28.12.06

DAVID ANTONY CLARK:
"Before Africa"

Parece mentira que desde un país tan pequeño como Nueva Zelanda irrumpieran en los 90 con tanta fuerza y calidad en el mercado de las Nuevas Músicas artistas de la talla de Michael Atkinson, Philip Riley o David Antony Clark. La música de este último en concreto posee unas características que la hacen muy especial, un dinamismo y alegría únicos que consiguen que cada canción nos cuente algo, nos pinte imágenes muy realistas y nos descubra nuevos ritmos. La música de Clark surge de las entrañas de la propia Tierra y de la raigambre popular, cada uno de sus trabajos es una auténtica celebración, una exploración no sólo sonora sino también física de esos paisajes por los que ha viajado el aventurero David Antony Clark, pues en su juventud, emprendió una agitada vida de trotamundos en la que, durante diez años, visitó Europa, América, Asia y el Lejano Oriente, ganándose la vida de cientos de formas diferentes (camarero, clases de guitarra o de inglés, recogiendo fruta, tocando música, etc) y asimilando una multitud de conceptos e ideas que, poco después, fueron la base de su obra. Cuando tras el primerizo "Terra Inhabitata" grabó "Australia", el álbum con el que empezó su despegue, se encontró con una fiesta sensual en aquellos desiertos, un increíble paraíso de ruidos nocturnos por la noche, y un antiquísimo arte rupestre de día, allí las energías eran puras y aquel trabajo transmitía algo de aquella inmensa pureza. El siguiente paso fue la visita al continente africano, otro ámbito primitivo y majestuoso paisajística y faunísticamente hablando, hasta tal punto que David afirma haberse visto abrumado por aquella vastedad.

La inspiración concreta de este álbum publicado por White Cloud en 1996 se ubicó en centroáfrica, en Tanzania exactamente, en el que se han descubierto algunos de los asentamientos humanos más antiguos. En "Before Africa" este neozelandés se traslada también en el tiempo hasta una época primigenia del continente negro, y nos ofrece nueve espléndidas composiciones con lo que ya empezaba a ser su estilo característico, una bella sucesión de dulces melodías tremendamente pegadizas aderezadas por ritmos y voces indígenas, un cautivador sonido que ha sido denominado como neo-primal, que consiguió hacerse muy popular, y que en España también tuvo su hueco radiofónico, así como David Antony Clark sus ediciones propias en CD por medio del sello Resistencia. Aunque su música sea agradable y fácil de escuchar, no es este un músico acomodado, cada nuevo proyecto conlleva un estudio importante, por ejemplo en cuanto a Africa nos decía: "Leo mucho antes de comenzar mis proyectos musicales. Esta vez me sumergí en la literatura sobre África y sus orígenes tempranos, incluidos los trabajos de los antropólogos Richard Leakey y Donald Johanson. Fue a través de toda la lectura que desarrollé el panorama de imágenes primitivas para este álbum". Desde esa cálida bienvenida a la sabana que supone la alegre "A Land Before Eden" nos abordan las tonadas basadas en los vientos o percusiones que parecen tan antiguas como la Madre Tierra (algunas de ellas a cargo de otro importante artista del sello White Cloud, Philip Riley), combinadas con teclados en preciosos desarrollos dinámicos como en "The Stone Children" (cuya juguetona percusión te persigue hasta mucho después de concluir la pieza), "Flamingo Lake" o la completa y más difundida "Rainmakers", hermosa y acompasada tonada en la que primero nos recibe una auténtica percusión de palos y posteriormente nos acecha una tormenta, como en una impronta de la vida natural indígena. Mientras tanto, en otras composiciones, como "Ancestral Voices" -con sus suaves notas de ocarina-, "Inmortal Forces" o "The Inner Hunt", se deja entrever una carga más puramente ambiental. Las ocarinas son interpretadas por Max Guhl y Stephan Clark, la batería étnica adicional por el zaireño Sam Manzanza, otras percusiones por Philip Riley, y David Antony toca sintetizadores y se encarga de los samplers, intentando en todo momento conjugar la modernidad con lo primitivo: "El enfoque de mi trabajo es un poco idiosincrásico. Creo que para este tipo de música, si el sonido es demasiado perfecto, como un verdadero tambor, entonces no es tan convincente, tan creíble. Entonces me gusta crear sonidos orgánicos que se ajusten a las imágenes. Sobre todo, utilizo muestreadores, porque me gusta usar sonidos reales, instrumentos étnicos, como el didgeridoo, y sonidos de animales como las ranas y los pájaros". Ante todo se nota que David Antony Clark es un músico comprometido, enamorado de los paisajes vírgenes, y que rinde tributo con su música a los antepasados de la humanidad, unas culturas indígenas de las que admira, literalmente, su valentía, ingenio y voluntad de supervivencia, y que han dejado sus huellas en forma de reliquias, monumentos o leyendas. Según él, todos les llevamos en nuestro interior.

Ritmos pegadizos, atmósferas memorables, ecos de un pasado remoto en los albores del hombre, se conjugan en este trabajo encantador y fácilmente audible de David Antony Clark. Sus palabras de unos años atrás sobre el continente australiano también pueden trasladarse a este trabajo africano, como si la inspiración primitiva fuera cosa de un sólo continente, Pangea: "la esterilidad, la sequedad del paisaje, los gigantescos montículos de termitas, como extrañas estructuras arquitectónicas en el paisaje. Pero lo más abrumador fue la edad, casi se podía oler la edad. La tierra está tan gastada, tan antigua. Y hay una cantidad increíble de vida salvaje, tan densa. Por la noche, el ruido era increíble, desde grillos, pájaros nocturnos, ranas y criaturas en las zonas pantanosas. Es como una fiesta sensual, casi un asalto a los sentidos". La vitalidad de su música no tiene fronteras, estamos ante un artista que disfruta con lo que hace, y lo que es mejor, hace disfrutar a sus seguidores. David Antony se define como un nuevo tipo de explorador, "que vaga por continentes, escuchando los ecos de los ritmos ancestrales, y luego vierte estas reliquias en su crisol musical y agita suavemente nuestras almas"; un tanto pretencioso, pero bien es cierto que sus rítmicos latidos primigenios tienen capacidades asombrosas para agitar los recovecos más ocultos del ser humano.



17.12.06

THIERRY FERVANT:
"Legends of Avalon"

Aunque tuvo su momento de cierta relevancia en las Nuevas Músicas de la década de los ochenta, actualmente pocos se acuerdan de Thierry Fervant. Es más, no era fácil acceder a muchos datos sobre su vida en aquella época en la que sonaron sus discos, y en la actualidad, tras conocer su dedicación a los derechos de autor de los músicos en la empresa SUISA, de la que fue vicepresidente de 1991 a 2007, descubrimos con pesar su fallecimiento en 2012. Este teclista suizo nacido en 1945 con el nombre de Thierry Mauley contemplaba desde su estudio (Maunoir) la belleza del lago Léman, en la preciosa ciudad de Ginebra. Allí compuso sus trabajos de elegante y melódica música electrónica, entre los cuales alcanzó una cierta relevancia "Legends of Avalon", una obra inspirada en la siempre seductora mitología artúrica, que editó en 1988 en su propio sello, Quartz Music, que ya había dado a conocer en formato CD tres atractivas obras, "Univers", "Seasons of Life" y "Blue Planet", algunas de ellos portadoras de un sonido que parecía deudor de teclistas consagrados como Vangelis o Jarre, aunque con inclusiones de instrumentos acústicos. En "Legends of Avalon" la aportación extra la realizaba una orquesta de cuerda, si bien el trabajo seguía siendo dominado por los teclados más tradicionales y sonidos sampleados, grabados y mezclados por Fervant y su fiel Chris 'Snoopy' Penycate.

La mitología nos cuenta que Avalon era un mundo paradisiaco, sin clases sociales, difícil de encontrar porque su entrada era invisible, una isla maravillosa gobernada por nueve hermanas con poderes mágicos. Es a esta isla donde Morgana transporta al Rey Arturo tras ser mortalmente herido por su hijo, Mordred, en la batalla de Camlan, y es aquí donde comienza, con un teclado melancólico que parece sonar a flautas andinas ("Avalon"), el viaje de Thierry Fervant por estas leyendas medievales, que continúa con los efectos cristalinos de "Ynis Gutrin (Isle of Glass)" (la isla de los muertos en la mitología irlandesa), pieza ambiental brumosa y sugerente que comunica una extraña belleza. "Merlin the Magician" representa el comienzo de la parte mas popular y acogedora del trabajo, es de hecho un tema cálido y ameno, de los más radiados de un álbum que combina temas más intimistas y delicados (la mencionada "Ynis Gutrin", "The Lady of the Lake" -que reverencia con un suave tratamiento vocal a la conocida dama del lago-, o paisajes misteriosos como "Broceliande Forest" o la acertada "Vale of No Return" -evocadora de viejas historias en un entorno atmosférico, de difícil ubicación pero que a la temática de la obra le sienta fenomenal-) con otros más esplendorosos aunque no tan rítmicos como en trabajos anteriores ("Sacred Wells" -misteriosas fuentes de agua mágica-, que posee una gran fuerza aventurera, un tono épico en sus notas repetitivas, la potente y de fácil radiodifusión "Beltane Fire" -antiguos fuegos celtas prendidos cada primero de mayo- o "The Crescent Moon" -la luna creciente, inspiradora de tantas leyendas y, cómo no, músicas-, otra de las composiciones destacadas, por su agradable melodía burlona con efluvios maravillosos). Queda lugar, cómo no, para la famosa tabla redonda ("Round Table") y para el no menos famoso Rey Arturo ("King Arthur's Dream", una despedida alegre y con un toque emotivo), pero también para la magia, esa hechicería que poseía dos caras y cuyo misterio queda reflejado en dos de las mejores canciones del trabajo, "Morgan le Fay", lenta, sensual y embrujadora, y la comentada "Merlin le Magician" (que cuenta con un curioso videoclip oficial que la fusiona con la anterior), la más conocida en España merced a su inclusión en recopilaciones como "Música para desaparecer dentro". La bonita pintura aerografiada de la portada es una obra de Guy Gindre, artista que ya había colaborado con Fervant en la edición de Quartz Music para "Seasons of Life". 

