27.9.06

HEDNINGARNA:
"Trä"


En Suecia a comienzos de la década de los 90 se vivió un espectacular caso de renovación del folclore, remontándose genuinamente a las raíces escandinavas por medio de la recuperación y electrificación de instrumentos antiguos (algunos desaparecidos) y el acercamiento al rock con un plus de innovación rítmica. La banda encargada de esta explosión de fuerza y originalidad se llamaba Hedningarna, y enseguida se convirtió en un grupo vital para comprender el nuevo folk-rock nórdico. Este grupo recuperaba la concepción pagana (de ahí su nombre, 'los paganos') de las danzas y fiestas tradicionales campesinas, consideradas pecaminosas en tiempos muy lejanos, en los la gente danzaba alrededor de las hogueras en trance con la música de los violines, unos instrumentos que acabaron siendo perseguidos y quemados, como otros que desaparecieron en el tiempo. Anders Stake, el luthier del conjunto, construía sus propios instrumentos basados en aquellos, consiguiendo así recuperar un sonido medieval, así como viejas leyendas y tradiciones, pero en una fusión audaz y eficaz con la música actual. Algunas de sus piezas presentan una extraordinaria capacidad hipnótica, consiguiendo un sorprendentemente acercamiento a estéticas dance, una manera directa y rotunda de presentar el folclore escandinavo. Desde su primera referencia ("Hedningarna", en 1989), cada nuevo trabajo del grupo suponía un paso adelante, de hecho "Kaksi!" fue un sorprendente éxito que traspasó fronteras y consiguió en equivalente al premio grammy en Suecia al mejor álbum de folk. En "Trä", publicado por Silence Records en 1994 (comercializado en España -con la conveniente traducción de los textos y letras de las canciones- por Resistencia) hay un claro acercamiento al pop-rock, y así a un mayor rango de público.

Así como "Kaksi!" significaba 'Dos' en finlandés, "Trä" quiere decir 'Tres' en Sueco, aunque también se puede traducir como 'Madera', un título muy significativo al tratarse del material de aquellos instrumentos demoníacos, que en las manos de los miembros del grupo vuelven a cobrar vida y a electrificarse, un sonido muy particular invocado por los tres componentes suecos originales (Hållbus Totte Mattsson -laud, mandolina, lira, acordeón, salterio-, Björn Tollin -percusiones- y Anders Stake -violines, gaita sueca, flauta, arpa, guimbarda-) y las dos cantantes finlandesas incorporadas en "Kaksi!" (Sanna Kurki-Suonio y Tellu Paulasto): "Este ritmo tan particular de Hedningarna surge a partir de, por un lado, la música tradicional sueca, por otro lado, de las cantantes que somos finlandesas y adoptamos textos tradicionales que tienen mucho ritmo, y de otras influencias de India". En este tercer álbum la fusión fue totalmente fructífera y definitiva, las buenas ideas bullían en un entorno totalmente abierto y receptivo, tanto para la fuerza del rock como para la esencia de la música tradicional, si bien las melodías, al contrario que en los trabajos anteriores, pasaron a ser en su mayor parte obra de los miembros de la banda. La situación no es tan drástica en cuanto a las letras, que mantienen el espíritu del poema épico finlandés Kalevala, tratando sobre hechizos mágicos, encantamientos, sobre la tradición, la añoranza de la tierra lejana, y por supuesto sobre el amor; evidentemente no las entendemos pero la fuerza que transmite su particular interpretación -en ocasiones agresiva, o tan provocativa que a veces se podría tildar de erótica- nos hace participar de esos sentimientos. Otro pequeño cambio en "Trä" consistía en un claro descarte del repertorio instrumental, dotando a sus temas de una mayor estructura de canción moderna, tendente hacia el rock alternativo, con lo que conseguían acercarse a un público joven y variopinto. De los tres componentes suecos originales, Anders Stake fue el más fértil en la composición, legando cuatro excepcionales canciones: "Min skog" (con un comienzo intimidatorio de sierra mecánica -no en vano su título significa 'Mi bosque'- que abre un auténtico vendaval, un camino de conquista vikinga cantado por los chicos de forma abrumadora), "VargTimmen" ('La hora del lobo', sabia mezcla de momentos corales de las cantantes finlandesas con otros más rockeros con las voces de los suecos, una de las canciones importantes que contó con su correspondiente videoclip), "Gorrlaus" ('El caballo', de estupendas armonías vocales) y la espectacular "Saglaten" ('La canción de las habladurías', otra genial melodía arreglada por el grupo en su ya inconfundible estilo). Sanna Kurki-Suonio tuvo también especial protagonismo en el álbum, como coatura de la música de la mencionada "Saglaten", y en solitario la de "Täss' on nainen" (la pieza femenina -'He aquí la mujer', se traduce- que abre el disco como para empezar a entrar en trance) y el impresionante corte de cierre, "Tina vieri", un tema difícil de quitar de la cabeza por su fabuloso desarrollo, sencillamente fascinante vocal e instrumentalmente. Tellu Paulasto también colabora activamente en algunas de las creaciones, y curiosamente suya es la única pista instrumental del álbum, "SkrauTvål". Como demostración de que la esencia festiva y tradicional de sus canciones guarda una esencia tribal que introduce con mayor fuerza al oyente en su mundo antiguo, "Tuuli" ('Viento') es una pieza conjunta que presenta una sorprendende vertiente hipnótica, y en ella el vocalista, Wimme Saari, en una forma de canto tradicional Sami -en la Laponia finlandesa- llamado joik, anticipa su futura colaboración con el grupo en el sorprendente "Hippjokk". Restan los dos cortes basados en música tradicional, "Täppmarschen" y otra de las canciones importantes (si es que se pudiera destacar alguna en un conjunto de abrumadora calidad), "Räven" ("Cuervo"), una casi terrorífica y completa composición, salpicada de erotismo femenino, al final maravillosamente caótica, también adornada por un videoclip. En 1996, y como muestra del éxito obtenido, apareció en el mercado norteamericano con la distribución de Sony la recopilación "Fire", que incluía trece composiciones de los álbumes "Kaksi!" y "Trä".

La música de Hedningarna carga las pilas, es ruda pero con una clase innegable y con el importante matiz de distinción con otras bandas que le otorgan los instrumentos antiguos en combinación con los modernos. Con el paso de los discos, sus canciones estaban cada vez más trabajadas, y gracias a ciertos ritmos de naturaleza extraña y asombrosa vitalidad, lograban transmitir una energía fuera de lo común, convirtiendo de sopetón a Hedningarna (en especial tras su consagración con este espectacular e indispensable "Trä") en un referente del folk mundial, un sonido exclusivo del grupo que en vivo es rotundo y arrollador, unos directos en los que se mezclan distintos grupos y clases sociales, de folkies a heavies pasando por viejos rockeros, apasionados de las nuevas tendencias, newageros o cualquier curioso atraído por experiencias fuertes. Y ciertamente es una experiencia que no hay que dejar pasar.









