Solsticio de invierno es una exposición de mis discos favoritos de las Nuevas Músicas, un término paradójico (¿cómo llamar "nuevo" a algo que puede llevar compuesto siglos?) que engloba mercadotécnicamente tendencias musicales con puntos en común. New age, sinfónica, contemporánea, celta, folk, músicas del mundo, bandas sonoras, minimalismo... términos que no deben confundir nuestros sentimientos hacia una música que, a mí particularmente, hace mucho que me cautivó.
Pianista y organista nacido en 1952 en Inglaterra, Paul Halley es más conocido por el gran público como miembro del Paul Winter Consort, ese excelso grupo fundado y reunido por el saxofonista Paul Winter en el que Halley colaboraba activamente no sólo en la instrumentación sino además en la composición de gran parte de los temas. Aparte de su alto grado de excelencia con el Consort, resultó evidente que Halley se había guardado bastantes ideas para sus discos en solitario, y tras un discreto "Pianosongs" apareció este "Angel on a Stone Wall" en 1991 para Living Music -el sello del propio Paul Winter-, de mayor calidad y madurez, una pequeña inclusión en el folclore mundial con matices de jazz, pleno de religiosidad y un cierto clasicismo. Se trataba de un álbum muy animado y rítmico, sacro a su modo -no en vano Halley fue durante trece años organista de la catedral St. John the Divine de Nueva York, donde se grabaron varios trabajos del Consort-, que transmite en general una profunda alegría (como los discos de Paul Winter es una pequeña celebración) dominado por el piano pero con las virtuosas aportaciones de esa gran familia que formaba en esa época el Paul Winter Consort, es decir, Paul Winter al saxo, la percusión de Glen Vélez, las flautas de Rhonda Larson y el cello de Eugene Friesen, aparte de la guitarra de Oscar Castro-Neves, el bajo de Russ Landau y otras voces, sitar, tambores y demás complementos para que las ideas de Halley encontraran el acomodo perfecto en sus acertados arreglos.
"Angel on a Stone Wall" es además un ejemplo de cómo en cada viaje, en cada lugar que se visita, en sus gentes, sus monumentos y su cultura, se pueden encontrar influencias y captar pequeños detalles para incorporar a las propias ideas. La estética del Consort se deja notar ya desde el comienzo del disco, en "Sea Song", gran composición típica de Halley inspirada en los atardeceres de agosto en Nueva Escocia, rítmica y eficaz en su manera de interpretar un piano que domina plenamente la pieza, pero con unos complementos tan solventes como el saxo soprano de Paul Winter o unas percusiones que se dejan notar claramente en todo el trabajo, a manos no sólo de Glen Vélez sino también de Jamey Haddad y Nick Halley, hijo del autor de la obra. Más intimista es "La Alhambra" en su colorida melodía (adornada con el toque del sitar), y más mística e intensa la oración que da nombre al tercer corte, "Prayer", compuesto tras una visita del Consort a la sagrada ciudad de Jerusalen. La vivacidad vuelve con una agitanada y muy percusiva "Bulgarian Cowboy", y Halley nos sigue conduciendo con extremada pericia por melodías de piano que transmiten mucho sentimiento, como "Rollin On" o "Todo mundo", esta última muy festiva y alegre, una de las canciones más del estilo del Paul Winter Consort de todo el disco, donde Paul y Rhonda se dejan notar en un diálogo precioso de saxo y flauta. Sin embargo otras tres son posiblemente las composiciones más destacables del trabajo, "Montana" (melodía rutilante y evocadora, un colorido retrato de dicho estado norteño, que fue incluída en la gira del Consort de la que se grabó el disco "Spanish Angel"), "The Prince and the Pamper" (pieza de inspiración infantil que junto al piano presenta una soberbia guitarra que parece deudora de la conocida "Cavatina" de Stanley Myers) y "Ubi Caritas (Where There is Love)", fusión de música africana y canto gregoriano en un excepcional y contínuo clímax, posiblemente una de las canciones más recordadas, pero sobre todo más originales del álbum, que no en vano puede considerarse como un pequeño himno de multiculturalidad en su conjunción de las voces del coro de la catedral St. John the Divine de Nueva York y del conjunto de baile africano Abdel Salaam and The Forces of Nature; la casualidad hizo que sobre un ensayo del coro gregoriano se escuchara en toda su vitalidad la energía de The Forces of Nature, y lo que en un principio irritó a Halley acabó convirtiéndose en una mezcla sin igual que fue recogida en este maravilloso trabajo.
Paul Halley, que sigue embarcado en proyectos corales y eclesiásticos, fue miembro del Paul Winter Consort de 1980 a 1999, con el que ganó dos premios Grammy, por "Celtic Solstice" y por ese disco antes comentado grabado en directo en España de título internacional "Spanish Angel" (aunque su primera edición, que fue exclusivamente española, se titulara simplemente así, "En directo en España"). Compositor original, arreglista de excepción, muchos son los calificativos que podríamos otorgar a este músico, que con trabajos como "Angel on a Stone Wall" (producido por Russ Landau y Paul Winter, y que puede encontrarse con otra portada diferente a la aquí expuesta, más colorida, merced a una acertada reedición) se colocó, como poco, a la altura de su maestro, el mismo que siempre alababa las cualidades, musicales y personales, del organista. Escuchar sus creaciones, sin olvidarse de trabajos como "Angel on a Stone Wall", es un auténtico placer del que nadie debería prescindir.