En "Legends of Avalon" Fervant suena a Fervant, se trata este de su trabajo más personal y completo, sin excesivas referencias que enturbien su autenticidad y sus buenas prácticas instrumentales. La temática artúrica es además muy inspiradora y evocadora, y está bien encauzada y resuelta con fantasía, ecos legendarios que son recreados armoniosamente, sin necesidad de recurrir a clichés del mundo celta. La sencillez de la propuesta estilística y puesta en escena del teclista suizo iba en consonancia con su espíritu ecologista, el mismo que también se dejaba respirar en este bonito y recomendable trabajo, la última obra importante de un músico sencillo, sin pretensiones de alcanzar la fama de otros de sus coetáneos, un ente misterioso cuya memoria aflora de vez en cuando en los reproductores de ciertos melómanos y aficionados a la electrónica, que pueden imaginárselo cómodamente sentado en la tabla redonda, o viajando por las brumas de Avalon.







7.12.06

ADIEMUS:
"Songs of Sanctuary"

Entre la neoclásica y la world music, entre la música vocal y la de cámara, entre la incertidumbre y la sorpresa, así llegó el grupo Adiemus al gran público en 1995, por medio de "Songs of Sanctuary", un trabajo inaudito de fantasiosa portada azulada (cambió ligeramente en la edición de los 75 años de su autor, si bien mantuvo los colores) publicado por Virgin Records en una nueva demostración de buen ojo y oportunismo de la compañía británica. El santuario al que hacía referencia el título de la obra era interior, un refugio privado al que poder escapar que estaba dentro de cada oyente, de cada degustador de la magia desprendida por las notas de este disco, un proyecto muy especial que dada su calidad y repercusión internacional ha tenido continuidad durante cerca de una década por medio de cinco populares entregas, un álbum en directo y varias recopilaciones, amén de alguna adaptación especial bien entrado el siglo XXI ("Adiemus Colores", virando hacia la música latina, o "Symphonic Adiemus", para coro y orquesta). Al frente de este grupo ficticio, de esta espléndida chispa de creatividad auténtica y natural que se llamaba Adiemus, estaba un galés ejemplar, caballero de la Orden del Imperio Británico, de nombre Karl William Jenkins.

Como base de este trabajo, Sir Karl Jenkins elaboró una pieza de música orquestal y coral pero con elementos étnicos, cantada pero sin letra definida, en un lenguaje inventado particular del que importaba más la modulación que el sentido, al efecto de utilizarlo como un sonido más, recurso que si bien de ningún modo era exclusivo de Jenkins, este utilizó de manera impoluta. De hecho, muchas de las canciones de Adiemus serían también bellísimos ejemplos de instrumentalidad al sustituir esas voces por violines o instrumentos clásicos ejecutando el tema solista, lo que realmente ocurrió en parte un año después en el álbum "Diamond Music", firmado esta vez con el nombre del autor, Karl Jenkins. Sin embargo la historia de Adiemus no fue tan fácil como parece: Jenkins, que tenía experiencia y éxito en el mundo de la música para spots publicitarios (hemos podido escuchar sus jingles para Levis, Pepsi, Volvo o Renault entre otras muchas marcas de primera fila), recibió el encargo de la compañía aérea estadounidense Delta Air Lines, para la cual creó una melodía atrayente y poderosa con gran carga multivocal que, al tratarse de la compañía estadounidense más importante en vuelos transatlánticos, llegó a un buen número de países; el efecto que produjo en miles de oyentes lograron el milagro de que la música de ese anuncio que combinaba con excelente gusto la majestuosidad de los aviones con la de simpáticos delfines, fuera aclamada y solicitada. A partir de ahí, Karl Jenkins se dio cuenta de que su idea se había convertido en una entidad que podía inspirar a mucha gente diferente, por lo menos así lo reconocía y enseguida se planteaba la extensión vocal celta, árabe, africana y oriental. "Una de las cosas que me ha excitado ha sido cómo mi idea inicial de Adiemus como un proyecto de grabación se ha desarrollado en una experiencia viva", decía Jenkins al respecto de este "Songs of Sanctuary", sobre el cual no hay que dejar de citar otros tres nombres implicados en el proyecto: la London Philharmonic (a la que se unen ciertos instrumentos étnicos o tradicionales, como la quena -flauta de los Andes, interpretada por Mike Taylor en el comercial y por Pamela Thorby en el álbum-), Mike Ratledge (ex-compañero de Jenkins en Soft Machine, cuya importancia en este álbum -también como coproductor- ha de ser reconocida) en las percusiones programadas, y la vocalista del proyecto, o debería decirse la multi-vocalista, ya que el efecto multivocal que tanto popularizara Enya está presente en el trabajo a través de Miriam Stockley, con la que Jenkins y Ratledge habían trabajado anteriormente en su compañía de música para spots publicitarios. Ella fue uno de los pilares de la grabación al encargarse de llevar todo el peso vocal de la misma (aunque ella misma sugirió la ayuda de Mary Carewe para los momentos más estridentes, y de Bob Saker para las voces bajas, si bien apenas se distingue en la grabación). En las notas interiores del disco se destaca el hecho de esta indispensabilidad, no sólo por la belleza de su voz, sino también por su variedad, control y perfecta entonación, adecuándose perfectamente a los matices centroeuropeo, celta e incluso africano requeridos, todo ello en un contexto cercano a lo religioso. Este ambiente eclesiástico propuesto se combina con un tratamiento vocal con elementos étnicos y de gospel, y un envolvente rítmico que viaja de Europa a África con asombrosa naturalidad. Gracias a sus buenas ideas guardadas, que utilizó para conseguir que la grabación del álbum no se eternizara, Jenkins elaboró un álbum recordado, en el que todas las circunstancias fueron rodadas para que las piezas encajaran perfectamente, el proyecto estaba como bendecido: la pieza más conocida, "Adiemus", es un asombroso himno multicultural que resume la maravilla de esa fusión, y como protagonista del spot de Delta Air Lines llevó a "Songs of Sanctuary" a los primeros puestos de las listas de clásica, músicas del mundo y new age, dado lo difícil de su clasificación y los elementos implicados en la grabación, especialmente el evocador solo de quena, aparte del efecto multivocal. Evidentemente, Karl Jenkins no sólo depende de las voces para expresarse, y lo demuestra gratamente en momentos como el comienzo de "Tintinnabulum", con la flauta dulce y las eficaces percusiones de Frank Ricotti. "Cantus Inaequalis" presenta una belleza danzarina del norte de Europa con base gospel, y "Cantus Insolitus" es un delicado paseo de Stockley con la orquesta que recuerda a una bonita nana. También habría que comentar la africanidad de "Cantus Iteratus", el recogimiento casi monacal de "Amate adea" y esa corta pero eficaz culminación de título "Hymn", aunque en el interior de este trabajo en el que cualquier muestra sería un auténtico éxito, otros dos temas son indispensables, por su composición e interpretación: la animada "In Caelum Fero" y "Kayama", dos cortes de asombrosa magia y poderosa dulzura, caracterizados por ese efecto multivocal, coral y tribal tan conseguido, difícil de definir: "Me he resistido a la clasificación toda mi vida, y nunca he tenido problemas para escuchar y apreciar música de diferentes estilos, así que mi música intenta sintetizarlos". 

Efectivamente, la energía que desprende Adiemus va más allá de clasificaciones, pero en su fusión de influencias consiguió confundir a muchos en el negocio de la música, e inspirar a otros para seguir caminos paralelos. La confusión fue mayor al proponer la discográfica que Adiemus fuera un proyecto envuelto en misterio sin promoción ni reconocimiento, inicialmente, acerca de las personas involucradas en la música. En cuanto a "Songs of Sanctuary", ese mismo año 1995 contó con varias ediciones con portadas diferentes en Japón, Benelux y Francia (cuyas portadas estaban protagonizadas por los mismos delfines que aparecían en el spot original de Delta Air Lines), así como ligeros añadidos en el listado de temas, con 'radio edits' de "Tintinnabulum" o "Kayama", o la 'Full Version' de "Adiemus". Ese fue precisamente el primer sencillo del álbum, seguido por  "Kayama" (estos dos primeros contaron además con su correspondiente y vistoso videoclip) y "Tintinnabulum", todos ellos en ediciones diferentes, acompañados de otras canciones del disco como "Hymn" o "Cantus Iteratus", pero con la nefasta característica de incluir, especialmente en Alemania, diversas versiones remix, en particular de "Adiemus" y "Kayama". Eso sí, donde fuera que se escuchara o se encontrara la versión original de este disco, dejaba sin ninguna duda una marca de calidad, la de un concepto que cambió completamente la vida de un galés llamado Karl Jenkins, una música extraordinaria que se ha desarrollado a lo largo de varias décadas y que tomó vida en este prodigioso "Songs of Sanctuary".

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3.12.06

MOBY:
"Play"

Moby da la impresión de ser un tío del montón, en apariencia frágil, vulnerable, incluso retraído. Detrás de esa fachada, sin embargo, se esconde uno de los grandes genios de la música de cambio de siglo, un artista rompedor y ecléctico que supo crear su propio, inconfundible y ultraproducido sonido. Tras sus primeras grabaciones destinados a las pistas de baile, en la mayoría de sus discos (hay excepciones, como la salida de tono de "Animal rights") supo dar en la diana con su sello particular, combinando un lúcido piano con sonidos bizarros, tecnología punta con samplers antiguos, teclados delicados con guitarras agresivas... y paso a paso este neoyorquino que comenzó a los 8 años a tocar la guitarra, perteneció a grupos punk y rock, ascendió y descendió en un peligroso oleaje de adicciones al alcohol, sexo y drogas, y fue un valorado DJ, consiguió construirse un nombre y una merecida fama en la música moderna.

