17.10.09

VANGELIS:
"Spiral"

Al hablar de la música del griego Vangelis hay que sacar a colación su carácter épico y grandilocuente, características con las que no sólo logró vender millones de discos sino ser escuchado indirectamente a través de sintonías en radio y televisión por casi todo el mundo desarrollado. La calidad que confería a sus obras parecía ser un recurso innato, sobre todo desde que desplegara sus conocimientos tecnológicos en una primera estancia forzada en Paris. Una vez trasladado a Londres, "Heaven and Hell" fue su primer gran éxito desde los estudios Nemo, completo laboratorio musical con un propósito, el de convertir una tecnología al alcance de muy pocos en una sucesión de notas, ritmos, melodías y secuencias que abrieran la puerta a nuevos caminos, mundos lejanos y cautivadoras formas de expresión sin palabras. Cambiando la orquestalidad por nuevos guiños al rock progresivo y a la música cósmica, el siguiente paso fue "Albedo 0.39" (un trabajo muy apreciado por sus seguidores, aunque no exento de altibajos, que contenía los conocidísimos himnos "Pulstar" y "Alpha"). Con "Spiral", publicado por RCA en 1977, consiguió ir más allá y, sin renunciar a su sonido característico, encontró la esencia de la comercialidad en una comunión alquímica entre el futuro y el presente, entre la electrónica más avanzada y el magnetismo de lo terrenal.

En 1977 se comercializó el sintetizador Yamaha CS-80, con notables mejoras de sonido y versatilidad en su ejecución; Klaus Schulze o Jean Michel Jarre fueron algunos de sus usuarios, pero posiblemente fuera Vangelis quien mejor supo sacarle partido, comenzando por el propio álbum de ese año 1977, "Spiral": "Para mí, el CS-80 es el mejor sintetizador que se haya hecho (...) el mejor diseño de sintetizador analógico que haya existido. Fue un instrumento brillante, aunque desafortunadamente no fue muy exitoso. Necesita mucha práctica si quieres poder tocarlo correctamente, y debido a la forma en que funciona el teclado, es un instrumento bastante difícil de dominar". "Spiral" estaba integrado por cinco composiciones de media duración hasta completar unos escasos cuarenta minutos, minutaje suficiente cuando todo lo contenido en una obra es imprescindible. Es precisamente "Spiral" la que marca el inicio del disco con un estallido sonoro, una hipnótica secuencia que recrea un movimiento oscilante (como una espiral, por supuesto), el latido de un sensacional trabajo que abre los ojos con un toque de campanas. Aunque parezca un momento sacado de la película '2001: Una odisea del espacio', musicalmente se asemeja mucho más al repique de campanas tubulares con el que un joven Mike Oldfield sorprendió al mundo cuatro años antes. No es la única semejanza con "Tubular bells", ya que la atractiva portada de "Spiral", idea del propio Vangelis, también parece estar en concordancia con el disco seminal de Virgin Records. Tales referencias son meras anécdotas si continuamos la escucha, pues durante siete intensos minutos asistimos boquiabiertos a un vendaval de efectos sonoros con varias melodías definidas en una acción desenfrenada digna de sagas estelares de la época. "Ballad" es el segundo corte, el más meditativo del álbum y por su ausencia de ritmos secuenciados el que pasa más desapercibido del mismo, si bien supone una propuesta original, rotunda y muy llevadera con la voz tarareante y procesada de un Vangelis que no prodiga excesivamente su garganta en sus trabajos. "Dervish D." cierra la cara A del vinilo o casete (eran otros tiempos) de forma hipnótica, no en vano se trata un tema inspirado por los bailes giratorios de los derviches ("'Dervish D' está inspirado en el bailarín derviche que, en su giro, se da cuenta de la espiral del universo", decía); como los miembros de tal congregación musulmana, un poderoso misticismo se apodera de la pieza y, junto al clímax conseguido por la cíclica secuencia, la percusión y los teclados emulando instrumentos de viento, elevan al oyente en una danza imposible de refrenar, un auténtico hit de la música electrónica de los 70. Varias tonadas de este álbum se iban a convertir en muy populares con el paso del tiempo e iban a ser integradas en numerosos recopilatorios de su autor y transformadas por doquier en versiones de discos de sintetizador, como es el caso de las comentadas "Spiral" y "Dervish D." y por supuesto de su primer sencillo, la sensual "To the Unknown Man", combinación de dulzura en una melodía casi infantil sobre un pulso sintetizado, y de fuerza por medio de una ruidosa y carismática percusión casi militar, que se acaban fundiendo en un tajante clímax. "To the Unknown Man", merced a su utilización en publicidad y sintonías, es una de las canciones más conocidas de su autor, un sueño de plácido despertar en una 'humanidad desconocida', que contaría con un corto "To the Unknown Man II", con alguna relación con el primero, en el single que, con diferentes portadas según el país, presentaba siempre en la cara A una versión recortada de tema principal. No se queda atrás el último tema del álbum, "3+3" (compuesto en compases ternarios), el más largo y acompañado por un sempiterno secuenciador, así como por unos falsos metales (característicos del griego), en el que el novedoso Yamaha CS80 y demás sintetizadores de los estudios Nemo tuvieron mucho que ver. Un recorte de "3+3" fue la cara B del single de "Dervish D.", mientras que años después RCA publicó en Brasil otro sencillo, con "Spiral" en la cara A y "Bacchanale" -perteneciente al anterior trabajo "Heaven and Hell"- en la B, ya que ambos temas aparecían en una popular telenovela, 'Coraçao Alado'.

Entre numerosos encargos, colaboraciones, producciones y bandas sonoras que le estaban permitiendo sacar adelante su estudio privado, y afianzarse en un estatus económico desahogado, Vangelis cuajó en soledad una obra deliciosa, espectacular, incluso revolucionaria, combinando de nuevo recogimiento y espectáculo en una muestra de calidad electrónica. Innovador pero absolutamente accesible, "Spiral" es uno de los álbumes clásicos de Vangelis, un divertimento de sorprendente conjunción, que en algunos momentos parece acercarse a otras propuestas superventas electrónicas de la época, como las de Tangerine Dream, Jean Michel Jarre, Kraftwerk o The Alan Parsons Project, pero sin perder un sonido propio y una identidad característica, la que ya se había creado este orondo teclista cuya popularidad iba a continuar in crescendo con los años, aunque su último trabajo para RCA iba a ser un experimental y anticomercial "Beabourg" en 1978, de difícil asimilación para un público que enseguida iba a volver a encontrarse con grandes sintonías, como "Hymne" y "L'enfant" en el plástico de 1979 "Opera Sauvage".

