17.5.09

SOWETO STRING QUARTET:
"Zebra crossing"

Hay ocasiones en que la música no puede disociarse de determinados acontecimientos políticos o sociales. Multitud de grupos, cantautores o solistas han deslizado sus mensajes, protestas o homenajes en las letras de sus canciones o en composiciones instrumentales. Uno de los hechos sociales más deplorables de la historia reciente fue la discriminación racial en Sudáfrica hasta los años 90; el apartheid, cuyo significado es 'segregación', apartó de un plumazo a numerosos ciudadanos de raza negra hacia zonas específicas de su propio territorio, siendo el caso más conocido el de Johannesburgo, donde 60.000 nativos de color fueron reubicados en un área urbana a 24 km. denominada Soweto, que se convirtió en la ciudad por excelencia de la lucha -en ocasiones brutal y despiadada- contra el apartheid. Por contra, y en un mundo de necesarios opuestos, Soweto es también la cuna de un cuarteto de cuerda original, dinámico y de calidad y belleza innegable: el Soweto String Quartet.
Cuando nos referimos a un cuarteto de cuerda siempre tendemos a imaginar algo académico, para nada orientado a la world music, aunque sí que otros conocidos cuartetos hayan mantenido flirteos con el rock o otras disciplinas populares (el Kronos Quartet ha versioneado temas de Jimmy Hendrix, el Alexander Balanescu Quartet de Kraftwerk, y el Brodsky Quartet estuvo de gira con Elvis Costello, por citar sólo tres ejemplos). Soweto String Quartet es un cuarteto de cuerda exótico que, como otros conjuntos de apariencia académica como la Penguin Cafe Orchestra o la Cinema Orchestra de Rodrigo Leao, huyen de los terrenos lúgubres para sorprender con una mezcla poderosa de world music (en este caso danzas de baile africanas), pop, jazz y música de cámara. Aún así, la gran diferencia la constituye el color y procedencia de sus integrantes, tres hermanos y un vecino y amigo: Sandile Khemese (violín principal), Thami Khemese (segundo violín), Reuben Khemese (cello) y Makhosini Mnguni (viola). Miembros algunos de ellos de la Orquesta Sinfónica de Soweto, el germen de la SSQ fue el reencuentro de los hermanos tras varias becas de perfeccionamiento musical en Inglaterra. Excelentes en las dos vertientes de su música, es en el folclore donde evidentemente se diferencian de los demás cuartetos de cuerda. Aun así, su repertorio clásico y la calidad de su interpretación, dotada de un especial ritmo deudor de su origen, son excelentes y no tienen nada que envidiar a otros cuartetos más académicos: "Somos un cuarteto de músicos de formación clásica, pero hemos buscado nuestra propia personalidad mezclando varias tradiciones y varios tipos de música".
"Zebra crossing" (editado en 1994 por BMG Africa) presenta, con una alegría y optimismo desmesurados, una suculenta colección de pequeños himnos, claros exponentes de la música interracial, de la apertura y el derribo de fronteras sociales, que lleva consigo un importante desarrollo y mezcolanza cultural: en su comienzo nos encontramos con varios temas inolvidables de ritmo africano, una eficaz presentación de título "Mbayi mbayi" -un tema clásico sudafricano símbolo de esperanza-, "Zebra crossing" -una maravillosa celebración del nacimiento de una nueva nación- y "Kwela" -un viaje al pasado de un Soweto que intentaba emerger en tiempos difíciles- en los que, como en la mayoría del disco, el grupo está acompañado por bajo, teclados, flauta y percusión. Esta última y otras como "Shut up and listen" parecen acercarse en un viaje de miles de kilómetros al más puro estilo de un grupo inclasificable como la Penguin Cafe Orchestra, mientras que en "Zulu lullaby" -con su corte operístico-, "St Agnes and the burning train" o sobre todo en la impresionante "Bossa baroque" accedemos a un clasicismo comercial fino y elegante. No deja de ser curioso que precisamente estas dos últimas composiciones sean versiones de temas de músicos occidentales, Sting y Dave Grusin. Es sin embargo Paul Simon el músico 'ajeno' que de mejor forma se acerca a este trabajo por medio de la recreación de varios temas de su conocido e implicado con la causa sudafricana "Graceland": en "The Paul Simon Graceland collection" escuchamos un popurrí instrumental y posiblemente mejorado de aquellas canciones homenajeadas por Paul Simon, en concreto las cuatro atractivas muestras de sabor sudafricano son "Homeland", "Diamonds on the soles of her shoes", "Graceland" y la conocida "You can call me Al", en la que los hermanos Khemese y su vecino Mnguni despliegan todo su potencial explosivo. Sin despreciar a las composiciones restantes, el último ejemplo destacado del álbum es "Nkosi sikelel' Africa (God bless Africa)", el himno nacional de Sudáfrica, fusión del antiguo himno "Die Stem" y la canción bantú "Nkosi Sikeleli Afrika", que pretende unir emotiva y simbólicamente a todas las naciones del extenso pueblo africano.
¿De qué sirve remover el pasado? Entre los miembros de la SSQ no hay rencor sino alegría y celebración, el cuarteto parece desvincularse totalmente de los hechos políticos y buscar simplemente en sus discos la música alegre, combinación más que interesante de clasicismo y folclore, demostrando con su éxito que la música es un lenguaje universal. Este mensaje de esperanza de título "Zebra crossing" (con la convivencia del blanco y el negro, como en el propio paso de cebra, como finalidad) no sólo merece una encarecida escucha (títulos como "Mbayi mbayi", "Zebra crossing", "The Paul Simon Graceland collection" o "Bossa baroque" son imprescindibles) sino además un sonoro aplauso.

8.5.09

RAPHAEL:
"Music to Disappear In II"

En 1991, sólo dos años después de la creación y lanzamiento del excelso primer volumen, veía la luz "Music to Disappear In II", el también segundo disco del teclista de Oklahoma Raphael (aunque su apellido sea Sharpe, y a pesar de la evidente confusión con nuestro genial cantante de Linares, vamos a seguir llamándole por su nombre, que es con el que firma sus discos). En esta continuación se repetían sin pudor las características que llevaron a la primera entrega a ser un pequeño éxito de ventas y popularidad, gracias a la distribución del sello Hearts of Space, es decir, sencillez y ternura en un entorno angelical y etéreo. Fue en esta época cuando Raphael conoció a su pareja, la suiza Kutira Decosterd, figurante en los agradecimientos del disco como su profesora e inspiración, con la que se involucró en numerosas actividades enfocadas a la meditación, la sanación y la ecología. Juntos fundaron Kahua Records en 1992, sello en el que siguen grabando y ofreciendo su música en la actualidad desde la isla de Maui, en Hawai.