Grecia es un país al que musicalmente siempre se le ha debido mucho, y especialmente en las últimas décadas del siglo XX ha aflorado de él mucho talento sin igual, músicos muy especiales, de enorme genialidad y a la vez muy variopintos: Vangelis o Yanni son ejemplos de grandes teclistas, Iannis Xenakis o Mikis Theodorakis figuras clave de la música contemporánea, María Callas (la gran diva, de origen griego aunque nacida en los Estados Unidos), Demis Roussos o Nana Mouskouri como voces de siempre, y Eleftheria Arvanitaki, Alkistis Protopsalti, Haris Alexiou o Savina Yannatou como esas otras voces que, con mayor o menor recorrido musical, llegaron sorpresivamente a nuestros oídos en aquellos años de explosión cultural. Un ejemplo de otro músico de orígenes griegos (aunque nacido y criado en los Estados Unidos) que en el umbral de cambio de siglo consiguió crearse un nombre, vender un gran número de discos (en solitario y junto a su amigo Paul Voudouris) y imponer un estilo desenfadado y abierto de nueva música instrumental melódica, fue Chris Spheeris. Más allá del éxito de sus colaboraciones con Voudouris (sin duda "Enchantment" es uno de los grandes álbumes del siglo XX en cuanto a este tipo de música), este multiinstrumentista nacido en Milwaukee ha destacado como un gran compositor en solitario. Sus influencias pasan de la música tradicional griega a los Beatles o Elton John, pero también Vangelis, Génesis o Brian Eno sonaron en su habitación mientras imaginaba ingenuos acordes con intereses adolescentes. Con tal amalgama de estilos fue tejiendo sus propias ideas, pero escuchando su música se pueden deducir dos cosas, que es personal y espiritual, y que está notablemente influida por un espíritu viajero ("mis padres me animaron siempre a viajar y vivir la experiencia de otras culturas; donde quiera que fuéramos veía y escuchaba, y crecí en un vocabulario de sonidos exóticos y adornos musicales"). La confluencia de estas características dota a sus discos de un exotismo propio y sincero, que Chris fue explorando en trabajos como "Desires of the heart" o "Pathways to surrender", publicados en lo 80 por el sello Columbia, que pretendía lanzar a este guapo intérprete como una nueva figura instrumental de guitarra. A pesar de su calidad, el experimento no cuajó, y tuvo que ser "Enchantment" el álbum que originara un segundo despegue en la carrera en solitario de Spheeris, en ese momento en el que él y Paul Voudouris se dedicaron de nuevo a sus ideas en solitario. Así surgió "Culture", publicado en 1993 por Essence Records (el sello del propio Spheeris, del que "Culture" fue la primera referencia en solitario, y que distribuyó en España Resistencia), un álbum especialmente transcultural, profundo espiritualmente aunque posiblemente más 'global' que otros de sus éxitos anteriores (si bien canciones como "Pura vida", de "Enchantment", se acercan notablemente a esas intenciones). En él, este apuesto músico de sonrisa carismática nos invita a su particular viaje -por sitios cuyos sonidos ambientales reales se pueden escuchar en el disco, como Grecia, Tailandia, India y su propio lugar de residencia, Sedona (Arizona)- y acierta en su exposición e interpretación del mismo, de una forma cálida, familiar, pero ante todo, y como siempre en su música, vital y optimista. "Aria" es una pieza perfecta como primer single, directo y poderoso, una espectacular puesta en escena de una instrumentación sencilla (guitarra, teclados y percusión) y enérgica, capaz de catapultar un disco al éxito por su radiodifusión en una época en la que esta música era tomada en serio y poseía una excepcional calidad. También de poderosa base rítmica, muy visual y cultural, son "Margarita" -otro corte destacado, demostración de un estado de forma fantástico- o "Elektra", así como "Sapphire", pero el trabajo presenta también otra cara, romántica, intimista y delicada, en composiciones como "Embrace", de hermosísimas notas de guitarra que no pueden quedar en el olvido una vez se escuchan, o "Allura", también tierna y apasionada. En ellas se pueden apreciar las especiales colaboraciones del álbum, el violonchelo (Kris Yenney) y la flauta (Kirstine Hebert) en la primera y el saxo alto (Zac Johnson) en la segunda. Además, David Peterson interpreta el oboe en "Bombay" (otro de esos cortes movidos y destacados, muy intercultural merced al sonido parecido al de un sitar) y en el tema final, One". Junto a "Aria", es sin embargo "Culture" el corte más popular y especial del disco, con su pegadiza melodía aflautada y ambientación oriental. Lo movido, visual, y lo romántico, pasional, alcanzan juntos altísimas cotas de calidad, sólo hay que escuchar pequeñas maravillas como "Aria", "Culture", "Margarita", "Sapphire" o "Bombay" para darse cuenta de la genialidad de este guitarrista y multiinstrumentista residente en el desierto de Arizona y que nutre la sonoridad de sus guitarras, teclados y percusiones con flautas, chelos, saxos y oboes. Tras la fachada de play-boy de Chris Spheeris se esconde un hombre humilde, abierto y sincero, un artista auténtico que impresiona con nuevos trabajos muy de vez en cuando, ocupado en otras aficiones como la fotografía, pintura o poesía. No es fácil continuar la senda marcada por una carrera plagada de éxitos, así que mientras esperamos la llegada de nuevas composiciones, es necesario paladear la esencia de su música en sus antiguos trabajos, de los que "Culture" (coproducido por Spheeris y Russell Bond, que se puede encontrar con portadas diferentes en formato digipack o en una posterior edición en caja normal) es un exótico ejemplo de calidad abierta al globo, pero ante todo de alegría y sentimiento, un disco emocionante que logró otro buen número de ventas y que conecta fácilmente con nuestros sentidos, inundando nuestro interior tanto de aventura como de añoranza. OTRAS CRÍTICAS RELACIONADAS:
Los seguidores de la New Age encontraron en la década de los 70 una serie de artistas que marcaron el camino musical para la llegada de esa 'esperada' era de acuario. Músicos como Paul Horn, Vangelis, Paul Winter o Kitaro fueron adoptados como los nuevos gurús de este estilo de música tan espiritual y carismático. Ahí entró de lleno también Ray Lynch, compositor norteamericano e intérprete de guitarra, laud y teclados (en su familia había varios pianistas clásicos, por lo que se interesó muy joven por el piano), que había encontrado la fórmula del éxito bajo el título de un popular disco superventas titulado "Deep breakfast", y que con su siguiente trabajo, un elaborado lienzo salpicado de luz y color titulado "No blue thing", iba a conseguir lo que parecía imposible, igualar, y posiblemente superar, la calidad (tal vez no el carisma) de aquella mítica obra. Corría el año 1989, cinco después de "Deep breakfast" -un lapso de tiempo necesario por los numerosos cambios tecnológicos de esta época convulsa, que iban a permitir una mayor gama de sonidos y mejores posibilidades de grabación-, y la desaparecida compañía Music West Records era la encargada de que "No blue thing" viera la luz (tras la desaparición de ésta, fue Windham Hill la que adquirió los derechos y editó los discos de Lynch, en el caso de "No blue thing" con portada distinta a la original). Precisamente una portada surrealista era lo primero que destacaba en la primera edición de este tercer trabajo del compositor de Utah, lo que parecía un huevo enmedio de un universo azul con un enorme destello central -tal vez un particular 'big bang'-, lo cual unido a ese título, 'Cosa no azul', comenzaba por otorgar un aire misterioso, daliniano, a la obra: posiblemente se trate de la recreación del mito de creación de ciertas culturas denominado 'huevo cósmico', que representa algún tipo de comienzo. Por fortuna la música aquí contenida no es nada surrealista ni oscura, sino planeada con una elegancia y sencillez sublimes, siete composiciones de originales títulos inspirados -como ya ocurriera en "Deep breakfast" y "The sky of mind"- en los escritos de su guía espiritual Sri Da Avabhasa (también conocido como Da Free John o Adi Da Samraj), un personaje esencial que le hizo volver a la música tras un periodo de crisis existencial; de hecho la 'ayuda' de este gurú se dejó notar por primera vez en 1982, en el álbum autoeditado en casete (posteriormente rescatado en CD) "Truth is the only profound". Abstraídos o no de grupos religiosos y filosofías orientalistas, lo importante para el oyente sigue siendo esa maravillosa música que, al comienzo del disco, flota lentamente hasta alcanzar la forma del tema homónimo a la obra, donde nos encontramos una de esas gráciles tonadas -esta es de las más inspiradas y recordadas, embelesa y no deja indiferente- que han hecho famoso a este artista a través de radios y televisiones: "No blue thing", aparte de melodía de concursos o fondo de debates, es una eficaz presentación de las dos caras de Ray Lynch, la envolvente, suave, meditativa, en definitiva neoclásica ("mi lenguaje musical está originado básicamente por el Renacimiento") y la divertida, juguetona, de notas alegres -casi infantiles- y modernas. Y ambas son igual de atrayentes y dignas de admiración, la primera es música para el alma, relaja y emociona ("Here & never found" posee un desarrollo conmovedor, apabullante, pero también la elevadora "Evening, yes" -que ya se escuchaba, primaria, en el mencionado "Truth is the only profound" con el título de "This i have noticed"- o "Drifted in a deeper land" pueden dejar sin palabras), la segunda para el cuerpo, activa y fascina ("Homeward at last" -con su inolvidable juego de teclas-, "The true spirit of Mom & Dad"). Y a pesar de su aparente sencillez, una escucha sosegada evidencia una melodiosidad múltiple en capas de teclados, guitarras clásicas (instrumentos interpretados por el propio Lynch, que no hay que olvidar estudió guitarra clásica en los 60 en Barcelona), o instrumentos de cámara (flautas y oboes en cuanto a los vientos, violines, violas y cellos por lo que corresponde a las cuerdas) que ejecutan bellas melodías solapadas en un todo equilibrado, que se escucha como pura magia en la inspirada combinación de estilos ("Clouds below your knees" o la propia "No blue thing"): "No sé de dónde me viene la inspiración, soy un ser humano y mis sentimientos los uso para perfilar el trabajo que escribo". En estos momentos de verdadero éxito, Music West compiló los tres primeros álbumes oficiales de Lynch, "The sky of mind", "Deep breakfast" y "No blue thing", en una caja titulada "The music of Ray Lynch".