22.9.06

HIMEKAMI:
"Moonwater"


La enorme distancia kilométrica, cultural e idiomática con Japón, provocó que una música tan bella y plácida como la del grupo Himekami tardara demasiado en llegar hasta nuestros oídos. Fue concretamente en 1991 cuando Sonifolk/Lyricon publicó en España la edición convenientemente traducida de una excelsa recopilación de este grupo nipón cuya preciosa portada anticipaba una grata sorpresa; su título, "Moonwater", y lo realmente imperdonable, que Himekami tenía publicados ya diez discos en Japón sin que aquí fueran ni remotamente conocidos. Afortunadamente el impacto que composiciones como la celestial "Into blue snows" provocaron en los reductos radiofónicos de la música instrumental, impulsaron la trascendencia de Himekami en el mercado español, especialmente durante la década de los 90. Formado por el matrimonio Yoshiaki y Etsuko Hoshi, Himekami contaba por aquel entonces con una enorme popularidad en su país, gracias a una delicada unión musical de tradición japonesa y electrónica, donde se dejaba ver la sensibilidad del teclado japonés, lejos tanto del sinfonismo y la majestuosidad de Kitaro ("nosotros hacemos música japonesa, la de Kitaro es oriental") como del urbanismo de Ryuichi Sakamoto y su Yellow Magic Orchestra, sino más bien de una pureza y un lirismo embriagadores.

"Moonwater" se pudo encontrar en dos ediciones parecidas pero puntualmente diferentes. Su primera edición fue la japonesa, publicada por Pony Canyon en 1989 y distribuída en España por Lyricon en 1991 con traducciones de títulos, libreto e ilustraciones. Evidentemente esta es la edición más fácil de conseguir en nuestro país. Sin embargo, la compañía americana Higher Octave Music se encargó de preparar en 1989 una edición para Estados Unidos (que también llegó a España de importación) con tres notables cambios en las canciones, y si bien ambas coinciden en siete temas, la calidad de los tres distintos parece desequilibrar la balanza hacia la edición americana. Aunque las canciones de Himekami no sean tradicionales sino composiciones propias y estén interpretadas con tecnología moderna, su delicado y respetuoso sonido nos transporta al Japón más tradicional, a la cotidianidad de sus costumbres, a la naturaleza, esa misma desde la que Yoshiaki componía, en la hermosa región de Tohoku (al norte de la isla principal del Japón, Honshu). Hoshi nació en 1946 y fue en 1981 cuando comenzó su fulgurante carrera, parte de la cual queda recogida en este disco, que sorprende de inicio con la fulgurante y rítmica "Dancing birds" (el primero de los temas exclusivos de la edición americana). Ahí ya se adivinaba que lo aquí contenido era algo especial, y si alguien oprimió el play por mera curiosidad fue literalmente obligado a sentarse y escuchar el resto, en ocasiones embelesadamente ante melodías atrayentes, incluso hipnotizantes, como "Swan mith", "Tosa dunes", "White fire" o "Earth flame", todas ellas éxitos de los primeros discos nipones de Himekami ("Himekami", "Himekami densetsu" o "Hokuten genso"). En este momento llega "Distant suns", otra de las mejores canciones de la edición americana del álbum, seguida por "Evening poem", también espléndida composición, mucho más calmada que la anterior y que, para acabar de confundir al personal, fue elegida para abrir la edición japonesa (y española). Entre tanta emoción se alcanza uno de los grandes momentos del álbum, una melodía sosegada pero poderosa y cautivadora, perteneciente originalmente al álbum "Setsufu", capaz de transportar, como su título indica, hacia las nieves azules ("Into blue snows"), esas cumbres nevadas japonesas que adornan algunas de sus portadas y que incluso dieron nombre al grupo (Himekami es el nombre de una montaña de Tohoku). Dos cortes para acabar, el tercero de los nuevos y más rítmico de todos, "7 o'clock rain", y un delicado poema de 13 minutos titulado "Mahoroba", que venía contenido originalmente en el disco que con igual título compusieron mano a mano Himekami y Yas-Kaz, afamado percusionista japonés con el que Hoshi colaboró en varias ocasiones en los 80.

Restan por mencionar los tres cortes que Higher Octave Music descartó de su edición, y que sí adornan la original: "Windflower", "Snowflake" (ambos pertenecientes a "Setsufu") y, cerrando la compilación, "Circling stars" (de "Himnekami fudoki"). En definitiva, nos encontramos en "Moonwater", y por extensión en la exquisita discografía de Himekami, con un buen número de gloriosas canciones que ya forman parte de la imagen que tenemos en occidente de la naturaleza nipona, una música llena de sensaciones, plena de magia, de leyendas ancestrales, capaz de conducirnos a otra cultura, aquella de la que estaba plenamente enamorado Yoshiaki Hoshi, un músico esencial que nos dejó el 1 de Octubre de 2004 víctima de un ataque al corazón y cuya capacidad de emocionar músicalmente no tenía fronteras.







20.9.06

PENGUIN CAFE ORCHESTRA:
"Penguin cafe orchestra"


En la década de los 70, un momento ideal para un tipo de propuestas musicales atrevidas e innovadoras, surgió en Inglaterra un conjunto ideal y alborozado, calificado por su creador, Simon Jeffes, como una 'unión libre de músicos', una pequeña orquesta vanguardista, de estilo inclasificable de hecho, llamada Penguin Cafe Orchestra. En 1981 vio la luz la que es posiblemente su gran obra, "Penguin Cafe Orchestra", pero curiosamente, aunque su título sea homónimo, no se trataba este del primer trabajo de la -abreviadamente- PCO, dicho privilegio lo tuvo "Music from the penguin cafe" en 1977, publicado originalmente por Obscure Records, el recordado sello de Brian Eno. Aquel fue el comienzo de una banda y de una música con altas dosis de imaginación y sentido del humor en un contexto clasicista. Es ese un dato que puede corroborarse al contemplar las pinturas naif de Emily Young -esposa de Simon- en las portadas y sobre todo al escuchar la historia de este cuentacuentos de Sussex (Inglaterra), el creador de la orquesta y el inventor del Café del Pingüino. Cierto día de 1972 en el sur de Francia, Simon sufrió una intoxicación por comer ostras en mal estado y en su delirante sueño se imaginó como si fuera un pingüino regentando un pintoresco local: "Veía habitaciones con parejas que hacían el amor sin amor. También contemplé a personas que se miraban en espejos. Y aunque no eran muy comunes, observé filas de ordenadores. Un ojo electrónico lo observaba todo. Me parecía una pesadilla que anunciaba un mundo antipático. Me llamó la atención que no sonara música y pensé que algo podía hacer yo". No era una película de Kubrick, ni una novela de Orwell, era el sueño de Simon, y la pintoresca historia forma ya parte de la leyenda.