Afirma Raphael en su web que este trabajo "crea un ambiente musical que invita al oyente a 'desaparecer'", y es cierto que las sensuales atmósferas aquí desarrolladas y publicadas de nuevo por Hearts of Space en 1991, continúan con el apasionado viaje espiritual que comenzó en 1989 con su sugerente e inolvidable primera parte. Seis canciones nos esperan en este esperado trabajo dedicado de nuevo al espíritu creador femenino, y su calidad y capacidad de enganche no desmerece en absoluto al título general que han tomado, esa ya mítica 'Música para desaparecer dentro': "River Seeks the Deep", composición hermana de la famosa (y decididamente irrepetible, aunque aquí Raphael se asoma a su magia) "Disappearing Into You" que abría el disco anterior, despliega un finísimo velo de romanticismo en su mágico desarrollo basado en las notas acunantes del piano sobre un fondo de luminosos teclados y sugerentes voces femeninas. Es el estilo más admirado de Raphael, sencillamente maravilloso, algo más meditativo pero igualmente reconocible en "Surrender" -con la ayuda de la flauta y el arpa- y al final del disco en la planeadora "Heaven". Posiblemente sea sin embargo la cumbre del trabajo una composición más terrenal, un tema imprescindible que parte de una genial entradilla de violín (a cargo de Terri Sternberg) de título "Healing Dance", una composición sugestiva de reminiscencias orientales cuya hipnótica melodía, al ritmo de la tabla, es desarrollada durante nueve embelesados minutos por varios instrumentos (flautas -de Stephen Coughlin-, teclados, cuerdas o el propio violín) en una alquimia sonora sin parangón; la creadora de dicha maravilla, de nombre Sophia, firma también otro suave tema de influencia india, "Laxshmi". Unicamente "Tantra" queda por comentar, que representa un último acercamiento espiritual a la religión de la India, musicando lo pasional del título en base a un sugerente clímax con el arropo del violín y el didgeridoo, y con los siempre presentes teclados y percusiones, que ayudan a conformar un trabajo completo y a todas luces necesario, cuyas ventas, sin llegar a las 500.000 del primer volumen, también fueron elevadas, encontrándonos con la sorpresa de que, tantos años después, Raphael y su pareja, Kutira, no hayan decidido publicar una suculenta (aunque peligrosa por la ausencia de la inspiración original e irrepetible de aquella época) tercera parte, si bien en algunos de sus trabajos a dúo se pueden encontrar momentos que recuerdan a aquellas cumbres de la música espiritual de teclados.

Consciente de su suficiencia para crear atmósferas, y con una cierta mejoría en la producción (a cargo de Warren Dennis Khan), Raphael volvió a emocionarnos en su segundo "Music to Disappear In", un disco apasionado de claro influjo budista cuya adquisición, sólo por la escucha de canciones como "River Seeks the Deep" o "Healing Dance", ya valdría la pena, pues ante demostraciones como estas sobran las palabras, atmósferas plenas de intensidad que desvelaban el gran momento de su autor, coincidente con el punto mas álgido de la new age. Precisamente esta última hace bueno su título, 'danza curativa', pues siguiendo el interés de Raphael por la música destinada a la sanación y el bienestar, es sin duda una melodía que hace sentir bien. Sin ir más lejos, una música para desaparecer dentro.

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RAPHAEL: "Music to Disappear In"



1.5.09

PAUL MACHLIS:
"The Magic Horse"

los muchos seguidores del genial violinista escocés Alasdair Fraser no les es ajeno el nombre del teclista estadounidense Paul Machlis. Inolvidable es la unión de estos músicos en dos colecciones sin par de música tradicional escocesa gestadas en los Estados Unidos, de títulos "Skyedance" y "The Road North". El grupo Skyedance (retomando el título del primero de aquellos álbumes) les juntó posteriormente con otros destacados instrumentistas celtas con los que llevaban años colaborando, pero Machlis tenía desde hacía años interesantes ideas propias con las que elaboró varios trabajos a tener en cuenta, en especial el primero de ellos, "The magic horse", publicado por Invincible Records en 1992, un acertado álbum con gran energía y emoción en toda su duración, que intenta ser fiel a la consigna de su autor: "Cada álbum es un viaje".

Paul Machlis se muestra en su carrera y en esta obra como un teclista delicado cuya paleta, dominada por tonalidades vivas y alegres, recalca un rítmico estilo paisajístico de temática celta, a pesar de su origen estadounidense, si bien hay que tener en cuenta que su madre provenía de Escocia (y su padre del Este de Europa), así que en su California natal interpretaba ya esta música tradicional antes de conocer a Alasdair Fraser. Importantes colaboraciones dejan especial huella en este álbum en forma de solos de violín del propio Fraser o marcadas líneas de bajo del siempre eficaz Michael Manring, pero es lógicamente el piano el que impera en la obra, con el whistle ("The Magic Horse"), junto al típicamente celta bodhran en melodías galopantes ("Pogonic") -ambos, whistle y bodhran, interpretados por Chris Caswell-, con someras influencias búlgaras basadas en la presencia de un instrumento de cuerda como la gadulka ("Subor") o en solitario ("Goldenwood", "Homecoming"). "The Magic Horse" es una composición de cabalgante elegancia, muy del estilo de su autor, para comenzar el álbum. El teclado de Machlis suena de manera característica, rampante, muy vivo. La percusión y el whistle contribuyen a hacer una pieza alegre y despierta, que da paso al primero de los dos solos de piano del disco y primer gran tema del mismo, abierto, precioso, una delicia totalmente embargante de titulo "Goldenwood", inspirado en una comunidad tejana de personas que viven reunidas en contacto con la naturaleza (una naturalidad que se refleja en la música). El segundo de los solos llegará más adelante, el sencillo "Homecoming", más tranquilo y personal. Acto seguido, la presencia del violín de Alasdair (el piano es así mismo sensacional) logra que otra pequeña maravilla pueda ser escuchada con emoción: "Alasdair John Cameron Graham" es una descomunal muestra de alegría desbordada, una pieza radiante, con algo de melancolía, en la que dos amigos demuestran su conjunción, ya que piano y violín despliegan una pequeña obra maestra compuesta, como todo el trabajo, por un Machlis majestuoso. El segundo gran tema del disco es "Patshiva" -'celebración' en el dialecto gitano-, monumental demostración de esencia folclórica, con aromas del este de Europa en su épica melodía y un gran despliegue instrumental donde destaca, mas allá de teclados y percusión (y sin la necesidad del violín), el característico bajo sin trastes del gran Michael Manring, que también destaca en la pastoril "Maritsa", álgida composición a la que alimenta con sus notas graves. Antes que ellas, de nuevo el violín escocés en "Allangrange", donde se respiran a la vez alegría y melancolía, en un más que sugerente baile imaginario, y es que la segunda de las apariciones de Alasdair en el trabajo posee una hermosísima aura de antigüedad. La magia celta del conjunto de los temas se ve reforzada por una conjunción de cuidada composición, impecable interpretación y aportación búlgara (la gadulka, un violín con cuerdas de guitarra como el sitar, que toca Marcus Moskoff) o árabe (por medio de un tambor de copa del medio Oriente denominado darbuka, o otro denominado deff, ambos interpretados por Vince Delgado), para completar un mundo particular, el del caballo mágico, un espacio de poco más de cuarenta minutos (la mayoría de los cortes son de escasa -o más bien precisa- duración) donde las leyendas se hacen música y los sueños se confunden con la realidad. Es importante hacer hincapié en la historia del toque búlgaro en el disco: la esposa de Machlis, estadounidense, se enamoró completamente de la música búlgara y de la gaida (una gaita típica de los Balcanes, especialmente de Bulgaria y Macedonia), así que se fue dos años a vivir allí, regalando a Paul una nueva inspiración, que se hace notar especialmente en un tramo final del álbum movido por esos terrenos folclóricos, con temas como "Sianka" o "Subor".

