29.3.08

DEAD CAN DANCE:
"Into the labyrinth"

Con extrema convicción afirmaba Brendan Perry, hace de ello bastantes años, que las canciones de Dead Can Dance son como sueños que fluyen. A veces toman la forma de descansos placenteros, en otras ocasiones de pesadillas salidas de los cuadros de El Bosco, y en este caso que nos ocupa son caminos placenteros que conectan las leyendas griegas con la poesía irlandesa. Lejos de todo y cerca de nada, ajenos a modas o cifras de nuestro mundo insomne, en el paraíso de sueños de este inclasificable dúo destaca siempre una cuidada y surrealista iconografía, por lo general en tonos sombríos, que es lo que nos recibe en las portadas de muchos de sus discos: desde la máscara ritual de Papúa (con la que expresaban en su primer trabajo la esencia del grupo, lo animado a partir de lo inanimado) hasta la genial e impactante instantánea del fotógrafo marroquí Touhami Ennadre que nos recibe en "Into the labyrinth", el completo trabajo que les abrió definitivamente la puerta del merecido reconocimiento mundial.

Posiblemente el éxito de esta banda tan inusual se deba al desencasillamiento de la envoltura convencional de pop y rock, adaptando, dentro de un corsé esencialmente vocal y una estética gótica (no en vano el sello inglés que les acogió al emigrar de Australia fue el oscuro 4AD), una fusión de estilos metida de lleno en un viaje por las culturas de medio mundo, enriqueciendo notablemente una propuesta única y -aunque muchos lo hayan intentado- dificilmente igualable. Por si fuera poco, el complemento entre los dos miembros del grupo, Lisa Gerrard y Brendan Perry, era semejante a un puzzle en el que la imagen resultante es de una atemporal fantasmalidad. Y fue así a pesar de que en 1993, año de la publicación de "Into the labyrinth", hacía ya tiempo que estos dos personajes grababan por separado tras comprender que la libertad creativa entre ellos era esencial para nutrir de contrastes su obra (y merced además a unos pareceres diferentes respecto al camino a seguir por el grupo). En sus investigaciones separadas, Brendan se imbuye de poesía irlandesa mientras Lisa lo hace del folclore, y el detalle perfecto, la melodía atrayente, la percusión adecuada, son elementos comunes que acaban de encontrar cuando se reunen para grabar en la vieja iglesia de Quivvy, propiedad de Brendan en Irlanda. De hecho, en esta nueva reunión, iban a interpretar ellos mismos por vez primera todos los instrumentos del álbum. Escuchar trabajos como "Into the labyrinth" es una introducción en un mundo propio pero a la vez en una universalidad, "Yulunga (Spirit dance)" es el primer contacto con esa tribalidad tan característica del grupo (de hecho, es un término aborigen australiano), y evidencia al menos dos cosas: la importancia y calidad de las percusiones en una producción de lujo, y que la voz de Lisa ha evolucionado hasta alcanzar una plenitud que ella misma no puede definir sino comparándola con la grandeza de un poema perfecto, cantando -como confiesa en el video-álbum "Towards the whitin"- sin que un lenguaje le atrape, más bien creando ella misma el lenguaje que se adapta a su voz, usándola como un instrumento más. Lo hace a capella en "The wind that shakes the barley", de manera misteriosa en "Towards the within" o imitando las sonoridades vocales de la europa del este en "Saldek" o incluso más orientales en "The spider's stratagem", para despedir su gran actuación con "Emmeleia" (la danza griega de la tragedia), otra pequeña delicia a capella a dúo con Perry. Sin embargo hay que admitir que, en el conjunto del álbum, las apariciones de Brendan Perry parecen ir un poco más allá que las de Lisa, ya que sus cuatro canciones son de lo mejor del mismo: "The carnival is over", "Tell me about the forest (You once called home)" y en especial "The ubiquitous Mr. Lovegrove" (un lamento por el amor perdido y la inminencia de la muerte) y "How fortunate the man with none" (musicación de un poema del dramaturgo alemán Bertol Brecht dotado de una espectacular solemnidad). Usados de manera inteligente, los fondos electrónicos no trasgreden el espíritu ancestral (tribal, medieval, bárdico...) de la genuina esencia de Dead Can Dance, esa donde los muertos pueden bailar. "Into the labyrinth" recogía en su edición de vinilo dos cortes más que ya habían sido recogidos en el recopilatorio "A passage in time", unos "Bird" y "Spirit" que no aportaban nada especial al conjunto. Curiosamente, este mismo año 1993 apareció un CDsingle que, con el diseño gráfico que caracteriza este trabajo, recogía una canción antigua, del álbum "The serpent's egg": "The host of Seraphim" es ese glorioso tema, revitalizado por su inclusión en la banda sonora de la película "Baraka", que contaba con "Yulunga" como acompañamiento. Como segundo y tercer sencillo del álbum, "The ubiquitous Mr. Lovegrove" y "The carnival is over". En 2016 una nueva portada (algo estrictamente innecesario, dada la enorme belleza de la original) ilustró una nueva edición del álbum.

