23.6.07

RICHARD STOLTZMAN:
"Begin sweet world"

El clarinete ha encontrado nuevas vías de expresión en la música de cámara en las últimas décadas gracias a músicos como el estadounidense Richard Stoltzman, un auténtico virtuoso para el cual grandes compositores de música contemporánea han llegado a escribir algunas de sus obras. Su capacidad ha estado también al servicio del mundo del jazz desde que de pequeño recibiera de su padre clases de saxofón, estudios que acrecentó en la universidad, desde donde comenzó a cimentar la fama de la que goza en la actualidad, una reputación internacional que se ha visto colmada de merecidos premios y reconocimientos. Afortunadamente ha sido también en la colaboración con su buen amigo, nuestro admirado músico canadiense Bill Douglas, como ha realizado otro tipo de incursiones musicales más asequibles, por medio de una serie de afortunados trabajos con los que ha podido seguir cruzando fronteras, creándose también un nombre en ese campo tan abierto como es el de las Nuevas Músicas que triunfaban en los 80 y los 90 del siglo XX unificando numerosas tendencias para su fácil distribución.

Se dice que el germen de la carrera en solitario de Richard Stoltzman tiene que ver con su propia madre, ya que el músico quería que ella tuviera algún disco propio, firmado por él mismo, con el que poder impresionar y deleitar a sus amigas en sus reuniones. RCA/Ariola publicó en 1986 "Begin sweet world", un título ya clásico y sumamente reverenciado en el mundo de la new age más melódica, y no sólo por el saber hacer de su protagonista sino además por un indudable acierto en la elección y composición de las canciones, poseedoras de una especial capacidad de evasión, algo a lo que contribuye el inigualable sonido del clarinete, dulce y emocionante. Huyendo de los encorsetados clichés de la clásica, Stoltzman encuentra en el jazz y la música contemporánea, y más concretamente a través de Bill Douglas, un vehículo de liberación y expresión personal. Douglas lo cuenta así: "'Begin Sweet World' presentó seis de mis piezas líricas junto con otras de Bach, Debussy y Faure. Fue bellamente producido por Jeremy Wall, un ex alumno mío en Cal Arts, y la interpretación de Dick (Stoltzman) fue magnífica en todo momento. El trabajo fue un gran vendedor, pasando mucho tiempo en el top ten de las listas clásicas de Billboard. Poco después de eso, hicimos otro disco llamado "New York counterpoint" que también se convirtió en un gran vendedor. El gran bajista de jazz, Eddie Gómez (quien había estado en el trío de Bill Evans durante once años), tocó en estos discos". En efecto, de las tres posibles procedencias de las composiciones del álbum -que se solapan con elegancia y coherencia-, la calidad artística de su amigo canadiense (que en sólo un par de años iba a inaugurar su propia maravillosa carrera en solitario) se hace notar en la mitad de ellas, seis concretamente, incluído el maravilloso tema homónimo ("Begin sweet world" es una de las grandes joyas instrumentales de la década) y el no menos impresionante "Full moon", auténticas gemas al servicio de un Richard Stoltzman que se limita a deslumbrar con su virtuosismo. Una segunda corriente atrapa esencias clásicas (Bach y los impresionistas Fauré y Debussy, fuentes inagotables de inspiración en la new age más melódica), y en la tercera Stoltzman reclama el jazz como expresión de sus raíces. En sus discos, este clarinetista de Omaha (Nebraska) explora la senda que discurre fronteriza entre lo culto y lo popular, descubriendo una gama de sonidos que no por refinados dejan de estar al alcance de todos, clásicos, jazzísticos y newageros. El arrullo del clarinete se antoja como una caricia en las piezas más lentas ("Begin sweet world", "Everywhere", "Clouds", "Morning song"), como descargas eléctricas en otras más abruptas ("Full moon", "Pie Jesu") y consigue hacernos cómplices del ritmo de las más folclóricas ("Abide with me/Blue monk" -de Thelonious Monk-, "Spiral", "Amazing grace"). Como si de una pequeña familia se tratara, Stoltzman se acompaña de Bill Douglas al piano y fagot, Eddie Gómez al bajo y Jeremy Wall -que también produce el disco y compone el bonito y revitalizante "Spiral"- a los teclados, y ese aire familiar, recogido, se simboliza perfectamente en la imagen de un estuche abierto en la contraportada, el mismo en el que Stoltzman guarda no sólo su clarinete sino también una pequeña parte de su vida y sus recuerdos. "Open Sky" es otro trabajo de Richard Stoltzman de 1998 en el que, como dice su subtítulo, "Richard Stoltzman Plays The Music Of Bill Douglas", incluyendo composiciones emblemáticas como "Begin sweet world" o "Full moon", y otras del trabajo aquí glosado como "Everywhere", "Morning song" o "Clouds".

Esta grabación posee una extraña chispa capaz de prender en nuestro interior a su mínima escucha, especialmente con el emblemático tema homónimo. Richard Stoltzman compensa el serialismo estilístico del clarinete con un tratamiento lúdico, constituyendo, a su manera, una celebración de la vida a través del jazz y de la música de cámara. La constante inquietud de este norteamericano le llevó a grabar una serie de discos distintos a lo convencional, sencillos ejemplos de humanidad, colorido y alegría, cualidades que atesora de sobras este trabajo, un álbum merecedor de que su recuerdo perdure en todo su contexto, más allá de recopilaciones tan gloriosas como aquella "Música sin fronteras" que abrió los ojos a muchos incluyendo, entre otras perlas, un tema delicado y precioso compuesto por Bill Douglas e interpretado por Richard Stoltzman: "Begin sweet world".

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17.6.07

OYSTEIN SEVAG:
"Close your eyes and see"


Como tantos otros nombres en este tipo de música, el del noruego Oystein Sevag podría ser en estos momentos perfectamente desconocido para nosotros de no ser por la constancia y la creencia en su obra. En 1988, a pesar de sus completos estudios musicales y de que las compañías a las que enviaba sus maquetas destacaban la belleza de su trabajo, las continuas negativas por no saber encontrar el mercado adecuado le hicieron pensar en que debía dedicarse a otra cosa. Sin embargo, en un último golpe de fuerza y convicción, Sevag decidió crear Siddhartha Spiritual Records, su propia compañía, y editar en 1989 su primer álbum, una pequeña maravilla de poético título, "Close your eyes and see" ('cierra tus ojos y mira'). Un año después consiguió, a través de un amigo, Steve Yanovsky (con el que firmó un contrato de representación), que su música sonara en las radios de Chicago y Los Angeles, y tras firmar un contrato de distribución en Estados Unidos con Music West Records, el disco fue damnificado por la quiebra de dicha compañía pero recogido enseguida por Windham Hill Records, que gozaba de distribución mundial por parte de BMG, mientras que a España llegaba de la mano, con mucho ojo, de Sonifolk/Lyricon.