Mientras en la portada de "The Magic Horse" contemplamos precisamente ese misterioso 'caballo mágico' junto a Paul Machlis (sin poder decir exactamente cual de los dos es el protagonista principal del trabajo), en la contraportada se puede leer un acertado comentario del disco como de una feliz y exquisita celebración de música tradicional (folk celta y balcánico) y contemporánea. Sin duda, "The Magic Horse" -así como todo lo que tocan las hábiles manos de Machlis y Fraser- es un disco recogido, para escuchar con buena compañía al crepitar de una hoguera, un pequeño regocijo que sin embargo, y sin razones para entenderlo, no levantó una gran espectación, siendo escasamente recordado para su enorme calidad. Una lástima, ya que estamos ante un trabajo que aparte de grandes interpretaciones y composiciones muy acertadas, tiene alma, algo que se echa en falta en muchas de las propuestas actuales para piano.

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21.4.09

JEAN MICHEL JARRE:
"Rendez-Vous"

Tras su impresionante entrada en el mundillo musical en los setenta, el teclista Jean Michel Jarre daba muestras de una intensa inquietud durante la primera mitad de la década siguiente, con puntos culminantes como el interesante "Magnetic Fields" en 1981, la sorprendente gira por China ese mismo año, la subasta de la única copia de un disco mítico titulado "Music for Supermarkets" en 1983 y la publicación de un estupendo experimento con voces del mundo sampleadas en 1984 bajo el nombre de "Zoolook". Se cumplían ya diez años de "Oxygène" pero el francés no perdía comba en el negocio de la música electrónica, encontrándose de hecho en uno de sus momentos de mayor popularidad. Tanto fue así que la NASA le encargó un enorme show para celebrar sus 25 años de historia, así como el 150 aniversario de la ciudad de Houston, sede de dicha agencia. En enero de 1986, la tragedia del transbordador espacial Challenger supuso una gran rémora para dicho concierto, en el que Jean Michel Jarre pretendía presentar su nuevo trabajo; la desdicha fue incluso mayor para él, teniendo en cuenta que uno de los astronautas que viajaban en el transbordador, Ronald McNair, iba a participar en el evento desde el espacio, interpretando una pieza con su saxofón. Aunque al final el proyecto siguió adelante, el nuevo trabajo de Jean Michel Jarre iba a contar con una bonita dedicatoria hacia ese astronauta de color.

Jarre propuso en este disco un contexto más espacial, que va a conllevar momentos de celebración, de alegría, pero también de tristeza y sentido homenaje. "Rendez-Vous" ('cita' en francés) fue publicado por Disques Dreyfus en 1986, una vez más con un espléndido diseño de portada de Michel Granger. De nuevo la idea del álbum (y con la excepción de su anterior trabajo, "Zoolook") es la de presentar una temática que evoluciona a lo largo del mismo sin presentar bruscos cortes en su desarrollo y bajo títulos simplemente numerados (aunque en este caso ordinalmente) que comienzan con "First Rendez-Vous". Este inicio es, como suele ser habitual en la primera época de la obra de Jarre, evocativo, incluso sobrecogedor, en forma de pequeño crescendo atmosférico que nos conduce al gran leitmotiv del disco, otra de esas soberbias demostraciones tecnológicas de Jarre, melodía pegadiza usada en radios y publicidad de la época que, con el título de "Second Rendez-Vous", nos atrapa en una corriente que aparece y desaparece a lo largo de cuatro partes con breves interludios en los que se desarrollan otras pequeñas melodías, retomando siempre la principal (una de esas 'melodías secundarias' será interpretada en directo con la famosa arpa láser, haces de luz que suenan cuando Jarre pasa la mano por ellos, en un efecto visual futurista y enormemente atractivo). La 'tercera cita' es más intimista, pero enseguida vuelve el Jarre de melodía pegadiza en unas de sus composiciones más famosas de siempre, "Fourth Rendez-Vous", que admiró medio mundo gracias a un espectacular teclado semicircular que fue utilizado por primera vez en el concierto de Houston, en el que se iluminaban las teclas al ser pulsadas. El francés parece retomar por momentos sus típicas ambientaciones circenses en una juguetona 'quinta cita' que se divide en tres partes, más seria y disfrutable la primera, algo deslabazada y fuera de lugar la segunda, y extraña y aparentemente desfasada la tercera, una sucesión de secuencias en un ritmo frenético sin un sentido claro aunque verdaderamente sugestivo. Aunque la 'cara B' del disco no mantenga el nivel de atracción y posiblemente de calidad de su primera parte (a pesar de esa gran 'cuarta cita'), vale la pena mantener la escucha para detenerse en la 'cita final', un emotivo "Last Rendez-Vous" -subtitulado "Ron's Piece"- dominado por ese triste saxofón que en Houston iba a interpretar Ron McNair y que al final tuvo que ser reemplazado por Kurk Whalum, que actuó desde lo alto de un rascacielos. Así como muchos años antes Jarre había contribuído enormemente a acercar la electrónica a la música de consumo general, logrando de hecho un increíble éxito, ese acercamiento era incluso mucho mayor al compartir con toda una ciudad la experiencia de sus macroespectáculos, enormes performances de sonido, luz e imagen que hicieron de ciudades como Paris en 1979 o Houston y Lyon este año 1986 mundos de ensoñación y fantasía durante varias horas.

Este trabajo no estuvo exento de una cierta polémica, al contener bastantes composiciones pre-existentes, tanto en esa 'única copia' de "Music for Supermarkets" (una parte de "Fifth Rendez-Vous") como discos de otro artista para el que Jarre compuso en los setenta, Gerard Lenorman ("Second Rendez-Vous", "Third Rendez-Vous"), si bien se presentaba una extraña dicotomía por la calidad de algunas de esas canciones, merecedoras sin duda de este rescate. "Rendez-Vous" no es el mejor disco de Jean Michel Jarre, posiblemente no sea tan rompedor como "Oxygène", tan completo como "Equinoxe" o tan original -incluso descarado- como "Zoolook", pero los fans del de Lyon se encontraban aquí con otra eficaz muestra de las posibilidades del estudio de grabación, emocionante por los sucesos acontecidos, y más humanizada (tanto por ese toque emotivo que incluye el latido de corazón de Ron McNair como por la presencia de coros infantiles o un instrumento extraño en la música electrónica como el saxofón) que sus predecesoras.

