3.9.10

CUSCO:
"Apurimac"

La fascinación por las culturas antiguas ha llevado a numerosos músicos ajenos a ellas a profundizar en sus raíces folclóricas. Fruto de esa pasión hemos disfrutado de geniales momentos de Jan Garbarek, Stephan Micus, Peter Gabriel o Deep Forest, por mencionar a algunos de materias diversas, si bien también hemos podido encontrar a más de un aprovechado, para los que las etiquetas new age o world music son una estupenda oportunidad. Mientras la mayoría centraban su interés en oriente o Europa del este, unos pocos dirigían sus pasos a Africa o Sudamérica, y aquí es donde entra a colación el grupo que los alemanes Michael Holm y Kristian Schultze fundaron en 1979 después de que el primero de ellos volviera embelesado de un viaje de siete meses por Sudamérica que le llevó en última instancia al colosal Machu Picchu. Para enfatizar el origen de su inspiración, el conjunto tomó el nombre de la mítica ciudad peruana de Cusco (o Cuzco), antigua capital del Imperio Inca. La música de estos dos sintesistas goza de ese característico toque andino que realmente la hace poco original pero sí distintiva, consiguiendo numerosos seguidores y un gran número de ventas de sus discos más acertados, aunque no hay que dejar de constatar que en más ocasiones de las deseadas podemos encontrarnos en el sonido Cusco con momentos prescindibles, de fondos enlatados de Moog y melodías de acabado mediocre. Aún así no hay que restar méritos puntuales a Holm y Schultze, y hay que hacer notar que discos como "Apurimac", su obra más emblemática, son de audición agradable, incluso pueden llegar a enganchar, y presentan algunos momentos dignos de mención.

"Apurimac", que en inca significa 'susurro de los dioses', toma su título del imponente río del mismo nombre, y aunque muchos lo constaten así, no se trata del primer álbum del grupo sino del séptimo (el primero fue "Desert island" en 1980), si bien sí que fue su primera referencia en norteamérica con el sello Higher Octave Music. La historia del grupo cuenta que sus primeros discos tuvieron dificultades para salir al mercado, y fue una pequeña compañía japonesa la interesada (Yupiteru Records), por lo que el país nipón -como en el caso de Suzanne Ciani- fue el primero que acogió a la banda alemana. De hecho, "Apurimac" fue la banda sonora de una película japonesa de igual título sobre los incas, aunque el film, al contrario que el disco, ha pasado al olvido. Autobahn Records (compañía alemana de jazz, electrónica y rock progresivo) tomó el relevo de Yupiteru y "Apurimac" fue editado en 1985 con la distribución de CBS/Sony. 1988 fue el año en el que Higher Octave lo editó en EEUU con portada diferente, la misma que un año más tarde editaría Prudence Records, junto al catálogo anterior de Cusco en Autobahn Records, prácticamente de golpe. El mérito de este trabajo consiste en reflejar el espíritu tradicional andino en un entorno electrónico sin grandilocuencias, de manera animada y festiva, una dimensión folclórica que parece encontrar su lugar, de manera un tanto forzada en ocasiones, pero dotando al disco de un carácter distinto a lo que se hacía en Europa por aquella época. El dúo se complementa además a la perfección, ya que mientras las canciones compuestas por Schultze son en general más animadas, las de Holm, de menor número -siempre ha destacado más por su labor de producción, como la que ejerce en este disco-, presentan características más relajantes. "Apurimac" es un buen inicio, de melodía repetitiva sencilla emulando el agudo sonido de las flautas, si bien se trata tan sólo de los preparativos del viaje, pues lo andino comienza en el siguiente corte, un "Flute battle" que se hizo muy popular en aquella época, y que es precisamente eso, una batalla de flautas (sampleadas), más bien un diálogo subido de tono que nos recuerda a ese pueblo de montañas, de tesoros escondidos, de quipus y de hombres valerosos como "Tupac Amaru", al que Kristian Schultze dedica una de las canciones más afortunadas, una relajante y hermosa melodía evocadora de bellos parajes abruptos dominados por un verde frondoso. No es la única que sigue recordándose en la actualidad, ya que enseguida llega "Flying condor", posiblemente el tema más acertado y a la postre mítico del álbum, a cuya difusión le debe gran parte de su éxito. "Inca dance" y "Figthing inca" son otras de las composiciones de puro movimiento, mientras que por contra, y como ahondando en la universalidad de las tradiciones musicales, las delicadas "Amazonas", "Atahualpa" (famoso rey incaico, al que le toca en suerte otra de las pequeñas joyas del álbum, una melodía diestra y enternecedora) y la más rítmica "Inca bridges" poseen un sonido muy parecido a las interesantes leyendas japonesas que recreaba el grupo Himekami (que curiosamente también encontró el éxito en Estados Unidos a través de Higher Octave Music). Es la magia de los sintetizadores, que en el último tema, "Apurimac II", dejan paso a unas furiosas guitarras que se salen demasiado de la tónica general.

Para Holm, Bach ha sido el más grande compositor de todos los tiempos. Tocaba su música con la flauta, y la de Mozart, Vivaldi o Beethoven, aunque posteriormente se interesó por el rock y el pop, como intérprete, cantante o productor, logrando más de un éxito en las listas alemanas. Su trabajo anterior con el teclista Kristian Schultze le llevó a unirse a él para crear Cusco, banda que superó las dificultades iniciales y logró su primer gran éxito con "Apurimac", que vendió en poco tiempo más de medio millón de copias, y que cuenta con dos continuaciones que continuaban escarbando en el folclore de los pueblos de todo el continente americano. La sensación que nos deja es algo dispersa en un principio, al comparar agradables esencias de un lejano viaje en base a melodías acertadas de sintetizador (la percusión es buena, si bien el bajo es poco audible y la guitarra sólo destaca en el último tema) con el pequeño poso de indiferencia ante la fragilidad estructural y sobre todo sonido enlatado de alguno de los fondos. Puede que el acabado de artistas de parecida factura sea de mayor calidad, sin embargo una cierta complicidad emana de la alegría festiva del disco, y acaba convenciendo aún en su supuesta simplicidad, en la que composiciones como "Tupac Amaru", "Flying condor", "Inca bridges" o "Atahualpa" merecen ser escuchadas.



17.8.10

ANDREAS VOLLENWEIDER:
"Dancing with the lion"


Los años 80 fueron una época de enorme éxito y popularidad para Andreas Vollenweider. Después de asombrar y vender miles de discos de "White winds" y "Down to the moon", e inspirado por el nacimiento de su primer hijo, este arpista suizo creó el tema central de un nuevo álbum, que a su vez le otorgó el título al mismo, "Dancing with the lion". Al contrario que los vientos blancos o los reflejos e influencias lunares, el león es un animal real, de gran nobleza y cuya presencia provoca una firme impresión. Si bien Andreas parece una persona templada y de ánimo poco pretencioso, la calidad y ventas de sus últimos trabajos, así como el premio grammy conseguido con "Down to the moon", hicieron que tanto su compañía discográfica como crítica y por supuesto un público fiel esperaran mucho de su nueva entrega. El resultado, publicado en 1989 por CBS, agradó a prácticamente todos, y es que Andreas continuaba profundizando en su popular y original sonido, basado en un instrumento tan clásico aunque poco común fuera del folk como lo es el arpa, si bien ésta ha sido modificada electrónicamente hasta conseguir unas notas especiales, una luminosidad sorprendente y un apelativo que ya es famoso: 'arpa electroacústica'. La primera escucha de un disco de Vollenweider es una experiencia distinta, y así debieron de pensar los muchos clientes de la librería Rizzoli de Nueva York que convirtieron aquel "Behind the gardens - Behind the wall - Under the tree" que sonaba de fondo en un pequeño fenómeno boca a boca ocho años antes.