La música de la Penguin Cafe Orchestra es de difícil denominación, world music de cámara con grandes dosis de minimalismo ('minimalismo floclórico de cámara', según Jeffes), momentos experimentales, un sonido ecléctico aclamado por los críticos (sí, también los de clásica) y curiosamente apreciado en circuitos underground. Jeffes se multiplica en cada disco como compositor a la par de melodías comerciales y reconocidas (aparte de las de este álbum no hay que olvidar "Music for a found harmonium", "Bean fields" o "Perpetuum mobile") como de momentos ambientales o de difícil escucha. "Music from the penguin cafe", desvelaba a un grupo prometedor, pero de maduración de un estilo particular; el segundo plástico, que nos ocupa, publicado en principio por EG Records (sello británico independiente que publicó música de King Crimson, ELP o BRian Eno, entre otros) en 1981, retomado posteriormente por Virgin Records, es completo y atrayente, y en él la orquesta encontró su sonido característico, el de la creatividad sin reglas fijas, huyendo de la comercialidad (lo cual paradójicamente les hizo comerciales) pero también de la vanguardia absoluta y por supuesto de los círculos de la New Age. Los músicos escogidos por Jeffes para su orquesta eran de lo más selecto, los instrumentos desde violines, oboes y cellos hasta ukeleles, órganos, guitarras y sonidos pregrabados, que otorgan un pequeño toque eléctrico en esa enorme capacidad acústica. Este imprescindible álbum comienza con un rítmico "Air a danser", uno de los clásicos de la banda, representativo de su concepto de folclore imaginario. Después del primero de sus ambientales "Yodel", alcanza su estado de gracia con una enorme suite de tres gloriosas composiciones: "Telephone and rubber band" (un curioso experimento acústico al compás de la señal de un teléfono, que se ha convertido en santo y seña del grupo, un pequeño clásico que aún hoy suena fresco y original, y que demuestra la afirmación de Simon de que se basa para algunos de sus temas en sonidos domésticos, facilmente identificables), "Cutting branches for a temporary shelter" (una especie de nana -adaptación de un tema tradicional de Zimbabue- que supone un momento precioso en el disco) y "Pythagoras's trousers" (maravillosa melodía conocidísima en España por su utilización como sintonía del concurso "Juego de niños", aprovechándose de su carácter infantil). El trabajo continúa entre momentos bonitos ("Paul's dance"), bailables ("Salty bean fumble"), experimentales ("Harmonic necklace"), inclasificables ("Simons dream"), casi siempre delirantes, hasta llegar a un agradable frenesí final ("Steady state"). "Si rompes los muros entre toda clase de música, hay un lugar fantásticamente rico donde está todo mezclado"; en esa afirmación del director de los pingüinos se refleja la propia esencia del conjunto. No en vano Simon Jeffes decía que "mi música es la resultante de muchas clases de música". El pianista, productor e ingeniero de sonido Steve Nye, la violonchelista (y musicoterapeuta) Helen Liebmann, el violinista Gavyn Wright y el propio Simon Jeffes, gran compositor y multiinstrumentista, fueron los miembros originales del primer álbum de la PCO. Para "Penguin Cafe Orchestra" se mantienen los cuatro, pero aparecen nuevos instrumentos e intérpretes: Neil Rennie (ukelele, que ya aparecía realmente en uno de los cortes del disco anterior), Julio Segovia (platillos), Giles Leaman (oboe), Braco (bongos, tambores), Geoffrey Richardson (viola, guitarra, bajo, ukelele, percusiones) y Peter Veitch (acordeón, violín). Simon Jeffes interpreta guitarra, laúd, ukelele, piano, bajo, violín, teclados, armonio, órgano, whistle, percusiones y efectos.

Siempre buscando las vanguardias, Jeffes creó un mundo utópico en el que creyó Brian Eno cuando le dió vía libre -como también hizo con otros influyentes británicos como Michael Nyman y Gavin Bryars- para publicar en Obscure Records. Muchos otros admiraron a Simon, un personaje genial y carismático que nos dejó en diciembre de 1997 víctima de un tumor cerebral. Su legado, como no podía ser de otra forma, continúa vivo en los cinco discos básicos de la Penguin Cafe Orchestra, y desde 2010 con nuevas composiciones a cargo de su hijo, Arthur Jeffes, y un pequeño cambio de nombre en la banda, simplemente Penguin Cafe. ¿Quién dijo que el marisco en mal estado era malo? Olvidad el Café del Mar y venid al Café del Pingüino, el local imaginario donde las reglas las dictas tú, pero eso sí, la música que suena siempre será de Simon Jeffes, el tipo que si se encontraba un armonio en Japón en mitad de la calle te hacía una obra maestra ("Music for a found harmonium"), ¿qué hubiera hecho de encontrarse una dulzaina en España?











16.9.06

RAPHAEL:
"Music to Disappear In"

En la amplia variedad de estilos que nos ofrece la música instrumental contemporánea, por unas razones o por otras existen determinadas composiciones que nos 'llenan' especialmente, instalándose en un lugar oculto de nuestras consciencias. En el cambio de década de los 80 a los 90 del siglo XX, miles de personas con una especial sensibilidad encontraron una magnética fascinación en la escucha de una pieza de extrema belleza titulada "Disappearing Into You", que abre el trabajo de Raphael titulado "Music to Disappear In", bonitos títulos que recogen una música profunda, encantadora y difícil de olvidar. Así pensaron también los que decidieron que el título de una famosa serie de discos de recopilación de Nuevas Músicas en España fuera "Música para desaparecer dentro" (la traducción del título de aquel álbum), cuyo primer volumen comenzaba, no podía ser menos, con "Disappearing Into You".

