Con las ventas de música clásica en franco declive a comienzos de los 90, los directivos de las grandes compañías tuvieron que buscar nuevos valores y arriesgar con otros incentivos, en ocasiones lejanos a la seriedad presumible en el apabullante mundo de la música culta. La potente compañía británica EMI había utilizado una agresiva campaña de marketing con la grabación de "Las cuatro estaciones" de Vivaldi por parte del irreverente virtuoso Nigel Kennedy, donde modernas remezclas de DJ se unieron a la propia imagen del violinista para acabar vendiendo millones de copias y auparle al estrellato. Unos años después, la propia EMI probó suerte con una violinista joven y sugerente, de sangre china y tailandesa, que en su minoría de edad se ofrecía a posar insinuante para la promoción de su primer lanzamiento en la multinacional (ya tenía cierta fama como niña prodigio y algún lanzamiento en el mercado con Trittico Classics). Esta lolita oriental se llamaba Vanessa Mae, y el trabajo que iba a romper con la formalidad, publicado en 1995 por la mencionada y avispada EMI, iba a llevar por título "The violin player". Chen Mei (el nombre chino de esta intérprete de violines acústico y eléctrico) lucía esplendorosamente en su portada.
Si una cara bonita vendiera discos, esta belleza de ojos rasgados tendría bastantes ventas aseguradas, de hecho es bastante posible que así sucediera; sin embargo, no cabe duda que Vanessa Mae era una intérprete excepcional cuando grabó "The violin player". Nacida en Singapur en 1978 de padre tailandés y madre china, la formación de pianista clásica de su madre tuvo seguro mucho que ver en su posterior vocación. Piano y danza fueron parte de su instrucción cuando se mudó a Londrés a los cuatro años, y fue su padrastro, el abogado británico Graham Nicholson, el que influyó en su acercamiento al violín. Como otros compositores afirman sobe el chelo, Vanessa sostenía que es el violín el instrumento que más se parece a la voz humana, y que por tanto despierta emociones auténticas: "Cuando era pequeñita, el violín fue una especie de mascota, o una muñeca. Una relación mimosa, un sentimiento afectivo. Pronto, me metí mucho más de lleno, tanto que decidí hacer de él una profesión". Eso fue a los 8 años, y su maduración temprana permitió que de muy joven fuera ya reconocida como una pequeña maestra del arco y las cuerdas, tanto que a los 10 años dió su primer concierto solista con la Filarmónica de Londres. Cuando, adolescente, grabó "The violin player", dijo: "Beethoven y Beatles, Mozart y Michael Jackson, Paganini y Prince: me gustan todos". Mucho se habla de la intérprete, pero este gran éxito contó con una figura en la sombra, la del productor inglés Mike Batt, que aportó siete de las diez composiciones de un álbum que comienza con la particular versión de la "Toccata and fugue in D minor" de Johann Sebastian Bach, primer sencillo del disco, cuyo frenético comienzo deviene en absorbente con la rapidez y destreza de ejecución de la joven asiática, y pudo enganchar a un público nuevo en su cambio de ritmo hacia formas actuales: "La música de Bach es muy polifónica, es decir que tiene diferentes voces y se adapta muy bien en un estudio multipistas, donde cada instrumento y cada línea se ubican en diferentes pistas, así que siempre sentí que quedaría bien de esta manera, especialmente por la libertad de combinar el violín acústico con el eléctrico". No se puede decir que "The violin player" sea un album atrevido, ya que la fórmula del classical crossover, con versiones de músicos clásicos y contemporáneos giradas hacia las nuevas tendencias, estaba a la orden del día. No estamos sin embargo ante un trabajo de este estilo propiamente dicho, ya que la 'toccata' de Bach es la única versión clásica del mismo. Batt y Mae eran conscientes de que la fusión podía ser un completo éxito (tal vez fuera más de lo esperado, eso es cierto), así que el acierto del disco, además de esa adaptación a la modernidad, es el clima de aventura que transmiten las piezas, y el aire fresco, aroma de juventud, que implanta la esplendorosa presencia de una violinista pequeña (tanto por edad como físicamente), hermosa y ciertamente virtuosa, la mayor de las cualidades para lograr al final sorprender, tanto al público más veterano como al sorprendido oyente de las radioformulas. Numerosos cambios de tempo y de ritmo desvelan una producción atrevida, con buen gusto aunque algún exceso (especialmente con las baterías programadas), de pasionales arreglos, orientada a un nuevo público, joven e inquieto, y en muchas ocasiones, sin un alto nivel crítico. En cuanto a la denominación, Vanessa lo intentaba así: "La gente me preguntaba cómo definía la fusión de estilos e instrumentos presentes