Un titulo tan acertado como "Dancing with the lyon" requería un tratamiento legendario, épico. El álbum comienza con el rugido del león, pero la fiereza se transforma enseguida en una instrumentalidad agradable y cordial, entrelazando una pieza introductoria abierta y de gran belleza, "Unto the burning circle", con el tema central del álbum, una acertadísima melodía que da título al disco y que acabó de afianzar la popularidad de este artista incluso más allá del ámbito de la new age. "Dancing with the lyon" es un temazo indiscutible del suizo donde brilla la melodía y un conjunto portentoso, algo más variado que en "Down to the moon" por la adición de acordeón, bansuri (flauta travesera india), oboe, fagot, corno inglés, trombón, darbouka, tabla, sitar, violín (interpretado por Mark O'Connor) o la steel guitar tan típica del sonido hillbilly, a los clásicos bajo (Peter Keiser), guitarra acústica (Max Lässer), chelo (Daniel Pezzotti), percusiones (Walter Keiser, Pedro Haldemann), flauta (Matthias Ziegler), teclados (Christoph Stiefel), saxo (Christian Ostermeier) y por supuesto el arpa de Vollenweider. Nos encontramos con una instrumentación muy cuidada y completa, gracias a un numeroso grupo de estupendos intérpretes no excesivamente conocidos (esos amigos de los que hace gala Andreas al nominar sus discos como Andreas Vollenweider and Friens) y buena producción del propio Vollenweider. La profusión de nombres e instrumentos se hace patente en ese primer single, "Dancing with the lion", si bien otros momentos más intimistas son igualmente disfrutables, como una cambiante "And the long shadows" (poblada por coros evocadores, percusión y vientos junto al arpa), la delirante "Dance of the masks" (una pequeña delicia, demostrativa de un gran estado de forma) o su predecesora, "Hippolyte", entre bárdica y oriental, con esa bendita arpa que llena completamente lo que parece un tema puente para convertirlo en un pequeño sueño, tal es el poder de ese instrumento mágico. "Pearls & tears", como segundo sencillo del álbum, destaca en ambas facetas, pues su motivo tierno y fantasioso está arropado por la fuerza de una completa instrumentación que se disfruta mejor en la remasterización publicada en 2005 con varios temas nuevos en directo. Con esas dos canciones que se hicieron verdaderamente populares en su momento (ambas contaron con su correspondiente video-clip), "Dancing with the lion" ya había encontrado el éxito. Aún hay tiempo para la fuerza de esencia oriental de "Still life" o un momento relajante en "See, my love..." (violín y arpa en un juego edificante), para acabar mirando fijamente al león a los ojos en un completo clímax final de título "Ascent from the circle" donde cuerdas, vientos y percusiones nos transportan de lleno a paisajes africanos. Este trabajo tuvo el honor de destronar al gran "Cristofori's dream" del panista David Lanz como numero 1 en la categoría 'new age' en la revista Billboard. Varios sencillos se editaron del álbum con las canciones antes destacadas: "Dancing with the lion" contó con "And the long shadows" en la cara B (y "See, my love..." en el CDsingle), "Pearls and tears" tuvo como cara B a la propia "Dancing with the lion" (y "Dance of the masks"  "See, my love..." en el CDsingle) y un tercer lanzamiento, un bonito CDmini de edición limitada, contó con "Unto the burning circle", "Dancing with the lion" y "Pearls and tears".

Sonidos orientales, africanos, europeos y cercanos no sólo a la world music, sino también a un jazz muy accesible y atmosférico, son los que conforman este "Dancing with the lion", un álbum sincero y meditado (dejó pasar tres años desde la grabación anterior para evitar el estrés de las giras y la saturación tanto de él como de sus músicos) de este arpista nacido en Zurich, cuya reciente paternidad inspiró sobremanera. La famosa arpa electroacústica que acompaña por siempre el nombre de Andreas Vollenweider ayuda a crear ambientes misteriosos, deudores de la aureola de misticismo que emanaban temáticas de álbumes anteriores como los vientos o la luna. El simbolismo del león no se queda atrás, y en especial el curioso signo que sirve de interesante emblema al álbum, creado por el mismo Andreas, que además caligrafía la letra de una portada sobria y elegante. "Soy un hippie (...) soy extremadamente libre, no me siento atado a una tierra en concreto", eso decía en aquella época Andreas Vollenweider, tal vez por eso su música, tan identificable, sea tan difícil de ubicar en el espacio, tan abierta y maravillosa.

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21.7.10

GEORGE WINSTON:
"Forest"

Es difícil que cualquier buen aficionado a las 'nuevas músicas' no conozca el nombre de George Winston. Lo que bien pudo haber ocurrido es que le conocieran como otro guitarrista del sello Windham Hill, pues tenía totalmente convencido a Will Ackerman para que le publicara un disco de guitarra. Afortunadamente, Ackerman le escuchó tocar el piano a tiempo, y la historia cambió totalmente, encontrándonos así con uno de los pianistas más influyentes de finales del siglo XX. Sin embargo la pasión de George Winston por la guitarra continuó durante los años, y en la época del lanzamiento de "Forest" se centraba casi totalmente en la slack key guitar hawaiana, particular forma de tocar la guitarra que Winston quería promocionar a través de su sello, Dancing Cat Records. En su primera gira española, coincidente con "Forest", tocó también la guitarra en los escenarios, si bien la gente no agradeció en exceso el detalle, ya que querían ver al pianista que revolucionó las ventas de new age (término que él mismo repugnaba), no a este extraño personaje que se expandió en exceso con las cuerdas sin importarle para nada el interés de su público sino el suyo propio. Claro, que todo es perdonable para alguien que toca el piano así y se llama George Winston.

