21.12.18

VANGELIS:
"Rosetta"

Vangelis y el cosmos son dos conceptos que inevitablemente siguen encontrándose con el paso de los años. Fue hace muchas décadas, en los 70 del siglo XX, cuando en "Heaven and Hell" nos encontrábamos con una versión entre religiosa y metafísica del cielo, que muy poco después, en "Albedo 0.39" pasó a ser decididamente espacial, con la alianza de la electrónica más elegante. "Spiral" volvía a dar muestras de clase cósmica en un músico que trazaba una poderosa dicotomía en su obra al tratar a su vez en su trabajo tramas tan mundanas como documentales de animales, paisajes antárticos o carreras de atletismo (todas ellas conocidas bandas sonoras), por no hablar de sus ramalazos más terrenales de jazz psicodélico, rock progresivo o incluso alguna ópera de vanguardia, pero nuevos datos se unían a lo celestial de sus melodías más electrónicas para acabar de elevar el nombre de Vangelis a las estrellas (principalmente, que Carl Sagan le tomara como referente para la banda sonora de su archiconocida serie documental 'Cosmos') y al futuro (la sorprendente banda sonora de la película "Blade Runner"). "Mythodea" fue el retorno de la temática espacial, al tratarse de una sinfonía elaborada en 2001 para la misión Mars Odyssey de la NASA, si bien nos encontramos con una obra coral, de difícil escucha, con poca comparación con el pequeño y maravilloso tema que fue lanzado en un CDsingle de edición especial en 2018, un sentido homenaje al físico y cosmólogo Stephen Hawking (su título, "The Stephen Hawking Tribute") que la Agencia Espacial Europea (ESA) envió al espacio (hacia el agujero negro 1A 0620-00) para que pueda ser captado -y disfrutado- por posibles civilizaciones extraterrestres. No era esta sin embargo la primera colaboración de Vangelis con la ESA, ya que dos años antes creó una obra inspirada por la sonda espacial Rosetta, cuyo módulo Philae hizo pie en el cometa 67P/Churiumov-Guerasimenko.

Publicado por Decca en 2016, "Rosetta" es un paseo espacial en el que se conjugan sonidos de varias décadas, que demuestra que Evangelos no se había olvidado de componer y tocar. De hecho, y sin ser extremadamente exigentes, hay que admitir que "Rosetta" es un retorno muy agradecido, una obra dinámica, entretenida, melódicamente acertada, de buen sonido, y se puede afirmar que, de llevar la firma de un músico desconocido, se tomaría en cuenta como el nacimiento de un nuevo genio de los teclados. El Vangelis más cósmico y efectista se abre paso en un recibimiento espectacular con ecos de antiguos éxitos como "Spiral" o el comienzo de "Mask"; las dos primeras notas de este "Origins (Arrival)" recuerdan sin embargo poderosamente al tema principal de "Chariots of Fire". El verdadero 'origen' de este proyecto fue una videollamada en 2014 entre Vangelis y el astronauta André Kuipers de la Agencia Espacial Europea, que se encontraba en la Estación Espacial Internacional. Vangelis se ofreció encantado a componer la música para esta misión, y ese mismo año, en noviembre, aparecieron los tres primeros videos y composiciones adelantadas del trabajo, la propia "Arrival", "Philae's Journey" (uno de los cortes que -a pesar de su carácter vibrante- pasan más desapercibidos, posteriormente renombrado como "Philae's Descent") y "Rosetta's Waltz" (también renombrado como "Mission Accomplie (Rosetta's Waltz)", una hermosa melodía épica en la estela de "1492, la conquista del paraíso", pero más espacial y sin voces). "Starstuff", por momentos, parece el retorno del Vangelis ambiental, de deliciosas notas cristalinas (hay algo aquí, de hecho, de "Heaven and Hell"), su lirismo envuelve un mar de sensaciones, mientras que "Infinitude" es de una gran emoción, se trata de un corte místico, cercano al emocionante tributo que el teclista le rindiera a El Greco, y supone una de las joyas del álbum. "Exo Genesis" tiene algo especial, una belleza antigua en ciertos velos sintéticos y pulsos muy del Vangelis de antaño; un teclado alocado -como las vueltas sin fin del asteroide- domina el espacio, pero el caos parece volverse orden con sus sofisticados arreglos, una magia que hace interesantes temas facilones como "Celestial Whispers" -que en otros sintesistas sonarían posiblemente vacuos e intrascendentes- o ambientales como "Sunlight", que con su campanillas parece sonar al "Ave María" de Schubert, conexión que varía radicalmente en el siguiente corte, "Rosetta Timeline (Rosetta)", recordatorio de sonidos de película erótica, segundo gran tema del disco que transmite muy buen feeling. No podía faltar el recuerdo a "Albedo 0.39", uno de los trabajos más recordados del Vangelis de los 70 y primero con temática espacial, en este "Albedo 0.06" con un toque mas electrónico, con fondos majestuosos (aparece la primera secuencia clara en el trabajo), incluso algo tenebrosos (como la oscuridad del propio espacio), con ecos de "Blade Runner" en sus tétricos golpes broncíneos tan típicos del Yamaha CS80. Otro ritmo electrónico potente, acertado, digno de una película de acción -de hecho parece que el asteroide vaya a caer sobre nuestras cabezas- se da en "Perihelion", mientras que en "Elegy" retorna la melodiosa dulzura del teclista heleno, de hecho se trata de otro tema destacado, poseedor de una brumosa añoranza. Para acabar la obra, "Return to the Void" es un final vaporoso, burbujeante, un sugerente hasta pronto. "La mitología, la ciencia y la exploración del espacio son temas que me han fascinado desde mi más tierna infancia y que siempre estaban conectados de alguna manera con la música que escribo", son palabras de Vangelis que sólo corroboran las impresiones que los oyentes encuentran en su música, conectada directamente con el futuro: "Para mí, era inevitable que algún día me uniera a este mundo científico. Siempre he considerado que la música es ciencia".

