10.1.10

YO-YO MA &
BOBBY McFERRIN:
"Hush"

Aunque sea mundialmente conocido por la canción "Don't worry, be happy" (aparecida en la película "Cocktail" y número 1 en Estados Unidos), la capacidad de Bobby McFerrin como vocalista va más allá de las posibilidades del multipistas. Como intérprete a capella es capaz de crear efectos de sonido inusuales (con la garganta y golpeándose el pecho) a la vez que canta o tararea llegando a rangos vocales de varias octavas superiores a lo normal, encontrándonos así no sólo con un intérprete excepcional sino con un auténtico showman, que también es un reconocido director de orquesta. Más allá del jazz al que es comúnmente asociado, el estilo de este neoyorquino es personal y su repertorio tan variado como capaz de afrontar proyectos como el que realizó junto al violonchelista Yo-Yo Ma en 1992. Ma, considerado como uno de los mejores violonchelistas del mundo, es un estadounidense de origen chino, ganador de numerosos premios grammy que, como McFerrin, también ha intentado de vez en cuando desencasillarse de la pureza clásica en proyectos con intérpretes de bluegrass, tango (obras de Piazzolla), en el cine (participó en "Tigre y dragón" o "Memorias de una Geisha") o con este "Hush" que Sony Masterworks publicó en 1992.

Yo-Yo nos explica que "Hush" es una celebración musical de la vida, para todas las edades, si bien este disco pretende ante todo, en palabras de Bobby, "encontrar al niño que duerme dentro del adulto". Ambos músicos se dedican elogiosas palabras en las notas interiores, en especial McFerrin destaca que Yo-Yo es la fuente secreta del disco, que su genio musical ha sido el origen de este proyecto. Es sin embargo Bobby McFerrin el que aporta en el mismo la labor de composición (cinco de los temas por ninguno de Yo-Yo Ma), intercalando sus piezas entre otras de Vivaldi, Rimsky-Korsakov, Rachmaninoff, Bach, Barrière, Gounod, y un tema tradicional que resulta delicioso en los arreglos del vocalista. El comienzo del disco, de título "Grace", es una combinación preciosa y perfecta de eficiencia en dos maneras muy distintas de interpretar la música pero similares en cuanto a entenderla y hacernos disfrutar con ella; McFerrin desarrolla un fondo suave y repetitivo sobre el cual el chelo ejecuta secuencias acompasadas plenas de encanto con una cierta 'gracia' oriental. ¿Qué se puede decir del "Andante" de Vivaldi, el "Allegro prestissimo" de Barrière o la "Musette" y "Air" de Bach? Esencialmente que no pierden su encanto y seriedad a pesar de que una voz emule a la mandolina, el segundo chelo o un teclado, cobrando otra dimensión que no por distinta ha de ser rechazada tajantemente; dichas piezas son homenajeadas saltándose el academicismo en una fusión con jazz, folk o a capella que ha de ser aceptada sin prejuicios, como es interpretada sin sarcasmo. Mientras tanto, otras de esas piezas antiguas cobran especial importancia por su contexto popular en el que la falta de rigor aumenta su componente lúdico: tal es el caso del conocido 'vuelo del abejorro' ("Flight of the bumblebee") de Rimsky-Korsakov, que ya tiene implícito de por sí un aura infaltil, y del tema tradicional "Hush little baby" que McFerrin y Yo-Yo Ma convierten, sencillamente, en un posible hit de estructura pop sin los convencionalismos del género. Eso sí, son las composiciones nuevas, originales de Bobby McFerrin, las que deslumbran y desarbolan en profundidad la idea primaria de la colaboración entre estos dos grandes artistas: si ya he descrito "Grace" como una introducción perfecta, no menos interesantes son "Stars" (donde el registro de McFerrin se desdobla en un fondo que emula a las cuerdas y una parte de vocalista puro con aroma femenino), "Coyote" (muestra de virtuosismo vocal en solitario, pues en ausencia de violonchelo Bobby se encarga de fondo, melodía y todo tipo de percusiones vocales en una eficaz labor de estudio) o un "Hoedown!" de ritmos más vitales e interpretación más alocada y divertida (el título se refiere a un tipo de danza folclórica típicamente americana).

Posiblemente el secreto de lo satisfactorio de este "Hush", más allá de las piezas elegidas o la calidad de los intérpretes, sea la estupenda sensación de que, ante todo, Yo-Yo Ma y Bobby McFerrinn se estén divirtiendo en su colaboración, lo que se acaba notando en el resultado final, tan inusual como destacado por la crítica. Efectivamente, comprobar el manejo del violonchelo de Ma cuando sobre él McFerrinn pasa fácilmente de graves a agudos, permitiéndole interpretar casi a la vez un bajo y un falsete, además del acompañamiento rítmico, es un lujo a la vez que una idea excepcional y un acierto de la compañía de discos, la división clásica (denominada 'Masterworks') de Sony.



4.1.10

STEVE KINDLER:
"Across a rainbow sea"


Fundada en el hermoso archipiélago de las islas Hawai, la compañía discográfica Global Pacific Records contó con varios años de intensa actividad en la difusión de una música instrumental muy acorde con la imagen que de estas islas podemos tener desde la lejanía: colorido, regocijo, paz y naturaleza. Mezclando elementos folclóricos, electrónicos, de la música clásica y del mundo del jazz, artistas como Joaquín Liévano, Georgia Kelly, Ben Tavera King, Teja Bell o Steve Kindler elaboraron para Global Pacific trabajos que si bien no entraron ruidosamente en las listas de éxitos de este tipo de músicas, sí que quedaron como una buena alternativa a las grandes compañías por su sonido elegante y jubiloso, de producción eficaz, buena presentación, y grandes dosis de calidad. No en vano, aunque Global Pacific acabara su actividad en pocos años, algunos de sus músicos siguen siendo recordados con interés, por ejemplo este violinista nacido en Oregon (aunque sus padres vivían en Alaska en aquella época) llamado Steve Kindler, que entró en la nómina de la compañía cuando se trasladó a vivir a Hawai, donde conoció a su esposa y publicó trabajos tan interesantes como "Across a rainbow sea".