Sevag empezó a tocar el piano a los 5 años, el bajo y la guitarra a los 12 y la flauta a los 16. Sin embargo hasta esa edad no pensaba en vivir de la música, disciplina que estudió en Oslo, donde tocó en bandas de jazz y música experimental. Oystein cuenta que en agosto de 1984 le fue concedido un piso y un espacio de trabajo en el municipio noruego de Stokke, en el fiordo de Oslo, un lugar tranquilo que alimentó su inspiración, y donde construyó el estudio de sonido donde grabó y mezcló sus grandes obras. También a mediados de los 80 comenzó a asistir a cursos de meditación, curación, interpretación de sueños, técnicas de respiración y demás ciencias alternativas, otra circunstancia que influyó en su música y en su condición de artista ("dieron una nueva perspectiva a mi conocimiento musical, que echaba a faltar en mis estudios"). Posiblemente venga de ahí su forma de componer, por la que intenta llegar primero a un estado en el cual escucha lo que proviene de su interior, ritmos o melodías que escribe o graba como un boceto; un día después vuelve a mirarlos y construye algo con ellos, escuchando lo que ese material le pide, no lo que él quiere hacer con él. Extraño pero, visto está, efectivo. Enseguida comenzó a experimentar con ordenadores, y en 1989 acabó "Close your eyes and see", rechazado por todas las compañías discográficas noruegas, como ya se ha mencionado antes, lo que le llevó a crear Siddhartha Records. En este trabajo, Sevag unifica todas sus influencias (clásica, jazz, folk nórdico y meditación) y, en un entorno bastante electrónico, construye un disco con carácter y distinto a lo convencional. Ritmos de lo más variado, fondos que a veces son el centro de la pieza, melodías que son realmente el fondo, movimientos inesperados, unos de un ritmo vivaz, otros ambientales pero arriesgados... una estupenda experimentalidad basada en la sencillez de los teclados, el saxo, la percusión y los sonidos naturales. El disco se abre con una de las grandes joyas de las Nuevas Músicas en los 90, seis minutos para disfrutar que se hacen realmente cortos, y un título que ya es un clásico, "Horizon". El oleaje calmado que lo inaugura sólo es el preludio de una tormenta perfecta, un frenético y contínuo clímax aflautado con un apoteósico final y una grandiosa sensación de gozo y plenitud. Incluso lo que parecen ser experimentos de difícil sentido y excesiva carga jazzística son atrayentes ("Grounding" -que sigue a "Horizon" y relaja la emoción del inicio con un viento tranquilo y un final extraño, vanguardista-,"Home" -que cierra el álbum-), en un contexto donde la ambientalidad y la meditación tienen un papel muy importante. "Norwegian mood" es una de esas melodías cálidas que encontraron rápida aceptación en las primeras radiodifusiones del álbum en los Estados Unidos, y en ella Sevag parece explorar la parte más comercial de un jazz que odiaba en su juventud y del que se acabó enamorando. Habría que destacar también otras tres composiciones que aparecen seguidas en el álbum, "Message from silence" -atmósfera que ahonda en una atrayente y bellísima espiritualidad, y en la cual se hace notar el soberbio uso de unas percusiones que parecen cobrar vida sobre el manto de teclados-, y dos más movidas y vitales, "Gaia" -como una continuación de "Horizon", refinada y de una solidez excepcional con sus numerosos efectos de fondo- y "Gratitude" -de extraña base rítmica, entre jazz y electrónica, que en ocasiones despista por una apariencia tecnológica, y que siempre deslumbra y asombra por la genialidad de su desarrollo-. La ambientalidad de "Silent prayer" o "The one word of the wiseman", y la carga de world music de "Short revelation" acaban de completar un álbum del que parece lógico su éxito, especialmente por la especial calidad de composiciones como "Horizon" o, más directa y fácil de agradar para el gran público, "Norwegian mood" y su muy digerible acercamiento al smooth jazz.

Que no asuste a nadie ese nombre tan raro, con esa O rayada y una A con sombrero, la música de Oystein Sevag no es sencilla pero emana una extraña calidez, posiblemente boreal, lejos de la presumible rudeza escandinava. Una vez saboreado "Close your eyes and see" no es de extrañar que permaneciera 17 semanas en las listas de new age del Billboard, y varios meses entre las grabaciones más vendidas del género en los Estados Unidos, así como fuera nombrado disco del año por algunos medios, pues la fuerza de su genio nórdico impulsa una serie de composiciones llenas de fuerza y lirismo, más cálidas de lo que su origen podría suponer. "Mi profundo deseo es que este álbum le inspire en el camino a su fuente interior", decía Sevag. Había llegado la década de los 90 y este noruego había visto cumplido su sueño, y eso es lo que es este trabajo, un sueño (que iba a continuar con el tiempo, otorgando otras grandes obras para Windham Hill, como "Link" o "Global house") con el que poder contemplar la belleza con los ojos cerrados.

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9.6.07

DAVID SALVANS:
"Montseny"

El Escorial en la provincia de Madrid, el islote Es Vedrá en la isla balear de Ibiza o la montaña de Montserrat en la provincia de Barcelona, son algunos de los lugares mágicos más representativos de la España misteriosa, enclaves de poder dignos de visitar. También en la sierra prelitoral de Cataluña (entre las provincias de Barcelona y Gerona), se encuentra el parque natural del Montseny, y aunque no presente en su vasta extensión de más de 30.000 hectáreas la taumaturgia de los lugares antes mencionados, algunos artistas se han dejado atrapar e inspirar por la profunda belleza de sus paisajes, una enorme variedad ecológica que le han llevado a ser declarado reserva natural de la biosfera por la Unesco. Uno de ellos fue el músico gerundense David Salvans, al que los aficionados a las nuevas músicas descubrieron gracias al recopilatorio "Nueva música española vol.1", que muy acertadamente incluía el tema de David "Tufts and Music", revelado inmediatamente como una de las grandes sorpresas de esa estupenda recopilación. Nacido en 1967, y tras deambular por un par de grupos tocando el bajo y cantando, David Salvans se acabó lanzando a la aventura de la música planeadora en solitario, aunque con la garantía y eficacia en la producción del sintesista Michel Huygen, también conocido por el grupo de música cósmica Neuronium.

Grabado en 1993, el trabajo de debut de David Salvans, "Montseny", apareció realmente en 1994 bajo el sello de Huygen, Neuronium Music, y en su conjunto fue más allá de la sorpresa de aquel recopilatorio. De marcado carácter espiritual, y con una especial conciencia por la naturaleza, David Salvans elaboró un trabajo de difícil olvido entre los seguidores de este tipo de música. El disco nos recibe con innegable clase, en un estilo sinfónico que no desmerece del de autores consagrados como por ejemplo Alan Parsons, dominando los cambios de ritmo y melodía con una extraña maestría para alguien relativamente nuevo. "Turó de Grenys", que así se titula esta primera pieza, consta de otras cuatro más pequeñas, todas ellas atrayentes y poseedoras de un fascinante encanto: el rotundo comienzo -'Pujada al Turó'- puede recordar a Tangerine Dream, justo antes de sonar 'Tufts and Music' -que en catalán se titula 'Grenys i música'; 'Cel de neu' y 'La llum' completan esta suite electrizante. La dificultad de su descripción hace aconsejable su escucha y entrar así a formar parte de ese encantamiento, que discurre entre el romanticismo, la ambientalidad y el ritmo electrónico, para concluir mecido por el viento en la colina a la que rinde tributo. "Fragmentos" nos presenta precisamente eso, otra serie de pequeñas tonadas (en esta ocasión once, para una duración de poco más de doce minutos), empalmadas a la manera del primer corte aunque en un contexto algo más caótico, con giros inesperados, transmitiendo en cierta medida la fascinación, el magnetismo que reside en el parque, a través de ritmos vivos y aproximaciones a melodías que pasan de rozar lo neoclásico a detenerse en un cierto folclorismo, lo cual en ciertos momentos nos puede atisbar al Mike Oldfield de los grandes instrumentales pero en un estilo más electrónico (sin la característica guitarra del inglés) y difuso (de hecho, una de sus tonadas recuerda sobremanera a otra de Oldfield en "Taurus II"). A destacar una parte intermedia ('Quiet Fulness', presumiblemente, ya que no se mencionan los minutajes), donde cuerdas simuladas despliegan una melodía de cuento. Más sosegado comienza el tercer corte, "Montseny", que si bien en principio parece perder esa sorprendente fuerza del comienzo del disco, enseguida vuelve a concentrarse en los acostumbrados cambios de ritmo y tonada, en siete composiciones que podrían ser más agradables para el gran público si se llegaran a desarrollar en un sentido amplio (aquí mismo un par de ellas, hacia su parte media -especalmente la titulada 'When All Where Mountains'-, podrían llegar a ser realmente memorables individualizándolas o prestándoles la atención que por ejemplo Jarre otorga a los cortes de sus suites, pero una situación similar ocurre en los temas anteriores). De este modo, y precisamente destinado a la radiodifusión, la pista número cuatro de este "Montseny" es el segundo extracto de "Turó de Grenys", aquel "Tufts and Music" que venía incluido en "Nueva música española vol.1", una completa y sugerente composición con balanceo de teclados en la que un falso viento muy incaico aporta una tarareable melodía, y a cuyo clímax acude un sonido de saxo, que anticipa un inesperado final percusivo. En la preciosa portada, sobre una estupenda y nublosa fotografía, David firma el disco con su propia letra, como una demostración más de lo personal de su interior, dedicado a sus padres, familia y amigos. "Con esta música, me gustaría rendir homenaje al gran creador", continúa, y es que, tras descubrir la maravilla de los paisajes de este planeta, y concretamente el parque natural del Montseny, David tenía esta deuda con quien sea que lo haya creado. 

