Parece mentira que desde un país tan pequeño como Nueva Zelanda irrumpieran en los 90 con tanta fuerza y calidad en el mercado de las Nuevas Músicas artistas de la talla de Michael Atkinson, Philip Riley o David Antony Clark. La música de este último en concreto posee unas características que la hacen muy especial, un dinamismo y alegría únicos que consiguen que cada canción nos cuente algo, nos pinte imágenes muy realistas y nos descubra nuevos ritmos. La música de Clark surge de las entrañas de la propia Tierra y de la raigambre popular, cada uno de sus trabajos es una auténtica celebración, una exploración no sólo sonora sino también física de esos paisajes por los que ha viajado el aventurero David Antony Clark, pues en su juventud, emprendió una agitada vida de trotamundos en la que, durante diez años, visitó Europa, América, Asia y el Lejano Oriente, ganándose la vida de cientos de formas diferentes (camarero, clases de guitarra o de inglés, recogiendo fruta, tocando música, etc) y asimilando una multitud de conceptos e ideas que, poco después, fueron la base de su obra. Cuando tras el primerizo "Terra Inhabitata" grabó "Australia", el álbum con el que empezó su despegue, se encontró con una fiesta sensual en aquellos desiertos, un increíble paraíso de ruidos nocturnos por la noche, y un antiquísimo arte rupestre de día, allí las energías eran puras y aquel trabajo transmitía algo de aquella inmensa pureza. El siguiente paso fue la visita al continente africano, otro ámbito primitivo y majestuoso paisajística y faunísticamente hablando, hasta tal punto que David afirma haberse visto abrumado por aquella vastedad.
La inspiración concreta de este álbum publicado por White Cloud en 1996 se ubicó en centroáfrica, en Tanzania exactamente, en el que se han descubierto algunos de los asentamientos humanos más antiguos. En "Before Africa" este neozelandés se traslada también en el tiempo hasta una época primigenia del continente negro, y nos ofrece nueve espléndidas composiciones con lo que ya empezaba a ser su estilo característico, una bella sucesión de dulces melodías tremendamente pegadizas aderezadas por ritmos y voces indígenas, un cautivador sonido que ha sido denominado como neo-primal, que consiguió hacerse muy popular, y que en España también tuvo su hueco radiofónico, así como David Antony Clark sus ediciones propias en CD por medio del sello Resistencia. Aunque su música sea agradable y fácil de escuchar, no es este un músico acomodado, cada nuevo proyecto conlleva un estudio importante, por ejemplo en cuanto a Africa nos decía: "Leo mucho antes de comenzar mis proyectos musicales. Esta vez me sumergí en la literatura sobre África y sus orígenes tempranos, incluidos los trabajos de los antropólogos Richard Leakey y Donald Johanson. Fue a través de toda la lectura que desarrollé el panorama de imágenes primitivas para este álbum". Desde esa cálida bienvenida a la sabana que supone la alegre "A Land Before Eden" nos abordan las tonadas basadas en los vientos o percusiones que parecen tan antiguas como la Madre Tierra (algunas de ellas a cargo de otro importante artista del sello White Cloud, Philip Riley), combinadas con teclados en preciosos desarrollos dinámicos como en "The Stone Children" (cuya juguetona percusión te persigue hasta mucho después de concluir la pieza), "Flamingo Lake" o la completa y más difundida "Rainmakers", hermosa y acompasada tonada en la que primero nos recibe una auténtica percusión de palos y posteriormente nos acecha una tormenta, como en una impronta de la vida natural indígena. Mientras tanto, en otras composiciones, como "Ancestral Voices" -con sus suaves notas de ocarina-, "Inmortal Forces" o "The Inner Hunt", se deja entrever una carga más puramente ambiental. Las ocarinas son interpretadas por Max Guhl y Stephan Clark, la batería étnica adicional por el zaireño Sam Manzanza, otras percusiones por Philip Riley, y David Antony toca sintetizadores y se encarga de los samplers, intentando en todo momento conjugar la modernidad con lo primitivo: "El enfoque de mi trabajo es un poco idiosincrásico. Creo que para este tipo de música, si el sonido es demasiado perfecto, como un verdadero tambor, entonces no es tan convincente, tan creíble. Entonces me gusta crear sonidos orgánicos que se ajusten a las imágenes. Sobre todo, utilizo muestreadores, porque me gusta usar sonidos reales, instrumentos étnicos, como el didgeridoo, y sonidos de animales como las ranas y los pájaros". Ante todo se nota que David Antony Clark es un músico comprometido, enamorado de los paisajes vírgenes, y que rinde tributo con su música a los antepasados de la humanidad, unas culturas indígenas de las que admira, literalmente, su valentía, ingenio y voluntad de supervivencia, y que han dejado sus huellas en forma de reliquias, monumentos o leyendas. Según él, todos les llevamos en nuestro interior.
Ritmos pegadizos, atmósferas memorables, ecos de un pasado remoto en los albores del hombre, se conjugan en este trabajo encantador y fácilmente audible de David Antony Clark. Sus palabras de unos años atrás sobre el continente australiano también pueden trasladarse a este trabajo africano, como si la inspiración primitiva fuera cosa de un sólo continente, Pangea: "la esterilidad, la sequedad del paisaje, los gigantescos montículos de termitas, como extrañas estructuras arquitectónicas en el paisaje. Pero lo más abrumador fue la edad, casi se podía oler la edad. La tierra está tan gastada, tan antigua. Y hay una cantidad increíble de vida salvaje, tan densa. Por la noche, el ruido era increíble, desde grillos, pájaros nocturnos, ranas y criaturas en las zonas pantanosas. Es como una fiesta sensual, casi un asalto a los sentidos". La vitalidad de su música no tiene fronteras, estamos ante un artista que disfruta con lo que hace, y lo que es mejor, hace disfrutar a sus seguidores. David Antony se define como un nuevo tipo de explorador, "que vaga por continentes, escuchando los ecos de los ritmos ancestrales, y luego vierte estas reliquias en su crisol musical y agita suavemente nuestras almas"; un tanto pretencioso, pero bien es cierto que sus rítmicos latidos primigenios tienen capacidades asombrosas para agitar los recovecos más ocultos del ser humano.