en 'The violin player', y a toda esa amalgama le di el nombre de fusión tecno-acústica (...) Es lo que diríamos música alternativa para violín". Tras la versión de Bach, enérgico y popular es el arreglo de "Contradanza", composición de Mike Batt muy cercana y disfrutable, posiblemente el gran descubrimiento del disco, un tema ligero, pegadizo, con aire tanto clásico como popular, dominado por una contundente batería. Otro gran acierto es la inclusión de "Classical gas", tema inmortal del estadounidense Mason Williams, una pieza ganadora de tres premios Grammy, escrita originalmente para guitarra, que Vanessa hace suya con especial empatía. Para relajar el ritmo y el espíritu, el violín acomete a continuación "Theme from Caravans", una serena versión de la música de Batt para el film 'Caravan', originalmente compuesta en 1978. Aumenta la calma con "Warm air", tema danzarín que tras cuatro grandes sencillos inaugura la segunda parte, menos importante y recordada, del trabajo, con la afable melodía popera de "Jazz will eat itself" (un aire urbano, perfecto para películas de gánsteres), el ambiente fantasioso, relajante, de "Widescreen" o un ameno intento folclórico titulado "Tequila mockingbird", para concluir con otra melodía importante y segundo single del álbum, "Red hot", un torbellino neoclásico con momentos de furia; "Red hot" es la única composición de la propia Mae en el trabajo (junto a Ian Wherry), y en ella suena una potente guitarra eléctrica, a la que intenta emular con el violín ("quiero hacer por el violín lo que Jimi Hendrix hizo por la guitarra"), un gran colofón a un disco que en posteriores ediciones incluía la versión reggae de "Classical gas", tercer sencillo de un CD que aunque ya entraba en las últimas posiciones de las listas de ventas españolas en diciembre de 1996, fue en enero del 97 cuando llegó a su mejor puesto, el número 38. En el Reino Unido alcanzó el puesto 11 en febrero de 1995. "The violin player" contó también con un excepcional diseño y tipografía, y mucha información de interés en el folleto del CD. La grabación y la mezcla del disco fue realizada por Gareth Cousins, un reputado ingeniero de grabación británico, que ha participado en la mezcla y edición musical de numerosas películas de primer nivel, como 'Gravity', 'Suicide squad', 'Attack the block', 'Batman begins' o 'Dark city'. Cousins también participó en otro proyecto de classical crossover con mujeres intérpretes en el que estuvo brevemente presente Mike Batt, el cuarteto de cuerda Bond y su primer álbum, "Born", en 2000. El propio Batt (que cedió el papel de productor del siguiente álbum de Vanessa Mae -"Storm"- a Andy Hill) acabó por demostrar su interés por seguir aprovechándose de este estilo que a veces se muestra tan poco agradecido, al ser el productor de la efímera banda The planets, con la que intentó volver a tener éxito con su "Contradanza".
Lo que desde hace tiempo intentan vender las compañías en cuanto a la música clásica es la diferenciación, no exactamente a los autores clásicos, sino las interpretaciones de calidad o autenticas, diferentes, comerciando con determinados interpretes como si fueran los protagonistas indiscutibles de un producto que puede llevar la firma, ni más ni menos, de Bach, Mozart, Beethoven o Vivaldi. Como en el mundo del pop ultraproducido, se crean estrellas a partir de composiciones ajenas, si bien al menos no se discute la calidad de los interpretes. Vanessa alcanzó una gran fama con este trabajo, y en su rebeldía se calificaba, a pesar de su formación clásica, como una chica de los 90, que gustaba también de incorporar nuevas tecnologías a su música, y es que, decía, no hay límites para el violín: "La razón por la cual yo elegí el violín como mi primer instrumento fue probablemente porque cuando era pequeña, tenía la idea de que el piano era algo impersonal, ya que uno tenía que tocar en un piano ajeno que estaba en la sala de concierto, un piano distinto en cada sala de recitales. En cambio puedes tener tu propio violín y conservarlo contigo todo el tiempo, y eso es íntimo. Además, cuando lo pones bajo tu mentón, es como si fuera tu bebé". Esa Vanessa tierna contrasta con la de algunas de las imágenes promocionales de este álbum, donde se muestra provocativa y sensual. No se trata de una música nueva, distinta, sino de nuevas formas de presentarla, y la juventud -el erotismo incluso- de esta hermosa joven, se unió a otro tipo de pasiones, las de ritmos modernos, bases funky y disco, que amenizaban las interpretaciones de esta violinista a la que no importaba la opinión de los puristas, pues "ellos no estaban hace 200 años para ver cómo Bach o Paganini interpretaban su música".
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