8.4.07

SHADOWFAX:
"The dreams of children"


los seguidores más apasionados de la saga de "El señor de los anillos" no se les escapará el detalle de que Shadowfaw es el nombre del caballo de Gandalf. Los amantes de las Nuevas Músicas, así como del jazz y el blues más cercano a éstas o simplemente a los admiradores de las referencias del sello Windham Hill, no desconocen la existencia de un maravilloso grupo que si bien fue fundado en los 70 grabó su primer plástico para este mítico sello en 1982. Hasta entonces, todas las referencias de Windham Hill habían sido firmadas por artistas en solitario, desde Will Ackerman hasta George Winston pasando por Alex de Grassi o Scott Cossu, o dúos como los formados por Ira Stein y Russel Walder o Darol Anger y Barbara Higbie. En resumen, virtuosos que podían acompañarse por un pequeño conjunto o que deslumbraban en la plenitud de su instrumento acústico. Shadowfax fue la primera referencia de un grupo como tal, un conjunto que tuvo diversas formaciones y que entró en 1984 (el año de publicación de "The dreams of children") con G. E. Stinson a las guitarras y piano, Phil Maggini al bajo, Stuart Nevitt en las percusiones, Jamii Szmadzinski al violín y David C. Lewis a los teclados, bajo el liderazgo del gran Chuck Greenberg, que además aportaba el saxo y el sonido más característico de la banda a través de un instrumento ya obsoleto llamado lyricon, ni más ni menos que un saxo electrónico (el primer instrumento electrónico de viento) inventado por Bill Bernardi y Roger Noble, que por esa misma definición hace que se considere a Shadowfax como una banda de sonido tibiamente electrónico.

El inconfundible estilo del grupo, por obra y gracia de la sonoridad aflautada del lyricon (son más interesantes los momentos en los que Greenberg accede a este instrumento y aparca el saxo tradicional), se evidencia por completo nada más pulsar el play, en uno de los clásicos de la banda, "Another country", que como casi todos sus grandes canciones (tan célebres y melodiosas como "Angel's flight", "A thousand teardrops" o "Shadowdance") es obra de Chuck Greenberg. En esta, apabulla el lyricon en una melodía plena y efectiva, con gran envoltura instrumental. La línea musical de Shadowfax se ubica en un jazz melódico, suave y muy agradable de escuchar, no excesivamente profundo (ideal como música de fondo pero altamente recomendable para una escucha seria y prolongada), aderezado con elementos étnicos y de folk de cámara, con una calidad indudable en la composición y interpretación, en la que parece notarse el divertimento y la complicidad entre los músicos: "Eramos básicamente músicos de blues-rock que habían desarrollado un interés por el jazz y la improvisación, escuchando a otros grandes músicos como Miles Davis, Ornette Coleman, John Coltrane, Don Cherry o Weather Report". Tras dos grandes clásicos grabados para Windham Hill ("Shadowfax" en 1982 y "Shadowdance" en 1983), la banda conformó al año siguiente este completo plástico, "The dreams of children", un trabajo impoluto en cuanto a su calidad de sonido y profundidad instrumental (se nota y se disfruta cada instrumento, mas allá incluso de la excelsa calidad de sus intérpretes), dejando un poco de lado el free jazz de sus comienzos, y entrando en un juego mas comercial, perfectamente asentados en la onda de la música que vendía su casa de discos. En "The dreams of children" nos olvidamos de los temas puente de carácter experimental que podían, en menor medida, encontrarse en los álbumes anteriores, porque practicamente todas las canciones tienen sentido, ritmo y esencia sin dejar espacio al aburrimiento. Además de la mencionada joya "Another country", ahí están ejemplos como "Snowline" (sones de medianoche con un rotundo saxo) y "The big song" (un tema intenso donde la espléndida guitarra de Stinson da varios pasos adelante y crea su propio territorio en el disco), que anteceden a la excepcional, sensible y arrullante "The dreams of children", una pequeña nana conducida por el lyricon de Greenberg con la que se acaba de entender el titulo del álbum, pues se trata de una pequeña delicia infantiloide de gran carga emotiva. La sorpresa de la segunda parte del disco, donde nos encontramos con la interesante ambientalidad de "Kindred spirits" y "Shaman song" antes de llegar a una cierta intrascendencia final, es el quinto corte, de título "Word from the village", una completa incursión en el folclore africano de la mano de G. E. Stinson, que guiado por la voz de Morris Dollison y una asombrosa comunión de cuerdas, piano, viento y percusión, sorprende y deslumbra en una acertadísima fusión.

Cuando Shadowfax fichó por Windham Hill, Chuck Greenberg decidió conseguir los masters del primer plástico que grabaron en 1986, "Watercourse way", que poseía Passport Records, y fue listo al recomprarlos antes de que Shadowfax comenzaran a tomar importancia en los círculos de la música instrumental. De esta manera, los dirigentes de Passport estuvieron más que satisfechos de vender barato un producto que para ellos no era rentable, y la banda hizo un buen negocio al poder publicarlo de nuevo con Windham Hill en 1985. Antes de ello, y para el segundo disco con la compañía de Palo Alto, "Shadowdance", habían regrabado dos temas de aquel trabajo, la canción homónima y "Song for my brother". Además, en la estupenda recopilación "A winter's solstice", la compañía tuvo la excelente idea de incluir la canción más destacada y lírica de aquel primer álbum, "Petite aubade", una pequeña muestra de la excelencia de Chuck Greenberg, el alma del grupo y productor de los discos, que falleció el 4 de septiembre de 1995 víctima de un ataque al corazón. Su legado, así como el de su fiel Stinson y otros grandes músicos como el violinista Charlie Bisharat, que llegó años después del disco aquí reverenciado, fue la discografía de Shadowfax, un grupo de sonido inconfundible por obra y gracia de ese saxo electrónico llamado lyricon, que ganó el grammy al mejor álbum de new age en 1988 por "Folksongs for a nuclear village". La escucha de "The dreams of children" o de cualquiera de sus obras es un verdadero placer que hay que disfrutar y saborear con calma.



1.4.07

VANGELIS:
"El Greco"

Es tan difícil mantener la calidad en una carrera musical de 50 años como conservar la vitalidad de la juventud. Es lógico que los grandes, y me refiero a esos artistas que deslumbraron en los 70 con discos rompedores como Mike Oldfield, Jean Michel Jarre o el propio Vangelis, tengan momentos de bajón en su trayectoria, y que en su parte final se mantengan a base de detalles, intercalando retazos de aquella genialidad que seguramente no estaba perdida sino aletargada por el peso de los años, mostrándose dosificada. Así, de vez en cuando aceptan su verdadero lugar en el mundo de la música actual y, conscientes de su capacidad, consiguen recrear parte de aquellos viejos éxitos. El griego Vangelis, poco antes de publicar un interesante "Voices" en 1995, construyó un excepcional y sentido homenaje a su compatriota Doménikos Theotokópoulos, ilustre pintor más conocido como El Greco. Aquel disco titulado "Foros Timis ston Greco" ("Un tributo al Greco") tuvo un prensaje limitadísimo de 3000 copias, todas ellas firmadas por Vangelis, en una edición de lujo que se vendía a un precio aproximado de 90 euros en la 'National Gallery' de Atenas. La calidad del álbum contrajo una deuda con su público, por lo que tres años después, en 1998, y añadiendo tres nuevas composiciones (posiblemente descartadas en aquella primera edición), apareció gratamente en el mercado internacional el trabajo definitivo "El Greco", publicado por EastWest con la distribución de su sello principal, Warner Music.