Proveniente de una familia de músicos, Steve destacó enseguida como un niño prodigio, interpretando su violín en orquestas sinfónicas si bien a la par que Bach o Vivaldi -bajo la enseñanza del reconocido Raphael Spiro- encontró influencias de juventud en el rock de Led Zeppelin o The Beatles. El gran impulso en su carrera le llegó cuando recibió una importante llamada a los dieciocho años, la de John McLaughlin (un ídolo para Steve, al que consideraba un músico sin barreras, "con habilidad para casar la técnica y el enfoque clásico con el jazz y otras formas musicales") para incorporarse a la inminente gira mundial de la Mahavishnu Orchestra, a la que habían pertenecido importantes violinistas como Jerry Goodman o Jean-Luc Ponty, al que tenía que suplir en última instancia. Allí conoció a Jan Hammer, en cuya banda militó también en los 70 sustituyendo a Jerry Goodman. De ahí pasó a la banda de Jeff Beck, pero en 1978 decidió tomarse un descanso y trasladarse a Hawai, donde acabó tocando en la Orquesta Sinfónica de Honolulu, y entró en contacto con Global Pacific Records, con los que grabó varios atractivos trabajos, la mayoría de los cuales llegaron una vez el músico, cansado del clima tropical ("una cosa acerca de los climas tropicales es que las cosas se oxidan muy fácilmente, y las carreras y las personas no se resisten"), abandonó las islas para ubicarse esta vez en California. Tras sus experiencias anteriores, se adivinaba en Steve Kindler un músico ávido de emociones en diversos frentes, en solitario, con el grupo Barefoot, o colaborando con otros músicos de Global Pacific Records como Georgia Kelly o Teja Bell; con la primera retomó el espíritu impresionista en el sedoso trabajo "Fresh impressions" (con versiones de Fauré, Satie, Debussy y el posterior Honegger, amén de un tema del propio Kindler), mientras que con el segundo tejió una acertada red colorista de título "Dolphin smiles". Con la libertad que le otorgó la compañía, y una vez finalizada su difícil gira con el japonés Kitaro (que eligió un buen número de músicos estadounidenses para su presentación en directo en los Estados Unidos, entre ellos a Kindler en el violín, y con el que grabó el espectacular "Kojiki"), en 1990 creó su obra más recordada, "Across a rainbow sea"; en general se respira en el disco una enorme alegría y una tonalidad tan cálida y agradable como la que observamos en la maravillosa portada, obra de Andrew Annenberg. La evidencia es su primer tema, "For the Americas", un canto de esperanza de unión de los pueblos americanos (se nota en su ambiente folclórico) que, a pesar de contar con una variada instrumentación, está dominado rotundamente por el violín eléctrico de Steve. "Little Fuji" es otra de las melodías de fuerte inspiración tropical que destacan en el disco, poseedora de un armonioso encanto y abrumadora sensación de felicidad vacacional. Más suaves y meditativas son composiciones como "Plumeria" o "Mystic fire", evocadoras de ambientes más reposados (la primera es, por ejemplo, un recuerdo de las suaves brisas de las tardes tropicales, y la segunda de paisajes oceánicos), como una "Wistari reef" que goza de la colaboración de Suzanne Ciani al sintetizador. "Agua caliente" es otra de las composiciones destacadas, con una acertada guitarra de reminiscencias flamencas marcando el ritmo para dejar que el violín se explaye en toda su dimensión con un cierto ambiente latino. No hay que dejar de mencionar también el interesante corte titulado "Bodysurfer", que por su ritmo eléctrico puede recordar a ciertas composiciones de la época (como la conocida sintonía de la serie televisiva "Corrupción en Miami") de su amigo Jan Hammer, que a buen seguro dejó poso en el joven Steve. Todas las composiciones son del violinista, salvo "Caught up in the rapture", canción popularizada por Anita Baker. 

Aunque sobresalgan los violines (acústicos y eléctricos) para los que lógicamente están compuestas la mayoría de las piezas, "Across a rainbow sea" se beneficia de una rica instrumentación, donde destacan el paraguayo Carlos Reyes al arpa folk paraguaya, guitarra y bajo, las percusiones tropicales de Clay Henry, Isaac Epps y Pinchey Pete, la batería de Casey Scheuerell, la mencionada colaboración de Suzanne Ciani al sintetizador o la voz de la intérprete de jazz Jackie Ryan, que también grabó junto a Steve en su otro grupo de la nómina de Global Pacific, Barefoot. Kindler tambén interpreta las guitarras que suenan en tres de los cortes del trabajo, a excepción de la guitarra rítmica de "Agua caliente", a cargo de Carlos Reyes. La Mahavishnu Orchestra, Shadowfax, Jan Hammer, Jeff Beck o Kitaro son algunos de los artistas que han contado con colaboraciones de Steve Kindler, cuya forma de tocar el violín está influenciada por la música de la India, y que considera que este instrumento está injustamente estereotipado y debería tener un papel más amplio y destacado en la música actual, por sus características e influencia en las más variadas culturas. En definitiva, aconsejable rescatar algunos trabajos de Global Pacific y de Steve Kindler, un estupendo violinista que hace bastante tiempo que no se prodiga mucho.





25.12.09

LOREENA McKENNITT:
"The mask and mirror"


Si cualquier viaje lejano puede suscitar un cúmulo de experiencias y anécdotas, el que ha llevado a Loreena McKennitt por medio mundo ha generado una cuantiosa legión de influencias y de ideas para desentrañar una música que, desde una herencia celta, se ha transfigurado en global, multicultural y riquísima en detalles. Esta historia de amor entre una arpista y su público, que comenzó en los 80 en una granja canadiense, ha transitado por caminos de inusitada calidad en sucesivas grabaciones de títulos tan importantes como "Elemental", "Parallel dreams" o "The visit", para continuar por caminos más abiertos, en base a una labor de estudio en el origen de lo celta. La investigación realizada en culturas milenarias no sólo supuso un ejercicio fascinante para Loreena, sino que fue el origen de una nueva forma de concebir su música más allá de la tradición celta. En efecto, al ir conociendo detalles sobre la expansión y antecedentes de dicho pueblo, aumentó su interés por las músicas del este de Europa y del Oriente próximo. Sin embargo un paso importante en esta apasionante historia estaba mucho más cerca de lo que podíamos imaginar, ya que se detuvo en nuestra propia tierra.

Todo lo que confluía en la Loreena McKennitt de esta época era garantía de éxito, así que Warner Music continuó distribuyendo sus discos, grabados en su propia compañía, Quinlan Road. "The mask and mirror" llegó en 1994 y siguió aunando los componentes que habían llevado a "The visit" a vender cientos de miles de copias: un trabajo de estudio sin par en la temática elegida, una labor de composición brillante, donde la comercialidad y la calidad se dan la mano, y un proceso de grabación en el que no se habían escatimado medios, y en el que la McKennitt, a la sazón productora, estaba arropada por nombres de confianza como Brian Hughes (guitarras, balalaika, sitar), Rick Lazar (percusiones), Hugh Marsh (violín) -estos tres le acompañarían en su nueva gira-, Anne Bourne (cello, voces), Patrick Hutchinson (Uillean pipes) o, por vez primera, el mítico Dónal Lunny (bouzouki, bodhran), entre otros. La rica instrumentación escogida no impedía que la voz de Loreena McKennitt, por encima de su arpa o acordeón, fuera por lógica el punto más importante de la grabación: la canadiense es una contadora de historias, su cálido estilo nos es muy cercano porque en "The mask and mirror" bebe por igual de fuentes mediterráneas que de las suyas propias, las celtas. Una joven Loreena McKennitt, de incansable espíritu viajero, había visitado España y concretamente la Alhambra de Granada antes de publicarse "Elemental", su primer disco. Años después volvió para inspirarse y, entre España y Marruecos, nació "The mask and mirror", un trabajo pleno de referencias a nuestra cultura, y con una elevada vena mística cuyo origen se debe a determinadas lecturas sobre el sufismo, ese 'islam esotérico' que busca llegar hasta Dios. Sin ir más lejos, el tema de inicio del álbum, "The mystic's dream", explora en esa búsqueda por medio del amor, si bien es a través de dos poetas donde encuentra unas referencias tan claras en su conexión mística como lejanas en su origen: del irlandés William Butler Yeats son los románticos versos de "Cé hé mise le ulaingt? (The two trees)", y el visionario de Ávila San Juan de la Cruz inspira una de las maravillas del disco, "The dark night of the soul", un cautivador poema de amor entre el místico y el propio Dios que -destaca Loreena- puede pasar perfectamente como una historia entre dos amantes de cualquier época ("¡Oh, noche que guiaste!, ¡oh, noche amable más que la alborada!, ¡oh, noche que juntaste amado con amada, amada en el amado transformada!"). La música de Loreena parecía querer alcanzar un nivel superior de espiritualidad, si bien la canción estrella del álbum, y precisamente la más alejada (junto a la última del mismo) de la inspiración de Al-Ándalus, era una continuación de las ideas más comerciales que vistieron "All souls night", el primer sencillo de su anterior álbum, "The visit". Titulada "The bonny swans", con letra tradicional y música de Loreena, esta pegadiza canción que tuvo su correspondiente CDsingle y un hermoso videoclip, trataba sobre la historia de dos hermanas en la Edad Media, una de las cuales ahoga por celos a la otra; ésta regresa en forma de cisne para transformarse definitivamente en un arpa, ese instrumento tan evocador que puede considerarse como el primordial de Loreena McKennitt. Un tema magistral, pleno de simbolismo, en un tono medieval que también se respira en otras de las canciones, que ayudó a acrecentar la fama de la cantante. "Prospero's speech" es ese mencionado cierre del disco, una canción cálida arropada por una voz más susurrante, y un recuerdo de sus experiencias teatrales, en concreto con "La tempestad" de William Shakespeare, a la que pertenece este discurso. El 'Bardo de Avon' ya había aparecido en el anterior trabajo de la McKennitt, pero de un modo más mundano, el disco está impregnado de otras vivencias personales importantísimas: Loreena actuó en enero de 1992 en Santiago, enamorándose al instante de esa ciudad gallega, tanto que volvió en mayo de ese mismo año y se empapó de la historia de dicha urbe mágica; cuenta nuestra protagonista que compró un disco del grupo Els Trobadors y le encantó, y que tras seguir estudiando este cruce cultural de comunidades cristianas, judías y musulmanas, encontró al final esta música tradicional, que utilizó en el disco con el título lógico de "Santiago", otra de las canciones (la única sin letra definida) destacadas por su encantador estribillo tarareado y su ritmo multicultural. Marruecos inspira notablemente el cuarto y quinto tema del disco, un animado y colorido "Marrakesh night market" que nace de la sorprendente visión y experiencia de la primera noche de nuestra artista en Marrakesh durante el ramadán de 1993 ("miles de personas concentradas en círculos (...) con su música particular, una poesía directamente relacionada con ritmos de tambores, encantadores de serpientes, monos y pociones mágicas"), y "Full circle", un emocionante recuerdo de la impresión del amanecer en el desierto y los cantos de las mezquitas en pleno ramadán, que supusieron para la McKennitt de esa época dos de las tres experiencias más fuertes de su vida (junto a la visita a un monasterio de monjes benedictinos en Quebec).