Dado el evidente parón comercial de Vangelis, como de tantos otros músicos de los de siempre, y realmente de la industria musical en general gradualmente desde el cambio de siglo, es posible que las nuevas generaciones conozcan al músico griego únicamente por sus bandas sonoras (la ceremonia de inauguración de los JJOO de Londres fue bastante reveladora en cuanto a "Chariots of Fire", así como la oleada de comentarios y revalorizaciones sobre "Blade Runner" en el momento de aparecer su segunda parte) y tal vez por retazos puntuales de sus melodías más conocidas de los 70 y 80, pero Evangelos Papathanassiou continuó relativamente activo hasta su muerte, acarreando admiraciones ("Rosetta" fue nominado al Grammy en categoría new age, aunque no logró el premio), encontrando sugerentes inspiraciones más allá de las estrellas para ejecutar obras de abrumante belleza. No sabemos si algún día llegaremos tan lejos, o si alguien de fuera vendrá hasta nosotros, y por supuesto desconocemos dónde habrá acabado la esencia de una mente tan brillante, que parecía saber detalles dificilmente comprensibles para los demás sobre el Universo, como la de Stephen Hawking -al que, recordamos, Vangelis rindió un hermoso tributo en 2018-, y por supuesto la del gran Evangelos Papathanassiou, cuya música seguirá acompañando a los que, además de respuestas, busquen infinitamente la emoción y la belleza.

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5.12.18

ANTHONY PHILLIPS;
"Slow dance"

A comienzos de la década de los 70, el álbum "Trespass" había logrado que la banda británica Genesis conociera el éxito, pero a su vez provocó su primera crisis: Anthony Phillips, uno de sus miembros fundadores, padecía un extraño miedo escénico, una patología por la cual no podría soportar los consecuentes y numerosos conciertos que el público demandaba, por lo que decidió abandonar el grupo. Tal vez Ant (así le llamaban) no estuviera preparado para el éxito de la banda, de hecho su ansiedad fue más innegable cuando todo marchaba mejor, así que su retirada sonó aún más extraña para el mundo. Otra suerte de excusa fue la excesiva concentración de genios con carácter que había en Genesis (Peter Gabriel, Mike Rutherford o Tony Banks, antes de la pronta llegada de Steve Hackett y Phil Collins), así como su propósito de estudiar guitarra y piano clásico; a la par, Ant escuchó la 'Suite Karelia' de Jean Sibelius, y quedó maravillado, hasta el punto de empujarle a estudiar también orquestación en la escuela londinense Guildhall. Phillips continuó siendo recordado por sus fans, y comenzó una prolífica carrera en solitario sin la preocupación de las giras. "The Geese and the Ghost" fue, en 1977, su primer álbum, en un estilo pastoril ensombrecido por el surgimiento del punk. Allí ya asomaba en la producción el nombre de Simon Heyworth, afamado co-productor del álbum seminal de Virgin Records, un "Tubular bells" que lanzó a la fama al joven Mike Oldfield. Heyworth continuaría su andadura con Ant hasta llegar, precisamente, a su fichaje por Virgin, que en septiembre de 1990 publicó una de las joyas ocultas de la música instrumental, "Slow dance".