Seguramente identificado con El Greco (no sólo les une su país de origen sino su exilio -Vangelis se dio a conocer en Francia, El Greco se inmortalizó en España-, sin olvidar que Vangelis también practica la pintura y la escultura), la inspiración para este disco fue enorme, brutal, y Evangelos Papathanassiou realizó una de sus grandes obras, lo que hablando de él es decir mucho. Como las pinturas de Doménikos Theotokópoulos, "El Greco" es un disco oscuro, pero Vangelis se desenvuelve perfectamente en esa oscuridad aportando una lucidez excepcional, lo cual se deja notar desde las primeras notas, cuando un inmenso sonido de fondo parece conducirnos con un candil a lo largo de todo el primer movimiento, una pieza de aroma bizantino, con una impresionante atmósfera religiosa como telón de fondo, un prodigio ambiental con varios planos de actividad a cual más interesante. El conjunto es, simplemente, maravilloso. Esa cadencia lenta y sugerente, tan épica como tantas otras del Vangelis de los viejos tiempos, nos conduce a un segundo movimiento en el que, por el poder visual de las notas, podemos ver al mismísimo Greco dar pinceladas, en un momento tremendamente empatizante a la vez que austero en su instrumentación, prácticamente como en todo el trabajo. Como suele ser habitual, Vangelis plantea la obra con su propia autoría, producción, arreglos e interpretación, sin dar detalles de los teclados e instrumentación utilizada. "Foros Timis ston Greco" constaba de siete movimientos a los que en 1998 se añadieron tres, correspondientes a los números III, V y VII en esta nueva edición, y da la impresión de ser los más vitalistas y de notas más claras de todo el trabajo, contrastando con el tono oscuro y misterioso del resto. Así, el tercer movimiento se presenta más vital y costumbrista (con una melodía como de arpa), el quinto más onírico, deslumbrante, con unas preciosas notas envolventes, y el séptimo es una pieza de estilo medieval con los coros más típicos de Vangelis, y aunque no llega al nivel de "1492" o de históricos éxitos como "Mask" o "Heaven and Hell", suena grandiosa y elocuente. De nuevo en los cortes antiguos, es necesario destacar la presencia, como guiño a la españolización de El Greco, de la soprano española Montserrat Caballé dominando un operístico y en cierto modo impactante cuarto movimiento (un aria de espectacular comunión entre teclista y vocalista), así como del tenor griego Konstantinos Paliatsaras en el sexto, más espiritual y místico. Vangelis se aliaba así de nuevo con la ópera, dando muestras de una soltura espectacular en estos dos cortes, como continuará haciendo en el futuro álbum "Mythodea". Algo distantes, ambientales y sosegados son los movimientos VIII y IX, para concluir con un décimo -"Movement X (Epilogue)"- en el que vuelven las notas luminosas para despedir el disco de forma optimista. En la portada, una de las obras más famosas e impactantes de la época española del pintor cretense, 'El caballero de la mano en el pecho'. El álbum contó con una nueva edición de lujo en caja de terciopelo rojo que se ofreció a los asistentes en la presentación de la obra en Atenas, una edición de coleccionista de la que se prensaron únicamente 500 copias.

Hay que agradecer que Vangelis rindiera tributo a El Greco de esta feliz manera, así como que él y la compañía discográfica decidieran expandir la primigenia edición limitada a un CD de más de 70 minutos abierto a todo el público, un trabajo que no hay que confundir con la banda sonora del film 'El Greco', coproducción griega, española y húngara dirigida por Yannis Smaragdis, publicada en 2007 y compuesta también por Vangelis, aunque de inspiración inferior a esta obra mística, espectacular e imprescindible comercializada una década antes. Se define a El Greco como un hombre ambiguo, de hábitos excéntricos y extrema devoción. Posiblemente sea su fuerza y creatividad lo que más le unía a Vangelis, que honró su memoria creando este inmenso disco, un tributo de un maestro de la música hacia un maestro de la pintura. Por lógica, una obra magistral.

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27.3.07

TIM STORY & VARIOS ARTISTAS:
"In Search of Angels"

Reales o imaginarios, visibles o invisibles, divinos o humanos, los ángeles han estado siempre cerca de nosotros, tanto como el ángel de la guarda que cada uno tenemos al lado. Posiblemente más desde terrenos cercanos a la filosofía new age que por movimientos religiosos de cualquier tipo, en los años 90 estos seres divinos tuvieron un especial momento de apogeo y popularidad, y en ese instante mágico vio la luz "In Search of Angels", un documental periodístico estadounidense dirigido en 1994 por Ken Short, y basado en el libro de igual título de David Connolly, que trataba sobre la búsqueda de los ángeles, sus huellas en la Tierra, sus cultos (tanto en un contexto cristiano como de adoración satánica al ángel caído) y en definitiva todo tipo de creencias al respecto de estos entes que tanto han inspirado en todas las artes, literatura, pintura, cine y música. Con buen tino y mucha delicadeza, Windham Hill publicó ese mismo año 1994 la enorme banda sonora del documental, un cuidadísimo testimonio musical de características casi divinas.

Para encontrar la música celestial adecuada se pensó en un doble juego, por un lado otorgar la composición de música incidental a un músico ambiental de garantías, trabajo que se otorgó a un inspirado Tim Story, y por otro buscar en los archivos de la compañía para encontrar piezas de gran nivel de ensoñación, suaves y lívidas, adecuadas para el tema a tratar. El teclista estadounidense Tim Story es un compositor serio y elegante, cuyo uso de la electrónica ambiental le ha valido calificativos como el de 'maestro de la música de cámara electrónica', y ciertamente, en sus creaciones para "In Search of Angels" (trabajo coetáneo de uno de sus grandes álbumes, "The Perfect Flaw") se respira un fabuloso ambiente impresionista que responde a su modo de ver la música, como un arte del que disfrutar en cualquier ocasión, "como una escultura o un jardín japonés", que se puede seguir admirando en todo momento. La música ideada por Story para la ocasión es etérea, sugerente, en su más típica línea atmosférica pero envuelta en un especial halo de fantasía, posiblemente tocado, precisamente, por un ángel. Algunas de las composiciones parecen deudoras de Erik Satie ("Angel of the Elegies", "Angelos"), si bien el mayor acierto es el impresionante tema principal ("Theme from In Search of Angels"), una chispa de especial sensibilidad, más aún, un maravilloso sueño del que es difícil despertar, aunque sólo se trata de la primera de varias joyas que vamos a disfrutar a lo largo y ancho de un trabajo cuya belleza comienza en su sugerente portada. Dada la temática del trabajo, un aura de religiosidad se respira a lo largo del mismo, un aroma sagrado recogido especialmente en canciones corales como el excepcional "Requiem in Paradisum" de Gabriel Fauré, interpretado por el coro del Trinity College de Cambridge, o en las participaciones del St. Olaf Choir o The American Boychoir. Grandes canciones se citan en el resto del disco, con tres puntos fuertes: "The Oh of Pleasure" (del sintesista Ray Lynch, incluido en su afamado trabajo "Deep Breakfast"), "Close Cover" (el gran clásico del pianista belga Wim Mertens) y una pieza única, sensible, delicada, de título "Reflection", creación del noruego Oystein Sevag para su trabajo "Global House". Lynch, Mertens, Sevag, así como otros músicos de reconocido prestigio como el trompetista Mark Isham (otro clásico de siempre de Windham Hill), la arpista Therese Schroeder-Sheker, y por supuesto Tim Story (que también aporta un tema antiguo, "Woman of the Well", de su único trabajo completo para Windham Hill, "Glass Green"), contribuyen a darle un caché especial al 'soundtrack', en el que hay que destacar también la presencia de cantautoras norteamericanas como Patty Larkin, Jane Siberry o K.D.Lang. Efectivamente, aun cuanto resulte extraña, la elección de estas cantautoras más conocidas en los círculos del folk y del country se acomoda eficazmente a la causa del documental, tanto la rotunda canción "Calling All Angels" de las canadienses Jane Siberry y K.D.Lang, deudoras de Joni Mitchell, como la composición "Good Thing (Angels Running)" de la estadounidense Patty Larkin, que grabó varios discos en los 90 para el sello subsidiario de Windham Hill, High Street Records. Aunque Tim Story estuviera ya a estas alturas plenamente integrado en la nómina de otro importante sello norteamericano, Hearts of Space, seguiría colaborando activamente con Windham Hill en compilaciones temáticas como "The Impressionists", "The Romantics", "The Bach variations", "Adagio" o varias ediciones de "A Winter Solstice", entre otras.