Parecía increíble a estas alturas de la carrera de Loreena McKennitt que su interés primario una década antes fuera simplemente viajar a Irlanda para investigar su cultura. Ese fue tan sólo el origen de una búsqueda mayor, más profunda y mucho más extensa, temporal y kilométricamente. Es altamente destacable el tirón emocional de una música que en ocasiones parece unida por un cordón umbilical con lo divino, especialmente en los momentos en que el eterno estribillo transmite efectos hipnóticos en un oyente embelesado. En "The mask and mirror" (el álbum de Loreena McKennitt que mejor ha funcionado en España, llegando a alcanzar el número 6 en las listas de ventas) dicho oyente puede asistir, precisamente, a un sincero relato musical sobre varias maneras de encontrarse con Dios, un tema recurrente y posiblemente primordial en este disco que inquiere preguntas y respuestas desde su propio título, "The mask and mirror", puesto que Loreena se plantea definitivamente: "¿Quién fue Dios?, ¿qué es la religión?, ¿qué es la espiritualidad?, ¿qué fue máscara y qué fue espejo?".

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19.12.09

JONN SERRIE:
"Planetary chronicles vol.1"


Una teoría de tan hermoso apelativo como 'música de las esferas' debería de haber sido tomada como cierta desde siempre, pero el pragmatismo en este caso siempre pudo con la poesía y la confirmación ha tenido que llegar siglos después de que los griegos la enunciaran. Los cuerpos celestes, según esta creencia, emiten sonidos armónicos (cantan, como dijo un astrónomo), ondas de frecuencias generalmente imperceptibles para nuestros oídos pero que alteradas artificialmente nos suenan como vibraciones, zumbidos, púlsares, silbidos o ruidos tormentosos. Aparte de servir para comprender mejor el universo o simplemente incitar al misterio, la demostrada 'música de las esferas' permite un acercamiento con mayor interés a ciertas formas de 'música cósmica' que desde hace décadas se están interpretando en los entornos de la new age, el rock sinfónico o la música contemporánea, en especial (y sin olvidar a muchos otros como Vangelis, Jarre, Tangerine Dream, Steve Roach, Neuronium o en otros sentidos menos electrónicos Gustav Holst, Terry Riley o Jeff Oster) la música compuesta para planetarios, donde entra de lleno el sintesista estadounidense Jonn Serrie. Jonn entró en contacto con los sintetizadores en los 70 y sus músicas, gracias a importantes amistades, sonaron en el planetario de Hartford (Connecticut), impresionando de inmediato y expandiendo su estela hacia otros planetarios; en el de Nueva York grabó cassetes para venderlas allí mismo, y el sello Miramar se interesó hasta el punto de hacerle un suculento contrato.

Serrie despuntó en 1987 con un interesante trabajo, "And the stars go with you", cuya inspiración vino de la tragedia del transbordador espacial Challenger (él iba a colaborar con la NASA, en concreto con Christa MacAuliffe, que iba a impartir clases con la música de Jonn desde el espacio). En ese primer disco asentó las bases de un estilo cósmico ambiental en el que la inmensidad y oscuridad espacial está especialmente lograda, en base a fondos languidecientes, notas alargadas y graves, en un clima romántico aletargado, como de un apagado atardecer. No fue sino cinco años después, en 1992, cuando Miramar publicó un compendio de aquellas antiguas melodías de planetario ("me decidí a combinar algunas ideas interesantes y compartir aquellos primeros años con mis fans", dijo) bajo el título de "Planetary chronicles vol.1", un disco que fue repescado en 2002 por la compañía estadounidense New World Music con un acertado cambio de portada (la que ilustra esta crítica). Aunque predomine un estilo muy relajado, el inicio del álbum ("Mystery road") es sugerentemente rítmico, cobrando de inmediato una extraordinaria ambientalidad, de onirismo cósmico muy inspirado. "Dawn trader" presenta un comienzo majestuoso y aventurero, al que sigue un desarrollo sosegado, meditativo, donde mantos de sintetizadores, en continuidad con el tema anterior, elaboran una atmósfera espacial, ideal para viajar por la pantalla de un planetario. Realmente tuvo que ser un espectáculo contemplar las imágenes del planetario de Hartford con la música de Serrie, composiciones tan ingrávidas y majestuosas como las dos que abren este trabajo. "The straits of Madigann" viene salpicada de multitud de efectos sonoros, pero no es una composición lineal como puede ser el resto del disco, sino que tiene varias caras y un desarrollo sinuoso, con diversas entradas y salidas como de agujero de gusano, y un final que presenta apagadas voces futuristas. Más calmada es "Starmoods", dieciseis minutos de tranquilo viaje por el espacio, parecido al que después haría Jarre por el mar en "Waiting for Cousteau" (aunque de menor profundidad que aquella genial inmersión en lo más profundo del océano). El disco acaba con "The auran vector", inquieta música planeadora en un estilo más movido y confuso que en el tema anterior. "La majestuosidad y la serenidad etérea de nuestro universo cobran vida en este trabajo", contaba la publicidad de la compañía, y es cierto que 'Crónicas planetarias' es un título lo suficientemente sugerente como para ejercer un cierto interés en la franja de público que busca nuevas experiencias sonoras con los sintetizadores, si bien en general nos encontramos con una música que a pesar de estar destinada a la contemplación del espacio, supone tanto una exploración exterior como interior, pues incita a la relajación y posee una extraña huella romántica, incluso un cierto componente erótico. 