El mencionado sello Dancing Cat fue el encargado de publicar a finales de 1994, con la distribución de Windham Hill, el nuevo álbum de este pianista del inspirador estado del norte de los Estados Unidos llamado Montana. Viendo esos cielos y montañas tan impresionantes, no es de extrañar que su música y la de su paisano Philip Aaberg hayan llegado tan lejos y posean esa virtud paisajística. Extravagante y autodidacta, Winston admite que tardaba entre 7 y 10 años en preparar un disco ("lo de grabar hay que sentirlo", decía). Tal nivel de exigencia es difícil de igualar, pero también la calidad de esas primeras grabaciones que, curiosamente, no requirieron esas cantidad de años de maduración, los que sí que hubo (nueve, concretamente) entre el majestuoso "December" y un "Summer" que aunque inferior, era otro buen trabajo, alegre como el verano ("Fragrant fields", "Lullaby", "Hummingbird" o "Corrina, Corrina" eran temas importantes). Sólo tres años después, George Winston estaba muy satisfecho de "Forest", un disco en el que no sólo parte de las canciones eran adaptaciones -como suele ser habitual en él- sino que algunas de las otras estaban escritas desde mediados de los 80. Por ejemplo, la sensacional entrada del álbum, "Tamarack pines", es originariamente una composición de Steve Reich adaptada a ese estilo que el propio Winston se encargaba de denominar como 'piano folk rural'. Es un imaginativo preludio de un compositor al que denomina 'maximalista' por su abundancia de ideas, que representa la caída de las hojas de los pinos al llegar el otoño, y es que George Winston, aunque parecía dejar de lado las estaciones del año que tanta fama le habían otorgado, admitía que las impresiones paisajísticas de "Forest" están inspiradas en el mes de noviembre. Otro ilustre compositor referenciado en "Forest" es John Barry, a través de una pieza orquestal de 1964 titulada "Troubadour". Lo que parece más extraño es que artistas más posiblemente alejados de sus intereses como Mark Isham (del que escuchamos la deliciosa "Love song to a ballerina", y que volverá a aparecer en otros trabajos del pianista) y sobre todo Andreas Vollenweider (una somera influencia se desliza en "Walking in the air") sean también objeto de referencia -no extraña en absoluto que lo sean las músicas de Dominic Frontiere para 'The outer limits', pues ya lo habían sido en casi todos sus trabajos anteriores-, si bien la más sentida es la dedicada a Howard Blake a través de tres temas del film "The snowman", entre las que destacan la estupenda "Walking in the air" y una bonita y ciertamente infantiloide "The snowman's music box dance". Es indudable que las obsesiones de este pianista son diversas, siempre en el campo de lo acústico, y batallando entre jazz ("The cradle", del organista Larry Young, es una de las piezas más destacadas del álbum), ragtime ("Graceful ghost", de William Bolcom) o canciones infantiles ("Mon enfant (my child)", "Japanese music box (Itsuki no komoriuta)"), queda lógica cabida para ese peculiar estilo 'jumpin walk' deudor de Fats Waller ("Forbidden forest", "Cloudy this morning", "Lights in the sky"), que nos trae al auténtico George Winston, el más cercano a discos como "Autumn". Algunas piezas de "Forest" son ideas antiguas, dos de ellas vienen de la época en la que George ideó la música para el cuento infantil "The velveteen rabbit": "The toys" será ampliada y publicada con el título de "Itsuki no komoriuta", y "The rabbit dance" se convertirá en "Tamarack pines". Además, "Mon enfant (My child)" aparecerá en una versión a la guitarra al año siguiente en "Sadako and the thousand paper cranes".

Anterior a "Forest" salió a la venta "Ballads & blues 1972", pequeñas grabaciones antiguas de temas propios y de otros importantes pianistas como John Fahey o Michael Roth, a los que Winston admiraba. Volviendo al disco que nos ocupa, aunque más de la mitad del mismo esté integrado por composiciones ajenas, es sorprendente la cohesión del mismo, la manera en que George Winston lleva a su terreno cualquier tipo de propuesta que considera adecuada y a la que, seguramente, llega a amar. Eso sí, demuestra que es cierta la frase "me gusta ir a mi aire, hacer en cada momento lo que me apetezca", y lo que evidencia su clase y su estatus en Windham Hill es que se le permite cualquiera de sus extravagancias. Con "Forest" seguía honrando a la ecología (sin espíritu de militancia, sólo de inspiración y admiración) explorando la belleza de los espacios naturales, y en él está presente, a través de dieciséis cortes de interpretación magistral, el espíritu del bosque.

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7.7.10

MICHAEL HOPPÉ & TIM WHEATER:
"Romances"

Aunque este delicado trabajo esté firmado por dos prestigiosos intérpretes como Michael Hoppé y Tim Wheater, su verdadero instigador es el abuelo del primero de ellos, el no menos afamado Emil Otto Hoppé. Denominado por algunos como 'el maestro', E. O. Hoppé fue un influyente fotógrafo durante la primera mitad del siglo XX. Nacido en Alemania, pero emigrado a Inglaterra, acabó especializándose en el retrato, para el que personajes ilustres como Albert Einstein, Isadora Duncan, H. G. Wells o Benito Mussolini desfilaron ante su cámara. Su nieto Michael dedica este álbum a la memoria de tan prestigioso retratista a través de una serie de fotografías en las cuales capturó la esencia femenina de doce importantes damas del blanco y negro. La música de la obra se adapta a cada personaje en un deleitoso juego poético, tratando de reflejar lo que sus miradas y sus gestos nos quieren decir. La comunión entre estas dos formas de arte es tan tierna y enamoradiza que el título refleja perfectamente lo que acontece: "Romances".

No deja de resultar curioso que un álbum de sonido apacible y especialmente acústico como este, fuera publicado por Erdenklang, sello alemán de música electrónica (su significado es 'el sonido de la tierra') que, entre referencias de grupos y músicos de cierta relevancia como VOX, Blue Chip Orchestra, Johannes Schmoelling, Matthias Thurow, Bernard Xolotl o Scarlet Rivera, acertó al introducir este disco de Hoppé y Wheater en 1993 en un subsello de la compañía dedicado a la música acústica y new age denominado 'Silent beauty' (otro subsello, 'Cross culture', se ocupaba de las músicas del mundo). Sin embargo hay que mencionar, para evitar equívocos, que "Romances" se puede encontrar actualmente con otro título, "The Yearning (Romances for Alto Flute)", en compañías como la alemana Teldec o la americana Bainbridge Records. Las cualidades de este disco vienen avaladas por la calidad de los dos músicos implicados, Michael Hoppé que compone toda la música y toca los teclados, y Tim Wheater que se encarga de la flauta. Este último, antiguo acompañante del grupo Eurythmics, y que llegó casualmente a esta 'música curativa' -como gusta llamarla-, se ocupa de la parte más agradecida del disco, esas melodías placenteras y adormecidas cuyas filigranas bailan sobre los teclados de Michael Hoppé, antiguo ejecutivo de PolyGram que acabó encontrando su sitio al otro lado del contrato. "Lilies on the Lake" -dedicada a su majestad la Reina Elizabeth- es el tema de presentación y uno de los más recordados, un sereno arrullo que en su sencillez llega a extasiar. Aunque la imagen de Marlene Dietrich sea de mayor dureza, tan sólo un poco más de actividad se percibe en la acunante "Glass Idol...". Una de las posibles notas negativas del álbum, que tal vez lo limite un poco, es el gran parecido entre las composiciones, en un conjunto de poco riesgo, si bien eficaz y de emotiva interpretación; las ligeras variaciones son perceptibles por la melodía de la flauta, más adormecida (en las antes mencionadas) o algo más despierta (como en "The Waltz of Whispers" -dedicado a la actriz Gladys Cooper-, o la luminosa "Nocturnes and the Quarter Moon" -a la exótica Lil Dagover-), agradeciendo ciertos momentos en los que los teclados imitan un fondo de cuerdas ("Wing'd Slippers" -para la bailarina rusa Tamara Karsavina-, "Distant Moment" -para Mary Pickford-). La serenidad provoca momentos poseedores de un cierto aura de religiosidad ("Rendezvous", la canción de la escritora Vita Sackville-West) y en general de una serena magia atemporal, con momentos más misteriosos, como la esencia india del tema dedicado a la princesa White Deer, "Indigo Sunset". Junto a las inmortalizadas en los tres primeros temas del álbum, de las mejores paradas por la destreza de sus melodías son la actriz Ellen Terry ("Of Mask and Shadow") y en especial la bailarina argentina Teddie Gerard, en la agradable "...Never Forgotten" que cierra el álbum, un trabajo dulce y relajante para el que no se puede negar que se ha realizado -no podía ser menos siendo el sincero homenaje que es- un libreto acorde, con las doce fotografías, información de las damas retratadas, y una deliciosa imagen de portada, que resume la sensualidad del álbum como ninguna, y que recoge a la actriz nacida en Buenos Aires Mona Maris.

