26.7.07

OTTMAR LIEBERT:
"Nouveau flamenco"


Con el triunfo de los Gipsy Kings en EEUU a finales de los 80 nació el fenómeno de la gipsy guitar, más tarde renombrado por la terrible mercadotecnia como 'nuevo flamenco'. Uno de sus máximos representantes (no en vano ese es el título de su primer trabajo, que sirvió para nominar el estilo) es un alemán residente en los Estados Unidos desde 1979, de edad indeterminable y sonrisa encriptada. Su nombre, Ottmar Liebert. Su cruz, ser odiado o al menos ninguneado por los puristas del flamenco (como por su admirado Paco de Lucía) por el apelativo que acompaña a su música. Pero Ottmar, como artista que es, merece un respeto más allá de esa denominación, la música es un mundo en constante evolución y el flamenco también ha conocido y conocerá fusiones, evoluciones e incluso involuciones. Considerado de una forma o de otra, este 'nuevo flamenco' existe, goza de una cierta fama en norteamérica (Liebert copaba sin problemas los primeros puestos de las listas de ventas en Estados Unidos, y su estela la han seguido muchos otros como Jesse Cook, Lara & Reyes, Miguel de la Bastide o el español José Luis Encinas) y ha de ser tenido en cuenta, incluso puede ser admirado en su rítmica y atractiva mezcolanza de flamenco, pop, jazz y músicas del mundo.

Precisamente un ciudadano del mundo es Ottmar Liebert, un alemán nacido en Colonia en 1959, de padre de ascendencia china y madre húngara, que se trasladó a Estados Unidos (a Boston, concretamente) buscando el éxito y que reside desde 1986 en esa ciudad cóctel de culturas (ubicada en Nuevo México, al sur de los Estados Unidos) que es Santa Fe. Su mezcla genética se notaba en su físico y en sus inquietudes ya desde adolescente, cuando viajó por Europa y Asia absorbiendo conceptos y tradiciones. Aunque la guitarra era su instrumento primordial, esa facilidad de asimilación le hizo grabar "Nouveau flamenco" cuando solamente llevaba un año estudiando este difícil estilo, si bien la historia fue algo más compleja: Liebert, que interpretaba su música en bares y restaurantes, entró en contacto con un artista local llamado Frank Howell, un indio que regentaba varias galerías de arte. Con la música de Liebert y los dibujos de Howell, se editaron 1000 copias del álbum "Marita: Shadows and storms", que se vendieron en las galerías de este último y en el mercado indio que se celebra cada agosto en Santa Fe. En un acuerdo con un apretón de manos, Howell le pagaba el estudio y le entregaba el master. De manera parecida a cómo los amigos de Will Ackerman le instaban a que grabase sus composiciones, Ottmar también encontró una cierta insistencia entre la gente que le escuchaba mientras cenaba o tomaba copas en Santa Fe, así que "Marita" fue la respuesta del guitarrista. La casualidad hizo que una emisora de radio californiana emitiera varios cortes del álbum, que llegaron a oídos de la discográfica Higher Octave Music, que con mucho ojo decidió regrabar las canciones y publicar el álbum, si bien con algunos cambios de aspecto: en especial el título, que se ha convertido en una referencia, pero también el orden de los temas -con la eliminación de algunos de ellos- y la mayoría de sus títulos (algunos eran originalmente en español, como "Las cartas perdidas" o "Adios a la noche"). Este cambio daba prioridad a unos ritmos más fáciles de escuchar en los 5 primeros cortes (de entrada ritmo y alegría con los rumberos compases del emblemático "Barcelona nights", otro tema pegadizo dedicado a Berlín -aunque se asome claramente a la bossa nova-, "Heart still / Beating", el claramente fronterizo "3 women walking", un muy movido "2 the night" y el más calmado y sensual "Passing storm"), para de golpe atacar con los dos grandes temas del trabajo de forma continuada, o al menos los más conocidos, radiados e incluídos en recopilaciones, el delicioso y genial "Santa Fe" y "Surrender 2 love" -rotundo corte de inicio de "Marita"- con su comienzo reflexivo y combinación de ritmos y sabores de manera aterciopelada y glamourosa. Le sigue un intento de acercamiento a lo flamenco (en especial en "Road 2 her/Home" -bulerías- y "Flowers of romance"), para concluir de manera reflexiva. "Nouveau flamenco" ha tenido unas ventas espectaculares en casi todo el mundo, alcanzando por ejemplo los dos discos de platino en los Estados Unidos (allí cada platino equivale a un millón de unidades vendidas). De hecho, en el listado de discos latinos más vendidos en Estados Unidos, "Nouveau flamenco" ocupa un puesto privilegiado, en concreto el séptimo, por detrás de trabajos superventas de Selena, Linda Ronstadt, Julio Iglesias o Gloria Estefan, y por delante de todos los demás (Maná, Shakira, Alejandro Fernández, Enrique Iglesias, Ricky Martin, Luis Miguel...). No en vano se define como el álbum de guitarra más vendido de todos los tiempos. A partir de ahí todo fue rodado para este artista, cuya música ha ido evolucionando en la producción y la composición, aportando influencias de todo tipo, incluso clásicas. Desde luego que Liebert no tiene nada que ver con la calidad de Paco de Lucía o Vicente Amigo, pero esa es la diferencia entre el flamenco y el 'nuevo flamenco', este último es de más fácil asimilación, con un componente latino, melódico y popero que lo hace atractivo, bailable y tremendamente rítmico: "Para mí, nouveau flamenco es al flamenco lo que la bossa nova es a la samba. Nouveau flamenco y bossa nova tienen sus raíces en las melodías, mientras que el flamenco y samba las tienen principalmente en el ritmo". William Aura fue el principal impulsor de este proyecto en el que, además de la guitarra flamenca construida para Liebert por Lorenzo Pimentel, se puede saborear una buena percusión de Jeff Sussmann, así como el bajo de Jon Gagan y los teclados de Stefan Liebert, todos ellos miembros del cambiante grupo que a partir de aquí acompañará al guitarrista bajo el nombre de 'Luna Negra'. Definido en el libreto como un nuevo sonido, poesía acústica con elegancia y pasión, de lo que no cabe duda es de la capacidad de enganche que posee. Diez años después de su publicación, y cuando el artista ya había cambiado de compañía, pasando a publicar con Epic Records, salió a la luz "Nouveau flamenco 1990-2000 (Special tenth anniversary edition)", una afortunada remasterización, con un diseño más elegante, en la que el ingeniero Gary Lyons remezcló, sin añadir nada nuevo, la cinta original; se optó además por otra vuelta al pasado al respetar el orden de las canciones existente en "Marita" (aunque con los títulos nuevos), y la inclusión de cuatro que habían sido eliminadas en un principio ("Surrender II", "La memoria", "Sudden shadows" y un gran tema aflamencado de título "Lonely hours") y de dos cortes nuevos, "Morning sky" y "Under blue moon", provenientes de una casete de 1989, no publicada oficialmente, de título "Got 2 Go (When love calls)".

