23.6.22

KRAFTWERK:
"Radio-Activity"

Düsseldorf, Alemania, 1975. Ha pasado un año desde el éxito de "Autobahn" y el grupo electrónico Kraftwerk continúa trabajando en sus míticos estudios Kling Klang, ya plenamente equipados. Precisamente Kling Klang es el nombre del sello creado por ellos para publicar y tener pleno control sobre su música, aunque la distribución fuese de EMI o de su filial Capitol Records. Con la base del dúo formado por Ralf Hütter y Florian Schneider, y la reciente incorporación del percusionista Wolfgang Flür, el cuarteto -la formación más mítica de la banda- acabó de completarse con otro percusionista, Karl Bartos. Juntos grabaron y autoprodujeron un nuevo álbum atractivo y avanzado para la época, "Radio-Activity" (Kling Klang, 1975, titulado "Radio-Aktivität" en Alemania), tras su primera gira por los Estados Unidos. Fue allí donde surgió el título del nuevo álbum, el quinto de la banda, por el sistema de emisoras de radio de Norteamérica, tan distinto al de Alemania y toda Europa en general. Pero enseguida la canción principal y la temática general del trabajo derivarían en parte de otra manera, enfocadas conceptualmente hacia la radioactividad (aunque manteniendo el doble sentido gracias al guion que separa Radio y Activity), el peligroso proceso de emisión de radiación descubierto por Henri Becquerel y popularizado por el matrimonio Curie. 

El pop electrónico alemán comenzó en los años setenta su conquista del mundo, aunque antes de la adoración hacia este grupo existió una cierta incomprensión ante su propuesta fría y diferente. Al contrario de lo que muchos opinaban, que a Kraftwerk la música le venía ya hecha al trabajar con la más moderna tecnología, la creatividad tenía realmente que imponerse para salir adelante. Dando a veces palos de ciego, ellos mismos tuvieron que construir sus propios equipos, así como improvisar con los difíciles artilugios que iban adquiriendo, como el teclado Vako Orchestron comprado durante su gira estadounidense. Al final, hay mucho de natural en la tecnología, en el trabajo con ordenadores, pues si no hay ideas propias y creatividad, jamás se va a conseguir destacar en el difícil y competitivo mundo de la música electrónica. Ellos, de hecho, trataron de normalizar ese supuesto mundo futuro, el de las máquinas, desde la naturalidad de temáticas como las autopistas, la radioactividad, los trenes o el ciclismo. Mucho transporte público, por cierto. Tras la cercanía melódica de "Autobahn", en "Radio-Activity" se marca una pequeña vuelta a la experimentación con sonidos extraños (la temática lo permite), muy tecnológicos, un sonido distinto al de los demás sin usar de hecho guitarras o flautas. Aunque esto les proporcionó alguna mala recepción crítica, en general el álbum fue un nuevo éxito (especialmente en Francia, donde alcanzó el número 1) y ha conseguido ser recordado como otro logro de los alemanes. En este disco, Kraftwerk juega con el oyente, con el miedo a lo desconocido en una generación, con el respeto a la radioactividad, y lo traslada al campo de la música, pero no en el nivel de ese tipo de música poco comprendida en esos momentos de despegue, la electrónica de teclas, botones y clavijas, la de sonidos sintéticos y deshumanizados... No, Kraftwerk no juegan en esa liga, a pesar de situarnos en los años 70 su propuesta electrónica es vital, novedosa y adictiva, y a pesar de que el tema a tratar sea poco agradable, aplican una perspectiva lo suficientemente entretenida como para convencer a sus ya numerosos seguidores y atraer a un nuevo tipo de público. Eso no quita que algunos de los cortes del disco sean puramente ruidosos y experimentales ("Geiger Counter" -un comienzo lógico que mide el nivel de radiación-, "Intermission", "Uranium"). "Radioactivity" es la composición estrella del álbum, el single de éxito del mismo, con características de canción (una letra sencilla y frívola) y un teclado pegadizo, en un todo envolvente con efectos y pulsiones de misterio invisible (y el deletreo en código morse de 'radioactividad'). A continuación, "Radioland" no deja de parecer una canción de amor, una balada, pero con un buscado romanticismo frío, nórdico. "Airwaves" compensa la situación al extraer sonidos silbables y cálidos de un theremin. La cara A del plástico finaliza con sonidos de radio en "News". En la B, el vocoder en "The Voice of Energy" da paso a "Antenna" (que venía incluida en el sencillo de "Radioactivity"), un experimento rítmico con voces y sonidos, que anticipa futuros momentos tecno-pop de grupos como Depeche Mode o OMD. "Radio Stars" es pura vanguardia en cuyos tres minutos y medio suena una alarma muy poco musical, un atrevimiento plausible que deviene en el simpático tema de cierre del trabajo, "Ohm Sweet Ohm", especulación sonora provista de una particular belleza, tras el intento melódico sin voces de "Transistor" (lo más cercano al folclore imaginario del álbum, junto a la propia "Ohm Sweet Ohm"). La oscura portada original, obra de su amigo Emil Schult que mostraba un antiguo modelo de radio alemana, fue reemplazado en las reediciones a partir de 2009 por el símbolo de la radioactividad. Tanto color cálido para algo tan peligroso da, curiosamente, un poco de mal rollo. 

