28.6.18

LUDOVICO EINAUDI:
"Nightbook"

La música de un intérprete y compositor ya totalmente célebre como Ludovico Einaudi se encuentra en un amplio limbo estilístico, y es así porque varios campos, o más seguramente los seguidores de estas disciplinas, parecen intentar apropiarse de su imponente figura. Clásica, contemporánea, minimalismo, música de cine, relajación, new age..., ¿dónde situar a un compositor que genera tanta belleza y la acompaña de aderezos excepcionales como tocar el piano en el ártico en defensa de la ecología, hacerlo junto a un intérprete africano como Ballake Sissoko o colaborar con el turco Mercan Dede, ceder sus composiciones para numerosas películas, así como componer exclusivamente para otras, o incorporar elementos electrónicos en algunos de sus trabajos para dotarlos de una moderna y aventurada ambientalidad? La ubicuidad de este pianista turinés engrandece su leyenda, sus intereses son variados, y sus dichosos trabajos acaban hablando por él, obras tan enormes como "Le onde", "I giorni", "Una mattina" o "Divenire", aclamado álbum que precedió en tres largos años a "Nightbook", una oda a la belleza nocturna y a su natural extrañeza, publicada en 2009 por el sello británico Decca Records, con el consiguiente éxito de ventas (disco de oro en Italia) y crítica.

