11.5.20

SUSO SAIZ:
"Símbolos"

Muchos grandes músicos actúan en la sombra, y desde allí cosechan éxitos y se hacen un nombre en la oscuridad de la industria. Cuando dan la cara, sin embargo, prefieren elaborar una música que les llene interiormente más que de cara al gran público. Nacido en Cádiz en 1957, la curiosidad acercó a un joven Suso Saiz a un encuentro de músicas de vanguardia, donde vio a John Cage y descubrió a Steve Reich, un minimalismo al que accedió definitivamente tras deambular por el jazz en los 70 (siempre ha sido un gran seguidor del sello ECM), y al que llegó de golpe gracias a su profesor, el compositor bilbaíno Luis de Pablo: "Me atrajo la música repetitiva, minimal, con electrónica pura, sin instrumentos temperados, sin armonías, sin notas, con ruidos a secas". En sus conciertos, de hecho, lo mismo procesaba electrónicamente el ruido producido al freír unas verduras como el de exprimir naranjas (influencias de Cage). En las clases conoció a Pedro Estevan y fundó, junto a María Villa, un conjunto tan aparentemente absurdo pero referencial como la Orquesta de las Nubes. Sus pasos en solitario comenzaron en 1984 con "Prefiero el naranja" (donde comenzó a presentar una música difícil de escuchar, muy atrevida para esa época en España) y en 1986 con "En la piel del cruce" (donde mejoraba un poco las prestaciones de cara al público), y tras una primera colaboración con el mexicano Jorge Reyes ("Crónica de castas" en 1990) llegó una obra oscura y absorbente como lo fue "Símbolos".

Productor de sus propios álbumes, también accedió a poner su sello (aunque prefiere que sea el artista el que elija el camino en sus producciones) en los discos de otros, una lista interminable de la que se puede destacar a La Dama se Esconde, Javier Paxariño, Pablo Guerrero, Jorge Reyes, Luis Eduardo Aute, Esclarecidos, Luz Casal, Javier Álvarez, Tahures Zurdos, Los Planetas, Celtas Cortos, Duncan Dhu, los Piratas o Christina Rosenvinge. Como un camaleón, Suso se mimetiza con todo tipo de entorno, lo hace en esas producciones, en sus colaboraciones (esencialmente con Jorge Reyes y Steve Roach), en sus bandas sonoras ("Al filo de lo imposible"-inolvidable su sintonía- fue la que abrió la puerta a "Africa", "El milagro de P. Tinto", "Novios" y muchas otras) y en sus trabajos más personales, como este "Símbolos" publicado en 1991 por el sello Slow Food, un proyecto discográfico de Suso con Alfonso Pérez, de Gasa, que duró realmente poco. En esta obra continúa con su particular búsqueda de expresión, más que ofrecer una música coherente melódicamente hablando; es como si, a pesar de que el consumidor sea el público, la música la esté haciendo para él mismo, aunque bien escuchado, "Símbolos" está más cercano a un sonido popular que a la experimentación, por ejemplo, de la Orquesta de las Nubes. No tardará el oyente abierto de miras en gozar de brillantes hallazgos entre las 21 composiciones del trabajo, atmósferas bizarras, muy bien construidas y ejecutadas, pero sin relación entre ellas, destacando especialmente algunas texturas -que no melodías- atractivas (aunque, ¿qué es lo atractivo?, la opinión de Suso y del gran público sería seguramente muy distinta). Este buen disco es una muestra de las posibilidades de un artista que no quiere mostrarse como un creador comercial al uso. Algunos de los cortes parecen trabajados fondos de canciones de rap, otros simulan ambientes distópicos, la mayoría se relajan en sonoridades de soundtrack. El comienzo es reamente fuerte: "Es la soledad del hombre" es un enigma ambiental con la voz de María Villa, una composición que tuvo reflejo en varios recopilatorios ("Música sin fronteras vol. II", "Entre hoy y mañana"), "Sal de luna" representa la aventura, con la percusión de Glen Vélez, y en "Sé que estás ahí", otro genial ambiente cotidiano y diáfano, la voz es de Cristina Lliso. Se trata posiblemente de los temas más positivos en la primera escucha del álbum, pero no hay que dejar de admirar los rasgueos de guitarra y efectos de radio en "Incrustado en la memoria del sol", el minimalismo juguetón y original de "Siempre vuelves al principio" (inspirado en Hendrix), el pequeño interludio rockero como demostración de capacidades guitarreras que supone "Heavy demo" o una pieza estimulante titulada "No pises la lava", con muchas posibilidades (también comerciales), de una instrumentalidad excitante (la guitarra es de Gonzalo Lasheras, miembro de Esclarecidos), un nervioso fondo repetitivo sobre el que se podrían alzar construcciones mayores para proponer un trabajo rompedor (uniendo muchas de sus partes -la unión de todas ellas en el disco es muy sutil, no conduce a ningún desarrollo específico- en forma de suite más elaborada). "Me he pasado toda la vida empollando músicas africanas y de otros lugares", decía este músico inquieto que también se acercaba brevemente a la música de Sri Lanka ("Canción de cuna de Ceylán"), Islas Salomón ("Cantos Are-Are"), Cuba ("Linda cubana / Danzón cubano"), algún país árabe ("La mirada") o al más cercano flamenco ("Vertidos de jaleo"), pero por intereses propios en su obra, no porque el mestizaje fuera una tendencia que imperaba en esta época de impulso de las músicas minoritarias, sus voces étnicas no pretendían especialmente embellecer, sino impregnar una ambientación particular, realizar un viaje, establecer un recuerdo. A este respecto, Suso siempre ha tenido las ideas muy claras, y el viaje nunca es de vuelta ("el pasado es algo que no me viene a la mente con facilidad, no soy de los autores que disfrutan oyéndose, no escucho mi música casi nunca y el trabajo de las zonas ambientales siempre lo he hecho en la búsqueda de texturas, elaborando sonidos por capas"). 

Suso Saiz vive en otro tiempo, uno suyo, particular, que comparte con nosotros y recrea en sus composiciones, es un músico total y encierra un género en sí mismo, una corriente ambiental progresiva difícil de ubicar en la España de final de siglo. "Símbolos" goza de una fulminante diversidad de conceptos al servicio de la mente de un músico intrépido, es un prodigio atmosférico, un paraíso de ritmos y guitarras, un festín para el buscador de pequeños placeres, de una música distinta, más asociada tal vez a ilustrar una película que a ser escuchada per se. La música de Suso sale de dentro, es rabiosa, turbadora y enormemente variada, este gaditano propone en este trabajo numerosos ambientes y texturas como un muestreo de sus posibilidades, algunas de las cuales, extendidas y agrupadas en suites instrumentales con melodías adaptadas, podrían haberse convertido en pequeños clásicos de esas nuevas músicas que triunfaron en los 90. Algunas ya deberían serlo.





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