Otros músicos de planetario, como Mychael Danna, Michael Stearns o nuestro Luis Delgado, parecieron acabar influenciados por determinadas músicas del mundo o al menos por otro tipo de instrumentaciones más terrenales. Serrie continúa, muchos años después, fiel a una música dedicada por igual al espacio y la aviación, pero sus intentos más comerciales, emulando al propio Danna y en líneas estilísticas cercanas a artistas atmosféricos como Constance Demby, Steve Roach, Yanni o Tangerine Dream, no han llegado a dar los frutos de los puramente planeadores, inmensos viajes musicales por el vacío como "And the stars go with you" o "Planetary chronicles" (cuyo segundo volumen salió a la luz en 1994) donde los teclados marcaban un estilo marcial, de ritmo fácilmente llevadero por una muy agradable ambientalidad que en ningún modo caía en el aburrimiento o en la nulidad, con mucho que decir y una forma de decirlo clara, estricta, cómoda, de producción pulcra y de maravillosa evocación espacial. La música del infinito, para escuchar camino de otra galaxia.



13.12.09

PHIL CUNNINGHAM:
"The Palomino waltz"

Silly Wizard era el nombre de una mítica banda escocesa de música tradicional, que encontró un cálido acomodo y un cierto éxito desde comienzo de los años 70 y durante los 80. Johnny Cunningham estuvo involucrado desde su origen, y enseguida atrajo también a Andy M. Stewart, vocalista carismático, y a su propio hermano pequeño Phil, un vibrante acordeonista que iba a dejar huella en la música escocesa de finales de siglo no sólo como músico sino además como productor. No había fines nacionalistas en Silly Wizard -comenta Phil Cunningham-, sólo era una manera de mantener viva una cultura y una identidad musical. Durante esta etapa, Phil publicó además su primer álbum en solitario, un interesante "Airs and graces", y no sería hasta cinco años después cuando vería la luz su segundo trabajo, un lustro en el que no sólo terminó la aventura de Silly Wizard sino que además dió origen a los dos álbumes del supergrupo Relativity, formado por dos parejas de hermanos sin igual, los irlandeses O'Dhomhnaill (Micheal y Triona) y los escoceses Cunningham (Johhny y Phil). Con semejante rodaje, lo presentado en 1989 por Green Linnet Records bajo el título de "The Palomino waltz" sólo podía ser pura magia de esencia celta.

Gusta Phil de compaginar ritmos y melodías, y eso es lo que nos ofrece en sus discos, una combinación de reels y aires lentos casi a partes iguales que se mezclan para mantener a la vez un ferviente entusiasmo y una calmada atención. El comienzo no podía ser sino una demostración de acordeón, dos animados reels ("The bombadier beetle" / "Webbs wonderful") que anticipan un trabajo alegre, bien producido y de esencia tradicional, si bien es el propio Cunningham el que compone la mayoría de las canciones, entre las que, como ya sucediera en su primer disco, no hay voces. Otro instrumento usual en la música celta, el violín (el instrumento esencial de su propio hermano) marca la pauta en un aire lento de bailable esencia de título "The Ross Memorial Hospital"; el encargado de manejar este 'fiddle' en este tema y el siguiente es Aly Bain, el violinista durante más de treinta años de otro grupo mítico, Boys of the Lough. "The Palomino Waltz" / "Donna's Waltz" son la demostración de la fuerza que caracteriza a este músico, que en combinación con su virtuosismo e inteligencia le hacen ir un paso por delante de su generación; aquí es de nuevo el acordeón el que nos deleita junto al violín y un tímido bajo con dos melodías sencillamente magistrales a ritmo de vals. De nuevo aparecen los reels en el disco, en esta ocasión tres títulos unidos ("The four stroke reel" / "Martin O'Connor's flying clog" / "The four stroke reel") interpretados en un soberbio directo grabado en Cozumel (Mexico), y más adelante con el animado y avanzado para su época "Ceilidh funk", vertiginosa pieza de origen desconocido (es el único reel del trabajo que no compone Phil Cunningham). "Violet Tulloch's welcome to the crask of Aigas" / "The laird of Drumblair" son dos strathspeys, un tipo de alegres y festivas tonadas para danza entre las que se encuentra una del legendario violinista James Scott Skinner. Restan sin embargo tres aires lentos por comentar, en dos de ellos suenan sendas gaitas, escocesa en "Leaving glen affric" (que parece un calmado anticipo de Wolfstone, aunque en realidad sea una composición del que fuera gaitero de Silly Wizard e intérprete en esta pieza, Finlay M. MacRae) e irlandesa, a cargo de Davey Garrett, en un final tranquilo de título "Ciara McCarthy's lullaby". Por último la que podría denominarse como joya del disco (y el término 'joya' es muy acorde en el caso de Phil Cunningham, si tenemos en cuenta algunos de sus éxitos junto a Aly Bain), una delicada y encantadora composición para teclado y flauta titulada "The wedding" cuya simpleza, lejos de restarle encanto, le confiere una sincera calided.

Además de un sofisticado intérprete (no sólo de acordeón, también toca en sus discos flauta, teclados y alguna guitarra) y un fenomenal productor (entre otros Dolores Keane, Connie Dover, Altan, Bonnie Raitt o Wolfstone), Phil Cunningham posee un estupendo sentido del humor, que le hace acreditar en sus trabajos al ficticio pianista Koos Koos Mccafferty y que provoca la aparición de curiosos videos en su myspace. Aunque la música escocesa tenga sus diferencias con la irlandesa, en realidad, y más con el tiempo, es difícil describirlas, pues tienen demasiado en común. Algo así sucede en este maravilloso disco, un trabajo sólido que mantiene viva la llama más caliente de la música tradicional escocesa pero que se abre a las naciones celtas y explora en ese sonido antiguo que nos enciende y deleita por igual sea inglés, irlandés, escocés, bretón, de Canadá o del norte de España. Seguro que cuando Phil Cunningham dice "yo creo que la música de hace años transmite lo que somos ahora y refleja el pueblo que somos", no se refiere únicamente a la nación escocesa.

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6.12.09

TANGERINE DREAM:
"Phaedra"

Aunque en el momento de la publicación de "Phaedra" ya existían cuatro discos en el mercado del grupo Tangerine Dream, el éxito a nivel comercial les llegó gracias a la distribución de Virgin Records. Es más que seguro que, indirectamente, fuera Mike Oldfield quien propiciara ese contrato con la discográfica de Richard Branson, ya que "Tubular Bells" había reventado el mercado de la música instrumental sólo un año antes, y tanto el mandamás de Virgin como su primo Simon Draper, pusieron los ojos en el grupo alemán para copar este ámbito en alza. Otros, como el sintesista alemán Klaus Schulze (que fuera miembro del grupo en su primer plástico, "Electronic Meditation"), opinan sin embargo que sin "Tubular Bells" su éxito hubiera sido mucho mayor. Lo que hay que tener bien claro es la diferencia estilística entre ambos conceptos musicales: mientras Oldfield acercó el rock sinfónico a la música clásica y al folk, Tangerine Dream comenzó adscrito al krautrock, ese rock experimental alemán que usaba la tecnología a su antojo para experimentar en un nuevo concepto de vanguardia electrónica, en ocasiones tan ausente de normas que más de uno se podría plantear dónde está la frontera entre la originalidad y la desvergüenza. Como paso previo a su fichaje por Virgin, el trabajo de 1973 "Atem" fue especialmente aclamado por el prestigioso locutor John Peel, el mismo que lanzó "Tubular Bells" al estrellato al radiarlo íntegro en su programa. La nueva compañía les recibió con los brazos abiertos, y en una muestra de la pasión de estos teutones por no quedarse atrás en la carrera por la conquista de la tecnología, el dinero que el sello británico les adelantó fue a parar a la compra de un sintetizador Moog Modular. De esta forma, sustituyendo el bajo por un rudimentario secuenciador, convirtieron a este trabajo en el primero en utilizar comercialmente este instrumento que almacena y reinterpreta secuencias de sonidos. Edgar Froese (el creador primigenio, cuyo carácter rebelde le llevó a luchar contra lo establecido, en la vida y por supuesto en la música, en un Berlín vanguardista y tumultuoso) y Christopher Franke, fueron los puntales creativos de la banda, y esta época de mayor éxito contaba con Peter Baumann como tercer miembro a la sombra de ese cruce de genios, un Baumann que posiblemente cobró más reconocimiento años después al fundar la excelsa compañía Private Music. 