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10.4.09

PHILIP GLASS: "The photographer"


Gracias a determinadas obras musicales podemos conocer anécdotas, curiosidades o hechos destacados de la historia. En concreto, la obra de Philip Glass "The photographer" se centra en un personaje poco conocido como Eadweard Muybridge, y concretamente en un hecho luctuoso de su existencia. Muybridge fue un fotógrafo británico que desarrolló una inventiva carrera en los Estados Unidos hasta el punto de considerarse precursor del cinematógrafo, por sus experimentos con el movimiento de los seres vivos, que llegó a reproducir en sus famosas series de fotografías. La portada de este trabajo de Philip Glass presenta una de estas series, perteneciente al proyecto "El caballo en movimiento": el experimento derivó de un enfrentamiento entre importantes magnatarios californianos, unos de los cuales defendían que en su galope, el caballo siempre apoyaba alguno de sus cascos en el suelo; Muybridge demostró con sus fotografías al caballo Occident que los que opinaban lo contrario estaban bien encaminados. La trama de esta obra viene completada sin embargo por otra circunstancia más pasional de la vida de Eadweard Muybridge, concretamente la infidelidad de su esposa, Flora, con el Coronel Larkyns. Tras encontrar ciertas cartas dirigidas por éste a su amante, Muybridge se presentó ante Larkyns donde estaba destinado y se dirigió a él con las palabras: "Buenas noches, Major, mi nombre es Muybridge y aquí está la respuesta a la carta que usted envió a mi esposa"; seguidamente mató a Larkyns de un disparo. La obra aquí reseñada de Philip Glass se inspira por igual en las técnicas fotográficas de Eadweard Muybridge como en este suceso y el consecuente juicio celebrado en San Francisco, del que acabó siendo absuelto.

Era necesaria esta interesante introducción, al tratarse "The photographer" de una obra no sólo musical sino además de teatro y danza, concebida por Philip Glass y el director holandés Rob Malasch, que fue representada por primera vez en el Royale Palace de Amsterdam en mayo de 1982, editándose en 1983 por parte de la compañía CBS en una versión recortada casi a la mitad respecto a lo representado en los escenarios. Candy Jernigan, esposa de Glass por aquel entonces, fue la encargada de diseñar la portada del álbum, basándose en los conocidos fotogramas del caballo en movimiento. Este drama musical consta de tres actos perfectamente diferenciados: el "Acto I" es una representación teatral sobre el adulterio y posterior asesinato y juicio, consistente según el propio Glass en tres piezas de música incidental, que en el disco vienen representadas únicamente por la interesantísima composición vocal "A gentleman's honor", una bella canción (su duración es muy adecuada a la radiodifusión, además) donde cuerdas y vientos se unen en un ritmo contínuo que otorga breves interludios para lucimiento de un sereno piano, y cuya letra representa parte de la transcripción del propio juicio. Esta pieza, que contó con su propio single y maxi-single (y una versión primeriza de título "Circles"), ha sido incluida en numerosos recopilatorios, no sólo de Philip Glass sino de todo tipo de músicas, especialmente en los años de fiebre de la 'new age', como la popular compilación española "Música sin fronteras". Un poco más adelante, el tercer corte del disco no es sino una versión instrumental de "A gentleman's honor". Mientras tanto, el "Acto II" se trata de una larga demostración de las cualidades de la música repetitiva del mejor Philip Glass, de características marcadamente hipnóticas, con el papel protagonista del violín del afamado violinista clásico americano Paul Zukofsky, que ya interpretara su preciado instrumento en la grabación de CBS de la ópera que dio a conocer a Glass, "Einstein on the beach". Impresiona la cadencia del mismo, así como los acompañamientos, en especial de trompetas, trombones y el coro. Esa música reiterativa casa perfectamente con los motivos fotográficos que también en su repetición recrean en nuestro cerebro un falso movimiento -de personas o del caballo Occident-, y este segundo acto constaba no sólo de la música sino de la proyección de secuencias y diapositivas de la obra de Muybridge en una pantalla al fondo del escenario. El "Acto III" presenta casi veinte minutos de música abstracta de similares intenciones al resto del trabajo, que acompañaba en la representación a una danza final que recuperaba a los personajes del primer acto, concluyendo así una obra apasionante, no sólo por la música ejecutada durante su puesta en escena y felizmente grabada en este disco -no hay que olvidarse de la conducción del siempre eficaz Michael Riesman-, sino además por permitirnos conocer una parte fundamental de la historia de la fotografía y el cinematógrafo, así como morbosos pero también importantes hechos adyacentes. Glass se encontraba en un momento de forma, compositivamente hablando, espectacular. Venía de publicar su exitoso "Glassworks", que le valió el reconocimiento crítico y popular, y las ventas sorpresivas de numerosos ejemplares, y ya había comenzado su flirteo con el cine por medio de la sorprendente "Koyaanisqatsi", así que "The photographer" no es sino la plasmación de la confianza y un capacitado exceso de maravilloso vanguardismo. 

Tal era el interés hacia la figura de Philip Glass y este tipo de música, que incluso "A gentleman's honor" tuvo su propio video-clip oficial (que utilizaba la versión instrumental de la composición, menos dramática que la vocal), representando en el mismo una versión actualizada en el tiempo de este drama, que profundizaba en el hecho de la infidelidad, el asesinato y el juicio, si bien presentaba también algunas de las más famosas animaciones de Muybridge, un fotógrafo adelantado a su tiempo. También Philip Glass se presentaba en esta época como un músico adelantado y atrevido, un artista influyente que en este trabajo dedicado a la interesante y practicamente desconocida figura de Eadweard Muybridge, se reivindicaba como arquitecto de otra realidad sonora, distinta, extraña, pero ante todo propia y auténtica, de características miméticas, una tela de pegajosa urdimbre que no deja indiferente, o se odia profundamente o se ama sin remedio.