En la contraportada del disco se describían así las intenciones del mismo: "De todas las artes, ninguna posee más características de lo divino que la música. Y durante miles de años, los ángeles han sido una imagen persistente e influyente en la vida humana. Esta especial colección de música se inspira en la paz, la belleza y el encanto de los ángeles de cualquier sitio". En el interior, citas de poetas, santos, eclesiásticos e incluso del Corán ensalzan y definen a estos 'mensajeros de la luz'. En el año 2000 Windham Hill reeditó el "In Search of Angels" con una portada diferente y una drástica reducción en el número de cortes, pasando de los 16 originales a 12, si bien con la curiosa característica de la inclusión de nuevos e importantes artistas, como George Winston o Angels of Venice, en detrimento de otros no menos vitales como Wim Mertens o Ray Lynch. Cosas de las discográficas. En una u otra edición, aunque aconsejando soberanamente la primera, es destacable la gloriosa reunión de elementos que conforma un álbum angelical, más que digno de glosar las hazañas de estos seres alados a los que rinde tributo, y por supuesto imprescindible en nuestros hogares.

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23.3.07

JAMES ASHER:
"The great wheel"

A comienzos de los 90 el sello norteamericano Music West recogía en su catálogo una estupenda colección de discos y artistas, destacando poderosamente los primeros trabajos de Ray Lynch, el prometedor debut del noruego Oystein Sevag titulado "Close your eyes and see" y el inolvidable "Enchantment" de Chris Spheeris y Paul Voudouris. Cuando tras pocos años de actividad dicho sello desapareció, practicamente todos ellos encontraron afortunado acomodo en otras compañías, que se encargaron de volver a editar aquellos gloriosos trabajos para nuestro disfrute. Otro de los ejemplos es el de un inglés llamado James Asher que vió como su disco "The great wheel", publicado por Music West en 1990, fue reeditado por Silver Wave Records a partir de 1993. La historia de "The great wheel" es sin embargo anterior: Asher, desde finales de los 70, desarrolló una música instrumental de difícil clasificación en los sellos londinenses Studio G y Bruton Music (en realidad autodefinidos como bibliotecas musicales, un catálogo de canciones de diversos estilos para poder utilizar en diferentes campos artísticos), una veintena de trabajos descatalogados con algo de psicodelia, de electrónica y de ambientes innovadores, que fueron la semilla de "The great wheel". De hecho, la primera edición del disco que nos ocupa, con una portada muy divertida, la publicó en 1988 el mencionado Studio G; más artística, medieval, es la de la segunda edición, también de 1988 por parte del sello del propio Asher, Lumina Music: "descontento con las opciones que pude encontrar para publicar en el Reino Unido este álbum, fundé una nueva compañía con el editor John Gale, Lumina Música. Por suerte para mí, "The great wheel" fue adquirido por el sello estadounidense Music West. Su gran éxito con Ray Lynch me ofreció una gran plataforma para desarrollar mi identidad artista. Allan Kaplan era dueño de Music West, y aunque la compañía desapareciera, él sigue siendo un amigo hoy en día".

Sin ser posiblemente tan elogioso como algunas de la obras que compartieron acomodo temporal en Music West, bien se podría calificar a "The great wheel" como un disco iluminado, fácil de escuchar y con momentos altamente interesantes en varias facetas, en definitiva un pequeño clásico de las Nuevas Músicas que llegó al número 13 en las listas de new age de la revista Billboard, en la que permaneció dos años. Con un buen equilibrio entre lo acústico y lo electrónico, en el CD nos encontramos con una primera parte de pop instrumental con elementos de jazz y world music, y una segunda consistente en una larga composición meditativa y cíclica que en definitiva es lo mejor del trabajo. Los temas cortos resultan agradables de escuchar pero, salvo los tres primeros, adolecen de una producción algo blanda y escaso contenido, nuevos ejemplos de biblioteca musical que aún así pueden complacer a un amplio público deseoso de melodías fáciles. Un caso aparte constituyen esos tres primeros cortes: "Celebration" es una canción rítmica y rica en matices, con un atractivo saxo (interpretado por Andrew Milnes) que le otorga un componente jazzístico cercano al smooth jazz, aunque algo más electrónico merced a los fondos y demás instrumentación. "Jeunesse" es una bonita y delicada composición semejante a un vals modernizado, sin lugar a dudas el mayor acierto de esta primera parte del disco. Otro bello ejemplo entre el clasicismo y la electrónica es "Bagatelle", y a partir de ahí pequeños detalles ("Morning light", "This stillness") hasta llegar a "The great wheel", la composición larga que nomina al trabajo. Aquí, Asher demuestra poder conducir perfectamente una creación cíclica de 30 minutos que no se hace en absoluto larga (algunos críticos la definieron como un poema sinfónico) combinando pausas e instrumentos para conseguir un efecto relajante, ambiental, cálido en el uso de la electrónica, con la suave inclusión de instrumentos acústicos y una buena percusión, y envolvente tal como hace ver la portada de la edición definitiva del trabajo, esa gran rueda de la vida que gira sin descanso conduciéndonos por ella: "La canción que da título al disco comenzó como un experimento para comprobar lo bien que podría hacer transiciones entre un ciclo de acordes, con el fin de crear algo extrañamente intemporal y de sentimiento infinito". El experimento resultó fabuloso, sin embargo, auspiciado por Silver Wave primero y New Earth Records posteriormente, Asher se embarcó desde entonces en un camino lleno de altibajos en las músicas del mundo y su vertiente más rítmica (llámese worldbeat, fusión étnica o como se desee), aunque puntualmente, con álbumes como "Dance of the light", ratificara las buenas sensaciones relajantes, incluso exultantes, de "The great wheel".

