24.8.12

RICHARD STOLTZMAN:
"Innervoices"

La magia que surge de un instrumento tan carismático como el clarinete, importante en cualquier orquesta clásica, es aún mayor cuando lo porta uno de esos monstruos de la interpretación como el estadounidense Richard Leslie Stoltzman, un músico de apretada agenda por un virtuosismo sin igual, apreciado especialmente en los círculos clásicos. La música de Big Band que tocaba su padre o sus contactos con el mundo del jazz, llegaron a provocar un nuevo sentido en su trayectoria en solitario, que se nutre especialmente de la visión inigualable que de la espiritualidad posee el músico canadiense Bill Douglas, gran amigo de Stoltzman y principal responsable de que el difícilmente catalogable mundillo de la new age acogiera el nombre del clarinetista de Omaha (Nebraska), y adoptara composiciones como propias, en especial la maravillosa e inolvidable "Begin sweet world".

Esa bendita composición pertenecía al primer álbum en solitario de Stoltzman, de igual título, publicado en 1986. "New York counterpoint" fue el siguiente paso un año después, y repetía la misma estructura, con el enorme añadido de la percusión de Glen Vélez. En 1989 fue de nuevo RCA la encargada de editar otro paso adelante, de título "Innervoices", donde al clarinete, el piano de Bill Douglas, el sintetizador de Jeremy Wall y el bajo de Eddie Gómez (sus músicos habituales y buenos amigos), se añade el arpa de Nancy Allen, las percusiones puntuales de Danny Gottlieb y Richie Morales, y sobre todo el punto distintivo de una voz especial, la de una intérprete conocida y reconocida como Judy collins, cantante folk americana ganadora de un premio grammy. El contenido vuelve a recoger tres tipos de influencias, la clásica, la jazzística y la ambiental, pero el envoltorio es tan coherente que cada una de las composiciones, aún poseyendo su propia alma, se recoge en un todo bien unificado en el que conviven sin pudor autores como Bach, Keith Jarrett o Bill Douglas, y el paso de uno a otro no supone bajón ni interferencia. Douglas es el autor por excelencia del trabajo, y canciones como las que abren el mismo se han convertido, como lo hizo "Begin sweet world", en pequeños clásicos que han sido interpretados de diversas maneras por su autor: se trata de esa bendición gaélica titulada "Deep peace", en la cual a los etéreos teclados de Bill Douglas y el excelso clarinete de Richard Stoltzman se les une la voz de Judy collins, en un resultado etéreo en el que únicamente se puede echar de menos un mayor toque de percusión para que la canción ganara en fuerza, si bien la intensidad de la misma es evidentemente espiritual y esencialmente interior (su letra parte de una bendición gaélica). También de Douglas son "Golden rain" (pequeña delicia escondida entre otros títulos más difundidos del álbum, en la que Stoltzman se muestra como un intérprete carismático y disfruta en su juego como el piano tanto como en "My song"), "Flower" y en especial "Innisfree", otra composición idílica y característica de este simpático canadiense, tanto que contará (como "Deep peace") con diferentes versiones, siendo la aquí aparecida casi exclusivamente para lucimiento de Stoltzman. Y es que el clarinete es el dominador, con toda lógica, del trabajo, apoyado convenientemente por sus 'compañeros de reparto', como el piano en "My song" (donde también escuchamos un buen bajo), en especial por la firma original de esta composición, la del inmortal pianista del sello ECM Keith Jarrett. Stoltzman acoge la pieza y la convierte en un pretexto para soñar despiertos, como lo intenta -con menos éxito- con otra adaptación de un grande, la del "If it's magic" de Stevie Wonder. Stoltzman, solicitado intérprete clásico, también gusta de incorporar repertorio de los grandes maestros a sus discos personales, por ejemplo un "Largo" de Bach que permite su lucimiento, "The swan" de Camille Saint-Saens o el "Ave Verum" de Mozart, un buen final en la faceta más popular de un Richard Stoltzman que muestra sus numerosas caras en el disco. Pero si los grandes clásicos son inmortales, también determinadas canciones, bien construidas y excelentemente interpretadas, pueden dejar huella y certificar una nueva importancia en la música ligera: "For free" es un auténtico regalo, una gloriosa dádiva en la que todo es admirable, desde la adaptación hasta la interpretación vocal de Judy Collins, y por supuesto la composición original de otra veterana cantante surgida del mundo del folk, la canadiense Joni Mitchell, que creó esta pequeña maravilla en 1970 cuando, en uno de sus momentos más exitosos y solicitados, observó embelesada a un músico callejero tocar de manera venerable el clarinete totalmente gratis, en un claro reflejo de las injusticias de la vida (ella tenía guardaespaldas, viajaba en limusina y cobraba sumas astronómicas, mientras él tocaba 'for free', gratis, en cualquier esquina). Reseñar que en el álbum original de Joni Mitchell que incluye dicha canción, el clarinete es interpretado por el mítico Paul Horn.

