15.11.09

DAVID ANTONY CLARK:
"Sacred Sites"

Existen en nuestro planeta determinados lugares de poder, enclaves determinados donde las energías de la Tierra, por diversos motivos, son encauzadas de forma adecuada, una tan mágica y especial que por momentos parece que transmitan su propia música a través del silencio. Estos sitios sagrados han sido utilizados y venerados religiosa o espiritualmente desde la antigüedad, por medio de emplazamientos megalíticos, catedrales o monumentos naturales de imponente belleza. Como un médium sonoro, el compositor neozelandés David Antony Clark se acercó en el año 2004 a algunos de estos lugares, e inspirado por su carácter mágico canalizó esas energías de la Tierra para lograr una inspiración superior que, combinada con los interesantes instrumentos que suele utilizar y su habilidad para encontrar la 'esencia primera' que nos conecta con el planeta, acabó conformando un álbum especial, maravilloso y ciertamente fascinante, uno de sus mejores trabajos, de título "Sacred Sites", publicado por su compañía habitual, White Cloud (con su correspondiente distribución en España -convenientemente traducida por Coro Acarreta- por parte de Resistencia).

A la natural espiritualidad de David Antony Clark se unía en este trabajo el misticismo y la energía de esos lugares sagrados escogidos por él mismo, inspiradores de paisajes sonoros llenos de magia, calor y fuerza. Las melodías no difieren del típico sonido de su autor, por lo que este disco no va a decepcionar al seguidor fiel del neozelandés, y sorprenderá además al que se adentre en su mundo por vez primera. Si bien cada trabajo de este preciosista músico supone un largo viaje, este va a constar de muchas más paradas en un larguísimo recorrido, de Australia a Perú pasando por Siria, Irlanda o el Himalaya, impregnándose de la esencia y el misterio de cada lugar sagrado, de tal manera que las visitas son más espirituales que en sus viajes por Australia o África, incluyendo voces y localizaciones de varios rincones del mundo, esos lugares sagrados que David recorre como un peregrino musical, como lo hizo en su momento, practicamente como un mochilero. El viaje comienza con "The Cape of Restless Souls" en su tierra, Nueva Zelanda, donde somos recibidos por cantos maoríes y por una de las melodías representativas de Clark, alternando tan eficazmente teclados con instrumentos de viento, que parecen contarse historias ancestrales. Son sin embargo esas voces únicas lo más destacable del disco, por su variado origen, aportando su grano de arena en el aura de cada pieza y adaptándose a sus temáticas: hindúes en "To the Ice God" (dedicado a la himalaya cueva de Shiva), árabes en "Midnight in the Temple of Baal" (donde la voz de Huda Melsom destaca en una elaborada y evocativa composición, con un interesante laúd árabe), gregorianas en "The Abbey and the Thorntree" (sobre la abadía de Glastonbury) o celtas en "Ghosts of Culloden" (donde Clark se deja llevar por su sangre irlandesa), completando una primera mitad del disco altamente interesante y globalmente efectiva. Es por contra el primer corte instrumental la gran joya del trabajo, una cautivadora melodía de atracción innegable que lleva por título "The Martyrs' Stone", dedicada a las lápidas del cementerio dublinés de Glasnevin. Sólo un peldaño por debajo se encuentra otra composición enteramente instrumental, "Brú na Bóinne", que cierra este apartado celta en su viaje hasta el complejo arqueológico de Newgrange, en Irlanda. Hasta la américa andina nos transporta "Machu Pichu", en la que podemos escuchar un poema del propio David Antony Clark en español. Ambientes naturales y sonidos selváticos pueden percibirse en varios de los cortes, si bien abundan especialmente en el último de ellos, "The Dreaming Pool", dedicado a los cortados de Ubirr, en el parque nacional de Kakadu (Australia), cuya melodía es tan simple como el rumor de esas sonoridades animales.

Por la presumible simpleza de sus melodías, su envoltura de new age ecológica, o simplemente por provenir de un país pequeño y una compañía de discos bastante desconocida, David Antony Clark no gozó, en su época de mayor esplendor, de mucho predicamento por parte de la crítica especializada. A pesar de ese ninguneo se trata, por méritos propios, de una referencia en las nuevas músicas, un espíritu aventurero cuya inspiración parecía tan inagotable como la belleza de los paraísos, naturales en su mayoría, a los que siempre ha referenciado en sus discos, de los que "Sacred Sites" es un clarísimo ejemplo de obra sin altibajos, un acertado disco lleno de melodías agradables, pegadizas, de inspiraciones varias aunque un sonido rotundo, el típico modo que tiene David Antony Clark de presentar su trabajo. Algunas leyendas ancestrales ya llevan asociada, de manera inherente, su música.

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6.11.09

ELBOSCO:
"Angelis"