Bien por repercusión en la época, bien por influencia posterior, Kraftwerk es un grupo prioritario, pionero tanto en su estilo musical como en un concepto, una imagen potente y chocante, imitada por muchos grupos, recordada por otros, con guiños en la cultura popular actual (en películas -'El gran Lebowsky'- o dibujos animados -'Los simpsons', 'Gumball'-) y un olvido difícil entre la mediocridad general. Con enorme confianza en lo que estaban haciendo, Kraftwerk dibujaron las líneas maestras de un estilo muy amplio, sentando las bases de una nueva era en la música. Kraftwerk es al tecno como el hombre al mono o los caminos a Roma, parece que todo conduzca a ellos, que su influencia envuelva cualquier atisbo de genialidad posterior. Lo que ellos definieron como una mezcla entre pop, música concreta y ritmos funky, comenzó a tener verdadero éxito en su cuarto plástico, "Autobahn", pero la mayoría vocal de "Radio-Activity" le hace ser, a la espera de sus siguientes éxitos populares, una especie de confirmación del conjunto, un claro ejemplo pionero de synth pop o de electropop, mejorado muy pronto por la propia banda. El pasado quedaba definitivamente atrás, este trabajo impone una realidad demoledora, un tren al que se van a subir con el tiempo muchos grupos y artistas.

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13.6.22

SECRET GARDEN:
"Songs from a Secret Garden"

El jardín secreto, en la conocida novela infantil de la escritora Frances Hodgson Burnett, es más que un lugar bello y frondoso, es un santuario, un mágico refugio para una niña que ha tenido una infancia difícil. En grado extremo, de hecho, por lo que dicho jardín esconde en su interior todo lo que ella necesita para sobrevivir. En lo musical, el jardín secreto o más bien en inglés, Secret Garden, es también un refugio de la monotonía de las ondas, un remanso de paz melódica, un grupo que sorprendió al mundo cuando acudió en representación de Noruega al festival de Eurovisión de 1995 con la canción "Nocturne", casi en su totalidad instrumental (sólo 24 palabras ideadas por Petter Skavlan). La estupefacción llegó cuando Fionnuala Sherry y Rolf Loviand, los dos miembros de aquella por entonces desconocida banda, se vieron ganadores del festival por delante de la representante española, Anabel Conde. El público acogió su música como un soplo de aire fresco que golpeó en plena cara al pop, al rock y a la música ligera que imperaban hasta entonces en la cita eurovisiva. De aquel concurso musical celebrado en Dublín nació su fama y se concibió un disco, titulado "Songs from a Secret Garden", que Mercury publicó ese mismo año 1995. 