Nacido en Eastbourne (Sussex) en un ambiente familiar muy musical, a los siete años comenzó a tocar el violín, instrumento que dejó al no poder expresarse totalmente con él: "Sentí mucha más libertad en el piano y la batería", dijo. Beatles, Beach Boys, The Who (de hecho, llegó a colaborar con Pete Townshend) y otros clásicos como Chopin, Holst o Debussy fueron sus principales influencias en su camino musical, en el que se formó además como ingeniero de sonido. Todo ese recorrido originó "The great wheel", que produce junto a Philip Bagenal, y en el que se encarga de todos los instrumentos salvo del mencionado saxo y los tambores (a cargo de Duncan Gaffney). Algunas de las canciones de "The great wheel" fueron rescatadas en 2004 para el disco "Wolds within the wheel" publicado por la casa holandesa especializada en new age Oreade Music. En concreto fueron "Jeunesse", "The Stillness" y "The Great Wheel" las que aparecieron en este álbum de bonita portada (obra del propio Asher junto a Rory Baxter) junto a otras cinco composiciones primerizas del británico, manteniendo así actual el recuerdo de 'la gran rueda', un disco vital, a la par estimulante y relajante, cuya composición principal no puede faltar en cualquier discografía de música tranquila y meditativa de calidad.



16.3.07

PAUL HALLEY:
"Angel on a Stone Wall"

Pianista y organista nacido en 1952 en Inglaterra, Paul Halley es más conocido por el gran público como miembro del Paul Winter Consort, ese excelso grupo fundado y reunido por el saxofonista Paul Winter en el que Halley colaboraba activamente no sólo en la instrumentación sino además en la composición de gran parte de los temas. Aparte de su alto grado de excelencia con el Consort, resultó evidente que Halley se había guardado bastantes ideas para sus discos en solitario, y tras un discreto "Pianosongs" apareció este "Angel on a Stone Wall" en 1991 para Living Music -el sello del propio Paul Winter-, de mayor calidad y madurez, una pequeña inclusión en el folclore mundial con matices de jazz, pleno de religiosidad y un cierto clasicismo. Se trataba de un álbum muy animado y rítmico, sacro a su modo -no en vano Halley fue durante trece años organista de la catedral St. John the Divine de Nueva York, donde se grabaron varios trabajos del Consort-, que transmite en general una profunda alegría (como los discos de Paul Winter es una pequeña celebración) dominado por el piano pero con las virtuosas aportaciones de esa gran familia que formaba en esa época el Paul Winter Consort, es decir, Paul Winter al saxo, la percusión de Glen Vélez, las flautas de Rhonda Larson y el cello de Eugene Friesen, aparte de la guitarra de Oscar Castro-Neves, el bajo de Russ Landau y otras voces, sitar, tambores y demás complementos para que las ideas de Halley encontraran el acomodo perfecto en sus acertados arreglos.

"Angel on a Stone Wall" es además un ejemplo de cómo en cada viaje, en cada lugar que se visita, en sus gentes, sus monumentos y su cultura, se pueden encontrar influencias y captar pequeños detalles para incorporar a las propias ideas. La estética del Consort se deja notar ya desde el comienzo del disco, en "Sea Song", gran composición típica de Halley inspirada en los atardeceres de agosto en Nueva Escocia, rítmica y eficaz en su manera de interpretar un piano que domina plenamente la pieza, pero con unos complementos tan solventes como el saxo soprano de Paul Winter o unas percusiones que se dejan notar claramente en todo el trabajo, a manos no sólo de Glen Vélez sino también de Jamey Haddad y Nick Halley, hijo del autor de la obra. Más intimista es "La Alhambra" en su colorida melodía (adornada con el toque del sitar), y más mística e intensa la oración que da nombre al tercer corte, "Prayer", compuesto tras una visita del Consort a la sagrada ciudad de Jerusalen. La vivacidad vuelve con una agitanada y muy percusiva "Bulgarian Cowboy", y Halley nos sigue conduciendo con extremada pericia por melodías de piano que transmiten mucho sentimiento, como "Rollin On" o "Todo mundo", esta última muy festiva y alegre, una de las canciones más del estilo del Paul Winter Consort de todo el disco, donde Paul y Rhonda se dejan notar en un diálogo precioso de saxo y flauta. Sin embargo otras tres son posiblemente las composiciones más destacables del trabajo, "Montana" (melodía rutilante y evocadora, un colorido retrato de dicho estado norteño, que fue incluída en la gira del Consort de la que se grabó el disco "Spanish Angel"), "The Prince and the Pamper" (pieza de inspiración infantil que junto al piano presenta una soberbia guitarra que parece deudora de la conocida "Cavatina" de Stanley Myers) y "Ubi Caritas (Where There is Love)", fusión de música africana y canto gregoriano en un excepcional y contínuo clímax, posiblemente una de las canciones más recordadas, pero sobre todo más originales del álbum, que no en vano puede considerarse como un pequeño himno de multiculturalidad en su conjunción de las voces del coro de la catedral St. John the Divine de Nueva York y del conjunto de baile africano Abdel Salaam and The Forces of Nature; la casualidad hizo que sobre un ensayo del coro gregoriano se escuchara en toda su vitalidad la energía de The Forces of Nature, y lo que en un principio irritó a Halley acabó convirtiéndose en una mezcla sin igual que fue recogida en este maravilloso trabajo.


Paul Halley, que sigue embarcado en proyectos corales y eclesiásticos, fue miembro del Paul Winter Consort de 1980 a 1999, con el que ganó dos premios Grammy, por "Celtic Solstice" y por ese disco antes comentado grabado en directo en España de título internacional "Spanish Angel" (aunque su primera edición, que fue exclusivamente española, se titulara simplemente así, "En directo en España"). Compositor original, arreglista de excepción, muchos son los calificativos que podríamos otorgar a este músico, que con trabajos como "Angel on a Stone Wall" (producido por Russ Landau y Paul Winter, y que puede encontrarse con otra portada diferente a la aquí expuesta, más colorida, merced a una acertada reedición) se colocó, como poco, a la altura de su maestro, el mismo que siempre alababa las cualidades, musicales y personales, del organista. Escuchar sus creaciones, sin olvidarse de trabajos como "Angel on a Stone Wall", es un auténtico placer del que nadie debería prescindir.







9.3.07

CHRIS SPHEERIS:
"Culture"

Grecia es un país al que musicalmente siempre se le ha debido mucho, y especialmente en las últimas décadas del siglo XX ha aflorado de él mucho talento sin igual, músicos muy especiales, de enorme genialidad y a la vez muy variopintos: Vangelis o Yanni son ejemplos de grandes  teclistas, Iannis Xenakis o Mikis Theodorakis figuras clave de la música contemporánea, María Callas (la gran diva, de origen griego aunque nacida en los Estados Unidos), Demis Roussos o Nana Mouskouri como voces de siempre, y Eleftheria Arvanitaki, Alkistis Protopsalti, Haris Alexiou o Savina Yannatou como esas otras voces que, con mayor o menor recorrido musical, llegaron sorpresivamente a nuestros oídos en aquellos años de explosión cultural. Un ejemplo de otro músico de orígenes griegos (aunque nacido y criado en los Estados Unidos) que en el umbral de cambio de siglo consiguió crearse un nombre, vender un gran número de discos (en solitario y junto a su amigo Paul Voudouris) y imponer un estilo desenfadado y abierto de nueva música instrumental melódica, fue Chris Spheeris.