En noviembre de 1995 se presentó con cierta pompa en Madrid un disco que, si bien no puede calificarse estrictamente como novedoso, sí supuso un agradable intento de aunar calidad y comercialidad en base a la fórmula de conjugar textos en latín con ritmos del siglo XX. La prensa fue convocada en un avión que, desde el aeropuerto de Barajas, hizo el recorrido de ida y vuelta entre Madrid y Zamora, una parafernalia cuyo objetivo era dar a conocer "Angelis", el primer disco de un grupo ficticio denominado Elbosco, publicado por Hispavox. Como ya sucediera con el grupo Enigma cuando lanzó su celebérrimo "MCMXC A.D.", una cierta aureola de misterio envolvió a los responsables de este proyecto, pero una vez que el tiempo levantó el misterioso velo salieron a la luz los nombres de Julián Ruiz (que firma bajo el pseudónimo de Rojotua), Javier Losada (Loxatus) y el reputado director de orquesta Luis Cobos (C. Max) como responsables del trabajo, trinidad de renombre internacional cuya reunión bajo el epígrafe de Elbosco sólo puede deberse a la inversión silábica del apellido Cobos, pues al onírico y surrealista pintor Hieronymus Bosch (El Bosco) no puede calificársele precisamente de angelical. El caso de Julián Ruiz responde mejor al estereotipo de la música presentada en "Angelis", mezcla de conceptos, de fórmulas y de culturas; de hecho, no es Elbosco el primer ni el último grupo de laboratorio que este genial comunicador se saca de la manga, algunos de ellos junto al propio Javier Losada (Ars Mundi, Atlántida), otros de visión propia (Norte Lambert, Esperanto, Mistery of sound) y justo un año después de "Angelis", el denominado CCCP, en nueva reunión con Cobos y Losada.
Los resultados obtenidos en "Angelis" fueron contundentes en la forma y muy interesantes en el fondo, un sonido pulcro y de curiosidad suficiente para llamar la atención del público, que fue espoleado por una estrategia publicitaria que decía: "la música que te lleva al cielo". En efecto, en un contexto místico se podían escuchar en "Angelis" las voces de los niños de la Escolanía del Monasterio del Escorial cantando en latín, unidas a otras voces anónimas -masculinas y femeninas- cantando en inglés, combinación de música coral y pop con texturas electrónicas, soul y hip-hop. Su tema principal y primer corte del álbum llevaba por título "Nirvana", y en sus primeras notas parece que vaya a dar comienzo el canon de Pachelbel, si bien la entrada de las 'voces blancas' del coro (que recitan un pasaje del evangelio de San Lucas) y un ritmo llevadero conducen la pieza al extraño terreno de las fusiones tecno religiosas que encontraron su hueco en el mercado tras otros éxitos como los de Enigma, Adiemus o, de manera completamente pura, de los monjes de Santo Domingo de Silos. La de "Nirvana" es una melodía acertada, calmada y tarareable, que se hizo famosa en esa época, y que fue utilizada en la gran pantalla por el genial director de cine Danny Boyle ("Trainspotting", "La playa", "Slumdog millionaire") en la película "Millones". Luis Cobos ya había trabajado con escolanías años atrás (dirigió la de Loyola) por lo que tuvo mucho que ver en su utilización, si bien se puede entrever en las siguientes canciones otro de sus antecedentes, el grupo de soul-rock de los 70 Conexión, por ejemplo en "A kind of birds", "Nebo" (otra de las sorpresas del disco, cuya voz masculina recuerda sospechosamente en su tono hiphopero a otra que llegará años después en el conocido tema "Clint Eastwood" de otro grupo virtual, Gorillaz), "Soul lives forever" o "Life is one". "Children of light" se convirtió en otro pequeño éxito, por su utilización en TVE para acompañar las imágenes del Tour de Francia de 1996; efectivamente, y rememorando otras conocidas sintonías ciclistas producidas por Julián Ruiz (de los geniales Azul y Negro o del efímero grupo Havana), "Children of light" es un tema animado y pegadizo. Otras composiciones como "Zom" o "Angelis" presentan un tono más relajante en el mismo estilo optimista y luminoso general del disco, en el que hay que acabar destacando una última canción, "Blind man", clarísimamente deudora del sonido romántico de Vangelis; curiosamente, sólo hay que añadir una V al título del álbum para encontrarnos con el nombre de dicho teclista.
Elbosco logró un sorprendente éxito, superando el doble platino en España y ventas millonarias en el resto de Europa, latinoamérica y Australia. Ello posibilitó la aparición, dos años después, de un segundo disco, de título "Virginal", que sin la promoción, inspiración y originalidad del primero, pasó desapercibido. Además, en 2005 EMI publicó una reedición de "Angelis" por su décimo aniversario con dos temas nuevos y el video-clip de "Nirvana". "Angelis" -que también contó con un disco de remixes- fue un trabajo de estudio, de producción exquisita (acompañada de cierta frialdad) por parte de esos tres personajes atrevidos y visionarios, Julián Ruiz, Luis Cobos y Javier Losada. Se echan de menos en la actualidad proyectos como éste, hechos con inteligencia, calidad y ciertas dosis de irreverencia, la necesaria para juntar a un coro de niños con ritmos electrónicos o, en el siguiente proyecto de la misma terna, CCCP, cambiar a la epifanía por un coro del ejército ruso.





24.10.09

PAUL MOUNSEY:
"Nahoo"

Alba es el nombre de Escocia en el idioma gaélico. Enorme es la cultura y tradición musical de esta nación celta, y muchos son los personajes que en los últimos años han intentado revitalizarla con mayor o menor brío y fortuna. El grupo Runrig, por ejemplo, ha convertido su folk-rock en un pequeño fenómeno de masas, y una de sus composiciones más emblemáticas se titula precisamente "Alba" en homenaje a su tierra. La historia del escocés Paul Mounsey, que en su primer álbum versionó dicha canción de Runrig, es más azarosa, y constituye un enorme fenómeno en la fusión y modernización de la música celta. Mounsey, que había estudiado piano y composición en el Trinity College londinense, conoció allí no sólo a un Michael Nyman que iba a tener su agradecimiento en el álbum aquí referido, sino también, y con una mayor importancia en esta historia, a una brasileña de nombre Dorinha que se iba a convertir en su esposa y que le iba a arrastrar hasta São Paulo, la enorme y cosmopolita ciudad brasileña donde nació la saga "Nahoo".

El camino que condujo a Mounsey hasta Brasil hizo también que aflorara una excepcional calidad en base al recuerdo de Escocia, de Alba, algo que ya habíamos atestiguado antes en muchas identidades celtas emigrantes, entre ellas el también escocés Alasdair Fraser o los miembros del grupo irlandés Nightnoise. Fue al pasar a DAT viejos vinilos cuando Paul decidió aprovechar parte del material añejo de la Escuela de Estudios Escoceses de Edimburgo y, de manera privada y espontánea, crear una canción de título "Passing away", auténtico origen del 'espíritu Nahoo' y primer fruto de la experimentación con samplers del álbum definitivo. Rítmico y elegante, pletórico híbrido de antigüedad y modernidad, semilla de calidad electrónica en concordancia con un profundo respeto a la tradición celta, "Passing away" y por extensión casi toda la discografía de Paul Mounsey han encontrado también críticos retrógrados. Estos pueden escandalizarse en mayor medida con la inclusión en "Nahoo" de una sorprendente revisión de la mencionada canción de Runrig "Alba", aderezada por elementos tan contradictorios como un bonito canto de 'mouth music' (la música vocal tradicional de las naciones celtas) y sonidos carnavalescos en un envoltorio de 'rave' atávico. Aunque la mayoría de las composiciones del trabajo mantengan -ante todo 'por culpa' de las voces- una esencia tradicional (si bien sólo cinco de las mismas poseen realmente algún nexo con la tradición), una mentalidad nueva se abre al completo en ellas, ya sea por los numerosos detalles, los excelentes arreglos ("Robert Campbell's lament", "From ebb to flood" -melodía apabullante que Mounsey ha adquirido como una especie de leitmotiv en su discografía-, "I will go" -extraña adecuación de una melodía tradicional a la guerra de Irak en base a la letra de Roddy MacMillan y Paul Mounsey-) o los tratamientos vocales ("Journeyman", "Stranger in a strange land", "Illusion" -recitado de Paul en inglés y Dorinha en portugués-), en una exquisita producción de João Vasconcelos, que parece entender a la perfección al músico escocés. Como los polos opuestos se atraen, Mounsey es capaz de combinar sin solución de continuidad la preciosa melodía al violín de "Dalmore" con el urbanismo triphopero de "Stranger in a strange land", estupenda canción que supone una forma de contarnos su propia historia con ese enorme país sudamericano que actuó como ese ser que, según Carlos Núñez, lo fagocita absolutamente todo, y como máximo ejemplo basta ese tema de título en portugués, "As terras baixas da Holanda", tradicional escocés reconstruido al estilo de folclore brasileño. Si bien se pueden destacar grandes momentos como "Passing away", "Alba", "Dalmore", "Stranger in a strange land" o "From ebb to flood", prima el conjunto y no decae la intensidad en los más de 50 minutos de un trabajo que iba a convertirse muy pronto en solamente la primera parte de tres ("NahooToo" salió a la venta en 1997 y "Nahoo3: Notes from the republic" en 1999), y cuyo título apareció de casualidad con la mala pronunciación del productor de Mounsey de la frase gaélica 'Émo chùl' (mi espalda), que se escucha en "Passing away".

