28.12.06

DAVID ANTONY CLARK:
"Before Africa"

Parece mentira que desde un país tan pequeño como Nueva Zelanda irrumpieran en los 90 con tanta fuerza y calidad en el mercado de las Nuevas Músicas artistas de la talla de Michael Atkinson, Philip Riley o David Antony Clark. La música de este último en concreto posee unas características que la hacen muy especial, un dinamismo y alegría únicos que consiguen que cada canción nos cuente algo, nos pinte imágenes muy realistas y nos descubra nuevos ritmos. La música de Clark surge de las entrañas de la propia Tierra y de la raigambre popular, cada uno de sus trabajos es una auténtica celebración, una exploración no sólo sonora sino también física de esos paisajes por los que ha viajado el aventurero David Antony Clark, pues en su juventud, emprendió una agitada vida de trotamundos en la que, durante diez años, visitó Europa, América, Asia y el Lejano Oriente, ganándose la vida de cientos de formas diferentes (camarero, clases de guitarra o de inglés, recogiendo fruta, tocando música, etc) y asimilando una multitud de conceptos e ideas que, poco después, fueron la base de su obra. Cuando tras el primerizo "Terra Inhabitata" grabó "Australia", el álbum con el que empezó su despegue, se encontró con una fiesta sensual en aquellos desiertos, un increíble paraíso de ruidos nocturnos por la noche, y un antiquísimo arte rupestre de día, allí las energías eran puras y aquel trabajo transmitía algo de aquella inmensa pureza. El siguiente paso fue la visita al continente africano, otro ámbito primitivo y majestuoso paisajística y faunísticamente hablando, hasta tal punto que David afirma haberse visto abrumado por aquella vastedad.

La inspiración concreta de este álbum publicado por White Cloud en 1996 se ubicó en centroáfrica, en Tanzania exactamente, en el que se han descubierto algunos de los asentamientos humanos más antiguos. En "Before Africa" este neozelandés se traslada también en el tiempo hasta una época primigenia del continente negro, y nos ofrece nueve espléndidas composiciones con lo que ya empezaba a ser su estilo característico, una bella sucesión de dulces melodías tremendamente pegadizas aderezadas por ritmos y voces indígenas, un cautivador sonido que ha sido denominado como neo-primal, que consiguió hacerse muy popular, y que en España también tuvo su hueco radiofónico, así como David Antony Clark sus ediciones propias en CD por medio del sello Resistencia. Aunque su música sea agradable y fácil de escuchar, no es este un músico acomodado, cada nuevo proyecto conlleva un estudio importante, por ejemplo en cuanto a Africa nos decía: "Leo mucho antes de comenzar mis proyectos musicales. Esta vez me sumergí en la literatura sobre África y sus orígenes tempranos, incluidos los trabajos de los antropólogos Richard Leakey y Donald Johanson. Fue a través de toda la lectura que desarrollé el panorama de imágenes primitivas para este álbum". Desde esa cálida bienvenida a la sabana que supone la alegre "A Land Before Eden" nos abordan las tonadas basadas en los vientos o percusiones que parecen tan antiguas como la Madre Tierra (algunas de ellas a cargo de otro importante artista del sello White Cloud, Philip Riley), combinadas con teclados en preciosos desarrollos dinámicos como en "The Stone Children" (cuya juguetona percusión te persigue hasta mucho después de concluir la pieza), "Flamingo Lake" o la completa y más difundida "Rainmakers", hermosa y acompasada tonada en la que primero nos recibe una auténtica percusión de palos y posteriormente nos acecha una tormenta, como en una impronta de la vida natural indígena. Mientras tanto, en otras composiciones, como "Ancestral Voices" -con sus suaves notas de ocarina-, "Inmortal Forces" o "The Inner Hunt", se deja entrever una carga más puramente ambiental. Las ocarinas son interpretadas por Max Guhl y Stephan Clark, la batería étnica adicional por el zaireño Sam Manzanza, otras percusiones por Philip Riley, y David Antony toca sintetizadores y se encarga de los samplers, intentando en todo momento conjugar la modernidad con lo primitivo: "El enfoque de mi trabajo es un poco idiosincrásico. Creo que para este tipo de música, si el sonido es demasiado perfecto, como un verdadero tambor, entonces no es tan convincente, tan creíble. Entonces me gusta crear sonidos orgánicos que se ajusten a las imágenes. Sobre todo, utilizo muestreadores, porque me gusta usar sonidos reales, instrumentos étnicos, como el didgeridoo, y sonidos de animales como las ranas y los pájaros". Ante todo se nota que David Antony Clark es un músico comprometido, enamorado de los paisajes vírgenes, y que rinde tributo con su música a los antepasados de la humanidad, unas culturas indígenas de las que admira, literalmente, su valentía, ingenio y voluntad de supervivencia, y que han dejado sus huellas en forma de reliquias, monumentos o leyendas. Según él, todos les llevamos en nuestro interior.