"Barcelona nights" fue la canción elegida como single, con "Passing storm" en la cara B. Idéntica disposición nos encontrábamos en el CDsingle, con "Santa Fe" en el CDmaxi. En ambos se destacaba: "Hay un nuevo sonido espiritual que emana de Santa Fe. Su magia mezcla el corazón y el alma de la guitarra gitana española con un estilo contemporáneo. Es el nouveau flamenco... un sonido creado por Ottmar Liebert". ¿Se aprovechó Liebert de un nombre, de una etiqueta y de la posible ignorancia por parte del gran público del verdadero estilo? Es cierto que adulteraba esa raíz de la que pretende partir, pero ofrecía (y sigue ofreciendo) una música fresca en la que su único delito es la denominación, sin nada más que objetar. El mismo Paco de Lucía, al que referenciaba en este disco, habló escuetamente del tema de esta manera: "Es un niño muy guapo, que hace unas melodías muy simples y sin ningún ritmo. No vale nada y así lo he dicho en Estados Unidos y a él personalmente que me perdonara. No suelo hablar mal de nadie ni quiero hacerle daño, pero estoy luchando por mi música y por mi gente, y aquí hay muchos chavales que pasan su vida metidos en un cuarto estudiando, casi pasando hambre, y que tocan cien mil veces mejor". Posiblemente hay que decirle a esos chavales que luchen por esa pasión como lo hizo Ottmar Liebert, que supo ganarse un nombre y una fama tocando la guitarra.





21.7.07

STEPHEN CAUDEL:
"Wine Dark Sea"

Tras esa bucólica portada, acechada por un cielo rojizo que no presagiaba nada bueno para el conjunto de factores que hicieron posible el disco, nos encontramos con un trabajo de culto, uno de esos álbumes que lamentablemente están descatalogados, difíciles de conseguir de forma original salvo por la casualidad de la segunda mano. El paisaje de cielo infernal -aun así precioso- es el que le tocó en suerte a Stephen Caudel en una primera colección de diez discos calificados como new age, pertenecientes a la serie Landscape (eso mismo, 'paisaje') de la compañía inglesa Coda Records, creada por Nick Austin como respuesta europea a las grandes firmas americanas de esa new age en alza, encabezadas por Windham Hill. Por causas difícilmente evaluables, y a pesar de la indiscutible calidad de algunas de las referencias, entre las que podíamos encontrar nombres ilustres como los de Rick Wakeman o Tom Newman, y otros prometedores como John Themis, Dashiell Rae o Claire Hamill, CODA Records dejó de editar discos en un corto margen de tiempo y Nick Austin centró sus esfuerzos en la televisión por cable, y posteriormente en el Canal 4 británico, con un canal llamado The Landscape Channel, para derivar en una programación por internet donde se siguen ofreciendo alternativas musicales (clásica, new age, jazz...) pero con acompañamiento visual. Lejos de cualquier reproche, y aunque todo quedara en un puñado de discos encuadrados en la 'new age' por una parte y en el jazz por otro, hay que agradecer a Austin que pudieran llegar hasta nosotros trabajos como "Wine Dark Sea".

Stephen Caudel, un inglés enamorado desde pequeño del rock sinfónico de bandas legendarias como ELP, Yes o Génesis, así como de compositores clásicos como Gustav Mahler o Richard Wagner, se preparó a conciencia con estudios musicales avanzados en Leeds (donde también entró en contacto con el mundo del jazz) para poder emular a sus ídolos, pero a pesar de su interesante comienzo con este disco, su nombre a partir de ahí ha trascendido de manera escasa, pudiendo encontrar pocas referencias más en su discografía (otra de ellas, la aconsejable "Bow of Burning Gold", también en CODA Records). Sin embargo "Wine Dark Sea" tuvo una cierta relevancia en el momento de su publicación (1986), ya que fue difundido de manera grandilocuente como la nueva panacea del rock sinfónico en su vertiente multiinstrumentista y orquestal. En definitiva, teniendo en cuenta que unas esplendorosas guitarras conducen el conjunto con mano sabia, se nos estaba vendiendo un nuevo "Tubular Bells", y aunque nada tenga que ver este buen disco con la magna obra de Mike Oldfield, bien es cierto que el ardid era consecuente no sólo con ese carácter de clasicismo rock sino además con la colaboración de Tom Newman como ingeniero de sonido, amén de la construcción del disco en dos partes de más de veinte minutos cada una. La historia de la partitura orquestal de "Wine Dark Sea" es unos años anterior a la publicación del disco, ya que fue estrenada en 1983 en Londres, en el London's Victoria Palace, con la Wren Orchestra conducida por Louis Clark (ex de ELO y creador de la fórmula superventas "Hooked on Classics"). Esta premier fue grabada por Capital Radio y difundida dos veces en su 'Friday Night Rock Show', presentado por Alan Freeman. Pero aparte de comparaciones y pomposos estrenos, ¿qué nos ofrecía el disco que fue grabado en el estudio sin tanto aporte orquestal? Basado en 'La odisea' de Homero cuenta, en palabras del propio Caudel, "la historia de los esfuerzos del hombre para descubrir su propio destino". Añadía además: "Mi primer objetivo al escribir música es llegar a las emociones del oyente, elevar su corazón y su alma por encima de las trivialidades de nuestra existencia cotidiana y llevarlos a un mundo de maravillas y magia". Unas cuantas melodías de calidad sabiamente alternadas y convenientemente aderezadas son la base de las dos largas composiciones de que consta el trabajo, y son las guitarras los instrumentos que acaparan casi todo el protagonismo del mismo (junto a teclados, bajo y batería), alternando estados alterados con otros más calmados, en una segura metáfora de la condición humana. Este periplo homérico se descompone en dos partes, un viaje de ida y otro de vuelta, que a su vez, en la primera edición del álbum, estaba formado por 6 y 7 temas cortos (aunque sin separación), respectivamente. La cara A la ocupaba "The Outward Journey": Al contrario que en "Tubular Bells", el motivo repetitivo de inicio aquí es de guitarra, y sobre él se alzan otras cuerdas y teclados en un tono triunfal ("Anticipation"). El bajo, junto a breves notas de metales, da paso a otra guitarra enaltecedora, que va ejecutando variaciones de su melodía en "Out to Sea", al final junto a una potente eléctrica. En "Moving On" se repite un "A Dream (Part I)" es decididamente aventurera, un pasaje aguerrido dominado por vientos y batería, para la guitarra acústica llamar al reposo en un poderoso momento interior. A continuación regresa de nuevo el tema de aventura ("A Dream (Part II)") para inevitablemente volver a la calma. Otra bella melodía a las seis cuerdas se implanta en "The Battle", de gran epicidad en el camino del héroe hacia su destino. Unas campanas le acompañan hacia su final y la eléctrica y la batería vuelven a unirse en un alarde de fuerza y heroicidad. En la cara B, se instalaba "The Return Journey": Guitarras dobladas y bajo nos reciben ("Sail Upon the Wind") junto a tímidos vientos. En "Island Feast" entra otra melodía que enseguida endurece su carga rítmica para volverse decididamente épica, recordando a leitmotivs de películas hollywoodienses de espada y brujería, demostrando a su vez las capacidades melódicas del autor. Cuerdas serenas aparecen en "Free Spirit" para compensar, en un instante melancólico, ayudado por los teclados. Con "Daybreak" continúa la vertiente melancólica con variación en la melodía, para en "The Force" volver a mostrar otro momento espectacular a la eléctrica, con su interludio de meditativa acústica, otro pasaje importante de la obra. Los metales elevan su fanfarria en "Time of Reckoning", a partir de donde se van sucediendo paisajes alternados (algunas revisiones de melodías anteriores) de calma y tormenta, con guitarras acústicas y eléctricas ofreciendo una especie de resumen final de la aventura ("Returning Home"). Con momentos ciertamente espectaculares, "Wine Dark Sea" es un enorme periplo mayormente acústico por tierras legendarias, un disco tal vez incomprendido y de un olvido injusto, el poder de las seis cuerdas se deja notar desde el primer segundo de la obra, el viaje descrito en la misma no podría encontrar un mejor tratamiento que esta suerte de sinfonía folclórico-clásica con grandes instantes evocadores. Como no todo van a ser laureles, comentar que el final es mejorable, y que tal vez no goce de una producción sobresaliente (a pesar de Tom Newman, parece que fuera acabado con algunas prisas), puede que los empalmes entre melodías estén forzados en varias ocasiones (Caudel debería haber pensado en dividir la obra físicamente en cuatro o cinco cortes) pero es un producto atractivo, que no ha pasado de moda, con guitarreos interesantes y digno, por su calidad, de una reedición. A su vez, en la gira que le siguió, sus interpretaciones en directo tuvieron que ser espléndidas, dignas de ser vistas. En 2022, treinta y seis años después de la publicación del álbum y casi cuarenta desde su interpretación en vivo, Caudel publicó en su sello, Dark Sea Records, la esperada continuación de la obra, "Return to Wine Dark Sea", realmente una especie de revisitación con orquestaciones ('A Guitar Symphony', añadía) y algo de nuevo material. Su autor afirmaba: "Ha sido un desafío enorme pero que ha valido la pena. Esta nueva grabación ahora me brinda el privilegio de escuchar el trabajo exactamente como lo pretendía originalmente, con el poder emotivo y los matices que siempre quise escuchar".