Decía Lisa que el silencio era la esencia de su música. Durante muchos años (hasta la segunda década del siglo XXI) ese silencio parecía definitivo, provocando que sólo los respectivos trabajos en solitario de Lisa Gerrard y Brendan Perry (numerosos los de aquella, escasos los de éste), saciaran parcialmente el interés de sus numerosos seguidores, ya que la calidad de esa unión alquímica entre ambos es dificilmente repetible, una sensación mágica, posiblemente una simple ilusión que, al menos por unos instantes, enmascara la cotidianeidad, la alienación a la que estamos sometidos. Aunque sea dentro de esa bola de cristal, muchos kilómetros más allá de cualquier frontera, tenemos esta válvula de escape llamada Dead Can Dance a la que acudimos sin remedio, como en un viaje imaginario, cada poco tiempo.

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23.3.08

RUBAJA & HERNÁNDEZ:
"High plateaux"


Un argentino y un mexicano que se unen para ofrecer su música en los Estados Unidos no pueden menos que plasmar en ella parte de sus raíces y actuar como emisarios y renovadores del rico folclore que portan en la sangre. Las corrientes más populares de la música en norteamérica ya habían sido aderezadas con elementos lejanos, no sólo hispanos (Carlos Santana) sino también orientales (los Beatles, al emplear el sitar en sus discos, abrieron el camino a Ravi Shankar), africanos (con Miriam Makeba como abanderada), jamaicanos (el reggae, encabezado en popularidad por Bob Marley), y por supuesto europeos, esencialmente celtas que, como la esencia africana, llevaban tiempo instalados en los Estados Unidos. La música instrumental avanzada de los grandes sellos norteamericanos también estaba dando grandes pasos hacia la fusión y la multiculturalidad, así que Windham Hill apostó por estos dos teclistas hispanoparlantes, el mexicano César Hernández y el argentino Bernardo Rubaja, que publicaron en 1987 un único disco juntos, "High plateaux", desapareciendo desde entonces el primero y manteniéndose durante unos años más Rubaja en el panorama musical norteamericano gracias a otra mítica compañía, Narada Productions.