Inmerso tanto en sus proyectos en solitario, más intimistas, como en los firmados como Neuronium, de mayor fama y aceptación fuera de su propio país aunque él mismo denomine su trabajo como 'música electrónica española', Michel Huygen encontró impresionante aquella maqueta que David Salvans le envió a comienzos de los 90, por lo que decidió poner toda su infraestructura a su disposición. Así surgió "Montseny", un trabajo fácil de escuchar, maravilloso, intenso y evocativo, poco conocido pero indispensable en esa música electrónica española que en los años noventa parecía querer recuperar el tiempo perdido, ese mismo tiempo que lamentablemente ha hecho olvidar "Montseny", y durante el cual David Salvans ha realizado varios trabajos aconsejables de música cósmica (en su sello Aquamanta Music), para decantarse finalmente por la meditación y la musicoterapia en su proyecto FrequenMusic, "música relajante, terapéutica y de trabajo interior".



4.6.07

ALASDAIR FRASER & PAUL MACHLIS:
"The Road North"

El bello y particular sonido que el violín aporta a la música celta tiene uno de sus máximos exponentes en la persona de Alasdair Fraser, al que dado su aspecto fuerte y pelirrojo nadie puede negar su origen escocés. Sus extraordinarias virtudes se han visto acrecentadas en la reunión con otros solistas de excepción, como los guitarristas Jody Stecher o Tony McManus, la chelista Natalie Haas, o los miembros de la banda Skyedance, liderada por el propio Fraser, con las aportaciones del flautista Chris Norman, el gaitero Eric Rigler, el bajista Mick Linden, el percusionista Peter Maund, y el teclista Paul Machlis. Es con este último con quien Alasdair posee una historia más lejana y más fructífera, hasta el punto de firmar a dúo dos de los discos de música escocesa más hermosos de finales del siglo XX, un repaso a la tradición escocesa titulado "Skyedance", del año 1986, y una más que digna continuación, "The Road North", publicada en 1989 por Sona Gaia. 

Dado el grado de compenetración y de calidad de sus grabaciones, se podría decir que Paul y Alasdair, Alasdair y Paul, tenían que haberse encontrado tarde o temprano. Al contrario que el violinista, Machlis nació en la lejana California, y desde allí ambos conformaron un dúo eficaz e imaginativo en la nueva cultura celta, pero respetando y adornando la tradición de ese inmortal pueblo con sus personales aportaciones, más escondida la de Paul Machlis, más audible y destacada la de Alasdair Fraser. En efecto, Alasdair luce más en este trabajo, y si bien los temas compuestos por ambos para el mismo están equiparados (cuatro cada uno), los demás son adaptaciones de melodías tradicionales o de composiciones de importantes violinistas escoceses, tanto desaparecidos hace tiempo (William Marshall, James Scott Skinner) como en activo (Jerry Holland). Tras un "Skyedance" repleto de tradición escocesa, el paso hacia las composiciones propias es gradual, ya que en este afortunado segundo trabajo la mitad de los temas son exclusivos de Machlis, Fraser, o de ambos, cuajando una extraordinaria compenetración. Eso sí, es posible que los mejores momentos sean prestados ("Traditional Gaelic Melody", "Calliope House", "Bovaglie's Plaid"). El comienzo es rítmico y alegre, un sentimiento en el que el disco acaba profundizando a través de la vitalidad de los ritmos celtas (aires, reels, jigas...). En este caso "Laughing Wolf / Mountain Madness" es la demostración del complemento perfecto de ambos músicos, ya que Machlis firma la primera parte de la pieza (al estilo de un hornpipe) y Fraser la segunda (una jiga), circunstancia que se repetirá en "Invercassley Falls / Trip to Ballyshannon", siendo este último un reel que compuso Alasdair para conmemorar su luna de miel en Irlanda en 1987. Enseguida aparece uno de los dos temas tradicionales del álbum, "Traditional Gaelic Melody" (un strathspey -melodía de baile similar a un hornpipe- cuyo título auténtico parece ser "Ghoid Iad Mo Bhean Uam An Reir"), una de esas soberbias melodías calmadas en las que destaca especialmente el piano de Machlis, y que junto a "Tommy's Tarbukas", reel de Fraser al que está unido por una fina membrana de bodhran (la percusión de Tommy Hayes es especialmente acertada en este tema), resultan un grandísimo acierto, un acontecimiento digno de escuchar y disfrutar. El violín más romántico, mecido por un piano melodioso, hace su aparición en "Bennachie Sunrise / Willie's Trip to Toronto" (slow air de Machlis el primero, jiga del desaparecido violinista norteamericano Jerry Holland el segundo), pero se acaba asentando en forma de joyas hacia el final del disco. Mientras, otro estilo al que podríamos denominar paisajista hace su aparición en "Slow Train", otro tema de Paul, donde lógicamente se hace notar de nuevo el piano. En este momento es donde un muy buen disco se convierte en una grandísima referencia, ya que nos llegan varias maravillas, desde la jiga "Calliope House" (del miembro de Boys of the Lough Dave Richardson) hasta el emocionante vals "The Road North", de Alasdair, que cierra el CD, pero hay que detenerse especialmente en un estremecedor slow air, una antigua maravilla titulada "Bovaglie's Plaid", realmente otro strathspey, obra de James Scott Skinner, pero adaptado de una manera emocionante, de forma que ya de por sí sería razón exclusiva para adquirir el disco e interesarse por las demás referencias de ambos músicos. Es inevitable destacar además la colaboración en el trabajo del gran Micheal O'Domhnaill a la guitarra y de otro miembro de los primeros Nightnoise, Billy Oskay, en la producción (en alguno de los cortes, como "Slow Train", parece que fuera a aparecer la mismísima voz de Triona).

Alasdair Fraser se trasladó en los 80 a San Francisco cuando trabajaba para una compañía petrolífera. Allí, donde continúa residiendo actualmente, fundó Culburnie Records para difundir la música escocesa, y publicó en 1986 junto a Paul Machlis su primer disco juntos, "Skyedance", tan recomendable como un "The Road North" que llegó en 1989, pero bajo la etiqueta Sona Gaia, asociada a Narada. Precisamente Narada reeditó el disco con portada distinta en 1998. Posteriormente, seguimos disfrutando de su revitalización de la música escocesa junto a Machlis y a otros importantes músicos celtas como el gaitero Eric Rigler y el flautista Chris Norman, en el grupo Skyedance, cuyos discos distribuye en España Ediciones Resistencia. De una forma o de otra, la importancia de Alasdair Fraser y de Paul Machlis es tanta como para, al menos, no dejar de escuchar este "The Road North".