El conjunto presenta rasgos muy positivos y alguno débilmente negativo. Por un lado es un conjunto de melodías ciertamente románticas (como dice su título), relajantes, debidamente bien interpretadas y sin florituras innecesarias. Sin embargo, su escucha atenta puede generar una cierta monotonía por esa extrema sencillez y poca profundidad ya comentadas. La dicotomía es clara: individualmente las piezas son hermosas, poéticas; en conjunto, como música de fondo son muy agradables, pero atentamente pueden llegar a cansar. Eso si no te enamoras sin remedio del estilo pulcro, deliciosamente ambiental y atractivamente melódico. Si es así, hay muchos más romances compuestos por Michael Hoppé (que inauguró esta denominación cinco años antes de este disco en la obra "Quiet Storms (Romances for Flute and Harp)" con la ayuda de Lou Anne Neill y Louise Di Tullio), para violonchelo, piano, arpa, armónica y una segunda parte de este álbum con el título "The Dreamer (Romances for Alto Flute Volume 2)", que recoge otros doce romances con fotografías de Emil Otto Hoppé, y con características similares a los aquí escuchados, composiciones oníricas, cubiertas por un velo o escuchadas desde el otro lado de un antiguo espejo en blanco y negro.





20.6.10

MOBY:
"18"

El año 2002 marcó el momento en el que comprobar si la alargada sombra de "Play" iba a poder con Moby o si este extraordinario personaje conseguiría mantener el nivel de su disco anterior, un trabajo soberbio e influyente en el que, como curiosidad, todas sus canciones lograron licencias para su uso en cine, televisión o publicidad. Ocho sencillos y más de diez millones de copias era el dato a batir, y si bien su siguiente plástico no alcanzó tales cifras, sí que se acercó notablemente al nivel ahí exhibido. Mute Records publicó "18" en ese 2002, un disco en el que 18 canciones luchaban por fusionar estilos y asombrar a una audiencia que, ocho meses después, aún recordaba los lamentables atentados contra las torres gemelas. Teniendo en cuenta que Moby nació un 11 de septiembre de 1965 en la ciudad de Nueva York, cabría suponer que este hecho influyó notablemente en la construcción de "18", aunque Richard Melville Hall (verdadero nombre de este genio de la música) admite que la mayoría del álbum estaba acabado por entonces, si bien su idea de hacer algo cálido que llegara al corazón de la gente, cobró mucho más sentido. No se puede evitar encontrar un cierto sentimiento de melancolía en la generalidad del disco, pero a la vez de superación a través de los ritmos y las voces presentes en la obra.

Un caudal inagotable de buenas ideas abordaba a Moby en esta época, y lo demostró en gran parte de "18". Lo más sorprendente es que este neoyorquino parece no desechar practicamente nada, llegando a desarrollar multitud de melodías que, si no tienen cabida en el correspondiente disco, encuentran hueco en sus típicos álbumes de caras B o remezclas ("18" también lo tuvo unos meses después). La consecuencia es que entre auténticas genialidades nos podemos encontrar algunas composiciones menos inspiradas, si bien en ese sentido "18" parece fluir con gran naturalidad y ser incluso más completo que "Play" (aunque cuatro o cinco temas de aquel resulten practicamente insuperables). No deberían caber esas dudas, ya que nuestro protagonista considera cada disco como una obra completa y pide que se escuche íntegramente, lo cual es fácil de complacer si bien acabamos destacando un número determinado de canciones sobre otras. Por ejemplo, el acierto en la apertura del álbum y comercial primer sencillo, el potente hit "We are all made of stars" (cantado por Moby inspirado en la física cuántica, y con la presencia de una sonora y rockera guitarra eléctrica en una estructura popera muy sencilla), así como las dos composiciones que le suceden, tercer y quinto singles respectivamente, "In this world" (un corte profundo y elegante cantado con potencia al estilo gospel por Jennifer Price) e "In my heart" (donde retorna un ostinato de teclado inicial sobre el que abruma el gran uso de las voces sampleadas del coro The shining light gospel choir). Seguramente por delante de ellas, al menos en el orden de los sencillos, la extraordinaria "Extreme ways", con su genial comienzo (un sample de las cuerdas utilizadas por Hugo Winterhalter en su versión de "Everybody's talkin'"), ritmo adictivo y la voz de Moby, que fue utilizada no sólo como segundo single sino como tema estrella en los créditos finales de la saga de películas de Jason Bourne. El cuarto single del álbum fue otro tema muy sencillo, "Sunday (The day before my birthday)", con el sample de la voz de Sylvia Robinson, y el sexto y último el extraño corte "Jam for the ladies". Otro punto importante de los sencillos del disco son sus impactantes videoclips, "We are all made of stars" (donde Moby viste como el astronauta de la portada del disco mientras pasea por un impuro Hollywood), "Extreme ways" (que continúa la depravación en un directo del tema con varios Moby's en el escenario), "In this world" (protagonizado por unos pequeños y simpáticos alienígenas que sólo quieren saludar a la humanidad, pero casi nadie -sólo un personaje interpretado por Moby- llega a verles) y su continuación con los alienígenas ya aceptados y acaparando eventos, "Sunday (The day before my birthday)". Siendo el de Moby un estilo tan enérgico, chocan y también destacan las delicadas vocales interpretadas por mujeres, pequeñas sugestiones con su sello característico que atrapan a la vez por la fuerza de su instrumentación y lo sugerente de las voces de Azure Ray ("Great escape"), Dianne McCaulley ("One of these mornings") o Sinéad O'Connor ("Harbour"). Por lo demás, los experimentos de Moby circulan entre las enajenaciones furibundas y los misticismos urbanos, y aunque considere "18" como su disco más cohesionado estilísticamente, multitud de estilos se funden con la electrónica: rock ("We are all made of stars"), gospel ("In this world", "In my heart"), pop urbano ("Signs of love"), jazz ("Another woman"), soul ("At least we tried"), hip hop ("Jam for the ladies"), chill out ("Fireworks"), downtempo ("Sleep alone"), ambient ("18") o música disco, si bien nos encontramos con un álbum más tranquilo en este sentido que sus antecesores, no sólo "Play" sino por ejemplo "Everything is wrong", otra de las interesantes obras de este músico, protagonista en esta época, además, de una vida convulsa y llena de excesos, de la que salió años más tarde.