Más allá del éxito de sus colaboraciones con Voudouris (sin duda "Enchantment" es uno de los grandes álbumes del siglo XX en cuanto a este tipo de música), este multiinstrumentista nacido en Milwaukee ha destacado como un gran compositor en solitario. Sus influencias pasan de la música tradicional griega a los Beatles o Elton John, pero también Vangelis, Génesis o Brian Eno sonaron en su habitación mientras imaginaba ingenuos acordes con intereses adolescentes. Con tal amalgama de estilos fue tejiendo sus propias ideas, pero escuchando su música se pueden deducir dos cosas, que es personal y espiritual, y que está notablemente influida por un espíritu viajero ("mis padres me animaron siempre a viajar y vivir la experiencia de otras culturas; donde quiera que fuéramos veía y escuchaba, y crecí en un vocabulario de sonidos exóticos y adornos musicales"). La confluencia de estas características dota a sus discos de un exotismo propio y sincero, que Chris fue explorando en trabajos como "Desires of the heart" o "Pathways to surrender", publicados en lo 80 por el sello Columbia, que pretendía lanzar a este guapo intérprete como una nueva figura instrumental de guitarra. A pesar de su calidad, el experimento no cuajó, y tuvo que ser "Enchantment" el álbum que originara un segundo despegue en la carrera en solitario de Spheeris, en ese momento en el que él y Paul Voudouris se dedicaron de nuevo a sus ideas en solitario. Así surgió "Culture", publicado en 1993 por Essence Records (el sello del propio Spheeris, del que "Culture" fue la primera referencia en solitario, y que distribuyó en España Resistencia), un álbum especialmente transcultural, profundo espiritualmente aunque posiblemente más 'global' que otros de sus éxitos anteriores (si bien canciones como "Pura vida", de "Enchantment", se acercan notablemente a esas intenciones). En él, este apuesto músico de sonrisa carismática nos invita a su particular viaje -por sitios cuyos sonidos ambientales reales se pueden escuchar en el disco, como Grecia, Tailandia, India y su propio lugar de residencia, Sedona (Arizona)- y acierta en su exposición e interpretación del mismo, de una forma cálida, familiar, pero ante todo, y como siempre en su música, vital y optimista. "Aria" es una pieza perfecta como primer single, directo y poderoso, una espectacular puesta en escena de una instrumentación sencilla (guitarra, teclados y percusión) y enérgica, capaz de catapultar un disco al éxito por su radiodifusión en una época en la que esta música era tomada en serio y poseía una excepcional calidad. También de poderosa base rítmica, muy visual y cultural, son "Margarita" -otro corte destacado, demostración de un estado de forma fantástico- o "Elektra", así como "Sapphire", pero el trabajo presenta también otra cara, romántica, intimista y delicada, en composiciones como "Embrace", de hermosísimas notas de guitarra que no pueden quedar en el olvido una vez se escuchan, o "Allura", también tierna y apasionada. En ellas se pueden apreciar las especiales colaboraciones del álbum, el violonchelo (Kris Yenney) y la flauta (Kirstine Hebert) en la primera y el saxo alto (Zac Johnson) en la segunda. Además, David Peterson interpreta el oboe en "Bombay" (otro de esos cortes movidos y destacados, muy intercultural merced al sonido parecido al de un sitar) y en el tema final, One". Junto a "Aria", es sin embargo "Culture" el corte más popular y especial del disco, con su pegadiza melodía aflautada y ambientación oriental. Lo movido, visual, y lo romántico, pasional, alcanzan  juntos altísimas cotas de calidad, sólo hay que escuchar pequeñas maravillas como "Aria", "Culture", "Margarita", "Sapphire" o "Bombay" para darse cuenta de la genialidad de este guitarrista y multiinstrumentista residente en el desierto de Arizona y que nutre la sonoridad de sus guitarras, teclados y percusiones con flautas, chelos, saxos y oboes.

Tras la fachada de play-boy de Chris Spheeris se esconde un hombre humilde, abierto y sincero, un artista auténtico que impresiona con nuevos trabajos muy de vez en cuando, ocupado en otras aficiones como la fotografía, pintura o poesía. No es fácil continuar la senda marcada por una carrera plagada de éxitos, así que mientras esperamos la llegada de nuevas composiciones, es necesario paladear la esencia de su música en sus antiguos trabajos, de los que "Culture" (coproducido por Spheeris y Russell Bond, que se puede encontrar con portadas diferentes en formato digipack o en una posterior edición en caja normal) es un exótico ejemplo de calidad abierta al globo, pero ante todo de alegría y sentimiento, un disco emocionante que logró otro buen número de ventas y que conecta fácilmente con nuestros sentidos, inundando nuestro interior tanto de aventura como de añoranza.

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1.3.07

RAY LYNCH:
"No blue thing"

Los seguidores de la New Age encontraron en la década de los 70 una serie de artistas que marcaron el camino musical para la llegada de esa 'esperada' era de acuario. Músicos como Paul Horn, Vangelis, Paul Winter o Kitaro fueron adoptados como los nuevos gurús de este estilo de música tan espiritual y carismático. Ahí entró de lleno también Ray Lynch, compositor norteamericano e intérprete de guitarra, laud y teclados (en su familia había varios pianistas clásicos, por lo que se interesó muy joven por el piano), que había encontrado la fórmula del éxito bajo el título de un popular disco superventas titulado "Deep breakfast", y que con su siguiente trabajo, un elaborado lienzo salpicado de luz y color titulado "No blue thing", iba a conseguir lo que parecía imposible, igualar, y posiblemente superar, la calidad (tal vez no el carisma) de aquella mítica obra.