26.5.07

RICHARD BURMER:
"On the third extreme"

American Gramaphone, aparte de ser el sello discográfico de Chip Davis, donde despliega su pomposa forma de concebir la música instrumental, tuvo el acierto de incluir en su día varias referencias de Richard Burmer en su catálogo, la mayoría de ellas rescatadas de ediciones anteriores. El tristemente desaparecido sintesista norteamericano vio editadas sus primeras obras, de un importante cariz cósmico y ambiental (especialmente la primera de ellas, "Mosaic", mientras que "Bhakti point" presentaba alguna reminiscencia oriental), en la compañía Fortuna Records -distribuida por Celestial Harmonies y Kuckuck-, si bien su tercer disco, "On the third extreme", vió la luz en 1988 para Gaia Records. Esas obras fueron reeditadas en 1990 por American Gramaphone con cambios en la portada y el diseño. A pesar de todo, la mayor gloria de Burmer consiste en una composición incluida en 1987 en el disco de colaboración "Western spaces" junto a Steve Roach y Kevin Braheny (aunque sólo en su primera edición, a cargo de Innovative Communication), un maravilloso tema de título "Across the view" que también pudimos disfrutar en España en la genial compilación "Música para desaparecer dentro". La relación de esta bella canción con el trabajo que nos ocupa radica en que el disco "Across the view" publicado en 1988 en Japón con una vista desenfocada de la torre del Empire State Building como portada no es sino otra versión de "On the third extreme" que incluía, además de los nueve temas del disco original, "Across the view" y ”A story from the rain”, la segunda composición de Burmer contenida en el mencionado "Western spaces".

Dejando de lado "Across the view", nos situamos en 1990, año en el que American Gramaphone publica esta afortunada explosión de Richard Burmer, con el título de "On the third extreme" (que como ya he comentado había visto la luz de manera independiente -bajo el sello Gaia Records US- dos años antes con una portada de dudoso buen gusto). Como se puede vislumbrar, en la persona de este músico electrónico se comprueban las enormes dificultades por las que se podía pasar en aquella época para hacer llegar hasta el público interesado una música que podíamos denominar como angelical, que si bien está influida por otros músicos clásicos y electrónicos, e incluso por el rock sinfónico que Burmer escuchaba en su juventud, muestra la cara más romántica de la música espacial, donde el tono melódico, épico por momentos, toma el rumbo del conjunto. La gracilidad de las melodías presentadas evidencia que no estamos ante un artista del montón, si bien una pequeña falta de profundidad no acabe de revelar a un genio de los teclados. Burmer se presenta más bien como un poeta de la electrónica, un explorador de la paz interior, que se pasea por nuestras almas con el salvoconducto de la belleza. "On the third extreme" viaja desde melodías con inquietante fuerza e ingenio ("Magellan" -un comienzo firme, aventurero y rítmico inspirado en el descubridor portugués Fernando de Magallanes-, "The art of spirit bending", "Celebration in the four towers" -con un extraño aire folclórico inspirado en la ciudad utópica de Christianopolis, en la que está a punto de comenzar una celebración-) hasta ensoñaciones marcadamente contemplativas ("Look where we are now" -la descripción de un sueño diurno recostado en el bosque un día de verano, contaba Richard-, "Extension of a war" -un pensamiento sobre los efectos de la Segunda Guerra Mundial en la generaciones posteriores, que retorna de algún modo a las atmósferas cósmicas de sus primeras obras-). Sin embargo, la grandeza del álbum parece residir en sus muestras más interiores, llamando poderosamente la atención la destreza del autor en melodías románticas como "Turning to you" (una auténtica hermosura, muy emotiva al estar compuesta después del nacimiento de su hija Lindsay, que inauguraba una nueva forma de vida), "Walking the icons" (un final abierto y luminoso inspirado en las formas de la iglesia ortodoxa rusa) o esa reflexión sobre el paso del tiempo y los hechos importantes de la vida titulada "Lament", si bien destaca especialmente en el conjunto del álbum la maravillosa "The forgotten season", un cálido homenaje a la magia de la niñez, la cabaña en el río, las comidas familiares de domingo, las historias de fantasmas... en definitiva, esa estación en la que el buen tiempo retornaba cíclicamente la reunión de la familia y los amigos en los años olvidados (o más bien difuminados) de la infancia.

Si bien en sus discos anteriores Burmer ya se ocupaba de casi todas las facetas de la interpretación, particularmente en "On the third extreme" ejerce de multiinstrumentista, interpretando Emulator II and III, EMAX, Roland JX-10 y JX-3P, EML-101, Prophet VS, balalaika, mandolina y percusión. Ayudando en la producción de este trabajo tenemos a otro importante y recordado compositor estadounidense, Michael Hoppé. Con cualquiera de sus tres portadas y referencias, vale la pena perderse en las ensoñaciones aquí propuestas por Richard Burmer, un sintesista de Michigan que falleció a los 50 años el 9 de septiembre de 2006. Es precisamente su familia y amigos quienes crearon, para honrar su memoria, la web oficial http://www.richardburmer.com/ a la que hay que dirigirse para mayor información sobre su vida, muerte e interesante discografía.





21.5.07

MIKE OLDFIELD:
"Ommadawn"

Por encima del misticismo de "Tubular Bells", del encanto pastoril de "Hergest Ridge", del eclecticismo de "Amarok", de la tecnología de "The Songs of Distant Earth" y por supuesto de la comercialidad de "Crises" o "Islands", hay un disco en la carrera musical de Mike Oldfield que ha levantado admiración y favoritismo más allá de tiempos y lugares: "Ommadawn" llegó en 1975 de la mano de Virgin Records y fue la demostración de que Oldfield era en esa época, simplemente, 'el mejor', un músico de otro planeta que había revolucionado los conceptos musicales con "Tubular Bells", el que había solapado dos números 1 cuando lanzó "Hergest Ridge" en plena crisis petrolífera, el que agobiado por el éxito y presa de una difícil personalidad y de peligrosos ataques de pánico, escapaba de la prensa y de la gente siempre que podía y se refugiaba en lo más profundo de la campiña. Y precisamente, tras la agobiante y ruidosa urbanidad de "Tubular Bells", que supuso una necesaria válvula de escape para el joven Oldfield, llegaron dos discos relajados, inspirados por la hierba (en sus dos sentidos) y por la libertad, y ante todo la confirmación de que cada obra de este jovencísimo compositor era distinta que la anterior.

