Beneficiados por el arrollador éxito popular de Ludovico Einaudi han proliferado en las últimas décadas una serie de artistas noveles de sobrada calidad pianística, aunque no todos ellos poseen ni una mínima parte de la calidad, la inventiva o la fascinación que despierta el italiano cuando se sienta delante del gran instrumento. Entre esos pocos discípulos aventajados se podría destacar el nombre de Riopy, un francés de nombre real Jean-Philippe Rio-Py, afincado en Londres, que aunque irrumpió de golpe desde el campo de la publicidad, especialmente con el anuncio de un coche que conducía él mismo (Peugeot, Mercedes, Armani, Ikea o Samsung han requerido, entre otros muchos, de sus servicios), ya había trabajado también en el mundo del cine. De nombre artístico Riopy, reclama en su música la simpleza, las líneas puras y envolventes que intentan ser una evasión de los momentos aciagos que salpicaron su infancia. En sus palabras, sus composiciones son "un mosaico de emociones, experiencias, creencias, música que pone fin a la lucha".
Se cuenta que un viejo piano que nadie tocaba en casa de su madre fue el detonante para que el joven Jean-Philippe comenzara a experimentar y a crear sonidos en su Francia natal, sin ningún tipo de enseñanza inicial ("para mí, la música es emocional y siempre lo ha sido desde el principio. Es difícil encontrar una forma intelectual de describir cómo comencé"). Una vez trasladado al Reino Unido (estudió en Oxford), la firma de pianos Steinway & Sons se fijó en él y le convirtió en uno de sus artistas protegidos: "Mi primer recital fue cuando me pidieron que tocara para el 'telethon' -una gran organización benéfica francesa- en Saint Maixent. Tenía 17 años. Ni siquiera sabía lo que era un Steinway hasta que lo probé. Después de unos segundos tocándolo, me dieron ganas de volar, es para el piano lo que el Rolls Royce es para los autos". Documentales, cine y publicidad llenaron su tiempo, y en 2018 Warner Classics publicó su primer álbum, de título simplemente "Riopy". Aunque atemporal, el sonido del francés es moderno, activo, en todo momento fresco y entretenido, pudiendo disfrutar totalmente de cada composición. Y aunque hay tres o cuatro títulos que acaparan especialmente la atención, es difícil hablar de cortes destacados, tanto por su sobrada calidad como por poseer muchos de ellos características similares, un estilo propio autodefinido como el de un pianista clásico en el siglo XXI, entre los que se vislumbran influencias variadas, especialmente entre el minimalismo de Philip Glass, Wim Mertens o Ludovico Einaudi, aunque él afirme que lo que hace es diferente a lo de esos maestros. "I love you" es un grandísimo comienzo que define por la vía rápida a un pianista por encima de los demás, partitura veloz y llena de sentimiento que, a pesar del título, no precisa de melodía romántica para enamorar, en la que Riopy despliega un cierto virtuosismo, el que se disfruta en otra bella melodia primorosa para el recuerdo, "On a cloud", directa y asimilable para cualquiera. Animada, altiva, con el más característico estilo repetitivo de Einaudi y unos cambios de ritmo maravillosos, es "Golden gate", y los atisbos del italiano regresarán a lo largo de la obra, especialmente en "Wyden down", con cierto asomo folclórico. Tras la melancólica "La vie", es el belga Wim Mertens el que parece referenciado en dos de los cortes, en un "And so forth" lleno de actividad y cambios de ritmo, y en la bella y minimalista "Interlude in A minor", que continúa coronando el disco con esos ramalazos del Mertens de los 90. Entre pensativas, románticas y paseantes, el romanticismo se ancla también el disco con piezas como "Old soul" o "Forgive me", otro de los grandes aciertos del mismo. "Attraction" es una nueva tonada rápida para lucimiento del intérprete, como "Sunrise", con floreados glissandos, otra melodía reconocible, a estas alturas, del galo, que se muestra muy natural (en contraste con su título) en "New York", a lo Michael Jones, en "Minimal game" o en la natural "From you", como un paseo por el bosque. En un tono más calmado, el galo vuelve a ser pensativo, soñador, en "Lost soul", dejando para el final del álbum el supuesto tema estrella del mismo, "Drive". Como el inicio de la aventura, "I love you", "Drive" es una gran melodía de anuncio (aunque no es exactamente la misma de aquel spot de Peugeot en el que veíamos al coche rodando sobre la partitura más grande de la historia, 190 notas durante casi 2 kilómetros, leídas por sensores instalados en los coches, uno de los cuales conducía el propio músico), sublime combinación de notas rápidas que recrean multitud de imágenes a gran velocidad, con la música volando por encima de las teclas del piano. En "Riopy", Jean-Philippe Rio-Py rota el toque folclórico y paisajístico de conocidos pianistas new age hacia un asomo más urbano, pero también romántico, y al contrario que en muchos de los actuales, en los que es fácil avanzar de canción a los pocos minutos, su música (al menos la contenida en este primer trabajo) tiene la cualidad de paralizar al oyente, es imposible pasar de tema sin disfrutar de la plenitud de cada uno. Así, el disco se hace ameno y su escucha, todo un disfrute, además de una liberación para su autor: "Este disco ha sido mi catarsis desde que la música empezó a llegar a mí hace casi diez años (...) Desde 'On a cloud' hasta 'Lost soul', las piezas cobraron vida y me trajeron esperanza cuando pensé que nada podría salvarme (...) Con el piano solo, todo está expuesto y tenemos que atrapar lo que pasa por nuestros dedos, que comienza como emoción cruda y se traduce como música en estado puro".
La vida de este intérprete fue muy dura, no conoció a su padre, su madre estaba inmersa en una especie de culto o de secta, y el piano fue su vía de escape, le hacía feliz, incluso fue como una terapia ante un trastorno obsesivo-compulsivo que le hace contar todo el tiempo: "Cada vez que veo un piano en un restaurante o en un bar o lo que sea, siempre siento que tengo que ir a hablar con él. Literalmente me salvó la vida. Para mí, no es solo un instrumento, sino una persona, algo completamente diferente". No le fue fácil, de todos modos, y recurrió también a la meditación, título que utiliza en algunas de sus piezas: "Tuve que empezar con esto porque si no me moría, en serio, estaban pasando por mi cabeza pensamientos suicidas. Amaba la música pero odiaba mi vida (...) Mi vida estaba llena de dolor y creía que emborrachándome lo solucionaría todo. Bebía, hacía muchas tonterías y por la mañana me despertaba sin saber qué era lo que había hecho. El problema no era el alcohol, era yo. Tardé seis meses en reconectar mi cerebro por medio de la meditación, pero, cuando lo conseguí, mis sueños, mi imaginación, mi creatividad... todo cambió para mejor". Así pues, y bajo cualquier circunstancia, la música de Riopy sólo puede aportar algo bueno en el oyente, al que hay que recomendar encarecidamente que no tarde en encontrar el camino hacia su obra.
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