Corría el año 1989, cinco después de "Deep breakfast" -un lapso de tiempo necesario por los numerosos cambios tecnológicos de esta época convulsa, que iban a permitir una mayor gama de sonidos y mejores posibilidades de grabación-, y la desaparecida compañía Music West Records era la encargada de que "No blue thing" viera la luz (tras la desaparición de ésta, fue Windham Hill la que adquirió los derechos y editó los discos de Lynch, en el caso de "No blue thing" con portada distinta a la original). Precisamente una portada surrealista era lo primero que destacaba en la primera edición de este tercer trabajo del compositor de Utah, lo que parecía un huevo enmedio de un universo azul con un enorme destello central -tal vez un particular 'big bang'-, lo cual unido a ese título, 'Cosa no azul', comenzaba por otorgar un aire misterioso, daliniano, a la obra: posiblemente se trate de la recreación del mito de creación de ciertas culturas denominado 'huevo cósmico', que representa algún tipo de comienzo. Por fortuna la música aquí contenida no es nada surrealista ni oscura, sino planeada con una elegancia y sencillez sublimes, siete composiciones de originales títulos inspirados -como ya ocurriera en "Deep breakfast" y "The sky of mind"- en los escritos de su guía espiritual Sri Da Avabhasa (también conocido como Da Free John o Adi Da Samraj), un personaje esencial que le hizo volver a la música tras un periodo de crisis existencial; de hecho la 'ayuda' de este gurú se dejó notar por primera vez en 1982, en el álbum autoeditado en casete (posteriormente rescatado en CD) "Truth is the only profound". Abstraídos o no de grupos religiosos y filosofías orientalistas, lo importante para el oyente sigue siendo esa maravillosa música que, al comienzo del disco, flota lentamente hasta alcanzar la forma del tema homónimo a la obra, donde nos encontramos una de esas gráciles tonadas -esta es de las más inspiradas y recordadas, embelesa y no deja indiferente- que han hecho famoso a este artista a través de radios y televisiones: "No blue thing", aparte de melodía de concursos o fondo de debates, es una eficaz presentación de las dos caras de Ray Lynch, la envolvente, suave, meditativa, en definitiva neoclásica ("mi lenguaje musical está originado básicamente por el Renacimiento") y la divertida, juguetona, de notas alegres -casi infantiles- y modernas. Y ambas son igual de atrayentes y dignas de admiración, la primera es música para el alma, relaja y emociona ("Here & never found" posee un desarrollo conmovedor, apabullante, pero también la elevadora "Evening, yes" -que ya se escuchaba, primaria, en el mencionado "Truth is the only profound" con el título de "This i have noticed"- o "Drifted in a deeper land" pueden dejar sin palabras), la segunda para el cuerpo, activa y fascina ("Homeward at last" -con su inolvidable juego de teclas-, "The true spirit of Mom & Dad"). Y a pesar de su aparente sencillez, una escucha sosegada evidencia una melodiosidad múltiple en capas de teclados, guitarras clásicas (instrumentos interpretados por el propio Lynch, que no hay que olvidar estudió guitarra clásica en los 60 en Barcelona), o instrumentos de cámara (flautas y oboes en cuanto a los vientos, violines, violas y cellos por lo que corresponde a las cuerdas) que ejecutan bellas melodías solapadas en un todo equilibrado, que se escucha como pura magia en la inspirada combinación de estilos ("Clouds below your knees" o la propia "No blue thing"): "No sé de dónde me viene la inspiración, soy un ser humano y mis sentimientos los uso para perfilar el trabajo que escribo". En estos momentos de verdadero éxito, Music West compiló los tres primeros álbumes oficiales de Lynch, "The sky of mind", "Deep breakfast" y "No blue thing", en una caja titulada "The music of Ray Lynch".

Todo un mago combinando líneas musicales en el estudio, elaborando una maravillosa urdimbre (ideas sencillas que se vuelven complejas, decía Ray, hasta 25 partes sonando a la vez), Lynch difícilmente podría plasmar con garantías esta música en un concierto en vivo. Interesado también en la relación entre las matemáticas y la música, Ray proyectaba escribir un libro sobre esta temática, si bien ni libro ni disco acaban de ver la luz de ningún modo, una verdadera lástima de silencio compositivo, ya que pocos músicos instrumentales han sabido unificar como él en sus discos tecnología y contemporaneidad, alegría y sentimiento, interioridad y comercialidad, todo ello englobado en una mágica espiritualidad de raíz oriental. La suya es una música especial ("mi música se define a sí misma", decía), para el cuerpo y la mente, que merced a sus pegadizas melodías y a la bella envoltura neoclásica de la que hace gala, no es fácil de sacar de la cabeza tanto tiempo después. Parece que Ray mantiene su convicción de que lo importante no es la tecnología sino la calidad de la música ideada y producida, así que su discografía sigue sin novedades, y parece difícil que eso ocurra dadas las malas noticias sobre su propiedad en California, arrasada por los incendios de Lake County, que destruyeron no sólo su casa sino su estudio de grabación.

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22.2.07

TOMÁS SAN MIGUEL:
"Lezao"

Dentro de la gran variedad de instrumentos y útiles de percusión que nos podemos encontrar en la península ibérica, la txalaparta es uno de los más primitivos y místicos. De apariencia tosca y rudimentaria, consta de una serie de tablones de roble que se percuten con unas mazas, también de madera, denominadas maquilas, y que se toca entre dos personas, lo que hace de él un instrumento muy visual. El sonido ancestral que surge de sus entrañas pasó de ser reducto de las vascongadas a que, gracias al vitoriano Tomás San Miguel, trascendiera no sólo al resto de España sino practicamente a todo el planeta. El vehículo de esa expansión fue un espectacular disco titulado "Lezao", publicado en 1994 por el sello Nuevos Medios, discográfica que desapareció tras la muerte de su fundador, Mario Pacheco, tras cerca de 30 años luchando por la música española, especialmente por el mundo del joven flamenco.

Pianista y acordeonista de gran calidad, Tomás San Miguel siempre ha apostado por la integración de elementos ancestrales en las músicas actuales. Impactado por la rotundidad de este instrumento y por la leyenda que dice que los soldados romanos, al entrar por los valles de Euskadi, oían poderosos sonidos de madera que espantaban a sus caballos, quiso dedicar a la txalaparta su nueva fusión, dejando momentaneamente de lado sus proyectos más jazzísticos con el saxofonista Jorge Pardo. El resultado se convirtió de inmediato en uno de los discos españoles de folclore y nuevas músicas más impactantes y reconocidos en la década de los 90, tanto por su calidad intrínseca como por lo que supone para la música tradicional, en este caso la de Euskadi, ya que no sólo la txalaparta (interpretada en el disco por el grupo Gerla Beti) sino instrumentos de viento como el txistu o la alboka nos reciben en su obertura ("Obertura de Lezao"), anticipando el carácter ancestral de la obra y remontándonos a tiempos antiguos de trabajo artesanal: "Es el despertar de la madre Tierra, la naturaleza y sus elementos, agua, tierra, aire y fuego, que emergen a través de los sonidos de la música". El segundo corte va mucho más allá, "Síntomas" es un lujo para el oído, un ritmo acompasado mecido por la madera ("música de ritmo magnético, envuelta en una atmósfera de humo de chimenea en el paisaje de los últimos días del otoño") y adornado por las 'voces gregorianas' del Coro Samaniego (40 personas bajo la dirección de Aitor Saez de Cortázar) y por el grandioso saxo de Javier Paxariño, que acompaña toda la obra con sus flautas, saxos y demás instrumentos de viento, ofreciendo un auténtico recital y complementando a la perfección los teclados y acordeones de Tomás. Otro ilustre como Kepa Junkera hace también su aparición a la trikitixa y pandereta, en esta sucesión de temas compuestos por Tomás San Miguel. Danzas casi hipnóticas ("Aleación en danza", "Pléyades"), música festiva que nos acerca a campos y caseríos ("No tienes elección", "Maurizia" -sobre la que nos cuenta: "hay muchos músicos vascos que son labradores, gente de la tierra; para ellos, la música es una forma de expresar el calor y la alegría de sus seres. Maurizia, que ya se nos fué, nos dejó su memoria que alegra nuestras penas, con su voz, su pandereta y las canciones"-) y recuerdos camuflados en canciones ("El bertzolari", inspirado en una melodía tradicional, o ese gran momento íntimo que parece suponer "El nacimiento de Maritxu") se suceden en este pequeño universo de sensaciones de la tradición vasca, del que hay que destacar una melodía tradicional cuya armonía, nos dice, convoca a la entrega y seducción a la mujer: "Devociones", una de esas canciones casi perfectas que perviven en la memoria y son capaces de aletargar nuestros sentidos; en ella están presentes los elementos más decisivos del éxito de este disco, el piano de Tomás San Miguel, el penetrante saxo de Javier Paxariño, la txalaparta de Gerla Beti, las voces de corte tradicional (en este caso de Víctor de la Torre y Fernando Idíaquez) y una estética tan actual que sorprende por la paradoja (eterna en las Nuevas Músicas) de que algo tan antiguo pueda sonar tan moderno y decididamente atractivo. 