Que su verdadero nombre sea Richard Melville Hall quizás sea un dato de escaso interés, que su nombre artístico provenga de la (posible) descendencia del autor de 'Moby Dick', Herman Melville, posiblemente también, incluso los cotilleos sobre sus romances y amistades que cuenta en los dos volúmenes de su autobiografía deberían dejarse de lado para centrarnos en su música. A muchos "Play" les pilló totalmente en fuera de juego, y aquellos "Go" (con el sampler de "Twin peaks" de Angelo Badalamenti), "James Bond theme", "Everything is wrong" o la impresionante "God moving over the face of the waters" pasaron de soslayo para gran parte del público -salvo adictos a las 'raves', tecnófilos aventajados y amantes avispados de las bandas sonoras-, que descubrió masivamente a Moby cuando Mute publicó "Play" en 1999, un disco que él mismo definía así: "Con ese trabajo presenté todos los estilos y sonidos en los que estuve involucrado hasta entonces de una forma salvajemente ecléctica". Efectivamente, todas y cada una de sus dieciocho canciones son ya auténticos himnos urbanos contenidos en el disco posiblemente más innovador de los albores del siglo XXI, por su combinación de estilos y de épocas. Dance, ambient, tecno, hip-hop, rock, pop... todo tiene cabida en esta coctelera, y posiblemente lo que más llame la atención sea la utilización de samplers de voces afroamericanas, cuyo origen está en la colección de CD's “Sounds of the South”, un compendio de grabaciones de gospel y a-cappella de la primera mitad del siglo XX recogidas por Alan Lomax. Moby cuenta de "Play", de hecho, que los únicos que colaboran en el disco son gente que lleva muerta más de 50 años. Este recurso no es exclusivo de este artista, pero la forma en que nos presenta el resultado sí que lo es, un sello característico y tremendamente adictivo en el que se reúnen los estilos antes mencionados bajo la última tecnología y la experiencia de DJ en los clubes de New York. Todo comienza con "Honey", donde la voz seleccionada de esas grabaciones antiguas (en este caso es la de Bessie Jones cantando "Sometimes") destaca sobre la propia música, o de hecho esa voz es el instrumento principal. Repetitiva y urbana, teclados y guitarras se agolpan logrando un comienzo que asegura la continuidad de la audición. Todas las canciones del álbum -y digo todas- han sido utilizadas en diversos anuncios y películas, siendo "Play" un disco récord en este sentido. "Find my baby" es una de las canciones principales, una joya de la música moderna, un destello de genialidad entre la mediocridad de creaciones para las pistas de baile. A continuación, las cortinillas de TVE (y la conocida película 'La playa') se nos vienen a la mente al escuchar "Porcelain", tal vez la maravilla del disco, otra deliciosa demostración en la cual new age, chill out, ambient y otros desgastados epítetos se dan la mano en un alarde de capacidad, y donde los teclados tan característicos acompañan a la voz del propio Moby, una voz que se deja escuchar también en otras canciones del álbum ("South side", con una fabulosa y atrevida guitarra, o en una especie de segunda parte del disco, quizás menos completa, atrevida y eclécticamente hermosa que la primera mitad). "Why does my heart feel so bad?" es otra de las composiciones destacadas y conocidas, construida sobre el piano, con mantos de sintetizador, la fuerte carga rítmica acostumbrada y sobre todo las voces sampleadas del Shining light gospel choir, que demuestran definitivamente que Moby es un maestro del estudio de grabación. No se puede acabar sin destacar "Natural blues", otra de esas canciones utilizada sin piedad en multitud de recopilatorios de chill out, y "Bodyrock", un reflejo del caotismo neoyorkino en la que no falta de nada, un ritmo dance, una voz hip-hop sampleada, una guitarra rock, en definitiva la culminación de las pretensiones estilísticas de Richard Melville.

Involucrado política y ecológicamente, la mentalidad cristiana de Moby no parece coincidir con el soterrado paganismo de estos tipos de música, ni con ciertas conductas cercanas a la depravación de un autor que no se corta en incluir historias sonrojantes en su biografía. Sin embargo, lejos de toda creencia y condición, se puede asegurar que "Play" es un disco que no deja indiferente a nadie. La música electrónica de baile siempre estuvo entre los intereses de Richard Melville Hall, aunque en "Play" hay más que eso, hay pop, soul, ambient y un punto clásico, en un avanzado ejercicio de sofisticación que no pasó desapercibido para un público al que años atrás pensó que no iba a existir ("jamás pensé que haría música que podría ser escuchada por alguien", dijo). Y a pesar de su evidente carácter innovador, su escucha es tan estimulante como accesible. Este trabajo es un desafío al oído, su título es una invitación a investigar, pulsa el play y verás.















2.12.06

VARIOS ARTISTAS:
"Polar Shift"

Al hablar de Nuevas Músicas nos vienen a la cabeza en primer lugar compañías emblemáticas como Windham Hill o Narada Recordings, si bien no podemos olvidarnos de otras de presupuesto y distribución algo inferior, como por ejemplo Private Music, por la calidad y atrevimiento de sus intérpretes, presididos y en ocasiones producidos por el ex-Tangerine Dream Peter Baumann. En su catálogo tampoco faltaban interesantes recopilaciones, en ocasiones tan especiales como "Polar Shift", álbum publicado en 1991 en beneficio de ese continente tan lejano para nosotros y para casi todo el mundo, llamado Antártida ('Salvemos la Antártida', exhortaba una pegatina en su portada), que unía a grandes artistas de la new age como Vangelis, Spheeris & Voudouris, Suzanne Ciani, Yanni, Enya, Kitaro, Constance Demby, etc... Todos ellos participaron desinteresadamente con la causa promovida en este disco por el EarthSea Institute, una organización no lucrativa creada por Terence Yallop en 1989 para promover conocimiento ambiental global y apoyar a las organizaciones implicadas en la protección y preservación de nuestros recursos medioambientales. Tal cúmulo de nombres de calidad implicados en el disco consiguieron que su interés quedara fuera de toda duda a pesar de no contar con composiciones exclusivas para el mismo.

No deja de ser curioso que solamente tres de los doce artistas que aparecen en este trabajo pertenecieran a la nómina de Private Music (Yanni, Suzanne Ciani y John Tesh), por lo cual es de suponer que fuera la mano de Terence Yallop, promotor de eventos y artistas new age como Kitaro, Yanni o Andreas Vollenweider en los años 80, la que logró la colaboración de otros grandes músicos para la causa. Al accionar el play nos encontramos con un inicio inmenso, totalmente adecuado al propósito del disco al tratarse del conocido "Theme from Antarctica" de Vangelis, un tema enorme con comienzo, melodía, ejecución y culminación perfectas, y de evidente inspiración blanca. Enseguida llega Yanni, algo más limitado, en un estilo más sencillo y a su manera efectivo, más en "Song for Antarctica", directa y evocadora, que en "Secret Vows". Otro gran acierto de la compilación es el tema de Chris Spheeris y Paul Voudouris "Pura vida", una animada celebración perteneciente a su glorioso disco "Enchantment", una canción soberbia de un álbum especial, pero hay que destacar especialmente que el segundo corte de Spheeris incluido en la recopilación, "Field of Tears" (contenido originalmente en su álbum "Desires of the Heart") es sencillamente majestuoso, uno de esos chispazos de genialidad admirables en su sencillez, con su justa duración y tratamiento instrumental. No hay que olvidar a todos los nombres que aportaron su granito de arena y sus bellas canciones, como el pianista Jim Chappell, el que fuera guitarrista de Yes
 Steve Howe, Constance Demby, Paul Sutin o el popular presentador y músico John Tesh, pero es necesario destacar otras tres grandes composiciones, un "Watermark" de la archiconocida Enya que dibuja líneas majestuosas de piano sobre los paisajes helados, "Anthem", una de las mejores y más conocidas y melódicas canciones de la sintesista Suzanne Ciani, y como cierre, el japonés Kitaro y su fenomenal "Light of the Spirit", que culmina este trabajo casi tan majestuosamente como había empezado. Así, de Vangelis a Kitaro, se nos ofrece una música deliciosa y sensible para un continente vulnerable e inexplorado, vital para comprender los cambios climáticos y para garantizar la supervivencia de la vida futura en la Tierra.

El EarthSea Institute ha seguido apoyando causas como ésta a través de otros discos como "Cousteau's Dream" (donde también colaboraba Vangelis junto a Yanni, Kitaro, Richard Burmer, Tim Wheater o Michael Hoppé) o colecciones especiales editadas por Real Music, el sello fundado por Terence Yallop que incluye en su catálogo a artistas como Jim Chappell -que también aparece en "Polar shift"-, Nicholas Gunn, Hilary Stagg o Gandalf, cuando este ex-golfista británico comprobó que podía hacer negocio en los Estados Unidos con otra de sus pasiones, la música instrumental. La interesante historia de Yallop, su tienda de comida sana Real Food y de cómo llegó casi a facturar más a través de los discos que sonaban de fondo que de la propia comida, es capítulo aparte en esta historia, así como el declive de Private Music después de ser vendida por Peter Baumann y perder toda esa maravillosa imagen de marca que poseía. Volviendo a "Polar Shift" y para concluir, es preciso señalar que el espíritu de Jacques Cousteau está presente en esta eficaz recopilación, eficaz porque además de calidad consiguió algo de dinero para la causa antártica.

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26.11.06

WIM MERTENS:
"Jardin Clos"

Pocos músicos son capaces de abarcar tanto, de sorprender en sus planteamientos, de igualar sus niveles artístico y humano como Wim Mertens. Poseedor de un talento sin límite, su pelo encanecido no limita su inspiración, como demuestra a cada paso de su prolífica carrera, en la que siempre ha intentado evitar el poso de marginalidad (aunque también de popularidad, al menos durante los 80 y los 90) que acarrea el minimalismo, acercándose por igual a un clasicismo fácil de seguir como a una experimentación algo más complicada. Entre medio queda su obra para piano, melodías llevaderas complementadas por la inclasificable voz del belga, falsete tan interesante como criticado. En su abultada trayectoria, jalonada de éxitos fácilmente recordables ("Close Cover", "Humility", "Maximizing the Audience", "No Testament", "Al" y un largo etcétera), una de sus obras más completas y asequibles es "Jardin Clos", producido por el propio Mertens y publicado por Les Disques du Crépuscule en 1996, con un título que hacía referencia, según palabras del propio músico, a "una expresión del siglo XIII usada en Alemania y Bélgica, un grupo de mujeres independientes que crearon esta imagen visual como un lugar fantástico donde poder expresar, vivir y crear juntas su propia forma de arte". Sin saber muy bien por qué, tal vez por esa inspiración femenina, se acaba encontrando en este trabajo una perfecta artesanía musical -como el elaborado relicario que muestra la portada, realizado en uno de esos 'jardines cerrados'- a lo largo de sus ocho temas, por lo general en un tono amable, fácil de escuchar, y abiertamente comercial.