Lamentablemente, y aunque el libreto del CD ofrezca un interesante catálogo de las diez primeras referencias del sello en esta categoría de música new age (es muy difícil encontrar información sobre la siguiente remesa, que constaba de otras diez), con un comentario de cada una además de la fotografía del artista en cuestión, la información de que carece totalmente es el siempre interesante listado detallado de los instrumentos utilizados (sólo se menciona la interpretación de bajo, guitarras y teclados por parte de Caudel), músicos invitados en el mismo y demás detalles de la grabación, encontrándonos, eso sí, con una página de presentación de Nick Austin hablando de la historia de la new age y las excelencias de esta serie Landscape que pretendía vender, sin duda, con amor y dedicación. "Wine Dark Sea" no es "Tubular Bells" y Stephen Caudel, aunque ha presentado otros productos válidos y asequibles (especialmente el titulado "Bow of Burning Gold", otra pequeña joya con el espíritu de "Wine Dark Sea"), no ha acabado de demostrar una valía que se le presuponía en los 80 (probablemente, tras el cierre de Coda, no tuviera mayores oportunidades en este difícil mundillo), pero al menos aquí nos queda esta odisea homérica, cuya escucha atenta y tranquila es una experiencia espectacular para cualquier amante de la música. De pocas suites se puede decir que sean tan redondas y completas como ésta, que compaginen una composición tan acertada con una interpretación de lujo, que en su escucha se crucen pasiones con leyendas, y se vea inundada de sentimientos épicos de alcance, los de un largo e inolvidable viaje, lleno de aventuras y experiencias vitales.





14.7.07

ISAO TOMITA:
"Snowflakes are dancing"

Durante gran parte del siglo XX la electrónica que ahora es tan común fue una moderna y rudimentaria tendencia de músicos contemporáneos como Varese o Stockhausen. En 1964 Robert Moog popularizó el sintetizador y se empezaron a abrir poco a poco las puertas de su uso en la música popular. Pero antes, y casi vistos como monstruos de feria por los puristas, llegaron unos experimentos que convertían la clásica al sintetizador. El pionero fue Walter Carlos (posteriormente Wendy, con lo que a pesar del cambio de sexo mantuvo las siglas) en 1968 con "Switched on Bach", que también versionearía a Beethoven en 1971 en "La naranja mecánica", y en 1974 llegó este álbum de un japonés nacido en Tokio en 1932 llamado Isao Tomita, un álbum que en su versión española llevó por título "El nuevo sonido de Debussy" y por subtítulo: 'en versión electrónica del famoso intérprete del Moogsintetizador Tomita'.
Para Pierre Boulez Debussy es el verdadero precursor de la música contemporánea por su ruptura con la formas clásicas de su época y su descubrimiento de un lenguaje musical libre y nuevo. Por esta razón podría prestarse mejor que Bach o Beethoven a su reinterpretación por cauces modernos. Tomita había cambiado su concepción del sintetizador tras escuchar a Walter Carlos, literalmente se había impresionado con las posibilidades del instrumento, así que tras varios años de experimentación publicó con RCA en 1974 "Snowflakes are dancing". En esos años de grandes armatostes electrónicos, cuando Kraftwerk, Tangerine Dream o Emerson, Lake & Palmer ya funcionaban electrónicamente, la sensibilidad de la combinación entre el Moog y Debussy consiguió deslumbrar a unos y enervar a otros, pero ante todo constituyó un gran éxito de ventas, en parte por la inclusión de "Arabesco número 1" en importantes documentales astronómicos. En España dicho título también se hizo popular, al incluirlo como cabecera del programa "El planeta imaginario".
"Snowflakes are dancing" es como un vestigio de otra época pero que sobrevive bien al paso del tiempo, a lo que contribuye que la remasterización publicada en 2000 en la colección High Performance de la propia compañía RCA Red Seal / BMG Classics ha sido excepcional. Si a eso unimos la calidad de las composiciones originales de Claude Debussy estamos ante una combinación casi mágica, un sonido sinfónico un tanto enlatado, infantiloide, pero generoso en contundencia y fuerza expresiva, y ante todo original. Aunque es difícil superar la frialdad de los sintetizadores para interpretar una música tan cálida, el contraste es superado fácilmente por una mente abierta a la experimentación y la búsqueda de nuevas formas de expresión, aunque los instrumentos clásicos, por supuesto, sigan siendo los más adecuados (no en vano se compusieron expresamente para ellos) para estos temas. En su auténtico arsenal de teclados Moog, Tomita encontró un sonido característico, agradable, alegre, con el que rendir homenaje a Debussy. En una especie de anticipo de esos discos de versiones sintetizadas que se pusieron de moda en los 90, Isao utiliza de grata manera esa refrescante infantilidad antes comentada, sólo hay que escuchar las canciones más conocidas del álbum ("Snowflakes Are Dancing" y "Arabesque No. 1", a las que hay que unir "Gardens In The Rain" y "Passepied") para darse cuenta que esos momentos burbujeantes superan en popularidad a otros grandes temas de mayor seriedad e intento de acercamiento al auténtico clásico ("Reverie", "Clair De Lune", "Footprints In The Snow" o el conocido "Prelude To The Afternoon Of A Faun") encontrando al final el complemento entre todos por su idéntico origen y parecido tratamiento, esa diferenciación tan particular y realmente interesante, ya que las versiones orquestales siempre van a estar ahí para el que las quiera disfrutar. Tomita ofrece aquí algo nuevo, que ahora vemos de otra manera a como se veía en los setenta (muchos lo verán como un recuerdo obsoleto) pero que puede seguir siendo válido.
La escucha de este disco no deja de traslucir una curiosa sensación de irrealidad, esa misma atmósfera retro que emanan algunas películas de ciencia ficción de la época, esas que no supieron ver más allá. Podemos considerar sin embargo a Tomita como un visionario, un adelantado a su tiempo, aunque sea precisamente el avance tecnológico el que le haya acabado fagocitando sin piedad en favor de otras tendencias más modernas. Al escuchar "Snowflakes are dancing" debemos remontarnos a aquella época pretérita y disfrutar de esa caducidad de los primeros sintetizadores, así redescubriremos una obra interesante y, en cierta medida, influyente.