"Nahoo" colocó muy alto el listón de las fusiones celtas cuando fue publicado en 1994 por la compañía escocesa Iona Records. João Vasconcelos les había enviado la primera muestra de un álbum que Paul Mounsey no tenía en mente publicar, al tratarse de experimentos privados con sus ancestros. Afortunadamente "Nahoo" vio la luz, y el envío de CDs promocionales tuvo una gran acogida entre la prensa (incluída una crítica entusiasta en la revista Q o entre afamados locutores de radio como Bob Harris) no sólo escocesa sino británica, en una avanzadilla que acabaría siendo más global. Voces sampleadas, estéticas dance o percusiones brasileñas son algunos de los detalles para entender el poderoso influjo de este trabajo de título carismático y ausencia de reglas, si bien a pesar de toda esa parafernalia y guiños al hip hop, funky, rock o jazz, Paul Mounsey se encarga en todo momento de que no nos olvidemos de cuáles son sus raíces. Podemos hablar de Mounsey como un folkie, podemos hablar de Mounsey como un moderno gurú, podemos hablar de Mounsey como un fusionador, podemos hablar de Mounsey como un revolucionario... en definitiva se puede concluir que Mounsey es un gurú folkie, fusionador, moderno y revolucionario. El artista total.



17.10.09

VANGELIS:
"Spiral"

Al hablar de la música del griego Vangelis hay que sacar a colación su carácter épico y grandilocuente, características con las que no sólo logró vender millones de discos sino ser escuchado indirectamente a través de sintonías en radio y televisión por casi todo el mundo desarrollado. La calidad que confería a sus obras parecía ser un recurso innato, sobre todo desde que desplegara sus conocimientos tecnológicos en una primera estancia forzada en Paris. Una vez trasladado a Londres, "Heaven and Hell" fue su primer gran éxito desde los estudios Nemo, completo laboratorio musical con un propósito, el de convertir una tecnología al alcance de muy pocos en una sucesión de notas, ritmos, melodías y secuencias que abrieran la puerta a nuevos caminos, mundos lejanos y cautivadoras formas de expresión sin palabras. Cambiando la orquestalidad por nuevos guiños al rock progresivo y a la música cósmica, el siguiente paso fue "Albedo 0.39" (un trabajo muy apreciado por sus seguidores, aunque no exento de altibajos, que contenía los conocidísimos himnos "Pulstar" y "Alpha"). Con "Spiral", publicado por RCA en 1977, consiguió ir más allá y, sin renunciar a su sonido característico, encontró la esencia de la comercialidad en una comunión alquímica entre el futuro y el presente, entre la electrónica más avanzada y el magnetismo de lo terrenal.

En 1977 se comercializó el sintetizador Yamaha CS-80, con notables mejoras de sonido y versatilidad en su ejecución; Klaus Schulze o Jean Michel Jarre fueron algunos de sus usuarios, pero posiblemente fuera Vangelis quien mejor supo sacarle partido, comenzando por el propio álbum de ese año 1977, "Spiral": "Para mí, el CS-80 es el mejor sintetizador que se haya hecho (...) el mejor diseño de sintetizador analógico que haya existido. Fue un instrumento brillante, aunque desafortunadamente no fue muy exitoso. Necesita mucha práctica si quieres poder tocarlo correctamente, y debido a la forma en que funciona el teclado, es un instrumento bastante difícil de dominar". "Spiral" estaba integrado por cinco composiciones de media duración hasta completar unos escasos cuarenta minutos, minutaje suficiente cuando todo lo contenido en una obra es imprescindible. Es precisamente "Spiral" la que marca el inicio del disco con un estallido sonoro, una hipnótica secuencia que recrea un movimiento oscilante (como una espiral, por supuesto), el latido de un sensacional trabajo que abre los ojos con un toque de campanas. Aunque parezca un momento sacado de la película '2001: Una odisea del espacio', musicalmente se asemeja mucho más al repique de campanas tubulares con el que un joven Mike Oldfield sorprendió al mundo cuatro años antes. No es la única semejanza con "Tubular bells", ya que la atractiva portada de "Spiral", idea del propio Vangelis, también parece estar en concordancia con el disco seminal de Virgin Records. Tales referencias son meras anécdotas si continuamos la escucha, pues durante siete intensos minutos asistimos boquiabiertos a un vendaval de efectos sonoros con varias melodías definidas en una acción desenfrenada digna de sagas estelares de la época. "Ballad" es el segundo corte, el más meditativo del álbum y por su ausencia de ritmos secuenciados el que pasa más desapercibido del mismo, si bien supone una propuesta original, rotunda y muy llevadera con la voz tarareante y procesada de un Vangelis que no prodiga excesivamente su garganta en sus trabajos. "Dervish D." cierra la cara A del vinilo o casete (eran otros tiempos) de forma hipnótica, no en vano se trata un tema inspirado por los bailes giratorios de los derviches ("'Dervish D' está inspirado en el bailarín derviche que, en su giro, se da cuenta de la espiral del universo", decía); como los miembros de tal congregación musulmana, un poderoso misticismo se apodera de la pieza y, junto al clímax conseguido por la cíclica secuencia, la percusión y los teclados emulando instrumentos de viento, elevan al oyente en una danza imposible de refrenar, un auténtico hit de la música electrónica de los 70. Varias tonadas de este álbum se iban a convertir en muy populares con el paso del tiempo e iban a ser integradas en numerosos recopilatorios de su autor y transformadas por doquier en versiones de discos de sintetizador, como es el caso de las comentadas "Spiral" y "Dervish D." y por supuesto de su primer sencillo, la sensual "To the Unknown Man", combinación de dulzura en una melodía casi infantil sobre un pulso sintetizado, y de fuerza por medio de una ruidosa y carismática percusión casi militar, que se acaban fundiendo en un tajante clímax. "To the Unknown Man", merced a su utilización en publicidad y sintonías, es una de las canciones más conocidas de su autor, un sueño de plácido despertar en una 'humanidad desconocida', que contaría con un corto "To the Unknown Man II", con alguna relación con el primero, en el single que, con diferentes portadas según el país, presentaba siempre en la cara A una versión recortada de tema principal. No se queda atrás el último tema del álbum, "3+3" (compuesto en compases ternarios), el más largo y acompañado por un sempiterno secuenciador, así como por unos falsos metales (característicos del griego), en el que el novedoso Yamaha CS80 y demás sintetizadores de los estudios Nemo tuvieron mucho que ver. Un recorte de "3+3" fue la cara B del single de "Dervish D.", mientras que años después RCA publicó en Brasil otro sencillo, con "Spiral" en la cara A y "Bacchanale" -perteneciente al anterior trabajo "Heaven and Hell"- en la B, ya que ambos temas aparecían en una popular telenovela, 'Coraçao Alado'.