Habiendo emprendido un camino seguro con el mencionado y reverenciado "Atem" y una maqueta de presentación a Virgin llamada "Green Desert" que iba a tardar más de una década en ver la luz, de forma paralela pero ciertamente alejada (al menos más moderada) de lo caótico, rotundo y reverberante de sus primeros trabajos ("Electronic Meditation", "Alpha Centauri" o el también aclamado "Zeit"), este trío de visionarios consiguió gracias a ese fichaje por Virgin Records que su música fuera distribuida como suponían que merecía, y las ventas les dieron la razón. Huyendo de lo convencional y deleitándose en una forma psicotrónica de ejecutar una música sugerente, extraña, sin melodías reconocibles, Tangerine Dream se ganó una legión de leales acólitos, muchos de ellos posiblemente jóvenes inconformistas surgidos de la cultura de las flores o de círculos underground. El VSC3 (sintetizador portátil de aspecto extraño, con una carcasa de madera que ahora vemos como algo absolutamente retro) marcó el camino de la banda, combinado con mellotron (teclado eléctrico que suele considerarse como el antecedente del sampler), sintetizador Moog, órgano, piano, guitarra y flauta (si bien los instrumentos acústicos apenas cuentan en el resultado final). "Phaedra" fue publicado en 1974, y no parece recoger influencias de la mitología griega a pesar de que Phaedra (o Fedra) fuera la esposa de Teseo. Comienza con la larga composición de igual título, "Phaedra", inquietante por una atmósfera quejumbrosa y ritmo latente de secuenciador (el Moog en vez de un bajo) que marca un camino sin dirección clara, basado más en ese ritmo y el ambiente nebuloso que en la melodía. Es curiosamente la ausencia de rigor, la imprevisibilidad, lo que hace de estas composiciones más vivas y por supuesto extrañas, anticipando con su investigación electrónica la enorme comercialidad que Jarre y Vangelis sí que supieron (o quisieron) encontrar pocos años después con un componente melódico más estudiado. Dentro de la frialdad general, "Mysterious Semblance at the Strand of Nightmares" es un título obra de Froese que intenta ser más cálido y agradable, y a pesar del abuso de efectos sonoros (sin secuenciador, basado en el mellotron) consigue un resultado igual de misterioso que el resto del disco pero más asequible y abierto, incluso altamente hipnótico y con un toque impresionista. En temas como éstos emerge una profunda contradicción, pues las meditativas intenciones cuentan con un componente subyacente que nos hace debatirnos entre una calma tensa y una tormenta de proporciones livianas. "Movements of a Visionary", pura experimentación con comienzo robótico y desarrollo demasiado lineal, es otra composición que con sus pulsos melódicos sabe explorar en algo primario de nuestra mente. "Sequence C'", de Baumann, cierra el disco con sus dos meditativos minutos de flauta con nimios efectos, dejando abierta una vía de expresión de clara continuidad. "Phaedra" se grabó en la famosa mansión-estudio de Virgin Records en Oxfordshire, The Manor, pero el proceso no fue nada fácil, numerosos problemas técnicos de todo tipo pusieron en peligro el álbum, que no avanzaba casi nada con el paso de los días. Sin embargo, tras un conveniente descanso campestre y como por arte de magia, Froese grabó junto a su mujer Monique, en una sola toma, el corte "Mysterious Semblance at the Strand of Nightmares" mientras Franke y Baumann dormían. No consta desdén por parte de los durmientes, ya que a partir de ahí todo fue rodado, y el álbum salió a la venta el 20 de febrero de 1974. La primera edición en CD llegó en 1984, y la llamada 'Edición definitiva' en 1995 (con diversos errores). En 2005 Froese publicó en su sello, Eastgate, una versión modificada titulada "Phaedra 2005", con portada ligeramente diferente, cambios en las canciones y un tema nuevo ("Delfi"), que volvió a ver la luz en 2010 con otra portada (absolutamente fuera de lugar) y el título de "Phaedra Revisited (35th Anniversary Edition)". También en 2010 se volvió a publicar en vinilo por parte de Virgin, y en 2011 fue incluido en el recopilatorio triple "The Virgin Years 1974-1978". En cuanto a singles, Virgin publicó uno promocional en 1974, con versiones recortadas de "Phaedra" y "Mysterious Semblance at the Strand of Nightmares".

Al encontrarse en encrucijadas múltiples y bien planteadas, los discos antiguos de Tangerine Dream no pasan fácilmente de moda a pesar de los muchos años transcurridos, de hecho algunos de ellos siguen siendo referencias y cuentan con admiraciones varias, ya que nos encontramos ante una banda influyente y en constante evolución (especialmente en sus primeras dos décadas de andanzas), reverenciada por igual por hippies, yuppies, discotequeros, roqueros o melódicos. "Phaedra" se aprovechó de una época abierta (gloriosa, de hecho, para ciertos estilos y tendencias), de caminos inexplorados (Franke, por ejemplo, intentó imitar con el secuenciador ritmos africanos, algo insólito en la Alemania electrónica de los 70), en la que lo raro vendía, y constituye uno de los mayores logros de la banda alemana, un trabajo más misterioso y oscuro que relajante, cuya audición no siempre es fácil, pero que sin embargo deja un poso enorme al escucharlo con la debida atención, la sensación de haber contemplado uno de los despertares al mundo de la música electrónica.

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29.11.09

DAVID ARKENSTONE:
"Citizen of time"


La impecable imagen de marca de la compañía Narada Productions le hizo lograr que la prestigiosa revista Billboard le aupara a comienzos de los 90 al primer puesto en cuanto a popularidad en la categoría 'new age', por delante de la pionera Windham Hill. Su estrategia incluía fichajes de calidad, estudios de mercado y un diseño gráfico fácilmente identificable que combinaba lo informativo con lo puramente artístico. Por ejemplo, en el caso de David Arkenstone, sólo hay que ver y admirar las portadas de sus dos primeros discos, "Valley in the clouds" y "Citizen of time", que reproducían sendas pinturas del artista gráfico Mark Geisheker, ambas de inapelable belleza y de una conseguida equiparación con el universo musical de este artista estadounidense influenciado del mismo modo por Emerson, Lake and Palmer, Yes o Kitaro en cuanto a la música, que por Tolkien o Ian Fleming en la literatura. En su enfoque aventurero, Arkenstone deseaba "pintar cuadros para el oyente"; preguntado por lo que intentaba ofrecer al público en su debut musical, "Valley in the clouds", respondía jocosamente: "Intento escribir la música que Indiana Jones escucharía". Hilando la mencionada Billboard y estos trabajos de Arkenstone, hay que mencionar que "Citizen of time" fue uno de los primeros álbumes en alcanzar ese importante número 1 'new age', en julio de 1990, justo después del inmenso "Kojiki" del japonés Kitaro. No en vano "Citizen of time" es un disco entretenido y muy disfrutable, enclavado en el gran momento de este tipo de música.