Todo un mago combinando líneas musicales en el estudio, elaborando una maravillosa urdimbre (ideas sencillas que se vuelven complejas, decía Ray, hasta 25 partes sonando a la vez), Lynch difícilmente podría plasmar con garantías esta música en un concierto en vivo. Interesado también en la relación entre las matemáticas y la música, Ray proyectaba escribir un libro sobre esta temática, si bien ni libro ni disco acaban de ver la luz de ningún modo, una verdadera lástima de silencio compositivo, ya que pocos músicos instrumentales han sabido unificar como él en sus discos tecnología y contemporaneidad, alegría y sentimiento, interioridad y comercialidad, todo ello englobado en una mágica espiritualidad de raíz oriental. La suya es una música especial ("mi música se define a sí misma", decía), para el cuerpo y la mente, que merced a sus pegadizas melodías y a la bella envoltura neoclásica de la que hace gala, no es fácil de sacar de la cabeza tanto tiempo después. Parece que Ray mantiene su convicción de que lo importante no es la tecnología sino la calidad de la música ideada y producida, así que su discografía sigue sin novedades, y parece difícil que eso ocurra dadas las malas noticias sobre su propiedad en California, arrasada por los incendios de Lake County, que destruyeron no sólo su casa sino su estudio de grabación.
Dentro de la gran variedad de instrumentos y útiles de percusión que nos podemos encontrar en la península ibérica, la txalaparta es uno de los más primitivos y místicos. De apariencia tosca y rudimentaria, consta de una serie de tablones de roble que se percuten con unas mazas, también de madera, denominadas maquilas, y que se toca entre dos personas, lo que hace de él un instrumento muy visual. El sonido ancestral que surge de sus entrañas pasó de ser reducto de las vascongadas a que, gracias al vitoriano Tomás San Miguel, trascendiera no sólo al resto de España sino practicamente a todo el planeta. El vehículo de esa expansión fue un espectacular disco titulado "Lezao", publicado en 1994 por el sello Nuevos Medios, discográfica que desapareció tras la muerte de su fundador, Mario Pacheco, tras cerca de 30 años luchando por la música española, especialmente por el mundo del joven flamenco.
Pianista y acordeonista de gran calidad, Tomás San Miguel siempre ha apostado por la integración de elementos ancestrales en las músicas actuales. Impactado por la rotundidad de este instrumento y por la leyenda que dice que los soldados romanos, al entrar por los valles de Euskadi, oían poderosos sonidos de madera que espantaban a sus caballos, quiso dedicar a la txalaparta su nueva fusión, dejando momentaneamente de lado sus proyectos más jazzísticos con el saxofonista Jorge Pardo. El resultado se convirtió de inmediato en uno de los discos españoles de folclore y nuevas músicas más impactantes y reconocidos en la década de los 90, tanto por su calidad intrínseca como por lo que supone para la música tradicional, en este caso la de Euskadi, ya que no sólo la txalaparta (interpretada en el disco por el grupo Gerla Beti) sino instrumentos de viento como el txistu o la alboka nos reciben en su obertura ("Obertura de Lezao"), anticipando el carácter ancestral de la obra y remontándonos a tiempos antiguos de trabajo artesanal: "Es el despertar de la madre Tierra, la naturaleza y sus elementos, agua, tierra, aire y fuego, que emergen a través de los sonidos de la música". El segundo corte va mucho más allá, "Síntomas" es un lujo para el oído, un ritmo acompasado mecido por la madera ("música de ritmo magnético, envuelta en una atmósfera de humo de chimenea en el paisaje de los últimos días del otoño") y adornado por las 'voces gregorianas' del Coro Samaniego (40 personas bajo la dirección de Aitor Saez de Cortázar) y por el grandioso saxo de Javier Paxariño, que acompaña toda la obra con sus flautas, saxos y demás instrumentos de viento, ofreciendo un auténtico recital y complementando a la perfección los teclados y acordeones de Tomás. Otro ilustre como Kepa Junkera hace también su aparición a la trikitixa y pandereta, en esta sucesión de temas compuestos por Tomás San Miguel. Danzas casi hipnóticas ("Aleación en danza", "Pléyades"), música festiva que nos acerca a campos y caseríos ("No tienes elección", "Maurizia" -sobre la que nos cuenta: "hay muchos músicos vascos que son labradores, gente de la tierra; para ellos, la música es una forma de expresar el calor y la alegría de sus seres. Maurizia, que ya se nos fué, nos dejó su memoria que alegra nuestras penas, con su voz, su pandereta y las canciones"-) y recuerdos camuflados en canciones ("El bertzolari", inspirado en una melodía tradicional, o ese gran momento íntimo que parece suponer "El nacimiento de Maritxu") se suceden en este pequeño universo de sensaciones de la tradición vasca, del que hay que destacar una melodía tradicional cuya armonía, nos dice, convoca a la entrega y seducción a la mujer: "Devociones", una de esas canciones casi perfectas que perviven en la memoria y son capaces de aletargar nuestros sentidos; en ella están presentes los elementos más decisivos del éxito de este disco, el piano de Tomás San Miguel, el penetrante saxo de Javier Paxariño, la txalaparta de Gerla Beti, las voces de corte tradicional (en este caso de Víctor de la Torre y Fernando Idíaquez) y una estética tan actual que sorprende por la paradoja (eterna en las Nuevas Músicas) de que algo tan antiguo pueda sonar tan moderno y decididamente atractivo.
Con "Lezao" Tomás san Miguel inauguró una trilogía que tuvo continuación en "Ten" y "Dan txa". La asimilación de sus raíces (aunque tardía, ya que fue con 30 años cumplidos cuando descubrió la txalaparta en el caserío de Lezao) dió lugar a este lenguaje musical tan auténtico y mágico, tanto que el sello Narada se fijó en él y distribuyó "Lezao" en Estados Unidos con portada distinta y gran éxito de crítica. Este músico casi anónimo, autor entre otras sintonías de las de Radio Nacional de España y creador de pequeñas maravillas como "Vida en catedrales" (con Jorge Pardo), tuvo su gran momento merced a un instrumento tan primitivo como auténtico, ese mismo que hace varias décadas recuperaran del olvido unos ancianos en una sidrería de Guipúzcoa y que, en su evolución, también fuera reverenciado por Joxan Goikoetxea y Juan Mari Beltrán en su disco de 1993 "Egurraren orpotik dator...", cuya sugerente traducción es "Desde las entrañas de la madera...". Tomás seguirá buscando y evolucionando en su trabajo, pero aquella obra titulada "Lezao" fue más que un acercamiento a su cultura, fue una auténtica fusión con su propia esencia.