La inspiración concreta de este álbum publicado por White Cloud en 1996 se ubicó en centroáfrica, en Tanzania exactamente, en el que se han descubierto algunos de los asentamientos humanos más antiguos. En "Before Africa" este neozelandés se traslada también en el tiempo hasta una época primigenia del continente negro, y nos ofrece nueve espléndidas composiciones con lo que ya empezaba a ser su estilo característico, una bella sucesión de dulces melodías tremendamente pegadizas aderezadas por ritmos y voces indígenas, un cautivador sonido que ha sido denominado como neo-primal, que consiguió hacerse muy popular, y que en España también tuvo su hueco radiofónico, así como David Antony Clark sus ediciones propias en CD por medio del sello Resistencia. Aunque su música sea agradable y fácil de escuchar, no es este un músico acomodado, cada nuevo proyecto conlleva un estudio importante, por ejemplo en cuanto a Africa nos decía: "Leo mucho antes de comenzar mis proyectos musicales. Esta vez me sumergí en la literatura sobre África y sus orígenes tempranos, incluidos los trabajos de los antropólogos Richard Leakey y Donald Johanson. Fue a través de toda la lectura que desarrollé el panorama de imágenes primitivas para este álbum". Desde esa cálida bienvenida a la sabana que supone la alegre "A Land Before Eden" nos abordan las tonadas basadas en los vientos o percusiones que parecen tan antiguas como la Madre Tierra (algunas de ellas a cargo de otro importante artista del sello White Cloud, Philip Riley), combinadas con teclados en preciosos desarrollos dinámicos como en "The Stone Children" (cuya juguetona percusión te persigue hasta mucho después de concluir la pieza), "Flamingo Lake" o la completa y más difundida "Rainmakers", hermosa y acompasada tonada en la que primero nos recibe una auténtica percusión de palos y posteriormente nos acecha una tormenta, como en una impronta de la vida natural indígena. Mientras tanto, en otras composiciones, como "Ancestral Voices" -con sus suaves notas de ocarina-, "Inmortal Forces" o "The Inner Hunt", se deja entrever una carga más puramente ambiental. Las ocarinas son interpretadas por Max Guhl y Stephan Clark, la batería étnica adicional por el zaireño Sam Manzanza, otras percusiones por Philip Riley, y David Antony toca sintetizadores y se encarga de los samplers, intentando en todo momento conjugar la modernidad con lo primitivo: "El enfoque de mi trabajo es un poco idiosincrásico. Creo que para este tipo de música, si el sonido es demasiado perfecto, como un verdadero tambor, entonces no es tan convincente, tan creíble. Entonces me gusta crear sonidos orgánicos que se ajusten a las imágenes. Sobre todo, utilizo muestreadores, porque me gusta usar sonidos reales, instrumentos étnicos, como el didgeridoo, y sonidos de animales como las ranas y los pájaros". Ante todo se nota que David Antony Clark es un músico comprometido, enamorado de los paisajes vírgenes, y que rinde tributo con su música a los antepasados de la humanidad, unas culturas indígenas de las que admira, literalmente, su valentía, ingenio y voluntad de supervivencia, y que han dejado sus huellas en forma de reliquias, monumentos o leyendas. Según él, todos les llevamos en nuestro interior.
Ritmos pegadizos, atmósferas memorables, ecos de un pasado remoto en los albores del hombre, se conjugan en este trabajo encantador y fácilmente audible de David Antony Clark. Sus palabras de unos años atrás sobre el continente australiano también pueden trasladarse a este trabajo africano, como si la inspiración primitiva fuera cosa de un sólo continente, Pangea: "la esterilidad, la sequedad del paisaje, los gigantescos montículos de termitas, como extrañas estructuras arquitectónicas en el paisaje. Pero lo más abrumador fue la edad, casi se podía oler la edad. La tierra está tan gastada, tan antigua. Y hay una cantidad increíble de vida salvaje, tan densa. Por la noche, el ruido era increíble, desde grillos, pájaros nocturnos, ranas y criaturas en las zonas pantanosas. Es como una fiesta sensual, casi un asalto a los sentidos". La vitalidad de su música no tiene fronteras, estamos ante un artista que disfruta con lo que hace, y lo que es mejor, hace disfrutar a sus seguidores. David Antony se define como un nuevo tipo de explorador, "que vaga por continentes, escuchando los ecos de los ritmos ancestrales, y luego vierte estas reliquias en su crisol musical y agita suavemente nuestras almas"; un tanto pretencioso, pero bien es cierto que sus rítmicos latidos primigenios tienen capacidades asombrosas para agitar los recovecos más ocultos del ser humano.
3 comentarios:
Para cuando el comentario sobre el disco de Javier Zuazu 'Cuaderno de invierno'...
En su día me pareció un disco interesante, aunque quizás lo tenga un poco olvidado. Tengo que reconocer que, en cuanto a artistas españoles, tengo en espera a otros antes que a Zuazu (Carlos Núñez, Paxariño, Paniagua, Dorantes, David Salvans) pero no descarto su inclusión en un futuro.
Una forma simplona de definirlo sería como un Ray Lynch, con toques étnicos. Pero Clark es mucho más que eso. En este álbum hace se centra principalmente por centroáfrica.
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