La música del Raphael estadounidense (no confundir con nuestro cantante patrio) pone los pelos de punta por su extrema sensibilidad, en un estilo ambiental y romántico inconfundible, donde mantos de sintetizadores nos elevan a un estado de profunda emoción. Ante este tipo de música no cabe la anhedonia, esa lacra para el sentimiento debería desaparecer en los primeros compases de este trabajo. Hijo de un pianista y una psíquica, Raphael (nacido en Tulsa -Oklahoma- en 1948) heredó esa lógica capacidad para emocionar con su música, una disciplina en la que destacó desde pequeño; educado por monjes benedictinos, éstos le instruyeron en la música clásica y el canto gregoriano, y seguramente de ellos heredó la religiosidad que se respira en sus composiciones, si bien también en su juventud mantuvo flirteos con el rock, country, teatro callejero y, más adelante, una especial dedicación a la música orientada a fines terapéuticos (Raphael defiende que ciertos tipos de música afectan a diversos aspectos de nuestro ser, y de hecho sus primeras grabaciones -que no vamos a considerar como sus primeros discos- fueron ejemplos de música curativa junto al Doctor Emmett Miller). Todas esas influencias convergen en sus discos, como en esta pequeña demostración de intenciones, "Music to Disappear In", grabado como una maqueta desde 1985 y editado finalmente (y felizmente) por Hearts of Space en 1989 con diseño de portada del mandamás de la compañía, Stephen Hill, y distribuido en España por Sonifolk en 1990 con un rediseño, algo más apagado, de esa portada. Este disco, como ya se ha mencionado, se abre con la inmortal "Disappearing Into You", delicadísima y mediúmnica composición con base de piano muy melódico arropada por otros teclados en un acabado perfecto que deja sin palabras, constituyendo un momento fundamental de las Nuevas Músicas. Al poco nos encontramos con dos versiones del "Requiem in Paradisum" del excelso compositor francés Gabriel Fauré, la primera en un estilo vocal, más fiel al original, y la segunda más personal, en un delicado acabado como de caja de música. "Resurrection" es otro de los grandes momentos del álbum, se trata de una pieza de ocho minutos definida como 'música del otro lado', y no han sido pocas las personas que han comentado a Raphael su utilización como ayuda para enfermos en fase terminal; contado así suena muy tétrico, pero la canción es vibrante y llena de emoción, sea o no un intento de interpretación del famoso túnel oscuro con la luz blanca al fondo. La ambientación orquestal y de teclado continúa en temas como "I Say Rock'n Roll Prayers to a Dancing God" ("Le rezo plegarias de rock a un Dios bailarín", otro bonito título para una música neoclásica muy en la línea de lo que nos ofrece Ray Lynch en discos como "Nothing Above By Shoulders but the Evening") o "Silence", combinados con momentos más terrenales -anticipos del ambiente que a buen seguro se respiraba en su recién estrenada residencia de la isla de Maui, en las Hawai-, como "Primitive Silence" o una especie de danza india titulada "Serpent", percusiva pero también muy relajada, fruto de su contacto con los indios huicholes. En este álbum, dedicado al espíritu creador femenino, eficaces guitarras, flautas y percusiones complementan los teclados de un Raphael que actualmente vende en su web una edición del trabajo definida como 'Remastered Anniversary Release'.

Raphael y la New Age (una experiencia de amor total a Dios para él) están tan unidos que los que se equivocaron cuando actuó en España y esperaban encontrar al gran cantante de Linares huyeron escandalizados, y es que algunas de sus atmósferas se adelantaron notablemente a determinadas propuestas ambientales de la siguiente centuria. Él define su música como a la vez muy apasionada y espiritual, y desde Hawai continúa sirviéndola en pequeñas dosis, como la segunda parte de este trabajo, "Music to Disappear In II", "Angels of the Deep" o "Intimacy", discos emocionantes y totalmente recomendables para el cuerpo y el alma, no en vano calificados por el propio autor como "música de meditación espiritual profunda", si bien su gran éxito, que llegó a vender más de medio millón de ejemplares en todo el mundo, lo alcanzó con su ópera prima, ese exclusivo y hermosísimo compendio de piano ambiental, voces soñadoras, etéreos sintetizadores y un delicioso toque terrenal, titulado "Music to Disappear In".



12.9.06

PATRICK BERNHARDT:
"Atlantis angelis"


"Atlantis angelis" es un álbum importante en los reductos de la más pura new age de la curación y la espiritualidad, su inclusión en este género no deriva por modas o similitudes, sino porque está realizado desde la perspectiva adecuada para llevar ese apelativo y para tratarse de un trabajo respetado y muy vendido, más de medio millón de copias desde su publicación. La primera edición de este trabajo llegó en 1989 por medio del sello canadiense Imagine Records, y estaba firmado por Patrick Bernhardt; la segunda (aunque entre medio ha habido alguna otra, de difícil seguimiento) es una reedición en el 25 aniversario, distribuida por Aura Musick y firmada por Patrick Bernard. El que parecía un músico canadiense resulta ser un argelino (de padres franceses, nacido en 1952) que durante sus estudios en Francia se apasionó por el esoterismo y las ciencias ocultas, pero tras una profunda crisis llegó hasta el guía espiritual Srila Bhaktivedanta Swami Prabhupada. Tras varios discos sin éxito y una segunda crisis, dedicó su arte a la composición de mantras y a la música mística, y dió en el clavo con este estupendo "Atlantis angelis".

Auténtica música espiritual es lo que nos vamos a encontrar en este álbum, melodías llenas de paz que ayudan a liberar la mente y relajar el cuerpo, ideales para la meditación o la práctica de yoga. En realidad, si no sois ni practicantes de esta disciplina física y mental, ni seguidores de religiones hindúes o de otros movimientos espirituales, este disco también es para vosotros, sólamente hay que disfrutar de unas canciones muy inspiradas y que realmente pueden sentar muy bien en momentos de búsqueda de relax o de concentración, pero que también pueden ser escuchadas por el mero placer de la música (como los cantos tibetanos). En concreto la música de Bernhardt (recordad, actualmente Bernard) es muy apreciada por ese acercamiento de la sacralidad hindú a la cultura occidental, adaptando salmos cantados en sánscrito para sintetizadores y guitarra, intentando conseguir la armonización del alma. Y hay que reconocer que en efecto determinadas canciones de este disco son auténticos cúmulos de paz, como la suite más conocida, "The song of the universal light" (más de treinta minutos divididos en cinco partes muy parecidas entre sí), un verdadero acierto para el buscador de las corrientes musicales y filosóficas más espirituales. En esta bella canción se recoge la calma y la luz de las aguas del río cósmico (Jamuna); además, "el Amor celestial (Madhava), héroe de la diosa de la plenitud, levanta la gran colina protectora (giri vara) y contempla la belleza divina de la Reina del amor puro (Radha)"; así, entre cánticos, sonidos naturales y sintetizadores, puede conducir a la relajación y al olvido de los problemas diarios. Aunque la suite más recordada del trabajo es la anterior, "Atlantis angelis" es el tema que le da título (la referencia a la Atlántida es muy vendedora) y no deja de ser una pieza hermosa y también pacífica y liberadora, si cabe más meditativa que la anterior, con el canto de Patrick sobre los teclados, guitarras, percusiones, el rumor del agua y sonidos de ballenas. Su primera parte recoge sonidos curativos obtenidos de los libros canalizados por el profesor espiritualista Frank Alper, autor de 'Explorando la Atlántida', donde se narra que los atlantes eran extraterrestres que se establecieron en la Tierra y utilizaban cristales para almacenar energía; Bernhardt declama también el mantra tibetano 'Om mani padme hum', de vibraciones alegres y pacíficas. Mucho más sencillo es el siguiente corte, "Harmony of the OM spheres", un ambiente de vibraciones tintineantes, un mantra instrumental que busca elevar el espíritu. El álbum culmina con "Trascendastral voyage", que navega por los mismos mares de conciencia espiritual de los anteriores, con notas luminosas y el canto de Brigitte Pellerin. El amor, la conciencia, la sanación, la visión interior... la música de Patrick Bernard ahonda en esos temas y pretende, según cuenta el autor, "ayudarnos a cruzar distancias invisibles que nos separan de la luz viviente".