Desde que viera la luz "Os dias da Madredeus" en 1988, una nueva corriente de modernidad se instauró en determinados movimientos musicales portugueses, si bien con un respeto adecuado a la hermosa tradición de este país ibérico. Los propios Madredeus fueron la avanzadilla de esta pequeña revolución, de la que Sétima Legião, Rodrigo Leão (que había dado el salto de Sétima Legião a Madredeus, y que decidió investigar en solitario a partir de entonces con un tremendo acierto), Julio Pereira, V Imperio o Amélia Muge fueron nombres destacados. Y, por supuesto, no nos podemos olvidar de una joven, nacida en Montijo -muy cerca de Lisboa- en 1969, que quiso demostrar que era algo más que una sencilla fadista, y que había alcanzado el octavo lugar representando a Portugal en el festival de Eurovision de 1991, y el quinto en el festival de la OTI de ese mismo año. Dulce Pontes era el nombre de esta completa vocalista, que también había estudiado danza contemporánea y piano en el Conservatorio de Lisboa.
Un año después de aquellos festivales de la canción, Dulce Pontes publicó un primer disco en plan cantante melódica, de corte pop, desaprovechando en cierto modo sus extraordinarias dotes vocales. "Lusitania" era su título, y contenía aquella canción de Eurovision, "Lusitana paixão". Fue en 1993 cuando PE en un principio y Movieplay Portuguesa después, publicaron "Lágrimas", una afortunada revisión de un puñado de temas tradicionales y de grandes artistas portugueses como José Afonso y Amalia Rodrigues entre otros. El resultado es un impoluto estudio de la cultura musical portuguesa del siglo XX, remarcado además por una excelente producción de Guilherme Inês (que además interpreta teclados y viola) y por supuesto la fantástica voz de Dulce ('dulcísima', sin duda), que se alza por encima de la cuidada instrumentación, en la que destaca la sempiterna guitarra portuguesa (a cargo de Paulo Jorge), las violas y la participación de la Orquesta Sinfónica de Lisboa. Dulce explica en el libreto que el trabajo fue tomando forma durante un año de gestación, con el interés de redescubrir sus raíces musicales y contribuir a su perduración, un interés que cumplió con creces esta joven luchadora que, lejos de estar atrapada en el universo fadista, adorna esa tradición lusitana con influencias mediterráneas, africanas (no en vano Afonso estuvo muy relacionado con Africa) o árabes, consiguiendo universalizar su sonido y hacerlo asequible a casi todo tipo de situaciones. Fundamental fue su encuentro con Guillerme Inês, excepcional productor con el que ya había coincido en la época de musicales y trabajos en televisión, sobre el que la cantante contaba: "Los dos sintonizamos muy bien, tenemos gustos parecidos y, además, él tiene mucha paciencia. También participó María Joáo Castanheira. Fue una labor de equipo". El repertorio de "Lágrimas", si bien dominado por ese mítico cantante y activista que fue José Afonso, hurga también en la música popular y en otros músicos bastante desconocidos para nosotros. La excepción podría ser Amália Rodrigues, la célebre fadista fallecida en 1999 que, como Dulce (lo que le ha valido a ésta el título de sucesora), fue conocida y reconocida también más allá de las fronteras de su país. De su repertorio son dos de las canciones más emocionantes del disco, en especial por la interpretación, magistral y en vivo (en el estudio): "Estranha forma de vida" y la excepcional y triste "Lágrima", indispensable joya de las músicas del mundo de todos los tiempos. De Afonso nos encontramos con cinco temas, de los que cabría destacar "Que amor não me engana" y "Se voaras mais ao perto", pero no hay que olvidar "Os indios da meia paria", que cierra el disco con alegría, y su incursión en el terreno popular portugués y gallego ("As sete mulheres do minho" y "Achégate a mim Maruxa"). La popular "Laurindinha" y otros compositores portugueses (Frederico De Freitas, Júlio Dantas, Linhares Barbosa) completan el disco de forma más que gratificante ("Povo que lavas no rio", "Novo fado da severa", "Zanguei-me com o meu amor"), pero antes de culminar no hay que dejar de detenerse en la canción estrella del trabajo (al menos por su radiodifusión y repercusión, si bien también por su belleza y calidad), una composición de Federico de Brito y Ferrer Trindade titulada "Canção do mar" que muchos sabrían tararear por su extraordinaria facilidad de enganche (ha sido incluida en películas y versionada por numerosas cantantes), y que abrió el camino del éxito internacional a Dulce Pontes, un éxito más que merecido que ha refrendado con sus siguientes entregas, lo que además de nuestra admiración le ha valido un respeto, un nombre y una sucesión de premios y de colaboraciones, entre las que destaca la de Ennio Morricone. De hecho fue este compositor italiano el que posibilitó un nuevo éxito de la Pontes, una canción titulada "A brisa do coraçao" (incluida en la película 'Sostiene Pereira'), que tituló su siguiente trabajo en 1995, un disco doble grabado en directo en Oporto, con un repertorio basado principalmente en "Lágrimas", y que incluía tanto en directo como en la versión de estudio, esa fabulosa canción, "A brisa do coração".
Dulce contemplaba la danza como una profesión, pero mientras estudiaba esta disciplina, dice, "respondí a un anuncio del periódico en el que se solicitaban jóvenes cantantes sin saber muy bien de qué se trataba. Resulta que buscaban a alguien para sustituir a la cantante de una comedia musical y al final me eligieron a mí. En ocho días mí vida cambió de golpe". Tal vez el mundo perdiera de esta manera una nueva figura de la danza clásica o contemporánea, pero la música ganó sin duda una diva reconocida y carismática, así como canciones tan emblemáticas como "Lágrima", "A brisa do coração" o esa "Canção do mar" (subtitulada internacionalmente como 'Song of the sea') que Dulce Pontes escuchó a los 7 años en la voz del brasileño Agostinho dos Santos, sintiendo un profundo impacto y un cariño que, afirma, continúa embriagándola cada vez que la interpreta. En el libreto de "Lágrimas" Dulce Pontes desea a todos los oyentes que la audición de este disco les produzca tanto placer como el que a ella misma le había producido grabarlo, pero sin duda es más clarificador un apartado titulado 'La familia', toda una declaración de intenciones en la que nombra como padre a Zeca Afonso, madre a Amália Rodrigues, abuelo al folclore portugués y primos al folclore búlgaro y la música árabe.
Bien avanzado el siglo XXI la música celta ha encontrado acomodo fácil entre muchos otros estilos musicales, demostrando que en la fusión no sólo está el futuro de la música sino también el presente. Sin embargo han pasado varias décadas desde que un pequeño grupo de amigos revolucionó esa forma de ver la tradición de su Irlanda natal. No fueron los primeros, pero el estilo del supergrupo Relativity, que conformaron los hermanos irlandeses O'Dohmnaill -Mícheál y Tríona- y los hermanos escoceses Cunningham -Phil y Johnny-, consiguió más con dos discos que muchos otros en una larga carrera. Relativity vino al mundo poco después de que Mícheál O'Domhnaill decidiera abrir el abanico de sus intereses musicales y grabar el excepcional álbum "Nightnoise" junto al violinista estadounidense Billy Oskay, para Windham Hill. El siguiente paso en esta historia, fue la definitiva adquisición de Nightnoise como nombre del grupo con el que O'Domhnaill y Oskay iban a continuar complaciendo al cada vez más numeroso público que demandaba sones celtas en la conocida, gracias a la revista Billboard principalmente, como música new age. La evidente necesidad de contar con otros músicos para enriquecer su propuesta, así como para presentarla en directo, hizo que Tríona Ni Domhnaill (hermana de Mícheál, con el que había tocado desde siempre) y el flautista (también irlandés) Brian Dunning se unieran al grupo para originar el maravilloso "Something of Time", al que siguió "At the End of the Evening", que si bien presentaba varios clásicos de la banda ("At the Races", "Hugh"), tal vez le faltaba el punto de inspiración que la añoranza de la patria le otorgará a su siguiente plástico, "The Parting Tide".