A pesar de lo que se suele afirmar, "Ommadawn" no es música celta, es música de Mike Oldfield (un estilo que ya era propio) inspirada por la Irlanda de sus antepasados y por el folclore y la cultura celta, con influencias africanas e incluso orientales. El indudable encanto del arranque de la obra es solamente el inicio de una monumental sinfonía en la que todo es destacable, un primer acercamiento de Oldfield a la música étnica -lo que poco después comenzó a llamarse world music- con escasos atisbos clásicos, alejándose bastante de sus dos primeros plásticos. El folclore irlandés y la percusión africana se alían con la personalidad del rock, en una especie de historia de amor entre Oldfield y su público, una obra que huele a remembranzas familiares, a lluvia en la campiña británica, llena de dolor pero también de paz. Desde su mansión llamada The Beacon en el pequeño pueblo de Kington, en la frontera con Gales, y con las ideas no del todo claras, se acabó cuajando una convivencia perfecta -con la ayuda en la labor de ingeniería de Phil Newell- entre teclados, las guitarras ya características de Oldfield (que también se encarga de bajo, banjo, bouzouki, bodhrán, órgano, glockenspiel, arpa, mandolina, voces y algunas percusiones), las percusiones africanas del sudafricano Julian Bahula, las voces de Sally Oldfield, Clodagh Simmonds y Bridget St.John, y otros instrumentos más clásicos (chelo, trompeta) y folclóricos (especialmente las flautas de su hermano Terry y de Leslie Penning, y la gaita irlandesa del carismático líder de los Chieftains, Paddy Moloney). Que la obra acabara resultando casi perfecta es una muestra de que Oldfield estaba en esa época tocado por una varita mágica, ya que algunos colaboradores desvelan un cierto caos: Moloney asegura que tocó su parte a ultimísima hora y alegremente embriagado; Philip Newell, el ingeniero de sonido, revela desesperado que fue obligado a borrar unas increíbles melodías de guitarra porque Oldfield tuvo miedo de que la crítica no las aceptara; además, toda la primera parte de la obra tuvo que ser grabada de nuevo por un excesivo gastado de la defectuosa cinta original. A pesar de todo, el resultado acabó siendo impresionante, pero aparte de las virtudes que ya se alabaron en la época (el soberbio encuentro entre estilos, la condición de multiinstrumentista de un autor joven y misterioso), el paso del tiempo ha alimentado otras (parece imposible que el disco pase de moda tantas décadas después, y para la mayoría de la crítica y seguidores nunca se ha podido superar) para confirmar que la leyenda de "Ommadawn" existe y sigue estando viva. No podía ser menos después de admirar el resultado: en su primera parte el delicado comienzo, la continuación genuinamente folk y el maravilloso guitarreo que antecede al extracto más conocido, un desenlace apoteósico culminado por un enorme clímax, cuya monstruosa guitarra eléctrica final posee una fuerza descontrolada, metáfora de su propio nacimiento (así lo quiso ver él mismo), y deudora del dolor que le produjo la muerte de su madre escasas fechas atrás. La segunda parte, no menos inspirada, presenta tras un comienzo caótico donde conviven hasta 62 guitarras dobladas (en una nueva labor de ingeniería en el arcaico estudio de grabación), otro pasaje campestre con la gaita de Paddy Moloney ejecutando una bella melodía, y uno de los más apoteósicos solos de guitarra de toda la carrera de Oldfield, para concluir con la inocente pero simpática canción titulada "On Horseback", donde William Murray (un batería de la banda de Kevin Ayers con el que Mike convivía en The Beacon tras su última ruptura sentimental -que repetirá colaboración, como Paddy Moloney, Clodagh Simonds y Bridget St.John, en esa especie de segunda parte de "Ommadawn" que será "Amarok"-) y Mike Oldfield firman una letra en la que hablan de lo mucho que les gusta el campo, la cerveza, el queso, pero sobre todo montar a caballo. Simple y precioso, como un postre -dijo Oldfield- para cerrar relajadamente el álbum, una obra que por legendaria iba a gozar de dos continuaciones muy separadas en el tiempo: el glorioso "Amarok" en 1990 (obvio homenaje, aunque no incluyera el título del original), y un bonito resucitar en 2017 titulado "Return to Ommadawn".

"Ommadawn" es la pronunciación inglesa de la palabra gaélica "Amadian", que literalmente significa 'tonto', si bien los caprichos del lenguaje la asemejan a 'on my down' (en mi amanecer). La bucólica portada nos deja ver por primera vez el rostro de Mike Oldfield (enorme fotografía de David Bailey), aunque dentro hay mucho más que música para días lluviosos, hay lucidez y depresión, alegría y tristeza, esperanza y nostalgia, pero sobre todo, impregnando el conjunto, advertimos una belleza difícil de igualar, que la prensa de la época no supo apreciar en su totalidad, si bien no fue tan duramente atacado como "Hergest Ridge". Curiosamente, no alcanzó en Inglaterra el número 1 que sí había obtenido aquel, llegando sólo hasta el 5, y pasó sin pena ni gloria por las listas norteamericanas, aún habiendo ganado ese año el grammy por "Tubular Bells". Para afianzar el tirón del álbum, se comercializó un single con la deliciosa pieza "In Dulci Jubilo" en la cara A, y "On Horseback" en la B, y seguidamente otro con dos nuevas y deliciosas miniaturas de corte tradicional, "Portsmouth" y "Argiers", todas con la flauta del intérprete local Les Penning. De forma parecida que sus dos álbumes anteriores, puede que nunca se vuelvan a repetir, ni en Mike Oldfield ni en ningún otro artista, las condiciones que contribuyeron a crear un trabajo como "Ommadawn", es necesario entonces disfrutarlo como la obra única y genial que es, un trabajo que grita MAGIA en todas sus notas.

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11.5.07

PATRICK O'HEARN:
"Trust"

Después de sus grandes éxitos en Private Music, Patrick O'Hearn decidió salir de dicha compañía neoyorquina cuando consiguió montar un estudio con garantías y su propia compañía, Deep Cave Records. El motivo principal de la salida de Private fue la norma contractual por la que se cobraban los gastos de la grabación digital de cada disco como un avance de los beneficios futuros del mismo, lo que generaba retrasos y una cierta intranquilidad sobre las posibles ventas y expectativas. Además, el ambiente había cambiado, Peter Baumann vendió la compañía a BMG, y ya no existía ese trato humano con artistas como él o como Suzanne Ciani -otra que abandonó la compañía y fundó su propio sello, Seventh Wave-, que fueron los grandes valedores, junto a Yanni, de los comienzos de Private Music. O'Hearn se había forjado un nombre y una cierta fama que le permitía intentar la aventura de su propia compañía, y para inaugurarla se propuso dar el todo por el todo, dejando sentadas las bases del sonido que le iba a acompañar en los siguientes años, algo más oscuro dentro de la ambientalidad que siempre le había acompañado ("Indigo", su último disco con Private Music, había marcado el camino), y huyendo en lo posible de aquel pop instrumental con melodía que le había reportado tantos éxitos en los años anteriores (con "Rivers Gonna Rise" como su mayor logro). Eso no quiere decir que las características principales del 'sonido O´Hearn' fueran a desaparecer sino que el artista (que no sólo cambiaba de discográfica sino de nuevo de localidad, buscando cada vez más la huida de las grandes urbes y situándose esta vez en Bat Cave, Carolina del Norte), había culminado un difícil proceso de maduración, culminado en 1995 con el imponente "Trust".