Multiinstrumentista madurado en California, Arkenstone encontró en su incorporación a Narada una puerta hacia una comercialidad basada en un sonido propio y elegante, de natural grandilocuencia, adquiriendo por lo general tintes épicos derivados de temáticas mitológicas, historias de aventura heróica y fantasía, entre los mundos de Robert E. Howard y los de J. R. R. Tolkien. Su disco de debut, "Valley in the clouds", inauguró en 1987 el catálogo de Narada Mystique (una de las colecciones de la compañía, en concreto la encargada de comercializar 'nueva música electrónica de alta calidad') que según Narada "ofrece a sus artistas un foro abierto para explorar nuevas fronteras en el sonido. El resultado es una síntesis de arte y tecnología, un vértice artístico donde la tecnología se vuelve transparente, donde la MÚSICA, y nuestra imaginación, no conocen límites". Mystique continuó con obras de Peter Buffett, Bruce Mitchell, Carol Nethen y en 1990, en octavo lugar, un adictivo y estimulante "Citizen of time", en el que Arkenstone se convierte en un explorador de civilizaciones remotas, un ciudadano del tiempo. El monte Everest es el punto de partida desde el que nuestro aventurero decide comenzar la exploración de estos enclaves maravillosos; "Top of the world" es una placentera melodía de flauta sobre base de teclados (acústica y electrónica) que nos abre las puertas a un mundo fantástico -nuestro propio mundo, de hecho- y augura un viaje largo y pleno de aventuras hacia destinos exóticos como la gran muralla ("The great wall", otra acertada y juguetona composición con el justo equilibrio entre lo dinámico -las percusiones de un clásico en los discos de Narada, Daniel Chase- y lo relajante), los calurosos desiertos del sur de Estados Unidos ("Voices of the Anasazi", interesante muestra de ambientalidad con intención melódica, que precisamente sin poseer una melodía pegadiza, consigue convertirse en una de las composiciones mas serias y acertadas del trabajo), las tierras nórdicas ("The northern lights", que mantiene una línea espectacular por medio de una adictiva tonada de espíritu aventurero en una envoltura de película con aurora boreal incluída -un misterio inmenso, radiante, iridiscente, cuenta David-) o el antiguo Egipto, en uno de los temas más misteriosos del trabajo, "Rumours of Egypt", donde un suave y sensual ritmo in crescendo, acompañado del delicado encanto oriental de un teclado emulando un instrumento de viento, nos acompaña directamente hacia tumbas, esculturas y por supuesto pirámides, destilando un enigmático componente esotérico en una música ya de por sí alquímica. Es esta parte central la más acertada de un disco por lo general agradable y entretenido, si bien de concepción algo sencilla. Eso no le resta encanto y sin duda merece la pena dejarse acompañar por las composiciones arriba destacadas o por otras creaciones ágiles, aventureras ("Firestix", "Splendor of the sun"), atmosféricas ("The malabar caves", una incursión en las profundas cuevas indias) o de cierta pomposidad, como el clímax de un tema final, "Explorers", dedicado a la malograda tripulación del transbordador espacial Challenger. Se trata de una despedida abierta al futuro y al universo, amenazante de una continuación, ya que las explicaciones del libreto del álbum culminan con la frase "el ciudadano del tiempo viaja todavía...". Curiosamente, una especie de posible continuación, titulada "Citizen of the world", fue publicada en 1999, pero por la gran rival de Narada, Windham Hill Records. Y es que a Arkenstone le gustaba desarrollar este tipo de aventuras temáticas: "disfruto tomando un enfoque narrador sobre la música, y crear una atmósfera donde las personas puedan usar los recursos más completos de su imaginación para sentir las imágenes de mi música, visitar mentalmente los lugares que estoy describiendo (...) La música es más emocionante cuando crea un sentido de aventura".

La idea de crear un disco conceptual con la atractiva temática de un viajero del tiempo, le imprime un cierto carisma a la obra, aunque tal vez se eche de menos una mayor cohesión, y especialmente la ayuda de algún acertado tema recurrente. Aún así, la fuerza de alguna de las composiciones por separado ("Rumours of Egypt", "Firestix", "The great wall") y lo correcto del nivel general hacen de "Citizen of time" un agradable ejemplo de conjunción de sonido electrónico y acústico con aires épicos, en el que David Arkenstone se encarga de tocar un aluvión de sintetizadores (Korg, Roland, Emulator, Proteus, Fairlight, Yamaha), piano acústico, guitarra, bajo y flautas. "Siento que hice algunos avances importantes como compositor en este proyecto -decía David-, y disfruté relacionando libremente la música en torno a un concepto". A pesar de su creciente éxito y su legión de fieles seguidores, el estilo de este multiinstrumentista ha ido perdiendo algo de personalidad e inspiración en la búsqueda de la comercialidad, si bien casi cualquiera de sus discos (en especial los de Narada o Windham Hill) es un material recomendable para dejarse llevar hacia espacios ignotos de magia y aventuras, sin salir del salón de nuestras casas.





22.11.09

PHILIP GLASS:
"Powaqqatsi"

Los hopis son un pueblo nativo de la meseta central estadounidense que ha sabido mantener la esencia de su cultura hasta nuestros días, una sabiduría ancestral que conserva datos históricos controvertidos y teorías proféticas sobre el destino de la humanidad. Es del idioma hopi de donde toma el director de cine Godfrey Reggio los títulos de su conocida trilogía documental 'Qatsi', formada por las películas 'Koyaanisqatsi' ('vida fuera de equilibrio'), 'Powaqqatsi ('vida en transformación')' y 'Naqoyqatsi' ('la vida como guerra'), cine experimental de enorme fuerza visual centrado en la compleja relación de la humanidad con la tecnología moderna y el mundo natural. Uno de sus componentes, que colabora en lograr una especial trascendencia, es la música que viste las imágenes: todas ellas cuentan con la banda sonora de un Philip Glass que entró en la industria del cine "tarde y por la puerta de atrás (...) simplemente como otra forma artística en la que trabajar", decía. "Koyaanisqatsi" presentaba un score intenso, meditativo en su comienzo (con la abrumadora belleza del Gran Cañón), deprimente y desazonante en su segunda parte (en combinación con elementos tan destructivos como necesarios para el hombre como líneas de alta tensión, prospecciones petrolíferas, gaseoductos o presas), extremadamente caótico y alienado en su acto final (guerra, suciedad, abandono, polución, superpoblación, consumismo..., la humanidad como fantasmas). Cinco años después, Reggio y Glass abordaron una segunda parte de la trilogía, visualmente menos insana y musicalmente muy completa: "Powaqqatsi (Life in Transformation)".