Mertens suele tener una claridad inusitada en sus ideas, y este disco sabe ser atrevido, emocionante y entretenido, con desarrollos elegantes y prácticos de unas piezas no precisamente cortas aunque no tan largas como para resultar aburridas en ningún momento. Fiel a un estilo característico, Wim se reinventa continuamente, y su personalidad sale a la luz cada vez que aparece su voz y su sorprendente lenguaje propio. Su manera de encauzar vocalmente las canciones -en falsete- es tan particular que ya es un clásico absolutamente fundamental en la historia de la música, si bien en "Jardin Clos" -como en otros grandes trabajos como "Maximizing the Audience" o "Shot and Echo"- hace una excepción y otorga ese protagonismo a la soprano belga Els Van Laethem, hermana de Katelijne Van Laethem, también soprano que había cantado en "Shot and Echo". Precisamente fue en "Shot and Echo", álbum que servía de apertura al desenfadado estilo que acaba llegando hasta "Jardin Clos", donde sonaba -aunque tímidamente- por vez primera la guitarra en la obra de Wim Mertens. Fue un inesperado suspenso en el conservatorio en la asignatura de guitarra lo que llevó a nuestro personaje -aunque seguramente no sólo eso- a convertirse en autodidacta, y a no utilizar prácticamente la guitarra en sus discos, por lo que sorprende su glorioso rescate en "Jardin cClos", por ejemplo su inclusión en la portentosa pieza de apertura, "As Hay in the Sun", que pasa de la curiosidad inicial a la extrema belleza final, en su acompañamiento con la banda (soberbio diálogo cuerda-viento), ese conjunto tan maravilloso del fiel amiguete Dirk Descheemaeker, que comprende no sólo el clarinete, trombón, tuba y trompeta al mando de éste, sino también unos maravillosos violines, violas y cellos, que dotan de una potente orquestalidad al disco. De hecho, siendo Mertens hombre de piano, voz y metales como instrumentos predominantes en su música, no había otorgado protagonismo al violín (sí a alguna tímida viola) hasta su aparición estelar en "Maximizing the Audience" y, pocos años después, en "Alle Dinghe" (que incluía la maravillosa "Al"). Su inclusión en el disco anterior a este, "Shot and Echo", había sido bastante testimonial. El piano toma de nuevo las riendas al comienzo de la completísima y excitante "Often a Bird", de una intensidad creciente, sorprendiendo que en una duración tan corta puedan decirse tantas cosas. Se trata sin duda de una de las mejores composiciones del álbum junto a la siguiente, la preciosista "Wound to Wound", más delicada una, más atropellada la otra, pero ambas expresivamente perfectas, bien en su sencillez, bien en su ordenado desorden (el desbordante y barroco final de "Wound to Wound", de aplastante hermosura, donde se solapan con sorprendente aunque forzada coherencia instrumentos, ritmos y texturas). Acaba aquí una sorprendente primera parte del álbum, de apabullante instrumentalidad, que se intenta compensar (e igualar cualitativamente) con una parte vocal que se inaugura con la alegre y desenfadada "Out of the Dust" y con "A Secret Burnng", dos piezas que nos trasladan unos años atrás por su forma de utilizar la voz, de manera mas cantada, en cierto modo lírica (atención a los giros de la segunda), que en sus trabajos más concretos de piano y voz, no en vano la voz de la soprano es excepcional, como también lo es en "Hedgehog's Skin", en la que se escucha además una voz masculina, otra soberana composición en la que sorprenden sus glissandos finales. "Pierced Heart" es otra pieza sin voz con un toque distintivo, en la que agrada sobremanera la guitarra, de punteos firmes, que conduce la composición por un camino de excelencia durante diez minutos, creando un efecto narcótico. "Not Me" es la eficaz culminación en clave minimalista del disco, donde su propia mujer, la española Chusa de la Cruz, y la holandesa Sylvia Kristel (más conocida como la protagonista de la película erótica 'Emmanuelle'), enumeran una sugerente cuenta atrás sobre un fondo sencillo y repetitivo donde las cuerdas tienen la voz cantante. En 2008 EMI Classics reeditó el trabajo en formato digipack con la incorporación de un nuevo corte, "Only Hurry" (que incluye en su melodía una referencia a "A secret Burning"), que aparecía en el CDsingle de "As Hay in the Sun" junto a la sosegada "Years Without History" y un tema oculto, una auténtica rareza sin título que comenzaba con una bonita pieza llamada "We Are the Thieves", posteriormente incluida en el DVD "What you See is What you Hear".

Músico genial pero incomprendido en exceso (él mismo se encarga de provocar incomprensión con sus cambios de registro y la dificultad de algunas de sus obras ante la facilidad de otras), admirado y odiado a partes iguales, Wim Mertens es uno de los bastiones de las Nuevas Músicas (incluso en la música contemporánea, aunque ciertos sectores retrógrados de la crítica clásica siguen ignorando sus méritos). Licenciado en musicología y autor en 1980 del libro "American Minimal Music" -dedicado a la obra de Philip Glass, Steve Reich, Terry Riley y La Monte Young-, forma una terna indispensable con el propio Glass y con Michael Nyman en cuanto al minimalismo más popular -pero a la vez con una enorme calidad- de finales del XX y comienzos del XXI. Así es Wim Mertens, que como una cornucopia parece representar la fecundidad inacabable, una cuantiosa producción que no suele dejar indiferente a nadie, como en el caso del impactante "Jardin Clos", una obra completa y anonadante en la que es sin duda difícil (ahí entra en juego la sensibilidad de cada oyente) escoger un tema o siquiera grupo de piezas favoritas en tan gran conjunto.







23.11.06

MIKE OLDFIELD:
"Hergest Ridge"

Enclavado temporalmente entre dos de los discos más admirados de Mike Oldfield ("Tubular bells" y "Ommadawn"), "Hergest Ridge" es generalmente menospreciado en la abultada discografía del músico británico por aquellos que no se paran a escuchar sosegadamente este trabajo publicado por Virgin Records en 1974. Si lo hicieran descubrirían un mundo de sensaciones, un planeta privado (reflejado en la portada del trabajo) al que Oldfield huyó agobiado y asustado por el éxito sin precedentes de su ópera prima, "Tubular bells", y en el que reflejó su doliente interior merced a un talento desbordante secundado por su momento, posiblemente, de mayor inspiración y fuerza expresiva. La tranquilidad de su retiro espiritual -una casa llamada The Beacon situada en una colina de Heredfordshire, cerca de Gales y de la colina Hergest Ridge-, junto a las músicas que ese tímido joven estaba escuchando en ese momento -obras corales y de compositores como Delius-, fueron vitales para crear una música de gran lirismo y auténtico verdor que, en plena crisis del petróleo (con una lamentable calidad de sonido por el mediocre material utilizado) logró desbancar al mítico "Tubular bells" del número 1 en el Reino Unido.

Víctima a partes iguales de un pánico social extremo y de las exigencias urgentes de Richard Branson (fundador de Virgin y eficaz olisqueador del negocio fácil) para que preparara pronto una segunda parte del exitoso "Tubular bells", el joven Mike Oldfield (apenas 20 años en esa época) no sólo acabo concediéndole ese lógico capricho sino que de su cabeza surgió una nueva y procaz obra maestra que, por obra y gracia de la recepción de loas y genuflexiones de su antecesor, iba a ser atacada sin piedad por parte de la crítica especializada, ávida de inofensivas víctimas a las que desencumbrar. Oldfield llegó a sugerir que "una de las cosas que a la crítica le resultaba más difícil de aceptar era el efecto reconfortante, el romanticismo de las melodías, en un mundo donde la música tenía que ser agonizante para tomarse en serio". Y concluía: "El problema del mundo de hoy es que no hay suficiente romance". Desde luego, el músico no contribuía en absoluto a mejorar la situación, por ejemplo Steve Lake, de Melody Maker, habló de él como "el artista más introvertido con el que me he encontrado". El público, sin embargo, se rindió a "Hergest Ridge", el éxito de este trabajo es interior, está dentro de cada comprador, y madura con el tiempo, cuando te das cuenta de que, aún aparcando otros discos de mayor renombre o actualidad, siempre se acaba volviendo al 'planeta Oldfield' de 1974. Una maqueta construida en un mes fue depurada por Oldfield y Tom Newman (co-productores) para su grabación en The Manor. La cara A, y todo el álbum en general, presenta pocas melodías, con menos y más depuradas transiciones que su primer álbum, gran importancia de los vientos (flauta, oboe, trompeta) y apariciones rubicundas de las guitarras en un entorno campestre, idílico. A destacar el poderoso bajo que sirve de entrada a la espectacular melodía final, la más difundida del trabajo por medio de extractos en varios recopilatorios. La cara B presenta una estructura parecida a la misma segunda cara de "Tubular bells", con un comienzo tranquilo "cuyo sonido para mí es como alguien hablando (...), una voz amistosa y confortable que me dice ‘estoy seguro, estoy cómodo, nada puede herirme, no voy a tener un ataque de pánico, no voy a perderme en el monstruoso mundo donde habitan mis pesadillas'", y un momento espectacular en su dureza, una furiosa tormenta eléctrica (conocida como 'The martian song') de fuerza descomunal, inspirada en el rock que Mike alternaba con Delius o Sibelius. El contraste, para terminar, es otro pasaje calmado que retoma una melodía anterior. El resultado es maravilloso, la sinceridad y el encanto natural de "Hergest Ridge", su combinación de influencias e instrumentación, fueron suficientes para que -aun careciendo de un single potente- la audiencia siguiera identificándose con este joven de Reading y amando su rabiosa música. Existen dos versiones de "Hergest Ridge", la que se comercializó en 1974 y una remezcla -con notables variaciones- contenida en la caja de 1976 "Boxed", que es la que acabó siendo utilizada en el CD de la obra, por deseo de Oldfield. La reedición de 2010 presenta las dos versiones. Además, 1976 también vio la creación de "The orchestral Hergest Ridge", que fue representado en directo pero, al contrario que "The orchestral Tubular bells", no fue comercializado.