Después del boom de la música irlandesa en Europa en los 70, el cambio de década supuso un grave declive en la situación de muchos profesionales de la misma, tanto que algunos de ellos cogieron los bártulos y se trasladaron allá donde la cíclica situación hiciera que reinara la prosperidad y las giras fueran populosas por unos u otros motivos. En este caso el viaje iba a ser muy largo, hasta los Estados Unidos, Mícheál O’Dohmnaill radicó en Portland (Oregon), y durante una de esas giras conoció a Oskay y decidieron fusionar estas dos maneras de ver la música e incluso la vida (la tradición irlandesa de Mícheál y la educación jazzística de Billy). Los otros dos emigrantes que se unieron, Tríona y Brian, acabaron de lograr una formación equilibrada, virtuosa y simpática, que fue la que grabó en 1990 este trabajo de esencia navideña titulado "The Parting Tide", que fue publicado de nuevo por el emblemático sello (americano, por supuesto) Windham Hill. La nueva década iba a devolver el interés por lo celta al viejo continente, pero mientras tanto los miembros de Nightnoise continuaban en Oregon, y en este imprescindible álbum es donde aflora decididamente la añoranza de sus raíces. El estilo difícilmente definible del conjunto engloba una evidente tradición celta con jazz, folk norteamericano y un toque peculiar como de música de cámara ("una suma de elementos" -decían los miembros del grupo-, "música de cámara con inclinaciones jazzísticas y sabor irlandés" -aportaba Billy-, "Nightnoise suena a Nightnoise" -matizaba Mícheál-). En "The Parting Tide" se saborea de verdad ese sonido, cada tonada se disfruta de una manera imperturbable en su cúmulo acústico, y la electrónica imprime el toque justo, el pequeño detalle que engrandece el conjunto. El comienzo, "Bleu", es una invitación al desasosiego a través de una melodía dulce y agradable ("un blues con acento francés"), compuesta por Brian Dunning, que decía sobre las variaciones estilísticas del conjunto, que Nightnoise era el territorio común donde confluían lo clásico, lo tradicional y el jazz, pero que no podían ser una banda de alguno de esos estilos en exclusiva. La aportación del flautista en el disco es doble, y es en "The Kid in the Cot", con su apariencia impresionista, donde se deja llevar en una pieza compuesta casi exclusivamente para lucimiento personal y demostración de su dominio de la flauta (dulce, travesera y de pan). En un álbum tan sensacional como éste es difícil elegir canciones destacadas, pero "An Irish Carol" estaría entre ellas, más en su segunda parte, melancólica y magistral en el piano, si bien la parte vocal del villancico es también digna de elogios. Con él emerge Tríona como la gran compositora del trabajo, ya que cinco de las nueve composiciones son suyas: "Jig of Sorts" (que entusiasma con su aire rápido de danza celta), "Through the Castle Garden" (melancólico recordatorio al piano de su origen irlandés, que puede sorprender por su clasicismo) y dos grandísimas demostraciones de la inquietante voz de la fémina del grupo, "Island of Hope and Tears" y "Snow is Lightly Falling". Todas menos esta última aparecen seguidas en el álbum constituyendo una pequeña suite inspirada 'en la larga y ardua lucha de los inmigrantes que cruzaron del viejo al nuevo mundo'. "Snow is Lightly Falling", concretamente, es una gran canción navideña que Tríona escribió durante una gira por Japón: "Estaba sola y lista para ir a casa, para encontrar consuelo me imaginaba estar en medio de un hermoso bosque lleno de nieve, las palabras comenzaron a llegar y al día siguiente le puse a la música". Restan dos temas por mencionar, precisamente de los miembros originales del grupo (desplazados en cierto modo -en especial Oskay- por los que llegaron más tarde), "The Tryst", rítmica composición, acomodada al sentimiento irlandés de la obra por parte de un Billy Oskay que además mezcló el disco en el estudio Nightnoise de Portland, y "The Abbot", pieza entre celta y medieval de Mícheál (en este trabajo desciende notablemente su aportación, en beneficio de su hermana), que además de la guitarra se encarga de tocar algunas flautas (whistles), teclados, voces de fondo y producir el álbum.
En esta célebre época, Oskay se había embarcado en varios proyectos de sesión y de producción en su estudio privado, que acabó trasladando, reformando e incluso cambiando de nombre, de tal forma que Big Red Studio acabó siendo su nueva y glamourosa oferta en Corbett, Oregón. El sonido de Nightnoise había ido cambiando sutilmente con el paso de los discos hasta que Billy decidió dejar paso en su instrumento, el violín, al hoy desaparecido Johnny Cunningham. Sin embargo, Oskay -que nunca hay que olvidar como miembro fundador de Nightnoise- otorgó ese reflejo norteamericano tan necesario en "The Parting Tide", al que muchos tienen como el mejor trabajo de Nightnoise, la atmósfera concentrada en el mismo reunía todos los condicionantes para que el resultado fuera único, magistral, una de las muestras más deliciosas de una banda sencillamente irrepetible, un grupo que, desde la distancia, supo crear su propio sonido para el enriquecimiento de la cultura celta.
Aunque el mundo de los fractales sea extremadamente complejo para la mayoría de la gente, afortunadamente la música de George Deuter no lo es en absoluto. Michel Hénon era un matemático y astrónomo francés que estudió los fractales a través de investigaciones en las órbitas de objetos astronómicos, y que en 1976 presentó una versión simplificada del sistema de Lorenz, eso es lo único que se debe comentar acerca del título (y de la portada, bastante discreta por no decir deslucida) de este trabajo de Deuter, baluarte alemán de la música New Age, influenciado enormemente desde su juventud por el carácter meditativo de la cultura de la India (donde formó parte activa durante varios años de la comunidad espiritual del místico Osho), que es capaz de hurgar con sus relajantes melodías en nuestras almas. Y es que la música de Deuter, como las de otros ilustres de esta corriente espiritual de las Nuevas Músicas como Bill Douglas, Raphael, Stephan Micus o Patrick Bernhardt entre otros, pretende circular por una línea imaginaria que llega del oído directamente a un punto donde se ubica nuestra paz interior. Y cuidado, muchas veces lo consigue.