Ritmos pegadizos, atmósferas memorables, ecos de un pasado remoto en los albores del hombre, se conjugan en este trabajo encantador y fácilmente audible de David Antony Clark. Sus palabras de unos años atrás sobre el continente australiano también pueden trasladarse a este trabajo africano, como si la inspiración primitiva fuera cosa de un sólo continente, Pangea: "la esterilidad, la sequedad del paisaje, los gigantescos montículos de termitas, como extrañas estructuras arquitectónicas en el paisaje. Pero lo más abrumador fue la edad, casi se podía oler la edad. La tierra está tan gastada, tan antigua. Y hay una cantidad increíble de vida salvaje, tan densa. Por la noche, el ruido era increíble, desde grillos, pájaros nocturnos, ranas y criaturas en las zonas pantanosas. Es como una fiesta sensual, casi un asalto a los sentidos". La vitalidad de su música no tiene fronteras, estamos ante un artista que disfruta con lo que hace, y lo que es mejor, hace disfrutar a sus seguidores. David Antony se define como un nuevo tipo de explorador, "que vaga por continentes, escuchando los ecos de los ritmos ancestrales, y luego vierte estas reliquias en su crisol musical y agita suavemente nuestras almas"; un tanto pretencioso, pero bien es cierto que sus rítmicos latidos primigenios tienen capacidades asombrosas para agitar los recovecos más ocultos del ser humano.



17.12.06

THIERRY FERVANT:
"Legends of Avalon"

Aunque tuvo su momento de cierta relevancia en las Nuevas Músicas de la década de los ochenta, actualmente pocos se acuerdan de Thierry Fervant. Es más, no era fácil acceder a muchos datos sobre su vida en aquella época en la que sonaron sus discos, y en la actualidad, tras conocer su dedicación a los derechos de autor de los músicos en la empresa SUISA, de la que fue vicepresidente de 1991 a 2007, descubrimos con pesar su fallecimiento en 2012. Este teclista suizo nacido en 1945 con el nombre de Thierry Mauley contemplaba desde su estudio (Maunoir) la belleza del lago Léman, en la preciosa ciudad de Ginebra. Allí compuso sus trabajos de elegante y melódica música electrónica, entre los cuales alcanzó una cierta relevancia "Legends of Avalon", una obra inspirada en la siempre seductora mitología artúrica, que editó en 1988 en su propio sello, Quartz Music, que ya había dado a conocer en formato CD tres atractivas obras, "Univers", "Seasons of Life" y "Blue Planet", algunas de ellos portadoras de un sonido que parecía deudor de teclistas consagrados como Vangelis o Jarre, aunque con inclusiones de instrumentos acústicos. En "Legends of Avalon" la aportación extra la realizaba una orquesta de cuerda, si bien el trabajo seguía siendo dominado por los teclados más tradicionales y sonidos sampleados, grabados y mezclados por Fervant y su fiel Chris 'Snoopy' Penycate.