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2.4.09

THE ALAN PARSONS PROJECT:
"Tales of Mystery and Imagination, Edgar Allan Poe"

Provenientes de la ingeniería del sonido y la composición, y escudados en la inestabilidad tecnológica de la época, ese mismo año 1976 en el que Jean Michel Jarre deslumbró al mundo con "Oxygène", el imaginativo dúo británico formado por Alan Parsons y Eric Woolfson (se conocieron cuando ambos trabajaban en estudios de grabación, Eric como pianista de sesión y Alan como ingeniero) se sacó de la manga un grupo con el que llevar a la práctica sus avanzadas ideas musicales manejando a importantes músicos de sesión. Buscaron un nombre legendario, The Alan Parsons Project (que provenía de la idea que intentaba vender un Eric Woolfson que huía del protagonismo), y sentaron las bases de un sonido propio, maravillosamente producido, basado en el pop-rock con importantes elementos sinfónicos, detalles electrónicos, tendencia al género musical, con grandes voces pero también una acertadísima presencia exclusivamente instrumental. Durante muchos años desfilarán por las listas de éxitos mundiales estos discos conceptuales cuya originalidad se va a ir diluyendo con el paso del tiempo, pero cuyas primeras entregas aún se mantienen como referentes del rock progresivo unido a un maravilloso sinfonismo electrónico propio de los años 70. Una de sus mayores cotas creativas fue su primer álbum, basado en la vida y obra del escritor y poeta romántico Edgar Allan Poe, para la cual un enorme logro mediático supuso la inclusión de la voz de Orson Welles como narrador. Sin embargo esta colaboración, que se produjo sin que Welles y el Project llegaran a verse las caras, llegó demasiado tarde para la primera edición del disco, que tuvo que lanzarse a la venta sin narrador en 1976 por parte de Charisma Records; fue en 1987 cuando la edición en CD (Mercury Records) mostró el proyecto original, la versión completa de "Tales of Mystery and Imagination" -que es la que aquí se comenta-, gozando ya en 2007 de una merecida versión extendida en doble CD (Deluxe Edition) con importante material extra.

Sí que se pudo escuchar la eterna voz de Welles (de hecho también aparecía en un spot radiofónico) en la presentación del álbum, un importante evento con sofisticada parafernalia de rayos láser, que tuvo lugar en 1976 en el Observatorio del Parque Griffith, en Los Ángeles (Estados Unidos). Una espesa bruma envuelve el comienzo del álbum, el pseudo-instrumental "A Dream Within a Dream", donde la severa dicción de Welles consigue acrecentar el efecto aterrador de la temática de la obra, y le otorga un tétrico realismo, como ya sucediera con aquella gloriosa emisión radiofónica de 'La guerra de los mundos'. En esta efectiva y lírica introducción al álbum, marcada por hipnóticos teclados y guitarras, destaca también una marcada línea de bajo que se va a fundir -algo típico en posteriores discos del Project- con la siguiente canción, una sorprendente "The Raven", en la que hace acto de presencia un instrumento ahora obsoleto pero siempre efectivo como fue el vocoder (de hecho fue uno de los primeros usos musicales del mismo junto a Kraftwerk o Walter Carlos). "The Raven" es un tema contundente (con potentes voces, batería y un descarnado solo de guitarra) y gratamente recordado, en el que Alan Parsons ejecuta la voz junto al actor británico Leonard Whiting. Parsons siempre prefirió dejar ese rol a vocalistas invitados, que en este disco son concretamente -aparte de Whiting- Arthur Brown (genial en otra de las canciones destacadas -y también gratamente enérgicas- del trabajo, "The Tell-Tale Heart", con otra interpretación bastante teatral), el incipiente John Miles (en la claramente musical "The Cask of Amontillado" -enorme canción, presa de emoción y lirismo entre sus giros y armonías- y en otra de las rompedoras en un disco en que cada tema es un nuevo regalo, "(The System of) Doctor Tarr and Professor Fether") y Terry Sylvester (en la suave "To One in Paradise", que bien podrían haber firmado los propios Bee Gees). Mención aparte merece la labor del tercer miembro en la sombra del Project, un arreglista de nombre Andrew Powell que coincidió con Parsons en una banda que produjo esos años atrás, Pilot (de la que también atrajo a otros músicos como David Paton, Billy Lyall, Ian Bairnson o Stuart Tosh); Powell se encarga de las orquestaciones del álbum (destaca la épica que imprime con sus arreglos para orquesta en canciones como "The Tell-Tale Heart" o "The Cask of Amontillado"), en especial en el instrumental largo del mismo, "The Fall of the House of Usher" (basada en parte en una ópera inacabada de Claude Debussy), intrigante y gótico en su preludio ("Prelude", de nuevo con la voz de Welles), intranquilo y misterioso en la continuación ("Arrival", "Intermezzo"), dramáticamente animado con las cuerdas percutidas del címbalo y el kantele en "Pavane", misterioso en definitiva, plasmando perfectamente la decadencia de ese ambiente gótico que tan maravillosamente describió el novelista de Boston al que se intenta rendir un tributo en el que The Alan Parsons Project sacaron buena nota y que no pierde fuerza con el paso de tiempo. Para la segunda versión del álbum, este fue regrabado y remezclado en parte en el estudio británico The Grange, mejorando algunos de los cortes que aparecían en la versión del 76. Además, la presentación del CD, con cambio de portada respecto a la primera edición, es realmente interesante, con información, dibujos, fotografías y las letras de las canciones.

Un joven Alan Parsons participó en el colosal álbum de Pink Floyd "The Dark Side of the Moon" como ingeniero, y como ayudante en "Abbey Road" de The Beatles a los 18 años, donde comprobó de primera mano que el grupo de Liverpool se estaba rompiendo. Fue precisamente en los estudios Abbey Road donde se grabó en 1975 parte de este "Tales of Mystery and Imagination", cuyos recursos para intentar emular musicalmente la prosa y poesía de Poe fueron el lirismo de un sinfonismo con esencia retro, la fuerza natural del rock progresivo más elegante, la seriedad de tan eficaz narrador como Orson Welles, detalles como el uso del misterioso vocoder o la teatralización de las voces (en especial en "The Tell-Tale Heart"), y sobre todo el verdadero interés por la obra de un escritor inmortal como Edgar Allan Poe. Aconsejando fervorosamente la escucha de este disco, también es altamente inexcusable la lectura tanto de historias que Parsons y Woolfson musicaron, como 'El corazón delator', 'El cuervo' o 'El hundimiento de la casa Usher', como de otras que dejaron aparcadas (al parecer, la intención de la banda era realizar un segundo disco dedicado a Poe, pero el cambio de compañía lo evitó) como 'La máscara de la Muerte Roja', 'El escarabajo de oro' o 'El gato negro', o algunas que el propio Eric Woolfson utilizó en su álbum en solitario de 2003 "Poe: More Tales of Mystery and Imagination" (en realidad, la parte grabada del más amplio musical titulado simplemente 'Poe'), como 'Los crímenes de la calle Morgue' o 'El pozo y el péndulo'.