Ubicado en Santa Fe (Nuevo Mexico) tras un periplo que le llevó de Alemania a la India, y de ahí a Francia para recalar finalmente en los Estados Unidos, Georg Deuter publicó "Henon" en 1992 con el sello alemán que al que había sido fiel hasta la fecha, Kuckuck. El sendero musical por el que en él nos conduce es abierto y luminoso, se respira una tranquilidad casi terapéutica en la mayoría de sus melodías, once composiciones que conforman uno de los mejores trabajos del artista teutón. Flautas dulces y eufónicas, percusiones muy naturales, notas de guitarra pausadas y elongadas en un estilo característico, teclados sedantes... todo ello conduce inevitablemente al bienestar y la relajación, pero con la calidad en la composición y ejecución que posee este amante de la naturaleza y los animales. Tras "Nada", el suave y meditativo comienzo de flauta y teclados donde parecen convivir lo moderno y lo más tradicional, suena una gran composición de título "Sha", donde lo que parece un sitar distorsionado aporta la melodía en un ambiente rítmico muy interesante en el que la flauta va a acabar tomando todo el protagonismo. La conexión con la naturaleza se evidencia, además de en la paz que transmiten estas tonadas, en lo que se pueden parecer a cantos de pájaros, "Basho" se sustenta en ellos al principio, para acabar evolucionando en un juego más completo y movido con ciertos aires orientales, en especial en su tramo final, dominado por una juguetona melodía. Es entonces cuando Deuter pasa a apabullar con "Ari", el que es posiblemente el mejor tema del disco, una demostración del genio de este músico ante cualquier situación, ya que aquí son unos afortunados teclados los que nos emocionan, proponiendo una gozosa ambientalidad llena de estímulos, y logrando una de las joyas ocultas de la New Age. La melodía se va creando durante toda la duración de la pieza en un clímax contínuo de luminosa belleza, dificilmente igualable. "Fjaril" es un corte muy estimulante por sus extraños arreglos de guitarra, mientras que nuevos y gloriosos teclados celestiales ("Gentle Darkness") nos llevan hasta "Terra Linda", otra pequeña celebración de la vida y la naturaleza con la ayuda de sonidos pregrabados, teclados, percusión, cuerdas y especialmente vientos, esas soberanas flautas que en "Indian Girl" encuentran una bonita inspiración en los indios norteamericanos, tras haber viajado a través de influencias orientales ("Basho") y detenerse lejanamente en sudamérica en el cierre del disco de título "Chichen Itza".
Deuter es un ciudadano del mundo, un artista que ha querido fundir Oriente y Occidente no sólo musical sino también espiritualmente. Además su mente no está anclada únicamente en la tradición sino que acepta de buen grado la tecnología y los nuevos retos del siglo XXI, pues sus composiciones pueden estar inspiradas tanto por el bosque petrificado como por los fractales. Por su música parece fluir la alegría de la vida, para llevarnos "a ese lugar hermoso dentro de cada oyente, donde puede experimentar el calor, el amor, la compasión, la suavidad". "Henon" fue su último disco para Kuckuck, siendo New Earth Records su nueva ubicación discográfica. Con este estupendo trabajo Deuter demostró no sólo que con el paso de los años y los discos no había perdido la inspiración sino que, en este momento de cambios, se mantenía como uno de los grandes referentes de la New Age, una música que por entonces caminaba segura hacia el nuevo siglo.
Marcelo Torres es otro de esos artistas que, a pesar de no poseer estudios musicales en el instrumento por el que son conocidos, apabullan con el dominio y la técnica que poseen a la hora de tocar, en este caso, el bajo (Marcelo sí que pasó por el conservatorio pero para estudiar piano y composición). Técnico e imaginativo, este argentino que toca el bajo con índice, medio y pulgar, habla entre sus influencias sobre bajistas como Anthony Jackson, Michael Manring, Carles Benavent, Jaco Pastorius o Stanley Clarke, pero también guitarristas como Steve Vai o Van Halen, de los que posiblemente provenga su interés de tocar en ocasiones su bajo como una guitarra convencional. Colaborador habitual de Lito Vitale (le podemos escuchar en la época del 'Lito Vitale Cuarteto', por ejemplo en el inmortal disco "Ese amigo del alma"), tras años de tocar a la sombra se decidió por fin a publicar su primer y muy esperado trabajo en solitario, de título "Edad luz", en el que Lito le iba a devolver la colaboración.
“No soy músico de jazz, de tango, ni de folclore. Me considero más de rock, porque en este género encontré la manera de desarrollarme. Mis preocupaciones estéticas son las de un músico de rock”, decía Marcelo. Afortunadamente, su concepción de la instrumentalidad se adapta a los estilos antes mencionados y no desdeña suaves planteamientos melódicos con fusión de conceptos e importancia de los vientos. Fue en 1993 cuando "Edad luz" fue publicado en Argentina (por Ciclo 3, el sello de los padres de Lito Vitale) y fue distribuido España (por medio de Sonifolk), con una bonita portada obra del ilustrador argentino Ciruelo Cabral (radicado en Sitges -Barcelona-, Ciruelo ha diseñado la cubierta de varios discos de Marcelo, así como otros de Steve Vai o Pedro Aznar). Este trabajo representaba la visión personal de la música y la vida para Marcelo Torres, que sorprendía por los sonidos que era capaz de presentar con su bajo de seis cuerdas (fabricado exclusivamente para él por el luthier argentino Alejandro Rubio), explorando un original mundo de posibilidades y técnicas. En general, una música muy luminosa y alegre, de esencia sudamericana y cuerpo de jazz, que recordaba profundamente a la de Lito Vitale en muchos de sus momentos. Marcelo demuestra a lo largo de nueve composiciones su capacidad como bajista (usando en ocasiones el bajo a modo de guitarra y experimentando con enormes rasgueos o técnicas como el tapping) pero también como compositor de una obra íntegra, y para conjuntar un grupo de variada instrumentación. De hecho, cada una de las canciones posee su propia convivencia de músicos e instrumentos: Pablo Rodríguez (flauta en uno de los temas), José Luis Colzani (percusión en un tema, batería en otro), Sebastián Peycere (batería en cuatro temas), Mariano Diaz (piano acústico en otros cuatro), y tres ex-componentes del cuarteto de Lito Vitale: el propio Lito (teclados y percusión en "Edad luz" y "A todos los niños" -y voces en la primera de ellas-), Manuel Miranda (que colabora en cinco de los cortes con flauta, saxo soprano, percusiones, aerófonos y piccolo) y, lógicamente, Marcelo Torres, que se muestra como un eficaz multiinstrumentista: bajo de seis cuerdas, percusiones, teclados, guitarra acústica y voces. "Edad luz" (donde Marcelo intenta contar una historia, y en ella se imponen aires sudamericanos, representados especialmente por las flautas), "Formas a través del cristal", "No tan simple" (uno de los cortes donde mejor se aprecia el trabajo del bajista, especialmente en su apertura y su cierre) o "A todos los niños" (con el claro atisbo del estilo Vitale) son sólo ejemplos de la vitalidad de la música contenida en este trabajo, del que es preciso destacar especialmente "Historia de una lucha imaginaria" (que presenta la primera melodía tarareable del álbum, un corte muy completo y agradecido donde cada instrumento, precisamente, 'lucha' por hacerse notar y cada uno tiene un elevado protagonismo en ciertas partes de su desarrollo, la percusión, el teclado, los vientos y un bajo portentoso) y "Danza", que cierra el plástico de manera brillante, un desfile de sensuales cuerdas que se unen a la tenue voz para deslumbrar con una bonita melodía en una obra, en general, muy elaborada y completa.
"No hay manera de escapar la sombra de la sombra. Sólo los Ángeles saben verter la luz en la oscuridad. No hay manera de salir ileso tras todas las verdades del corazón. Este es el mundo de lo imperfecto; nuestras almas sin perfección ante él. No hay suspiros ante la muerte, sino presagios del porvenir. Todo yo es destruido por la mirada dulce de una niña y reconstruido por el suave cantar de un niño. La niña alberga en su seno esperanza, y el niño la acción. Todo es lo que es, pero tal vez pueda ser también poesía". Es parte del texto referido a "Edad luz", un trabajo grabado durante los meses de Diciembre de 1992 y Enero de 1993, y producido por el propio Marcelo. A "Edad luz" le siguió, en 2003, "Constructor de almas", diez años de diferencia entre dos discos que él definía como conceptuales, "en el sentido de que el repertorio responde a una dirección". Posteriormente llegaron "Atomo" (2010) y "Universos en miniatura" (2014) sin ese punto de partida, representando en cada canción "mi universo artístico, creativo y espiritual, llegando un momento en que grabarlas se transformó en una necesidad vital”.