El acercamiento a los sonidos sudamericanos en este excitante trabajo se intenta básicamente a través de instrumentos tan característicos como la flauta de pan (o zampoña), el bandoneón (pariente del acordeón, que le otorga al tango su 'alma') y el charango (una guitarra de los Andes de cinco pares de cuerdas que en este álbum toca uno de sus más célebres intérpretes, Gustavo Santaolalla). Son esas maravillosas zampoñas las que animan el comienzo del disco junto a una mayor instrumentación y un ritmo muy sudamericano en la bella "Puerta del sol (Gate of sun)", inaugurando diez títulos de los que cuatro son en español con la traducción inglesa. Otra característica destacada del disco es la producción de lujo de Mark Isham (al que Bernardo había conocido en el programa Film Scoring de la universidad de Los Angeles), que además enriquece el álbum con sus trompeta, fliscornio y saxo soprano, creando una serie de ambientes de inequívoca procedencia, por ejemplo en "Mar (The sea)" (aunque todas las composiciones se acrediten como compuestas por Rubaja y Hernández, este corte es muy de Isham, un buen ambiente con un buen bajo) o "Reflective colors" (muy reposada, sería un claro ejemplo de smooth jazz con el aporte del saxo, que aquí no se deja escuchar). Aparte de "Puerta del sol (Gate of sun)", otras dos son las canciones más destacadas, "Indian woman" (posiblemente el tema estrella, con melodía épica, dosis étnica -especial contribución del charango-, gran percusión y saxo bien añadido) y "Oro blanco (White gold)". De hecho, los dos teclistas buscan y encuentran marcados motivos de fondo, lineas de teclado que van y vienen, sobre las que se elaboran las melodías principales; "Forest" es el primer ejemplo en el disco, si bien también lo podemos encontrar en "Icebird" (el tema donde mejor se escucha el arpa de Stephanie Bennett), aunque el mejor ejemplo sea el del citado "Oro blanco (White gold)", con su marcada y adictiva melodía andina enclavada en un contexto avanzado y bien producido. "High plateaux" es una acertada fusión de jazz y folclore con elementos electrónicos y ambientales, donde no podía faltar el tango, por medio de un bandoneón no acreditado que se deja escuchar especialmente en el corte final, el íntim y evocador cierre titulado "Child's dream", así como en un ameno intento de bossa nova, "Días felices (Happy days)", con su fondo alegre, juguetón, el fliscornio de Isham y la voz de Zelinda Rosellini. Por último, "Pampa" es una tonada de flauta de pan (interpretada e este tema, junto al bajo, por Eduardo Márquez) en la que lo más interesante es un notable y breve enfoque fílmico a mitad de la pieza. No hay que dejar de mencionar, además, que en esta reunión de músicos del continente americano también podemos encontrar muy buenas percusiones, a cargo del peruano Alex Acuña -ex Weather Report- y del brasileño Laudir de Oliveira, miembro del grupo Chicago. 

Lejos de comparaciones y presupuestos, hay que destacar la interesante calidad del sonido de este trabajo, si bien a veces es más efectista que efectivo y no llega a ser especialmente original a pesar de tratarse de la fusión de elementos iberoamericanos con programaciones en un marco occidental, y con esa interesante producción del trompetista Mark Isham. Sin embargo hay una clara intención y firme resolución en la mano de estos dos músicos, que consiguieron su hueco en la nómina de Windham Hill abriendo camino a otras fusiones -unas con éxito y otras no tanto-, al contacto con otros elementos de una World Music que empezaba a contar para músicos y productores. "High plateaux" fue una apuesta interesante, y aunque haya perdido parte de la fuerza que seguramente tuvo en los 80, permanece (fuera de catálogo, eso sí) como una interesante propuesta de una compañía inteligente, Windham Hill.



18.3.08

LUIS PANIAGUA:
"La bolsa o la vida"

Luis Paniagua es el mas joven portador de un apellido no sólo inequívocamente castellano sino además eminentemente musical. De hecho se trata de una ilustre referencia en el mundo de la música antigua, gracias a la labor de su hermano mayor, Gregorio, al frente del grupo Atrium Musicae, del que Luis y varios de sus nueve hermanos formaron parte durante diez años. Su interés prioritario se centró enseguida en otras culturas más espirituales, en concreto la de la India, donde estudió sitar durante seis meses con el maestro T. N. Nagar en Benarés, lugar de nacimiento de Ravi Shankar. Paniagua fusiona desde entonces elementos de oriente y occidente (clarificador es el título de su único trabajo con el grupo Babia, "Oriente-Occidente") y rememora su aprendizaje a través del sitar y otros instrumentos -especialmente de cuerda y percusión-, aportando su bagaje de tantos años en contacto con la música. Nos encontramos con un artista que crea, imagina, inventa nuevas situaciones en el panorama de la música instrumental española desde los años 80 hasta la actualidad, y el resultado es una trayectoria musical fascinante, imaginativa, centrada tanto en proyectos para danza, teatro o audiovisuales como en otras composiciones más personales, donde aromas orientales se funden con sabores antiguos en un contexto muy actual.