Con canciones tan rotundas como "For free", "Innervoices" se convierte en un trabajo esencial. Stoltzman convierte al clarinete en un instrumento poderoso, pleno de magia y vitalidad, y lo demuestra en asociaciones con voces carismáticas (la de una Judy collins que aunque sólo aparezca en dos de las canciones se deja ver en la portada del álbum), en bonitas adaptaciones clásicas, en cortes de suave jazz o en momentos ambientales bajo la firma de Bill Douglas, cuya amistad con Richard Stoltzman nos ha permitido contemplar ensimismados el acercamiento de este generoso clarinetista al terreno popular, con esos ramalazos clásicos, jazzísticos y folclóricos. Jeremy Wall, que fuera miembro fundador del grupo de jazz fusion Spyro Gyra, es otro nombre importante no sólo del álbum (en su labor de productor y teclista) sino de esta carrera popular de Richard Stoltzman que tras "Innervoices" continuará divirtiendo y entusiasmando a su público menos clásico con discos tan variados como "Brasil", "Dreams", "Visions" o "Spirits".

ANTERIORES CRÍTICAS RELACIONADAS:
RICHARD STOLTZMAN: "Begin sweet world"



23.7.12

MARTYN BENNETT:
"Martyn Bennett"

Si lamentable es la pérdida de cualquier ser humano en la plenitud de su vida, la de Martyn Bennett, sin llegar a cumplir los 34 años, fue un duro varapalo para la nueva música escocesa. Llamado a abanderar la nueva corriente de renovación de dicha tradición, este imaginativo músico que nació realmente en Terranova (Canadá) pero que regresó a la tierra de sus raíces a los seis años, llegó a ser reconocido, en los pocos años de que dispuso para ello, como una figura emergente en Escocia por su combinación de influencias tradicionales con ritmos modernos, en un alarde de inventiva, de descaro y de demostración de sus capacidades interpretando una amplia gama de instrumentos que abarcaban desde el violín, las flautas o la gaita hasta los teclados y programaciones. Tal vez la separación de sus padres le impulsó a mostrar su rebeldía a través de esos instrumentos que descubrió a los 10 años, tal vez tan sólo se reencontró con algo que llevaba muy dentro y que solamente esperaba para aflorar (Martyn contaba que en su primera clase de gaita, a cargo de David Taylor, se sintió como si se hubiera encontrado con un viejo amigo), el caso es que el joven Martyn Bennett fue pasando por diversas escuelas, incluso por el conservatorio de Edimburgo, adquiriendo experiencia y habilidades, hasta que desgraciadamente, la palabra cáncer apareció en su vida poco antes de la graduación y acabó con ella en 2005.