El minimalismo activo, mayoritariamente urbano, de "Koyaanisqatsi" (que Reggio utilizaba por momentos junto a la cámara rápida incrementando la sensación de caos y locura) deviene en "Powaqqatsi" en otro más global, rico, e igualmente seductor. Publicado por Elektra Nonesuch en 1988, Glass consigue en este trabajo impregnar de soberana magia la mayoría de las composiciones, sin necesidad de recurrir a la excesiva repetición, si bien no falta su inconfundible sello cíclico en ciertos fondos y melodías. Los demás, revestidos de músicas del mundo, desvelan intenciones propias que van más allá de la película en cuestión, en la que imágenes y música cumplen con su propósito de impresionar al espectador. Por ejemplo, el comienzo nos lleva hasta las minas de Serra Pelada, en Brasil, un lugar que Glass estudió convenientemente antes de empezar la filmación (y de viajar allí con el equipo de rodaje) gracias a un metraje anterior de Jacques Cousteau, llegando a componer la base de la posterior escena, que asimismo se usó durante el rodaje, en una curiosa inversión del proceso lógico: el resultado, "Serra pelada", es espectacular, de un vibrante dinamismo y esencia terrenal, aunque en un principio los responsables de la producción no parecieron entenderlo bien. Glass cuenta así cómo se involucró: "Intenté estar presente a lo largo de todo el proceso de elaboración de la película, lo que incluía exhaustivas visitas a las localizaciones así como muchas horas observando el proceso de edición. En general, mi estrategia consistió en apartarme lo más posible del papel 'habitual' reservado al compositor en el tradicional proceso de elaboración de una película, donde la música es considerada parte de la postproducción y uno de los últimos ingredientes que añadir antes de concluir el trabajo (...) Godfrey y yo íbamos a todas las localizaciones juntos, ya fueran en Sudamérica, África o donde fuera. Yo iba porque quería formar parte de la obra y él me animaba a hacerlo. El haber estado allí hizo que la música saliera de la manera en que lo hizo". Dividido en tres partes, "Anthem" es la columna vertebral de esta primera parte del film, cada una de ellas es una pequeña fiesta, inmersa en las costumbres de los pueblos a los que representa, recalcando la belleza de la vida humana. Los temas intermedios, mientras tanto, son algo más sobrios e intrigantes, buscando en ellos la pregunta continua (es el caso de "That Place" o "Mosque and Temple", ambos de armonías indias). Con "Video Dream" (con sus impersonales anuncios publicitarios) comienza la zona central de la grabación, compuesta por ésta y las tres excitantes partes de "New Cities in Ancient Lands" (China, Africa e India); el maravilloso estilo hipnótico de Glass está presente en estos momentos en los que la película se mueve por terrenos más críticos, ahondando en lo más mísero de la desigualdad de un mundo moderno en transformación, pero combinado con una gloriosa world music, donde destaca la sorprendente percusión de balafón en la parte africana, interpretado (al igual que la kora, el n'goni -ambos son mezcla de laúd y arpa-, el laúd o el violín) por el griot gambiano Foday Musa Suso, que comenzó aquí sus colaboraciones, en discos y en directo, con Philip Glass. "New Cities in Ancient Lands, China" posee un curioso trasfondo operístico (suena tal vez a Turandot, o alguna otra obra lírica plena de exotismo), a nadie le extrañaría que de repente un tenor interpretara un aria monumental. "The Unutterable" presenta una vigorosa tensión en el uso de las cuerdas, que va aumentando gracias al aporte de la percusión y los metales. Contrasta, escapando de la confusión con una brutal comparación, con el tramo final: la viveza rítmica, de carácter global y clímax desenfrenado, de "Caught!", la pureza (ya sin compases glassianos) de la kora de Musa Suso en "Mr. Suso" y la simple pero intensa demostración vocal de Shaikh Fathy Mady en "From Egypt", consiguiendo volver a apelar a la conciencia global y así 'conectar con el mundo'. Flautas, trompas, trompetas, tuba, saxofón, clarinete y fagot son los instrumentos que forman parte de la sección de viento y metal en la obra, mientras que entre las cuerdas hallamos violas, violines y violonchelo entre el repertorio clásico, y otros como kora, n'goni, laúd o tambura -instrumento indio de cuerda pulsada- entre los folclóricos y étnicos. Paulatinamente, la música de Glass se fue enriqueciendo orquestalmente, y a la vez -también por ello, para poder emular o utilizar esos sonidos- el ensemble fue sustituyendo los órganos eléctricos por sintetizadores, que alcanzaron gran importancia en "Powaqattsi". También se puede escuchar el exótico didgeridoo de un Jon Gibson que venía siendo habitual del Philip Glass Ensemble desde su origen, si bien en su faceta de intérprete de flauta, clarinete o saxo (que también toca en este disco). 

Godfrey Reggio no dudaba en expresar su admiración hacia Glass, calificándole como un compositor increíble, sensible y poderoso. Colaborando en un plano de total igualdad, su música se convertía en las palabras de este director cuyo afán por el documental sin voces puede tener su origen en los catorce años de ayuno, silencio y oración que pasó tratando de convertirse en monje de la orden católica de los Christian Brothers. Afortunadamente, las colaboraciones de ambos están recogidas convenientemente en discos compactos, y se pueden disfrutar prescindiendo del visionado, que es sin embargo más que aconsejable. La magia y grandeza de "Koyaanisqatsi" y "Powaqqatsi" (que el Philip Glass Ensemble interpretó en diferentes giras mundiales con proyecciones de las películas a sus espaldas) están fuera de toda duda, pero hay que recordar que Glass también construyó una excitante banda sonora para la tercera entrega de la saga, "Naqoyqatsi", así como para otra obra documental de Godfrey Reggio, "Anima Mundi". Hay que acabar aconsejando otro film, esta vez del australiano Peter Weir: "El show de Truman" recoge varias melodías soberbias de Philip Glass (que incluso aparece brevemente en la película), incluyendo el excelente "Anthem-Part 2" de "Powaqqatsi", que suena realmente emocionante y levemente turbador. Y es que Glass consiguió en los más de setenta minutos de "Powaqqatsi" una banda sonora bella, rotunda y de gran inteligencia.

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15.11.09

DAVID ANTONY CLARK:
"Sacred Sites"

Existen en nuestro planeta determinados lugares de poder, enclaves determinados donde las energías de la Tierra, por diversos motivos, son encauzadas de forma adecuada, una tan mágica y especial que por momentos parece que transmitan su propia música a través del silencio. Estos sitios sagrados han sido utilizados y venerados religiosa o espiritualmente desde la antigüedad, por medio de emplazamientos megalíticos, catedrales o monumentos naturales de imponente belleza. Como un médium sonoro, el compositor neozelandés David Antony Clark se acercó en el año 2004 a algunos de estos lugares, e inspirado por su carácter mágico canalizó esas energías de la Tierra para lograr una inspiración superior que, combinada con los interesantes instrumentos que suele utilizar y su habilidad para encontrar la 'esencia primera' que nos conecta con el planeta, acabó conformando un álbum especial, maravilloso y ciertamente fascinante, uno de sus mejores trabajos, de título "Sacred Sites", publicado por su compañía habitual, White Cloud (con su correspondiente distribución en España -convenientemente traducida por Coro Acarreta- por parte de Resistencia).

