20.6.10

MOBY:
"18"

El año 2002 marcó el momento en el que comprobar si la alargada sombra de "Play" iba a poder con Moby o si este extraordinario personaje conseguiría mantener el nivel de su disco anterior, un trabajo soberbio e influyente en el que, como curiosidad, todas sus canciones lograron licencias para su uso en cine, televisión o publicidad. Ocho sencillos y más de diez millones de copias era el dato a batir, y si bien su siguiente plástico no alcanzó tales cifras, sí que se acercó notablemente al nivel ahí exhibido. Mute Records publicó "18" en ese 2002, un disco en el que 18 canciones luchaban por fusionar estilos y asombrar a una audiencia que, ocho meses después, aún recordaba los lamentables atentados contra las torres gemelas. Teniendo en cuenta que Moby nació un 11 de septiembre de 1965 en la ciudad de Nueva York, cabría suponer que este hecho influyó notablemente en la construcción de "18", aunque Richard Melville Hall (verdadero nombre de este genio de la música) admite que la mayoría del álbum estaba acabado por entonces, si bien su idea de hacer algo cálido que llegara al corazón de la gente, cobró mucho más sentido. No se puede evitar encontrar un cierto sentimiento de melancolía en la generalidad del disco, pero a la vez de superación a través de los ritmos y las voces presentes en la obra.

Un caudal inagotable de buenas ideas abordaba a Moby en esta época, y lo demostró en gran parte de "18". Lo más sorprendente es que este neoyorquino parece no desechar practicamente nada, llegando a desarrollar multitud de melodías que, si no tienen cabida en el correspondiente disco, encuentran hueco en sus típicos álbumes de caras B o remezclas ("18" también lo tuvo unos meses después). La consecuencia es que entre auténticas genialidades nos podemos encontrar algunas composiciones menos inspiradas, si bien en ese sentido "18" parece fluir con gran naturalidad y ser incluso más completo que "Play" (aunque cuatro o cinco temas de aquel resulten practicamente insuperables). No deberían caber esas dudas, ya que nuestro protagonista considera cada disco como una obra completa y pide que se escuche íntegramente, lo cual es fácil de complacer si bien acabamos destacando un número determinado de canciones sobre otras. Por ejemplo, el acierto en la apertura del álbum y comercial primer sencillo, el potente hit "We are all made of stars" (cantado por Moby inspirado en la física cuántica, y con la presencia de una sonora y rockera guitarra eléctrica en una estructura popera muy sencilla), así como las dos composiciones que le suceden, tercer y quinto singles respectivamente, "In this world" (un corte profundo y elegante cantado con potencia al estilo gospel por Jennifer Price) e "In my heart" (donde retorna un ostinato de teclado inicial sobre el que abruma el gran uso de las voces sampleadas del coro The shining light gospel choir). Seguramente por delante de ellas, al menos en el orden de los sencillos, la extraordinaria "Extreme ways", con su genial comienzo (un sample de las cuerdas utilizadas por Hugo Winterhalter en su versión de "Everybody's talkin'"), ritmo adictivo y la voz de Moby, que fue utilizada no sólo como segundo single sino como tema estrella en los créditos finales de la saga de películas de Jason Bourne. El cuarto single del álbum fue otro tema muy sencillo, "Sunday (The day before my birthday)", con el sample de la voz de Sylvia Robinson, y el sexto y último el extraño corte "Jam for the ladies". Otro punto importante de los sencillos del disco son sus impactantes videoclips, "We are all made of stars" (donde Moby viste como el astronauta de la portada del disco mientras pasea por un impuro Hollywood), "Extreme ways" (que continúa la depravación en un directo del tema con varios Moby's en el escenario), "In this world" (protagonizado por unos pequeños y simpáticos alienígenas que sólo quieren saludar a la humanidad, pero casi nadie -sólo un personaje interpretado por Moby- llega a verles) y su continuación con los alienígenas ya aceptados y acaparando eventos, "Sunday (The day before my birthday)". Siendo el de Moby un estilo tan enérgico, chocan y también destacan las delicadas vocales interpretadas por mujeres, pequeñas sugestiones con su sello característico que atrapan a la vez por la fuerza de su instrumentación y lo sugerente de las voces de Azure Ray ("Great escape"), Dianne McCaulley ("One of these mornings") o Sinéad O'Connor ("Harbour"). Por lo demás, los experimentos de Moby circulan entre las enajenaciones furibundas y los misticismos urbanos, y aunque considere "18" como su disco más cohesionado estilísticamente, multitud de estilos se funden con la electrónica: rock ("We are all made of stars"), gospel ("In this world", "In my heart"), pop urbano ("Signs of love"), jazz ("Another woman"), soul ("At least we tried"), hip hop ("Jam for the ladies"), chill out ("Fireworks"), downtempo ("Sleep alone"), ambient ("18") o música disco, si bien nos encontramos con un álbum más tranquilo en este sentido que sus antecesores, no sólo "Play" sino por ejemplo "Everything is wrong", otra de las interesantes obras de este músico, protagonista en esta época, además, de una vida convulsa y llena de excesos, de la que salió años más tarde.