5.7.07

JAN GARBAREK & THE HILLIARD ENSEMBLE:
"Officium"

Crítica y público se han rendido en todo momento ante las cualidades del saxofonista noruego Jan Garbarek. Su estilo propio, de amplio espectro cultural (donde predominan sus raíces escandinavas), responde a la belleza de lo natural hasta alcanzar la pura magia en sus grabaciones. En 1992 declaraba su curiosidad por la electrónica aplicada a su música, pero sin embargo en 1994 realizaba una de las fusiones más extrañas en su obra, en claro contraste con aquellas declaraciones. La otra parte de la colaboración era el conjunto The Hilliard Ensemble, un cuarteto vocal británico dedicado a la interpretación de música antigua. Su especialidad, la música de las épocas medieval y renacentista, aunque también haya interpretado música contemporánea, de Arvo Pärt, John Cage, Gavin Bryars o Heinz Holliger, entre otros. A la lista se uniría ahora la curiosidad del nombre de Jan Garbarek.

El canto gregoriano estaba absolutamente de moda en aquella época, sólo hay que recordar la grabación del coro de monjes de Santo Domingo de Silos que alcanzó los primeros puestos de las listas de ventas en España y otros países, como por ejemplo los Estados Unidos. Tamaña sorpresa pudo ser el acicate de una nueva gama de expresiones musicales utilizando como lenguaje vocal el latín, tanto en el campo del jazz, como el folk o la más pura new age, uniéndose a los que siempre habían estado allí, los intérpretes de música antigua. Esta grabación, titulada "Officium", se sitúa en un territorio inexplorado entre ellas, y su mentor fue el conocido productor de ECM Manfred Eicher, el cual decidió superar ciertos prejuicios -por los cuales la descontextualización podría resultar desde malsonante hasta simplemente abominable- y desmarcarse en esta propuesta novedosa y ante todo atrevida y criticable por los puristas. Eicher propuso la unión y los músicos escogieron el repertorio, polifonía religiosa medieval donde destacaba profundamente "Parce mihi domine", del principal representante de la escuela polifonista andaluza, Cristóbal de Morales, que suena tres veces en el disco, destacando sobre interesantes anónimos checos, húngaros, ingleses y gregorianos. Es esa una entrada monumental a un crossover diferente, bendita fusión de jazz y música antigua que goza aquí de la calidad de sus dos vertientes, y fue la canción cuya difusión enganchó a miles de oyentes que no se hubieran interesado simplemente por la polifonía de la Hilliard o por el saxo de Garbarek, sino que fue su atractiva y novedosa reunión la que consiguió esa reacción anímica que Manfred Eicher buscaba, un placer auditivo que más allá de conseguir el conocimiento y admiración hacia los artistas, provoca además una maravillosa sensación de relax, como un bálsamo para el que busca una cura ante el estrés. Ciertamente, por momentos la música fluye, y el tiempo se detiene, cuando el saxo tiende en acompañamiento ambiental, para nada impetuoso, nos vemos sumergidos en océanos de paz de la talla de "Primo tempore". Otras piezas, como es el caso de "O salutaris hostia", parecen seguir la estela de "Parce mihi domine", y "Sanctus" o "Ave Maris stella" son también de parecida factura, se disfruta con sorpresa de unas resonancias mágicas, sonidos de una catedral abierta a un nuevo estilo, si bien el saxo y las grandes iglesias llevaban tiempo siendo importantes en la música de otro gran saxofonista proveniente del jazz como Paul Winter. Aunque este fabuloso conjunto vocal tenía ya una enorme experiencia a cappella, sin precisar acompañamiento instrumental, las voces y el saxo tienen a conjuntarse como si este último fuera un miembro más de ese coro británico. Esto se paladea especialmente en piezas como "Pulcherrima rosa". También se sabe mostrar danzarín sobre polifonías medievales como "Credo", demostrando su capacidad de adaptación a esta fusión tan extraña en su concepto como enriquecedora en su escucha.

Grabado en el monasterio austriaco de St. Gerold en septiembre del 93 (en una impresionante reafirmación de las características envolventes de la conjunción entre voces y atmósfera religiosa, "Officium" pudo disfrutarse también en vivo en numerosas iglesias en sucesivas giras) con la formación de la Hilliard de David James (contratenor), Rogers Covey-Crump (tenor), Steven Harrold (tenor) y John Potter (barítono), ECM publicó "Officium" en 1994 con una espectacular portada en blanco y negro, alcanzando enseguida importantes puestos en las listas de ventas y popularidad, especialmente en Europa, tratándose incluso de uno de los álbumes más vendidos del sello. En un contexto en el que nadie destacaba sobre nadie sino que las dos diferentes formas musicales se funden en una, lo conseguido fue doble, superar por parte de The Hilliard Ensemble el aislamiento de la vanguardia, y consolidar la seriedad del saxo de Garbarek, en estos tiempos en que parecía que se intentaban reescribir ciertas historias, a veces con acierto y otras no tanto. Esta lo fue, y su calidad y uniformidad la hace merecedora de este recuerdo, que se mantenía vivo por medio de otros dos discos de esta alabada reunión de estilos: "Mnemosyne" en 1999 y "Officium novum" en 2010.





1.7.07

DAVID LANZ:
"Nightfall"

David Lanz asegura que sintió miedo la primera vez que ojeó una revista en la que aparecía un disco suyo como número 1. Este hecho sucedió cuando Billboard -la más importante revista estadounidense de rankings musicales-, tras darse cuenta de que existía un movimiento musical fuera de lo común que generaba unas inmensas ventas, decidió dedicarle por primera vez un apartado exclusivo. La creciente fama y aceptación popular del fenómeno new age elevó a David Lanz a la categoría de superventas, y en su pequeña lucha con Windham Hill, Narada Productions se apuntó el primer tanto con este pianista albino nacido en Seattle en 1950 y un carismático álbum titulado "Cristofori's Dream". Sin embargo, ese era el tercero de los discos de piano que Lanz editó con Narada, tras "Heartsounds" en 1983 -que sirvió de aprendizaje y toma de contacto con ese mundillo, y fue también la tercera referencia de la propia Narada tras "Pianoscapes" del también pianista Michael Jones y "Seasons" del guitarrista Gabriel Lee-, y "Nightfall" en 1984, la confirmación de un fenómeno que comenzaba a tomar forma.

Lanz, que provenía del mundo del rock, pop y jazz (en los cuales incluso cantaba), llegó por casualidad a la new age, por mediación de un amigo que le pidió que compusiera una música muy espiritual para un seminario en el que se hablaba de los chakras, centros de energía del cuerpo humano. Esas melodías le hicieron encontrarse con un plano introspectivo de su realidad, y tuvieron tan espectacular acogida que Lanz las utilizó como base de su primer disco de solos de piano, "Heartsounds", en el cual adivinó un mundo de posibilidades para su exclusiva música, por lo que se implicó al 100% desarrollando su propio estilo como solista. El piano estuvo siempre el casa de David, su abuela y su madre lo tocaban, así que a los cinco años ya daba clases y destacaba. El Lanz de "Heartsounds" tenía un estilo más agresivo, rockero, melodías vertiginosas con ecos de ragtime. El cambio con su siguiente álbum, "Nightfall", se evidencia en la profundidad de las piezas, mejor estructuradas y más sentidas y expresivas. En efecto, un aura de romanticismo y delicadeza envuelve el trabajo, haciendo del piano un vehículo de cálidos sentimientos, pero además cualitativamente inmensos, ya que cualquiera de las seis composiciones que pueblan el álbum son destacables, constituyendo algunos de sus grandes clásicos, desde el esplendoroso comienzo que supone "Leaves on the Seine" -sin duda una de las mejores composiciones de Lanz en toda su carrera- hasta el final en "Song for Monet", ambas piezas de evidente inspiración parisina. La primera es una partitura preciosa, melancólica, de pinceladas impresionistas, que representa el cambio definitivo del pianista hacia un estilo melódico sin rival en el campo de la new age de los 80; con la segunda vuelve a entrar en juego una melodía agradable, dulce, con las que Lanz acaricia el piano y los corazones de los oyentes. Ambas fueron incluidas en el primer sampler de Narada, titulado simplemente "Narada Sampler #1". "Nightfall", la composición que da título al disco, es también de las más admiradas del mismo, es difícil no quedarse completamente encandilado durante siete mágicos minutos con su lenta cadencia reflexiva, de tristeza luminosa, algo parecido a lo que sucede con "Courage of the Wind". En una línea algo más movida nos encontramos con "Water from the Moon" y "Faces of the Forest", delicioso himno en la senda de otros anteriores como "Heartsounds" (ni tan frenético ni tan breve), que se engalanará y acortará en su versión para el posterior trabajo de Lanz junto al guitarrista Paul Speer -productor además de este "Nightfall"-, "Natural States", otro de los grandes clásicos de la new age. Especialmente destacable es la dedicatoria que acompaña al trabajo: "La música de este álbum fue escrita durante el noviazgo con mi entonces futura esposa, Alicia. Fue un momento maravilloso y romántico para los dos, y a menudo pienso en este álbum como un hermoso recuerdo de ese período en nuestras vidas. Alicia nombró varias de las piezas, y ella fue la fuente de inspiración detrás de muchas de ellas. Este es un álbum que siempre será especial para mí".