28.3.09

PATRICK O'HEARN:
"Eldorado"

Además de ser un consumado intérprete, crecido en el mundo del jazz (sus padres también eran músicos y le inculcaron el amor por el jazz y la música clásica principalmente), rock (en la banda de Frank Zappa) y pop (en grupos como Missing Persons o Group 87 -este último de fabulosa inventiva que fusionaba varios estilos-), la parafernalia electrónica que Patrick O'Hearn tuvo que instalar en el dormitorio de su propia casa de Los Angeles para poder grabar sus avanzados trabajos digitales para Private Music, le convirtieron poco a poco en un autodidacta ingeniero de sonido y experimentado productor y mezclador. Un año después de deslumbrar con su tercer disco en solitario, "Rivers Gonna Rise", continuó su evolución con paso firme, en esta ocasión abriendo un pequeño hueco en su nuevo trabajo al mundo de la 'world music'. El logro definitivo para dar el salto a la excelencia fue encontrar melodías de calidad para los ambientes desplegados, ya que lo impresionante del característico sonido de este bajista recae en esa eficaz conjunción de elementos, que provoca que cada disco de Patrick O'Hearn merezca perderse en su sencilla complejidad. En concreto su nuevo trabajo, publicado por Private Music en agosto de 1989, iba a estar inspirado en el mito de El Dorado, la ciudad de oro que los conquistadores españoles buscaron fatigosamente en sudamérica.

El mito de Eldorado sirve como excusa a O'Hearn para acercarse a otras culturas antiguas, si bien no era la primera ni última vez que estas reminiscencias inspiraban a nuestro músico, aunque "Eldorado" iba a ser por lo general un disco más luminoso que otros ejemplos como "Ancient Dreams" o "Indigo", primera y última referencias, respectivamente, de O'Hearn para Private Music. En "Eldorado" la ambientación sudamericana provoca que los fondos, esas poderosas atmósferas que tan bien cuida O'Hearn, sean más alegres y coloridos, lo que queda evidente también en la propia portada, estupenda obra de Nancy Nimoy. Un detalle posiblemente fuera de lugar en la temática general que transmite el título viene dado por otra intensa contribución, ésta de raíz persa, en dos de los temas (el hermoso y penetrante violín de "Black Delilah" y un asomo más profundo a la música árabe en "Hear our Prayer"), si bien el contenido no sólo no se ve damnificado sino que, por el contrario, gana en profundidad y calidad, en especial por la belleza del primero de los cortes mencionados, esa ondulante pieza titulada "Black Delilah", de cuidadísima instrumentación y hermoso acabado, que fue parte importante del trabajo, contando incluso con un maxi en vinilo y CD que incluían varios remixes del tema principal y algún tema nuevo como "Journey to Yoroba" o "Zanzabarbara". Emulando el comienzo animado de "Rivers Gonna Rise" (aquel inolvidable "Homeward Bound"), este trabajo se abre con "Amazon Waltz", una gran canción de ritmo frenético y melodía pegadiza con papel destacado de la guitarra, poseída además por el espíritu del Amazonas en sus gritos, sonidos selváticos e inmensa percusión. Con otras estimulantes composiciones en una línea animada con el sello O'Hearn ("Nepalese Tango", "Chattahoochee Field Day" -un paseo cabalgante por el cauce del río estadounidense-) o más esotéricos ("Delicate" -de aspecto mágico, con voces sugerentes-, "Eldorado" -envolvente, profunda y misteriosa, con el magistral y en cierto modo extraño aporte de la trompeta de Mark Isham-), y dejando aparte ese tema vocal iraní tan extraño en O'Hearn y en un disco de presunta temática sudamericana ("Hear our Prayer"), son otras tres las perlas de "Eldorado": la mencionada "Black Delilah" -con el inmenso y penetrante violín sobre una textura excepcional-, "The Illusionist" -que, como gran parte del álbum se alimenta de la sensual tribalidad de sus ritmos, amén de la gozosa melodía desplegada-, y "One Eyed Jacks" -con un original diálogo entre teclados y un fenomenal bajo-, si bien hay que destacar de nuevo la homogeneidad y la producción del trabajo, a cargo del propio Patrick O'Hearn, que ofrece la que es posiblemente su obra más mundana.

Como músicos adicionales a los sintetizadores, bajo y percusiones acústicas y electrónicas de O'Hearn, repiten Peter Maunu a la guitarra y Mark Isham en la trompeta y saxo, ambos grandes amigos del bajista y miembros del Group 87, pero no están en esta ocasión sus otros colegas de Missing Persons, Warren Cuccurullo y Terry Bozzio, ocupándose de la percusión acústica -como ya hizo cuatro años atrás en "Ancient Dreams- el gran Alex Acuña (es imposible nombrar la cantidad de grandes estrellas de la música para las que ha tocado Alex, desde Pérez Prado a U2 pasando por Elvis Presley, Whitney Houston, Al Jarreau, Chick Corea, Celia Cruz, Carlos Santana o formando parte del grupo Weather Report). Se añaden además nuevos registros, como el comentado violín del iraní Farid Farjad y las voces de la también iraní Shahla Sarshar y de Ina Wolf (esposa del productor Peter Wolf, que coincidió con O'Hearn en su paso como teclista por la banda de Frank Zappa, y en la mencionada banda Group 87). El resultado es otra obra vitalista e indispensable en la discografía de un músico serio, elegante y original, cuyo desconocimiento sería un auténtico pecado. Por contra, su siguiente referencia para Private Music no iba a ser un disco realmente suyo sino un experimento con su música titulado "Mix-Up", en el que reputados DJ's remezclaron sus canciones más importantes con vistas al mercado de clubes y discotecas (realmente, una creación del departamento de A&R -supervisión del desarrollo artístico- de Private, pues requerían un nuevo trabajo que O'Hearn, extenuado con sus proyectos para televisión, no podía ofrecer); el resultado pasa de interesante a deprimente, llegando a declarar nuestro músico que algunas de las cosas contenidas le hacían temblar.

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21.3.09

KITARO:
"Silk road"

En la cultura occidental es difícil de entender un culto tan ligado a oriente como el sintoísmo, considerado como la religión originaria de Japón. Sin embargo, es extraordinariamente fácil y edificante escuchar la música de un sintoísta como Kitaro, músico que siguiendo los dictados de su fe adora a los espíritus de la naturaleza y a los antepasados, aunque él jamás pretenderá convertir a nadie a su religión, sino simplemente hacernos compartir sus sentimientos a través de su absorbente obra. Como la propia naturaleza, la música de Kitaro es bella y calmada, y aunque empezara su andadura influenciado por el soul de Otis Redding, el rhythm & blues, el rock progresivo y otras músicas más comerciales, así como la capacidad visual de Debussy y otros clásicos, su encuentro con la electrónica (en concreto con la obra de Klaus Schulze) le marcó un camino a seguir y su repercusión en el auge de la new age en el cambio de década de los 70 a los 80, acabó siendo monumental gracias a álbumes como "Oasis", "Ki" o la banda sonora de la serie documental japonesa de la NHK Televisión, "Silk road", 'La ruta de la seda'.