El eje central de "18", dice Melville, gira alrededor de la tristeza, la alegría, la meditación y la esperanza. Un mundo de contrastes, como lo es la aparente interioridad de alguna de las canciones mencionadas (es especial las de vocalistas femeninas) con la extroversión de esencia disco y acabado retro que está presente en prácticamente todo el trabajo, un álbum imprescindible, que muestra un gran sentido del humor en sus video-clips, y que supone una mayoría de edad ("18") de este artista al que "Play" no parecía haber cambiado excesivamente ("vivo en el mismo apartamento, compro en el mismo supermercado, como en los mismos restaurantes y tengo los mismos amigos (...) La única diferencia es que ahora vuelo en business class y antes lo hacía en turista. ¡Ah! Y además hace cuatro años tenía más pelo"). La atemporalidad que de manera tan maravillosa se respiraba en "Play" encuentra aquí un nuevo acomodo, en otra entretenida demostración -con menos momentos sampleados- de que el estudio de grabación es un arma infalible para este heredero con espíritu de DJ de los Oldfield, Eno o Jarre.

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5.6.10

MICHAEL HEDGES:
"Aerial Boundaries"

Palo Alto es una pequeña ciudad californiana de alto nivel de vida que, aparte de contar con oficinas de importantes compañías tecnológicas como Google, Facebook, Hewlett-Packard o Xerox, ha pasado a la historia por ser durante los años setenta la ubicación del guitarrista William Ackerman y, por consiguiente, lugar de fundación de la excelsa compañía discográfica Windham Hill Records. Años después de aquel atrevimiento que marcó un hito musical, una tarde de comienzos de los ochenta paseaba Ackerman por dicha localidad cuando al pasar por el Teatro Varsity fue requerido insistentemente por el propietario del mismo para que escuchara al músico que allí actuaba. Ante la insistencia de este conocedor del sello, la inicial reticencia fue vencida y Ackerman asistió sorprendido a la actuación de Michael Hedges: "Nunca había visto nada igual en toda mi vida. Literalmente saqué un boli y escribimos el contrato y lo firmamos allí mismo". Cuenta la leyenda que una servilleta de papel recogió ese contrato, y a buen seguro que si un guitarrista como Will Ackerman actuó tan instintivamente era porque ese tal Hedges iba a dar mucho que hablar. Y vaya si lo hizo. Aun así, dado lo caprichoso del destino y teniendo en cuenta las características de Windham Hill, aunque pareciera ser la casualidad la que unió los destinos de Will Ackerman y Michael Hedges, a buen seguro que ambos hubieran acabado por encontrarse tarde o temprano.

Así nació una carrera discográfica corta pero intensa, la que comenzó con un sencillo y maravilloso disco titulado "Breakfast in the Field" que aventuraba unas capacidades monstruosas en el manejo de la guitarra acústica. Fue en 1984 cuando un segundo trabajo asentó definitivamente a Michael Hedges como ese guitarrista rompedor, influyente y posiblemente de mayor recorrido y posibilidades fuera del mundillo de esa mal llamada new age que preconizaba (o así la encasillaban irremediablemente) Windham Hill. Este disco que fue nominado al premio grammy y que es un pequeño clásico de la música de guitarra se tituló "Aerial Boundaries", está dedicado al espíritu de Galileo (a la manera de utilizar los avances científicos en beneficio de la humanidad) y presentaba durante algo menos de 40 minutos nueve composiciones demostrativas de una escandalosa gama de técnicas de interpretación como golpeos, hammer-on (ejecutar a la vez una nota junto a otra superior en la misma cuerda) o tapping (tocar directamente sobre el mástil de la guitarra), en un deleite continuo de efectos y un notable juego con los silencios, de tal modo que la música iba mucho más allá de la melodía, permitiendo ejecutar a la vez tema principal, ritmo y acompañamiento. La guitarra parecía convertirse de este modo en parte mismo del guitarrista, un vehículo de expresión tan propio como sus mismas cuerdas vocales (que por cierto también utilizará Hedges en su discografía posterior a este "Aerial Boundaries"). Aunque estudió guitarra clásica en Oklahoma y la acústica sea el instrumento por el que haya pasado a la historia, Hedges era un consumado multiinstrumentista, competente con piano, flauta o percusiones, así como con otro de sus instrumentos característicos en sus directos, la impactante guitarra-arpa. Este ejemplar trabajo producido por William Ackerman y el omnipresente ingeniero Steven Miller, reune varios temas esenciales de su autor, de Windham Hill y de la guitarra acústica en general, en especial los muy difundidos y decididamente magistrales "Aerial Boundaries" y "Rickover's Dream". "Aerial Boundaries" es la entrada al disco, su tema estrella y la confirmación de la capacidad artística de Michael, por su brillante unión de melodía pegadiza con interpretación audaz, brillante y expresiva, grabada en directo, sin sobregrabaciones ni mezclas posteriores, como el resto del álbum salvo un par de excepciones. Parece imposible, de hecho, que todo lo que se escucha provenga de un mismo intérprete. "Rickover's Dream" no se entretiene en buscar la melodía fácil, pero encuentra caminos atrevidos y atrayentes en las técnicas de guitarra acústica. "Bensusan" es otra impactante demostración, un tema dedicado al guitarrista acústico Pierre Bensusan, que devolvió el homenaje en 2001 en la composición "So Long Michael", en la que recuerda póstumamente a Hedges. No hay que olvidar muchas de las demás piezas del disco, ejemplos de fingerstyle que no parecen adentrarse tanto en el folclore como en su álbum debut, ni siquiera particularmente en el jazz, el blues o el rock, sino en la mezcla idónea de todas ellas, en su estilo ideal: la dulzura de "Ragamuffin", esa especie de rápida clase de guitarra que es "Hot Type" o "The Magic Farmer", todas ellas interpretadas por Hedges en solitario. También la sorprendente "Spare Change", si bien esta es una pieza distinta al tener una cierta electrónica sobre sonidos originales de guitarra, y ser uno de los dos temas remezclados del álbum. El otro es "Ménage a trois", una composición más típica de Windham Hill por la aparición de otros sonidos gracias a los dos intérpretes invitados del disco, Mindy Rosenfeld (la esposa de Michael) a la flauta, y Michael Manring (que ya estuvo en su primer trabajo) al fretless o bajo sin trastes. Este hace doblete, abrumando con ese mismo fretless en "After the Goldrush", versión de la canción de un Neil Young que, junto a Joni Mitchell, Leo Kottke o compositores contemporáneos como Varese o Feldman, eran parte de las influencias de este músico experimental, vibrante, heterodoxo y en cierto modo desafiante, que a partir de su tercer álbum iba a incorporar su voz a sus trabajos.

El 2 de diciembre de 1997, con poco más de 40 años, Michael Hedges falleció en un accidente de automóvil en California, engrandeciendo su leyenda y su recuerdo, no sólo entre los seguidores de Windham Hill sino entre cualquier amante de la música en general y de la de guitarra acústica en particular, entre la que la figura de Hedges ha sido tremendamente influyente. Su último álbum en vida, "Oracle", logró al año siguiente de su muerte el premio grammy en la categoría new age, un homenaje póstumo que, evidentemente, llegó demasiado tarde. Su buen amigo y colaborador Michael Manring, le calificaba como un ser humano extraordinario, incluso mejor como persona que como músico. Eso sí, como le sucedió a Will Ackerman, todo aquel que viera a Michael Hedges en directo no iba a olvidar fácilmente su virtuosismo e ímpetu ("¿alguna vez has estado en uno de mis shows? -decía- Bueno, es ruidoso. Puede ser muy ruidoso, pero muy delicado también"), en un estilo calificado como 'trash-acústico' que podía dejar con la boca abierta tanto al neófito como al ya conocedor del guitarrista. Como dijo el propio Ackerman respecto a aquella tarde en Palo Alto en la que atrajo a Michael Hedges hacia Windham Hill: "Era como ver la guitarra siendo reinventada".