Hablar de Azul y Negro es hacerlo esencialmente sobre recuerdos, sobre días de diversión, radio, casettes y vinilos, sobre una música que miraba al futuro y que marcó a una generación. Carlos García Vaso y Joaquín Montoya eran los miembros del dúo, con experiencia en el mundo del pop-rock el primero (sus guitarras sonaron para Tino Casal, Mecano, Antonio Flores...) y más músico de conservatorio el segundo, con el aporte especialmente importante del conocido periodista y locutor de radio Julián Ruiz en la producción, el auténtico 'culpable' del nombre del grupo (se le ocurrió mientras veía un partido del Inter de Milán -cuya camiseta es azul y negra- cuando trabajaba para el diario Marca como crítico de fútbol). Este conjunto se adelantó a su tiempo incorporando algunos adelantos tecnológicos en sus grabaciones (por ejemplo "Suspense" fue el primer CD español en 1984). Los que vivieron de lleno esa época saben perfectamente lo que supusieron, su repercusión popular en España, y su recuerdo está ligado a ciclismo, televisión, radio y música electrónica, la banda sonora de los años 80. Décadas después es necesario rescatar joyas como ésta, y no hay que olvidar que, tras un tiempo de silencio, Azul y Negro siguen editando discos merced al esfuerzo y a la creatividad de Carlos Vaso en solitario, mientras Joaquín Montoya utiliza su propio nombre en sus nuevas creaciones.
Aún con el buen sabor de boca de "La edad de los colores" muy reciente, una irrupción sorpresiva en la España musical de los 80, su segundo plástico, "La noche", es posiblemente su álbum más admirado, un trabajo que sorprende, emociona y consagra a estos dos murcianos, que parecían encontrar el camino hacia un éxito europeo que tan difícil ha sido siempre de alcanzar para las bandas patrias. Cantar en inglés les benefició sin duda, aunque el hit en cuestión, "The night", era casi la única canción del álbum en dicho idioma (sólo "Technovision" la secundaba), y los versos no se prodigaban en demasía. Publicado en 1983 por Mercury, en "La noche" nos podíamos encontrar con un tecno-pop de calidad autóctono, algo casi impensable en ese momento pero que gracias a canciones como "No controlo nada" o la gran sintonía de la Vuelta Ciclista a España 1982, "Me estoy volviendo loco" -su exitazo hizo reeditar el disco, cuya primera edición no lo contenía-, era toda una realidad. La evolución tecnológica de este disco se nota desde la experimentalidad de su introducción, plena de efectos que no por ochenteros dejan de ser hoy atractivos e interesantes. Esta "Intro" deviene en el caballo de batalla del tecno-pop de Azul y Negro y una canción de auténtico diez, "Technovision", con vocoder sobre una base bailable y efectos de sonido y voz impresionantes -coros de Zanna y el malogrado Ollie Halshall-, en especial hacia su final. A continuación entra uno de los temas más recordados del grupo, "Isadora", la demostración más clara de que esta música no es fría -como algunas críticas retrógradas querían hacer notar- sino cálida, sensual y digna de admiración; de hecho, la gracilidad de la bailarina Isadora Duncan está presente en cada uno de sus acordes. Es entonces cuando se pone de manifiesto que Carlos Vaso es más creador de canciones, es decir, tecno-pop con letra sin un mensaje definido pero basado en la actualidad de la época y sus propias vivencias, mientras que Joaquín Montoya es el instrumental puro del grupo. Hay así una división entre canciones propiamente dichas como "Paso a paso", "Secuencias" (una visión de la relación entre hombre y máquina), "Flash" (homenaje al espíritu y moda de los 80) y "Paraíso perdido", todas ellas compuestas mano a mano con Julián Ruiz, y instrumentales tan pegadizos como "Fantasía de piratas" (una auténtica joya que podría haber sido otra enorme sintonía ciclista) o "Fu-man-chu", que con las dosis perfectas de originalidad y producción, van más allá de su supuesta simpleza; ambas sirvieron como sintonía para conocidos espacios televisivos, la primera para la cabecera de deportes de televisión española (es decir, la que veía todo el mundo en esos momentos) y la segunda para el conocido y divertido concurso "En busca del tesoro", en el que Miguel de la Quadra Salcedo se recorría media España en helicóptero. También de Montoya es otro conocidísimo semi-instrumental, "Con los dedos de una mano", la segunda sintonía consecutiva del grupo para la Vuelta Ciclista a España, lo que en esa época era ya de por sí un éxito seguro (no deja de ser interesante comprobar la coincidencia, tal vez por influencia del éxito de una música como la de Azul y Negro asociada a las pedaladas, de que un grupo al que presumiblemente pudieran admirar como Kraftwerk, llegara a componer posteriormente la música para un Tour de Francia, si bien es conocida la pasión de los miembros originales de la banda alemna por el mundo de la bicicleta). La combinación de Vaso y Montoya, y la alternancia de sus planteamientos musicales en cada disco resultaba un éxito definitivo. Para el final, comentar la segunda composición firmada por ambos en conjunto (y por Julián Ruiz, siempre omnipresente) tras "Technovision": se trata del tema que da título al disco, "The night", un auténtico hit injustamente olvidado por las radiofórmulas, que engancha desde el primer segundo basado en un ritmo tremendamente pegadizo y bailable, tanto que se trata de uno de los grandes éxitos 'dance' españoles (bailado en Londres -donde entró en las listas de venta con 25.000 copias vendidas del maxi-, New York y medio mundo) y la canción española que recaudó mayores derechos de autor en el extranjero durante el año 1987, merced a la exportación por vía italiana. Teclados (con Montoya dominando esta faceta) y secuenciadores se unen a percusiones electrónicas, pero hay un lugar muy importante en este sonido para los bajos y guitarras de Carlos Vaso. Este poderoso LP fue compuesto por Carlos y Joaquín en un apartamento de la Manga del Mar Menor, una reunión catártica en la que alcanzaron un nivel que llegó a sorprender a Julián Ruiz cuando escuchó la maqueta por vez primera. Allí se encontró éxitos en potencia no sólo en radios y televisión sino en pubs y discotecas, así como cortes instrumentales que alcanzan un nivel difícilmente superable (es muy complicado decantarse entre "Isadora", "Fantasía de piratas" o "Fu-man-chu").
Ese mismo año 1983 en el que "La noche" alcanzó el puesto número 4 en las listas de ventas en España, se editó una recopilación de los dos álbumes del grupo, remezclando sus mejores temas en formato digital; así era su título, "Digital", donde destacaba "No tengo tiempo (Con los dedos de una mano)", que fue número 1 durante cuatro semanas en las listas de singles. "Digital" superó en una posición a "La noche" (llegó al número 3) e incluía estas otras canciones de este segundo álbum: "The night", "Technovision", "Isadora", "Fantasía de piratas" y "Fu-man-chu". Para el que por su juventud no los conociera, hay que recordar que Azul y Negro es un grupo que quiso adelantarse a su tiempo, conocidos por muchos aún sin saberlo merced a sus innumerables sintonías en radios y televisiones, y por supuesto consagrados por el ciclismo, que otorgó a la banda un éxito inmediato y fulminante. Juntos, Vaso y Montoya -y Julián Ruiz- traspasaron difíciles fronteras, y no por tecnológicos dejaron de aportar un toque humano al conjunto de su obra. Tecnología e ingenio, cómplices en un producto magistral en la España de los 80.