Escuchar las primeras obras de David Lanz es un regocijo y un auténtico placer auditivo, su piano suena distinto, posee una elegancia natural, reflejo tal vez de su imagen sofisticada y sugerente. En su estilo pausado y romántico, el teclista propone un largo viaje con la única compañía de las teclas, donde descubrir un mundo de sentimientos latentes. Discos como "Nightfall" proporcionan todo lo que cualquier oyente con predisposición y buen gusto desea, una notable inspiración en la composición y la indudable calidad en la interpretación, por lo que la música de este pianista estadounidense no sólo es altamente aconsejable sino de escucha obligatoria para el melómano, seguidor o no de lo que ya se denominaba música new age.

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23.6.07

RICHARD STOLTZMAN:
"Begin sweet world"

El clarinete ha encontrado nuevas vías de expresión en la música de cámara en las últimas décadas gracias a músicos como el estadounidense Richard Stoltzman, un auténtico virtuoso para el cual grandes compositores de música contemporánea han llegado a escribir algunas de sus obras. Su capacidad ha estado también al servicio del mundo del jazz desde que de pequeño recibiera de su padre clases de saxofón, estudios que acrecentó en la universidad, desde donde comenzó a cimentar la fama de la que goza en la actualidad, una reputación internacional que se ha visto colmada de merecidos premios y reconocimientos. Afortunadamente ha sido también en la colaboración con su buen amigo, nuestro admirado músico canadiense Bill Douglas, como ha realizado otro tipo de incursiones musicales más asequibles, por medio de una serie de afortunados trabajos con los que ha podido seguir cruzando fronteras, creándose también un nombre en ese campo tan abierto como es el de las Nuevas Músicas que triunfaban en los 80 y los 90 del siglo XX unificando numerosas tendencias para su fácil distribución.

Se dice que el germen de la carrera en solitario de Richard Stoltzman tiene que ver con su propia madre, ya que el músico quería que ella tuviera algún disco propio, firmado por él mismo, con el que poder impresionar y deleitar a sus amigas en sus reuniones. RCA/Ariola publicó en 1986 "Begin sweet world", un título ya clásico y sumamente reverenciado en el mundo de la new age más melódica, y no sólo por el saber hacer de su protagonista sino además por un indudable acierto en la elección y composición de las canciones, poseedoras de una especial capacidad de evasión, algo a lo que contribuye el inigualable sonido del clarinete, dulce y emocionante. Huyendo de los encorsetados clichés de la clásica, Stoltzman encuentra en el jazz y la música contemporánea, y más concretamente a través de Bill Douglas, un vehículo de liberación y expresión personal. Douglas lo cuenta así: "'Begin Sweet World' presentó seis de mis piezas líricas junto con otras de Bach, Debussy y Faure. Fue bellamente producido por Jeremy Wall, un ex alumno mío en Cal Arts, y la interpretación de Dick (Stoltzman) fue magnífica en todo momento. El trabajo fue un gran vendedor, pasando mucho tiempo en el top ten de las listas clásicas de Billboard. Poco después de eso, hicimos otro disco llamado "New York counterpoint" que también se convirtió en un gran vendedor. El gran bajista de jazz, Eddie Gómez (quien había estado en el trío de Bill Evans durante once años), tocó en estos discos". En efecto, de las tres posibles procedencias de las composiciones del álbum -que se solapan con elegancia y coherencia-, la calidad artística de su amigo canadiense (que en sólo un par de años iba a inaugurar su propia maravillosa carrera en solitario) se hace notar en la mitad de ellas, seis concretamente, incluído el maravilloso tema homónimo ("Begin sweet world" es una de las grandes joyas instrumentales de la década) y el no menos impresionante "Full moon", auténticas gemas al servicio de un Richard Stoltzman que se limita a deslumbrar con su virtuosismo. Una segunda corriente atrapa esencias clásicas (Bach y los impresionistas Fauré y Debussy, fuentes inagotables de inspiración en la new age más melódica), y en la tercera Stoltzman reclama el jazz como expresión de sus raíces. En sus discos, este clarinetista de Omaha (Nebraska) explora la senda que discurre fronteriza entre lo culto y lo popular, descubriendo una gama de sonidos que no por refinados dejan de estar al alcance de todos, clásicos, jazzísticos y newageros. El arrullo del clarinete se antoja como una caricia en las piezas más lentas ("Begin sweet world", "Everywhere", "Clouds", "Morning song"), como descargas eléctricas en otras más abruptas ("Full moon", "Pie Jesu") y consigue hacernos cómplices del ritmo de las más folclóricas ("Abide with me/Blue monk" -de Thelonious Monk-, "Spiral", "Amazing grace"). Como si de una pequeña familia se tratara, Stoltzman se acompaña de Bill Douglas al piano y fagot, Eddie Gómez al bajo y Jeremy Wall -que también produce el disco y compone el bonito y revitalizante "Spiral"- a los teclados, y ese aire familiar, recogido, se simboliza perfectamente en la imagen de un estuche abierto en la contraportada, el mismo en el que Stoltzman guarda no sólo su clarinete sino también una pequeña parte de su vida y sus recuerdos. "Open Sky" es otro trabajo de Richard Stoltzman de 1998 en el que, como dice su subtítulo, "Richard Stoltzman Plays The Music Of Bill Douglas", incluyendo composiciones emblemáticas como "Begin sweet world" o "Full moon", y otras del trabajo aquí glosado como "Everywhere", "Morning song" o "Clouds".

Esta grabación posee una extraña chispa capaz de prender en nuestro interior a su mínima escucha, especialmente con el emblemático tema homónimo. Richard Stoltzman compensa el serialismo estilístico del clarinete con un tratamiento lúdico, constituyendo, a su manera, una celebración de la vida a través del jazz y de la música de cámara. La constante inquietud de este norteamericano le llevó a grabar una serie de discos distintos a lo convencional, sencillos ejemplos de humanidad, colorido y alegría, cualidades que atesora de sobras este trabajo, un álbum merecedor de que su recuerdo perdure en todo su contexto, más allá de recopilaciones tan gloriosas como aquella "Música sin fronteras" que abrió los ojos a muchos incluyendo, entre otras perlas, un tema delicado y precioso compuesto por Bill Douglas e interpretado por Richard Stoltzman: "Begin sweet world".

