo hipnótico de Glass está presente en estos momentos en los que la película se mueve por terrenos más críticos, ahondando en lo más mísero de la desigualdad de un mundo moderno en transformación, pero combinado con una gloriosa world music, donde destaca la sorprendente percusión de balafón en la parte africana, interpretado (al igual que la kora, el n'goni -ambos son mezcla de laúd y arpa-, el laúd o el violín) por el griot gambiano Foday Musa Suso, que comenzó aquí sus colaboraciones, en discos y en directo, con Philip Glass. "New Cities in Ancient Lands, China" posee un curioso trasfondo operístico (suena tal vez a Turandot, o alguna otra obra lírica plena de exotismo), a nadie le extrañaría que de repente un tenor interpretara un aria monumental. "The Unutterable" presenta una vigorosa tensión en el uso de las cuerdas, que va aumentando gracias al aporte de la percusión y los metales. Contrasta, escapando de la confusión con una brutal comparación, con el tramo final: la viveza rítmica, de carácter global y clímax desenfrenado, de "Caught!", la pureza (ya sin compases glassianos) de la kora de Musa Suso en "Mr. Suso" y la simple pero intensa demostración vocal de Shaikh Fathy Mady en "From Egypt", consiguiendo volver a apelar a la conciencia global y así 'conectar con el mundo'. Flautas, trompas, trompetas, tuba, saxofón, clarinete y fagot son los instrumentos que forman parte de la sección de viento y metal en la obra, mientras que entre las cuerdas hallamos violas, violines y violonchelo entre el repertorio clásico, y otros como kora, n'goni, laúd o tambura -instrumento indio de cuerda pulsada- entre los folclóricos y étnicos. Paulatinamente, la música de Glass se fue enriqueciendo orquestalmente, y a la vez -también por ello, para poder emular o utilizar esos sonidos- el ensemble fue sustituyendo los órganos eléctricos por sintetizadores, que alcanzaron gran importancia en "Powaqattsi". También se puede escuchar el exótico didgeridoo de un Jon Gibson que venía siendo habitual del Philip Glass Ensemble desde su origen, si bien en su faceta de intérprete de flauta, clarinete o saxo (que también toca en este disco). 

Godfrey Reggio no dudaba en expresar su admiración hacia Glass, calificándole como un compositor increíble, sensible y poderoso. Colaborando en un plano de total igualdad, su música se convertía en las palabras de este director cuyo afán por el documental sin voces puede tener su origen en los catorce años de ayuno, silencio y oración que pasó tratando de convertirse en monje de la orden católica de los Christian Brothers. Afortunadamente, las colaboraciones de ambos están recogidas convenientemente en discos compactos, y se pueden disfrutar prescindiendo del visionado, que es sin embargo más que aconsejable. La magia y grandeza de "Koyaanisqatsi" y "Powaqqatsi" (que el Philip Glass Ensemble interpretó en diferentes giras mundiales con proyecciones de las películas a sus espaldas) están fuera de toda duda, pero hay que recordar que Glass también construyó una excitante banda sonora para la tercera entrega de la saga, "Naqoyqatsi", así como para otra obra documental de Godfrey Reggio, "Anima Mundi". Hay que acabar aconsejando otro film, esta vez del australiano Peter Weir: "El show de Truman" recoge varias melodías soberbias de Philip Glass (que incluso aparece brevemente en la película), incluyendo el excelente "Anthem-Part 2" de "Powaqqatsi", que suena realmente emocionante y levemente turbador. Y es que Glass consiguió en los más de setenta minutos de "Powaqqatsi" una banda sonora bella, rotunda y de gran inteligencia.

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15.11.09

DAVID ANTONY CLARK:
"Sacred Sites"

Existen en nuestro planeta determinados lugares de poder, enclaves determinados donde las energías de la Tierra, por diversos motivos, son encauzadas de forma adecuada, una tan mágica y especial que por momentos parece que transmitan su propia música a través del silencio. Estos sitios sagrados han sido utilizados y venerados religiosa o espiritualmente desde la antigüedad, por medio de emplazamientos megalíticos, catedrales o monumentos naturales de imponente belleza. Como un médium sonoro, el compositor neozelandés David Antony Clark se acercó en el año 2004 a algunos de estos lugares, e inspirado por su carácter mágico canalizó esas energías de la Tierra para lograr una inspiración superior que, combinada con los interesantes instrumentos que suele utilizar y su habilidad para encontrar la 'esencia primera' que nos conecta con el planeta, acabó conformando un álbum especial, maravilloso y ciertamente fascinante, uno de sus mejores trabajos, de título "Sacred Sites", publicado por su compañía habitual, White Cloud (con su correspondiente distribución en España -convenientemente traducida por Coro Acarreta- por parte de Resistencia).