La mitología nos cuenta que Avalon era un mundo paradisiaco, sin clases sociales, difícil de encontrar porque su entrada era invisible, una isla maravillosa gobernada por nueve hermanas con poderes mágicos. Es a esta isla donde Morgana transporta al Rey Arturo tras ser mortalmente herido por su hijo, Mordred, en la batalla de Camlan, y es aquí donde comienza, con un teclado melancólico que parece sonar a flautas andinas ("Avalon"), el viaje de Thierry Fervant por estas leyendas medievales, que continúa con los efectos cristalinos de "Ynis Gutrin (Isle of Glass)" (la isla de los muertos en la mitología irlandesa), pieza ambiental brumosa y sugerente que comunica una extraña belleza. "Merlin the Magician" representa el comienzo de la parte mas popular y acogedora del trabajo, es de hecho un tema cálido y ameno, de los más radiados de un álbum que combina temas más intimistas y delicados (la mencionada "Ynis Gutrin", "The Lady of the Lake" -que reverencia con un suave tratamiento vocal a la conocida dama del lago-, o paisajes misteriosos como "Broceliande Forest" o la acertada "Vale of No Return" -evocadora de viejas historias en un entorno atmosférico, de difícil ubicación pero que a la temática de la obra le sienta fenomenal-) con otros más esplendorosos aunque no tan rítmicos como en trabajos anteriores ("Sacred Wells" -misteriosas fuentes de agua mágica-, que posee una gran fuerza aventurera, un tono épico en sus notas repetitivas, la potente y de fácil radiodifusión "Beltane Fire" -antiguos fuegos celtas prendidos cada primero de mayo- o "The Crescent Moon" -la luna creciente, inspiradora de tantas leyendas y, cómo no, músicas-, otra de las composiciones destacadas, por su agradable melodía burlona con efluvios maravillosos). Queda lugar, cómo no, para la famosa tabla redonda ("Round Table") y para el no menos famoso Rey Arturo ("King Arthur's Dream", una despedida alegre y con un toque emotivo), pero también para la magia, esa hechicería que poseía dos caras y cuyo misterio queda reflejado en dos de las mejores canciones del trabajo, "Morgan le Fay", lenta, sensual y embrujadora, y la comentada "Merlin le Magician" (que cuenta con un curioso videoclip oficial que la fusiona con la anterior), la más conocida en España merced a su inclusión en recopilaciones como "Música para desaparecer dentro". La bonita pintura aerografiada de la portada es una obra de Guy Gindre, artista que ya había colaborado con Fervant en la edición de Quartz Music para "Seasons of Life". 

En "Legends of Avalon" Fervant suena a Fervant, se trata este de su trabajo más personal y completo, sin excesivas referencias que enturbien su autenticidad y sus buenas prácticas instrumentales. La temática artúrica es además muy inspiradora y evocadora, y está bien encauzada y resuelta con fantasía, ecos legendarios que son recreados armoniosamente, sin necesidad de recurrir a clichés del mundo celta. La sencillez de la propuesta estilística y puesta en escena del teclista suizo iba en consonancia con su espíritu ecologista, el mismo que también se dejaba respirar en este bonito y recomendable trabajo, la última obra importante de un músico sencillo, sin pretensiones de alcanzar la fama de otros de sus coetáneos, un ente misterioso cuya memoria aflora de vez en cuando en los reproductores de ciertos melómanos y aficionados a la electrónica, que pueden imaginárselo cómodamente sentado en la tabla redonda, o viajando por las brumas de Avalon.







7.12.06

ADIEMUS:
"Songs of Sanctuary"

Entre la neoclásica y la world music, entre la música vocal y la de cámara, entre la incertidumbre y la sorpresa, así llegó el grupo Adiemus al gran público en 1995, por medio de "Songs of Sanctuary", un trabajo inaudito de fantasiosa portada azulada (cambió ligeramente en la edición de los 75 años de su autor, si bien mantuvo los colores) publicado por Virgin Records en una nueva demostración de buen ojo y oportunismo de la compañía británica. El santuario al que hacía referencia el título de la obra era interior, un refugio privado al que poder escapar que estaba dentro de cada oyente, de cada degustador de la magia desprendida por las notas de este disco, un proyecto muy especial que dada su calidad y repercusión internacional ha tenido continuidad durante cerca de una década por medio de cinco populares entregas, un álbum en directo y varias recopilaciones, amén de alguna adaptación especial bien entrado el siglo XXI ("Adiemus Colores", virando hacia la música latina, o "Symphonic Adiemus", para coro y orquesta). Al frente de este grupo ficticio, de esta espléndida chispa de creatividad auténtica y natural que se llamaba Adiemus, estaba un galés ejemplar, caballero de la Orden del Imperio Británico, de nombre Karl William Jenkins.