Como decía una crítica al respecto de este "Atlantis angelis", se trata de un disco que abre la puerta del viaje interior. Seas más o menos espiritual o místico, lo que está claro es que estamos ante un trabajo interesante tanto para la relajación como para la escucha de una música bonita y tranquila, a la cabeza de la (generalmente aburrida) New Age. Grabado en el Studio 1913 de Montréal (Canadá), y producido por Robert Lafond (que interpreta además piano y sintetizador), "Atlantis angelis" contó en 2012 con una segunda parte de similar estética y búsqueda musical, y Patrick Bernard, que apela en su obra al poder de la música ('un ente vivo', afirma), continúa publicando nuevos trabajos llenos de sus particulares mantras, "poderosas composiciones devocionales basadas en sagrados escritos sánscritos, latinos y hebreos". En definitiva, esa relajante 'música del bienestar' de la que "Atlantis angelis" es un recomendable ejemplo.



7.9.06

CAPERCAILLIE:
"Delirium"

Uno de los nombres más atractivos e impactantes de la música escocesa de las últimas décadas es el de Capercaillie, cuya traducción del gaélico escocés es 'urogallo'. Es difícil hablar sobre la música celta del cambio de siglo y no destacar a este grupo bien unido a sus raíces escocesas, si bien durante los años han logrado una acertada evolución fusionando lo celta con otras culturas, elementos étnicos y un acercamiento al pop y las nuevas tendencias que les ha hecho muy famosos, objetos de seguimiento y extraños invitados en las listas de ventas británicas. "Cascade", su primer álbum, debería tomarse más en cuenta en su discografía (aunque ellos mismos opinaron posteriormente que era tan malo que no querían ni acordarse de él), no sólo como un disco agradable sino como una clara muestra de sus intenciones originales y de los medios de que disponían en esa época, que eran su propio talento en la instrumentación y la gran baza de la voz de Karen Matheson, en un repertorio mayoritariamente tradicional en el que se paladean grandes muestras de genio innato que tuvieron que grabar en tres días (y las mezclas en una mañana). Fue sin embargo la llegada de Dònal Lunny como productor la que influyó definitivamente en su desarrollo popular, ya que el cambio en la calidad de sonido para el álbum "Sidewaulk" (tras un buen "Crosswinds" y el momento de suma entrega y pasión que supuso la banda sonora del documental de la BBC "The blood is strong", dada la temática afín a sus patrióticas ideas) es monumental. El repertorio era aún mayoritariamente tradicional, pero el acabado desencasillaba a Capercaillie, pasando de ser un grupo folk de culto a un fenómeno de estilo moderno abierto a nuevos públicos, gracias también a sus primeras canciones en inglés (las únicas propias, no tradicionales), que internacionalizaban su música. Tras haber fundado Etive Records en sus inicios (Donald Shaw y Karen, matrimonio y miembros fundadores, tuvieron un grupo efímero llamado The Etives cuando eran adolescentes) y haber firmado poco después con Green Linnet, el paso definitivo se produjo con el cambio de compañía discográfica, pues el fichaje por Survival Records originó en 1991 "Delirium", álbum que se benefició de la distribución de BMG.

El urogallo es una bonita ave gallinácea protegida en España, donde está alarmadamente amenazada, pero con una gran implantación en el norte de Europa; sus raíces se hunden en tiempos pasados, como el espíritu tradicional que impera en la música de Capercaillie, esa esencia que hizo que muchos les llamaran los Clannad escoceses. En "Delirium", Capercaillie nutre su capacidad folclórica con nuevas aportaciones, más actuales, que acercan su música a nuevos públicos, y lo popular sale reforzado al vivirlo en contraposición a los cortes más poperos. La voz sigue siendo subyugante, pieza clave de su sonido, y brilla en canciones que pertenecen ya a la historia de la música, como "Coisich, a rùin", un auténtico himno cantado en gaélico que logró la hazaña de entrar en el top 40 británico en mayo de 1992 gracias al otro documental de la BBC, 'A prince among islands' (sobre una visita de una semana del Príncipe de Galés a las Hébridas Occidentales). La formación del conjunto en esta época era Karen Matheson (voz), su marido Donald Shaw (teclados y acordeón), Marc Duff (flauta, silbatos y tambor), John Saich (bajo), Charlie McKerron (violín) y Manus Lunny (guitarra y bouzouki -el hermano de Dònal, dos irlandeses en un grupo escocés-). Capercaillie resolvieron el problema de la restauración de la música tradicional escocesa con gran solvencia, la frescura de su sonido se respira desde los primeros compases de la primera canción de "Delirium", la conocida y bailable creación de Manus Lunny "Rann na mona", con la que se puede conectar perfectamente a pesar de estar cantada en gaélico, demostrativo de la universalidad de la buena música. Le sigue, ya en inglés, una pegadiza canción de Donald Shaw inspirado en la comunidad argelina, "Waiting for the wheel to turn", que fue seleccionada como segundo single del trabajo. En su discografía se nota claramente una acérrima defensa de su cultura, no sólo por el idioma gaélico (materno de Donald y Karen), sino por abordar en sus letras problemas sociales como ese, y ser unos embajadores de sus bellos paisajes, como el lago de la fotografía interior del libreto. La voz de Karen Matheson, siempre inconfundible y emblema de la banda, raya la perfección en baladas como "Aodann srath bháin", pero no quedan atrás los demás músicos en los temas tradicionales, como la antiquísima (su letra se ha perdido con el tiempo) "Cape Breton song" o el corto reel "Doctor MacPhail", que será ampliado y mejorado en su siguiente disco en directo, "Get out". La belleza de las canciones se sucede, tanto en inglés como en gaélico, como ejemplos ahí quedan melodías atrayentes como "You will rise again", de John Saich, o "Dean saòr an spiórad" (llevadera pieza de Donald Shaw, cantada en los dos idiomas), si bien la canción más conocida y primer sencillo del álbum, antes mencionado, fue la maravillosa adaptación de esa antiquísima canción de trabajo titulada "Coisich, a rùin", un delicioso y rítmico hito, momento culminante en sus conciertos y también punto de inflexión en su popularidad. Sin embargo es difícil acabar de hablar de las composiciones contenidas en este disco, ya que dos importantes sorpresas aún están por llegar, una onírica y monumental "Breisleach", compuesta a dúo por Shaw y Aonghas MacNeacall (que contará con una adaptación mucho más moderna años después, y que fue elegida para un spot del whisky escocés Glen Grant), y otro clásico para concluir el trabajo, que reivindica la textura de la voz de Karen, "Servant to the slave", provocando que las dos excelentes composiciones del nuevo integrante, Manus Lunny, abran y cierren el disco. A este respecto, la importancia de Donald Shaw se ve amenazada por Lunny y Saich, en beneficio de la banda y de sus seguidores.