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9.10.09

WIM MERTENS:
"Motives for Writing"

Siempre ha afirmado Wim Mertens que la literatura es una de sus pasiones, y aunque destaque que no suele haber relación entre los títulos de sus trabajos y la música contenida en ellos, es ineludible encauzar su inspiración por medio de ciertas referencias, por ejemplo literarias. Un título tan definitorio como "Motives for Writing" (motivos para la escritura) no esconde sin embargo referencias directas a sus escritores favoritos, sino que nos adentra un poco más en su concepto musical sin otro tipo de interferencias, pues el lenguaje utilizado en las letras de las canciones de este trabajo es, como suele ser habitual en él, un recurso inventado de carácter más instrumental que vocal. En la obra para conjunto de Mertens la música fluye con facilidad, incluso de modo insultante en trabajos de gran envergadura como el que nos ocupa. Gran parte de la culpa la tiene una estupenda sección de metales, instrumentos como la trompeta, la tuba y el trombón, que aparecen por primera vez en la obra del belga y se combinan con otros ya clásicos en su repertorio como piano (su instrumento por antonomasia), clarinete, saxo (con la eterna presencia de Dirk Descheemaeker alternando estos dos instrumentos), piccolo, arpa o violín. También el fagot se sitúa en la lista de novedades y añade un nuevo timbre a un conjunto publicado en 1989 por "Les disques du Crépuscule".

Se dice que para este disco Mertens se inspiró en música sacra antigua utilizada en la Semana Santa de Sevilla, algo que no resulta ni evidente ni fácil de discernir, aunque bien es cierto que su primer concierto sevillano tuvo lugar el año anterior de la publicación de "Motives for Writing". No era esa la primera vez que actuaba en España, en febrero del 86 tocó en solitario en una discoteca de Madrid (Sala Universal), volvió con su conjunto en diciembre del mismo año al mismo lugar, con igual éxito (un concierto publicado en CD en 2004 como el quinto volumen de la serie "Years Without History", que recogía conciertos de varias épocas y lugares), y a finales de los 80 se le acopló al cartel de los festivales de jazz de Madrid, San Sebastián y Barcelona, algo que Mertens justificaba así: "no tiene sentido hablar de diferentes tipos de música, mis conciertos tienen cabida en cualquier tipo de festival". Seis composiciones poblaban "Motives for Writting", "Watch!" es un frenético delirio digno de ser disfrutado en directo, una animada obertura cuya corta duración, aunque deje con ganas de más, le confiere un cierto poder y podría hacer buena la coplilla de Gracián 'lo bueno, si breve, dos veces bueno' si eso no dejara en mal lugar a los cortes de larga duración del trabajo. El empleo en el segundo corte, "The Personell Changes", de un lenguaje musical tan alejado de lo establecido (en cuanto a las melodías, cambios de ritmo, instrumentos, voz...) convierte a este tipo de composiciones en unas 'rara avis' de la comercialidad, pues realmente y dentro de su experimentación, hablamos de un artista que ya era conocido, respetado y seguido por una pequeña cohorte de fieles; es la voz lo que más puede chocar en un ambiente rotundo dominado por los vientos, a los que los teclados parecen imitar con una cierta gravedad. El mayor acercamiento a un minimalismo de repetición acontece en "Paying for Love", que desenvuelve en sus primeros minutos un ambiente sereno donde la voz y trompeta no sólo no desentonan sino que ayudan a mecer en un lánguido arropo con suficiente 'alma' como para que los once minutos de la pieza sean extrañamente cortos. Esa fluidez natural que acompaña gran parte de la carrera de Mertens (la menos vanguardista, realmente, con la que puede vender mayor cantidad de discos) le permite lograr melodías geniales, como el gran éxito de este trabajo y que nos adentra en la 'cara B' del mismo, la rítmica "No Testament", hermosa muestra de genialidad en la utilización de la sección de metales y vientos para terminar amasando un sonido moderno y arrebatador en una concepción cuanto menos extraña (y desde luego propia) de la música contemporánea. Incluso ha tenido (y no es la única pieza de Mertens que ha contado con ese dudoso honor) versiones para discoteca. Susurrante, adormecedor, tan sereno como "Paying for Love" pero en otra envoltura, así se presenta el clarinete en "Words on the Page", en un apasionante monólogo de atemporal hermosura; sin reglas aparentes, la atracción no puede romperse mas que por el (en este caso) incómodo silencio, a los trece minutos del comienzo. En general nos hallamos ante uno de los discos más extrañamente hipnóticos de Wim Mertens, aunque también más fáciles y cercanos, combinando soliloquios como este "Words on the Page" con piezas de melodía identificada y convertidas en grandes clásicos del belga como "No Testament" o la maravilla que cierra el álbum, "The Whole", apabullante demostración de clase sin fecha de caducidad que marca la distinción entre este músico esencial y sus imitadores, una composición en la que el pianista canaliza su energía interior hacia un soberano juego entre vientos y cuerdas, que parece ir más allá de la razón, y que Mertens rescataría en forma de variación a las cuerdas, con el título de "Song and Story", en la primera parte de "Alle Dinghe" ("Sources of Sleeplessness"). "No Testament" fue el sencillo elegido, por méritos, para promocionar el disco, con "Watch!" en la cara B del 7", y varias composiciones más en el CDsingle, "The whole" y tres temas nuevos, "Stretti" -una de sus 'counting pieces', esas composiciones que presentan una cuenta atrás-, y las excesivamente cortas, poco desarrolladas, "Flank by Flank" y "Figs".

Siempre intentando ir más allá de lo convencional, este desgarbado músico se desenvuelve con soltura y delicadeza en un mundo difícil, en el que ha conseguido imponer su exclusivo estilo en una obra de gran carisma y personalidad que abarca varias décadas. Con discos como éste, Mertens llama a la puerta de las minorías abiertas a todo y opta por una nueva sensibilidad, de corte propio, pero extensible a todos los que necesiten derribar fronteras y encontrar nuevos caminos sin importar clase, modo o condición. "Struggle for Pleasure" (que contenía su gran éxito "Close Cover"), "Maximizing the Audience" o "A Man of no Fortune and with a Name to Come" fueron sus grandes discos anteriores a este "Motives for Writing", al que seguirán otros completos y en ocasiones incomprendidos trabajos como "Strategie de la Rupture", "Shot and Echo", "Jérémiades", "Jardin Clos", "Integer Valor" y muchas más joyas en una dilatada discografía que, como sus giras, parece no tener fin. Esas obras esenciales fueron rescatadas en 2008 por EMI Classics en ediciones digipack, como este "Motives for Writing" que contó con una pequeña estilización de la tipografía de la portada. Por lo demás, la misma ingeniosa música que, aunque solamente durante cuarenta minutos, hiciera las delicias de cualquier melómano en 1989.

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5.10.09

RADHIKA MILLER:
"Here and faraway"

El de Radhika Miller es uno de esos innumerables casos en los que la vinculación a la música tiene un fuerte componente familiar. Animada por sus padres, creció influida por un gran ambiente cultural y por las cualidades de su madre como soprano y pianista, estudios que enseguida quiso tomar la pequeña Radhika hasta que se encontró con su instrumento ideal: la flauta. Quizás fuera un camino marcado, tal vez sea el instrumento el que elige en definitiva al intérprete, el caso es que ese 'capricho' se convirtió en una reconocida obsesión que acabó formando parte de su vida, y son la emoción y dulzura desprendidas con el mismo, lo que va más allá de las palabras y hace merecedor de un pequeño homenaje a la figura y a la música de esta norteamericana.