Entre numerosos encargos, colaboraciones, producciones y bandas sonoras que le estaban permitiendo sacar adelante su estudio privado, y afianzarse en un estatus económico desahogado, Vangelis cuajó en soledad una obra deliciosa, espectacular, incluso revolucionaria, combinando de nuevo recogimiento y espectáculo en una muestra de calidad electrónica. Innovador pero absolutamente accesible, "Spiral" es uno de los álbumes clásicos de Vangelis, un divertimento de sorprendente conjunción, que en algunos momentos parece acercarse a otras propuestas superventas electrónicas de la época, como las de Tangerine Dream, Jean Michel Jarre, Kraftwerk o The Alan Parsons Project, pero sin perder un sonido propio y una identidad característica, la que ya se había creado este orondo teclista cuya popularidad iba a continuar in crescendo con los años, aunque su último trabajo para RCA iba a ser un experimental y anticomercial "Beabourg" en 1978, de difícil asimilación para un público que enseguida iba a volver a encontrarse con grandes sintonías, como "Hymne" y "L'enfant" en el plástico de 1979 "Opera Sauvage".

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9.10.09

WIM MERTENS:
"Motives for Writing"

Siempre ha afirmado Wim Mertens que la literatura es una de sus pasiones, y aunque destaque que no suele haber relación entre los títulos de sus trabajos y la música contenida en ellos, es ineludible encauzar su inspiración por medio de ciertas referencias, por ejemplo literarias. Un título tan definitorio como "Motives for Writing" (motivos para la escritura) no esconde sin embargo referencias directas a sus escritores favoritos, sino que nos adentra un poco más en su concepto musical sin otro tipo de interferencias, pues el lenguaje utilizado en las letras de las canciones de este trabajo es, como suele ser habitual en él, un recurso inventado de carácter más instrumental que vocal. En la obra para conjunto de Mertens la música fluye con facilidad, incluso de modo insultante en trabajos de gran envergadura como el que nos ocupa. Gran parte de la culpa la tiene una estupenda sección de metales, instrumentos como la trompeta, la tuba y el trombón, que aparecen por primera vez en la obra del belga y se combinan con otros ya clásicos en su repertorio como piano (su instrumento por antonomasia), clarinete, saxo (con la eterna presencia de Dirk Descheemaeker alternando estos dos instrumentos), piccolo, arpa o violín. También el fagot se sitúa en la lista de novedades y añade un nuevo timbre a un conjunto publicado en 1989 por "Les disques du Crépuscule".

Se dice que para este disco Mertens se inspiró en música sacra antigua utilizada en la Semana Santa de Sevilla, algo que no resulta ni evidente ni fácil de discernir, aunque bien es cierto que su primer concierto sevillano tuvo lugar el año anterior de la publicación de "Motives for Writing". No era esa la primera vez que actuaba en España, en febrero del 86 tocó en solitario en una discoteca de Madrid (Sala Universal), volvió con su conjunto en diciembre del mismo año al mismo lugar, con igual éxito (un concierto publicado en CD en 2004 como el quinto volumen de la serie "Years Without History", que recogía conciertos de varias épocas y lugares), y a finales de los 80 se le acopló al cartel de los festivales de jazz de Madrid, San Sebastián y Barcelona, algo que Mertens justificaba así: "no tiene sentido hablar de diferentes tipos de música, mis conciertos tienen cabida en cualquier tipo de festival". Seis composiciones poblaban "Motives for Writting", "Watch!" es un frenético delirio digno de ser disfrutado en directo, una animada obertura cuya corta duración, aunque deje con ganas de más, le confiere un cierto poder y podría hacer buena la coplilla de Gracián 'lo bueno, si breve, dos veces bueno' si eso no dejara en mal lugar a los cortes de larga duración del trabajo. El empleo en el segundo corte, "The Personell Changes", de un lenguaje musical tan alejado de lo establecido (en cuanto a las melodías, cambios de ritmo, instrumentos, voz...) convierte a este tipo de composiciones en unas 'rara avis' de la comercialidad, pues realmente y dentro de su experimentación, hablamos de un artista que ya era conocido, respetado y seguido por una pequeña cohorte de fieles; es la voz lo que más puede chocar en un ambiente rotundo dominado por los vientos, a los que los teclados parecen imitar con una cierta gravedad. El mayor acercamiento a un minimalismo de repetición acontece en "Paying for Love", que desenvuelve en sus primeros minutos un ambiente sereno donde la voz y trompeta no sólo no desentonan sino que ayudan a mecer en un lánguido arropo con suficiente 'alma' como para que los once minutos de la pieza sean extrañamente cortos. Esa fluidez natural que acompaña gran parte de la carrera de Mertens (la menos vanguardista, realmente, con la que puede vender mayor cantidad de discos) le permite lograr melodías geniales, como el gran éxito de este trabajo y que nos adentra en la 'cara B' del mismo, la rítmica "No Testament", hermosa muestra de genialidad en la utilización de la sección de metales y vientos para terminar amasando un sonido moderno y arrebatador en una concepción cuanto menos extraña (y desde luego propia) de la música contemporánea. Incluso ha tenido (y no es la única pieza de Mertens que ha contado con ese dudoso honor) versiones para discoteca. Susurrante, adormecedor, tan sereno como "Paying for Love" pero en otra envoltura, así se presenta el clarinete en "Words on the Page", en un apasionante monólogo de atemporal hermosura; sin reglas aparentes, la atracción no puede romperse mas que por el (en este caso) incómodo silencio, a los trece minutos del comienzo. En general nos hallamos ante uno de los discos más extrañamente hipnóticos de Wim Mertens, aunque también más fáciles y cercanos, combinando soliloquios como este "Words on the Page" con piezas de melodía identificada y convertidas en grandes clásicos del belga como "No Testament" o la maravilla que cierra el álbum, "The Whole", apabullante demostración de clase sin fecha de caducidad que marca la distinción entre este músico esencial y sus imitadores, una composición en la que el pianista canaliza su energía interior hacia un soberano juego entre vientos y cuerdas, que parece ir más allá de la razón, y que Mertens rescataría en forma de variación a las cuerdas, con el título de "Song and Story", en la primera parte de "Alle Dinghe" ("Sources of Sleeplessness"). "No Testament" fue el sencillo elegido, por méritos, para promocionar el disco, con "Watch!" en la cara B del 7", y varias composiciones más en el CDsingle, "The whole" y tres temas nuevos, "Stretti" -una de sus 'counting pieces', esas composiciones que presentan una cuenta atrás-, y las excesivamente cortas, poco desarrolladas, "Flank by Flank" y "Figs".