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17.6.07

OYSTEIN SEVAG:
"Close your eyes and see"


Como tantos otros nombres en este tipo de música, el del noruego Oystein Sevag podría ser en estos momentos perfectamente desconocido para nosotros de no ser por la constancia y la creencia en su obra. En 1988, a pesar de sus completos estudios musicales y de que las compañías a las que enviaba sus maquetas destacaban la belleza de su trabajo, las continuas negativas por no saber encontrar el mercado adecuado le hicieron pensar en que debía dedicarse a otra cosa. Sin embargo, en un último golpe de fuerza y convicción, Sevag decidió crear Siddhartha Spiritual Records, su propia compañía, y editar en 1989 su primer álbum, una pequeña maravilla de poético título, "Close your eyes and see" ('cierra tus ojos y mira'). Un año después consiguió, a través de un amigo, Steve Yanovsky (con el que firmó un contrato de representación), que su música sonara en las radios de Chicago y Los Angeles, y tras firmar un contrato de distribución en Estados Unidos con Music West Records, el disco fue damnificado por la quiebra de dicha compañía pero recogido enseguida por Windham Hill Records, que gozaba de distribución mundial por parte de BMG, mientras que a España llegaba de la mano, con mucho ojo, de Sonifolk/Lyricon.

Sevag empezó a tocar el piano a los 5 años, el bajo y la guitarra a los 12 y la flauta a los 16. Sin embargo hasta esa edad no pensaba en vivir de la música, disciplina que estudió en Oslo, donde tocó en bandas de jazz y música experimental. Oystein cuenta que en agosto de 1984 le fue concedido un piso y un espacio de trabajo en el municipio noruego de Stokke, en el fiordo de Oslo, un lugar tranquilo que alimentó su inspiración, y donde construyó el estudio de sonido donde grabó y mezcló sus grandes obras. También a mediados de los 80 comenzó a asistir a cursos de meditación, curación, interpretación de sueños, técnicas de respiración y demás ciencias alternativas, otra circunstancia que influyó en su música y en su condición de artista ("dieron una nueva perspectiva a mi conocimiento musical, que echaba a faltar en mis estudios"). Posiblemente venga de ahí su forma de componer, por la que intenta llegar primero a un estado en el cual escucha lo que proviene de su interior, ritmos o melodías que escribe o graba como un boceto; un día después vuelve a mirarlos y construye algo con ellos, escuchando lo que ese material le pide, no lo que él quiere hacer con él. Extraño pero, visto está, efectivo. Enseguida comenzó a experimentar con ordenadores, y en 1989 acabó "Close your eyes and see", rechazado por todas las compañías discográficas noruegas, como ya se ha mencionado antes, lo que le llevó a crear Siddhartha Records. En este trabajo, Sevag unifica todas sus influencias (clásica, jazz, folk nórdico y meditación) y, en un entorno bastante electrónico, construye un disco con carácter y distinto a lo convencional. Ritmos de lo más variado, fondos que a veces son el centro de la pieza, melodías que son realmente el fondo, movimientos inesperados, unos de un ritmo vivaz, otros ambientales pero arriesgados... una estupenda experimentalidad basada en la sencillez de los teclados, el saxo, la percusión y los sonidos naturales. El disco se abre con una de las grandes joyas de las Nuevas Músicas en los 90, seis minutos para disfrutar que se hacen realmente cortos, y un título que ya es un clásico, "Horizon". El oleaje calmado que lo inaugura sólo es el preludio de una tormenta perfecta, un frenético y contínuo clímax aflautado con un apoteósico final y una grandiosa sensación de gozo y plenitud. Incluso lo que parecen ser experimentos de difícil sentido y excesiva carga jazzística son atrayentes ("Grounding" -que sigue a "Horizon" y relaja la emoción del inicio con un viento tranquilo y un final extraño, vanguardista-,"Home" -que cierra el álbum-), en un contexto donde la ambientalidad y la meditación tienen un papel muy importante. "Norwegian mood" es una de esas melodías cálidas que encontraron rápida aceptación en las primeras radiodifusiones del álbum en los Estados Unidos, y en ella Sevag parece explorar la parte más comercial de un jazz que odiaba en su juventud y del que se acabó enamorando. Habría que destacar también otras tres composiciones que aparecen seguidas en el álbum, "Message from silence" -atmósfera que ahonda en una atrayente y bellísima espiritualidad, y en la cual se hace notar el soberbio uso de unas percusiones que parecen cobrar vida sobre el manto de teclados-, y dos más movidas y vitales, "Gaia" -como una continuación de "Horizon", refinada y de una solidez excepcional con sus numerosos efectos de fondo- y "Gratitude" -de extraña base rítmica, entre jazz y electrónica, que en ocasiones despista por una apariencia tecnológica, y que siempre deslumbra y asombra por la genialidad de su desarrollo-. La ambientalidad de "Silent prayer" o "The one word of the wiseman", y la carga de world music de "Short revelation" acaban de completar un álbum del que parece lógico su éxito, especialmente por la especial calidad de composiciones como "Horizon" o, más directa y fácil de agradar para el gran público, "Norwegian mood" y su muy digerible acercamiento al smooth jazz.

Que no asuste a nadie ese nombre tan raro, con esa O rayada y una A con sombrero, la música de Oystein Sevag no es sencilla pero emana una extraña calidez, posiblemente boreal, lejos de la presumible rudeza escandinava. Una vez saboreado "Close your eyes and see" no es de extrañar que permaneciera 17 semanas en las listas de new age del Billboard, y varios meses entre las grabaciones más vendidas del género en los Estados Unidos, así como fuera nombrado disco del año por algunos medios, pues la fuerza de su genio nórdico impulsa una serie de composiciones llenas de fuerza y lirismo, más cálidas de lo que su origen podría suponer. "Mi profundo deseo es que este álbum le inspire en el camino a su fuente interior", decía Sevag. Había llegado la década de los 90 y este noruego había visto cumplido su sueño, y eso es lo que es este trabajo, un sueño (que iba a continuar con el tiempo, otorgando otras grandes obras para Windham Hill, como "Link" o "Global house") con el que poder contemplar la belleza con los ojos cerrados.

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9.6.07

DAVID SALVANS:
"Montseny"

El Escorial en la provincia de Madrid, el islote Es Vedrá en la isla balear de Ibiza o la montaña de Montserrat en la provincia de Barcelona, son algunos de los lugares mágicos más representativos de la España misteriosa, enclaves de poder dignos de visitar. También en la sierra prelitoral de Cataluña (entre las provincias de Barcelona y Gerona), se encuentra el parque natural del Montseny, y aunque no presente en su vasta extensión de más de 30.000 hectáreas la taumaturgia de los lugares antes mencionados, algunos artistas se han dejado atrapar e inspirar por la profunda belleza de sus paisajes, una enorme variedad ecológica que le han llevado a ser declarado reserva natural de la biosfera por la Unesco. Uno de ellos fue el músico gerundense David Salvans, al que los aficionados a las nuevas músicas descubrieron gracias al recopilatorio "Nueva música española vol.1", que muy acertadamente incluía el tema de David "Tufts and Music", revelado inmediatamente como una de las grandes sorpresas de esa estupenda recopilación. Nacido en 1967, y tras deambular por un par de grupos tocando el bajo y cantando, David Salvans se acabó lanzando a la aventura de la música planeadora en solitario, aunque con la garantía y eficacia en la producción del sintesista Michel Huygen, también conocido por el grupo de música cósmica Neuronium.