"Hergest Ridge" no era "Tubular bells 2", acabó habiendo una gran diferencia estilística con aquel trabajo influenciado por la ciudad, una ruidosa Londres de la que Mike escapó para realizar una sinfonía serena, pastoril, solitaria y decididamente personal, en la que colaboraron, entre otros, sus dos hermanos (Sally a la voz y Terry a la flauta) y sus amigos David Bedford (arreglos para coros y cuerdas) y William Murray (guitarra y percusión), encargándose Mike de las guitarras, mandolina, órganos, cascabeles, glockenspiel, timbales, gong y campanas tubulares. "Las texturas de mucha música rock y las texturas de una calle de la ciudad, en realidad son una sensación similar, con mucha confusión (...)", opinó sobre "Tubular bells", mientras que 'Hergest Ridge', por el contrario, "es lisa, despejada, no hay trenes de metro, muy pocas puertas de automóviles, mucho campo abierto, colinas lisas, una sensación general de suavidad y bienestar y no histeria, sólo un ambiente mucho más agradable". Las inquietudes musicales de Oldfield no se centraban en el rock que había estado haciendo con Kevin Ayers, ni en el folk que realizó con su hermana Sally, o al menos no sólo en ellos, sino que iban más allá, hasta la misma raíz de la música. La música clásica que escuchaba (Sibelius, Beethoven, Stravinsky...) hicieron crecer en él las ínfulas de compositor (no sólo empalmador de bellas melodías), y simplemente quiso demostrar que su segundo trabajo podía ser precisamente eso, una obra que perdurara para siempre en la memoria de la música contemporánea.

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21.11.06

V.S. UNIÓN:
"Zureo"

El sello Resistencia fue creado en 1994 con "el ánimo de ampliar la oferta de ediciones de música de calidad enfocadas al público español", decía la publicidad de la compañía española. Entre sus primeros lanzamientos, grandes compilaciones como "Lágrimas de arpa y luna", "Portugales", "Estrella polar", "Delicias celtas" o "Atlas étnico", que ofrecían cantidad y calidad a partes iguales, con un buen tratamiento informativo en el interior. Sin embargo, el primer trabajo de su catálogo era especial, un disco de un grupo español sin referencias hasta ese momento, una banda llamada V.S. Unión cuyo nombre equivalía a la conjunción entre dos músicos sevillanos que llevaban tiempo expresándose artísticamente en la capital hispalense, el teclista Jesús Vela (la V) y el percusionista Manuel Sutil (la S), junto a otra serie de músicos de calidad que aportaban sus guitarras, bajos, saxos, cellos, voces... El método era más o menos el siguiente: Vela formaba la base de la pieza y Sutil la complementaba en un trabajo conjunto, así se creó "Zureo", y así llegó hasta nosotros en 1994, inesperadamente, como el arrullo de las palomas al que hace referencia.

Afirmaba Manolo Sutil que la complicidad de la compañía Resistencia en estos buenos momentos de este género musical posibilitó que este trabajo fuera realizado con total libertad creativa, y estos dos buenos amigos cumplieron de sobra con la confianza depositada en ellos. Ya en el primer tema de "Zureo", "Amanecer", se nos acerca una música alegre, desenfadada, como el propio carácter sevillano (la sonoridad es muy parecida a la que podemos escuchar en el Paul Winter Consort, parecemos asistir a una de sus jubilosas celebraciones, con la vitalidad en esta ocasión del saxo soprano de Nacho Gil), pero es en el segundo corte, "La mar por medio", cuando sentimos toda la energía del grupo en un impresionante crescendo en el que destaca, sobre la base de teclados de Jesús Vela, la excepcional gama percusiva de Manuel Sutil. El éxtasis llega, sin embargo, con el tema que da título al disco, una soberbia y delicada pieza capaz de hurgar en nuestros sentimientos, en la que sobre teclados, percusión y contrabajo, se alza poderosamente el oboe de Sarah Bishop interpretando la melodía principal. "Zureo" estaba dedicada al padre de Jesús, criador de palomas en el barrio de Triana, cuyo fallecimiento fue el motivo de la emotividad y profunda inspiración del proyecto. Más ambiental en unas ocasiones (Vela y sus teclados), más rítmica por lo general (Sutil y sus percusiones), con un sonido que parece a medio camino entre el jazz ecologista del mencionado Paul Winter y ciertas músicas étnicas del norte de África, no hay que dejar también de mencionar un cierto clasicismo que lo envuelve todo y, por supuesto, las raíces flamencas que, convenientemente camufladas entre viajes amazónicos, tunecinos o galaicos -no todo es flamenco en Andalucía- están presentes en la obra. "Patio de las doncellas" (con un soberbio bajo de Álvaro Ramos, que casi lleva el peso de la pieza), "Engaño de abril", "Sin título (Bolero)" o esa gran culminación que supone "De Triana por la tarde" son sólo otras muestras del saber hacer de un grupo que, tras "Zureo" y otro gran disco titulado "Isla menor", desapareció injustamente de las grabaciones y los escenarios. Son los atropellos de la industria, esos mismos contra los que tenemos que luchar apoyando iniciativas como ésta, comprando sus discos, animando en los conciertos, y extasiándonos, solos o en compañía, en nuestros hogares.

Con "Zureo", y posteriormente con "Isla menor", las Nuevas Músicas españolas de los 90 tenían otra joya de la que enorgullecerse, un ejemplo de poesía musical, como la escrita que se destilaba en el comentario de cada canción en el librillo del álbum, a cargo de José Luis Rodríguez Ojeda. Ya lo decía José Luis Jurado en el texto introductorio: "en tus manos tienes un proyecto íntimo, de blanquecinos colores en su origen (...) Porque el caudal de este río que nos lleva rodea Triana, murmura entre las paredes del Alcázar sevillano, impregna los bosques gallegos (de la Europa celta) y desemboca en cascadas torrenciales sobre el último pulmón del Planeta Tierra, la Amazonia".



17.11.06

PETER BUFFETT:
"Lost frontier"


Si bien es el hijo pequeño de un conocido millonario (el inversionista Warren Buffett), Peter Andrew Buffett tuvo que trabajar muy duro para labrarse un nombre en el mundo de la música instrumental. En 2006 su padre donó la mayor parte de su inmensa fortuna a una fundación de Bill Gates y creó millonarias fundaciones de beneficiencia para que las administraran sus tres hijos (Susie, Howard y Peter), que tendrían que seguir trabajando para subsistir económicamente. A comienzos de los 80, cuando Peter -que había abandonado la universidad de Stanford para dedicarse de lleno a su pasión- entró en el mundo de la música para la publicidad, la suerte se alió con él: una día de 1981, mientras lavaba su 'espantoso Volkswagen Rabbit' en su urbanización, conoció a un vecino que le puso en contacto con su yerno, que buscaba un músico para hacer los jingles de un proyecto incierto para la televisión por cable llamado MTV, un autentico referente desde entonces en la cultura musical moderna. El éxito llegó rápido, y nuestro músico se encontró con múltiples ofertas y un camino despejado, siendo requerido para otras compañías de importancia, como CNN o Coca Cola. Todo parecía sonreir a Peter, así que decidió enviar una demo de su trabajo a Narada Productions y a Windham Hill para que estudiaran su publicación; mientras esta última desestimó el ofrecimiento, Narada acogió a Peter en su etiqueta Mystique, muy adecuada a la suave electrónica de esta etapa de la obra del teclista. Este paso le llevó de San Francisco a Milwaukee tras convertirse además en productor ejecutivo de la compañía, se compró una enorme y "ruinosa" casa junto al lago Michigan y comenzó a publicar sus discos, en ese estilo de 'nueva era' que estaba tomando protagonismo entre un gran número de público, mientras la tecnología iba desarrollándose acorde con el paso del tiempo y de los discos: "The waiting" (que presentaba atractivas melodías sin excesivo riesgo pero buen acabado) y "One by one" (manteniendo el espíritu de su antecesor), dieron paso a esta maravilla titulada "Lost frontier", publicada por el sello de Milwaukee (de hecho el trabajo está dedicado a esta ciudad del estado de Wisconsin) en 1991.

Es en esa 'frontera perdida' entre la música interior y la comercialidad donde se ubica este trabajo, en el que Buffett comenzaba a interactuar con lo acústico, algo que acabaría explorando notablemente en años posteriores, sobre todo tras su contacto con la cultura de los indios nativos americanos. Violines, violas y chelos adornan gran parte del álbum, así como guitarras, percusiones y vientos tales como oboe, flauta, cuerno inglés o clarinete, otorgando gran calidez a la electrónica desplegada por Buffett (Synclavier, Kurzweil Gx And Px Modules, Roland D-70, D-50, D-110, MKS-20, MKS-80). De este modo, "Lost frontier" consigue momentos realmente impactantes, con el punto culminante del inmenso corte que le da título. El inicio del disco, de título "The 8:45", es ya de por sí espectacular, una base suave de piano que comienza en solitario y se acaba desarrollando por caminos muy completos en una duración que se antoja escasa. Una de las sorpresas se da en el siguiente tema, "Fire dance", más que por su belleza -se trata de un pequeño corte percusivo cuyo interés viene acompañado de imágenes- por estar incluído en la banda sonora de la oscarizada película "Bailando con lobos", para la que Buffett estuvo a punto de elaborar toda la música por mediación de Kevin Costner (seguidor del músico desde que le enviara una copia de "One by one"), un proyecto que se vió truncado a favor de John Barry (que realizó una partitura espléndida, merecedora del Oscar), dada la nula experiencia en cine y con orquesta de Peter. Aquí llega la increíble "Lost frontier", que parece empezar lacrimosamente, con cuerdas que acentúan la desgracia y la injusticia; esta pieza es auténtica poesía, una composición que habla por sí sola, y que guarda en sus poco más de siete minutos de duración un mundo de sentimientos y emociones que dicen mucho a favor de la persona que la ha creado; una vez más, Buffett parece aludir al pueblo nativo americano en el título e intenciones de la obra, Richard Montes escribía en el libreto del álbum sobre eventos perdidos en el tiempo y sobre este pueblo, "reducido a un débil susurro de una cultura que una vez fue noble y valiente, una cultura en natural a rmonía y equilibrio con la Madre Tierra, su frontera"; este alegato llamaba a actuar, a despertar, a escuchar, antes de perder para siempre esa frágil frontera entre su cultura y la nuestra. Tal vez gracias a uno de los grandes temas de las Nuevas Músicas en los 90, esa frontera no esté del todo perdida. Despertando de este sueño, no todo estaba dicho en este disco, tanto en esa faceta más puramente electrónica (las ambientales "I-90" y "Before the fall" o una excepcional "Spike", a medio camino entre la experimentalidad y la música disco) como en otras fusiones de calidad (el intimismo de "Outside my window" o un "The way back" que parecía haber sido compuesto también para el film de Kevin Costner). Comentario aparte merece otra de las canciones, "(Searching for) a place called home", pieza con la que Buffett pretendía conseguir que la música fluyera naturalmente y sobre todo 'tuviera voz', ganando así en espiritualidad; efectivamente, por medio de un precioso piano y un espléndido coro de niños hace que, como dice el propio Peter, la música te hable y llegue muy dentro. Superando explosivamente la inocencia de sus primeras obras, con "Lost frontier" la música de este filántropo adquirió la personalidad, la fuerza que desde el principio pretendía transmitir. Como álbum, "Lost frontier" es una obra redonda, inspirada; individualmente, se pueden destacar piezas magistrales, viejas emociones se agolpan en el oyente al dejarse imbuir de la que da título a la obra, por ejemplo. Por lo general, este disco tiene más de música para publicidad, directa y rotunda, que los anteriores trabajos de Buffett en Narada -a los que les faltaba algo de chispa-, melodías más atractivas con esencia de sintonía, desde la propia "The 8:45" a "Before the fall" o "Trying to find a way", y especialmente la genial "Spike", nueva música instrumental televisiva, tecnológica, que domina felizmente el grueso del álbum, con honrosas excepciones que se asoman a un entorno más humanizado ("(Searching for) a place called home"), a un intento más relajante ("I-90", "Ashland") o a mayores aspiraciones, fílmicas incluso ("The way back", "Nebraska"). De hecho, creció en Peter el deseo de componer para cine (siguiendo el ejemplo de Mark Isham), si bien comprobó que se trata de un mundo demasiado difícil: aparte del proyecto frustrado para "Bailando con lobos" y de una nueva aportación, por mediación del propio John Barry, para "La letra escarlata", cabe destacar su banda sonora para "500 nations" (una producción de Kevin Costner para la CBS, publicada por Epic Records en 1994) y la que le valió un Premio Emmy en 1999, la del documental "Wisconsin: An american portrait".