No vamos a encontrar en Radhika Miller una artista rompedora y novedosa, ni una glamourosa intérprete de melodías destinadas a la radiodifusión. Más allá del interés de las compañías o de la propia autora, esta flautista de San Francisco ha huido de los círculos más comerciales por el carácter recogido y discreto de su música, aunque presenta ciertas similitudes con determinados momentos de un grupo tan vivo y alegre como el Paul Winter Consort -ha colaborado con Eugene Friesen, Russ Landau, David Darling, y grabado en la catedral St John the Divine, de la cual Paul Halley era organista-. Y es que la discreción y la alegría no son antónimos, sino una combinación cordial. Más que tocar, Radhika Miller acaricia la flauta, sucumbe ante el encanto de un instrumento delicado y sugerente, pero a la vez preciso y contundente, y se deja influir por la naturaleza y por la música impresionista, con retazos medievales y folclóricos. Se puede achacar a sus discos que sean en general excesivamente blandos, pero una estupenda jovialidad, y composiciones esporádicas de notoria calidad, les hacen ser un digno exponente de una agradable new age. En 1992 publicó el mejor ejemplo de lo arriba expuesto, de título "Here and faraway", de la mano del sello Real Music. Ese toque a lo Paul Winter está presente en el tema de inicio, "Dam up a river to style your hair", si bien enseguida llegan los dos cortes más destacados y dignos de recordar: "I once loved a lass" presenta una estupenda melodía (se trata de una pieza tradicional escocesa), y una gran conjunción de flauta, cello, guitarra mexicana y percusión; algo parecido sucede en "Romanian nightingale", genial composición de la propia Radhika en la que nos encontramos una soberbia mandolina ayudando a flauta, piano y bajo. No es baladí hablar de la interpretación de esos instrumentos 'secundarios', ya que nuestra flautista contó con la ayuda de unos intérpretes impresionantes, entre los que destacan Mike Marshall a las guitarras, David Darling al cello, Tony D'Anna al piano y percusiones, y Edgar Meyer al bajo. Casi nada. Por ejemplo, "Reverence" es una composición de éste último, el afamado bajista Edgar Meyer, a la que aunque le falte algo, da muestras del recogimiento y espiritualidad que pretende transmitir el álbum. En "I gave my love a cherry" es el arpa de Michelle Sell la que marca otra recogida cadencia, y se desmarca junto al violonchelo en esta composición tradicional de los Apalaches, adornada con la omnipresente flauta. "Singing winds" es otro tema destacado por su ritmo agradable y viajero, en el que tiene mucho que ver el respetado cantautor folk de San Diego John Stewart, pues no sólo aporta su guitarra, banjo y teclados sino que firma la composición junto a Radhika. Aunque en la segunda mitad del álbum decrezca un poco la intensidad, no hay que olvidar, aparte de esa pequeña contribución de John Stewart, la aportación de la mencionada arpa de Michelle Sell (que también luce en "Adoremus") y del piano de Rob Ramos.

Las diversas variedades de flautas pueden presentar varios registros e influencias y desvelar ciertas intenciones. En este disco, Radhika Miller interpreta varias flautas dulces, altas y traveseras, demostrando su destreza con todas ellas, y su intención es evidente, ofrecer una música alegre y espiritual, conectada con la naturaleza (el tema de inicio pretende ser un alegato ecologista), para escuchar plácidamente o mientras se practica una de las pasiones de la artista, el yoga. "Gems of grace" o "Origins" son otros ejemplos de interesantes discos en la misma línea de su autora, aunque temas como "Romanian nightingale" o "I once loved a lass" hacen destacar entre su discografía este sensible y estimulante "Here and faraway".



28.9.09

DEEP FOREST:
"Boheme"

Fue a mediados de los 80 cuando el grupo alemán Dissidenten escribió sobre una página en blanco al publicar "Sahara elektrik", notable fusión de rock y ritmos étnicos que con canciones rompedoras como "Fata Morgana" o "Sahara elektrik" inauguró lo que ellos dieron en llamar como ethno-beat, sabia conjunción de ritmos étnicos en un entorno de música moderna centrada en el pop-rock. Muchos otros contribuyeron a extender el término y compaginar transculturalmente esfuerzos y raíces, y el campo de la electrónica no podía quedarse fuera. Un enorme ejemplo lo constituyen Michel Sanchez y Eric Mouquet, el dúo Deep Forest, que con su disco homónimo en 1992 plantearon ese nuevo camino y consecuentemente una nueva denominación: el etno-tecno (o ethno-techno).
El punto fuerte de Deep Forest es la enorme labor de investigación que emprenden en cada trabajo, así como la diferenciación entre ellos (de Africa a Europa del este, y de ahí a Cuba, las islas del Pacífico o Japón) manteniendo un mismo estilo. Sus dos primeros y más recordados álbumes, "Deep forest" y "Boheme", son dos obras basadas en un mismo principio pero de distinta contextualización: a) Tómese una zona del globo, preferiblemente exótica o desfavorecida; b) búsquese en las tradiciones e identidades musicales de los lugares en cuestión; c) reubíquese en un entorno moderno, con samplers y tecnología de última generación. El resultado es ese híbrido étnico entre ambient y chill-out que también han sabido explorar con éxito Enigma, Beautiful World, experimentos como "Sacred spirit" o, en un entorno más orquestal, Adiemus. No son los únicos, aunque posiblemente los más conocidos y afortunados, cualitativamente hablando. Aún encandilados con los sones de "Sweet lullaby" y las melodías africanas que impregnaban "Deep forest", Sanchez y Mouquet iban a continuar un viaje que, tras una primera seducción de la India, iba a llevarles hasta Transilvania y sus alrededores -incluída la antigua región de Bohemia, de la que deriva el nombre del disco-, centrados por lo tanto en la cultura gitana de Europa del Este.
Columbia Records, que ya se encargó de la segunda edición de "Deep forest" junto a Sony Records, seguía apostando por estos franceses, y este trabajo publicado en 1995 iba a generar no sólo más de un millón de copias vendidas sino además el populoso premio grammy al mejor álbum de World Music de ese año 1995. El mensaje de unificación que transmite el símbolo del grupo se ve refrendado al comprobar que los samplers sabiamente manejados por estos dos ingenieros musicales no sólo se quedan en Hungría, Rumanía o Bielorusia sino que se alejan hasta Taiwan, Mongolia, o más allá: "Coros balineses o georgianos responden a cantos gitanos, mientras una voz esquimal o india americana unen su colorido a las de magyares o rusos". La unificación es pasmosamente eficaz, y acarrea además un componente misterioso que comienza con el instrumental "Anasthasia", sobresaliente introducción que desemboca en unas palmas gitanas y una melodía viva y auténtica, la de "Bohemian ballet", que me hace recordar las palabras de Mouquet: "Para Deep Forest no es un problema incorporar un sonido 'sucio' a la grabación, para nosotros está bien siempre y cuando la emoción esté ahí". Sin embargo la maniobra del grupo para contrarrestar este posible déficit de calidad fue la invitación a trabajar con ellos en su estudio a la cantante húngara Márta Sebestyén, del grupo Muzsikás (músicos del pueblo); la contribución de Márta fue enormemente fructuosa si se escuchan las canciones en las que acabó colaborando: "Bulgarian melody" (de aire netamente tradicional), "Twosome" (preciosa melodía, algo más reelaborada, a dúo con su compatriota Katalin Szvorak) y sobre todo la conocida y radiada hasta la saciedad "Marta's song", atrayente y muy cuidada modernización del clásico transilvano "Istenem, istenem". Con espíritu más americano parece sonar otra de las composiciones destacadas, "Café Europa", por su interacción de ritmos actuales con cantos de indios americanos interpretados por Franck A. Douglas. Otras canciones nos devuelven a la Europa gitana, como la tierna y emotiva "Lament", las festivas "Deep folk song" y "Freedom cry", la deliciosa melodía que fuera primer single del álbum, "Boheme", y "While the earth sleeps", un bonus track consumado junto a Peter Gabriel que engalanaba las ediciones especiales del disco, con samplers de viejas canciones macedonias y georgianas, utilizado como tema de los créditos finales en la película de ciencia-ficción "Strange days".
No es precisamente bohemia la producción de este disco, sino de gran esmero y camino directo a la radiodifusión, para lo cual sus cuatro sencillos ("Boheme", "Marta's song", "Bohemian ballet" y "Freedom cry") contaron con ediciones en CD single que incluían además temibles remezclas. Como en su anterior disco, las músicas más desfavorecidas entran de lleno en las pistas de baile. Paradojas aparte es necesario destacar la labor de este dúo que supo adelantarse con soltura y colocarse en cabeza del movimiento etno-tecno, demostrando además con sus posteriores giras mundiales que el sentimiento de su música también puede ser disfrutado en directo, más allá de la artificialidad que algunos les atribuyen. Lejos de eso, Deep Forest consiguieron con "Boheme" un colorista y acertadísimo encuentro de culturas gitanas, que no sólo les valió un grammy sino el reconocimiento definitivo de crítica y público.