Desde finales de los 80 se comenzó a involucrar a Anthony Phillips en el panorama de la new age, y estimulado por la floreciente popularidad de este género, comenzó a recopilar atractivas ideas que no habían tenido cabida en trabajos de sonido algo más avanzado como "1984" o "Invisible men", o en su serie de álbumes "Private parts & Pieces". Fue a finales de la década cuando Ant desarrolló su mejor obra; en muy poco tiempo, sin mucha coherencia al principio, pero recreándose en los arreglos conforme avanzaba el proyecto, fue dando coherencia a esas ideas descartadas, y aportando otras nuevas que surgían espontáneamente. Entre la música orquestal, los instrumentos acústicos propios del rock y la electrónica, Phillips encontró un adecuado equilibrio, pero nada fue fácil en esta historia. La primera parte de esta obra que comenzó sin un título claro ("Time & Tide" o "Field day" fueron algunos de sus títulos de trabajo) se nutre especialmente de esas secciones básicas que llevaban un tiempo esperando su oportunidad, descartes de calidad, en ningún caso pegotes sino ideas guardadas que no habían encontrado aún su lugar; la segunda parte iba a ser más nueva, se basaba en composiciones recientes, en un momento de inspiración excitada, alentada además por un conveniente cambio de equipo e instrumentación. Pero no toda la tecnología posible puede sustituir a la calidez de los instrumentos acústicos, por lo que Ant se vio en la necesidad, además, de que en algunas secciones dejaran su sello algunos músicos de sesión: Ian Hardwick (oboe), Julie Allis (arpa) -ambos habían participado en su álbum "Tarka"-, Martin Robertson (que aparecía en "Invisible men" con su clarinete) o Frank Ricotti (percusionista, participante una década antes en "Sides") se unieron a la trompeta de Tjborn Holtmark, la flauta de Michael Cox o la batería de Ian Thomas; Anthony se explayaba con sus guitarras, bajo, teclados y secuenciadores. Así mismo, y ya en la fase final de la grabación, se evidenció la necesidad de unas cuerdas reales en la misma, así que se procedió a su grabación en los estudios CBS bajo la dirección de John Owen-Edwards y el liderazgo de Gavyn Wright. Durante este largo proceso, parecía que Passport Records iba a ocuparse de publicar el álbum, pero durante un viaje a Estados Unidos, Anthony se enteró del cierre del sello, así que tuvo que ponerse a buscar nueva compañía discográfica. Simon Heyworth se había dado cuenta desde el principio de las posibilidades de lo que aún era un conjunto de ideas, y se involucró especialmente en el proyecto, de hecho fue él el que adelantó el dinero para grabar las cuerdas adicionales, y también el que propuso utilizar dos grabadoras de 16 pistas en sincronización para facilitar la grabación y mezcla, un equipo caro y de manejo nada fácil: "El proceso de mezcla requirió mucha mano de obra y tardó varias semanas en completarse, pero finalmente se completaron las mezclas finales de cada sección individual". Ant se vió un poco desbordado por las deudas que el trabajo estaba acarreando, pero afortunadamente no tiró la toalla ("¿fue un gran riesgo en ese momento? Mucho, pero a medida que el álbum crecía, comencé a ver cómo podría sacarme del atasco en el que estaba") y gracias a su amigo Simon Mortimer, Virgin acabó ofreciéndose no sólo a publicar el álbum y (presuntamente) los siguientes del artista, sino que además le ofreció un contrato como músico para cine y televisión. Años después Ant comentó: "Me encantaría hacer otro disco orquestado, pero es algo impracticable en términos financieros". "Slow dance" no es el nuevo "Tubular bells" que seguramente querían Virgin Records y Simon Heyworth, aunque sí una suite muy agradable con momentos inspirados y dos partes largas bien diferenciadas, con un sonido más antiguo en la primera y algo más actual la segunda. El comienzo es de una belleza fulminante con su auténtica guitarra y sus trazos neoclásicos, grandioso motivo principal del trabajo al que favoreció sin duda el tratamiento orquestal. Notas danzarinas adornan la continuación, jugando con un viento como si de un ballet de cuento sinfónico se tratara, evidentemente otro de los instantes destacados del álbum, que van a ser varios. No tarda en aparecer la vehemencia de un ritmo frenético y de un coro sintético, espejismos en una primera parte mas bucólica que rockera, no en vano el título de la obra nos conduce a una danza lenta. El camino circula entonces entre una cierta electrónica muy asequible, notas de new age relajante (introduciendo una nueva melodía importante en la obra, de titulo 'A slower dance' -que realmente había sonado ya como interludio en el tramo medieval-) y retornos al leitmotiv inicial con un ímpetu arrebatador. La sencilla y folclórica tonada final ('Guitar adagio') es la guinda en una deliciosa primera parte. Con una cadencia animada y temporal, entre sintonía televisiva y recuerdo al sonido de algunos artistas new age de Narada o Private Music, comienza la segunda, que enseguida se muestra poética primero, popera -y cercana al jazz- después, en instantes de músicas incidentales para posibles películas, para continuar algo vanguardista. Se abre paso entonces otro Philips, activo y sintetizado, originando un crossover fantasioso y estimulante de título 'No way out', la melodía mas destacada (radiofónica incluso) del segundo acto, con algo de épica en sus arreglos de cuerdas, amén de guitarra y el toque electrónico de fondo, conjunto que se aproxima tanto a algunos éxitos de Yanni como a algún tema importante en películas de aventuras medievales del estilo 'Lady Halcón' (con el marchamo de Alan Parsons y Andrew Powell). La segunda parte se cierra con el recuerdo de sus leitmotivs principales de la primera, y enseguida la tintineante melodía con la que se abría ésta, que la culmina también, sin estridencias. Esta especie de sinfonía por momentos amorosa, en otros aguerrida, posee un desarrollo fluido y uniforme fácil de disfrutar, y una cierta sencillez en su composición (huyendo de barroquismos) que forma parte de su encanto. En el recopilatorio "Anthology", que publicó Blueprint en 1995, venía incluído el corte "Slow dance (Opening)".