Con "Lezao" Tomás san Miguel inauguró una trilogía que tuvo continuación en "Ten" y "Dan txa". La asimilación de sus raíces (aunque tardía, ya que fue con 30 años cumplidos cuando descubrió la txalaparta en el caserío de Lezao) dió lugar a este lenguaje musical tan auténtico y mágico, tanto que el sello Narada se fijó en él y distribuyó "Lezao" en Estados Unidos con portada distinta y gran éxito de crítica. Este músico casi anónimo, autor entre otras sintonías de las de Radio Nacional de España y creador de pequeñas maravillas como "Vida en catedrales" (con Jorge Pardo), tuvo su gran momento merced a un instrumento tan primitivo como auténtico, ese mismo que hace varias décadas recuperaran del olvido unos ancianos en una sidrería de Guipúzcoa y que, en su evolución, también fuera reverenciado por Joxan Goikoetxea y Juan Mari Beltrán en su disco de 1993 "Egurraren orpotik dator...", cuya sugerente traducción es "Desde las entrañas de la madera...". Tomás seguirá buscando y evolucionando en su trabajo, pero aquella obra titulada "Lezao" fue más que un acercamiento a su cultura, fue una auténtica fusión con su propia esencia.



10.2.07

DULCE PONTES:
"Lágrimas"

Desde que viera la luz "Os dias da Madredeus" en 1988, una nueva corriente de modernidad se instauró en determinados movimientos musicales portugueses, si bien con un respeto adecuado a la hermosa tradición de este país ibérico. Los propios Madredeus fueron la avanzadilla de esta pequeña revolución, de la que Sétima Legião, Rodrigo Leão (que había dado el salto de Sétima Legião a Madredeus, y que decidió investigar en solitario a partir de entonces con un tremendo acierto), Julio Pereira, V Imperio o Amélia Muge fueron nombres destacados. Y, por supuesto, no nos podemos olvidar de una joven, nacida en Montijo -muy cerca de Lisboa- en 1969, que quiso demostrar que era algo más que una sencilla fadista, y que había alcanzado el octavo lugar representando a Portugal en el festival de Eurovision de 1991, y el quinto en el festival de la OTI de ese mismo año. Dulce Pontes era el nombre de esta completa vocalista, que también había estudiado danza contemporánea y piano en el Conservatorio de Lisboa.

Un año después de aquellos festivales de la canción, Dulce Pontes publicó un primer disco en plan cantante melódica, de corte pop, desaprovechando en cierto modo sus extraordinarias dotes vocales. "Lusitania" era su título, y contenía aquella canción de Eurovision, "Lusitana paixão". Fue en 1993 cuando PE en un principio y Movieplay Portuguesa después, publicaron "Lágrimas", una afortunada revisión de un puñado de temas tradicionales y de grandes artistas portugueses como José Afonso y Amalia Rodrigues entre otros. El resultado es un impoluto estudio de la cultura musical portuguesa del siglo XX, remarcado además por una excelente producción de Guilherme Inês (que además interpreta teclados y viola) y por supuesto la fantástica voz de Dulce ('dulcísima', sin duda), que se alza por encima de la cuidada instrumentación, en la que destaca la sempiterna guitarra portuguesa (a cargo de Paulo Jorge), las violas y la participación de la Orquesta Sinfónica de Lisboa. Dulce explica en el libreto que el trabajo fue tomando forma durante un año de gestación, con el interés de redescubrir sus raíces musicales y contribuir a su perduración, un interés que cumplió con creces esta joven luchadora que, lejos de estar atrapada en el universo fadista, adorna esa tradición lusitana con influencias mediterráneas, africanas (no en vano Afonso estuvo muy relacionado con Africa) o árabes, consiguiendo universalizar su sonido y hacerlo asequible a casi todo tipo de situaciones. Fundamental fue su encuentro con Guillerme Inês, excepcional productor con el que ya había coincido en la época de musicales y trabajos en televisión, sobre el que la cantante contaba: "Los dos sintonizamos muy bien, tenemos gustos parecidos y, además, él tiene mucha paciencia. También participó María Joáo Castanheira. Fue una labor de equipo". El repertorio de "Lágrimas", si bien dominado por ese mítico cantante y activista que fue José Afonso, hurga también en la música popular y en otros músicos bastante desconocidos para nosotros. La excepción podría ser Amália Rodrigues, la célebre fadista fallecida en 1999 que, como Dulce (lo que le ha valido a ésta el título de sucesora), fue conocida y reconocida también más allá de las fronteras de su país. De su repertorio son dos de las canciones más emocionantes del disco, en especial por la interpretación, magistral y en vivo (en el estudio): "Estranha forma de vida" y la excepcional y triste "Lágrima", indispensable joya de las músicas del mundo de todos los tiempos. De Afonso nos encontramos con cinco temas, de los que cabría destacar "Que amor não me engana" y "Se voaras mais ao perto", pero no hay que olvidar "Os indios da meia paria", que cierra el disco con alegría, y su incursión en el terreno popular portugués y gallego ("As sete mulheres do minho" y "Achégate a mim Maruxa"). La popular "Laurindinha" y otros compositores portugueses (Frederico De Freitas, Júlio Dantas, Linhares Barbosa) completan el disco de forma más que gratificante ("Povo que lavas no rio", "Novo fado da severa", "Zanguei-me com o meu amor"), pero antes de culminar no hay que dejar de detenerse en la canción estrella del trabajo (al menos por su radiodifusión y repercusión, si bien también por su belleza y calidad), una composición de Federico de Brito y Ferrer Trindade titulada "Canção do mar" que muchos sabrían tararear por su extraordinaria facilidad de enganche (ha sido incluida en películas y versionada por numerosas cantantes), y que abrió el camino del éxito internacional a Dulce Pontes, un éxito más que merecido que ha refrendado con sus siguientes entregas, lo que además de nuestra admiración le ha valido un respeto, un nombre y una sucesión de premios y de colaboraciones, entre las que destaca la de Ennio Morricone. De hecho fue este compositor italiano el que posibilitó un nuevo éxito de la Pontes, una canción titulada "A brisa do coraçao" (incluida en la película 'Sostiene Pereira'), que tituló su siguiente trabajo en 1995, un disco doble grabado en directo en Oporto, con un repertorio basado principalmente en "Lágrimas", y que incluía tanto en directo como en la versión de estudio, esa fabulosa canción, "A brisa do coração".

Dulce contemplaba la danza como una profesión, pero mientras estudiaba esta disciplina, dice, "respondí a un anuncio del periódico en el que se solicitaban jóvenes cantantes sin saber muy bien de qué se trataba. Resulta que buscaban a alguien para sustituir a la cantante de una comedia musical y al final me eligieron a mí. En ocho días mí vida cambió de golpe". Tal vez el mundo perdiera de esta manera una nueva figura de la danza clásica o contemporánea, pero la música ganó sin duda una diva reconocida y carismática, así como canciones tan emblemáticas como "Lágrima", "A brisa do coração" o esa "Canção do mar" (subtitulada internacionalmente como 'Song of the sea') que Dulce Pontes escuchó a los 7 años en la voz del brasileño Agostinho dos Santos, sintiendo un profundo impacto y un cariño que, afirma, continúa embriagándola cada vez que la interpreta. En el libreto de "Lágrimas" Dulce Pontes desea a todos los oyentes que la audición de este disco les produzca tanto placer como el que a ella misma le había producido grabarlo, pero sin duda es más clarificador un apartado titulado 'La familia', toda una declaración de intenciones en la que nombra como padre a Zeca Afonso, madre a Amália Rodrigues, abuelo al folclore portugués y primos al folclore búlgaro y la música árabe.