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21.9.09

VARIOS ARTISTAS:
"The Impressionists"

Es absolutamente notable comprobar la enorme influencia que los llamados compositores impresionistas han ejercido en numerosos artistas de la nueva música instrumental contemporánea. En algunos casos se trata de similitud de formas, de afinidad estética, en otras ocasiones de puro homenaje, cuando no de versión, más o menos próxima a la realidad, de determinadas composiciones que hacen que la huella de estos genios de hace más de 100 años perdure en la actualidad. Es en especial la innovación de Claude Debussy, su inexpresable colorismo, la audición más recurrida en numerosos artistas modernos, pero el oyente atento e informado no obviará el influjo del ecléctico Maurice Ravel, del elegante Gabriel Fauré o del extravagante Erik Satie, posiblemente el de mayor identificación con muchos músicos actuales por su minimalismo anticipado. Aunque la mayoría de ellos rechazaban el término 'impresionista' con el que han pasado a la historia, la época que les tocó vivir y el lenguaje musical velado y fantasioso que en cierto modo les acompañaba, les acercó irremediablemente al efecto luminoso y paisajístico de la pintura impresionista.

Continuando con la tradición del sello Windham Hill de aprovechar la cantidad y calidad de sus músicos vinculados, y desarrollando la idea expresada en el párrafo anterior, Will Ackerman se sacó de la manga en 1992 un extraordinario disco temático con composiciones inmortales de los mencionados Debussy, Ravel, Fauré y Satie grabadas para la ocasión. Para el seguidor acérrimo de la música new age en general (aunque se trate de una etiqueta más que del género concreto en el que englobar a estos artistas) y de Windham Hill en particular ningún nombre de los participantes en este álbum debería ser extraño, aunque alguno destaca por sorpresa: ahí está un casi desconocido Steve Erquiaga acometiendo con maravillosa simpleza la "Pavane" de Gabriel Fauré a la guitarra (este comienzo supone uno de los mejores momentos del álbum), o el pianista John Beasley atreviéndose con soltura con uno de los grandes clásicos de Debussy, "Snowflakes are Dancing". Madurar proyectos que están, supuestamente, fuera de la índole de estos músicos, es un experimento altamente interesante, si bien algunos de ellos, como Tim Story, no han de variar su forma de componer para adaptarse a la sensibilidad de principios del siglo XX, ya que su estilo etéreo es claramente deudor de un Erik Satie al que rinde tributo en su "1st Gymnopédie". Son en su mayoría guitarras y pianos más o menos solitarios los que se abren paso en las formas impresionistas: entre los primeros despunta la presencia inmarcesible de Alex de Grassi -con la "3rd Gymnopédie" de Satie-, y en cuanto a las teclas siempre acaban destacando por su calidad innata los excelsos nombres de Philip Aaberg -que aquí fusiona su estilo con el de Ravel en "Modéré"-, y Liz Story -que se encarga del tema de Debussy "Doctor Gradus ad Parnassum"-, pero en esta compilación entusiasma especialmente el sentimiento que el pianista ciego de New Orleans Henry Butler impregna en la maravillosa "Au bord de l'éau" de Fauré. Restan por comentar los conjuntos: "Nightnoise", siempre dulzura y calidad, deleitan con la "Sicilienne" de un Fauré que se convierte definitivamente en el compositor destacado del recopilatorio, al igual que dicha "Sicilienne" suena como uno de los temas estrellas del álbum; más serios se muestran dos cuartetos de cuerda, el Turtle Island String Quartet de Darol Anger -"Reverie" de Debussy- y el Modern Mandolin Quartet de Mike Marshall -"Pavane pour une infante défunte" de Ravel-, salvando el final del álbum unos sorprendentes Schönherz & Scott que efectúan la mejor descontextualización del disco gracias a los sintetizadores en el "Libera Me" de un agraciado, hay que reiterarlo, Fauré.

Los siempre eficaces artistas de Windham Hill (cuidado, no figuran en este trabajo algunas de sus primeras espadas como Will Ackerman, George Winston, Michael Hedges o Michael Manring) consiguen de un plumazo y sin aparente esfuerzo capturar la esencia de unos compositores inquietantes e influyentes cuyos nombres han pasado a la historia por sus eternas obras (¿quién no ha escuchado alguna vez "Preludio a la siesta de un fauno", "Requiem in Paradisum", las geniales "Gymnopédies" o el famoso e influyente "Boléro"?) más que por la denominación a la que, de manera interesada, deben su razón de unión en esta compilación. El influjo de dichos compositores en la new age más melódica es tan apreciable como la de Dalí y la pintura expresionista en la música electrónica y ambiental. De hecho algunos críticos se habían atrevido a denominar a la música del sello Windham Hill como 'nuevo impresionismo' o 'impresionismo folk', en una extensión gratuita pero no exenta de sentido de un término tan difícil de definir como de sencilla identificación, ante todo pictórica. En lo musical, el lío puede ser mayúsculo si agrupamos términos, definiciones y posibles estilos, así que disfrutemos sin prejuicios de estos 'momentos capturados', de estas joyas de doble motivo: la composición de aquellos genios de principios del XX y la interpretación de estos otros músicos de los que les separa un largo y convulso siglo.
 