Madrileño nacido en 1957, Luis es un buscador del sonido, viéndole en directo puede parecer que el propio aire le vaya dictando cada paso a seguir. Así, guiado por la luz de su espíritu inquieto descubrió hace muchos años que (al menos durante gran parte de su trayectoria) el sitar era su instrumento primordial. El primero lo compró en Berlín en 1975, estando de gira con Atrium Musicae, y posiblemente esa seguridad en las posibilidades de ese sonido metalizado, fue determinante en su éxito, porque es evidente que lo ha alcanzado, no en ventas y popularidad masiva sino a nivel espiritual. Como él mismo dice, "todo tiene su momento", y su despegue en solitario llegó a través de varias compañías discográficas en los 90 con trabajos como "De mágico acuerdo", "Neptuno", "Planeo" (clara muestra del extraordinario momento que vivía la inspiración de Luis en los 80 y principios de los 90), y su posterior fichaje con el atrevido sello Hyades Arts. Antes de la publicación de "La bolsa o la vida" en 1992, Paniagua hablaba del amor y la belleza como lo más importante, y eso es lo que nos encontramos en este disco, belleza, amor y un asombroso ejemplo de equilibrio entre oriente y occidente, esos mundos tan cercanos como alejados que Paniagua tiene tan presentes en su vida. Aquí se pueden atisbar los impulsos que poblaban trabajos anteriores como "Neptuno" ("El cuarto de los niños" se asemeja en su base al tema "Aquí y ahora") o "Planeo" ("La certeza de la duda" parece "Planeo (Parte segunda)" retrabajado), pero mejor elaborados por mor de la experiencia que dan los años en la música. Él es en definitiva como el funambulista del que habla en el libreto de este trabajo, un buscador del riesgo que se divierte en "Para empezar" (una entrada sublime, un cúmulo de vivencias con el melodioso sonido del sitar), explora en "El claro oscuro", juega en "El cuarto de los niños" (más que original utilización de la percusión para ejecutar una excepcional melodía infantil), abre su corazón en la delicada "Poema de amor" (una declaración llena de alma y sentimiento) o experimenta en "Ceremonia". Aún extasiados por lo que estamos escuchando, sorprende que en la segunda mitad del disco el show del funambulista alcance sus momentos más gloriosos: "Harim" es un contundente ejemplo del uso maestro del sitar en un contexto ambiental; "La bolsa o la vida" es también el título de la composición donde se muestra de forma más veraz la dificultad, la indecisión y la turbación de este artista que se debate entre dos mundos de contrastes, de riquezas y pobrezas. Pero es en la soberbia "Todo es muy bonito, no me quiero ir" y en la aflamencada "Tras la celosía", donde probablemente se encierre de manera más fehaciente el propósito de unión de culturas, de globalización, y en definitiva de esperanza, del disco, un trabajo de generosa duración (casi setenta minutos) que concluye con "El funámbulo" (atención a la emoción destilada durante todo su tránsito y a su rítmico final) y "La certeza de la duda", otra de esas maravillas donde nuestro sitarista se recrea en la melodía atrayente. En definitiva, "La bolsa o la vida" es un divertimento, un trabajo sorprendente, fluido, espiritual, donde destacan notablemente las cuerdas y las percusiones, Luis parece gozar con la música como el niño que descubre las notas y juega con ellas entusiasmado, se entiende así tanto la excitación infantil de "El cuarto de los niños" como la espontaneidad de "Harim" o "La certeza de la duda", temas destacados en uno de los grandes álbumes españoles de las nuevas músicas en los 90.