Creador de enérgicas atmósferas sonoras, Peter Buffett siempre acaba encontrando la ruta hacia la melodía enigmática, convenientemente trabajada en su moderno estudio de grabación. El de Omaha (Nebraska) ha sido siempre básicamente un músico de estudio, salvo en el posterior espectáculo "Spirit" y en su continuación, "Spirit: the seventh fire", pocas veces más ha actuado en vivo (principalmente en algunos eventos por la paz y los derechos humanos). Para él, la música es un lenguaje universal, así como un canalizador de sentimientos. Realmente, con piezas como "Lost frontier" se puede conseguir una evasión, intentando conectar con la belleza de una naturaleza que tenemos olvidada, tal vez sea ella misma la que, por medio del músico, crea piezas tan monumentales: "Algunas veces siento que la música se escribe a ella misma y yo tan sólo pasaba por ahí". En 1992 Buffett publicaría su último álbum con Narada, "Yonnondio", que si bien se acercaba al nivel de su antecesor, con cortes fantásticos como "Isle of Skye" y especialmente "Wichita", no acaba de resultar tan compacto como este "Lost frontier" de mensaje de armonía y unión, y de altísima calidad musical y humana, la de Peter Buffett, muy ligada a los nativos americanos desde que, como Kevin Costner en "Bailando con lobos", se enamorara de esa cultura hasta participar activamente y casi ser parte de ella. Como curiosidad, "Fire dance", que no vió su inclusión en el primer CD de la banda sonora, sí que se puede encontrar en posteriores y más completas ediciones especiales de la misma, así como su nueva versión aumentada y mejorada en los espectáculos "Spirit" y "Spirit. The seventh fire".

15.11.06

KITARO:
"Kojiki"

Kitaro demuestra en sus obras sentimientos que no por distantes han de ser incompatibles: el amor por sus raíces japonesas y su tradición oriental, y el interés por el sinfonismo occidental y los sonidos sintéticos (entre los que destaca su admiración por Klaus Schulze, cuyo encuentro en la época en que Kitaro militaba en la Far Far East Family Band hizo cambiar su forma de ver la música). De este modo se aúnan en sus obras la electrónica (por medio de los sintetizadores de aroma ochentero que han familiarizado su sonido en medio mundo) y la percusión japonesa más tradicional, junto a otros elementos acústicos que aportan una lograda esencia natural y espiritual. "Kojiki" en concreto está basado más que ninguno de sus trabajos en la tradición japonesa, ya que cuenta musicalmente siete historias sobre la creación del país del sol naciente. No en vano en la literatura nipona más tradicional, 'Kojiki' (prosa del año 712 dC que cuenta la creación de Japón) es una de las obras antiguas que más han influido en su filosofía y cultura, por lo que Masanori Takashi, es decir, Kitaro, no podía ser menos y se dejó influenciar hasta tal punto que realizó una de sus obras maestras. Corría el año 1990 y de la veneración inicial en Japón, donde sus discos eran publicados por Pony Canyon, se había llegado a una admiración global merced a la distribución de aquellos "Silk road", "Oasis"o "Ki" por el sello Geffen -con el que firmó definitivamente en 1986-, si bien ese pasito más que supuso "Kojiki" le hizo acreedor de mayores calificativos.

Después de una serie de discos bonitos pero no deslumbrantes, como "Towards the west", "Tenku" o "The light of the spirit", renace aquí de nuevo el Kitaro mas espectacular, en uno de sus trabajos más completos y relevantes, donde incluye una abrumadora sección rítmica entre melodías enormemente pegadizas de marcado cariz oriental. Cabe la pregunta de si la historia contada fue una inspiración extraordinaria, o si el sintesista se había estado reservando algunas de estas atractivas, incluso épicas tonadas, para un proyecto de esta envergadura, y es que Kitaro habla de "Kojiki" como uno de los álbumes en los que más ha tenido que esforzarse, pero a su vez una de sus grandes conexiones musicales. El trabajo está dividido en siete partes: "Hajimari" ('En el comienzo') cuenta cómo en el principio el mar era un bullir y la vida no existía, y cómo llovió durante semanas y meses hasta que, de las aguas y el lodo, brotando de la propia tierra aparecieron los dioses. La pieza es una preciosa y evocadora recreación de ese comienzo, con una atmósfera misteriosa y sones legendarios. Un etéreo violín es el puente hacia "Sozo" ('El nacimiento de una tierra'), que relata cómo los dioses Izanagi e Izanami revolvieron el mar con una lanza creando las más bellas islas, donde se ubicaron y concibieron otros muchos dioses, los del viento, el mar, las montañas y la tierra. De este modo, este segundo tema es más delicado y romántico, un fantasioso ambiente con el protagonismo de la flauta, sonidos más dulces hasta encontrar esa melodía casi mágica, que deja volar la imaginación. En "Koi" ('El amor y la muerte de Izanami') Mikoto, dios del dolor y la pena, es expulsado de la tierra de los dioses tras la muerte de su madre, y encuentra el amor de la doncella Kushinadahime en un pueblo aterrorizado por el dragón de ocho cabezas. Esta emblemática composición, una de las mejores del trabajo y un pasaje mágico en la discografía del japonés, es poesía musical de principio a fin, embelesa sin remedio y transmite sensaciones como pocos músicos son capaces de hacerlo; la esplendorosa melodía retorna tras un interludio, y la aparición de los tambores la concluyen de manera mas rotunda. "Orochi" ('El dragón de ocho cabezas') es la historia de ese terrible monstruo que había devorado a las siete hermanas de Kushinadahime, y de cómo Mikoto le derrota en una larga lucha, la que recrea Kitaro a lo largo de siete minutos sobre la base de una cruenta percusión de manera rítmica, intensa y conmovedora. Si bien esta primera parte del trabajo es realmente abrumadora, no acaban aquí las grandes composiciones del mismo: en "Nageki" ('Tristeza en un mundo de tinieblas') Mikoto es redimido por su hermana Hikaru, diosa del sol, que acaba ocultándose en una cueva, sumergiendo al mundo en la oscuridad, por lo que este tema es más lento y triste, si bien sus notas son luminosas, como de esperanza; la sencilla pero celestial tonada de flauta, con la ayuda del violín y un ambiente cósmico, desemboca en la composición tal vez más recordada de la obra, "Matsuri" ('El festival'), que cuenta la historia de un truco de los dioses para que Hikaru salga de la cueva, haciéndola creer que la gente, a pesar de la oscuridad, estaba feliz y bailaba en un gran festival; es por lo tanto una pieza muy colorista y alegre, una grandísima canción -como todas las del álbum- donde los tambores japoneses se dejan oir con increible fuerza, un continuo y vital clímax de melodía, ritmo y atmósfera oriental que es parte importante de los conciertos de Kitaro. Como epílogo, en "Reimei" ('Un nuevo amanecer') vuelve la luz, la paz, la alegría, y Mikoto y Kushinadahime se casan en un colofón musical de gran felicidad, que retoma la melodía de "Sozo" con vibrante y sinfónico final incluído. "Kojiki", que fue remasterizado en 1997 por Domo Records, y publicado también en 2003 en Super Audio CD, contó con dos CDsingles publicados por Geffen: en "Selections from Kojiki" vienen recogidos "The Eight-Headed Dragon (Orochi)", "The Festival (Matsuri)" y "The New Dawn (Reimei)", las mismas composiciones que aparecen en el CDsingle promocional en directo "World Tour 1990. Kojiki: A Story In Concert".

Esa es la historia de la creación de Japón que ha llegado a miles de personas gracias a Kitaro, que compuso e interpretó una auténtica joya, una mezcla de belleza, magia y drama, y la contó, dentro de la grandilocuencia merecida y característica de su estilo, con momentos de una soberana rontundidad, con la extraña sencillez y dulzura que también sabe impregnar en sus trabajos, la misma que su filosofía sinteísta provoca en su espíritu, dominado por la conciencia natural y universalista. Su introversión, humildad y su característica imagen hacen de él un personaje simpático, y por supuesto admirable si se escuchan maravillas como "Kojiki", un álbum superventas y autoproducido por Kitaro, que alcanzó el número 1 en la categoría new age de la revista Billboard (donde se posicionó durante 8 semanas), y en el que su autor ejercía de multiinstrumentista, si bien estaba rodeado de importantes amigos japoneses, como Syoji Fujiia los tambores, Hiroshi Araki en la guitarra, Yasuo Ogata en los teclados y Kohhachi Itoh al bajo, así como el violinista estadounidense Steve Kindler, que ya le había acompañado en sus conciertos por Estados Unidos. En 2017, Kitaro creó una nueva experiencia de audio y video en su gira "Kojiki and The Universe", una serie de conciertos con su música e imágenes y videos del universo (una crónica de la investigación astronómica, en colaboración con el astrónomo Kazunari Shibata), basado especialmente en el álbum "Kojiki", un trabajo inmenso, merecedor de tan bellas proyecciones.









