Algunos de los músicos contemporáneos más considerados de la segunda mitad del siglo XX parecían apostar por una ruptura con el pasado. Aún más, muchos de ellos miraron decididamente hacia el futuro a través de nuevos instrumentos, ritmos y fusiones. El nombre de Todd Levin apareció entre la vanguardia de los años 90, si bien unos años antes ya presentaba una cara irónica y desafiante al comentar en la presentación de una composición aislada ("Turn", que acabó publicada en su segundo disco): "debemos aceptar la banalidad de la música". Intentando huir de la misma, Levin viajó a Nueva York y acabó siendo apadrinado por Philip Glass, que publicó su álbum de debut, "Ride the planet", en su sello de músicas dificilmente clasificables, Point Music. En él, una fuerza primitiva, acaso deudora de su interés por la percusión, mueve muchas de las composiciones, claramente imbuidas de conceptos artísticos, como su pasión por la pintura contemporánea (alguien le llamó el Warhol de la música), la fotografía (la portada de "Ride the planet" es obra de la prestigiosa fotógrafa Joyce Tenneson), la literatura (textos de la artista abstracta Jenny Holzer acompañan el álbum) y el cine (adora a Tarantino y las series de televisión): "No puedo olvidar que he nacido en una cultura marcada por el rock y la imagen". Así, Levin construye pasajes de apabullante fuerza en los que se vislumbran unas intenciones que oscilan entre la clásica, el rock, un toque electrónico y la música para películas, en un recogimiento académico que no se sabe si es fruto de su propio gusto estético, o una maniobra que le permitiera destacar como el transgresor de una nueva faceta estilística: "Mi objetivo final es hacer una música sinfónica tan potente como pueda, que sea fácilmente reconocible por el oyente, como una patada en el estómago".
Todd Bennett Levin nació en Detroit en mayo del 61, y estudió composición en la universidad de Michigan y en la Eastman School of Music. Con unos intereses musicales diversos, desde la música medieval a las vanguardias, asegura que "me traen sin cuidado las etiquetas y las clasificaciones, quiero que mi música sea recibida como una posibilidad más de ampliar fronteras". "Ride the planet" sorprende de inicio por un primer corte rockero, un comienzo ruidoso, excitante y sobrecargado por la sonoridad de la guitarra eléctrica, cuyo título, "Heaven" -cielo-, es difícil de entender salvo por la pasión extrema a la que refiere el subtítulo ('You must have one grand passion'). Estas frases que complementan los títulos de los cinco cortes son invenciones poéticas de Jenny Holzer, la misma autora del texto sobre la libertad que recoge ese extraño libreto en el que, al ser desplegado, destaca poderosamente la fotografía completa del músico en actitud mesiánica. La épica parece formar parte del brillante segundo corte, "Anthem", también amparado por una fenomenal y penetrante guitarra y por una voz que define la acertada melodía en un éxtasis de locura que alcanza su momento álgido en el momento en que ambos, voz y guitarra, se encuentran. La obra continúa en su incierto caotismo, huyendo de la calma y de la melodía fácil para entrar en un juego de barroquismo difícil de comprender pero, una vez asimilado, difícil también de dejar atrás. "Jungle" parece representar una lucha, algo confusa, entre lo viejo y lo nuevo, un viaje por el bien y el mal, el cielo y el infierno, un corte frenético y absolutamente particular, que navega más entre el rock sinfónico y la electrónica que por mares clásicos. Divaga, se sumerge, y en la superficie arremete contra lo establecido, logrando imponer un forzado equilibrio, una calma tensa de final abrupto. "Prayer" es, según su subtítulo, un sueño en el que buscar el camino a la felicidad, largo y repetitivo pero intenso, repleto de fuerza y en su atmósfera opresiva y luminosa guitarra se pueden encontrar ecos de las gloriosas colaboraciones entre David Bedford y Mike Oldfield en los 70. El marcado carácter e imponente resolución técnica continúan en su tramo final, de título "Marine", con el sonido marca de la casa que ineludiblemente impone la producción de Philip Glass (junto a sus habituales Kurt Munkacsi y, en este corte, Michael Riesman), esos ambientes ondulantes que se pueden respirar en practicamente todo el trabajo, un álbum en el que a los teclados de Todd Levin se unen el bajo de Jeffrey Allen, las guitarras de Stephen Gabriel y Ben Sher, la voz de Tony Moore y los teclados del propio Riesman. "Ride the planet" parece toda una aventura, una entrada aguerrida, una oda, una pasaje movido, otro que explora más en el interior y un final obstinado, bizarro y decidido. Los furiosos guitarreos son como relámpagos de magia en una tormenta contínua, un torbellino de insolente creatividad que aporta influencias artísticas y elementos rockeros al servicio de la música clásica moderna.
"Ride the planet" fue una de las cinco referencias que Point Music lanzó en 1992, su primer año de actividad. Philip Glass y Michael Riesman fueron los encargados de dar forma a este sello norteamericano dependiente de Philips Classics, que comenzó publicando "Mapa" del grupo brasileño Uakti, el interesante "Music fron the screens" de Philip Glass y Foday Musa Suso (interprete de kora procedente de Gambia), la ópera de John Moran "The Manson family", y "In good company" de Jon Gibson. Todd Levin completó el quinteto, pero las buenas intenciones de la compañía y del músico no bastaron, y la dificultad para clasificar su música hizo que "Ride the planet" no alcanzara las ventas deseadas y constituyera la única referencia del de Michigan en Point Music. Aún así, la arrogancia de Levin despertó más de una pasión, puesto que la todopoderosa Deutsche Grammophon fichó al artista y publicó la que definitivamente fuera su última obra, "Deluxe", en 1995, un álbum peliculero, de dinamita percusiva y sonoros metales, otro trabajo joven y rabioso, distinto al primero pero también dificilmente vendible, puesto que la música contemporánea, opina Levin, es la más impotente de las artes para impactar en un entorno cultural, salvo raras excepciones. Su carrera musical dejó entonces de interesarle, y prefirió ganar dinero en el mundo del arte contemporáneo. El paisaje musical del siglo XX, ese 'delta' del que hablaba Cage, estaba en contínuo cambio, una metamorfosis que admitía todo tipo de atrevimientos, pero a pesar de la osadía, practicamente ningún libro menciona a Todd Levin, que se encuentra en una desagradecida tierra de nadie, ninguneo inmerecido dada la fuerza y belleza de un trabajo como "Ride the planet".
2 comentarios:
¡Qué bien me ha venido descubir y escuhar esta bella melodía de Todd Levin (Que desconocía totalmente), para edulzar estos días de finales Abril. Gracias como siempre Pepe, y ¡Adelante!!
Me hubiera extrañado que lo conocieras, amiguete, es un músico muy poco conocido y menos reconocido.
Un abrazo primaveral!!
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