Cuando el sello español Hyades Arts decidió irrumpir de lleno en el mundo del compact disc -el vinilo comenzaba a quedar atrás- con sus difíciles músicas electrónicas, parecía claro que el reconocimiento de la crítica no iba a traducirse en un éxito de ventas de esa 'música avanzada' para una minoría. Entre propuestas tan alternativas como las de Adolfo Núñez, El sueño de Hyparco o Iury Lech, Luis Paniagua consiguió deslizar dos trabajos refrescantes, "La bolsa o la vida" en 1992 y "Muy frágil" un año más tarde, aportando una música más fácil de asimilar (más mundano el primero, en un terreno más espiritual el segundo) y un pequeño paso hacia la comercialidad, aunque el sello acabara desapareciendo sin remedio. En "La bolsa o la vida", Luis logró un maravilloso equilibrio entre lo terrenal y lo meditativo, escondiendo múltiples experiencias en una, pues todas son reflejo de la apertura de miras de este nuevo juglar que actualmente anida en la localidad almeriense de Mojácar, desde donde dirige su propio sello, Silentium Records.





8.3.08

FRIEDEMANN:
"Aquamarine"


Harto de que se infravaloraran las posibilidades de su música, el guitarrista y compositor Friedemann Witecka optó por fundar su propio sello, Biber Records. Desgraciadamente no se trataba de una situación nueva en la música instrumental contemporánea de finales de los 70, un género en el que muchas compañías no se atrevían a adentrarse, desconocedoras del boom que en pocos años iba a experimentar dicho estilo. Biber Records fue un pequeño éxito en Europa gracias sobre todo a los discos de Friedemann, del saxofonista Büdi Siebert o del arpista Opperman, y la confirmación fue el lanzamiento en los Estados Unidos de los dos mejores trabajos de Friedemann ("Indian summer" y "Aquamarine") por parte de la todopoderosa Narada Productions, que afortunadamente sí sabía explotar el mercado de las nuevas músicas. "Aquamarine" (cuyo título en Biber Records era "Aquamarin") vió la luz en Narada Equinox en 1990 con portada distinta a la original alemana, y su inmediata gira de conciertos dió origen incluso a un disco en directo, "Aquamarin orchester - In concert", publicado también en 1990, esta vez exclusivamente en Biber Records.