10.11.06

RODRIGO LEAO & VOX ENSEMBLE
"Ave mundi luminar"

Muchos se sorprendieron cuando el teclista portugués Rodrigo Leão decidió abandonar Madredeus en la época en que este grupo se hallaba en su momento más álgido, más teniendo en cuenta que dicha banda lisboeta era de creación conjunta entre el propio Rodrigo y Pedro Ayres Magalhaes. Tal vez la confluencia de dos genios en un mismo espacio artístico fuera difícil de conciliar, tal vez simplemente Leão necesitaba un cambio en su planteamiento, el caso es que tras la grabación del álbum "O espirito da paz", el teclista dejó Madredeus, antes incluso de emprender la gira de presentación de ese estupendo tercer album de la banda. Enseguida se pudo comprobar que las innovadoras ideas que se agolpaban en la cabeza de Rodrigo Leão tenían que salir a la luz en otro contexto y, en un entorno más experimental, ganaron la partida a esa música de difícil clasificación pero fácil asimilación cantada por Teresa Salgueiro. De este modo Madredeus perdió a un miembro excesivamente importante, y a cambió nació uno de los mejores álbumes de la década de los 90 y una carrera artística en la que el nombre propio llegó a alcanzar y posiblemente superar al del consorcio al que pertenecía.

Rodrigo Leão no tiene formación clásica, compone con los teclados y el ordenador y luego engalana esos bocetos. Lo que de esta manera llevaba precocinando durante dos largos años (en los instrumentales de Madredeus se podían prever ciertas ideas avanzadas) y nos sirvió en 1993 por medio de CBS/Sony se acabó titulando "Ave mundi luminar", un acercamiento a la música contemporánea en una linea comercial, combinando instrumentos clásicos con la electrónica. De este modo, y aunque la composición sea casi íntegra de Rodrigo (tuvo especial ayuda en Francisco Ribeiro), firmó el trabajo como Rodrigo Leão & Vox Ensemble, el 'presumible' conjunto que le acompañaba y le otorgaba ese toque sinfónico al estilo Nyman, compositor que Leão siempre ha admirado, junto a otros minimalistas y contemporáneos como Glass, Part y Górecki. El Vox Ensemble constaba de violonchelo, violines, oboe, cuerno inglés, flauta y voces, que se unían a los sintetizadores de Rodrigo, y en él destacaba la figura de otro miembro de Madredeus, el mencionado violonchelista Francisco Ribeiro, que efectuó además los arreglos y la dirección. María do Mar, Margarida Araújo, Nuno Rodrigues, Nuno Guerrero y António Pinheiro da Silva eran los otros miembro del ensemble, aportando este último además una impoluta labor de producción del álbum. También otros dos miembros en activo de Madredeus aportaron su colaboración en el álbum, Teresa Salgueiro a la voz y Gabriel Gomes al acordeón en "A espera" (Pedro Ayres Magalhaes fue, curiosamente, el único de ese conjunto que no aparece en este trabajo). Sin embargo la característica más recordada y que chocaba en algunos de los temas (en realidad sólo en dos, pero los más radiados y destacados) fue la utilización de textos cantados en latín, un recurso con el tiempo poco original pero interesante en esa época fuera de contextos antiguos, que Leão seguiría utilizando eficazmente en sus dos siguientes álbumes, "Mysterium" y "Theatrum". En esta 'ópera prima' del compositor luso podemos escuchar dicha lengua muerta en un excepcional "Carpe diem", de hipnótica base y desarrollo, donde se puede escuchar a Teresa Salgueiro, y en el primer sencillo y tema más conocido y reverenciado del álbum, "Ave mundi", un tesoro musical de compás hechizante y glorioso coro, que no es solamente el primer paso del luso en su nuevo universo, es prácticamente un primer paso en general, una extraordinaria idea, perfectamente realizada, que abrió nuevos caminos. La base minimalista destaca especialmente dentro de esa estructura camerística modernizada, buscando el ritmo y la melodía en canciones con tempos muy definidos que inspiran sentimientos, como indican los títulos de "Movimento", "O medo" o "A espera", una de las mejores composiciones del álbum, donde teclados, violines, flautas y oboe se conjugan maravillosamente creando una sensación turbadora a la que el acordeón aporta un espíritu de libertad. También hay que señalar la alegría de "Vitorial" (en cuyo suave comienzo parece adivinarse el de una composición tan gloriosa de Madredeus como "As ilhas dos Açores") y de la frenética "Espiral II", claramente deudora de ese minimalismo antes comentado de Michael Nyman, y posiblemente también de Wim Mertens. Viendo que Rodrigo Leão mantenía convenientemente el tirón comercial, con títulos superventas (en especial en Portugal) como "Cinema" y "A mae", Sony Music reeditó "Ave mundi luminar" en 2010 con portada diferente, más misteriosa que la original, y la importante característica de ir acompañado de un segundo CD, titulado "In memoriam", grabado con el Coro de Cámara de la Escuela Superior de Música y la Sinfonieta de Lisboa. "In memoriam" constaba de ocho cortes, tres de ellos nuevos y cinco regrabados (uno rescatado de "Theatrum" -"In memoriam"-, dos de "A mae" -"1939" y "Segredos"- y la importante presencia del clásico de Madredeus "As ilhas dos Açores" abriendo el disco, y "Ave mundi" cerrándolo).

Dos años después de "Ave mundi luminar", CBS/Sony publicó un mini-álbum titulado "Mysterium", que venía a explotar el potencial que las composiciones cantadas en latín habían cobrado en las Nuevas Músicas. A las dos canciones conocidas, "Ave mundi" y "Carpe diem", se unían otras dos de excepcional interés, compuestas y producidas por el propio Rodrigo: "Promisse" es sin duda el corte estrella, alegre, vital, de afortunada melodía y clímax contínuo, mientras que "Mysterium" es, como su propio título indica, más intrigante y reposado, con gran protagonismo de las cuerdas. Para completar los seis temas de que constaba el álbum, un instrumental de nueva factura, "Tristis dies", y otro vocal, "Promisse II", que no es sino una mezcla más tranquila de "Promisse" que no aporta nada al resultado final. Con el paso de los años la música de Rodrigo Leão ha madurado y se ha teñido de influencias (incluso sus propias reminiscencias fadistas y portuarias, que estaban escondidas y que con "Cinema" consiguieron un auténtico número 1 en Portugal), ha dejado los textos en latín para dotar a sus composiciones de un aire más festivo, más acústico, pero "Ave mundi luminar" tuvo el don de la oportunidad y la frescura ideal en un gran momento de las Nuevas Músicas, esa época en la que cada año nos deparaba numerosas sorpresas musicales.







2.11.06

JOCELYN POOK:
"Flood"


Cuando en un alarde de inquieta inspiración Jocelyn Pook compuso "Backwards priests", no imaginó en ningún momento que iba a acabar, por mor de su potente carga visual, acompañando a las imágenes del atractivo y polémico film de Stanley Kubrick 'Eyes wide shut'. Rebautizada como "Masked ball", esta gloriosa composición que nutre la escena de la gran orgía es un ejemplo de la investigación y experimentación de esta violinista inglesa nacida en 1964, que colaboró, antes de madurar sus audaces propuestas, con grupos de diversos estilos como los populares Communards, Nick Cave, Morrisey, Peter Gabriel (su sello, Real world, publicó otro trabajo de Jocelyn, "Untold things") o los siempre sugerentes Massive attack, antes de adentrarse en terrenos más 'cultos' de la mano de Steve Reich, Laurie Anderson, Ryuichi Sakamoto o Michael Nyman, amén de algún intento propio de cuarteto de cuerda al estilo Kronos Quartet. "Masked ball" ilustra además una extraña circunstancia de su discografía, ya que su trabajo más exitoso, "Flood", no es sino una reordenación mejorada de su primer álbum, de título "Deluge", publicado por Virgin Records en 1997. En él, Jocelyn Pook nos ofrecía una particular visión musical de los mitos, leyendas y temores que la humanidad ha albergado sobre el fin del mundo en el período comprendido entre el año 1000 y el 2000, recurriendo para ello a todo tipo de culturas. También Virgin se encargó de la publicación de "Flood" en 1999, momento en el que se puede constatar que ambos discos son prácticamente iguales, incluso en sus epígrafes 'diluvio' ("Deluge") y 'inundación ("Flood"), sólo hay varios cambios de orden y de título merced a -en ocasiones imperceptibles- regrabaciones. Por lo tanto, ambos discos son igual de recomendables, si bien de primera mano sólo se puede encontrar la reedición aquí comentada, "Flood".