Una primera escucha de "Trust" podría acomodar en el oyente menos informado ideas erróneas al respecto de su autor. Nacido como músico en la costa oeste de los Estados Unidos, encontró allí amistades importantes en su futura carrera, como las de Mark Isham, Terry Bozzio y Peter Maunu (estos dos últimos colaboran en "Trust", cada uno en un tema). En esta época, O'Hearn era un reputado bajista que encandilaba en la banda de Frank Zappa. La reconversión del bajista de rock al teclista de las grabaciones e instrumentaciones modernas y tecnificadas fue gradual, aunque el nombre al que hemos de agradecer mucho es al de Peter Baumann, ex-miembro de Tangerine Dream y creador del sello Private Music, donde Patrick consiguió sus éxitos New Age. Dicha tecnología y base musical contrasta con la idea seminal del disco, la que se puede desprender al contemplar la espléndida portada (que de hecho consiguió ese año el premio NAIRD al mejor diseño), una mano siluetada por un antepasado del hombre en una cueva prehistórica, sobre la cual se especifica en el libreto: "La fotografía de la mano fue realizada en 1991 en el descubrimiento ahora conocido como la cueva de Cosquer, en Francia. Como la cueva Lascaux, Cosquer es un depósito prehistórico del arte humano más antiguo, datado en el 12.000 a.C.". La utilización de música avanzada al respecto de elementos antiquísimos, algo primordial en la mentalidad de O'Hearn por lo demostrado en varios de sus álbumes, no provoca confusión ni perplejidad a pesar de no ir acompañada de ningún elemento vocal o ancestral, realmente concuerda y parece representar un viaje iniciático al interior de cada uno, las composiciones están cargadas positivamente, su efecto es enérgico y revitalizante. Grandísimos fondos y efectos de sonido (programaciones, percusiones electrónicas, bajo -se evidencian sus comienzos y su dominio de este instrumento- y guitarra texturizada corren a cargo de O'Hearn) complementan inquietas melodías entrelazadas en forma de 'rave' ambiental ("Liberty", "Synergy"), enormes paisajes sonoros que bien podrían adornar imágenes ("Two Continents", "3 Circles") o bien ambientalidades más sencillas y personales para admirar a la orilla del mar o en el silencio de nuestro rincón favorito ("Equinox", "Trust"). El alquimista del sonido que nos encontrábamos en "Indigo", intenta beber de fuentes primigenias como su admirado Steve Roach y, fundiendo el antes y el después, ofrece una obra pulcra y admirable, cuya primera parte es sencillamente magistral, una liturgia de ritmo y ambiente en la que se pueden disfrutar algunos de sus mayores logros (no en vano habían pasado cuatro largos años desde la publicación de "Indigo"), donde se pueden destacar el inmenso y completísimo comienzo de título "Liberty" (que podría haber formado parte de cualquiera de las grandes obras de O'Hearn, especialmente entre las atmósferas de "Indigo"), la envolvente "Two Continents" y sobre todo la fenomenal "Synergy", que parece querer representar una continuación de aquel viejo éxito recordado por todos (y si no, Canal+ nos lo hacía recordar en la cabecera de cada partido de liga) titulado "April Fool".

El comienzo de Deep Cave Records no podía ser mejor, un disco especial, inquietante, de una calidad indudable, que estuvo nominado al premio Grammy de ese año en la categoría New Age (lo cual tampoco es decir mucho, aunque representa un cierto mérito para una compañía nueva, sin respaldo de multinacionales) y consiguió dos premios Indie NAIRD. Sin embargo, "Trust" contó con un hándicap en su disponibilidad al público, dado el cierre del negocio del distribuidor. De hecho, tras otro poético trabajo de título "Metaphor", y en el momento de mayor declive de la industria de la música instrumental, Deep Cave desapareció, si bien O'Hearn continuó publicando su propia música bajo su antigua referencia de Gypsy Joker Music. Finalmente, este álbum y el segundo de Deep Cave Records, se pueden adquirir directamente en la web de Patrick O'Hearn, como los siguientes del bajista. Y como la traducción de "Trust" sería 'confianza' -que seguramente estaría indicada respecto a él mismo, por la situación a la que se enfrentaba con la distribución de su música-, qué mejor que acabar expresando una gran confianza en que este magistral artista, que actualmente vive con su familia en una pequeña granja cerca de Nashville, Tennessee, consiga resurgir para la New Age y llegar a niveles parejos a los de "Trust".

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6.5.07

JAVIER PAXARIÑO:
"Temurá"

Muchos hombres y mujeres, por muy poderosos que hayan sido, han caído rendidos ante la belleza de la majestuosa Alhambra de Granada. Colosal ejemplo de arquitectura, inspiradora para todas las artes, a buen seguro influyó en un músico genial, también granadino, llamado Javier Paxariño, un especialista en instrumentos de viento, ejemplo de evolución y aprendizaje hasta haber encontrado el sonido adecuado a su búsqueda, la de la expresión de su interioridad y comunicación con el mundo. Javier lo intentó con el rock y con el jazz, géneros que siempre han acabado dejándole alguna huella, pero el planteamiento principal de su especial sonoridad está ligado a la música étnica, en gran medida por la instrumentación utilizada en sus discos. "Espacio interior" fue el primer paso en forma de plástico, pero su jazz llegó a pocos oídos en un país no muy acostumbrado a estas sonoridades; con "Pangea" (grabado para el sello de Juan Alberto Arteche, Música Sin Fin) la crítica lo escuchó y valoró como un fenómeno a seguir, y el acicate que supuso hacía esperar mucho de su siguiente trabajo, y todas las espectativas fueron cumplidas con creces en "Temurá", un disco muy distinto al anterior, producido por Suso Saiz (que ya produjo "Espacio interior", aunque no "Pangea", de lo cual se ocupó Arteche) y publicado en 1994 por Nuba Records. Y como la pintura era otra de las pasiones de su autor, al igual que en sus anteriores obras, presentaba una obra de Ana Casal en la portada, ya de inicio mágica y misteriosa.

Si "Pangea" era un viaje alrededor del mundo (en realidad, y según el libreto, a través del continente único y primigenio), "Temurá" estaba enteramente ubicado en nuestro país, concretamente en la corte de Alfonso X, donde convivían tres grandes culturas, cristiana, judía y musulmana. El título se refiere a una de las técnicas usadas por los cabalistas para descifrar textos en clave usando cambios y permutaciones, verdades ocultas, nociones religiosas, secretos de la naturaleza y hechos de historia que pasaban de una generación a otra, algo que Paxariño asocia a su propia música como combinación de instrumentos y culturas. Y es desde las primeras notas cuando formamos parte de su juego, merced a una extraordinaria capacidad para adaptar y transformar la historia y la religiosidad de la época en una música que, literalmente, nos hipnotiza. Las canciones se suceden con asombrosa elegancia en este ambicioso trabajo en el cual Paxariño busca y encuentra el alma de los instrumentos de viento. Es también remarcable el inmenso trabajo percusivo que acompaña a la obra, donde hay que destacar, junto a Pedro Estevan y Rogerio de Souza, al invitado de lujo que supone Glen Vélez, miembro del Paul Winter Consort y amigo de Suso Sáiz (se lo presentó a Javier cuando Glen vino a España de gira con Paul Winter), que se vale de todos estos útiles: Tar, Riq, Bendir, Shakers, Caxixis, Bodhran, Pandero, Brushes, Mizrab, Buzz Sticks y Overtone Singing. Lógicamente, también nos encontramos con fenomenales vientos (Paxariño deslumbra con flauta, flauta baja, clarinete bajo, bansuri, saxo soprano, ney, shakuhachi, ti-tsé, saxello y qasbah), pero el trabajo se nutre también de otros importantes nombres, como los de Eduardo Laguillo, Tino di Geraldo, Dimitri Psonis, Alberto Iglesias, Chano Domínguez y, por supuesto, Suso. Si además se nos regala de súbito en el tema inicial la gravísima voz de Pablo Guerrero, sólo se podría pedir que las composiciones tuvieran un cierto nivel y coherencia, y aquí es donde surge el genio de Paxariño en todo su esplendor. La obra es sencillamente impresionante, la bienvenida nos la da un suave arrullo percusivo al que se superponen delicados vientos hasta que Pablo Guerrero hace su aparición con un texto en latín ("Nos peccata relaxamus et laxatos collocamus in sedibus ethereis / Nos habemus Petri leges ad ligandos omnes reges in manicis ferreis") y comienza un éxtasis étnico-ambiental de unos siete minutos con una increible intensidad y el título de "Conductus mundi" (los conductus eran cantos que los monjes medievales utilizaban en sus desplazamientos): "Está basado en un ritmo procesional y sobre ese ostinato diseñé una melodía modal en un tono que, como en el Bolero de Ravel, va siendo transitada por diferentes instrumentos, primero una flauta baja, después un clarinete bajo, una flauta normal, una viola y un recorder". Si bien sorprende ese comienzo, enseguida llega la perla del disco, "Cortesanos", tema donde un delirio de guitarra española, teclados, vientos (con una rítmica e hipnótica repetición de motivo melódico a mitad de tema) y percusión (grandísimo Glen Vélez en su solo, perfectamente acoplado en la pieza) alcanzan una sobrecogedora conjunción que deja sin palabras. El clarinete que nos recibe en "Preludio y danza" no sólo pregona un cierto minimalismo (un interés por las melodías repetitivas que se deja notar en otras de las canciones) sino que viene acompañado de un atrevido juego de cuerdas (arreglos de Alberto Iglesias, para cuyas bandas sonoras ha aportado Javier sus vientos) al compás de los tambores. Paxariño se desata en melodías claras desnudas en apariencia ("Canto del viento") o envueltas en un manto de cuidada instrumentación ("Rueda de juglar") que nos conducen a un pasado colorido y aromático. En "Suspiro del moro" retorna la interioridad ambiental sin melodía clara que también aparece en "Tierra baja", dejando para el final tres apabullantes creaciones: la señorial "Reyes y reinas", la titulada así mismo "Temurá" (otra de las cumbres del álbum en todos los sentidos, por investigación, composición e interpretación, un tema completísimo con una bellísima melodía al nei y saxello, que hace crecer aún más cualquier admiración por este trabajo y su autor) y "Mater aúrea", colofón de acertada medievalidad (el desafío de "Temurá" era lograr una música de aquel tiempo sin utilizar nada ya compuesto) para un disco facilísimo de escuchar y sorprendentemente evocativo, un grandísimo acierto en la carrera de Javier Paxariño y posiblemente uno de los mejores álbumes de la década en España. Tal cantidad de instrumentos y nombres implicados (amigos en su mayoría) generó una labor de ingeniería en el estudio de grabación, así como numerosas adaptaciones en la ejecución de las piezas, cuando alguno de esos músicos proponía algún cambio o añadido interesante: "Es un disco instrumentalmente ambicioso en el sentido de que las melodías están tocadas por más de un instrumento a la vez y, en muchos casos, dobladas por mí mismo". De esta manera, además, el directo era harto complicado, teniendo que adaptar la gran mayoría de las piezas. Ya lo decía la publicidad de Nuba Records: "En esta obra el instrumento musical vuelve a ser objeto de culto".