Grabado en 1993, el trabajo de debut de David Salvans, "Montseny", apareció realmente en 1994 bajo el sello de Huygen, Neuronium Music, y en su conjunto fue más allá de la sorpresa de aquel recopilatorio. De marcado carácter espiritual, y con una especial conciencia por la naturaleza, David Salvans elaboró un trabajo de difícil olvido entre los seguidores de este tipo de música. El disco nos recibe con innegable clase, en un estilo sinfónico que no desmerece del de autores consagrados como por ejemplo Alan Parsons, dominando los cambios de ritmo y melodía con una extraña maestría para alguien relativamente nuevo. "Turó de Grenys", que así se titula esta primera pieza, consta de otras cuatro más pequeñas, todas ellas atrayentes y poseedoras de un fascinante encanto: el rotundo comienzo -'Pujada al Turó'- puede recordar a Tangerine Dream, justo antes de sonar 'Tufts and Music' -que en catalán se titula 'Grenys i música'; 'Cel de neu' y 'La llum' completan esta suite electrizante. La dificultad de su descripción hace aconsejable su escucha y entrar así a formar parte de ese encantamiento, que discurre entre el romanticismo, la ambientalidad y el ritmo electrónico, para concluir mecido por el viento en la colina a la que rinde tributo. "Fragmentos" nos presenta precisamente eso, otra serie de pequeñas tonadas (en esta ocasión once, para una duración de poco más de doce minutos), empalmadas a la manera del primer corte aunque en un contexto algo más caótico, con giros inesperados, transmitiendo en cierta medida la fascinación, el magnetismo que reside en el parque, a través de ritmos vivos y aproximaciones a melodías que pasan de rozar lo neoclásico a detenerse en un cierto folclorismo, lo cual en ciertos momentos nos puede atisbar al Mike Oldfield de los grandes instrumentales pero en un estilo más electrónico (sin la característica guitarra del inglés) y difuso (de hecho, una de sus tonadas recuerda sobremanera a otra de Oldfield en "Taurus II"). A destacar una parte intermedia ('Quiet Fulness', presumiblemente, ya que no se mencionan los minutajes), donde cuerdas simuladas despliegan una melodía de cuento. Más sosegado comienza el tercer corte, "Montseny", que si bien en principio parece perder esa sorprendente fuerza del comienzo del disco, enseguida vuelve a concentrarse en los acostumbrados cambios de ritmo y tonada, en siete composiciones que podrían ser más agradables para el gran público si se llegaran a desarrollar en un sentido amplio (aquí mismo un par de ellas, hacia su parte media -especalmente la titulada 'When All Where Mountains'-, podrían llegar a ser realmente memorables individualizándolas o prestándoles la atención que por ejemplo Jarre otorga a los cortes de sus suites, pero una situación similar ocurre en los temas anteriores). De este modo, y precisamente destinado a la radiodifusión, la pista número cuatro de este "Montseny" es el segundo extracto de "Turó de Grenys", aquel "Tufts and Music" que venía incluido en "Nueva música española vol.1", una completa y sugerente composición con balanceo de teclados en la que un falso viento muy incaico aporta una tarareable melodía, y a cuyo clímax acude un sonido de saxo, que anticipa un inesperado final percusivo. En la preciosa portada, sobre una estupenda y nublosa fotografía, David firma el disco con su propia letra, como una demostración más de lo personal de su interior, dedicado a sus padres, familia y amigos. "Con esta música, me gustaría rendir homenaje al gran creador", continúa, y es que, tras descubrir la maravilla de los paisajes de este planeta, y concretamente el parque natural del Montseny, David tenía esta deuda con quien sea que lo haya creado. 

Inmerso tanto en sus proyectos en solitario, más intimistas, como en los firmados como Neuronium, de mayor fama y aceptación fuera de su propio país aunque él mismo denomine su trabajo como 'música electrónica española', Michel Huygen encontró impresionante aquella maqueta que David Salvans le envió a comienzos de los 90, por lo que decidió poner toda su infraestructura a su disposición. Así surgió "Montseny", un trabajo fácil de escuchar, maravilloso, intenso y evocativo, poco conocido pero indispensable en esa música electrónica española que en los años noventa parecía querer recuperar el tiempo perdido, ese mismo tiempo que lamentablemente ha hecho olvidar "Montseny", y durante el cual David Salvans ha realizado varios trabajos aconsejables de música cósmica (en su sello Aquamanta Music), para decantarse finalmente por la meditación y la musicoterapia en su proyecto FrequenMusic, "música relajante, terapéutica y de trabajo interior".



4.6.07

ALASDAIR FRASER & PAUL MACHLIS:
"The Road North"

El bello y particular sonido que el violín aporta a la música celta tiene uno de sus máximos exponentes en la persona de Alasdair Fraser, al que dado su aspecto fuerte y pelirrojo nadie puede negar su origen escocés. Sus extraordinarias virtudes se han visto acrecentadas en la reunión con otros solistas de excepción, como los guitarristas Jody Stecher o Tony McManus, la chelista Natalie Haas, o los miembros de la banda Skyedance, liderada por el propio Fraser, con las aportaciones del flautista Chris Norman, el gaitero Eric Rigler, el bajista Mick Linden, el percusionista Peter Maund, y el teclista Paul Machlis. Es con este último con quien Alasdair posee una historia más lejana y más fructífera, hasta el punto de firmar a dúo dos de los discos de música escocesa más hermosos de finales del siglo XX, un repaso a la tradición escocesa titulado "Skyedance", del año 1986, y una más que digna continuación, "The Road North", publicada en 1989 por Sona Gaia. 

Dado el grado de compenetración y de calidad de sus grabaciones, se podría decir que Paul y Alasdair, Alasdair y Paul, tenían que haberse encontrado tarde o temprano. Al contrario que el violinista, Machlis nació en la lejana California, y desde allí ambos conformaron un dúo eficaz e imaginativo en la nueva cultura celta, pero respetando y adornando la tradición de ese inmortal pueblo con sus personales aportaciones, más escondida la de Paul Machlis, más audible y destacada la de Alasdair Fraser. En efecto, Alasdair luce más en este trabajo, y si bien los temas compuestos por ambos para el mismo están equiparados (cuatro cada uno), los demás son adaptaciones de melodías tradicionales o de composiciones de importantes violinistas escoceses, tanto desaparecidos hace tiempo (William Marshall, James Scott Skinner) como en activo (Jerry Holland). Tras un "Skyedance" repleto de tradición escocesa, el paso hacia las composiciones propias es gradual, ya que en este afortunado segundo trabajo la mitad de los temas son exclusivos de Machlis, Fraser, o de ambos, cuajando una extraordinaria compenetración. Eso sí, es posible que los mejores momentos sean prestados ("Traditional Gaelic Melody", "Calliope House", "Bovaglie's Plaid"). El comienzo es rítmico y alegre, un sentimiento en el que el disco acaba profundizando a través de la vitalidad de los ritmos celtas (aires, reels, jigas...). En este caso "Laughing Wolf / Mountain Madness" es la demostración del complemento perfecto de ambos músicos, ya que Machlis firma la primera parte de la pieza (al estilo de un hornpipe) y Fraser la segunda (una jiga), circunstancia que se repetirá en "Invercassley Falls / Trip to Ballyshannon", siendo este último un reel que compuso Alasdair para conmemorar su luna de miel en Irlanda en 1987. Enseguida aparece uno de los dos temas tradicionales del álbum, "Traditional Gaelic Melody" (un strathspey -melodía de baile similar a un hornpipe- cuyo título auténtico parece ser "Ghoid Iad Mo Bhean Uam An Reir"), una de esas soberbias melodías calmadas en las que destaca especialmente el piano de Machlis, y que junto a "Tommy's Tarbukas", reel de Fraser al que está unido por una fina membrana de bodhran (la percusión de Tommy Hayes es especialmente acertada en este tema), resultan un grandísimo acierto, un acontecimiento digno de escuchar y disfrutar. El violín más romántico, mecido por un piano melodioso, hace su aparición en "Bennachie Sunrise / Willie's Trip to Toronto" (slow air de Machlis el primero, jiga del desaparecido violinista norteamericano Jerry Holland el segundo), pero se acaba asentando en forma de joyas hacia el final del disco. Mientras, otro estilo al que podríamos denominar paisajista hace su aparición en "Slow Train", otro tema de Paul, donde lógicamente se hace notar de nuevo el piano. En este momento es donde un muy buen disco se convierte en una grandísima referencia, ya que nos llegan varias maravillas, desde la jiga "Calliope House" (del miembro de Boys of the Lough Dave Richardson) hasta el emocionante vals "The Road North", de Alasdair, que cierra el CD, pero hay que detenerse especialmente en un estremecedor slow air, una antigua maravilla titulada "Bovaglie's Plaid", realmente otro strathspey, obra de James Scott Skinner, pero adaptado de una manera emocionante, de forma que ya de por sí sería razón exclusiva para adquirir el disco e interesarse por las demás referencias de ambos músicos. Es inevitable destacar además la colaboración en el trabajo del gran Micheal O'Domhnaill a la guitarra y de otro miembro de los primeros Nightnoise, Billy Oskay, en la producción (en alguno de los cortes, como "Slow Train", parece que fuera a aparecer la mismísima voz de Triona).