"Silk road" es un trabajo muy visual y aventurero, que nos conduce como si viajáramos en la caravana del propio Marco Polo. Este mercader veneciano fue uno de los primeros occidentales en transitar por la Ruta de la Seda, que conectaba Asia y Europa (desde China hasta Turquía) para el transporte de numerosos productos, principalmente la seda que se fabricaba en China. La serie de la NHK iba a conllevar además el hecho histórico de ser la primera incursión de una cadena extranjera en el impenetrable (políticamente) territorio Chino, e iba a difundir imágenes novedosas en el mundo entero. La música era elemento importante, pero los productores buscaron durante meses sin encontrar esa pieza clave que se ajustara a la historia, hasta que a través de unas amistades milagrosas, el productor principal, Isao Tamai, escuchó "Oasis", una casualidad con la que comenzó la historia de un soundtrack legendario. Kitaro, al que no le hizo falta mucho énfasis para convencerle de su inclusión en el proyecto, desplegó contrarreloj un trabajo magistral, en su estilo característico que combina sonoridades orientales con influencias del rock sinfónico y la música electrónica. Relajante por sus mantos de planeadores teclados pero dominado a la vez por una fuerza extraordinaria en las percusiones y una sugerente sensualidad, este sencillo personaje logra que viajemos hasta los confines de un mundo tan ignoto como estimulante. Es de sobras conocido y alabado el tema principal de álbum, también de título "Silk road", en el que una melodía suave y armoniosa nos conduce por los cielos orientales en un exhuberante vuelo que podría no tener fin. Esa es la característica general del trabajo, una elegante capacidad para hacer 'volar' al oyente, en base a burbujeantes ambientes (que deparan sin necesidad de melodía composiciones tan elegantes como "Bell tower" o "The great river") desarrollados en los sintetizadores Korg, Roland, Yamaha, Moog y Prophet, con incorporaciones adicionales de guitarras, percusiones, melotrón, quena (flauta andina) y santur (instrumento persa de cuerda). Somos bienvenidos así a un mundo de sonidos como nadie hasta entonces había creado, fusionando tendencias electrónicas occidentales con la tradición y sensibilidad oriental. Inolvidables son también composiciones como la fascinante "Silk road fantasy" -presa de un sutil trasfondo mágico que deja sin palabras- o la más vibrante "Shimmering light" -que parece volar sobre las arenas-, nuevas muestras de esa música plácida, aventurera, misteriosa y de escucha embelesada. Publicado originariamente en 1980 por Canyon Records en Japón, por Gramavision y Polydor en otros países (una edición argentina lo tituló "Camino de seda") y por el sello alemán Kuckuck en Europa como disco doble -que incluía los dos primeros volúmenes de la saga-, enseguida se haría llamar "Silk road Volume 1", por mor de la publicación, ese mismo año 1980 -el éxito y la calidad de la música lo exigían-, de "Silk road Volume 2", encontrándonos más adelante además con otros dos impagables volúmenes y una versión orquestal, amén de packs y su inclusión en directos y recopilatorios de todo tipo. El disco fue remasterizado digitalmente en 1996 por Domo Records.

Sorprende que una música de una esencia tan cósmica, creada en su mayor parte por sintetizadores, encaje de una forma tan natural y contundente con las imágenes de paisajes terrenales y pueblos exóticos. Es grande el mérito de Kitaro, merecedor sin duda del enorme éxito recibido; concretamente, su música para 'Silk road' fue galardonada en la decimoctava edición de los premios Galaxy (prestigiosos premios japoneses para radio y televisión). Nacido en 1953 con el auténtico nombre de Masanori Takahashi, este músico nipón destaca no sólo por su sonido dulce -pero rotundo e inconfundible-, sino además por un indiscutible carisma, así como una apariencia sencilla y pacífica, en concordancia con la filosofía sintoísta. A pesar de su occidentalización y tendencia al sinfonismo, obras como "Oasis", "Silk road", "Kojiki" o "Heaven & Earth" consagran a Kitaro como un músico que seguirá siendo venerado durante mucho tiempo, hasta el punto de poder decirse de él que es el eterno bastión de la new age oriental.

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14.3.09

KLAUS SCHONNING:
"Arctic light"


Nacido en Copenhague (Dinamarca) en 1954, Klaus Schonning es un reputado músico con un estilo sereno y personal, entre un sinfonismo lírico y un folclorismo avanzado. Multiinstrumentista con estudios académicos, no dudó en dirigir sus primeros pasos serios -tras el típico paso por bandas de rock y pop- hacia la new age, como tampoco vacila en denominar así a su propia música. La obra que podemos disfrutar de Klaus Schonning se podría empezar a denominar con el tiempo como música flotante encaminada al relax, si bien este artista danés sorprendió al público con unos comienzos en los que parecía encontrar en sus trabajos acentuadas fases rítmicas con momentos de gran inspiración, como se podía atisbar en sus primeros álbumes, "Lydglimt" (1979) -que grabó con el dinero ganado como músico callejero en Copenhague-, "Cyclus" (1980), "Locrian arabesque" (1985) o el aquí comentado, "Arctic light", publicado en primera instancia por el sello danés Medley Records en 1987, y reeditado posteriormente con portadas diferentes por los alemanes Blue Flame Records en 1987 y por la compañía danesa Fonix Musik en 1994.

Se respira en los trabajos de este músico de frondoso bigote una falsa orquestalidad surgida de los teclados y demás instrumentos, plasmando en sus composiciones un lirismo nórdico, de fenomenal intención aunque fuerza limitada. Destaca así mismo una elevada intención folclórica que, combinada con la electrónica, componen un sonido agradable y abierto; el paisaje contemplado desde esta balaustrada es una nevada planicie, cuya calmada linealidad se rompe gracias a efímeras montañas de chispa y grandeza. Como ya se ha comentado, "Arctic light" se engloba en una primera etapa, más difundida y comercial, de la obra de Schonning, donde la ambientalidad se rompía esporádicamente con atrevidos ritmos y experimentaciones, lo que podemos comprobar en su primera composición, la estimulante "Astralic winds", acertada pieza entre cuyas notas pausadas se distingue el autoarpa (una especie de cítara con forma de arpa, pero con una caja de resonancia muy similar a la de una guitarra). La cítara auténtica también suena en el trabajo, concretamente en "Polar ocean" junto a guitarra (que interpreta en todo el disco Peter Brander), teclados y percusiones. Aunque ese ártico tan cercano para Klaus sea la temática del disco, la luz del sol (la 'luz ártica' del título, que ofrece bellos espectáculos como las auroras boreales) alumbra algunas de sus composiciones más que a dicho círculo polar durante el solsticio de invierno, por ejemplo en "Nebula". Es cierto que se atisba algún síntoma de intrascendencia, pero este multiinstrumentista consigue por momentos emular sonoridades de otros grandes sintesistas como Vangelis o Kitaro (sólo hay que escuchar "Arctic spring"), en un estilo sinfónico electrónico muy agradable, con elementos no sólo de sus propias raíces nórdicas (más por el uso de un instrumento típico de la vecina Finlandia como es el kantele que por encontrar reminiscencias folclóricas típicas) sino también de otras culturas (árabe en "Dark side of the Earth", por ejemplo) e instrumentos como el acordeón o las guitarras, alejados del concepto de la música espacial. A este respecto, Klaus nos hace un guiño en el último tema del disco, "Nocturne", el más terrenal del mismo, donde piano y acordeón dialogan en una bonita despedida, interpretada en exclusiva por el músico danés. Sin embargo, no se puede acabar sin comentar o incluso alabar el tema más destacado y difundido del trabajo, de título "Icarus", una pequeña demostración de fuerza e intención, soberana pieza de pegadiza melodía y desarrollo acertado en su combinación de ritmos e instrumentos, que vale la pena rememorar de vez en cuando y que fue incluida en la recopilación de Blue Flame "European new instrumental music".