Desde que salió del conservatorio a finales de los 80, Javier Paxariño comenzó a involucrarse en bandas de jazz a la vez que prestaba su destreza con los instrumentos de viento a músicos como Miguel Ríos, Joaquín Sabina, Luis Eduardo Aute, Joan Bibiloni o Víctor Manuel y Ana Belén. Años después, "Temurá" es un disco que estaba esperando a que alguien lo compusiera y grabara. Las musas llegaron hasta Paxariño, para instalar este trabajo como una de las grandes obras de música de raíz hechas en España. Aunque no diera el salto a los Estados Unidos como el "Lezao" de su amigo Tomás San Miguel o "Duende" de José Luis Encinas (sin duda merecía que Narada o cualquier otro sello se hubiera interesado), "Temurá" supuso un pequeño éxito en Europa (en especial en Alemania, distribuído con diferente portada por el sello ACT) sin demasiado gasto en promoción. En este álbum fresco y excitante, Paxariño se muestra como un medium que conecta con los fantasmas de hace ocho siglos, y su inspiración parece encontrarse en un superior plano de existencia, un momento único en su carrera en el que consigue unir en un mismo abrazo a cristianos, judíos y musulmanes. Escuchando este disco que él calificaba como 'oscuro', parecen encontrarse entre sus notas ciertas claves mágicas y místicas, por lo que si la piedra filosofal pudiera hallarse en la música, tal vez habría que empezar buscando entre las notas de esta obra magna.





29.4.07

DEAD CAN DANCE:
"Within the realm of a dying sun"

Dead Can Dance son uno de esos extraños ejemplos de grupos a los que el paso del tiempo, lejos de sumirlos en un triste olvido, ha revitalizado y continúa elevándolos al lugar que merecen en el panorama musical, aún habiendo vivido un letargo del que despertaron tras muchos años de silencio. La esencia de su música procede de un inframundo donde los muertos pueden bailar, es decir, donde pasado y presente se funden en una comunión perfecta, desafiando, con sus voces heréticas, a la esencia misma de la naturaleza humana. De tan particular, extraño y cambiante que resulta, este sonido es casi inclasificable, constituyendo su propio estilo, que antes de tomar elementos de las músicas del mundo se acercaba a lo gótico, como sucede en el disco aquí comentado. Sin embargo, una ligera escucha de su música desvela los elementos decisivos que la acercan a un público numeroso y variopinto: la escogida instrumentación, el uso especial de las voces, el halo de misterio que desprenden, y sobre todo la búsqueda estética, la huida de los convencionalismos del rock y el pop para innovar hacia caminos que en esa época estaban totalmente abiertos ("desde nuestra creación en 1981 hemos rechazado englobarnos dentro de las tendencias musicales menos exigentes, adoptando tradiciones musicales diversas y adaptándolas a nuestras propias necesidades, causando a menudo la consternación a aquellos que intentan clasificar nuestra música").

Pesimista, tenebrosa, incluso apocalíptica, así se percibe esta grandiosa música destilada por Brendan Perry y Lisa Gerrard. El primero, anglo-irlandés criado en Australia, aporta la esencia folk derivada hacia la electrónica y una gloriosa poesía romántica. La segunda, nacida en Melbourne, se nutrió de la multiculturalidad desde su infancia por su familia -también emigrantes irlandeses- y entorno, influencias celtas, árabes y mediterráneas que a la larga ha aportado a su música, tanto en Dead Can Dance como en solitario. Las canciones de este disco, publicado en 1987 por 4AD, el sello de rock alternativo que les acogió cuando emigraron a Londres, van más allá de la letra o de la música, parecen conectar con otra realidad, de tal manera que definitivamente, al final es inevitable quedarse atrapado en su sonido, de hecho la capacidad hipnótica de algunas de las piezas hace que su duración se antoje realmente corta. La nueva mentalidad de un grupo que firmó su homónimo álbum de debut tres años atrás provino de una concienciación de cambio estético, a partir de la cual se trabajó casi de manera experimental en base a formas clásicas y folclóricas, así como una instrumentación distinta a la habitual de guitarra, bajo y batería, con la incorporación de cuerdas y metales. "Within the realm of a dying sun" contiene en su escasa duración un desarrollo específico, totalmente buscado por Lisa y Brendan, por el cual nos encontramos con una primera parte dominada por la voz de Brendan Perry, para que Lisa Gerrard tome el relevo en la segunda. En cierto modo parece existir un camino que nos conduce de la oscuridad hacia la luz, con un seguro significado de renacimiento. La parte de Brendan es misteriosa, inquietante, dominada por los teclados, fondos de violines y chelos, y unos fabulosos vientos entre los que destacan, en esa búsqueda de distinta instrumentación, el trombón, la tuba y la trompeta. Aparte del místico corte instrumental, "Windfall", tres son esos soberbios temas cantados por Perry: "Anywhere out of the world", "In the wake of adversity" y la excepcional "Xavier", una de las cumbres del disco. A partir de aquí, y con la entrada de una fanfarria, le llega el turno a la terrenalidad de la voz de Lisa Gerrard marcando el camino venidero de la banda, pues estos cuatro temas restantes se desarrollan entre lo medieval ("Dawn of the iconoclast"), oriental ("Cantara"), religioso ("Summoning of the muse") y étnico ("Persephone"), en un total eclecticismo. "Cantara" es, junto con la mencionada "Xavier", lo mejor del trabajo, una genial base instrumental de cuerda (el salterio, vistoso y de sonoridad medieval) que acaba siendo acomodo de un hipnótico ritmo típicamente oriental, constituyendo una de las grandes canciones del grupo y plato fuerte de sus directos. Varias de las canciones de este disco han sido versionadas o algunos de sus extractos sampleados por grupos de rock gótico, folk o música electrónica.