Como base de este trabajo, Sir Karl Jenkins elaboró una pieza de música orquestal y coral pero con elementos étnicos, cantada pero sin letra definida, en un lenguaje inventado particular del que importaba más la modulación que el sentido, al efecto de utilizarlo como un sonido más, recurso que si bien de ningún modo era exclusivo de Jenkins, este utilizó de manera impoluta. De hecho, muchas de las canciones de Adiemus serían también bellísimos ejemplos de instrumentalidad al sustituir esas voces por violines o instrumentos clásicos ejecutando el tema solista, lo que realmente ocurrió en parte un año después en el álbum "Diamond Music", firmado esta vez con el nombre del autor, Karl Jenkins. Sin embargo la historia de Adiemus no fue tan fácil como parece: Jenkins, que tenía experiencia y éxito en el mundo de la música para spots publicitarios (hemos podido escuchar sus jingles para Levis, Pepsi, Volvo o Renault entre otras muchas marcas de primera fila), recibió el encargo de la compañía aérea estadounidense Delta Air Lines, para la cual creó una melodía atrayente y poderosa con gran carga multivocal que, al tratarse de la compañía estadounidense más importante en vuelos transatlánticos, llegó a un buen número de países; el efecto que produjo en miles de oyentes lograron el milagro de que la música de ese anuncio que combinaba con excelente gusto la majestuosidad de los aviones con la de simpáticos delfines, fuera aclamada y solicitada. A partir de ahí, Karl Jenkins se dio cuenta de que su idea se había convertido en una entidad que podía inspirar a mucha gente diferente, por lo menos así lo reconocía y enseguida se planteaba la extensión vocal celta, árabe, africana y oriental. "Una de las cosas que me ha excitado ha sido cómo mi idea inicial de Adiemus como un proyecto de grabación se ha desarrollado en una experiencia viva", decía Jenkins al respecto de este "Songs of Sanctuary", sobre el cual no hay que dejar de citar otros tres nombres implicados en el proyecto: la London Philharmonic (a la que se unen ciertos instrumentos étnicos o tradicionales, como la quena -flauta de los Andes, interpretada por Mike Taylor en el comercial y por Pamela Thorby en el álbum-), Mike Ratledge (ex-compañero de Jenkins en Soft Machine, cuya importancia en este álbum -también como coproductor- ha de ser reconocida) en las percusiones programadas, y la vocalista del proyecto, o debería decirse la multi-vocalista, ya que el efecto multivocal que tanto popularizara Enya está presente en el trabajo a través de Miriam Stockley, con la que Jenkins y Ratledge habían trabajado anteriormente en su compañía de música para spots publicitarios. Ella fue uno de los pilares de la grabación al encargarse de llevar todo el peso vocal de la misma (aunque ella misma sugirió la ayuda de Mary Carewe para los momentos más estridentes, y de Bob Saker para las voces bajas, si bien apenas se distingue en la grabación). En las notas interiores del disco se destaca el hecho de esta indispensabilidad, no sólo por la belleza de su voz, sino también por su variedad, control y perfecta entonación, adecuándose perfectamente a los matices centroeuropeo, celta e incluso africano requeridos, todo ello en un contexto cercano a lo religioso. Este ambiente eclesiástico propuesto se combina con un tratamiento vocal con elementos étnicos y de gospel, y un envolvente rítmico que viaja de Europa a África con asombrosa naturalidad. Gracias a sus buenas ideas guardadas, que utilizó para conseguir que la grabación del álbum no se eternizara, Jenkins elaboró un álbum recordado, en el que todas las circunstancias fueron rodadas para que las piezas encajaran perfectamente, el proyecto estaba como bendecido: la pieza más conocida, "Adiemus", es un asombroso himno multicultural que resume la maravilla de esa fusión, y como protagonista del spot de Delta Air Lines llevó a "Songs of Sanctuary" a los primeros puestos de las listas de clásica, músicas del mundo y new age, dado lo difícil de su clasificación y los elementos implicados en la grabación, especialmente el evocador solo de quena, aparte del efecto multivocal. Evidentemente, Karl Jenkins no sólo depende de las voces para expresarse, y lo demuestra gratamente en momentos como el comienzo de "Tintinnabulum", con la flauta dulce y las eficaces percusiones de Frank Ricotti. "Cantus Inaequalis" presenta una belleza danzarina del norte de Europa con base gospel, y "Cantus Insolitus" es un delicado paseo de Stockley con la orquesta que recuerda a una bonita nana. También habría que comentar la africanidad de "Cantus Iteratus", el recogimiento casi monacal de "Amate adea" y esa corta pero eficaz culminación de título "Hymn", aunque en el interior de este trabajo en el que cualquier muestra sería un auténtico éxito, otros dos temas son indispensables, por su composición e interpretación: la animada "In Caelum Fero" y "Kayama", dos cortes de asombrosa magia y poderosa dulzura, caracterizados por ese efecto multivocal, coral y tribal tan conseguido, difícil de definir: "Me he resistido a la clasificación toda mi vida, y nunca he tenido problemas para escuchar y apreciar música de diferentes estilos, así que mi música intenta sintetizarlos". 