Posiblemente, a pesar de su versatilidad (en sus obras Klaus se encarga de tocar numerosos instrumentos aparte del sintetizador y piano, como la cítara, kantele, autoarpa, acordeón, percusiones y ritmos computerizados), Schonning necesitaba ampliar su horizonte musical, y más allá de ese universo primario de teclados y programaciones encontró a músicos como Peter Brander (co-productor, que aporta las guitarra acústica y eléctrica), Mehmet Ozan (percusión y saz) y Boye Magnussen (tambores), con los que conseguir más profundidad para este "Arctic light", un trabajo pleno de música fantasiosa y agradable. Schonning, cansado de trabajar para otras compañías como Blue Flame o Fonix Musik, creó Music Venture para publicar y distribuir su música, aunque bastante alejada en riesgo e inspiración de la que ofrecía en los años 80, de la que "Arctic light" es un reivindicable ejemplo.



8.3.09

VANGELIS:
"L'apocalypse des Animaux"

Muchos de los músicos más característicos y prominentes de la música instrumental de las últimas décadas han destacado o han sido instruídos desde su más tierna infancia en composición o algún instrumento característico. Uno de los casos más atípicos lo constituyó el griego Vangelis, ya que no sólo se mostró como un niño prodigio a los teclados, sino que demostró un carácter precoz al negarse rotundamente a acudir a clases musicales, en las que no veía ninguna necesidad. Efectivamente, con una capacidad espontánea y mayúscula de improvisación, esto no fue ningún impedimento para que triunfara, primero en el mundo del pop con el grupo Forminx, luego en el rock con Aphrodite's Child y por fin en su interesante faceta instrumental, por la cual hemos podido disfrutar de innumerables ejemplos de calidad y belleza. Fue a comienzos de los 70 cuando este teclista nacido en 1943, que había estudiado Bellas Artes en Grecia, comenzó a aplicar sus virtudes musicales al arte del cine y el documental, en lo cual influyó notablemente el nombre de Frédéric Rossif, cineasta francés nacido en Montenegro.

Vangelis compuso numerosas bandas sonoras para Rossif, pero destacan especialmente las de sus documentales de naturaleza, los 6 episodios de "L'apocalypse des Animaux" y los 22 de "Opera Sauvage" (donde se pueden escuchar sus clásicos "Hymne" y "L'enfant"). Espontáneo por naturaleza ("cada vez que un sonido sale de mis manos, ha sido y siempre es instintivo (...) No hay ideas preconcebidas"), Vangelis se adaptó como por arte de magia a la presión del tiempo (una hora de capítulo diario), y grababa mientras veía por primera vez las imágenes. La calidad no se vio alterada ni mucho menos, y "L'apocalypse des Animaux", que fue publicado por Polydor en 1973, se apartaba del estilo que Vangelis había cultivado hasta entonces, centrado en el rock sinfónico, inaugurando un sonido particular donde los teclados cobraban vida en una agradable muestra de ambientalidad de nuevo cuño. En el rotundo tema de inicio, una rítmica sintonía de título "Apocalypse des Animaux - Generique", ya hacen su aparición los coros angelicales que iban a convertirse en característicos de su música, pero para sublime el piano eléctrico que abre el tema más conocido del álbum, "La Petite Fille de la Mer", a modo de nana, expresando musicalmente la armonía natural de las imágenes del documental. Esta triste y a la vez hermosa canción anticipa grandes éxitos del músico griego en ese tono melancólico que adorna tan eficazmente cualquier documental o película, y que retoma de manera igual de majestuosa en el dramático "La Mort du Loup" -donde escuchamos también unos hermosos rasgueos de guitarra acústica-, completando una pareja de canciones que justifican de sobra la publicación de un disco y su posterior éxito, si bien han sufrido dispar suerte en cuanto a su inclusión en los numerosos recopilatorios del músico griego ("La Mort du Loup" ha sufrido un total olvido, mientras que "La Petite Fille de la Mer" fue incluida en "Themes", "Portraits", "Odyssey" o "The Collection"). El resto de la obra, editada en 1973 por Polydor, se nutre de composiciones en una marcada línea incidental, donde se pueden atisbar las influencias que este tipo de discos seminales han tenido en la historia de la música instrumental (en "L'ours Musicien" parece que estemos escuchando a los Air más ambientales de "Moon Safari", "La Mer Recommencée" se podría equiparar a lo ofrecido por ciertos artistas de música drone de bien entrado el siglo XXI, o la base de la composición larga del trabajo, "Creation du Monde", parece asemejarse a algunos fondos del célebre "MCMXC A.D." de Enigma, mientras que la trompeta característica del jazz de "Le Singe Bleu" nos transporta a esa atmósfera insalubre que ideó Philip K. Dick bajo el título de "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?", y que ya bajo el más conocido epígrafe de "Blade Runner" llevará al cine años después un acertadísimo Ridley Scott, con la música de nuestro artista griego). Pero más allá de conjeturas y parecidos futuros, lo que no cabe duda es que este mago de los sintetizadores supo valerse de los avances tecnológicos para crear un sonido único, soñador, que podía emular a una orquesta sinfónica, del que se beneficiaron documentales como éste y otros de Frédéric Rossif, así como otro puñado de obras inmortales para la música instrumental -electrónica, ambiental, new age o como quiera llamarse-, de títulos tan míticos como "Heaven and Hell", "Albedo 0.39" o "Spiral".

Aunque adolezca de una no muy buena calidad de sonido, esta música que fue grabada en una única semana consiguió ser disco de oro en Francia y obtuvo buenas ventas en otros países europeos. Seguramente no se tenía mucha fe en su éxito, ya que sólo así se explica la cruenta elección de una fotografía de portada tan granulada y difusa (con una cierta carga de lirismo, eso sí) y un diseño tan pobre, donde no hay ninguna información sobre el artista, los instrumentos utilizados o las cualidades del propio documental. Sin tener nada que ver con Rossif o con Vangelis, comentar la curiosidad de que pocos años después otra serie documental sobre fauna triunfara masivamente en España: "El hombre y la Tierra", dirigida por Félix Rodríguez de la Fuente, contaba con otra recordada y admirada música de sintonía, obra del compositor turolense Antón García Abril.

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