Jocelyn Pook aclara sus intenciones con estas palabras en el libreto de "Flood": "Desde hace algún tiempo he estado interesada en la creación de modernos, o quizás postmodernos, himnos, elementos yuxtapuestos de la cultura contemporánea con reminiscencias del más puro estilo musical de la iglesia primitiva, para crear texturas que tiendan a la melancolía, pero que espero puedan tener gran intensidad y relevancia en la actualidad". Doce 'himnos proféticos' componen "Flood", la mayoría de ellos creados inicialmente para el espectáculo 'Deluge' de la compañía canadiense de danza 'O vertigo', revestidos aquí con profunda emoción y tremenda calidad, bajo la propia producción de Jocelyn Pook con la ayuda de Harvey Brough. El propio Brough es el único co-autor en un tema del disco, el segundo recogido por Stanley Kubrick en el film 'Eyes wide shout', de título "Migrations". No es de extrañar que Kubrick y otros directores de cine y demás espectáculos pusieran sus ojos en Jocelyn Pook, ya que su música posee unas cualidades extraordinarias para el acompañamiento visual, así como un lirismo y un misterio sobrenaturales, un cruce de caminos entre la música antigua, la contemporánea y la world music que reclama toda la atención del oyente. Curiosamente, fue la compañía de telefonía Orange la primera en aprovechar esa enorme carga dramática, al utilizar el tema "Blow the wind / Pie Jesu" para uno de sus anuncios, que de hecho llegó a ganar el premio D&AD Silver Award; esta composición, basada en la canción popular "Blow the wind southerly" (de hecho incluye un sampler con la voz de la soprano Kathleen Ferrier), pone de manifiesto dos cosas, que la experimentación llevada a cabo en el disco pretende y consigue 'unir dos milenios', y que la voz de Melanie Pappenheim no sólo es fabulosa sino que se adecúa a las pretensiones buscadas en el disco con una extraordinaria gracilidad. Esta excepcional soprano inglesa impresiona en el disco y domina piezas como "Requiem aeternam" (un comienzo sacro revestido por suaves teclados) o la seductora "Romeo and Juliet" (titulada "Indigo dream" en "Deluge"). Esa fusión de milenios también lo es de culturas, en su música se puede percibir una intemporalidad y fusión global fuera de lo común, en ocasiones no sabremos si estamos escuchando una oración bizantina, un mantra tibetano recitado en sánscrito, un canto gregoriano, una leyenda hindú, una composición barroca de cámara, una pieza para ópera... ¡o todo ello a la vez!, lo que hace a su música inclasificable y dificilmente comparable con otras, si bien un nombre como el de Lisa Gerrard (en solitario o en determinados momentos de Dead Can Dance) puede venir a la mente. "Oppenheimer" sería un claro ejemplo de lo anterior, comienza con el extracto de un discurso del 'padre de la bomba atómica', acto seguido unos sonidos de desolación (viento, cuervos) nos llevan hacia la entrada de las voces pseudo-operísticas fusionadas con un inmenso canto yemení, todo ello expresando, de la forma más maravillosamente sombría que se puede imaginar, la desolación de ese hombre que había construído una maquina de destrucción. "Goya's nightmare" es otra de las cumbres de "Flood", envolvente e hipnótica, en ella destaca otra voz, la de Manickam Yogeswaran, simpático cantante y percusionista de Sri Lanka, otro de esos colaboradores de excepción del disco, como la cellista Caroline Lavelle, las violinistas Sonia Slany y Julia Singleton, la ya mencionada Melanie Pappenheim, o un Harvey Brough que, en el estudio o en directo, sirve para casi todo. Mención aparte requieren los dos temas incluídos en la banda sonora de "Eyes wide shut", contenidos originalmente en "Deluge" y remezclados para este "Flood". "Migrations" cuenta con un enigmático desarrollo 'antiguo' por obra y gracia del sonido de fondo del salterio que acompaña a todo el tema (a cargo del propio Harvey Brough), lo cual unido a la garganta de Yogeswaran y pequeñas programaciones dotan a la composición de esa intemporalidad tan sugerente que consiguió atraer a Kubrick. De gran dramatismo e intensidad, "Masked ball" es la pieza más famosa, al estar incluída en un momento cumbre (y visualmente impactante) de la película; violines, viola y cello aparte, la base del tema son las tenebrosas voces de dos sacerdotes rumanos declamando una misa bizantina pero escuchados al revés (de ahí el título original, "Backwards priests"), consiguiendo, paradójicamente, resucitar viejos demonios en nuestras almas.

La suerte sonrió a Jocelyn Pook cuando la coreógrafa de Stanley Kubrick, Yolande Snaith, utilizó su música en los ensayos para 'Eyes wide shut', lo que acabó provocando que el director estadounidense la escuchara y decidiera elegirla. El reconocimiento por parte de la crítica (estuvo nominada a diferentes premios por "Eyes wide shut", entre ellos los Globos de Oro), y su experiencia en la música para danza y teatro, hicieron que Jocelyn comenzara una excitante carrera como compositora para cine, pudiendo escuchar su música en otras películas de renombre como 'Gangs of New York', 'El mercader de Venecia' o varias del director español Julio Médem. En cuanto a su trayectoria aparte del cine, sólo "Untold things" vio la luz después de "Flood", otro buen disco, aunque algo menos intenso, publicado en 2001 por Real World. En definitiva, esa inundación a la que se refiere el título del disco que nos ocupa proviene de una marea de ideas, de originalidad y de conjunción de elementos que llevaron a esta humilde y encantadora violinista británica (en realidad se especializó en viola en la "Guildhall School of Music and Drama") a firmar una de las últimas obras maestras de la música contemporánea del siglo XX, poseedora de una estupenda transculturalidad, ubicada en un tiempo y un espacio indeterminados.







29.10.06

JEAN MICHEL JARRE:
"Equinoxe"

Después del inesperado éxito de un álbum tan innovador y excitante como fue "Oxygène" en 1976, todas las miradas estaban puestas en el teclista francés Jean Michel Jarre, esperando o bien otro gran disco que lo encumbrara en la primera línea de la música electrónica o una excusa para compensar el endiosamiento de aquel y martillear sin piedad al joven natural de Lyon. Era una época de grandes cambios y continuas evoluciones técnicas (para eso contaba con la inestimable ayuda del ingeniero Michel Geiss, cuya contribución no hay que olvidar en los años más importantes de Jarre), y como respuesta a la electrónica terrenal de los poderosos e influyentes Kraftwerk, Jarre había optado por una visión más atmosférica e interestelar, pero sin conllevar otras comparaciones (en especial con conocidas bandas y músicos alemanes), en un estilo muy particular. En el momento de continuar su prometedora carrera, Jean Michel no se quedó atrás en su inspiración, dibujando otra página maestra en la música instrumental avanzada: en 1978 salió a la venta una creación fascinante titulada "Equinoxe" por medio, como la anterior, de Disques Dreyfuss. Ante la calidad de esta nueva obra maestra, la crítica tuvo que guardarse los martillos y reconocer que estaba ante uno de los grandes, ya que este nuevo trabajo llegaba incluso a superar por momentos a su antecesor.

Cuando Jarre entró, años atrás, en el Groupe de Récherche Musicale (GRM) de Pierre Schaeffer, quedó cautivado ante la modernidad y apertura de sonidos de la institución. Jarre recordaba gratamente las invenciones de su abuelo, cuyo taller repleto de cachivaches y magnetófonos, dijo, le hacía soñar. Pruebas y experimentos como "La Cage" o "Erosmachine" (posteriormente descartados) desembocaron, no sin otro tipo de encargos, en el gran "Oxygène", y sólo dos años después, en "Equinoxe". Con su fiel aliado Michel Geiss (músico, inventor y en gran medida responsable de la evolución tecnológica de Jarre) y de nuevo una excepcional portada de Michel Granger (esos icónicos vigilantes o observadores -'the watchers'-), "Equinoxe", cuya fuente de inspiración va a ser el elemento 'agua' -como en "Oxygène" lo era el aire-, mantiene la estructura de varios cortes sin título definido, 8 extractos sin desperdicio que se inauguran con una melodía de entrada en una onda espacial tan marcada como en "Oxygène", lo que se refleja especialmente al comenzar la parte 2, misteriosa y burbujeante. Ambas composiciones son el interesante anticipo de la zona más luminosa, explosiva y definitivamente comercial del trabajo, la compuesta por los extractos 3, 4 y 5 del mismo. La delicada "Equinoxe Part 3" desprende un llamativo aroma clásico, impresionista, en una cuidada labor de estudio con los aún escasos medios de la época. "Equinoxe Part 4" es sin duda una de las composiciones favoritas de los fans del francés, desde el pequeño ritmillo de fondo que la introduce hasta el siguiente, soberbio y decididamente electrónico, que nos lleva embelesados a la melodía principal; la repetición de esta maravilla y su culminación en forma de extraordinario clímax (uno de los inventos de Geiss, el Matrisequencer 250, permite esta colosal artmósfera) hacen de éste uno de los grandes temas de siempre de Jean Michel Jarre, y su escucha hace pensar que los que consideran a esto música sin alma son gente que, paradójicamente, no la posee. Este núcleo central de la obra culmina con la que quizás sea su parte más conocida, "Equinoxe Part 5", merced a una melodía rápida y decididamente pegadiza (si bien hay que reconocer que, como primer single, no supera a aquel "Oxygène Part 4" que le lanzó a la fama). En el videoclip de esta acertada composición se podía ver a un joven Jean Michel paseando por la ciudad y tocando enmedio de la nada, como réplica a sus futuros conciertos de masas. La parte sexta es tremendamente rítmica, se diría que avanzada para su época, de hecho el efectivo estilo de Jarre deja entrever una cierta ansia de experimentación y traslada a su disco sus evolucionadas ideas que, como sucedía con "Oxygène", no han quedado tan desfasadas como podría suponerse a bastantes décadas vista. Contrariamente, el estilo elegante de la electrónica de Jarre ha sido objeto de influencias e imitaciones a lo largo de los años, y sólo unos pocos han conseguido evolucionar hacia otras formas interesantes de expresión electrónica sin entrar en baratos efectos de discoteca o en experimentaciones sin pies ni cabeza. De la parte 7, que es de las menos inspiradas del álbum, llegamos a la octava y final, dividida en dos partes, un maravilloso comienzo circense que tiene título propio, "Band in the Rain", y una culminación en forma de melodía de "Equinoxe Part 5" pero ralentizada. Esta imprescindible obra sólo fue el segundo paso de una carrera llena de momentos espectaculares, pero tal vez se trate, en un vistazo general, de su punto álgido, y junto a "Oxygène", de dos de los mejores álbumes de música electrónica de la historia.

Casado en estas fechas con la conocida actriz francesa Charlotte Rampling, un feliz Jean Michel iba a trasladar al año siguiente por primera vez la grandilocuencia de su música a un espectáculo en directo, y sólo podía ser a lo grande, el 14 de julio (fiesta nacional francesa) ante un millón de personas en la Place de la Concorde de París, un espectáculo de luz, sonido, proyecciones en los edificios, fuegos artificiales y demás parafernalia, que fue retransmitido por Eurovisión, aunque no fue emitido en España. Ya no existen músicos como el Jarre de los 70 y 80, que concebía sus conciertos como un espectáculo total al servicio de toda una ciudad, este fue el primero, pero en nuestras retinas aún perduran las imágenes (siempre en televisión, desgraciadamente) de otros conciertos en Lyon, Houston, Londres, Mont Saint-Michel, etc, acontecimientos únicos que sin embargo no pueden desviar una sencilla realidad, que la música de Jarre va más allá que un espectáculo de luz y sonido, funciona perfectamente como un evento privado, como disco para escuchar en casa, como incitador de un movimiento individual, compartido únicamente con los vecinos si el volumen es el adecuado.

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