Nacido en 1951 en Friburgo (Alemania), fue la guitarra la que -tras sus estudios de chelo y flauta de pequeño- dictó el camino que le llevó en 1987 hasta su primer éxito, "Indian summer" (cuya distribución en Estados Unidos supuso la segunda referencia de Narada Equinox tras "Natural states", de David Lanz y Paul Speer). Tres años después repitió aclamación con "Aquamarine", pero es conveniente destacar que el triunfo de la música de Friedemann se basa en la composición, en el conjunto. No estamos ante el típico disco de guitarra donde la melodía es necesariamente dictada por el virtuosismo de su autor, sino que se ayuda de la misma en un completo ambiente orquestal. Rodeado de teclados y unas excelentes percusiones, son los instrumentos de viento los que le otorgan una extraña y amena tonalidad al conjunto, un aire antiguo que contrasta con la moderna instrumentación que lo cubre todo como una sábana liviana. El título referencia a la aguamarina, una gema azul verdosa muy apreciada en joyería (en realidad es un berilo de color azul). Friedemann heredó una de ellas, grande y bellísima, de su madre, y inspiró íntegramente la consecución del trabajo, sobre todo el maravilloso tema que lleva el nombre de la propia gema y del disco, "Aquamarine", presa de un gozoso tono épico en el que el oboe cumple un importantísimo papel; Friedemann destaca que este isntrumento de viento consigue expresar dos de las mayores cualidades de la aguamarina, la dureza y la translucidez, la guitarra es el brillo y el conjunto es la belleza. Seguramente es a su madre a quien homenajea en el tema que abre el álbum de forma casi perfecta, "My blue star" (que de hecho se publicó en formato single en Alemania con "Bao lan" en la cara B), que también posee ese aire épico antes mencionado. Si bien esos dos primeros cortes son composiciones del propio Friedemann, en el resto del álbum va a ser ayudado en ese apartado especialmente por el teclista de la banda, Johanes Wohlleben, que también firma en solitario su propio tema, "L'eau de mer", de un jazz posiblemente influído por Erik Satie. Aparte de la influencia jazzística, presente en gran medida en el trabajo, y contemporánea, también se respiran otros brillos étnicos (chinos en "Bao Lan" -el nombre chino de la gema-, brasileños en "Marambaya morning" -inspirada en la música de Antonio Carlos Jobim, su título menciona Marambaya, el sitio de Brasil donde se ha encontrado la mayor aguamarina-, griegos en "Heliodor" -el nombre con que también se conoce al berilo-) en una obra bastante completa, cuyos máximos exponentes de calidad, además de los dos primeros temas, bien podrían ser la preciosa "Five sounding crystals", donde se aprecia enormemente el carisma de los instrumentos de viento (flautas, oboe, clarinete) en toda su intensidad, el delicado vals "In the court of the mermaid" (según la leyenda, la aguamarina proviene del tesoro de una sirena), y otra influencia griega, la canción tradicional "The man from Caesaria", arreglada e interpretada de manera maravillosa por Friedemann (la melodía es de una gran belleza a la guitarra), que cierra de manera estupenda este interesante trabajo, y que contaría con una versión recortada (un nuevo arreglo, realmente) para varios recopilatorios del sello Narada.

"Aquamarine" tuvo bastante impacto en Alemania, donde los lectores de la revista Audio la votaron como 'Mejor grabación de audiófilos de todos los tiempos'. No es de extrañar que la posterior gira tuviera un considerable éxito y que el trabajo se importara de inmediato. La aguamarina se conocía antiguamente como 'la piedra del marinero', ya que éstos la utilizaban como talismán. Friedemann no es marinero, pero este álbum fue, junto a "Indian summer", un talismán en su carrera. "Aquamarine" tiene garra y una gran variedad tímbrica, llegando a alcanzar momentos de hipnótico clímax. Aunque haya tres o cuatro temas destacados, nos encontramos con una obra artesana para escuchar completa y dejarse llevar por su emoción y su dulzura, ya que está tocada por la magia de esa bellísima gema de nombre aguamarina.





1.3.08

CRAIG CHAQUICO:
"Acoustic planet"

Cuando Matt Marshall fundó en 1986 en Los Angeles la compañía independiente Higher Octave Music se encontró de golpe con una nueva hornada de guitarristas que le otorgaron un sorprendente éxito. Además de otros nombres importantes como Neal Schon, EKO, 3rd force, Cusco o Buckethead, posiblemente los mayores exponentes y grandes superventas del sello fueron el 'nuevo flamenco' de Ottmar Liebert y la herencia rockera y espíritu libre de Craig Chaquico (pronunciado 'chakiso', como se advierte en la contraportada de sus trabajos). También angelino, en este antiguo guitarrista de rock en la célebre banda Jefferson Starship volvemos a encontrar ese paso hacia una música más tranquila que, por la edad o por otras circunstancias, acaban dando tantos músicos que antaño brincaban en el escenario (aunque algunos como los Rolling Stones abanderen el movimiento contrario, el de la eterna juventud). Con la publicación de "Acoustic highway" un año antes, supimos que en este caso el punto de inflexión fue el nacimiento de su hijo Kyle. Este fan de Jimi Hendrix, Eric Clapton, Jimmy Page o David Gilmour tuvo que cambiar la guitarra eléctrica -gracias a la que ganó montones de discos de oro y platino- por la acústica, y tras muchos años de sonidos distorsionados tuvo que reinventarse, pero acabó entusiasmado ante la gama de notas mucho más limpias (por el bienestar de su hijo y de su esposa, Kimberly) que, no sin dificultad (las cuerdas son más duras y necesitó mucha práctica), conseguía extraer.
 
