Si tu nombre es Waliou Jacques Daniel Isheola Badarou y quieres que la gente te recuerde a nivel popular, lo mejor es que encuentres un apodo o un hipocorístico para usarlo en tu carrera. Así, este músico nacido en París en 1955 (aunque de evidente ascendencia africana) y criado en un entorno acomodado tanto en Francia como en Benin -el país de sus padres, al que se trasladó con su familia a los 7 años- tomó el nombre artístico, mucho más apropiado, de Wally Badarou. Ya de vuelta en Francia, aparte de componer alguna banda sonora (la más recordada es la del film nominado al Oscar a mejor película 'El beso de la mujer araña'), como músico de sesión y coproductor ayudó a que el grupo Level 42 cobrara una gran fama en los 80 (es considerado un quinto miembro en la sombra de esta banda del sur de Inglaterra), y muchos otros músicos y grupos se aprovecharon de su teclado (Talking Heads, Foreigner, Manu Dibango, Herbie Hancock, incluso Julio Iglesias) y producción (Salif Keita, Trilok Gurtu o Carlinhos Brown, entre otros). Pero las ideas propias hervían en el interior de este avanzado artista, así que dando la cara en solitario, Wally publicó dos interesantes álbumes en los 80, dos trabajos instrumentales que no eran sus primeras obras ("Back to scales to-night" lo fue en 1979, un atrevido disco de canciones que no pasó a la historia) en los que acertó especialmente incorporando tecnologías punteras en aquella cambiante década del siglo pasado, que dejó atrás a muchos músicos pero impulsó la popularidad de otros.
"Echoes" presentaba, en 1984, una world music dinámica, basada en un pop sin palabras, pero algo vacía en su agradecido intento de occidentalizar ritmos africanos, a excepción de la funky "Chief inspector" (que fue uno de los sencillos) o de una despedida ("Rain") con mucho sentimiento, aunque su single principal fuera la exótica "Hi-Life". Fue en 1989 cuando Island Records publicó la mejor obra de Badarou, titulada "Words of a mountain", donde el músico huye de la cierta complacencia que le proporciona la tecnología y se introduce definitivamente en su propio mundo, ofreciéndonos curiosamente un viaje abierto y mundial, un recorrido por algunas de las montañas más famosas del mundo, desde el Vesuvio al Uluru o al Monte Fuji. La idea del proyecto fue "trabajar cuentos cortos de fantasía alrededor de una montaña mítica, una idea platónica que es 'personificada' por todas las montañas de este planeta". Island lo definió en su publicidad como 'arte para los amantes de la música', y efectivamente nos encontramos con un trabajo que lejos de ser impresionante es en cierto modo hermoso, en el que brilla una cierta poesía musical, pero al que también contribuyó con sus poemas -se pueden leer en el libreto del disco, del que así se entiende el título de 'palabras de una montaña'- la cantante Marianne Faihfull, con la que Badarou había colaborado en el pasado en labores de teclados y producción. Establecido de casualidad en Nassau (Bahamas) desde una década antes, Badarou grabó allí "Words of a mountain", afirmando que era el sitio adecuado para ello, aunque pasaba grandes espacios de tiempo en el Reino Unido Francia y en los Estados Unidos por su trabajo de producción y como músico de estudio. Se disfruta de la entrada, sigilosa, un momento privado de piano digitalizado ("Leaving this place") que no deja adivinar el camino del álbum. A continuación, "The dachstein angels" (el Hoher Dachstein es la mayor cima de los Alpes austriacos) es la composición estrella, verdadero motor y primer sencillo del álbum, sonidos etéreos aflautados -que bien desarrollados podían haber constituido un tema por sí solos- dan paso a voces sampleadas con forma de acertado himno multicultural, alumbrado por asomos de cuerdas y un final ambiental precedido por una atronadora -tal vez demasiado- fanfarria. La radiodifusión de este relativamente exitoso sencillo hizo que la gente que no sabía absolutamente nada sobre la persona ni la trayectoria de su autor, se maravillaran con estos sones de libertad propagados desde las alturas. Los muchos vaivenes estilísticos hacen mas disfrutable el álbum. En "Vesuvio solo" se asoma a una electrónica retro, y parece recrear aquella de Tomita en su célebre álbum dedicado a Debussy, "Snowflakes are dancing". Su atmósfera es sólida, muy disfrutable, y contribuye a aumentar la valoración del trabajo. "Vesuvio solo" cuenta la historia de un mirlo que volaba sobre el Vesubio durante su erupción en el año 79: "La primera parte la toqué como si el pájaro estuviera volando en el bosque y luego se elevara a la cima del Vesubio cantando como si anunciase la erupción. Por eso es que se llama 'Vesubio solo', porque está haciendo un solo. Al final, traté de capturar la sensación de la avalancha de lava desprendiéndose de la montaña". Wally se acerca enseguida a motivos orientales en un catódico viaje por Japón en "Mr. Fuji and the mime", mientras que "Wolves in the Urals" es un giro neoclásico dominado por los fríos vientos de los Montes Urales, que separan Europa y Asia. Su tono misterioso (cerca de una de sus