A la natural espiritualidad de David Antony Clark se unía en este trabajo el misticismo y la energía de esos lugares sagrados escogidos por él mismo, inspiradores de paisajes sonoros llenos de magia, calor y fuerza. Las melodías no difieren del típico sonido de su autor, por lo que este disco no va a decepcionar al seguidor fiel del neozelandés, y sorprenderá además al que se adentre en su mundo por vez primera. Si bien cada trabajo de este preciosista músico supone un largo viaje, este va a constar de muchas más paradas en un larguísimo recorrido, de Australia a Perú pasando por Siria, Irlanda o el Himalaya, impregnándose de la esencia y el misterio de cada lugar sagrado, de tal manera que las visitas son más espirituales que en sus viajes por Australia o África, incluyendo voces y localizaciones de varios rincones del mundo, esos lugares sagrados que David recorre como un peregrino musical, como lo hizo en su momento, practicamente como un mochilero. El viaje comienza con "The Cape of Restless Souls" en su tierra, Nueva Zelanda, donde somos recibidos por cantos maoríes y por una de las melodías representativas de Clark, alternando tan eficazmente teclados con instrumentos de viento, que parecen contarse historias ancestrales. Son sin embargo esas voces únicas lo más destacable del disco, por su variado origen, aportando su grano de arena en el aura de cada pieza y adaptándose a sus temáticas: hindúes en "To the Ice God" (dedicado a la himalaya cueva de Shiva), árabes en "Midnight in the Temple of Baal" (donde la voz de Huda Melsom destaca en una elaborada y evocativa composición, con un interesante laúd árabe), gregorianas en "The Abbey and the Thorntree" (sobre la abadía de Glastonbury) o celtas en "Ghosts of Culloden" (donde Clark se deja llevar por su sangre irlandesa), completando una primera mitad del disco altamente interesante y globalmente efectiva. Es por contra el primer corte instrumental la gran joya del trabajo, una cautivadora melodía de atracción innegable que lleva por título "The Martyrs' Stone", dedicada a las lápidas del cementerio dublinés de Glasnevin. Sólo un peldaño por debajo se encuentra otra composición enteramente instrumental, "Brú na Bóinne", que cierra este apartado celta en su viaje hasta el complejo arqueológico de Newgrange, en Irlanda. Hasta la américa andina nos transporta "Machu Pichu", en la que podemos escuchar un poema del propio David Antony Clark en español. Ambientes naturales y sonidos selváticos pueden percibirse en varios de los cortes, si bien abundan especialmente en el último de ellos, "The Dreaming Pool", dedicado a los cortados de Ubirr, en el parque nacional de Kakadu (Australia), cuya melodía es tan simple como el rumor de esas sonoridades animales.

Por la presumible simpleza de sus melodías, su envoltura de new age ecológica, o simplemente por provenir de un país pequeño y una compañía de discos bastante desconocida, David Antony Clark no gozó, en su época de mayor esplendor, de mucho predicamento por parte de la crítica especializada. A pesar de ese ninguneo se trata, por méritos propios, de una referencia en las nuevas músicas, un espíritu aventurero cuya inspiración parecía tan inagotable como la belleza de los paraísos, naturales en su mayoría, a los que siempre ha referenciado en sus discos, de los que "Sacred Sites" es un clarísimo ejemplo de obra sin altibajos, un acertado disco lleno de melodías agradables, pegadizas, de inspiraciones varias aunque un sonido rotundo, el típico modo que tiene David Antony Clark de presentar su trabajo. Algunas leyendas ancestrales ya llevan asociada, de manera inherente, su música.

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6.11.09

ELBOSCO:
"Angelis"