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22.5.10

CONSTANCE DEMBY:
"Novus magnificat"


Cuando etiquetas como new age o música cósmica se estaban implantando en el panorama musical mundial -especialmente en los Estados Unidos-, algunas mujeres como Suzanne Ciani o Constance Demby consiguieron imponer sus estilos basados en los teclados y, cada una a su manera, crearon escuela. La californiana Constance Demby concretamente define su música como 'música espacial sinfónica clásica contemporánea', término asaz pretencioso pero aceptable por las cualidades de la misma, que parece abarcar un poco de todo lo ahí expuesto. Aún habría que añadirle un alto componente espiritual (estudió yoga y peregrinó a la India en 1979) y otro étnico, dada la afición de Constance y su aprendizaje autodidacta de instrumentos de diversas culturas como la china, india o balinesa; de hecho, ella es una intérprete consumada de dulcimer (que resuena especialmente en su trabajo "Sacred space music"), koto, sheng o tambura. Sound Currents fue el sello que creó en 1978 para difundir su música meditativa, discos como "Skies above skies" o "Sunborne", que no contaban con un gran fondo electrónico. "Sacred space music", en 1982, la encumbraría a lo alto de la new age (término que detesta por considerar que representa a muchos músicos mediocres), momento en que entra en escena Stephen Hill y su compañía Hearts of Space, en la que publica su exitosa sinfonía espacial "Novus magnificat" en 1986, con una portada de Geoffrey Chandler que parece inspirarse en la película "2001: Una odisea del espacio", y el subtítulo 'Through the Stargate', a través de la puerta estelar.

Aunque dicha puerta estelar y el término 'música cósmica' parezcan implicar viajes imposibles a otras galaxias, en realidad la música de Constance Demby, en especial en sus primeros discos, debe más a los viajes interiores, hacia la misma conciencia, en la búsqueda de una fusión de cuerpo y mente. Incluso la propia sinfonía que estamos glosando, definida por Constance como un mensaje galáctico (dice que comenzó a escucharla en su interior unos tres años antes de empezar a grabarla, la música fluía y ella era una canalizadora de esos sonidos), es también perfecta para la relajación, con su manto de meditativos teclados, coros sugerentes, un piano pacífico pero penetrante y los sintetizadores simulando a edificantes instrumentos de viento. 'Dedicada al infinito', "Novus magnificat" está dividida en dos partes de larga duración, queriendo realzar así su presunto carácter épico, si bien ambas partes presentan (desde la edición digital de 2008, aunque algunos ya existían con anterioridad) varios títulos por separado, cinco la primera y seis la segunda. En cuanto a la primera parte, oscila entre una plegaria espacial y lo que podríamos denominar como el ballet de las esferas, con un maravilloso final soñador y absolutamente envolvente: es fácil perderse en esa bruma meditativa cósmica que suponen sus primeros doce minutos (de títulos "Soul's journey" y "Ascent"), que dan paso a otro momento algo más movido, de vientos, activas voces y fondo envolvente ("Tears for Terra"), rematado por sonoras percusiones ("Exultate") y un final glorioso dominado por un potente clímax de efectos, teclados y percusión, de título "My heart doth soar", que concentra el esfuerzo y la ascensión de Constance Demby a lo largo de los años. Sin embargo, el extracto más conocido y posiblemente más inspirado del trabajo es el que abre la segunda parte, "The flying Bach", con claras tendencias neoclásicas en el contexto espacial que clama la obra, un efervescente sonido de órgano como tocado en el espacio, en mitad de la nada, donde por cierto el sonido no se propaga. Este comienzo mágico se mitiga un poco conforme avanza la suite, desarrollándose por caminos de calma y vaporosidad, si bien al pasar ese primer momento de referencia, hay que reconocer que el camino no es excesivamente brillante, al menos hasta la llegada de los dos últimos cortes, "Magnificat" -con amago de melodía aventurera- y "Cosmic carousel" -otro ballet espacial que acaba retornando a la tranquilidad del cosmos-. Sin llegar a las excelencias de, por ejemplo, Vangelis, Constance utiliza el estudio de grabación con mano maestra para manejar los hilos de sus exuberantes atmósferas y crear un tejido firme y atrayente ("paso muchas horas en el estudio experimentando con sonidos muestreados y combinándolos"). Inspirada por la música clásica y sagrada occidental, una de las características principales de "Novus magnificat" es que fue grabado sin que la música estuviera escrita o preparada de antemano, se trataría entonces de una suerte de improvisación que se iba mejorando y aderezando sobre la marcha, y en la que el reciente Emulator II tendría un especial protagonismo. Además del piano, los sintetizadores utilizados son dicho Emulator II y el Roland Juno 60, con los que la Demby emula violas, violines, chelo, fagot, arpa, órgano, cuerno francés, campanas, efectos electrónicos, timbales y voces. Es importante hacer notar además, que para esas texturas tan bien elaboradas cuenta con la colaboración del compositor Michael Stearns, en una producción de Constance Demby y Anne Turner. En la recopilación "Light of this world" de 1987, Constance decidió incluir los dos cortes más carismáticos del trabajo, el cierre de la primera parte ("My heart doth soar") y el comienzo de la segunda ("The flying Bach"). Además, otros importamtes recopilatorios, especialmente de Hearts of Space, publicaron temas de una obra que, en 2017, contó con una necesaria reedición por su 30 aniversario -"Novus Magnificat: Through the Stargate (30th Anniversary Edition)"- con un segundo disco que presentaba material en directo.

Las elogiosas críticas de la prensa especializada (que la elevaron a la categoría de clásico de nuestro tiempo) y la radiodifusión de "The flying Bach" y de otros extractos de la obra, elevaron a Constance Demby a grandes cotas de popularidad y ventas -más de 200.000 copias en las que no hay que olvidar la importancia promotora de un sello importante como Hearts of Space-, que refrendó con su siguiente álbum, "Set free" -no tan completo, en una estructura de temas cortos con influencias étnicas- y en especial con el muy neoclásico "Aeterna", muy en la línea de otro gran artista del sello con el que se puede comparar su sonido, Raphael. Lejos de la presunta frialdad cósmica, la música es apasionada, vital, con una gran carga espiritual, incluso religiosa, y con la presencia de un especial componente romántico muy femenino. Y aunque los años pasados oculten en la bruma parte de sus siguientes propuestas (algunas de ellas realizadas en una residencia temporal en España, concretamente en la barcelonesa Sitges), son precisamente las más antiguas, aquellas que Stephen Hill atrajo para Hearts of Space, las que han salido vencedoras y seguirán perdurando entre los fans de la música cósmica, sin que importe el género.