"Nos conocimos en mayo del 94 en Dublin -cuentan Rolf y Fionnuala- y descubrimos enseguida que teníamos una química musical que compartir". Verdadera alquimia fue la que surgió veloz en sus encuentros, de tal forma que a los pocos meses de la primera chispa tenían ideas muy claras para su primer trabajo. Su música es un atrevido cruce folclórico y clásico, con un gran componente romántico y una producción que envuelve el conjunto en un vendible halo popero donde prima la melodia y la duraciones cortas típicas de la música que suena mayoritariamente en las radios. Aunque escasas, las voces son operísticas, acercando el resultado al classical crossover, pero la esencia tradicional, entre celta y nórdica, que envuelve el resultado, empuja la propuesta hacia el saco del folclore, de la world music y de la creciente new age. De este modo, su música se puede encontrar en cualquier estante y escuchar en cualquier rincón, en una estrategia no buscada que ha hecho de Secret Garden un nombre muy populoso en las nuevas músicas, aunque se trate especialmente de un fenómeno europeo. Y como el componente vocal es bastante escaso en sus trabajos, matizan: "En nuestra música el violin interpreta la parte de la voz del artista, ya que tiene un sonido muy parecido a la voz humana". Efectivamente, el violín es el instrumento principal de Fionnuala Sherry, y el piano y teclados en general, el de Rolf Lovland. Dado el interés provocado por el éxito en Eurovisión, para este disco la compañía no reparó en gastos, y numerosos músicos se unieron a las orquestaciones de John Tate para la RTÉ Concert Orchestra, algunos de ellos tan importantes como David Agnew (oboe, corno inglés), Noel Eccles (percusión) o Davy Spillane (flauta irlandesa, uilleann pipes). Guitarra, mandolina, arpa o clarinete completan el álbum, que comienza con el tema de Eurovisión, ese "Nocturne" mayoritariamente instrumental pero completado por unos pocos versos (interpretados por la cantante noruega Gunnhild Tvinnereim, que también participó con ellos en el festival) que conforman una canción que sorprendió a mitad de la década a pesar de la competencia en esa new age de corte celta que pegaba en la época. Bellas sonoridades de romance y aventura con el protagonismo del violín acuden en "Pastorale" (referida a un paisaje espiritual), así como en el tema homónimo pero en singular, "Song from a Secret Garden" (que durante su tiempo de evolución se tituló 'Pianopiece in C minor'), segundo sencillo del álbum con oboe y gran introducción de piano, o en el posterior "Heartsprings". En definitiva, piezas muy sencillas, sin excesivos adornos (la mayoría de ellas se podrían ajustar a la banda sonora de algunas películas de época), que cumplen su función, la de una música relajante, para disfrutar sin tener que prestar excesiva atención. "Sigma" fue el tercer sencillo del álbum, originalmente una pieza de piano escrita por Rolf durante una noche melancólica, pero Fionnuala sugirió agregar una contramelodía cantada pareciendo buscar un efecto antiguo, que acabó siendo escrita por David Agnew e interpretada por Rhonan Sugrue, niño cantor de once años, y el Coro de Cámara Nacional de Irlanda. Mientras tanto, "Papillon" es un claro homenaje a Erik Satie, especialmente en el tratamiento del piano. En "Serenade to Spring" vuelve el romanticismo entre violín y piano, como un baile privado entre ellos. Sonoridades celtas con un pequeño acceso vocal al modo Enya se presentan en "Atlantia", y directamente una animada danza medieval con uilleann pipe y otras instrumentaciones irlandesas en "The Rap", así como otro nuevo ejemplo de esa fusión ligera neoclasico-celta con aromas de romance en "Chaconne". La parte más neoclásica vuelve a quedar reflejada en "Adagio", inspirada en Bach, melodía hermosa aunque sencilla en exceso, o en "Cantoluna", antes del cierre del álbum con un terma interesante, "Ode to Simplicity", una declaración de intenciones con un ligero componente ambiental en su piano. "I Know a Rose Tree" fue un tema nuevo contenido como bonus en un segundo disco de una edición especial del álbum, un álbum que cambió su portada en las nuevas reimpresiones por otra más estilosa. Hay que tener cuidado con alguna otra edición que presenta un orden totalmente diferente de las canciones, pero con el listado original, lo que lleva a confusión. El disco no pasará a la historia por sus arreglos, ni por su profundidad, aunque sí por sus circunstancias y el momento en que se produjo, en el marco de una cuidada producción, sin una gran exigencia pero con sobrado cumplimiento. Dejando de lado la melosidad que rebosa en gran parte de su metraje, "Songs from a Secret Garden" se deja escuchar como una demostración más del cambio de mentalidad de una época que ya pasó a la historia.

Rolf presentaba así la obra en el libreto: "En algún lugar dentro de todos nosotros hay un jardín secreto. Un jardín en el que podemos refugiarnos en los momentos difíciles, o retirarnos a la alegría o la contemplación. Durante años he visitado mi propio jardín secreto en busca de armonía y melodía orgánicas. Las canciones de este CD son algunas de las que he encontrado. Hace un año conocí a una artista que a través de la conmovedora sencillez de su instrumento le dio voz a mis canciones, la famosa violinista irlandesa Fionnuala Sherry. Juntos hemos cuidado el jardín secreto, y la cosecha está aquí para que la recojas. Es mi sincero deseo que al descubrir algunos de mis secretos, visites tu propio jardín". Para disfrutar sencillamente del placer de la música, "Songs From the Secret Garden" es un disco íntimo y muy personal, de dos amigos que no sabían cómo iba a acabar su proyecto, si aplaudido o pisoteado. Su falta de pretensiones otorgó a los aplausos un mayor valor y su personal estilo se fue concretando con el paso de los discos, aunque perdiera la frescura del debut, de ese disco primario que por caprichos de gerifaltes noruegos acabó interpretándose en directo en el más populoso festival musical europeo, en el que, lejos de acaparar escarnio y arrinconamiento, emergieron con la fuerza de la naturaleza, permitiendo a un numeroso público acceder ese jardín ya no tan secreto, que ha continuado explotando su estilo con los años en obras tan aconsejables como "White Stones", "Dawn of a New Century", o recopilaciones como "Dreamcatcher".