El merecido éxito y grandiosa calidad de un álbum tan extraordinario como "Divenire", que supuso para muchos el descubrimiento de un Ludovico Einaudi que ya llevaba una amplia trayectoria a sus espaldas, supuso para este intérprete un enorme espaldarazo fuera de su país (si bien realmente ya era un fenómeno en el Reino Unido), y le exigió un nuevo y difícil esfuerzo de superación para su siguiente CD, mientras las giras y los encargos se multiplicaban. La auténtica inspiración para "Nightbook" provino de la espectacular instalación 'The seven heavenly palaces', que el artista alemán -neoexpresionista- Anselm Kiefer, había aposentado en una nave industrial en la que Einaudi iba a tocar, el Hangar Bicocca, en Milán. Lo misterioso de la iluminación, la casi sagrada atmósfera que allí se respiraba y la enormidad casi apocalíptica de las ruinosas torres construidas por Kiefer, provocaron que el músico necesitara recrear una música nueva, especial, mítica: "Cuando llegué a ese lugar, me di cuenta de que no podía dar un concierto normal, tenía que hacer algo más. El sonido de la sala era como una catedral, con una gran cantidad de vibraciones". Parte de la música allí interpretada fueron bocetos realizados la noche anterior, verdaderos antecedentes de "Nightbook". Villa Adriana, en Roma, fue la segunda parada de esta historia, otro sitio también decadente, aunque muy distinto al anterior, mitológico. Ludovico encontró una conexión entre ambos lugares, y la música resultante fue como una explosión, un trabajo conceptual que el pianista considera como una puerta hacia su lado oscuro, "una transición entre la luz y la oscuridad, entre lo conocido y lo desconocido". Pianista de excepción, también es Ludovico intérprete de guitarra acústica, y la utiliza en varias composiciones de "Nightbook", en el que también ejecuta bajo eléctrico, clavecín, armonio y campanas; destaca profundamente además, el violonchelo de Marco Decimo, y puntualmente violas, violines, marimba y vibráfono. Pero como ya sucediera con "Divenire", la electrónica es el ingrediente definitivo para hacer de este esperado 'libro nocturno' otra pequeña joya del maestro italiano, unos efectos interpretados por Robert Lippok (y por Paolo Giudici en uno de los cortes), que también aporta cajas y percusiones en otras dos canciones. Lippok trabaja desde 2006 con Einaudi (fundaron el grupo Whitetree junto a su hermano Ronald), y entre los dos hay una excepcional conjunción. El cocktail se nutre de acción, suspense y romanticismo, para resultar otra obra inmensa del maestro, que pasada la cincuentena se encontraba en un momento fabuloso, gozando de las mieles del reconocimiento mundial. Gusta Ludovico de sencillas pero sugerentes introducciones en cada trabajo, que verdaderamente nos dan una tímida pista de por dónde se va a desarrollar la acción del mismo, si hacia terrenos folclóricos (incluso étnicos), o más puramente clásicos, en general minimalistas (Philip Glass es una de sus referencias, tanto como Bartok, Stravinski o Prokofiev). Sin embargo, es el populismo en esa combinación de influencias, lo cercano de sus melodías, lo que acaba por garantizar su enorme éxito. "In principio" es uno de esos preludios perfectos, un trailer que emociona y hace desear contemplar íntegro el resultado final de tan misteriosa obertura. Parece como si Ludovico se sentara, a primera hora de la noche, ante una radioemisora, e intentara contactar con nosotros; entablado el lazo auditivo, plantea su propósito melódico, gratamente aceptado por el radioaficionado, es decir, el oyente. Majestuosa es la continuación de esta conexión, los cortes segundo y tercero del trabajo, "Lady Labyrinth" y "Nightbook", deliciosas creaciones de una calidad trascendental, en los que la percusión es el vehículo adecuado para conducirlas a un terreno que va de lo cabalgante a lo puramente onírico, "Lady Labyrinth" utiliza un excitante tambor (Mauro Dorante) para crear un estado de trance, mientras que "Nightbook" presenta una percusión más ligera. Contrasta la portada oscura (acorde con el título) con un contenido vivo y luminoso, especialmente en esta prodigiosa primera parte del álbum, que deja paso a la excitación ante la intensidad de las partituras aquí concentradas. La habilidad y carisma del pianista no desluce tampoco en la continuación de este festival nocturno de portentosa elegancia, prácticamente de etiqueta, donde el chelo y los efectos continuan acompañando a las teclas blanquinegras aportando colores y vivencias en este festín pianístico. Por ejemplo, "Indaco" es otro gran tema, calmado en un primer tramo, movido en el segundo, mientras que "Eros" presenta todo un clímax in crescendo de apariencia totalmente rock, con cuerdas que se pueden asociar a un enfoque apocalíptico, como el de la instalación de Kiefer, que también puede verse reflejada en "The tower" (el título recuerda a esas enormes torres de 'The seven heavenly palaces'), con un piano ambiental cargado de una energía turbia, perdiendo el control en ocasiones, como en esa difusa ambientalidad que se asoma al drone más asequible en "The planets". Por el contrario, en esa yuxtaposición de luz y oscuridad que propone Einaudi, "The snow prelude N. 15" y The snow prelude N. 2" son dos solos de piano de un delicioso estilo antiguo, y "Bye bye mon amour", que también comienza como un solo plácido y relajante, al final se muestra rabioso por el apoyo electrónico. A su vez, con un cierto poso clásico se alzan "The crane dance" y "Reverie", con la presencia del vibráfono de Harald Kündgen. La sorpresa es la inclusión de un tema oculto tras el duodécimo, una versión a solo piano de la gran pieza homónima del disco, que aquí titula simplemente "Solo". "Nightbook" presenta una elegancia serena y, por supuesto, nocturna, autodefinida así: "Un paisaje nocturno. Un jardín débilmente visible bajo el brillo apagado del cielo nocturno. Algunas estrellas salpican la oscuridad de arriba, las sombras de los árboles alrededor. Luz brillando desde una ventana detrás de mí. Lo que puedo ver es familiar, pero parece extraño al mismo tiempo. Es como un sueño: cualquier cosa puede suceder".

"Nightbook" es una grata conexión con el mundo de la noche, con su luz, con sus sonidos, con los sueños. La insociabilidad nocturna con sus sonidos inquietantes, esa cierta tensión, puede ser comparable en la carrera de Ludovico con el rugido de la caída de un glaciar y el resquebrajar del hielo sobre el que descansaban él y su piano, cuando tocó en 2016 para Greenpeace en el mismo Ártico. Sus características líneas melódicas no cansan sino que se hacen deseables, adictivas, y el suministro de esta droga musical es, en "Nightbook", sublime y placentero. La elegancia del turinés alcanza desde la presentación del trabajo, un bonito digipack en colores de etiqueta, hasta su propia forma de ser y actuar ante su público, interminables y multitudinarios conciertos que partieron de una necesidad de compartir con cada espectador la emoción de sus partituras. Con el acicate de la instalación de Anselm Kiefer en el Hangar Bicocca, las canciones de "Nightbook" fueron creciendo en el cuaderno de notas de Ludovico Einaudi durante esas giras, y poco después de publicado el álbum e incorporado en sus directos, Ponderosa Music & Art publicó, en 2010, "The Royal Albert Hall concert", doble álbum con numerosas muestras de "Nightbook" (casi todo el trabajo de hecho) y una muestra de algunas de sus composiciones destacadas como "I giorni", "Melodia africana I", "Divenire" o "Primavera".