No cabe duda de la elegancia de este grupo que si bien hay que encajonar en la música tradicional celta, posee unos matices culturales tremendamente ricos, dispersos y evidentemente modernos (sólo hay que ver los video-clips de "Coisich, a rùin" o "Waiting for the wheel to turn" para darse cuenta de lo que intentaban popularizar, la modernización de una tradición centenaria). "Delirium" fue su quinto disco, y uno de sus trabajos más completos, resultando una gran sorpresa de ventas (número 1 en las listas de Music Week/Folk Roots y 100.000 copias vendidas en el Reino Unido) pero sobre todo de calidad. "Coisich a rùin (Walk my beloved)" fue el primer sencillo del álbum, pero su entrada en listas llegó con la publicación de un posterior EP con motivo del mencionado documental 'A prince among islands', que incluía esa canción junto a otras tres del álbum "The blood is strong", ese momento de suma entrega y pasión, cuya segunda edición está basada en tres documentales con la banda sonora de Capercaillie. La música de siglos de tradición escocesa es amasada por esta atrevida banda como si de un catalizador de magia ancestral se tratara, y tras ser servida con una sapiencia presumiblemente ilimitada, provocó que el gaélico dejara de ser definitivamente un idioma desconocido para el mundo, deseoso de nuevos mitos celtas.









6.9.06

JESÚS AUÑÓN:
"13 Cuerdas"

Aunque en el terreno de las músicas instrumentales haya existido una tendencia natural, no siempre explicable, a ensalzar excesivamente lo proveniente del mundo anglosajón, y conceder mayor crédito a producciones extranjeras que a las nacionales, de justicia es descubrir que en España también tenemos grandísimos intérpretes y compositores en este campo tan marginal en ocasiones pero tan necesario, apasionante y gratificante. En concreto el nombre de Jesús Auñón no es todo lo conocido que se merece, y si bien no se acerca ni por asomo a lo que puedan vender ídolos mediáticos del pop como Bisbal, Estopa o Alejandro Sanz, se trata de un virtuoso que no tiene precio.
 
Jesús Auñón es un guitarrista granadino que en los años 90 publicó dos excepcionales discos de esos que ahora mismo no váis a encontrar en vuestro establecimiento habitual (ni prácticamente en nigún sitio salvo un golpe de suerte) a pesar de su calidad. Adolfo Rivero produjo y publicó en 1994 el segundo de ellos, "El tiempo todo locura", pero hay que detenerse en profundidad en el primero, de título "13 cuerdas", publicado por 'El cometa de Madrid' (distribuido por Gasa) en 1992, una joya de trece temas en la que se aunaron el talento de Auñón con las excepcionales colaboraciones de importantes artistas del sello con sede en Torrelodones. 'El cometa de Madrid' fue una de las apuestas más atrayentes y necesarias en la España de los 80, cuando el 'omnipresente' Luis Delgado decidió ofrecer una música de calidad y artesanía del sonido en la línea de sellos americanos como Windham Hill o Narada. Auñón fue uno de los elegidos para formar parte de esa corta aventura, y cumplió con solvencia al volcar toda su destreza en este plástico de sincero título. Y es que no estamos ante un disco cualquiera de guitarra, "13 cuerdas" es una sorprendente demostración de las posibilidades de la técnica conocida como 'tapping', consistente en golpear las cuerdas de una guitarra (o bajo) con las yemas de los dedos directamente contra el mástil con ambas manos, con lo que es posible interpretar melodía y acompañamiento simultánea e independientemente, como en los instrumentos de teclado. Además, de este modo se acrecentan las posibilidades rítmicas del instrumento. Michael Hedges a la acústica o Stanley Jordan a la eléctrica son algunos de sus mayores exponentes con la guitarra (también Satriani o Van Halen), y Michael Manring con el bajo. Así, en este disco podemos encontrar sonidos que, si bien se nos explica que han sido extraídos de una sola guitarra en una sola sesión (sin acompañamiento adicional ni pistas suplementarias, comenta Auñón), parece difícil de creer, pero así sucede en "Dulcimer" (un verdadero escándalo de melodiosa y dulzona seguridad técnica, el tema más conocido del álbum por su clase, por su difusión en el programa radiofónico 'Diálogos 3' y por su inclusión en varios recopilatorios de Nuevas Músicas), "Trabalenguas", "Natural blues" (monumental composición del guitarrista catalán Max Suñé, que unida a la lujosa interpretación derivan en otra pequeña maravilla), "Intervalos", "En dos palabras" y "Reflejos", canciones que aparte de paladear en el disco han de ser admiradas en directo para cobrar el sentido que sin duda se merecen. No está solo Auñón en esta su primera aventura discográfica, impresiona también la ayuda que Luis Paniagua brinda con el sitar en "Llueve en la cuesta Alhacaba" (conexión de las callejuelas del Albaicín con el lejano oriente, también conocida como "Murciélagos" en las notas interiores), Cuco Pérez al acordeón en "The three seas captain" (arreglo de un tema tradicional irlandés, de profunda esencia folclórica), Javier Bergia con la tabla en "Paraísos perdidos", y Luis Delgado con su muestrario de instrumentos, desde el teclado en "Zig-Zag" (de agradable ritmo bluesero) hasta la organa y melódica en "Al escondite" (bonito corte, de evocadora esencia infantil), pasando por guitarra, trompa marina, cántaras de San Antonio, k'rkebs, tambor tarahumara, pandeiro galego y percusiones metálicas, eso sí, concediendo todo el protagonismo a las guitarras de Jesús.
 
Jesús Auñón desarrolló su técnica de tapping de modo personal tras ver actuar a Stanley Jordan por televisión, y actualmente imparte seminarios sobre el tema. Desde el comienzo del disco (ese "Dulcimer" tan agradable), hasta completar sus trece composiciones, asistimos a un curso de guitarra (eléctrica de seis cuerdas, salvo de doce cuerdas en "Zig-Zag" y acústica en "Trabalenguas"), registrada directamente -cuenta Jesús en el libreto- en un sistema digital, y "para los temas que requerían más instrumentación, se ha pasado esta información a un magnetofón analógico multipista, añadiendo las grabaciones necesarias y procediendo a mezclar de nuevo en el digital". En "13 cuerdas" (que no en vano se subtitula "Música desde el mástil de la guitarra") desarrolló sus ideas para completar un disco muy personal, grabado en el estudio privado de Luis Delgado, que además produjo eficazmente el álbum, un trabajo que demuestra que para escuchar a guitarristas originales y de calidad no es necesario bucear en catálogos de sellos extranjeros.