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13.9.09

ALASDAIR FRASER:
"Dawn Dance"

Culburnie Records es el nombre de la compañía discográfica que creó el afamado violinista escocés Alasdair Fraser para comercializar sus propios trabajos (en solitario, en grupo o en numerosos dúos) y los de sus colaboradores y amigos, todos ellos enfocados musicalmente hacia la música tradicional escocesa. La mayor curiosidad radica en que la sede de la misma está en California, lugar de residencia de Fraser desde que años atrás aceptara un trabajo en San Francisco, concretamente en la industria petroquímica. Desde allí, y una vez recuperado para la música, no sólo ha mantenido las raíces celtas sino que incluso las ha intensificado (sólo hay que escuchar "Theme for Scotland", la última pieza del disco aquí referenciado, para descubrir esa enorme emoción que supone recordar la tierra lejana) y por supuesto plasmado en una serie de álbumes indispensables por su calidad y distinción, especialmente sus trabajos con el teclista Paul Machlis ("Skyedance" y "The Road North"), y obras en solitario como "Dawn Dance".

El abuelo de Alasdair era violinista y su padre tocaba la gaita, así que la música era una constante en casa del pequeño Fraser, y a los 9 años empezó a estudiar violín en conservatorio y también a la manera folclórica, por lo que él dice que a la hora de tocar, "la técnica me la enseñó mi profesor, pero el corazón me lo enseñó mi propio pueblo". Tocando quiso llegar también al corazón de la gente, así que en determinado momento abandonó su trabajo y tomó el violín en sus manos para cautivar a un público que demandaba cada vez más una vuelta a las raíces y al sentimiento. Elegante y refinado, autoproducido con paciencia y saber hacer en cuanto a la tradición escocesa, "Dawn Dance" (Culburnie Records, 1995, editado en España por Ediciones Resistencia) es un álbum muy personal de Alasdair Fraser, los trece temas están compuestos por este imaginativo violinista (que fue dejando atrás las composiciones populares para mostrarse como un creador único), cuya inspiración proviene principalmente de la familia, amigos, fiestas y viajes. Cada canción tiene una historia detrás, aunque nunca viene cantada ni recitada, hay que escuchar atentamente y dejarse atrapar. En "Dawn Dance" nos encontramos de lleno con el germen de una importante banda de música celta del nuevo siglo como es Skyedance, de la que formarán parte músicos aquí presentes, americanos aunque con raíces celtas, como el gaitero Eric Rigler, el flautista Chris Norman y el percusionista Peter Maund, faltando el pianista Paul Machlis -muy bien sustituido por Tim Gorman- y el bajista Mick Linden -aquí es el afamado Todd Phillips quien se encarga del bajo en los temas en que es requerido- para completar, junto a Alasdair Fraser, dicha formación. Ahí estaba la mayor curiosidad de "Dawn Dance", pues después de dos geniales álbumes de colaboración con Paul Machlis, éste no pudo contribuir en el álbum, ante el susto de los seguidores de estos dos músicos, que respirarían tranquilos al verle de nuevo en la subsiguiente gira mundial. Esta auténtica fiesta se abre con "First Light / Dawn Rant", un strathspey -melodía de baile- que acaba confundiéndose con un animado reel, pero enseguida se dejan notar las influencias que engrandecen el trabajo: en "Dawn Dance" el flautín de Chris Norman y la percusión de Peter Maund insuflan un elevado espíritu medieval a esta bonita tonada dedicada al solsticio de invierno, "Funky 105" es una animada muestra de música celta adaptada a nuevas tendencias, "Free Rein" es un reel muy rítmico, ideal para directo, con la sonora guitarra de Mike Marshall que suena como un banjo, en un acercamiento a aires bluegrass, y "Independence Trail / Galen's Arrival" comienza con un slide ("una tuna en 12x8 que se confunde a menudo con una jiga", explica Alasdair) continuado por un reel en homenaje al nacimiento de su hijo Galen, que llegó tras un paseo del matrimonio por el Independence Trail, en California. Es sin embargo la gaita irlandesa la que, junto al violín, destaca en el álbum; Eric Rigler consigue extraer notas emocionantes de este instrumento poseedor de un sonido señorial y rotundo, tanto como el viento que sopla en ese paraje de escocia cercano al lago Ness al que referencia ese logrado lamento titulado "Stratherrick". No hay que dejar pasar la dulzura y amor expresados en "Sally mo Ghrad", conmovedor dúo de violín y flauta compuesto para el cumpleaños de su esposa esposa, pero dos son las composiciones estrella del álbum, que aumentan su valoración en muchos puntos: el primero es otro dúo sensacional de título "Common Ground", la simpleza de un alegre piano que conduce suavemente y un violín que deslumbra en una bellísima melodía de las que son recordadas durante mucho tiempo; el segundo, que cierra inmejorablemente el disco, es el tema dedicado a Escocia, "Theme for Scotland", una maravilla que sencillamente deja sin palabras, tanto en esta versión de estudio como en su sobrecogedora interpretación en directo, deudora de más de una lágrima entre el público por la conmovedora y sentida conjunción de violín y gaita irlandesa en recuerdo de la amada Escocia.

Hay un agradecimiento muy especial en el libreto del disco, y es "a las muchas personas amables de España que me infundieron ánimos con sus cartas", espoleados por Ramón Trecet -que también figura en los agradecimientos, no podía ser menos- ante un momento difícil del violinista escocés. Afortunadamente, esos malos momentos fueron superados y Fraser ha seguido alegrando al mundo con su música en contínua evolución, fundiendo lo celta con nuevos ritmos (en este disco se pueden descubrir influencias medievales, rock o bluegrass) e instrumentos (como el cello, en sus discos con Natalie Haas) hasta completar una interesante y poderosa discografía de la que "Dawn Dance" es un ejemplo destacado.

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5.9.09

IRA STEIN AND RUSSEL WALDER:
"Transit"


En ese entramado de grandiosos instrumentistas que constituía el sello Windham Hill, uno de los primeros dúos en grabar sus composiciones fue el constituido por el pianista de Los Angeles Ira Stein y el oboísta de Illinois Russel Walder, que formaban un conjunto ágil, melódico e imaginativo. Stein y Walder se conocieron en 1981 en un instituto de perfeccionamiento musical, y enseguida congeniaron, tanto en su forma de entender la música (ambos admiraban al grupo Oregon, en especial a otros pianista -Ralph Towner- y oboísta -Paul McCandless-) como en la sonoridad de sus respectivos instrumentos. En "Transit", un memorable trabajo a reivindicar entre el catálogo de Windham Hill, la melodiosidad del piano y el especial bucolismo del oboe son, en conjunción, un remanso de dulzura, en el que poco importa que el diseño de portada sea bastante mediocre o que la calidad del sonido esté acorde con las pobres características técnicas que pudieron darse hace más de veinte años.