Siempre intentando ir más allá de lo convencional, este desgarbado músico se desenvuelve con soltura y delicadeza en un mundo difícil, en el que ha conseguido imponer su exclusivo estilo en una obra de gran carisma y personalidad que abarca varias décadas. Con discos como éste, Mertens llama a la puerta de las minorías abiertas a todo y opta por una nueva sensibilidad, de corte propio, pero extensible a todos los que necesiten derribar fronteras y encontrar nuevos caminos sin importar clase, modo o condición. "Struggle for Pleasure" (que contenía su gran éxito "Close Cover"), "Maximizing the Audience" o "A Man of no Fortune and with a Name to Come" fueron sus grandes discos anteriores a este "Motives for Writing", al que seguirán otros completos y en ocasiones incomprendidos trabajos como "Strategie de la Rupture", "Shot and Echo", "Jérémiades", "Jardin Clos", "Integer Valor" y muchas más joyas en una dilatada discografía que, como sus giras, parece no tener fin. Esas obras esenciales fueron rescatadas en 2008 por EMI Classics en ediciones digipack, como este "Motives for Writing" que contó con una pequeña estilización de la tipografía de la portada. Por lo demás, la misma ingeniosa música que, aunque solamente durante cuarenta minutos, hiciera las delicias de cualquier melómano en 1989.

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5.10.09

RADHIKA MILLER:
"Here and faraway"

El de Radhika Miller es uno de esos innumerables casos en los que la vinculación a la música tiene un fuerte componente familiar. Animada por sus padres, creció influida por un gran ambiente cultural y por las cualidades de su madre como soprano y pianista, estudios que enseguida quiso tomar la pequeña Radhika hasta que se encontró con su instrumento ideal: la flauta. Quizás fuera un camino marcado, tal vez sea el instrumento el que elige en definitiva al intérprete, el caso es que ese 'capricho' se convirtió en una reconocida obsesión que acabó formando parte de su vida, y son la emoción y dulzura desprendidas con el mismo, lo que va más allá de las palabras y hace merecedor de un pequeño homenaje a la figura y a la música de esta norteamericana.

No vamos a encontrar en Radhika Miller una artista rompedora y novedosa, ni una glamourosa intérprete de melodías destinadas a la radiodifusión. Más allá del interés de las compañías o de la propia autora, esta flautista de San Francisco ha huido de los círculos más comerciales por el carácter recogido y discreto de su música, aunque presenta ciertas similitudes con determinados momentos de un grupo tan vivo y alegre como el Paul Winter Consort -ha colaborado con Eugene Friesen, Russ Landau, David Darling, y grabado en la catedral St John the Divine, de la cual Paul Halley era organista-. Y es que la discreción y la alegría no son antónimos, sino una combinación cordial. Más que tocar, Radhika Miller acaricia la flauta, sucumbe ante el encanto de un instrumento delicado y sugerente, pero a la vez preciso y contundente, y se deja influir por la naturaleza y por la música impresionista, con retazos medievales y folclóricos. Se puede achacar a sus discos que sean en general excesivamente blandos, pero una estupenda jovialidad, y composiciones esporádicas de notoria calidad, les hacen ser un digno exponente de una agradable new age. En 1992 publicó el mejor ejemplo de lo arriba expuesto, de título "Here and faraway", de la mano del sello Real Music. Ese toque a lo Paul Winter está presente en el tema de inicio, "Dam up a river to style your hair", si bien enseguida llegan los dos cortes más destacados y dignos de recordar: "I once loved a lass" presenta una estupenda melodía (se trata de una pieza tradicional escocesa), y una gran conjunción de flauta, cello, guitarra mexicana y percusión; algo parecido sucede en "Romanian nightingale", genial composición de la propia Radhika en la que nos encontramos una soberbia mandolina ayudando a flauta, piano y bajo. No es baladí hablar de la interpretación de esos instrumentos 'secundarios', ya que nuestra flautista contó con la ayuda de unos intérpretes impresionantes, entre los que destacan Mike Marshall a las guitarras, David Darling al cello, Tony D'Anna al piano y percusiones, y Edgar Meyer al bajo. Casi nada. Por ejemplo, "Reverence" es una composición de éste último, el afamado bajista Edgar Meyer, a la que aunque le falte algo, da muestras del recogimiento y espiritualidad que pretende transmitir el álbum. En "I gave my love a cherry" es el arpa de Michelle Sell la que marca otra recogida cadencia, y se desmarca junto al violonchelo en esta composición tradicional de los Apalaches, adornada con la omnipresente flauta. "Singing winds" es otro tema destacado por su ritmo agradable y viajero, en el que tiene mucho que ver el respetado cantautor folk de San Diego John Stewart, pues no sólo aporta su guitarra, banjo y teclados sino que firma la composición junto a Radhika. Aunque en la segunda mitad del álbum decrezca un poco la intensidad, no hay que olvidar, aparte de esa pequeña contribución de John Stewart, la aportación de la mencionada arpa de Michelle Sell (que también luce en "Adoremus") y del piano de Rob Ramos.

Las diversas variedades de flautas pueden presentar varios registros e influencias y desvelar ciertas intenciones. En este disco, Radhika Miller interpreta varias flautas dulces, altas y traveseras, demostrando su destreza con todas ellas, y su intención es evidente, ofrecer una música alegre y espiritual, conectada con la naturaleza (el tema de inicio pretende ser un alegato ecologista), para escuchar plácidamente o mientras se practica una de las pasiones de la artista, el yoga. "Gems of grace" o "Origins" son otros ejemplos de interesantes discos en la misma línea de su autora, aunque temas como "Romanian nightingale" o "I once loved a lass" hacen destacar entre su discografía este sensible y estimulante "Here and faraway".



28.9.09

DEEP FOREST:
"Boheme"