Alasdair Fraser se trasladó en los 80 a San Francisco cuando trabajaba para una compañía petrolífera. Allí, donde continúa residiendo actualmente, fundó Culburnie Records para difundir la música escocesa, y publicó en 1986 junto a Paul Machlis su primer disco juntos, "Skyedance", tan recomendable como un "The Road North" que llegó en 1989, pero bajo la etiqueta Sona Gaia, asociada a Narada. Precisamente Narada reeditó el disco con portada distinta en 1998. Posteriormente, seguimos disfrutando de su revitalización de la música escocesa junto a Machlis y a otros importantes músicos celtas como el gaitero Eric Rigler y el flautista Chris Norman, en el grupo Skyedance, cuyos discos distribuye en España Ediciones Resistencia. De una forma o de otra, la importancia de Alasdair Fraser y de Paul Machlis es tanta como para, al menos, no dejar de escuchar este "The Road North".



26.5.07

RICHARD BURMER:
"On the third extreme"

American Gramaphone, aparte de ser el sello discográfico de Chip Davis, donde despliega su pomposa forma de concebir la música instrumental, tuvo el acierto de incluir en su día varias referencias de Richard Burmer en su catálogo, la mayoría de ellas rescatadas de ediciones anteriores. El tristemente desaparecido sintesista norteamericano vio editadas sus primeras obras, de un importante cariz cósmico y ambiental (especialmente la primera de ellas, "Mosaic", mientras que "Bhakti point" presentaba alguna reminiscencia oriental), en la compañía Fortuna Records -distribuida por Celestial Harmonies y Kuckuck-, si bien su tercer disco, "On the third extreme", vió la luz en 1988 para Gaia Records. Esas obras fueron reeditadas en 1990 por American Gramaphone con cambios en la portada y el diseño. A pesar de todo, la mayor gloria de Burmer consiste en una composición incluida en 1987 en el disco de colaboración "Western spaces" junto a Steve Roach y Kevin Braheny (aunque sólo en su primera edición, a cargo de Innovative Communication), un maravilloso tema de título "Across the view" que también pudimos disfrutar en España en la genial compilación "Música para desaparecer dentro". La relación de esta bella canción con el trabajo que nos ocupa radica en que el disco "Across the view" publicado en 1988 en Japón con una vista desenfocada de la torre del Empire State Building como portada no es sino otra versión de "On the third extreme" que incluía, además de los nueve temas del disco original, "Across the view" y ”A story from the rain”, la segunda composición de Burmer contenida en el mencionado "Western spaces".

Dejando de lado "Across the view", nos situamos en 1990, año en el que American Gramaphone publica esta afortunada explosión de Richard Burmer, con el título de "On the third extreme" (que como ya he comentado había visto la luz de manera independiente -bajo el sello Gaia Records US- dos años antes con una portada de dudoso buen gusto). Como se puede vislumbrar, en la persona de este músico electrónico se comprueban las enormes dificultades por las que se podía pasar en aquella época para hacer llegar hasta el público interesado una música que podíamos denominar como angelical, que si bien está influida por otros músicos clásicos y electrónicos, e incluso por el rock sinfónico que Burmer escuchaba en su juventud, muestra la cara más romántica de la música espacial, donde el tono melódico, épico por momentos, toma el rumbo del conjunto. La gracilidad de las melodías presentadas evidencia que no estamos ante un artista del montón, si bien una pequeña falta de profundidad no acabe de revelar a un genio de los teclados. Burmer se presenta más bien como un poeta de la electrónica, un explorador de la paz interior, que se pasea por nuestras almas con el salvoconducto de la belleza. "On the third extreme" viaja desde melodías con inquietante fuerza e ingenio ("Magellan" -un comienzo firme, aventurero y rítmico inspirado en el descubridor portugués Fernando de Magallanes-, "The art of spirit bending", "Celebration in the four towers" -con un extraño aire folclórico inspirado en la ciudad utópica de Christianopolis, en la que está a punto de comenzar una celebración-) hasta ensoñaciones marcadamente contemplativas ("Look where we are now" -la descripción de un sueño diurno recostado en el bosque un día de verano, contaba Richard-, "Extension of a war" -un pensamiento sobre los efectos de la Segunda Guerra Mundial en la generaciones posteriores, que retorna de algún modo a las atmósferas cósmicas de sus primeras obras-). Sin embargo, la grandeza del álbum parece residir en sus muestras más interiores, llamando poderosamente la atención la destreza del autor en melodías románticas como "Turning to you" (una auténtica hermosura, muy emotiva al estar compuesta después del nacimiento de su hija Lindsay, que inauguraba una nueva forma de vida), "Walking the icons" (un final abierto y luminoso inspirado en las formas de la iglesia ortodoxa rusa) o esa reflexión sobre el paso del tiempo y los hechos importantes de la vida titulada "Lament", si bien destaca especialmente en el conjunto del álbum la maravillosa "The forgotten season", un cálido homenaje a la magia de la niñez, la cabaña en el río, las comidas familiares de domingo, las historias de fantasmas... en definitiva, esa estación en la que el buen tiempo retornaba cíclicamente la reunión de la familia y los amigos en los años olvidados (o más bien difuminados) de la infancia.

Si bien en sus discos anteriores Burmer ya se ocupaba de casi todas las facetas de la interpretación, particularmente en "On the third extreme" ejerce de multiinstrumentista, interpretando Emulator II and III, EMAX, Roland JX-10 y JX-3P, EML-101, Prophet VS, balalaika, mandolina y percusión. Ayudando en la producción de este trabajo tenemos a otro importante y recordado compositor estadounidense, Michael Hoppé. Con cualquiera de sus tres portadas y referencias, vale la pena perderse en las ensoñaciones aquí propuestas por Richard Burmer, un sintesista de Michigan que falleció a los 50 años el 9 de septiembre de 2006. Es precisamente su familia y amigos quienes crearon, para honrar su memoria, la web oficial http://www.richardburmer.com/ a la que hay que dirigirse para mayor información sobre su vida, muerte e interesante discografía.