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11.5.10

MYCHAEL DANNA & TIM CLÉMENT:
"North of Niagara

En su larga y fructífera carrera, el canadiense Mychael Danna se ha comportado como un artista polifacético. Solicitado compositor de bandas sonoras, creador de sugerentes y delicados pasajes en sus discos en solitario, o de un sorprendente lirismo de raigambre celta junto a su hermano Jeff, el comienzo de su carrera estuvo marcado por una serie de trabajos de corte electrónico ambiental -en su mayoría descatalogados en la actualidad- junto a su buen amigo Tim Clément. Aunque su colaboración duró cerca de dos décadas, con títulos aconsejables como "A gradual awakening", "Summerland" o "Another sun", la más eficaz y popular de sus reuniones fue la última de ellas, un espléndido viaje musical por la bella naturaleza de Ontario titulado "North of Niagara", publicado por Hearts of Space en 1995.

Proveniente del mundo del rock, Tim Clément decidió cambiar radicalmente esa vacuidad en la que se había introducido, y sustituirla por la espiritualidad de los sonidos de la naturaleza, entre los que comenzó a investigar para integrarlos en su nueva música y en el arte en general. En su reunión con Mychael Danna, es él el mayor impulsor del estilo atmosférico del dúo, y de su pasión por los impresionantes paisajes de Canadá y los sonidos milenarios que encierran. En concreto es el Sendero Bruce el que inspira este disco, cuyo subtítulo es, de hecho, 'Impresiones a lo largo del Sendero Bruce'; los artistas nos aclaran en la contraportada qué es y dónde está: "'North of Niagara' es un conjunto de doce piezas inspiradas en los paisajes encontrados a lo largo del Sendero Bruce, el más largo y antiguo de Canadá. El sendero comienza en las cataratas del Niágara y sigue la escarpa de Niágara -al borde de un antiguo y poco profundo mar- durante 800 kilómetros a través de Ontario". Ya en el libreto, unas pocas fotografías aumentan nuestras ganas de dejarnos atrapar por tan suculentos paisajes, y un alargado plano muestra el trayecto del sendero y expone los puntos que inspiran cada una de las composiciones. En "North of Niagara" nos atrapan atmósferas vaporosas de desarrollo tranquilo y muy agradable, para las que se utilizó el epíteto 'minimalismo romántico', si bien la terminología al uso es tan ambigua que no vale la pena entrar en excesivas complicaciones. "Cootes paradise" es el corte que más ha trascendido de esta obra, seis minutos de serenidad, de agradable seguimiento de una melodía sencilla pero sobresaliente, aderezada con sonidos naturales, grabados entre la primavera y el verano de 1994. "Remember summer" es otro de los temas destacados, donde el acordeón introduce un especial detalle, y en su suavidad parece que lleve sonando eternamente de tan grata manera en el curso del sendero. Gene Goral insterpreta ese acordeón, y otros músicos implicados son Paul Intson al bajo, Eric Hall al oboe y otro habitual colaborador de Tim Clément, Kim Deschamps a la guitarra. Entre composiciones de corte exclusivamente ambiental, pequeños gestos marcan las diferencias entre músicos con clase como éstos y los que se dedican a aprovecharse de la etiqueta new age (haciéndole, dicho sea de paso, un gran daño): "Old mail road" introduce notas de oboe sobre una relajada cadencia de teclado con sintetizador de fondo, la atmosférica "Mount Nemo" exhibe una excitante tensión, en "Crook's Hollow" una alegre y sencilla melodía de teclado baila sobre un sugerente fondo, y "Lookout Point" presenta notas delicadas que culminan el agradable paseo de manera relajante, aunque remarcando el irremediable deseo de estar realmente allí.

"North of Niagara" es más que un disco, es un homenaje a la naturaleza, una idílica incursión en este paraíso del sureste de Canadá que podemos conocer y casi disfrutar gracias a los autóctonos Mychael Danna y Tim Clément, que destinan además una parte de las ganancias del álbum para la Asociación del Sendero Bruce, sobre la que hablan en el interior del libreto, proponiendo vías de contacto. La magia de unos teclados de estilo ambiental y recuerdo impresionista se mimetiza con la naturaleza en una poética incursión por los alrededores de este pequeño edén que hay que intentar visitar al menos una vez en la vida, evidentemente con esta acertada música de Danna y Clément de fondo.

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24.4.10

DAVID LANZ:
"Skyline Firedance"

Aunque se tratara de uno de los pianistas new age más conocidos y reputados de las dos últimas décadas del siglo XX y consiguiera extraer en cada uno de sus trabajos lo mejor de su teclado, el sueño de David Lanz siempre fue grabar su música con una orquesta sinfónica. Por fin, y gracias al impulso de la compañía Narada, el creador de discos tan vendidos como "Cristofori's Dream" o "Natural States" tuvo en 1990 la oportunidad, como él mismo dijo, "para llenar mi música con la grandeza, el poder y la riqueza de detalles que sólo una orquesta puede crear". Trabajó con el arreglista Don Davis y, aunque en todo momento tenía la idea de cómo podía sonar esta fusión, se originó un momento emocionante al escuchar el resultado final, un disco inolvidable titulado "Skyline Firedance", en el que se comprueba la importante evolución como compositor del de Seattle desde que publicara "Heartsounds" en 1983. En concreto afirma Lanz que con "Skyline Firedance" pasó de una fase de agua a una fase de fuego, de mayor fuerza y energía.

Nos encontramos con un proyecto muy especial, para el que un Lanz en su mejor momento no se guardó nada, y encontró inspiración en el folclore ("Masque of Togaebi" trata de un demonio coreano que asusta a los niños), la mitología ("Vesuvius", "Escapades of Pan") o la naturaleza ("The Skyline Firedance Suite"), si bien la pieza más emotiva, "Dancing on the (Berlin) Wall" es una explosiva celebración de la caída del muro de Berlín, un año antes de la publicación de este disco. La música sigue siendo muy espiritual, y las ideas generales de Lanz se mueven en ese sentido, el de los cambios en materias interiores, humanitarias y ecológicas, tan acordes con la filosofía new age, término que parece aceptar de buen grado: "Esta música expresa mi convicción de que el tiempo para pasar a la acción, a actuar con responsabilidad hacia el prójimo, hacia nuestro medio ambiente y con nuestra comunidad global, es ahora". Pero a pesar de este alegato, nada tiene que ver este disco con relajación y débiles notas de piano. Al contrario, las piezas aquí recogidas se muestran con la fuerza de esa 'fase de fuego' antes mencionada, tanto en un primer disco orquestado como en un segundo con los solos de piano (los seguidores del Lanz en solitario con su teclado se merecían también este complemento), con escasas variaciones en el repertorio de ambos. Algunos temas se respiran mejor en su forma de solos de piano (la espléndida "Vesuvius", "Dark Horse", "The Crane" -de hecho, la única que no tiene contrapartida orquestal-), otras se aprovechan eficazmente del tratamiento sinfónico ("Masque of Togaebi", "Escapades of Pan" o las tres partes de "The Skyline Firedance Suite"), mientras que la mayoría son disfrutables por igual de ambas formas, destacando especialmente dos composiciones: "Dancing on the (Berlin) Wall" es una pieza magistral, profunda y rítmica que, al estar dedicada a la demolición del conocido como 'muro de la vergüenza', encierra de manera especial el sentido de apertura a una nueva espiritualidad al que apela el trabajo, mientras que "Nights in White Satin" es una estupenda versión del recordado clásico de 1967 de The Moody Blues, un recordado éxito que ya tenía originalmente un interesante tratamiento orquestal en fusión con el rock de la banda británica. Al seguidor de Lanz no se le hará nuevo el dato de que el pianista realice versiones de temas inmortales del pop y rock, ya lo hizo de manera absolutamente exitosa con "A Whiter Shade of Pale" de Procol Harum, y lo seguirá realizando con asiduidad incidiendo en Lennon y McCartney. "Skyline Firedance", en el que podíamos ver en portada por primera vez la imagen de David Lanz -algo totalmente habitual a partir de entonces-, fue producido por su amigo y colaborador habitual Paul Speer y la parte orquestal grabada en Münich por la IFS Philharmonic Orchestra con Lanz al piano y sintetizadores y los complementos de guitarra, bajo, vientos y percusiones.