Efectivamente, la energía que desprende Adiemus va más allá de clasificaciones, pero en su fusión de influencias consiguió confundir a muchos en el negocio de la música, e inspirar a otros para seguir caminos paralelos. La confusión fue mayor al proponer la discográfica que Adiemus fuera un proyecto envuelto en misterio sin promoción ni reconocimiento, inicialmente, acerca de las personas involucradas en la música. En cuanto a "Songs of Sanctuary", ese mismo año 1995 contó con varias ediciones con portadas diferentes en Japón, Benelux y Francia (cuyas portadas estaban protagonizadas por los mismos delfines que aparecían en el spot original de Delta Air Lines), así como ligeros añadidos en el listado de temas, con 'radio edits' de "Tintinnabulum" o "Kayama", o la 'Full Version' de "Adiemus". Ese fue precisamente el primer sencillo del álbum, seguido por  "Kayama" (estos dos primeros contaron además con su correspondiente y vistoso videoclip) y "Tintinnabulum", todos ellos en ediciones diferentes, acompañados de otras canciones del disco como "Hymn" o "Cantus Iteratus", pero con la nefasta característica de incluir, especialmente en Alemania, diversas versiones remix, en particular de "Adiemus" y "Kayama". Eso sí, donde fuera que se escuchara o se encontrara la versión original de este disco, dejaba sin ninguna duda una marca de calidad, la de un concepto que cambió completamente la vida de un galés llamado Karl Jenkins, una música extraordinaria que se ha desarrollado a lo largo de varias décadas y que tomó vida en este prodigioso "Songs of Sanctuary".

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3.12.06

MOBY:
"Play"

Moby da la impresión de ser un tío del montón, en apariencia frágil, vulnerable, incluso retraído. Detrás de esa fachada, sin embargo, se esconde uno de los grandes genios de la música de cambio de siglo, un artista rompedor y ecléctico que supo crear su propio, inconfundible y ultraproducido sonido. Tras sus primeras grabaciones destinados a las pistas de baile, en la mayoría de sus discos (hay excepciones, como la salida de tono de "Animal rights") supo dar en la diana con su sello particular, combinando un lúcido piano con sonidos bizarros, tecnología punta con samplers antiguos, teclados delicados con guitarras agresivas... y paso a paso este neoyorquino que comenzó a los 8 años a tocar la guitarra, perteneció a grupos punk y rock, ascendió y descendió en un peligroso oleaje de adicciones al alcohol, sexo y drogas, y fue un valorado DJ, consiguió construirse un nombre y una merecida fama en la música moderna.