Fue a mediados de los 80 cuando el grupo alemán Dissidenten escribió sobre una página en blanco al publicar "Sahara elektrik", notable fusión de rock y ritmos étnicos que con canciones rompedoras como "Fata Morgana" o "Sahara elektrik" inauguró lo que ellos dieron en llamar como ethno-beat, sabia conjunción de ritmos étnicos en un entorno de música moderna centrada en el pop-rock. Muchos otros contribuyeron a extender el término y compaginar transculturalmente esfuerzos y raíces, y el campo de la electrónica no podía quedarse fuera. Un enorme ejemplo lo constituyen Michel Sanchez y Eric Mouquet, el dúo Deep Forest, que con su disco homónimo en 1992 plantearon ese nuevo camino y consecuentemente una nueva denominación: el etno-tecno (o ethno-techno).
El punto fuerte de Deep Forest es la enorme labor de investigación que emprenden en cada trabajo, así como la diferenciación entre ellos (de Africa a Europa del este, y de ahí a Cuba, las islas del Pacífico o Japón) manteniendo un mismo estilo. Sus dos primeros y más recordados álbumes, "Deep forest" y "Boheme", son dos obras basadas en un mismo principio pero de distinta contextualización: a) Tómese una zona del globo, preferiblemente exótica o desfavorecida; b) búsquese en las tradiciones e identidades musicales de los lugares en cuestión; c) reubíquese en un entorno moderno, con samplers y tecnología de última generación. El resultado es ese híbrido étnico entre ambient y chill-out que también han sabido explorar con éxito Enigma, Beautiful World, experimentos como "Sacred spirit" o, en un entorno más orquestal, Adiemus. No son los únicos, aunque posiblemente los más conocidos y afortunados, cualitativamente hablando. Aún encandilados con los sones de "Sweet lullaby" y las melodías africanas que impregnaban "Deep forest", Sanchez y Mouquet iban a continuar un viaje que, tras una primera seducción de la India, iba a llevarles hasta Transilvania y sus alrededores -incluída la antigua región de Bohemia, de la que deriva el nombre del disco-, centrados por lo tanto en la cultura gitana de Europa del Este.
Columbia Records, que ya se encargó de la segunda edición de "Deep forest" junto a Sony Records, seguía apostando por estos franceses, y este trabajo publicado en 1995 iba a generar no sólo más de un millón de copias vendidas sino además el populoso premio grammy al mejor álbum de World Music de ese año 1995. El mensaje de unificación que transmite el símbolo del grupo se ve refrendado al comprobar que los samplers sabiamente manejados por estos dos ingenieros musicales no sólo se quedan en Hungría, Rumanía o Bielorusia sino que se alejan hasta Taiwan, Mongolia, o más allá: "Coros balineses o georgianos responden a cantos gitanos, mientras una voz esquimal o india americana unen su colorido a las de magyares o rusos". La unificación es pasmosamente eficaz, y acarrea además un componente misterioso que comienza con el instrumental "Anasthasia", sobresaliente introducción que desemboca en unas palmas gitanas y una melodía viva y auténtica, la de "Bohemian ballet", que me hace recordar las palabras de Mouquet: "Para Deep Forest no es un problema incorporar un sonido 'sucio' a la grabación, para nosotros está bien siempre y cuando la emoción esté ahí". Sin embargo la maniobra del grupo para contrarrestar este posible déficit de calidad fue la invitación a trabajar con ellos en su estudio a la cantante húngara Márta Sebestyén, del grupo Muzsikás (músicos del pueblo); la contribución de Márta fue enormemente fructuosa si se escuchan las canciones en las que acabó colaborando: "Bulgarian melody" (de aire netamente tradicional), "Twosome" (preciosa melodía, algo más reelaborada, a dúo con su compatriota Katalin Szvorak) y sobre todo la conocida y radiada hasta la saciedad "Marta's song", atrayente y muy cuidada modernización del clásico transilvano "Istenem, istenem". Con espíritu más americano parece sonar otra de las composiciones destacadas, "Café Europa", por su interacción de ritmos actuales con cantos de indios americanos interpretados por Franck A. Douglas. Otras canciones nos devuelven a la Europa gitana, como la tierna y emotiva "Lament", las festivas "Deep folk song" y "Freedom cry", la deliciosa melodía que fuera primer single del álbum, "Boheme", y "While the earth sleeps", un bonus track consumado junto a Peter Gabriel que engalanaba las ediciones especiales del disco, con samplers de viejas canciones macedonias y georgianas, utilizado como tema de los créditos finales en la película de ciencia-ficción "Strange days".
No es precisamente bohemia la producción de este disco, sino de gran esmero y camino directo a la radiodifusión, para lo cual sus cuatro sencillos ("Boheme", "Marta's song", "Bohemian ballet" y "Freedom cry") contaron con ediciones en CD single que incluían además temibles remezclas. Como en su anterior disco, las músicas más desfavorecidas entran de lleno en las pistas de baile. Paradojas aparte es necesario destacar la labor de este dúo que supo adelantarse con soltura y colocarse en cabeza del movimiento etno-tecno, demostrando además con sus posteriores giras mundiales que el sentimiento de su música también puede ser disfrutado en directo, más allá de la artificialidad que algunos les atribuyen. Lejos de eso, Deep Forest consiguieron con "Boheme" un colorista y acertadísimo encuentro de culturas gitanas, que no sólo les valió un grammy sino el reconocimiento definitivo de crítica y público.

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21.9.09

VARIOS ARTISTAS:
"The Impressionists"

Es absolutamente notable comprobar la enorme influencia que los llamados compositores impresionistas han ejercido en numerosos artistas de la nueva música instrumental contemporánea. En algunos casos se trata de similitud de formas, de afinidad estética, en otras ocasiones de puro homenaje, cuando no de versión, más o menos próxima a la realidad, de determinadas composiciones que hacen que la huella de estos genios de hace más de 100 años perdure en la actualidad. Es en especial la innovación de Claude Debussy, su inexpresable colorismo, la audición más recurrida en numerosos artistas modernos, pero el oyente atento e informado no obviará el influjo del ecléctico Maurice Ravel, del elegante Gabriel Fauré o del extravagante Erik Satie, posiblemente el de mayor identificación con muchos músicos actuales por su minimalismo anticipado. Aunque la mayoría de ellos rechazaban el término 'impresionista' con el que han pasado a la historia, la época que les tocó vivir y el lenguaje musical velado y fantasioso que en cierto modo les acompañaba, les acercó irremediablemente al efecto luminoso y paisajístico de la pintura impresionista.

Continuando con la tradición del sello Windham Hill de aprovechar la cantidad y calidad de sus músicos vinculados, y desarrollando la idea expresada en el párrafo anterior, Will Ackerman se sacó de la manga en 1992 un extraordinario disco temático con composiciones inmortales de los mencionados Debussy, Ravel, Fauré y Satie grabadas para la ocasión. Para el seguidor acérrimo de la música new age en general (aunque se trate de una etiqueta más que del género concreto en el que englobar a estos artistas) y de Windham Hill en particular ningún nombre de los participantes en este álbum debería ser extraño, aunque alguno destaca por sorpresa: ahí está un casi desconocido Steve Erquiaga acometiendo con maravillosa simpleza la "Pavane" de Gabriel Fauré a la guitarra (este comienzo supone uno de los mejores momentos del álbum), o el pianista John Beasley atreviéndose con soltura con uno de los grandes clásicos de Debussy, "Snowflakes are Dancing". Madurar proyectos que están, supuestamente, fuera de la índole de estos músicos, es un experimento altamente interesante, si bien algunos de ellos, como Tim Story, no han de variar su forma de componer para adaptarse a la sensibilidad de principios del siglo XX, ya que su estilo etéreo es claramente deudor de un Erik Satie al que rinde tributo en su "1st Gymnopédie". Son en su mayoría guitarras y pianos más o menos solitarios los que se abren paso en las formas impresionistas: entre los primeros despunta la presencia inmarcesible de Alex de Grassi -con la "3rd Gymnopédie" de Satie-, y en cuanto a las teclas siempre acaban destacando por su calidad innata los excelsos nombres de Philip Aaberg -que aquí fusiona su estilo con el de Ravel en "Modéré"-, y Liz Story -que se encarga del tema de Debussy "Doctor Gradus ad Parnassum"-, pero en esta compilación entusiasma especialmente el sentimiento que el pianista ciego de New Orleans Henry Butler impregna en la maravillosa "Au bord de l'éau" de Fauré. Restan por comentar los conjuntos: "Nightnoise", siempre dulzura y calidad, deleitan con la "Sicilienne" de un Fauré que se convierte definitivamente en el compositor destacado del recopilatorio, al igual que dicha "Sicilienne" suena como uno de los temas estrellas del álbum; más serios se muestran dos cuartetos de cuerda, el Turtle Island String Quartet de Darol Anger -"Reverie" de Debussy- y el Modern Mandolin Quartet de Mike Marshall -"Pavane pour une infante défunte" de Ravel-, salvando el final del álbum unos sorprendentes Schönherz & Scott que efectúan la mejor descontextualización del disco gracias a los sintetizadores en el "Libera Me" de un agraciado, hay que reiterarlo, Fauré.