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15.6.18

MICKEY HART:
"At the edge"

En Palo Alto (California), el mismo enclave donde iba a florecer la compañía seminal de la que iba a llamarse música new age, Windham Hill, había surgido años atrás, a mediados de los 60, una banda de rock psicodélico que, trasladada a San Francisco, iba a lograr que el movimiento hippie y la contracultura tuvieran una gran repercusión, especialmente en los Estados Unidos: Grateful Dead. Folk, rock, jazz, todo era éxito y conjunción mientras que las temibles drogas se iban llevando por delante a algunos miembros del grupo y minaban la salud de alguno tan emblemático como su guitarrista y líder, Jerry García. En el vaivén de entradas y salidas del conjunto, otro nombre fue importante e inalterable (salvo en la primera mitad de los 70) en los Dead, el del percusionista Mickey Hart, que junto al batería Bill Kreutzmann fueron llamados 'los demonios del ritmo'. Este neoyorquino también formó parte de otra banda de percusión como la Diga Rhythm Band, que Hart renombró en 1975 (fue fundada por Zakir Hussain dos años antes con el nombre de Tal Vadya Rhythm Band) para seguir presentando sus propuestas rítmicas, pues hasta once percusionistas se juntaron en su grabación (con Hart y Hussain en cabeza), además de tres vocalistas y Jerry García con su guitarra en dos de las canciones. El trabajo es gozoso, asequible y muy disfrutable, pero más variada e interesante es la propuesta avanzada que Mickey Hart firmó en solitario en los 90, comenzando con un trabajo titulado "At the edge", publicado por Rykodisc en 1990.