El eje central de "18", dice Melville, gira alrededor de la tristeza, la alegría, la meditación y la esperanza. Un mundo de contrastes, como lo es la aparente interioridad de alguna de las canciones mencionadas (es especial las de vocalistas femeninas) con la extroversión de esencia disco y acabado retro que está presente en prácticamente todo el trabajo, un álbum imprescindible, que muestra un gran sentido del humor en sus video-clips, y que supone una mayoría de edad ("18") de este artista al que "Play" no parecía haber cambiado excesivamente ("vivo en el mismo apartamento, compro en el mismo supermercado, como en los mismos restaurantes y tengo los mismos amigos (...) La única diferencia es que ahora vuelo en business class y antes lo hacía en turista. ¡Ah! Y además hace cuatro años tenía más pelo"). La atemporalidad que de manera tan maravillosa se respiraba en "Play" encuentra aquí un nuevo acomodo, en otra entretenida demostración -con menos momentos sampleados- de que el estudio de grabación es un arma infalible para este heredero con espíritu de DJ de los Oldfield, Eno o Jarre.

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5.6.10

MICHAEL HEDGES:
"Aerial boundaries"

Palo Alto es una pequeña ciudad californiana de alto nivel de vida que, aparte de contar con oficinas de importantes compañías tecnológicas como Google, Facebook, Hewlett-Packard o Xerox, ha pasado a la historia por ser durante los 70 la ubicación del guitarrista Will Ackerman y, por consiguiente, lugar de fundación de la excelsa compañía discográfica Windham Hill Records. Años después de aquello, una tarde de comienzos de los 80 paseaba Ackerman por dicha localidad cuando al pasar por el Teatro Varsity fue requerido insistentemente por el propietario del mismo para que escuchara al músico que allí actuaba. Ante la insistencia de este conocedor del sello, la inicial reticencia fue vencida y Ackerman asistió sorprendido a la actuación de Michael Hedges: "Nunca había visto nada igual en toda mi vida. Literalmente saqué un boli y escribimos el contrato y lo firmamos allí mismo". Cuenta la leyenda que una servilleta de papel recogió ese contrato, y a buen seguro que si un guitarrista como Ackerman actuó tan instintivamente era porque ese tal Hedges iba a dar mucho que hablar. Dadas las características del sello, aunque fuera la casualidad la que unió los destinos de Will Ackerman y Michael Hedges, a buen seguro que ambos hubieran acabado por encontrarse tarde o temprano.

Así nació una carrera discográfica corta pero intensa, la que comenzó con un sencillo y maravilloso disco titulado "Breakfast in the field" que aventuraba unas capacidades monstruosas en el manejo de la guitarra acústica. Fue en 1984 cuando un segundo trabajo asentó definitivamente a Michael Hedges como ese guitarrista rompedor, influyente y posiblemente de mayor recorrido y posibilidades fuera del mundillo de esa mal llamada new age que preconizaba Windham Hill. Este disco que fue nominado al grammy y que es un pequeño clásico de la música de guitarra se tituló "Aerial boundaries", está dedicado al espíritu de Galileo (a la manera de utilizar los avances científicos en beneficio de la humanidad) y presentaba durante algo menos de 40 minutos nueve temas demostrativos de una escandalosa gama de técnicas como golpeos, hammer-on o tapping, en un deleite contínuo de efectos y un notable juego con los silencios, de tal modo que la música iba mucho más allá de la melodía, permitiendo ejecutar a la vez tema principal, ritmo y acompañamiento, y la guitarra parecía convertirse en parte mismo del guitarrista, un vehículo de expresión tan propio como sus mismas cuerdas vocales (que por cierto también utiliza Hedges en su discografía posterior a este "Aerial boundaries"). Aunque estudió guitarra clásica en Oklahoma y la acústica sea el instrumento por el que haya pasado a la historia, Hedges era un consumado multiinstrumentista, competente con piano, flauta o percusiones, así como con otro de sus instrumentos característicos en sus directos, la guitarra-arpa. Este ejemplar trabajo reune varios temas esenciales de su autor, de Windham Hill y de la guitarra acústica en general, en especial los muy difundidos y decididamente magistrales "Aerial boundaries" y "Rickover's dream", sin olvidar la sorprendente "Spare change", "The magic farmer" o "Ménage a trois", una composición más típica de Windham Hill en la que también ponen su granito de arena el bajo sin trastes de Michael Manring y la flauta de Mindy Rosenfeld. Manring, colaborador habitual y sobre todo amigo de Hedges, repite y abruma con su bajo en "After the goldrush", versión de la canción de un Neil Young que, junto a Joni Mitchell, Leo Kottke o compositores contemporáneos como Varese o Feldman, eran parte de las influencias de este músico experimental, vibrante, heterodoxo y en cierto modo desafiante. Sorprende conocer el dato de que excepto "Spare change" -con un cierto componente electrónico-, las tomas de guitarra del resto de las canciones están grabadas de una sola vez, sin overdubs o mezclas posteriores.

El 2 de diciembre de 1997, con poco más de 40 años, Michael Hedges falleció en un accidente de automóvil en California, engrandeciendo su leyenda y su recuerdo (su último álbum en vida, "Oracle", logró al año siguiente el premio grammy en la categoría New age). Michael Manring le calificaba como un ser humano extraordinario, incluso mejor como persona que como músico. Eso sí, como le sucedió a Will Ackerman, todo aquel que viera a Michael Hedges en directo no iba a olvidar fácilmente su ímpetu, seguridad y virtuosismo, en un estilo calificado como 'trash-acústico' que podía dejar con la boca abierta. Como dijo el propio Ackerman respecto a aquella tarde en Palo Alto en la que atrajo a Michael Hedges hacia Windham Hill: "Era como ver la guitarra siendo reinventada".

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