No faltan en el vasto universo musical de la península ibérica, tanto en España como en Portugal, ciertos grupos fantasma, que a pesar de contar con unas evidentes condiciones especiales para crear un tipo de sonido de estilo avanzado y calidad superior, tomando como base el folclore de su país fusionado con el pop y ciertas formas contemporáneas, desaparecen sin dejar rastro en la piel de toro, tras dejar unas pocas huellas que no pueden ni deben borrarse, como prueba de su paso por la industria, por aquel cajón desastre que en ciertos momentos, los del boom de las nuevas músicas, fue un hervidero en el que convivían calidad e ingenio con sopor y aprovechamiento. Entre los primeros, los del ingenio, y concretamente desde Portugal, llegó a nuestros oídos a finales de los años noventa "Mar de folhas", un disco de título nostálgico y de cierta dificultad a la hora de rastrear actualmente algo sobre su origen y condiciones, las de una misteriosa banda llamada V Império. Aquí podéis leer su historia y comprender el porqué de su abrupto final.
"Mar de folhas" es el único trabajo de este conjunto que desapareció pronto del mapa dejando poco rastro, sólo el de este CD editado en 1997 en el sello Movieplay, en cuya portada destacaba el color vivo de las letras del nombre del grupo sobre la foto en blanco y negro de un sendero poblado de hojas en un bosque caducifolio (una reedición del año siguiente cambiaba ligeramente el diseño de esa portada y su fotografía, distinta y en color). V Império (léase 'Quinto Imperio') se denominaban así: "un proyecto que mezcla la música tradicional de raíz portuguesa con música ambiental, minimalismo y pop". El nombre del grupo corresponde, decían, a la hermosa idea de un Portugal romántico: el poeta de Lisboa Fernando Pessoa estaba tan enamorado del idioma y de la cultura portuguesa, hasta el punto de soñar con un imperio espiritual portugués, un 'quinto imperio' (como continuidad histórica de los ejercidos anteriormente por asirios, persas, griegos y romanos) que recuperara la grandeza lusitana de siglos anteriores. De hecho, "Mar de folhas" se presentó en la Casa Fernando Pessoa de Lisboa en mayo de 1997. Tres miembros formaban este recordado conjunto: João Gata (teclados y letrista), Rui Ricardo (teclados y programaciones) e Isis (voz). Sus influencias reconocidas, desde Ryuichi Sakamoto, Michael Nyman, Wim Mertens, Brian Eno o los clásicos (João) hasta Bach, Ultravox, Joy Division y pop más underground (Rui) y Tori Amos o Ella Fitzgerald (Isis). João y Rui habían coincidido, años atrás, en un grupo llamado Amenti, en el que la vocalista era una joven Teresa Salgueiro, posterior voz de Madredeus. En "Mar de folhas" se notaba la mano en la producción de Guilherme Inês, colaborador y productor a su vez de la montijense Dulce Pontes; el álbum se nutría para configurar su sonido de la eficaz colaboración de violines (Aníbal Lima), violas (Alexandra Mendes) y violonchelos (João Murcho), así como del siempre estimulante oboe (Paulo Teixeira), que ponían la nota minimalista sobre las atmósferas típicamente lusas, combinando con soltura elementos acústicos y electrónicos. El sonido así resultante abandonaba el pop más sencillo para gozar de un neoclasicismo que, lejos de resultar pedante, podía llegar a entusiasmar por su belleza plástica y por sus eficaces interpretaciones, no sólo musicales sino también vocales, puesto que Isis demuestra en la obra una extraordinaria valía en este sentido. En este trabajo se nos presentan doce composiciones, de las que tan sólo dos ("Décadas" y "Mar de folhas") son instrumentales, la primera de ellas claramente deudora del minimalismo portuario de Rodrigo Leão, y la segunda, que cierra el disco, más romántica. En cuanto a las canciones, que como ya se ha dicho se benefician sobremanera de los arreglos de cuerda, son un ejemplo de sensibilidad y energía a partes iguales, destacando especialmente el comienzo del disco, una serie de composiciones tocadas por una varita mágica. "O castelo" es un inicio arcano que protagonizó un CDsingle promocional del álbum y que tuvo su propio videoclip, pero es a continuación cuando aparece la excelencia, dos auténticas maravillas (separadas por otro tema, "Sempre (em ruelas sem nome)", ante el que también hay que rendirse), grandes clásicos ya de las Nuevas Músicas, de títulos "Vagas (das tuas lágrimas)" y "Sagres (de madrugada)". Escuchando estas dos grandes piezas, sus cuerdas, teclados y voz majestuosa, una sonoridad cargada de melancolía prende una llama en nuestro interior que es complicado apagar, si bien "Vagas (das tuas lágrimas)" ni siquiera fue utilizado para promocionar el álbum; "Sagres (de madrugada)" (la composición favorita de su autor, João Gata, llena de naturaleza y de nostalgia) sí que fue interpretado en playback en varias televisiones junto a "O castelo"). Aunque marcado por la grandiosidad de sus cuatro composiciones iniciales, el álbum no desmerece conforme se avanza en su escucha, encontrándonos por ejemplo con un efectivo y atrayente nuevo sencillo, "Ventos de história" (realmente el segundo tras "O castelo"), entre otras poéticas composiciones como "Demónios de cristal" o una "Efémera" poseída por una mayor ambientalidad ("Somente só" y "De dia, de noite" portaban además intensos acompañamientos electrónicos, en mayor contraste con las cuerdas) que conforman una obra merecedora de una continuidad.
¿Fue V Império un grupo incomprendido? ¿Fue simplemente un capricho de tres jóvenes con ideas distintas a las generales, incluso adelantadas? Ellos dijeron: "La idea del grupo surgió hace diez años, en las noches de alterne por el Barrio Alto lisboeta. Había una generación de artistas plásticos, escultores y músicos. Nosotros formábamos parte de ese meollo". Pero João Gata, en exclusiva, reconoce que tras "Mar de folhas", "V Império se convirtió en casi un proyecto maldito, en el que hubo mucha especulación de agentes y gerentes, e incluso mucha preocupación por destruirnos (...) El director de 'proyectos especiales' de Movieplay era estadounidense y todo salió bien, pero después de que se editara el disco, algo cambió dentro de Movieplay, ese director se fue y formó Edel Portugal. Sin embargo, teníamos un contrato de 5 años o 3 discos, y al mismo tiempo, nos vimos obligados a firmar un contrato con União Lisboa, la misma agencia de Madredeus. Aquí empezó el drama, hicieron todo para que el grupo no tocara en vivo, aunque sabíamos que mucha gente nos quería en festivales y demás. También fue complicado terminar este contrato abruptamente. Los músicos en Portugal no son importantes, no hay grupo de apoyo ni abogados expertos". Aún así, V Império consiguieron hacer una pequeña gira por España, de fenomenal recuerdo para João, pero a la vuelta, todos los intentos por trabajar en un segundo álbum con un sonido más simple y más rítmico (entre el trip-hop de Bristol y el downtempo) fueron destruidos por una total dejadez y cierre de puertas por parte de la compañía. Gran error por su parte, que nos privó de nuevas muestras de esta maravillosa música.