2.9.06

MIKE OLDFIELD:
"Tubular bells"

Es a la vez fácil y difícil hablar de una obra como "Tubular bells". Es fácil porque son muchas las sensaciones que afloran cuando lo escuchas. Es difícil porque hay tanto que contar que podría escribirse un libro entero (de hecho existe, "The making of Mike Oldfield's Tubular bells") sobre sus antecedentes, composición, grabación, comercialización... Y es que posiblemente nos encontremos ante un punto de inflexión en la historia de la música instrumental moderna, un disco sorprendente y revolucionario, que sigue sonando novedoso y rebelde en la actualidad. Su creador supo combinar sus numerosas influencias en la obra, la vertiente clásica (Sibelius, Stravinsky), la contemporánea (Terry Riley), la folclórica (tocaba en clubes de folk desde los 12 años), la tradicional (el álbum se cierra con la tonada "The sailor's hornpipe") y el rock (a los 16 años había entrado a formar parte de 'The whole world', la banda del ex-Soft Machine Kevin Ayers): "no veo por qué no podían coexistir todas esas músicas en la misma pieza", dijo, opinando además que el conjunto daba una nueva dimensión a la música. Esa variedad estilística, unido a un carácter multiinstrumentista -que pudo surgir en los estudios Abbey Road, donde grabó con Ayers, y entrando antes de hora podía improvisar con los instrumentos que allí se encontraban- hacen de "Tubular bells" un trabajo completo, de escucha obligada, un mito que continúa siéndolo a pesar del paso del tiempo y de que su autor, un jovencito que respondía al desconocido nombre de Mike Oldfield y que nunca perdió el diminutivo (salvo en un momento de protesta), se haya empeñado, él solo, en machacarlo con contínuas y por supuesto lucrativas revisiones y continuaciones en las que la originalidad se iba perdiendo mientras se ganaba en calidad de sonido. Esta primera y genuina versión, que habita en millones de hogares en todo el mundo, fue publicada por Virgin Records en 1973, compañía de la que fue su primer lanzamiento, y que convirtió en famoso millonario a su fundador, el excéntrico Richard Branson.

Mike Oldfield no era nadie en el panorama musical a comienzos de los 70. La época con Kevin Ayers y una banda anterior con su hermana Sally llamada Sallyangie (con la que había grabado a los 14 años un trabajo, "Children of the sun", en el que ya daba muestras de un gran desparpajo a la guitarra) sirvieron de práctica, de maduración de ideas, de aprendizaje con diversos instrumentos y de amistades importantes, como la del teclista de 'The whole world', David Bedford, más veterano y con experiencia en la música vanguardista. Lamentablemente, como herencia materna, Oldfield comenzó a sufrir ataques de pánico en la adolescencia, y la música "se convirtió en el único y sólido propósito de mi existencia, el centro de mi vida entera". "Tubular bells" no sólo fue una vía de escape para su mente, sino que fue un trabajo que acabó representando toda su vida. Con ayuda de una vieja grabadora en la que podía superponer capas al tapar con celo el cabezal de borrado, comenzó a plasmar sus tímidas ideas en unas demos que circularon por varias compañías, sin éxito alguno, hasta la aparición del visionario Branson. "Tubular bells" fue un disco rompedor, por su concepto (dos partes de más de veinte minutos sin cortes en un estilo de sinfonía clásica con instrumentos modernos), por sus momentos originales (secciones asombrosas como el maestro de ceremonias al final de la cara A -Viv Stanshall, de The Bonzo Dog Doo-Dah Band, recita en un cierto tono cómico los instrumentos que van a entrar a continuación, con la culminación de las sonoras y populares campanas tubulares-, o la sección del hombre de Piltdown, a mitad de la cara B, donde Oldfield se queda absolutamente afónico cantando como un cavernícola), por el carácter multiinstrumentista de un Mike Oldfield que apenas contaba con diecinueve años (sólo flautas, contrabajo y batería fueron ejecutados por otros músicos, interpretando él mismo todas las guitarras, bajo, piano, órganos, voces y algunas percusiones), por la labor de ingeniería que supuso su grabación (a comienzos de los 70 los estudios eran muy limitados, así que en la mansión-estudio The Manor, Oldfield y sus ingenieros -Tom Newman y Simon Heyworth- se encontraron con numerosas dificultades técnicas ante las que tuvieron que improvisar verdaderas cabriolas), y por ser la primera referencia del sello Virgin Records, por el que iban a desfilar numerosos músicos importantes desde entonces hasta la actualidad. Sin embargo gran parte de la culpa del éxito de este trabajo, una acertadísima maniobra que hizo que llegara al número 1 no sólo en el Reino Unido sino incluso brevemente en los Estados Unidos, fue la inclusión de escasos segundos de su popularísimo comienzo en la película escándalo del momento, "El exorcista", riff de piano que, hay que reconocerlo, se adaptaba a la perfección al desasosiego del film. Esa acertada introducción (que ha sido imitada hasta la saciedad) es sin duda uno de los grandes momentos de la historia de la música, pero el disco continúa por unos increíbles derroteros de transgresión, combinando lucidez y locura, sublimes guitarreos con teclados más intimistas, en una sucesión de melodías que luchan por ocupar su hueco en la inmensidad del sonido aquí recogido. Aparte de los momentos ya comentados, se debería destacar un pasaje en el que Oldfield deja bien claro de lo que es capaz: se trata de la sección posterior a la canción del cavernícola, y anterior a la tonada "The sailor's hornpipe", casi al final del trabajo, uno de los momentos más bellos del disco por la delicadeza en que las guitarras se entrecruzan y dialogan entre sí ("creo que trato de hablar con la guitarra", dijo sobre su estilo) sobre un majestuoso órgano de fondo, poesía sin palabras que concentra en pocos minutos la liberación de una mente sobresaliente, la de un maravilloso y alocado joven llamado Mike Oldfield cuya historia no había hecho sino comenzar, eso sí, como pocos lo han hecho nunca, y es que la leyenda de "Tubular bells" no se erosiona con el tiempo.

Cuando Mike conoció a David Bedford y la vanguardia que componía fuera de la banda de Kevin Ayers, decidió que no quería hacer sólo pop o rock, sino algo distinto, que no se recordara solamente durante unos meses. No sólo lo consiguió -el influyente locutor de radio John Peel lo definió como "un disco que cubría genuinamente un nuevo e inexplorado territorio"-, sino que creó una vorágine a su alrededor que difícilmente pudo soportar, por lo que se negó en redondo (salvo la presentación del álbum en directo en el Queen Elizabeth Hall, y una grabación para la televisión) a salir de gira. De hecho, su miedo al éxito y a la gente le hicieron huir literalmente de la actividad pública, refugiándose en la campiña galesa. Mientras tanto, y como respuesta a un single ilegal aparecido en Estados Unidos con la música utilizada para 'El exorcista', Oldfield hizo un soberbio arreglo de un extracto de la cara B de "Tubular bells" (se tituló "Mike Oldfield's single") utilizando, amén de las guitarras y teclados, un poderoso oboe, que iba a ser actor principal en su siguiente plástico, "Hergest Ridge". En la cara B, una cancioncilla bastante infantil, "Froggy went a courting". "Tubular bells", que en 1976 contaría con una versión orquestal arreglada por David Bedford titulada "The orchestral Tubular bells", se había convertido en un pequeño fenómeno (tanto que, en una de los escasos reconocimientos de su pueblo, Oldfield iba a poder tocar extractos de su gran obra en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Londres 2012), pero la década de los 70 iba a conocer otros trabajos monumentales de Mike Oldfield, llenos de magia y encanto, aunque también de locura y confusión, como plasmación de su propia mente atormentada.