El aire tétrico que le otorgan los metales, el romanticismo de su primera parte, lo enigmático de sus voces, incluso el panteón de la portada del álbum (de la familia del naturalista François-Vincent Raspail, en el cementerio parisino de Père-Lachaise), van en concordancia con el nombre del grupo, aunque como éste, sólo son instrumentos para encubrir una forma única de asociar música y emociones. Ellos marcaron un camino a seguir, y no son pocos los grupos que los reverencian y que intentan imitar su experimentación y ese camino hacia un mundo interior que curiosamente es también universal. Así son Dead Can Dance, un grupo atrapado en otro tiempo, anclado musicalmente en un pasado entre medieval y tribal, en una polivalencia que roza lo mágico. Si desconocéis su trabajo, es inevitable que tarde o temprano caigáis en su exclusivo mundo, y aunque cualquiera de sus discos es recomendable, tal vez un buen comienzo sería este colosal "Within the realm of a dying sun".





22.4.07

BILL DOUGLAS:
"Jewel lake"


Si tuviéramos que destacar a un músico por la sensibilidad que transmite en su obra, entre las elecciones más seguras se encontraría Bill Douglas, un artista entrañable, ceremonioso, todo un personaje de la música instrumental (lo que entonces se unificaba como 'new age') que gozó de un gran éxito popular en las dos últimas décadas del siglo XX. Detrás de esa sonrisa burlona se esconde un compositor ecléctico donde los haya, un buscador infatigable del sonido más agradable. En sus discos juega con nuestros sentimientos como un niño con una peonza, y solamente su pelo canoso es más identificable que sus melodías, consecuencia de numerosas influencias y experiencias de toda índole, rock (imitaciones de Elvis o Little Richard en los 50), jazz (pianista allá por los 60, y enamorado del sonido de Lee Konitz, Miles Davis o Bill Evans), world music (estudió músicas africana, india -con predilección por Ali Akbar Khan- y brasileña en los 70), clásica (es un hábil fagotista y ha compuesto multitud de piezas, algunas de ellas para su gran amigo, el inimitable clarinetista Richard Stoltzman) y por supuesto esa hábil conjunción de todas ellas, incluidas la celta, coral (del renacimiento, especialmente) y ambiental, con que este canadiense nacido en 1944 en un ambiente familiar absolutamente musical, ha triunfado también en las Nuevas Músicas.

"Jewel lake" fue el primero de sus trabajos en este campo y con su propio nombre, que llegó de la mano del sello norteamericano Hearts of Space en 1988. Él ya había colaborado activamente en varios trabajos de Richard Stoltzman y un amigo, John Pearson, decidió enviarle a Stephen Hill (propietario de Hearts of Space) una copia de uno de esos discos, "Begin sweet world", que se ha convertido también en todo un clásico. Fue Stephen el que telefoneó a Bill para que hiciera un disco para su sello, y Bill decidió que su música encesitaba para ello un sutil toque eléctrico, por lo que adquirió enseguida dos sintetizadores, un Yamaha DX7 y un Roland D50. En cuanto a la inspiración, el músico nos contaba que "provino de la música coral del Renacimiento, en particular la música de Byrd, Josquin y Tallis. Otra gran influencia fue la música popular de las islas británicas, particularmente Ralph Vaughan Williams y Gustav Holst". Dos tipos de composiciones se citan en los primeros discos de Bill Douglas: por un lado, las dulces y melodiosas, donde los instrumentos de viento se entremezclan con los teclados, "Angelico" por ejemplo es el mejor de los comienzos, es la delicadeza hecha música -una pieza de título acertado, pues es una forma angelical de unir el teclado y el viento en una suerte de poesía ensoñadora que estuvo influenciada por el oratorio de Navidad de Vaughan Williams, "Hodie"- y en ella, como en "Dancing in the wind" o "Caroline", se aprecia una intensa dulzura, como en deliciosas piezas 'durmientes' como "Lullaby" -más que una canción de cuna, una balada de aroma jazzístico-, "Infant dreams" -que sí sería, en la práctica, una bella nana, vaporosa y de ambiente sereno-, "Folk Song " y sobre todo "Hymn" y esa dulce despedida que supone "Jewel lake", donde se produce el más emotivo de los diálogos entre teclado y oboe. Como una segunda vertiente de su inspiración, otra serie de piezas más aceleradas, como danzas irlandesas en las que cristalinos teclados juegan entre sí en una endiablada conjunción, como la popular "Highland" -rítmica y danzarina, con la que realizamos un largo y excitante viaje hasta el verdor de los paisajes irlandeses- o "Killarney", composiciones que han llegado a nosotros en forma de sintonías de algunos programas radiofónicos. En uno u otro caso, mediante poesía electroacústica o gracias a su herencia celta, Douglas confeccionó una obra intensa y emotiva, con grandes momentos fieles a un estilo desde entonces inconfundible del que, al final del álbum, llegarían otros dos grandes ejemplos, como son "Innisfree" -preciosa canción inspirada en un poema de Yeats, que si bien contará con letra para su siguiente trabajo aquí se basta únicamente con ese luminoso teclado con aspecto de nana y excepcional brillantez en su melodía- o ese pequeño himno (una hermosa bendición gaélica rescatada con acierto por Douglas) titulado "Deep peace", poesía cantada por la soprano Jane Grimes, que tampoco se quedará únicamente en este primer disco (de hecho titulará uno de sus futuros trabajos, donde recibirá otro tratamiento). La emotiva historia que hay detrás la cuenta así el artista: "Le envié esta grabación a mi padre como regalo de cumpleaños setenta y uno. 'Deep Peace' se convirtió en su pieza musical favorita, y la tocó una y otra vez. Murió de un ataque al corazón poco después de eso, y se tocó 'Deep Peace' en su funeral". Si bien decidió prescindir en esta obra del clarinete de su ocupadísimo amigo Stoltzman, Bill encontró felizmente en la flauta y sobre todo el oboe el mejor camino para conducirnos hacia románticas baladas o exóticas danzas. Bill se había casado en 1983 (bajo ceremonias budista y cristiana) con Caroline Starnes, y en 1985 había nacido su hija Catherine Karuna Douglas ('Karuna' significa 'compasión' en sánscrito), a la que también dedica el tema "Karuna" en este trabajo.

Escuchar "Jewel lake" es nadar en un lago sereno y apacible de aguas cristalinas, es saborear la extrema delicadeza de unas composiciones evocadoras y llenas de colorido, que ante todo inspiran, como dice el título de la canción antes mencionada, una 'paz profunda'. Los grandes músicos que han ejercido durante el tiempo una reconocida influencia en Bill Douglas, tan variados como Vaughan Williams, Miles Davis, Keith Jarrett, Ali Akbar Khan o Johan Sebastian Bach, estarían orgullosos de lo conseguido por este singular personaje y disfrutarían, como nosotros, de tan bello resultado y deliciosa ejecución: Bill Douglas se encargaba de interpretar fagot, piano y sintetizadores, Geoff Johns de las percusiones, Anne Stackpole de la flauta y Lisa Iottini del oboe, mientras que Stephen Hill producía el álbum. El consejo lógico es precisamente ese, bucear en este 'lago' para disfrutar de la 'joya' que representa.