Los siempre eficaces artistas de Windham Hill (cuidado, no figuran en este trabajo algunas de sus primeras espadas como Will Ackerman, George Winston, Michael Hedges o Michael Manring) consiguen de un plumazo y sin aparente esfuerzo capturar la esencia de unos compositores inquietantes e influyentes cuyos nombres han pasado a la historia por sus eternas obras (¿quién no ha escuchado alguna vez "Preludio a la siesta de un fauno", "Requiem in Paradisum", las geniales "Gymnopédies" o el famoso e influyente "Boléro"?) más que por la denominación a la que, de manera interesada, deben su razón de unión en esta compilación. El influjo de dichos compositores en la new age más melódica es tan apreciable como la de Dalí y la pintura expresionista en la música electrónica y ambiental. De hecho algunos críticos se habían atrevido a denominar a la música del sello Windham Hill como 'nuevo impresionismo' o 'impresionismo folk', en una extensión gratuita pero no exenta de sentido de un término tan difícil de definir como de sencilla identificación, ante todo pictórica. En lo musical, el lío puede ser mayúsculo si agrupamos términos, definiciones y posibles estilos, así que disfrutemos sin prejuicios de estos 'momentos capturados', de estas joyas de doble motivo: la composición de aquellos genios de principios del XX y la interpretación de estos otros músicos de los que les separa un largo y convulso siglo.
 
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13.9.09

ALASDAIR FRASER:
"Dawn Dance"

Culburnie Records es el nombre de la compañía discográfica que creó el afamado violinista escocés Alasdair Fraser para comercializar sus propios trabajos (en solitario, en grupo o en numerosos dúos) y los de sus colaboradores y amigos, todos ellos enfocados musicalmente hacia la música tradicional escocesa. La mayor curiosidad radica en que la sede de la misma está en California, lugar de residencia de Fraser desde que años atrás aceptara un trabajo en San Francisco, concretamente en la industria petroquímica. Desde allí, y una vez recuperado para la música, no sólo ha mantenido las raíces celtas sino que incluso las ha intensificado (sólo hay que escuchar "Theme for Scotland", la última pieza del disco aquí referenciado, para descubrir esa enorme emoción que supone recordar la tierra lejana) y por supuesto plasmado en una serie de álbumes indispensables por su calidad y distinción, especialmente sus trabajos con el teclista Paul Machlis ("Skyedance" y "The Road North"), y obras en solitario como "Dawn Dance".

El abuelo de Alasdair era violinista y su padre tocaba la gaita, así que la música era una constante en casa del pequeño Fraser, y a los 9 años empezó a estudiar violín en conservatorio y también a la manera folclórica, por lo que él dice que a la hora de tocar, "la técnica me la enseñó mi profesor, pero el corazón me lo enseñó mi propio pueblo". Tocando quiso llegar también al corazón de la gente, así que en determinado momento abandonó su trabajo y tomó el violín en sus manos para cautivar a un público que demandaba cada vez más una vuelta a las raíces y al sentimiento. Elegante y refinado, autoproducido con paciencia y saber hacer en cuanto a la tradición escocesa, "Dawn Dance" (Culburnie Records, 1995, editado en España por Ediciones Resistencia) es un álbum muy personal de Alasdair Fraser, los trece temas están compuestos por este imaginativo violinista (que fue dejando atrás las composiciones populares para mostrarse como un creador único), cuya inspiración proviene principalmente de la familia, amigos, fiestas y viajes. Cada canción tiene una historia detrás, aunque nunca viene cantada ni recitada, hay que escuchar atentamente y dejarse atrapar. En "Dawn Dance" nos encontramos de lleno con el germen de una importante banda de música celta del nuevo siglo como es Skyedance, de la que formarán parte músicos aquí presentes, americanos aunque con raíces celtas, como el gaitero Eric Rigler, el flautista Chris Norman y el percusionista Peter Maund, faltando el pianista Paul Machlis -muy bien sustituido por Tim Gorman- y el bajista Mick Linden -aquí es el afamado Todd Phillips quien se encarga del bajo en los temas en que es requerido- para completar, junto a Alasdair Fraser, dicha formación. Ahí estaba la mayor curiosidad de "Dawn Dance", pues después de dos geniales álbumes de colaboración con Paul Machlis, éste no pudo contribuir en el álbum, ante el susto de los seguidores de estos dos músicos, que respirarían tranquilos al verle de nuevo en la subsiguiente gira mundial. Esta auténtica fiesta se abre con "First Light / Dawn Rant", un strathspey -melodía de baile- que acaba confundiéndose con un animado reel, pero enseguida se dejan notar las influencias que engrandecen el trabajo: en "Dawn Dance" el flautín de Chris Norman y la percusión de Peter Maund insuflan un elevado espíritu medieval a esta bonita tonada dedicada al solsticio de invierno, "Funky 105" es una animada muestra de música celta adaptada a nuevas tendencias, "Free Rein" es un reel muy rítmico, ideal para directo, con la sonora guitarra de Mike Marshall que suena como un banjo, en un acercamiento a aires bluegrass, y "Independence Trail / Galen's Arrival" comienza con un slide ("una tuna en 12x8 que se confunde a menudo con una jiga", explica Alasdair) continuado por un reel en homenaje al nacimiento de su hijo Galen, que llegó tras un paseo del matrimonio por el Independence Trail, en California. Es sin embargo la gaita irlandesa la que, junto al violín, destaca en el álbum; Eric Rigler consigue extraer notas emocionantes de este instrumento poseedor de un sonido señorial y rotundo, tanto como el viento que sopla en ese paraje de escocia cercano al lago Ness al que referencia ese logrado lamento titulado "Stratherrick". No hay que dejar pasar la dulzura y amor expresados en "Sally mo Ghrad", conmovedor dúo de violín y flauta compuesto para el cumpleaños de su esposa esposa, pero dos son las composiciones estrella del álbum, que aumentan su valoración en muchos puntos: el primero es otro dúo sensacional de título "Common Ground", la simpleza de un alegre piano que conduce suavemente y un violín que deslumbra en una bellísima melodía de las que son recordadas durante mucho tiempo; el segundo, que cierra inmejorablemente el disco, es el tema dedicado a Escocia, "Theme for Scotland", una maravilla que sencillamente deja sin palabras, tanto en esta versión de estudio como en su sobrecogedora interpretación en directo, deudora de más de una lágrima entre el público por la conmovedora y sentida conjunción de violín y gaita irlandesa en recuerdo de la amada Escocia.