Es admirable la profundidad del piano de Lanz, su capacidad para transmitir y conectar con el oyente. La comparación con las piezas orquestales le otorga además en este trabajo una nueva característica, la de aparentar una mayor gama de sonidos en cada uno de sus solos ("el piano incorpora casi todo el rango dinámico de una orquesta"). Aparte de su inmaculado estilo, de una inspiración por momentos gloriosa y del indudable acierto al enrolarse en Narada o al juntar fuerzas con Paul Speer, es el carácter risueño y triunfador, el ansia de investigación y el compromiso con su público los que hicieron de este ágil pianista un superventas de la música instrumental, ya sea por sus solos de piano, sus composiciones más avanzadas y con algo de electrónica -a dúo con Paul Speer-, o como en este caso, la combinación con toda una orquesta sinfónica.

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10.4.10

JEAN MICHEL JARRE:
"Chronologie"

Entre las diversas acepciones de la palabra 'tiempo' en el diccionario podemos encontrar la siguiente como primera opción: "Duración de las cosas sujetas a cambio o de los seres que tienen una existencia finita". Es sin duda la más intrigante, la que nos hace plantear numerosas preguntas y extrañas posibilidades, algunas tan atrayentes como los viajes en el tiempo o cómo detenerlo. Stephen Hawking es sin duda uno de los seres humanos que más ha podido aportar a las dudas que podemos tener sobre la naturaleza del tiempo y el espacio, y fue una obra suya, "Historia del tiempo", la que inspiró al sintesista francés Jean Michel Jarre para componer una obra sencilla pero avanzada y atrayente, cuyo germen fue curiosamente el encargo de un jingle para una nueva serie de relojes de la marca Swatch (en concreto Swatch Musicall), como también hicieron Peter Gabriel, Philip Glass o Paulo Mendonça. Tras la presentación en directo en septiembre de 1992, el siguiente paso fue "Chronologie", el disco en el que aparece esa pequeña melodía y que Disques Dreyfus publicó en 1993 con la distribución de Polydor.

"Chronologie" es aceptado popularmente como un pequeño retorno a las ideas que hicieron triunfar a Jarre desde mediados de los 70, no sólo por la calidad de su contenido sino por la existencia de una temática abstracta, la numeración de los títulos simplemente del 1 al 8, o la propia portada, realizada por Michel Granger, autor de las de los míticos "Oxygène", "Equinoxe" y "Rendez-Vous". Ya en "Chronologie Part 1" queda patente que Jarre es heredero de su propio estilo, majestuoso e inquietante, de hecho esta pieza bien podría haber formado parte de alguno de sus primeros trabajos sin apenas desentonar. "Chronologie Part 2", una de las mejores del álbum y que parece más bien deudora de otra etapa más cercana, la de "Rendez-Vous", desarrolla una poderosa melodía en un continuo y sorprendente clímax pleno de efectos (entre los cuales destaca un ritmo rescatado de una época aún más lejana que "Oxygène", concretamente del single "Eros machine" de 1970), mientras que "Chronologie Part 3" presenta aires lentos y más clásicos con la sorprendente y destacada colaboración de la guitarra de Patrick Rondat. Es sin embargo a partir de aquí donde entran en escena nuevas tendencias -de las que realmente Jarre siempre ha sido en cierto modo un adelantado-, ya atisbadas en la parte segunda, que no pervierten el sonido original y le otorgan un marcado dinamismo de corte muy actual, cuyo especial estímulo se encuentra en el fenómeno de las 'raves', populosas fiestas de música electrónica de calidad que se desarrollaban de forma ilegal en lugares abandonados o al aire libre fuera de las ciudades. Sin ir más lejos, en "Chronologie Part 4" nos encontramos con el tema estrella del álbum, un pegadizo single como sólo Jarre sabe componer, en la línea de sus grandes éxitos como "Oxygène 4", "Magnetic Fields 2" o "Rendez-Vous 4", un indiscutible éxito que contó con la ayuda de Tele 5, al seleccionarlo como sintonía del Giro de Italia de ciclismo en el mejor momento de Miguel Induráin. La tonadilla que Jarre compuso para Swatch estaba presente en ese corte y en el siguiente, un "Chronologie Part 5" de marcado contraste entre lo ambiental y el tecno. Otra nueva cumbre del álbum llega con "Chronologie Part 6", frenético tema de magnético ritmo secuenciado con esencia de los 70 y acabado de los 90, que se merecía quizás una mayor duración. El listón acaba descendiendo con una parte séptima que recuerda a la ambientalidad del enorme (de duración y calidad) "Waiting for Cousteau", sólo que en poco más de dos minutos y cambiando la figura de Cousteau por la de Hawking, y un extraño final, "Chronologie part 8" que engloba órganos eclesiásticos, efectos hip-hop y una cuenta atrás hacia un latido con el que había comenzado el disco, otorgándole posiblemente, en su temática temporal, un sentido de comienzo y final de la propia vida.

"Chronologie" no es un disco tan redondo como los tres primeros de Jarre pero presenta momentos geniales que bien podrían haber encajado en aquellos. De hecho, es común una lejana comparación con el idolatrado "Equinoxe". Sin el componente de músicas del mundo que humanizaba los trabajos ("Revolutions", "Waiting for Cousteau") pero alejaba a Jarre de su auténtico y triunfante estilo, "Chronologie" gozó de un reconocimiento acorde a su calidad y de paso redirigió el enfoque de los conciertos del sintesista galo (que siempre han sido realmente enormes 'raves') hacia espectáculos igual de efectistas pero recogidos en recintos adecuados previo pago de la correspondiente entrada, algo inusual en un Jarre acostumbrado a los macroespectáculos gratuitos financiados por las ciudades organizadoras. La gira 'Europe in Concert' trajo a España por primera vez al músico de Lyon el 29 de septiembre de 1993 (Santiago de Compostela), 2 de octubre (Sevilla) y 6 de octubre (Barcelona), con la nota triste de la cancelación, por las lluvias torrenciales, del concierto de Madrid, que dejó a numerosa gente con las ganas de admirar el enorme montaje que, con breves momentos intercalados de sus otros discos, tenía como gran parte del repertorio a "Chronologie", un álbum ágil, compacto, que no pasa de moda, y que devolvió a Jean Michel Jarre a un lugar importante en la música instrumental.

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