Que su verdadero nombre sea Richard Melville Hall quizás sea un dato de escaso interés, que su nombre artístico provenga de la (posible) descendencia del autor de 'Moby Dick', Herman Melville, posiblemente también, incluso los cotilleos sobre sus romances y amistades que cuenta en los dos volúmenes de su autobiografía deberían dejarse de lado para centrarnos en su música. A muchos "Play" les pilló totalmente en fuera de juego, y aquellos "Go" (con el sampler de "Twin peaks" de Angelo Badalamenti), "James Bond theme", "Everything is wrong" o la impresionante "God moving over the face of the waters" pasaron de soslayo para gran parte del público -salvo adictos a las 'raves', tecnófilos aventajados y amantes avispados de las bandas sonoras-, que descubrió masivamente a Moby cuando Mute publicó "Play" en 1999, un disco que él mismo definía así: "Con ese trabajo presenté todos los estilos y sonidos en los que estuve involucrado hasta entonces de una forma salvajemente ecléctica". Efectivamente, todas y cada una de sus dieciocho canciones son ya auténticos himnos urbanos contenidos en el disco posiblemente más innovador de los albores del siglo XXI, por su combinación de estilos y de épocas. Dance, ambient, tecno, hip-hop, rock, pop... todo tiene cabida en esta coctelera, y posiblemente lo que más llame la atención sea la utilización de samplers de voces afroamericanas, cuyo origen está en la colección de CD's “Sounds of the South”, un compendio de grabaciones de gospel y a-cappella de la primera mitad del siglo XX recogidas por Alan Lomax. Moby cuenta de "Play", de hecho, que los únicos que colaboran en el disco son gente que lleva muerta más de 50 años. Este recurso no es exclusivo de este artista, pero la forma en que nos presenta el resultado sí que lo es, un sello característico y tremendamente adictivo en el que se reúnen los estilos antes mencionados bajo la última tecnología y la experiencia de DJ en los clubes de New York. Todo comienza con "Honey", donde la voz seleccionada de esas grabaciones antiguas (en este caso es la de Bessie Jones cantando "Sometimes") destaca sobre la propia música, o de hecho esa voz es el instrumento principal. Repetitiva y urbana, teclados y guitarras se agolpan logrando un comienzo que asegura la continuidad de la audición. Todas las canciones del álbum -y digo todas- han sido utilizadas en diversos anuncios y películas, siendo "Play" un disco récord en este sentido. "Find my baby" es una de las canciones principales, una joya de la música moderna, un destello de genialidad entre la mediocridad de creaciones para las pistas de baile. A continuación, las cortinillas de TVE (y la conocida película 'La playa') se nos vienen a la mente al escuchar "Porcelain", tal vez la maravilla del disco, otra deliciosa demostración en la cual new age, chill out, ambient y otros desgastados epítetos se dan la mano en un alarde de capacidad, y donde los teclados tan característicos acompañan a la voz del propio Moby, una voz que se deja escuchar también en otras canciones del álbum ("South side", con una fabulosa y atrevida guitarra, o en una especie de segunda parte del disco, quizás menos completa, atrevida y eclécticamente hermosa que la primera mitad). "Why does my heart feel so bad?" es otra de las composiciones destacadas y conocidas, construida sobre el piano, con mantos de sintetizador, la fuerte carga rítmica acostumbrada y sobre todo las voces sampleadas del Shining light gospel choir, que demuestran definitivamente que Moby es un maestro del estudio de grabación. No se puede acabar sin destacar "Natural blues", otra de esas canciones utilizada sin piedad en multitud de recopilatorios de chill out, y "Bodyrock", un reflejo del caotismo neoyorkino en la que no falta de nada, un ritmo dance, una voz hip-hop sampleada, una guitarra rock, en definitiva la culminación de las pretensiones estilísticas de Richard Melville.

Involucrado política y ecológicamente, la mentalidad cristiana de Moby no parece coincidir con el soterrado paganismo de estos tipos de música, ni con ciertas conductas cercanas a la depravación de un autor que no se corta en incluir historias sonrojantes en su biografía. Sin embargo, lejos de toda creencia y condición, se puede asegurar que "Play" es un disco que no deja indiferente a nadie. La música electrónica de baile siempre estuvo entre los intereses de Richard Melville Hall, aunque en "Play" hay más que eso, hay pop, soul, ambient y un punto clásico, en un avanzado ejercicio de sofisticación que no pasó desapercibido para un público al que años atrás pensó que no iba a existir ("jamás pensé que haría música que podría ser escuchada por alguien", dijo). Y a pesar de su evidente carácter innovador, su escucha es tan estimulante como accesible. Este trabajo es un desafío al oído, su título es una invitación a investigar, pulsa el play y verás.