Hay un agradecimiento muy especial en el libreto del disco, y es "a las muchas personas amables de España que me infundieron ánimos con sus cartas", espoleados por Ramón Trecet -que también figura en los agradecimientos, no podía ser menos- ante un momento difícil del violinista escocés. Afortunadamente, esos malos momentos fueron superados y Fraser ha seguido alegrando al mundo con su música en contínua evolución, fundiendo lo celta con nuevos ritmos (en este disco se pueden descubrir influencias medievales, rock o bluegrass) e instrumentos (como el cello, en sus discos con Natalie Haas) hasta completar una interesante y poderosa discografía de la que "Dawn Dance" es un ejemplo destacado.

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5.9.09

IRA STEIN AND RUSSEL WALDER:
"Transit"


En ese entramado de grandiosos instrumentistas que constituía el sello Windham Hill, uno de los primeros dúos en grabar sus composiciones fue el constituido por el pianista de Los Angeles Ira Stein y el oboísta de Illinois Russel Walder, que formaban un conjunto ágil, melódico e imaginativo. Stein y Walder se conocieron en 1981 en un instituto de perfeccionamiento musical, y enseguida congeniaron, tanto en su forma de entender la música (ambos admiraban al grupo Oregon, en especial a otros pianista -Ralph Towner- y oboísta -Paul McCandless-) como en la sonoridad de sus respectivos instrumentos. En "Transit", un memorable trabajo a reivindicar entre el catálogo de Windham Hill, la melodiosidad del piano y el especial bucolismo del oboe son, en conjunción, un remanso de dulzura, en el que poco importa que el diseño de portada sea bastante mediocre o que la calidad del sonido esté acorde con las pobres características técnicas que pudieron darse hace más de veinte años.

"Transit" supone una estupenda evolución respecto a un flojo y excesivamente jazzístico "Elements" -publicado también por Windham Hill cuatro años antes-, para el que Will Ackerman no congenió con los artistas en la labor de producción. Sin embargo las ventas llegaron, por su claro virtuosismo o por la fidelidad de marca por parte del público, así que en 1986 se apostó por un nuevo disco del dúo, pero eso sí, con importantes acompañamientos de gente de la casa que siempre marcan la diferencia, como Mark Isham o Michael Manring. El salto cualitativo se notó además en la composición, con un puñado de grandes canciones plenas de lirismo y enfocadas a un público adulto que buscaban lo que el pop y el rock no sabían darle, relax en un contexto de enorme calidad, belleza impagable no exenta de una cierta espiritualidad. El resultado final es en general alegre y armonioso, sorprendente y posiblemente innovador, en una correcta producción a cargo de Dawn Atkinson. La de Stein y Walder es música instrumental melódica con influencias jazzísticas, folclóricas y de cámara (por la condición típicamente orquestal del oboe), pero una grata sorpresa constituye constatar que Ira Stein no se limita al piano sino que abre el abanico de los teclados por medio del sintetizador, que con el rítmico acompañamiento del oboe y una original programación de Mark Isham logra crear en la pieza de inicio, "The underground", una atmósfera hipnótica y embriagadora, encontrándonos con una más que cordial y destacada bienvenida -a la que parece recurrir la posterior "Lost time"- que, como el siguiente tema, "Engravings", puede quedar en un segundo plano por la calidad extrema de los dos pilares del álbum. Un componente romántico acompaña en general al trabajo, especialmente en ciertas melodías de Ira Stein como la serena "Engravings" (el corte antes mencionado, delicioso, celestial, muy del estilo de Windham Hill) y la sensible y relajante "Marseille", una fusión casi física entre piano y oboe que demuestra el nivel de entendimiento entre estos dos grandes intérpretes. Ambas contrastan con "Foreign correspondence", un tema con algo de jazz y world music cantado por Russel Walder, que cuenta con un selecto coro: Bruce Hornsby (compositor norteamericano que acababa de sorprender con su gran éxito "The way it is"), Gunnar Madsen, Matthew Stull (ambos miembros fundadores del grupo a-capella The Bobs) y Russell Clark. Es Walder el que consigue las dos mayores cotas de calidad de la grabación en dos melodías suyas que ya se han convertido en clásicos de Windham Hill: "Transit" es una genial composición con especial protagonismo del oboe, una batería que apenas suena en el resto del disco, y la especialísima colaboración de un bajista de excepción como Michael Manring, que por momentos deja admirar su dominio del bajo sin trastes aunque la calidad de la grabación no le haga justicia; "The calling" es otra soberbia muestra de madurez, de preciosa melodía y elaborado conjunto, un referente de estos dos artistas en numerosas compilaciones. No faltan, para concluir un completo y entretenido trabajo, un par de temas de lucimiento personal de estos virtuosos, "Suite for Dominique" a la soledad del piano, y "Circe", sonoridades que oscilan entre lo pseudoreligioso y el minimalismo de Wim Mertens, en diálogo de oboe y corno inglés -el segundo instrumento de Russel Walder-.

La extrema benevolencia de "Elements" encontró, pasados cuatro años, un camimo más esplendoroso en "Transit", ya con piezas importantes (muy importantes, de hecho) como "The calling" o "Transit", que junto a otras atmósferas y melodías sugerentes hacen de esta una obra completísima, uno de los clásicos tapados de Windham Hill. "Transit" fue el último disco de Ira Stein y Russel Walder para Windham Hill, fichando acto seguido por la gran competidora, Narada; la forma en que Stein contaba las razones de este importante cambio da que pensar sobre lo que parece y lo que es en el negocio de la música, que ante todo no puede dejar de ser eso, negocio: "Íbamos a hacer otro disco para Windham Hill pero el proceso fue muy complicado, demasiada burocracia (...) todo el mundo tiene poder decisorio, Will Ackerman, Dawn Atkinson, Anne Robinson... es imposible que todos se pongan de acuerdo (...) A la vez nuestro productor llevó el disco nuevo a Narada y les encantó". Sin embargo, tras un único trabajo en Narada (concretamente en su filial, Sona Gaia), "Under the eye" -que a pesar de contener su otro gran éxito "The well", no prolonga la emoción a tan alto nivel-, el grupo se rompió, quedándose Ira Stein en solitario con el contrato en la nueva compañía. Aunque sólo les contemplan tres discos, Stein y Walder formaron un conjunto elegante, tan alejado de los convencionalismos como cercano y entrañable por la pasión del piano y el calor del oboe. Las bellísimas "Transit", "The calling" o "The well" dan fe de ello.