El ritmo prehistórico, la magia de la percusión primigenia, fue una de las obsesiones de Mickey Hart, especialmente en el momento de la publicación de "At the edge": "Buscando la música del hombre prehistórico comprobé que los silbidos, las carracas, los bastones de mando, los huesos, las esquilas, estaban entre los más antiguos instrumentos del mundo. Las voces de esos viejos instrumentos poblaban mis sueños y se mezclaban con los sonidos de la naturaleza; resonaban y despertaban una memoria muy anterior a la palabra, pero no anterior al canto. Algo de inmemorial y de irresistible se expresaba de nuevo utilizando el lenguaje del ritmo para advertir a nuestra especie que había alcanzado un límite. Cambiar de ritmo. Cambiar de ritmos y bailar". Efectivamente, esta obra incita al movimiento sin excusas, aunque también a un movimiento espiritual. Instalado en el éxito pero limitado rítmicamente por el rock de los Dead, Hart decidió explorar en este sonido más primitivo, casi exclusivamente basado en la percusión, por medio de decenas de instrumentos como batería, palos de lluvia, cajas chinas, sonajas, paderetas, tabla procesada, slit gong, sonajeros (shakers, shekere), idiófonos (kalimba, balafon, devil chasers), campanas (Pete Engelhart cornet bell, agogo, cencerro, campanas procesadas) o tambores (duggi tarang, tar, dundun, djembe, dholak o tambores electrónicos). En el comienzo, "#4 for Gaia" presenta una percusión no rítmica, ambiente de pura naturaleza con vientos (whistles), que continúa en "Sky water" con un ritmo sosegado, pacífico y con detalles metálicos (duggi tarang, tambores de metal), que va canalizando la energía. Por momentos, la percusión parece comportarse como un ser vivo, ese es el mérito de este músico, acceder a ese límite ('the edge') entre lo muerto y lo vivo, otorgar vida a algo inanimado (objetivo también y verdadero leit motiv de la aclamada banda Dead Can Dance, muy activa durante gran parte de la década de los 80, que acababa de concluir). "Aquí están mis canciones de sueños; parte de la música traída de mi tiempo, en el límite. Una colaboración con músicos que han viajado conmigo a lo largo de mi viaje, y a través de los años". El hindú especialista en tabla Zakir Hussain es uno de esos amigos que acompañaron a Hart desde tiempo atrás, y emerge como el gran compositor del disco tras el propio Mickey, apareciendo en tres de las composiciones, la mencionada "Sky water", "Slow sailing" (con la que el trabajo comienza a animarse, un corte de aspecto amazónico, con arremetidas de una alegre kalimba) y "Fast sailing" (más informal, frenética, a ritmo de batucada, dedicada a la memoria de Tom Blackaller -afamado regatista estadounidense, campeón mundial en varias ocasiones, fallecido el año anterior de un ataque al corazón). También selvática es "Lonesome Hero", un movido delirio con flautas de pan, en una especie de ritual primitivo, pero es en los cortes sexto y séptimo donde la obra alcanza sus mejores momentos: "Cougar run" es un completo tema que combina percusión rutilante con la constancia de un repetitivo whistle de aire esotérico. Para disfrutar. Y "The eliminators" es una agraciada y borrascosa composición de Mickey, sus hijos Creek y Taro, y Jerry García, sabiendo sacar todo el partido posible a la percusión con un sonido bajo, profundo, voces etéreas, y la guitarra sintetizada de García, que quiere sonar como un apagado saxofón. Juntos, logran una gran atmósfera, que bien podría haber pertenecido a algún trabajo de los 80 de Windham Hill. La de Jerry García es una de esas colaboraciones de prestigio, evidentemente, y sus hijos añaden la nota familiar, mientras que los demás percusionistas aquí reunidos -aparte de Hart y Hussain- son los nigerianos Sikiru Adepoju y Babatunde Olatunji, y los brasileños Airto Moreira y Jose Lorenzo. El final del disco es algo más plano, con "Brainstorm" y la extraña "Pigs in space", composición de Airto Moreira con voces meditativas en vez de percusiones. "#4 for Gaia", "Sky water" (en una versión reducida), "Cougar run" y "Pigs in space" fueron recogidos en un CDsingle bajo el título de "Selections from At the edge". Esta grabación se complementaba con un libro, "Drumming at the edge of magic", subtitulado 'un viaje al espíritu de la percusión', el que Mickey narraba su búsqueda de los secretos, los mitos y la herencia, histórica y espiritual, de los instrumentos de percusión, su origen al fin y al cabo, desde el principio de los tiempos. En ambos, álbum y libro, destacaba también la ilustración de portada, una obra de la artista gráfica Nancy Nimoy -nuera en esa época del actor Leonard Nimoy-, que poco antes decoraba de forma muy parecida la portada del plástico de Patrick O'Hearn "Eldorado". Inexorable en la consecución de sus fines rítmicos, en "At the edge" Hart elabora una pasmosa muestra de nueva-vieja música que llega hasta el tuétano, hasta lo más hondo de la herencia genética del ser que hemos sido y con el que, gracias a músicos como este, podemos seguir conectados, aunque sea durante 50 minutos y bien cobijados en el interior de nuestros hogares. De algo tiene que servir la evolución, pero la comodidad no tiene que impedirnos poder disfrutar de remembranzas como esta.

Aunque Mickey Hart había presentado años atrás otras obras en solitario que combinaban sus potentes percusiones con el rock ("Rolling thunder" fue la primera, en 1972), "At the edge" fue su muestra pionera -y autoproducida- de esta incursión en las músicas del mundo que, un año después, con su segundo plástico también con Rykodisc Records, "Planet drum", le valió un premio Grammy en la categoría 'world music' en los premios de 1992. Clímax percusivos de palpitante entusiasmo se daban cita en "Planet drum", atmósferas rituales conectadas con la esencia de la Madre Tierra, aderezadas con algún canto esporádico, en un álbum (también complementado por un libro) que para Hart suponía "el sueño de reunir a grandes baterías de todo el mundo para hacer una grabación basada totalmente en percusión". En 2009 volvería a ganar el Grammy, en esta ocasión al mejor álbum de 'world music contemporánea', con la efímera banda Global Drum Project, en la que el neoyorquino volvería a trabajar con Zakir Hussain, además de otros grandes percusionistas de diferente ubicación como Sikiru Adepoju (presente en "At the edge" y "Planet drum") o Giovanni Hidalgo. "At the edge" y "Planet drum" eran discos con alma, a la vez tan estimulantes por momentos como relajantes por otros, siempre dentro de una clara conciencia ecológica, y aunque se haya diluido en el tiempo su relevancia, se mantienen como muestras de un sonido elevado y distinguido, "el lado suave de la percusión" dijo su autor, cuya exquisitez plasmaba muchos años después el crítico Ariel Kyrou en la frase "ambiente llegado del origen de los tiempos, suena como una fabulosa danza de electrónica acústica".