Antes de su debut, Martyn Bennett colaboró en otro álbum que contribuyó a afianzar su rebeldía musical, pues "Mouth music" intentaba romper con el clima de calma que venía rodeando a la música tradicional escocesa salvo por alguna cierta resistencia ante lo profundamente académico. Martin Swan y Talitha MacKenzie fueron los que le brindaron esta oportunidad en este álbum de 1990 que se titulaba igual que el grupo que habían formado, Mouth Music, reivindicando el puirt à beul, la manera tradicional de canción escocesa en la que se había especializado Talitha. Contaba posteriormente Bennett que "trabajar con Swan fue probablemente la mayor influencia inicial para mí. Me dio la información que necesitaba para explorar la tecnología y la música tradicional dentro de los mismos terrenos, pero lo más importante fue como una voz de consentimiento: me dio el coraje para dar un paso adelante con mis propias ideas sabiendo que había, al menos, una persona que entendió mi deseo de injertar dos formas de música contrastantes". Un lustro después de aquello, la mezcla de tradición y academicismo, y una búsqueda particular en el jazz fusión fueron los ingredientes para, previa compra de un teclado, un secuenciador y un sampler, la creación en tan sólo siete días de un álbum tan impactante como "Martyn Bennett". En este luminoso trabajo se disfruta por igual de la tradición escocesa, presente de manera bastante potente en cada corte del disco, y de la electrónica de DJ, que deambula con sus ritmos, tan bailables como los del folk, por cada rincón, engalanando con sus jóvenes texturas las ya de por sí atractivas canciones: "A menudo me gustaría poder repetir esa energía ahora, pero era la energía del momento, una energía de ser desconocido, una energía con ninguna expectativa, y una energía de estar enamorado". Lo viejo y lo nuevo se hermanan y conviven en un mundo propio, que nombres como el suyo o como Paul Mounsey han sabido convertir en referencia, ejerciendo de gurús de las nuevas tendencias electrónicas aplicadas a la música celta. Este emocionante álbum comienza con un minuto y medio de aflautada introducción atmosférica, pero enseguida el cambio de ritmo conduce a esta pieza de título "Swallowtail" y al sentido último de la música de Martyn Bennett, la fusión de la cultura antigua (se trata de melodías tradicionales irlandesas que le descubrió el flautista Cathal McConnel, miembro fundador de la mítica banda The Boys of the Lough) con la vida moderna, donde la percusión es la que marca la diferencia, en un tratamiento más agresivo de lo normal para un resultado poderoso y muy atractivo. Influenciado por otra banda irlandesa, la Bothy Band, voces y sonidos atrevidos en "Erin" anticipan la inventiva del trabajo, introduciendo conceptos urbanos en el folclore tradicional, con lo que más allá de modernizar, engalana las piezas y las viste para el consumo actual, donde ciertas melodías pueden considerarse algo aburridas o, al menos, repetidas sin cambios perceptibles hasta la saciedad, lo que las ancla en un ajado pasado. Es en cortes como ese (y realmente en la totalidad del disco) en los que se agradece la capacidad y el ingenio de este malogrado artista que supo captar una nueva dimensión y posibilidades a la música escocesa. Ritmos bailables continúan su seguro despliegue en canciones destacadas como "Cuillin" (compuesta por Martyn, con sorprendente clímax de guitarra eléctrica en su primera parte -un recuerdo a los Cuillins, cadena de montañas rocosas ubicadas en la isla de Skye-) o la excepcional "3 sheeps 2 the wind" (poseedora de una magia que va más allá de denominaciones y encasillamientos, una magia irlandesa de hecho, y es que, dice Martyn, "habiendo nacido en Terranova, la música irlandesa está en mi sangre"), mientras que un comienzo funky y acompañamiento jazzístico caracteriza a "Deoch an dorus", en otra demostración de adaptación a ritmos ajenos (es el título de una canción de Sir Harry Lauder, estrella en la década de 1930), como el acercamiento al hip hop de "Floret silva undique" (arreglo del poema del escocés Hamish Henderson) o incluso a tendencias más modernas en la histórica "Jacobite bebop", en la que por momentos parece sonar el violín eléctrico de Ed-Alleyne Johnson (en absoluto, es Martyn en una faceta más cercana al rock sinfónico) en un fenomenal despliegue de fuerza, un tema reivindicativo sobre los jacobitas, leales al rey católico James VI de Escocia y partidarios del príncipe Charles Edward Stuart durante los levantamientos de 1745, que fueron derrotados en la Batalla de Culloden en 1746 marcando el final, añade Martyn, de un larga historia de la realeza escocesa y el comienzo de una era de opresión para el pueblo escocés, que en el siguiente siglo sufrió una emigración masiva de gaélicos en las Tierras Altas. Para finalizar, "Steam" desvela el carácter bromista de este multiinstrumentista que, tras un devaneo con el swing, concluye la pieza con un relajante sonido de lo que parece una pequeña caída de agua, si bien Bennett lo define como "un paseo por el parque y orinar en el estanque de los patos"; difícil de creer, pues el alivio se extiende durante más de veinte minutos. Grabado y mezclado en marzo de 1995, Eclectic Records publicó el disco en 1996 con Stuart Hamilton como ingeniero y la producción (textual) de madres, padres, hermanos, amigos, primos, amantes, limones, abejas, árboles, menta, montañas, lluvia, sol, amor, dolor, nacimiento, vida, muerte, Dios, Buddha, espíritus, hierba, energía, esperanza.