A la natural espiritualidad de David Antony Clark se unía en este trabajo el misticismo y la energía de esos lugares sagrados escogidos por él mismo, inspiradores de paisajes sonoros llenos de magia, calor y fuerza. Las melodías no difieren del típico sonido de su autor, por lo que este disco no va a decepcionar al seguidor fiel del neozelandés, y sorprenderá además al que se adentre en su mundo por vez primera. Si bien cada trabajo de este preciosista músico supone un largo viaje, este va a constar de muchas más paradas en un larguísimo recorrido, de Australia a Perú pasando por Siria, Irlanda o el Himalaya, impregnándose de la esencia y el misterio de cada lugar sagrado, de tal manera que las visitas son más espirituales que en sus viajes por Australia o África, incluyendo voces y localizaciones de varios rincones del mundo, esos lugares sagrados que David recorre como un peregrino musical, como lo hizo en su momento, practicamente como un mochilero. El viaje comienza con "The Cape of Restless Souls" en su tierra, Nueva Zelanda, donde somos recibidos por cantos maoríes y por una de las melodías representativas de Clark, alternando tan eficazmente teclados con instrumentos de viento, que parecen contarse historias ancestrales. Son sin embargo esas voces únicas lo más destacable del disco, por su variado origen, aportando su grano de arena en el aura de cada pieza y adaptándose a sus temáticas: hindúes en "To the Ice God" (dedicado a la himalaya cueva de Shiva), árabes en "Midnight in the Temple of Baal" (donde la voz de Huda Melsom destaca en una elaborada y evocativa composición, con un interesante laúd árabe), gregorianas en "The Abbey and the Thorntree" (sobre la abadía de Glastonbury) o celtas en "Ghosts of Culloden" (donde Clark se deja llevar por su sangre irlandesa), completando una primera mitad del disco altamente interesante y globalmente efectiva. Es por contra el primer corte instrumental la gran joya del trabajo, una cautivadora melodía de atracción innegable que lleva por título "The Martyrs' Stone", dedicada a las lápidas del cementerio dublinés de Glasnevin. Sólo un peldaño por debajo se encuentra otra composición enteramente instrumental, "Brú na Bóinne", que cierra este apartado celta en su viaje hasta el complejo arqueológico de Newgrange, en Irlanda. Hasta la américa andina nos transporta "Machu Pichu", en la que podemos escuchar un poema del propio David Antony Clark en español. Ambientes naturales y sonidos selváticos pueden percibirse en varios de los cortes, si bien abundan especialmente en el último de ellos, "The Dreaming Pool", dedicado a los cortados de Ubirr, en el parque nacional de Kakadu (Australia), cuya melodía es tan simple como el rumor de esas sonoridades animales.

Por la presumible simpleza de sus melodías, su envoltura de new age ecológica, o simplemente por provenir de un país pequeño y una compañía de discos bastante desconocida, David Antony Clark no gozó, en su época de mayor esplendor, de mucho predicamento por parte de la crítica especializada. A pesar de ese ninguneo se trata, por méritos propios, de una referencia en las nuevas músicas, un espíritu aventurero cuya inspiración parecía tan inagotable como la belleza de los paraísos, naturales en su mayoría, a los que siempre ha referenciado en sus discos, de los que "Sacred Sites" es un clarísimo ejemplo de obra sin altibajos, un acertado disco lleno de melodías agradables, pegadizas, de inspiraciones varias aunque un sonido rotundo, el típico modo que tiene David Antony Clark de presentar su trabajo. Algunas leyendas ancestrales ya llevan asociada, de manera inherente, su música.

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6.11.09

ELBOSCO:
"Angelis"

En noviembre de 1995 se presentó con cierta pompa en Madrid un disco que, si bien no puede calificarse estrictamente como novedoso, sí supuso un agradable intento de aunar calidad y comercialidad en base a la fórmula de conjugar textos en latín con ritmos del siglo XX. La prensa fue convocada en un avión que, desde el aeropuerto de Barajas, hizo el recorrido de ida y vuelta entre Madrid y Zamora, una parafernalia cuyo objetivo era dar a conocer "Angelis", el primer disco de un grupo ficticio denominado Elbosco, publicado por Hispavox. Como ya sucediera con el grupo Enigma cuando lanzó su celebérrimo "MCMXC A.D.", una cierta aureola de misterio envolvió a los responsables de este proyecto, pero una vez que el tiempo levantó el misterioso velo salieron a la luz los nombres de Julián Ruiz (que firma bajo el pseudónimo de Rojotua), Javier Losada (Loxatus) y el reputado director de orquesta Luis Cobos (C. Max) como responsables del trabajo, trinidad de renombre internacional cuya reunión bajo el epígrafe de Elbosco sólo puede deberse a la inversión silábica del apellido Cobos, pues al onírico y surrealista pintor Hieronymus Bosch (El Bosco) no puede calificársele precisamente de angelical. El caso de Julián Ruiz responde mejor al estereotipo de la música presentada en "Angelis", mezcla de conceptos, de fórmulas y de culturas; de hecho, no es Elbosco el primer ni el último grupo de laboratorio que este genial comunicador se saca de la manga, algunos de ellos junto al propio Javier Losada (Ars Mundi, Atlántida), otros de visión propia (Norte Lambert, Esperanto, Mistery of sound) y justo un año después de "Angelis", el denominado CCCP, en nueva reunión con Cobos y Losada.
Los resultados obtenidos en "Angelis" fueron contundentes en la forma y muy interesantes en el fondo, un sonido pulcro y de curiosidad suficiente para llamar la atención del público, que fue espoleado por una estrategia publicitaria que decía: "la música que te lleva al cielo". En efecto, en un contexto místico se podían escuchar en "Angelis" las voces de los niños de la Escolanía del Monasterio del Escorial cantando en latín, unidas a otras voces anónimas -masculinas y femeninas- cantando en inglés, combinación de música coral y pop con texturas electrónicas, soul y hip-hop. Su tema principal y primer corte del álbum llevaba por título "Nirvana", y en sus primeras notas parece que vaya a dar comienzo el canon de Pachelbel, si bien la entrada de las 'voces blancas' del coro (que recitan un pasaje del evangelio de San Lucas) y un ritmo llevadero conducen la pieza al extraño terreno de las fusiones tecno religiosas que encontraron su hueco en el mercado tras otros éxitos como los de Enigma, Adiemus o, de manera completamente pura, de los monjes de Santo Domingo de Silos. La de "Nirvana" es una melodía acertada, calmada y tarareable, que se hizo famosa en esa época, y que fue utilizada en la gran pantalla por el genial director de cine Danny Boyle ("Trainspotting", "La playa", "Slumdog millionaire") en la película "Millones". Luis Cobos ya había trabajado con escolanías años atrás (dirigió la de Loyola) por lo que tuvo mucho que ver en su utilización, si bien se puede entrever en las siguientes canciones otro de sus antecedentes, el grupo de soul-rock de los 70 Conexión, por ejemplo en "A kind of birds", "Nebo" (otra de las sorpresas del disco, cuya voz masculina recuerda sospechosamente en su tono hiphopero a otra que llegará años después en el conocido tema "Clint Eastwood" de otro grupo virtual, Gorillaz), "Soul lives forever" o "Life is one". "Children of light" se convirtió en otro pequeño éxito, por su utilización en TVE para acompañar las imágenes del Tour de Francia de 1996; efectivamente, y rememorando otras conocidas sintonías ciclistas producidas por Julián Ruiz (de los geniales Azul y Negro o del efímero grupo Havana), "Children of light" es un tema animado y pegadizo. Otras composiciones como "Zom" o "Angelis" presentan un tono más relajante en el mismo estilo optimista y luminoso general del disco, en el que hay que acabar destacando una última canción, "Blind man", clarísimamente deudora del sonido romántico de Vangelis; curiosamente, sólo hay que añadir una V al título del álbum para encontrarnos con el nombre de dicho teclista.
Elbosco logró un sorprendente éxito, superando el doble platino en España y ventas millonarias en el resto de Europa, latinoamérica y Australia. Ello posibilitó la aparición, dos años después, de un segundo disco, de título "Virginal", que sin la promoción, inspiración y originalidad del primero, pasó desapercibido. Además, en 2005 EMI publicó una reedición de "Angelis" por su décimo aniversario con dos temas nuevos y el video-clip de "Nirvana". "Angelis" -que también contó con un disco de remixes- fue un trabajo de estudio, de producción exquisita (acompañada de cierta frialdad) por parte de esos tres personajes atrevidos y visionarios, Julián Ruiz, Luis Cobos y Javier Losada. Se echan de menos en la actualidad proyectos como éste, hechos con inteligencia, calidad y ciertas dosis de irreverencia, la necesaria para juntar a un coro de niños con ritmos electrónicos o, en el siguiente proyecto de la misma terna, CCCP, cambiar a la epifanía por un coro del ejército ruso.