"Transit" supone una estupenda evolución respecto a un flojo y excesivamente jazzístico "Elements" -publicado también por Windham Hill cuatro años antes-, para el que Will Ackerman no congenió con los artistas en la labor de producción. Sin embargo las ventas llegaron, por su claro virtuosismo o por la fidelidad de marca por parte del público, así que en 1986 se apostó por un nuevo disco del dúo, pero eso sí, con importantes acompañamientos de gente de la casa que siempre marcan la diferencia, como Mark Isham o Michael Manring. El salto cualitativo se notó además en la composición, con un puñado de grandes canciones plenas de lirismo y enfocadas a un público adulto que buscaban lo que el pop y el rock no sabían darle, relax en un contexto de enorme calidad, belleza impagable no exenta de una cierta espiritualidad. El resultado final es en general alegre y armonioso, sorprendente y posiblemente innovador, en una correcta producción a cargo de Dawn Atkinson. La de Stein y Walder es música instrumental melódica con influencias jazzísticas, folclóricas y de cámara (por la condición típicamente orquestal del oboe), pero una grata sorpresa constituye constatar que Ira Stein no se limita al piano sino que abre el abanico de los teclados por medio del sintetizador, que con el rítmico acompañamiento del oboe y una original programación de Mark Isham logra crear en la pieza de inicio, "The underground", una atmósfera hipnótica y embriagadora, encontrándonos con una más que cordial y destacada bienvenida -a la que parece recurrir la posterior "Lost time"- que, como el siguiente tema, "Engravings", puede quedar en un segundo plano por la calidad extrema de los dos pilares del álbum. Un componente romántico acompaña en general al trabajo, especialmente en ciertas melodías de Ira Stein como la serena "Engravings" (el corte antes mencionado, delicioso, celestial, muy del estilo de Windham Hill) y la sensible y relajante "Marseille", una fusión casi física entre piano y oboe que demuestra el nivel de entendimiento entre estos dos grandes intérpretes. Ambas contrastan con "Foreign correspondence", un tema con algo de jazz y world music cantado por Russel Walder, que cuenta con un selecto coro: Bruce Hornsby (compositor norteamericano que acababa de sorprender con su gran éxito "The way it is"), Gunnar Madsen, Matthew Stull (ambos miembros fundadores del grupo a-capella The Bobs) y Russell Clark. Es Walder el que consigue las dos mayores cotas de calidad de la grabación en dos melodías suyas que ya se han convertido en clásicos de Windham Hill: "Transit" es una genial composición con especial protagonismo del oboe, una batería que apenas suena en el resto del disco, y la especialísima colaboración de un bajista de excepción como Michael Manring, que por momentos deja admirar su dominio del bajo sin trastes aunque la calidad de la grabación no le haga justicia; "The calling" es otra soberbia muestra de madurez, de preciosa melodía y elaborado conjunto, un referente de estos dos artistas en numerosas compilaciones. No faltan, para concluir un completo y entretenido trabajo, un par de temas de lucimiento personal de estos virtuosos, "Suite for Dominique" a la soledad del piano, y "Circe", sonoridades que oscilan entre lo pseudoreligioso y el minimalismo de Wim Mertens, en diálogo de oboe y corno inglés -el segundo instrumento de Russel Walder-.

La extrema benevolencia de "Elements" encontró, pasados cuatro años, un camimo más esplendoroso en "Transit", ya con piezas importantes (muy importantes, de hecho) como "The calling" o "Transit", que junto a otras atmósferas y melodías sugerentes hacen de esta una obra completísima, uno de los clásicos tapados de Windham Hill. "Transit" fue el último disco de Ira Stein y Russel Walder para Windham Hill, fichando acto seguido por la gran competidora, Narada; la forma en que Stein contaba las razones de este importante cambio da que pensar sobre lo que parece y lo que es en el negocio de la música, que ante todo no puede dejar de ser eso, negocio: "Íbamos a hacer otro disco para Windham Hill pero el proceso fue muy complicado, demasiada burocracia (...) todo el mundo tiene poder decisorio, Will Ackerman, Dawn Atkinson, Anne Robinson... es imposible que todos se pongan de acuerdo (...) A la vez nuestro productor llevó el disco nuevo a Narada y les encantó". Sin embargo, tras un único trabajo en Narada (concretamente en su filial, Sona Gaia), "Under the eye" -que a pesar de contener su otro gran éxito "The well", no prolonga la emoción a tan alto nivel-, el grupo se rompió, quedándose Ira Stein en solitario con el contrato en la nueva compañía. Aunque sólo les contemplan tres discos, Stein y Walder formaron un conjunto elegante, tan alejado de los convencionalismos como cercano y entrañable por la pasión del piano y el calor del oboe. Las bellísimas "Transit", "The calling" o "The well" dan fe de ello.





30.8.09

AIR:
"Moon safari"