Con la inspiración de los grandes espacios abiertos californianos que recorre en su Harley Davidson, Chaquico y su fiel Ozzie Ahlers (co-productor y co-compositor) lograron un gran éxito y un meritorio número 1 en las listas New Age de Billboard con "Acoustic highway", así que ¿para que cambiar esa fórmula? En 1994 Higher Octave sacó a la venta "Acoustic planet", y no sólo el título es similar, sino que nos encontramos ante la continuación de una música agradable pero contundente, con el único límite que marcan el cuerpo y la mente, así como el cielo y la tierra: "Me interesa que la música te diga algo, que te envuelva en una atmósfera espiritual en la que puedas sentirte a gusto. Mi música es para esos momentos en que quieras viajar con la imaginación". De nuevo ritmos contundentes y melodías muy pegadizas se dan cita en esta combinación de estilos y conceptos: "Native Tongue" es un comienzo rítmico y lleno de vitalidad, donde Chaquico juega con la guitarra buscando una lengua nativa tan universal como la propia música. Melodías como esa o como "Just one world" parecen rememorar de nuevo las larguísimas y desérticas carreteras del oeste de los Estados Unidos. Esta última fue seleccionada por la NASA junto a otras composiciones emblemáticas para recorrer el espacio como parte del programa Space Ark. En una línea más calmada pero igual de interesante nos encontramos con la dulce "Winterflame", una exploración de la magia de la noche, o "Gathering of the Tribes", que vuelve a demostrar la admiración de Chaquico por la costumbres de los pobladores autóctonos de los Estados Unidos. Aparte de las reminiscencias del rock ("Find your way back" era una composición de la Jefferson Starship), también se dan cita en el disco influencias de blues o jazz ("The Greywolf Hunts Again", un tema raro pero interesante, que Chaquico acaba llevando a su terreno), un corte facilón en plan 'gipsy guitar' ("Añejo de cabo") y una pequeña demostración de guitarra, un despliegue de sus posibilidades que podemos admirar en "Center of Courage (E-lizabeths Song)". Para cerrar el disco, otro de los grandes clásicos de este guitarrista de Sacramento, "Acoustic planet", y es que la canción que le da título a su segundo álbum no podía ser una composición cualquiera sino otro emblemático, pegadizo y bien construido homenaje al planeta acústico, el mismo que le devolvió al número 1 del Billboard en la categoría new age, por delante de otros pesos pesados de este controvertido estilo como Yanni, Kitaro o George Winston. Otro de los grandes nombres de los comienzos de la new age, William Aura, también proveniente del mundo del rock, repite como productor ejecutivo de un álbum en el que, a las guitarras y efectos de Chaquico y los teclados, bajo y percusiones de Ahlers (además de una tímida contribución a la guitarra en "Añejo de Cabo") se unen la batería de Wade Olson y el bajo de Jim Reitzel en "The greywolf hunts again", a la espera de que sus siguientes entregas incorporen nuevos elementos a su música, como saxos o flautas.
 
En el rock que escuchaba e interpretaba de joven, Chaquico adoraba las partes instrumentales en las que el guitarrista conseguía eclipsar durante unos momentos el protagonismo del vocalista. Evidentemente, su propuesta en solitario es absolutamente distinta a la de los tiempos de Jefferson Starship, tanto que incluso le parece muy interesante la aplicación de la música con fines terapéuticos (no puede olvidar lo mal que lo pasó cuando a los doce años estuvo ingresado tras un atropello, una experiencia que le enseñó que la música puede ser curativa, física y emocionalmente). La portada de "Acoustic planet", fabulosa pintura del reputado artista gráfico especializado en animales Schim Schimmel, refleja de manera exacta sus obsesiones: disfrutar de la naturaleza y de su guitarra, y con ella hacer disfrutar a su público.

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