En noviembre de 1995 se presentó con cierta pompa en Madrid un disco que, si bien no puede calificarse estrictamente como novedoso, sí supuso un agradable intento de aunar calidad y comercialidad en base a la fórmula de conjugar textos en latín con ritmos del siglo XX. La prensa fue convocada en un avión que, desde el aeropuerto de Barajas, hizo el recorrido de ida y vuelta entre Madrid y Zamora, una parafernalia cuyo objetivo era dar a conocer "Angelis", el primer disco de un grupo ficticio denominado Elbosco, publicado por Hispavox. Como ya sucediera con el grupo Enigma cuando lanzó su celebérrimo "MCMXC A.D.", una cierta aureola de misterio envolvió a los responsables de este proyecto, pero una vez que el tiempo levantó el misterioso velo salieron a la luz los nombres de Julián Ruiz (que firma bajo el pseudónimo de Rojotua), Javier Losada (Loxatus) y el reputado director de orquesta Luis Cobos (C. Max) como responsables del trabajo, trinidad de renombre internacional cuya reunión bajo el epígrafe de Elbosco sólo puede deberse a la inversión silábica del apellido Cobos, pues al onírico y surrealista pintor Hieronymus Bosch (El Bosco) no puede calificársele precisamente de angelical. El caso de Julián Ruiz responde mejor al estereotipo de la música presentada en "Angelis", mezcla de conceptos, de fórmulas y de culturas; de hecho, no es Elbosco el primer ni el último grupo de laboratorio que este genial comunicador se saca de la manga, algunos de ellos junto al propio Javier Losada (Ars Mundi, Atlántida), otros de visión propia (Norte Lambert, Esperanto, Mistery of sound) y justo un año después de "Angelis", el denominado CCCP, en nueva reunión con Cobos y Losada.
Los resultados obtenidos en "Angelis" fueron contundentes en la forma y muy interesantes en el fondo, un sonido pulcro y de curiosidad suficiente para llamar la atención del público, que fue espoleado por una estrategia publicitaria que decía: "la música que te lleva al cielo". En efecto, en un contexto místico se podían escuchar en "Angelis" las voces de los niños de la Escolanía del Monasterio del Escorial cantando en latín, unidas a otras voces anónimas -masculinas y femeninas- cantando en inglés, combinación de música coral y pop con texturas electrónicas, soul y hip-hop. Su tema principal y primer corte del álbum llevaba por título "Nirvana", y en sus primeras notas parece que vaya a dar comienzo el canon de Pachelbel, si bien la entrada de las 'voces blancas' del coro (que recitan un pasaje del evangelio de San Lucas) y un ritmo llevadero conducen la pieza al extraño terreno de las fusiones tecno religiosas que encontraron su hueco en el mercado tras otros éxitos como los de Enigma, Adiemus o, de manera completamente pura, de los monjes de Santo Domingo de Silos. La de "Nirvana" es una melodía acertada, calmada y tarareable, que se hizo famosa en esa época, y que fue utilizada en la gran pantalla por el genial director de cine Danny Boyle ("Trainspotting", "La playa", "Slumdog millionaire") en la película "Millones". Luis Cobos ya había trabajado con escolanías años atrás (dirigió la de Loyola) por lo que tuvo mucho que ver en su utilización, si bien se puede entrever en las siguientes canciones otro de sus antecedentes, el grupo de soul-rock de los 70 Conexión, por ejemplo en "A kind of birds", "Nebo" (otra de las sorpresas del disco, cuya voz masculina recuerda sospechosamente en su tono hiphopero a otra que llegará años después en el conocido tema "Clint Eastwood" de otro grupo virtual, Gorillaz), "Soul lives forever" o "Life is one". "Children of light" se convirtió en otro pequeño éxito, por su utilización en TVE para acompañar las imágenes del Tour de Francia de 1996; efectivamente, y rememorando otras conocidas sintonías ciclistas producidas por Julián Ruiz (de los geniales Azul y Negro o del efímero grupo Havana), "Children of light" es un tema animado y pegadizo. Otras composiciones como "Zom" o "Angelis" presentan un tono más relajante en el mismo estilo optimista y luminoso general del disco, en el que hay que acabar destacando una última canción, "Blind man", clarísimamente deudora del sonido romántico de Vangelis; curiosamente, sólo hay que añadir una V al título del álbum para encontrarnos con el nombre de dicho teclista.
Elbosco logró un sorprendente éxito, superando el doble platino en España y ventas millonarias en el resto de Europa, latinoamérica y Australia. Ello posibilitó la aparición, dos años después, de un segundo disco, de título "Virginal", que sin la promoción, inspiración y originalidad del primero, pasó desapercibido. Además, en 2005 EMI publicó una reedición de "Angelis" por su décimo aniversario con dos temas nuevos y el video-clip de "Nirvana". "Angelis" -que también contó con un disco de remixes- fue un trabajo de estudio, de producción exquisita (acompañada de cierta frialdad) por parte de esos tres personajes atrevidos y visionarios, Julián Ruiz, Luis Cobos y Javier Losada. Se echan de menos en la actualidad proyectos como éste, hechos con inteligencia, calidad y ciertas dosis de irreverencia, la necesaria para juntar a un coro de niños con ritmos electrónicos o, en el siguiente proyecto de la misma terna, CCCP, cambiar a la epifanía por un coro del ejército ruso.