montañas sucedió en 1959 el accidente del Paso Diátlov, donde murieron nueve alpinistas de manera extraña) radica en que todo lo que suena proviene de un sólo sonido de TX816, distante y sereno al comienzo, potente más adelante. Además, Wally añade que en este tema (su favorito del álbum) el viento, literalmente, canta, y es una mezcla de interpretación al teclado y de viento real, grabado en Nassau (Bahamas, su lugar de residencia) durante una tormenta. De repente, el viaje nos lleva ahora entre ritmos étnicos caribeños, una prueba mas de la variedad estilística de la obra; en este corte titulado "The feet of Fouta" suena aflautada, al principio, una de las melodías de "The dauchtein angels", pero se deja llevar por el ritmo de la percusión. Este corte presenta muestras sampleadas de tablas indianas, pues aunque Fouta sea una cadena montañosa africana, el sonido de dichas tablas (descartes de la banda sonora de 'El beso de la mujer araña') atrapó al autor: "sentí que el sonido de esas tablas describía la impresión de esas montañas". En "A horn for Lake Powell", donde explora paisajes dentro y fuera del agua, explica el autor que "quería evocar la rotundidad de los verdaderos cuernos ingleses o franceses utilizando un vibrato fortuito muy bajo". Es una pieza enorme, bastante ambiental, llena de sentimiento y de serena belleza, siguiendo la estela de "Wolves in the Urals", aunque su inspiración sea ahora el más accesible lago Powell, situado entre los estados norteamericanos de Arizona y Utah. La misma estela natural, con algo de misterio, sigue "Ayers Rock bubble eyes", homenaje al famoso monte Uluru, esa roca rojiza y sagrada (actualmente no está permitido escalarla) situada en el centro de Australia. Sus trinos de pájaros no son auténticos, pero Badarou pretende enmarcarlos, y lo consigue, en una escena pastoril. Para acabar el plástico, "Words of grace" es un bonito final, delicado y agradable, como lo fuera aquel "Rain" del álbum "Echoes", del que podría ser una especie de segunda parte, o más cercano, arreglado al estilo del tema de apertura de este mismo álbum, "Leaving this place". "Words of grace" acompañó al sencillo de "The dachstein angels", y fue incluida en un extraño EP junto a "Leaving this place" y otros dos temas ajenos al disco, "Novela das nove" de la banda sonora de "El beso de la mujer araña", y "Chief inspector" de "Echoes". En el libreto del disco se habla de la fusión de la danza y la tecnología, y de la maestría de Wally Badarou en esta disciplina, ayudado por el synclavier, instrumento en el que ha invertido largas horas de experimentación, dominando su capacidad de grabar secuencias y sonidos para poder combinarlas a su antojo. También utilizó masivamente el sintetizador Yamaha TX816 y el programa Hypercard de su ordenador Macintosh, pero no se trataba solamente de un proceso tecnológico, no hay que olvidar lo artesano del proceso de idear, componer y tocar determinados instrumentos, aunque algunos fueran grabados para utilizarlos con el synclavier (el piano de "Leaving this place", por ejemplo). A los teclados de Wally Badarou se añaden en el disco la flauta y el violín de Emil Schult, y la voz de Laura Weymouth. Prescindir de la batería no fue fácil ("nunca sonará como algo real, lo sé", afirmaba), pero tomó la decisión por el largo tiempo de grabación, durante el cual no podía permitirse un batería continuamente. La 'agitación tecnológica' fue de hecho clave en un trabajo del que Wally quedó muy satisfecho en términos de calidad, lo que él califica como el deber del músico.
Con el cierto renombre que empezó a tomar Badarou tras "Echoes" y sus colaboraciones anteriores, Chris Blackwell, fundador de Island Records, lo que le propuso en principio fue hacer un álbum clásico. No fue ese el resultado, evidentemente, pero sí que generó sonoridades atractivas, líricas, basándose especialmente en el Synclavier. Wally destaca que "Words of a mountain" es uno de los primeros álbumes de 'estudio en casa' y también de los primeros 'grabados sin cinta' de la historia, y le llevó alrededor de un año de trabajo, lanzándose al mercado alrededor del Día de la Bastilla de 1989, en pleno bicentenario de la Revolución Francesa. De hecho, Badarou fue requerido para colaborar en el proyecto musical que se estaba fraguando en Francia alrededor de esa conmemoración, una fiesta en la que se intentaría involucrar a músicas tradicionales y contemporáneas para la que compuso "La marche des mille", interpretada por mil músicos tradicionales y más de 1600 percusionistas durante el espectacular desfile de aquella tarde, y el "Prélude à la Marseillaise", también interpretado por 300 coristas, junto a los músicos desfilantes. Un sencillo con estos dos temas fue publicado en vinilo y CD en 1989. De vuelta a Francia, Wally Badarou continuó produciendo y colaborando con otros músicos, pero anduvo desubicado en cuanto a rumbo de su propia música, de la que "Words of a mountain" es un estupendo legado, con el momento emblemático titulado "The dachstein angels".
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