El 'retrofuturo' es un extraño concepto consistente en rescatar el futuro visto desde el pasado, es decir, esa imagen que a mediados de siglo se tenía de cómo podía ser el nuevo milenio, con naves espaciales, coches voladores, rayos láser, ciudades en cúpulas, incluso alienígenas conviviendo con nosotros. Desde el punto de vista artístico es muy interesante rescatar los trabajos de ilustradores de la época en aquellas revistas de fantasía y ciencia-ficción que por su bajo coste se hacían en papel de pulpa de celulosa, lo que derivó en el término 'pulp'. En la música, varios grupos o artistas se pueden asociar en cierto modo a esa definición, por su estética o características musicales, aunque quizás encontremos uno de los más claros ejemplos en la electrónica francesa de los 90. Efectivamente, ese tipo de música que la crítica inglesa llamó 'french touch' (toque francés), es de una impoluta originalidad y cuenta con una visión bidireccional, lo mismo podemos encontrar en ella ecos del pasado que sonidos más propios de una novela de ciencia-ficción. Sin embargo, anclado en nuestro tiempo, ese sonido tan típicamente francés (diferenciado del inglés o el alemán) se nutre de diversas influencias (pop, funk, soul, jazz...) y se evidencia en una serie de músicos y grupos punteros entre los que destacan Laurent Garnier, St Germain, Daft Punk y por supuesto Air.
Aunque hayan sido comparados con Jean Michel Jarre, Vangelis o Tangerine Dream, este dúo de Versalles compuesto por Nicolas Godin y Jean Benoit Dunckel presenta un sonido algo distinto al de aquellos monstruos de la electrónica; si bien se acercan por su concepción retro, el estilo de Air es más ambiental, con esencias de rock, soul y funky, para conformar así una música delicada, sugestiva, de fuerza inapelable y producción exquisita, que se demuestra especialmente en el álbum que les dió a conocer y que a la larga constituye su mayor éxito, "Moon safari", publicado en 1998 por Source y distribuido por Virgin. Aunque otras de las canciones del álbum gozaran de más éxito, para el que ésto escribe no hay ninguna duda de que el primer corte de este disco es una de las más grandiosas y sugerentes formas de disfrutar con la música eletrónica, Godin y Dunckel destilan en este tema una música verdaderamente sensual, un sutil oleaje de alma y pasión melódica con esencia retro de título "La femme d'argent", cuya escucha calmada es una auténtica experiencia. Otras dos fueron las canciones estrella: "Sexy boy", con una estructura de canción synth-pop muy apropiada para la radiodifusión, y "Kelly, watch the stars!", una burbujeante composición de sonido rotundo y efectista en la que brilla con luz propia la presencia fantasmal del vocoder, ese distorsionador de voz que consigue que Air se apropien gratamente en este safari lunar de la etiqueta kitsch: lo pasado de moda está de moda. En su estilo vaporoso, y en contraste con múltiples efectos de sonido y sintéticos, algunas guitarras y lineas de bajo (a cargo de Godin) tienden a humanizar levemente el conjunto, así como la breve presencia de una orquesta de cuerda -grabada en los estudios Abbey Road- en tres de los temas, entre los que hay que mencionar la dulce "Talisman". Por último, y complementando un trabajo ya de por sí redondo, se une en dos de los cortes, "All i need" y "You make it easy", la voz de la cantante norteamericana -pero afincada en París en esa época- Beth Hirsch.
Por su estética que bordea varias tendencias como ambient, disco, downtempo o música cósmica, se suelen considerar como uno de los puntales de la correosa etiqueta chill out, y por supuesto han encontrado numerosos detractores entre la crítica y los amantes de la electrónica más dura, que califican su música de vacía y sin riesgo alguno. Sin embargo, álbumes como "Moon safari", "Talkie walkie" o la banda sonora de la película de Sofía Coppola "Las vírgenes suicidas", demuestran no sólo que tienen la complicidad del público sino que son reverenciados y sutilmente copiados por otros artistas. "Moon safari", trabajo de bello diseño gráfico (muy bien adaptado al estilo musical que acompaña) que tuvo su edición mejorada diez años después de su publicación (editada por EMI, con un CD de remezclas y un DVD), es un disco grato y luminoso cuyo sonido, por sus características, puede ser compartido por varias generaciones.

23.8.09

ACETRE:
"Dehesario"

Si en el siempre interesante campo de la música folclórica y étnica admiramos a grupos de procedencias tan diversas como Värttinä, Hedningarna, Capercaillie, Le Mystère des Voix Bulgares, La Bottine Souriante o Madredeus, todos ellos de asombrosas cualidades tanto vocales como instrumentales, deberíamos sin duda rendirnos ante un grupo patrio como Acetre, que presenta rasgos de los arriba expuestos junto a raíces folclóricas hispanas y aromas lusitanos, gracias a su posición geográfica, en esa Extremadura confluyente de influencias. El acabado de su música tiene un enganche inusual, absorbente, la riqueza cromática de sus piezas les otorga tan precisa belleza que la entrega de cualquier oyente debería ser total desde el primer momento. Si no, se estaría perdiendo una de las perlas de la música española. Como suena.

El impacto de Acetre comenzó en la comunidad extremeña; al sur de Badajoz y cerca de la frontera con Portugal -lo que dota a sus habitantes de un cierto bilingüismo y de una doble identidad cultural- se encuentra Olivenza, pueblo natural de este grupo creado en 1976 para "abrir nuevos horizontes a la música folk". Aunque lógicamente centrados en Extremadura, Acetre consigue, cada vez mejor, reunir elementos musicales ibéricos en un producto de calidad, sentimiento ancestral y profundo júbilo. También se dejan entrever en su obra influencias árabes, para completar una riqueza de aromas y sabores difícil de encontrar en cualquier producto actual. Una vez escuchadas a fondo, sorprende en Acetre que la revitalización de su acervo cultural suene a la vez antigua y moderna, agazapados en un folclorismo atractivo y sincero. Tal vez por eso mismo ganen el favor de la crítica pero les seamás difícil llegar al gran público, desconocedor en gran medida de lo que hábilmente se prepara, cual salmorejo, al oeste de nuestro territorio. Sin embargo, nuestros amigos no necesitan del carisma de un Carlos Núñez o de los contactos de un Kepa Junkera para desbordar el tarro de las esencias, gracias en gran medida a la labor de investigación, composición y dirección musical de José Tomás Sousa, auténtico alma máter del conjunto, gracias al que demuestran ser mucho más que un legajo de fiestas y tradiciones fronterizas, recogidas en pueblos extremeños como Cedillo, La Vera, Montehermoso, La Fuente del Maestre o Frenegal de la Sierra. Con un buen puñado de discos a sus espaldas desde que en 1985 publicaran "Extremadura en la frontera", la experiencia fue aumentando la calidad de sus plásticos hasta llegar en 2007 a un excepcional "Dehesario", en el que el trabajo de investigación se deja ver desde el tema de inicio, "La danza del mostrenco", una brutal demostración de intenciones, de ritmo desenfadado, aguerrido y muy ibérico, donde la voz de increíble personalidad de Ana Márquez ("Ya viene mugiendo el toro, entre los jarales verdes / con el cuerno ensangrentado, que da lástima de verle") sólo es el anticipo de una atractiva y bailable melodía con dominio de vientos y violín. "Mae bruxa", tradicional de Cedillo -la población extremeña más occidental-, bien podría ser la canción de presentación del álbum, por su agradable estilo vocal, al que sigue "Hierba loba", una divertida demostración instrumental de un José Tomás Sousa que firma con excelentes resultados las tres composiciones del trabajo que no están basadas en la tradición. Es necesario constar que el disco apenas presenta altibajos, su escucha es más bien sorprendente y demuestra el impresionante estado de forma de un grupo formado por José Tomás Sousa (guitarra, teclados), Víctor Asensio (flauta, clarinete, gaita extremeña), Antonio Leyras (bajo acústico), Raquel Sandes (voz y flauta travesera), Paquito Croche (percusiones), Fran González (batería), Diana Vara (violín), Ana Márquez (voz) e Inés Romero (acordeón), con importantes colaboraciones, como la del violinista de Gwendal Robert Le Gall. En este pequeño homenaje al ecosistema dehesario, en el que ciertamente se respira naturaleza, no hay que desdeñar el sabor a fado de "Amores corridiños", los dos tradicionales de Montehermoso ("La rueda de la fortuna" y "Al-Zerandeo"), "La dama coruja - Vals", del omnipresente Sousa o el bucolismo de "Latifundia".