2.12.06

VARIOS ARTISTAS:
"Polar Shift"

Al hablar de Nuevas Músicas nos vienen a la cabeza en primer lugar compañías emblemáticas como Windham Hill o Narada Recordings, si bien no podemos olvidarnos de otras de presupuesto y distribución algo inferior, como por ejemplo Private Music, por la calidad y atrevimiento de sus intérpretes, presididos y en ocasiones producidos por el ex-Tangerine Dream Peter Baumann. En su catálogo tampoco faltaban interesantes recopilaciones, en ocasiones tan especiales como "Polar Shift", álbum publicado en 1991 en beneficio de ese continente tan lejano para nosotros y para casi todo el mundo, llamado Antártida ('Salvemos la Antártida', exhortaba una pegatina en su portada), que unía a grandes artistas de la new age como Vangelis, Spheeris & Voudouris, Suzanne Ciani, Yanni, Enya, Kitaro, Constance Demby, etc... Todos ellos participaron desinteresadamente con la causa promovida en este disco por el EarthSea Institute, una organización no lucrativa creada por Terence Yallop en 1989 para promover conocimiento ambiental global y apoyar a las organizaciones implicadas en la protección y preservación de nuestros recursos medioambientales. Tal cúmulo de nombres de calidad implicados en el disco consiguieron que su interés quedara fuera de toda duda a pesar de no contar con composiciones exclusivas para el mismo.

No deja de ser curioso que solamente tres de los doce artistas que aparecen en este trabajo pertenecieran a la nómina de Private Music (Yanni, Suzanne Ciani y John Tesh), por lo cual es de suponer que fuera la mano de Terence Yallop, promotor de eventos y artistas new age como Kitaro, Yanni o Andreas Vollenweider en los años 80, la que logró la colaboración de otros grandes músicos para la causa. Al accionar el play nos encontramos con un inicio inmenso, totalmente adecuado al propósito del disco al tratarse del conocido "Theme from Antarctica" de Vangelis, un tema enorme con comienzo, melodía, ejecución y culminación perfectas, y de evidente inspiración blanca. Enseguida llega Yanni, algo más limitado, en un estilo más sencillo y a su manera efectivo, más en "Song for Antarctica", directa y evocadora, que en "Secret Vows". Otro gran acierto de la compilación es el tema de Chris Spheeris y Paul Voudouris "Pura vida", una animada celebración perteneciente a su glorioso disco "Enchantment", una canción soberbia de un álbum especial, pero hay que destacar especialmente que el segundo corte de Spheeris incluido en la recopilación, "Field of Tears" (contenido originalmente en su álbum "Desires of the Heart") es sencillamente majestuoso, uno de esos chispazos de genialidad admirables en su sencillez, con su justa duración y tratamiento instrumental. No hay que olvidar a todos los nombres que aportaron su granito de arena y sus bellas canciones, como el pianista Jim Chappell, el que fuera guitarrista de Yes
 Steve Howe, Constance Demby, Paul Sutin o el popular presentador y músico John Tesh, pero es necesario destacar otras tres grandes composiciones, un "Watermark" de la archiconocida Enya que dibuja líneas majestuosas de piano sobre los paisajes helados, "Anthem", una de las mejores y más conocidas y melódicas canciones de la sintesista Suzanne Ciani, y como cierre, el japonés Kitaro y su fenomenal "Light of the Spirit", que culmina este trabajo casi tan majestuosamente como había empezado. Así, de Vangelis a Kitaro, se nos ofrece una música deliciosa y sensible para un continente vulnerable e inexplorado, vital para comprender los cambios climáticos y para garantizar la supervivencia de la vida futura en la Tierra.

El EarthSea Institute ha seguido apoyando causas como ésta a través de otros discos como "Cousteau's Dream" (donde también colaboraba Vangelis junto a Yanni, Kitaro, Richard Burmer, Tim Wheater o Michael Hoppé) o colecciones especiales editadas por Real Music, el sello fundado por Terence Yallop que incluye en su catálogo a artistas como Jim Chappell -que también aparece en "Polar shift"-, Nicholas Gunn, Hilary Stagg o Gandalf, cuando este ex-golfista británico comprobó que podía hacer negocio en los Estados Unidos con otra de sus pasiones, la música instrumental. La interesante historia de Yallop, su tienda de comida sana Real Food y de cómo llegó casi a facturar más a través de los discos que sonaban de fondo que de la propia comida, es capítulo aparte en esta historia, así como el declive de Private Music después de ser vendida por Peter Baumann y perder toda esa maravillosa imagen de marca que poseía. Volviendo a "Polar Shift" y para concluir, es preciso señalar que el espíritu de Jacques Cousteau está presente en esta eficaz recopilación, eficaz porque además de calidad consiguió algo de dinero para la causa antártica.

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