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1.9.06

STONE AGE:
"Stone age"


"La Edad de Piedra está aquí, en la Tierra y en todas partes". Así anunciaba su llegada en su primer single, "Zo laret", el conjunto francés Stone Age, una banda no especialmente conocida pero que nos brindó una interesante aportación al mundo de la música bretona en 1994 con su primer álbum, también de título "Stone age", publicado por CBS/Sony. En la portada, una especie de trisquel (antiguo símbolo celta) se unía a un anillo exterior para simbolizar los cuatro elementos de la naturaleza, agua, fuego, tierra y aire. Dentro de la interesante modernización que el folk bretón gozaba en esos años, los artistas jóvenes (Denez Prigent, Yann Tiersen, EV, Manau) arrastraban a los veteranos y conocidos (Alan Stivell, Gwendal, Dan ar Braz) a seguir ese mismo rumbo. Stone Age fue otro de esos nuevos grupos que tuvieron la oportunidad de hacerse oír basándose en la fuerza de su original propuesta, fusionando sin prejuicios folk con electrónica, rock, jazz o hip-hop, fusionando la tradición bretona con la electrónica y las nuevas tendencias, algo parecido a lo que Deep Forest, por ejemplo, estaban haciendo con otro tipo de músicas del mundo.

El caso de Stone Age estaba realmente en una zona intermedia en cuanto a la veteranía, ya que sus miembros habían trabajado ya con nombres importantes de la música francesa. Nacido en París en 1992, este conjunto combinó lo antiguo y lo nuevo, la tradición bretona con los arreglos electrónicos, en un marco que, bien producido, resulta especialmente atrayente y con unas ubicaciones ambiguas (celta, electrónica, pop, new age). Los cuatro músicos tenían cada uno su correspondiente apodo: Michel Valy ('Kervador') -que se ocupaba de las cuerdas, bajo, mandolina y guitarras-, Marc Hazon, ('Marc De Ponkallec') -batería, efectos, guitarra acústica-, Jérôme Gueguen ('Lach'Ilaouet') -gaita, piano, teclados- y Dominique Perrier ('Terracotta') -teclados, sintetizadores-; además, todos aportaban sus voces en el proyecto. Tal vez el más conocido de todos era Dominique Perrier, nacido en 1950, que de la enseñanza primeriza del piano pasó al violonchelo, y comenzó a tocar jazz con amigos. Tras su trabajo posterior con el famoso cantante francés Christophe, y habiendo escuchado lo que hacía Kraftwerk, creó el grupo Space Art junto a Roger Rizzitelli, en la misma época que en Francia sonaba la música, también electrónica, de Space y de Jean Michel Jarre. Fue en esos momentos de amistad con el panorama electrónico francés cuando Perrier comenzó a tocar para Jarre (su nombre aparece el discos del sintesista desde los conciertos en China hasta bien entrados los años 2000). De hecho varios de los nombres implicados en Stone Age también lo estuvieron con Jarre, especialmente Jérome Gueguen (que sustituyó a Perrier en la banda de Jarre en 2010 y había sido antes miembro de Gwendal), Michel Valy (que también había tocado con Alan Stivell), y un colaborador especial (aunque no fuera oficialmente miembro de la banda), el guitarrista Patrick Rondat, que tocó con Jarre en "Chronologie". En 1993 se unieron a Marc Hazon y publicaron este gran trabajo llamado "Stone age". Unas fanfarrias nos anuncian el comienzo del disco en el tema "Stonage", en el que enseguida nos damos cuenta de que nos encontramos ante un trabajo 'distinto', en su tratamiento e intenciones, un bonito comienzo que nos conduce hacia el tema estrella, "Zo laret", repleto de voces y efectos (colabora aquí el japonés Gota Yashiki) pero donde no se olvidan ni las raíces bretonas ni los instrumentos tradicionales, dando como resultado una estupenda fusión culminada por un efectivo rapeado. Desde luego la modernización no puede ser más interesante tras estas dos canciones, pero el disco continúa por todo tipo de sendas, siempre con el espíritu celta pero aderezado con guindas discotequeras, funkys o hiphoperas de calidad, que las hacen también muy fáciles de escuchar para los no iniciados en la cultura de la tradición. Precisamente de origen tradicional son piezas como "Ultra Breizh" (una danza modernizada), "Sellet" (con una bonita melodía de flauta entre voces declamantes), "Reel legend" (una de las más respetadas) o "Stone trance". Cada canción tiene su magia y sus pequeños o grandes detalles, por ejemplo "Kalon mari" es de una extraordinaria sensibilidad y porta unas maravillosas guitarras en un estilo sinfónico muy adecuado (por momentos parece sonar a Mike Oldfield), pero tal vez habría que destacar especialmente la emoción que desprende una pieza que, curiosamente, es de las canciones menos modernizadas del trabajo: "Yesterday's child" es una maravilla cantada en inglés por una voz femenina no acreditada, donde se respira el aire de Bretaña durante sus casi seis minutos de duración, desde las melódicas gaitas del comienzo hasta el curioso reel final sobre una cuidada percusión. Con canciones como esta o como "Zo laret", y otro puñado de composiciones con chispa y buena producción, no es de extrañar que "Stone age" (renombrado en algunos sitios de internet como "L'Enchanteur") alcanzara unas cifras de ventas de más de 100.000 copias, con un cierto éxito en Japón. Sin embargo, no es fácil hacerse con una copia del álbum, más aún con los años transcurridos. El diseño gráfico, avanzado, atractivo en general, pero un poco confuso (a cargo de Pascal Béjean), daba paso a una música especial, un paraíso musical al norte de Francia que, en su versión estadounidense, era renombrado como "Stone edge". 

Años antes de que la banda Gorillaz identificara a sus músicos con avatares animados muy reconocibles en un estilo manga, el conjunto Stone Age renombró a cada uno de sus miembros con nombres y personalidades bretonas como Marc De Ponkallec, Lach'Ilaouet, Kervador o Terracotta. Ellos son personajes que canalizan su inspiración y recrean cuentos y leyendas celtas. Grabado en los Nolimit Studios (propiedad de Dominique 'Terracotta' Perrier), en este su sorprendente primer trabajo se respiran las vivencias musicales de sus componentes, especialmente referencias a Gwendal, Stivell o Jean Michel Jarre, en un entorno muy francés, muy bretón concretamente, pero dificilmente clasificable en una sola palabra (ellos lo consideraban así, de hecho su enfoque inicial era realizar un sonido propio, auténtico). En su siguiente plástico en 1997, "Les chronovoyageurs" ("Time travellers" en su lanzamiento internacional, y con una segunda edición francesa de distinto título, "Le chant venu des mers"), la banda incidía en los sonidos bretones y celtas debidamente modernizados, incluidos en un diseño gráfico de ideas inciertas, que lo mismo acceden al pasado como al futuro. Ese fue su mayor éxito de ventas, tras el que vinieron otros álbumes más olvidados como "Promisse" o "Totems d'rmorique".