No lo tuvo fácil Ant con "Slow dance", acumuló adversidades de todo tipo (monetarias, de casa discográfica, de estudio de grabación, de ánimo) pero siguió adelante para culminar un proyecto atrevido, que la crítica tomó bajo dos vertientes absolutamente contrarias, desde la de la ingenuidad de la composición hasta la del arrebatamiento en su eficaz fusión de clásica y rock. Cierto es que la manera de empalmar melodías y la base de rock sinfónico con ramalazos clásicos son muy típicas de algunos trabajos de Mike Oldfield, pero Ant o bien no quiere llegar a ese grado de similitud (o tal vez no pueda) o da sentido a su frase en la que se considera un músico "fuera de modas", y por tanto auténtico, lejos también de intentos de imitación (en los que se podrían incluir otros nombres, como Stephen Caudel, Rick Wakeman, sus antiguos compañeros de Genesis o un Karl Jenkins que aún tardará en llegar, bajo su nombre o el de Adiemus). Ahora bien, 1990 no eran los 70, y este álbum enteramente instrumental en un músico de rock, a pesar del avance de la new age, desconcertó a su público, especialmente en los Estados Unidos. Virgin no supo apostar con efectividad por el álbum, desdeñando el lanzamiento de un adecuado single, de hecho tampoco supo apostar por un Anthony Phillips que sólo grabaría una obra más con Virgin. 2007 fue el año, casi una mayoría de edad tras su publicación, de una conveniente reedición de "Slow dance" a cargo de Blueprint Records, si bien la más importante llegó diez años después, en 2017, por parte de Esotering Recordings, una edición Deluxe en la que un segundo CD recogía nueve demos o reinterpretaciones de algunas de las numerosas melodías que poblaban el álbum original, incidiendo especialmente en sus dos leitmotivs principales "("Theme from slow dance" y "A slower dance") y en la pieza rítmica más representativa de la cara B, "No way out", completando el conjunto con una nueva mezcla de la evocativa parte penúltima de la cara A, "Guitar adagio from Slow dance", y dos pequeñas piezas grabadas pero no incluidas en el disco, "Touch me deeply" y "Clarinet sleigh ride".