Si se pudiera seguir al milímetro la variedad de nombres e identidades que pululan por el folclore de la península ibérica, no se puede dudar que Acetre sería, con elevada probabilidad, uno de los grupos a tener en cuenta (no en vano ha cosechado numerosos premios y menciones), sobre todo desde su salto de calidad con la publicación en 1999 de "Canto de gamusinos" (impresionante su "Alborada de Jarramplas"), al que siguieron "Barrunto" en 2003 (con un gran comienzo neofolk de título "El paso del Zajorí") y este soberbio "Dehesario", editado por Galileo MC en 2007 con una presentación y diseño gráfico de lujo. Aunque deba su nombre a un caldero o vasija pequeña, la importancia y calidad de Acetre es muy grande, un conjunto fenomenal al que aconsejo fervientemente seguir la pista, tanto de lo que lleva publicado hasta hoy como de lo que pueda depararnos en el futuro.







16.8.09

DEAD CAN DANCE:
"The serpent's egg"

Cuando un grupo, merced a la calidad y grandeza de sus componentes, encuentra el camino para convertir sus discos en auténticos actos litúrgicos, entra inmediatamente en la categoría de mito. Dead Can Dance es efectivamente un grupo mítico, un oasis de frescura en la cultura popular de finales del siglo XX basado en una concepción ancestral y gótica de la música, con una carga poética distinguida y una instrumentación oscura y nada convencional. Más allá de todo lo expuesto, uno de los mayores toque de esa distinción lo brindan las voces de los protagonistas, Lisa Gerrard y Brendan Perry, auténticos sacerdotes de un culto sin igual, cuyo sugerente nombre no sólo es una metáfora de cómo lo antiguo, lo que parece muerto, puede estar vivo e interactuar con lo más actual, sino también un sinónimo de calidad, que se trasladará por igual a las futuras trayectorias de Gerrard y Perry en solitario. Entre tanto, sus andanzas dejaban por el camino joyas como la que aquí tratamos.

"The serpent's egg", publicado por 4AD en 1988, es el cuarto disco de este grupo que en un determinado momento de su discografía campaba entre Australia e Irlanda (en sus comienzos se trasladaron a Londres por lo limitado de Australia y 4AD confió en ellos enmedio del panorama electrónico que se respiraba en la capital británica), y uno de los más valorados de la banda por el complemento perfecto entre las polifonías de Lisa y la sobriedad vocal e instrumental de Brendan, pero sobre todo por encontrar aquí su sonido más característico, de apariencia tribal, con esencias medievales, pero de una extraña modernidad y un intenso encanto hipnótico. El resultado, como proveniente de un rito chamánico, es de una fascinación que nos lleva a conectar con la madre Tierra. La acertadísima portada -fotografía del Amazonas vista desde el cielo, en la que se asemeja a una serpiente o a unas viscosas entrañas- ya advierte esa comparación del planeta con un enorme ser vivo, y nos acerca a otros planteamientos e intereses más vitales que los de las portadas anteriores. Con una instrumentación astutamente austera, Brendan Perry sigue siendo igual de tajante que en el disco anterior, "Within the realm of a dying sun", aunque sin llegar a sus cotas de eficiencia, que sí alcanzará en el colosal "Into the labyrinth", su siguiente trabajo, pero "The serpent's egg" no es ni mucho menos un disco de transición, sino una curva en los planteamientos que iban a llevar al grupo de lleno hacia la world music, en una de las fusiones más interesantes de la escena. Sin ir más lejos, la canción de inicio podría considerarse como uno de los temas cumbre de Dead Can Dance: guiado por el lenguaje inventado que brota de la prodigiosa garganta de Lisa Gerrard, "The host of Seraphim" es un salmo prodigioso, a la par elegante y desgarrador, para el cual no existen las palabras; si todo el disco fuera así nos encontraríamos con una obra única. "The host of Seraphim" fue incluído en la banda sonora de la película documental de 1992 'Baraka' ("con 'Baraka' hubo un matrimonio hermoso, esa poesía encaja con nuestra música"), así como en la inolvidable escena final de la adaptaciónn de la novela de Stephen King "La niebla". No vamos a descubrir a estas alturas las cualidades de la voz de Lisa Gerrard, pero el nivel exhibido aquí es ciertamente impresionante, ella misma continúa en "Orbis de Ignis" con un estilo antiguo, medieval, polifonía sólo con una campana que sobrecoge sin necesidad de más acompañamiento. En "Severance" entra en juego Brendan Perry, con su estilo predicativo que brama sobre una instrumentalidad distinta, original y quejumbrosa. Hay que preguntarse por qué este tema es tan corto, ya que como el propio disco -que ni se acerca a los cuarenta minutos totales- deja con la miel en los labios. "Severance" parece una continuación de sus canciones del anterior trabajo, con un original fondo de teclados chirriantes y vientos que reclaman sin remedio toda la atención, al igual que en sus otras dos composiciones del álbum, la genial conclusión de título "Ullyses", y la también corta pero completísima "In the kingdom of the blind the one-eyed are kings", cuyo salmo intrigante sobre cadencia somnolienta acaba explotando como un Dios enfadado en una orgía de metales; ese clímax logra un momento tremendamente místico, abrumador y gozoso, sin nada que envidiar a una Lisa Gerrard que acapara el protagonismo en lo que resta de álbum: en "The writting on my father's hand" con sus armonías vocales (que son realmente la base del disco), abrazada al folclore y a ese ser humano al que llamamos Tierra, sobre un compás hipnótico del que sobresale su garganta; en "Chant of the paladin" con ecos indígenas, que a pesar de ser muy intensa y de no llegar a los cuatro minutos se hace un poco larga por su ausencia de desarrollo; por último en una sucesión de tres canciones de ritmo in crescendo, comenzando a capella ("Song of Sophia", que parece ser continuación del brutal tema de inicio), uniéndose la voz de Brendan en un cortísimo ritual ("Echolalia") y acabando con un percusivo pero suave clímax en esta especie de misteriosa ceremonia iniciática. Para acabar, Brendan Perry en lo que mejor sabe hacer, en este caso su genial y estimulante "Ullyses".

A pesar de su corta duración, "The serpent's egg" (que coincide en título con una película de Ingmar Bergman) no sólo deja satisfecho al oyente sino que le transporta a un tiempo y espacio sorprendente, y es que la música de Dead Can Dance no sólo es atemporal, sino que tampoco tiene un territorio propio. Su éxito se mueve entre las celebraciones paganas de Lisa Gerrard, llenas de luz y vitalismo, y la oscura decadencia de Brendan Perry, un dúo que tras este trabajo culminaron su romance para concentrarse exclusivamente en su unión artística. Esa es la clave, juntos eran la oscuridad y la luz, los opuestos que se necesitan, el yin y el yang, la fuerza que hace bailar a los muertos. En "The serpent's egg", a finales de los 80 y sólo un año después del impagable "Within the realm of a dying sun", se nota el gran momento de la banda, la música surge por sí misma y se muestra grandiosa y evocativa, explorando mundos sonoros, derribando fronteras musicales, en definitiva, reinventando la world music a su modo.

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