3.2.07

NIGHTNOISE:
"The Parting Tide"

Bien avanzado el siglo XXI la música celta ha encontrado acomodo fácil entre muchos otros estilos musicales, demostrando que en la fusión no sólo está el futuro de la música sino también el presente. Sin embargo han pasado varias décadas desde que un pequeño grupo de amigos revolucionó esa forma de ver la tradición de su Irlanda natal. No fueron los primeros, pero el estilo del supergrupo Relativity, que conformaron los hermanos irlandeses O'Dohmnaill -Mícheál y Tríona- y los hermanos escoceses Cunningham -Phil y Johnny-, consiguió más con dos discos que muchos otros en una larga carrera. Relativity vino al mundo poco después de que Mícheál O'Domhnaill decidiera abrir el abanico de sus intereses musicales y grabar el excepcional álbum "Nightnoise" junto al violinista estadounidense Billy Oskay, para Windham Hill. El siguiente paso en esta historia, fue la definitiva adquisición de Nightnoise como nombre del grupo con el que O'Domhnaill y Oskay iban a continuar complaciendo al cada vez más numeroso público que demandaba sones celtas en la conocida, gracias a la revista Billboard principalmente, como música new age. La evidente necesidad de contar con otros músicos para enriquecer su propuesta, así como para presentarla en directo, hizo que Tríona Ni Domhnaill (hermana de Mícheál, con el que había tocado desde siempre) y el flautista (también irlandés) Brian Dunning se unieran al grupo para originar el maravilloso "Something of Time", al que siguió "At the End of the Evening", que si bien presentaba varios clásicos de la banda ("At the Races", "Hugh"), tal vez le faltaba el punto de inspiración que la añoranza de la patria le otorgará a su siguiente plástico, "The Parting Tide".

Después del boom de la música irlandesa en Europa en los 70, el cambio de década supuso un grave declive en la situación de muchos profesionales de la misma, tanto que algunos de ellos cogieron los bártulos y se trasladaron allá donde la cíclica situación hiciera que reinara la prosperidad y las giras fueran populosas por unos u otros motivos. En este caso el viaje iba a ser muy largo, hasta los Estados Unidos, Mícheál O’Dohmnaill radicó en Portland (Oregon), y durante una de esas giras conoció a Oskay y decidieron fusionar estas dos maneras de ver la música e incluso la vida (la tradición irlandesa de Mícheál y la educación jazzística de Billy). Los otros dos emigrantes que se unieron, Tríona y Brian, acabaron de lograr una formación equilibrada, virtuosa y simpática, que fue la que grabó en 1990 este trabajo de esencia navideña titulado "The Parting Tide", que fue publicado de nuevo por el emblemático sello (americano, por supuesto) Windham Hill. La nueva década iba a devolver el interés por lo celta al viejo continente, pero mientras tanto los miembros de Nightnoise continuaban en Oregon, y en este imprescindible álbum es donde aflora decididamente la añoranza de sus raíces. El estilo difícilmente definible del conjunto engloba una evidente tradición celta con jazz, folk norteamericano y un toque peculiar como de música de cámara ("una suma de elementos" -decían los miembros del grupo-, "música de cámara con inclinaciones jazzísticas y sabor irlandés" -aportaba Billy-, "Nightnoise suena a Nightnoise" -matizaba Mícheál-). En "The Parting Tide" se saborea de verdad ese sonido, cada tonada se disfruta de una manera imperturbable en su cúmulo acústico, y la electrónica imprime el toque justo, el pequeño detalle que engrandece el conjunto. El comienzo, "Bleu", es una invitación al desasosiego a través de una melodía dulce y agradable ("un blues con acento francés"), compuesta por Brian Dunning, que decía sobre las variaciones estilísticas del conjunto, que Nightnoise era el territorio común donde confluían lo clásico, lo tradicional y el jazz, pero que no podían ser una banda de alguno de esos estilos en exclusiva. La aportación del flautista en el disco es doble, y es en "The Kid in the Cot", con su apariencia impresionista, donde se deja llevar en una pieza compuesta casi exclusivamente para lucimiento personal y demostración de su dominio de la flauta (dulce, travesera y de pan). En un álbum tan sensacional como éste es difícil elegir canciones destacadas, pero "An Irish Carol" estaría entre ellas, más en su segunda parte, melancólica y magistral en el piano, si bien la parte vocal del villancico es también digna de elogios. Con él emerge Tríona como la gran compositora del trabajo, ya que cinco de las nueve composiciones son suyas: "Jig of Sorts" (que entusiasma con su aire rápido de danza celta), "Through the Castle Garden" (melancólico recordatorio al piano de su origen irlandés, que puede sorprender por su clasicismo) y dos grandísimas demostraciones de la inquietante voz de la fémina del grupo, "Island of Hope and Tears" y "Snow is Lightly Falling". Todas menos esta última aparecen seguidas en el álbum constituyendo una pequeña suite inspirada 'en la larga y ardua lucha de los inmigrantes que cruzaron del viejo al nuevo mundo'. "Snow is Lightly Falling", concretamente, es una gran canción navideña que Tríona escribió durante una gira por Japón: "Estaba sola y lista para ir a casa, para encontrar consuelo me imaginaba estar en medio de un hermoso bosque lleno de nieve, las palabras comenzaron a llegar y al día siguiente le puse a la música". Restan dos temas por mencionar, precisamente de los miembros originales del grupo (desplazados en cierto modo -en especial Oskay- por los que llegaron más tarde), "The Tryst", rítmica composición, acomodada al sentimiento irlandés de la obra por parte de un Billy Oskay que además mezcló el disco en el estudio Nightnoise de Portland, y "The Abbot", pieza entre celta y medieval de Mícheál (en este trabajo desciende notablemente su aportación, en beneficio de su hermana), que además de la guitarra se encarga de tocar algunas flautas (whistles), teclados, voces de fondo y producir el álbum.

En esta célebre época, Oskay se había embarcado en varios proyectos de sesión y de producción en su estudio privado, que acabó trasladando, reformando e incluso cambiando de nombre, de tal forma que Big Red Studio acabó siendo su nueva y glamourosa oferta en Corbett, Oregón. El sonido de Nightnoise había ido cambiando sutilmente con el paso de los discos hasta que Billy decidió dejar paso en su instrumento, el violín, al hoy desaparecido Johnny Cunningham. Sin embargo, Oskay -que nunca hay que olvidar como miembro fundador de Nightnoise- otorgó ese reflejo norteamericano tan necesario en "The Parting Tide", al que muchos tienen como el mejor trabajo de Nightnoise, la atmósfera concentrada en el mismo reunía todos los condicionantes para que el resultado fuera único, magistral, una de las muestras más deliciosas de una banda sencillamente irrepetible, un grupo que, desde la distancia, supo crear su propio sonido para el enriquecimiento de la cultura celta.

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