Aun formando parte de la misma familia que tantas bandas y músicos de origen y acabado celta, Martyn Bennett suena distinto, el tratamiento otorgado, el uso de las voces y la manera de acometer los ritmos le hace estar un paso por delante de la mayoría de sus coetáneos y acrecenta el interés hacia su música, que no pierde ni un ápice de la identidad escocesa, logrando de hecho un álbum enérgico e irrepetible, que llegó en el momento adecuado, la que él llamaba 'primavera' de la música tradicional escocesa, estación de la que habla el poema 'Floret silva undique', de la importante figura de la cultura escocéesa Hamish Henderson, que recrea Martyn en este trabajo. Importantes personajes de la escena celta o la world music como Donald Shaw o Peter Gabriel lamentaron profundamente la muerte de un Bennett que hablaba de su dolencia como de una prueba espiritual. Ese espíritu persiste sin duda en su legado, en discos como "Martyn Bennett", "Bothy culture", "Glen lyon" (cantado por su madre, Margaret) o "Grit", fruto a partes iguales de la rabia y de la tecnología. Grandiosos detalles y un conjunto asombroso acaban por rendirnos ante esta figura esencial del cambio de siglo celta, que recordaremos con veneración y con la misma actitud burlona con la que abre y cierra canciones como "Deoch and Dorus".







3.7.12

VARIOS ARTISTAS:
"Música para desaparecer dentro"

Recién inaugurados los años 90, Grabaciones Accidentales supo aprovechar el creciente tirón de las Nuevas Músicas, al plasmar su originalidad, su afabilidad, incluso el misterio de algunas de sus melodías más representativas, en el doble álbum recopilatorio "Música sin fronteras". Muchas son las compilaciones que han seguido su estela, pero no tantas las distinguidas por su carácter auténtico y la capacidad y el acierto de los grupos y artistas integrantes. Grabaciones Accidentales (GASA) no era una compañia dedicada precisamente a las músicas instrumentales, pero aún así logró las cesiones oportunas en una enorme labor de planificación, digna de premio. Presuntamente más fácil tendría que ser esta misión para los dirigentes de una compañía que sí tuviera relación exclusiva con la temática que nos ocupa, y sin necesidad de evaluar o realizar comparaciones, es necesario reconocer que Sonifolk, ese mismo año 1991 de la publicación de "Música sin fronteras" (no sólo de su primer volumen a principios de año sino también del segundo a finales del mismo), ofreció a su público una auténtica joya de poético título, "Música para desaparecer dentro". Cabe destacar que Sonifolk es una compañía española, y que en nuestro país se produjo una especial revolución espiritual -musicalmente hablando- en esa época, la cantidad de festivales y ciclos dedicados a estos tipos de músicas aumentaba año tras año, así como exitosas giras de músicos que se habían creado ya un cierto renombre, como Wim Mertens, Nightnoise, Lito Vitale, Paul Winter, Michael Nyman o Andreas Vollenweider. No están esos ilustres personajes en este doble recopilatorio, pero sinceramente no le hacen falta, porque se nutre de verdaderos exponentes de una nueva forma de disfrutar de una música relajada, sensible y de raíz, pero también animada, excitante y novedosa.

Una presentación de lujo anticipaba este proyecto que, aunque no entró entre los puestos principales de la listas de ventas, sí que contó  con un sigiloso pero rotundo nivel de aceptación, y lo logró por la enorme clase e importancia de la mayoría de las 27 composiciones ofrecidas. Sin ir más lejos, hacía sólo dos años que el sintesista estadounidense Raphael había publicado uno de los álbumes más delicados, etéreos y recordados de la new age, el titulado genéricamente "Music to Disappear in". En sonifolk se pensó de inmediato que su pieza principal, "Disappearing Into You", tenía que abrir la recopilación "porque se encuentra entre lo más profundo y sentido que se ha escrito en este tipo de música, y porque no ha sido suficientemente valorado", decían en su publicidad. Básicamente, "Disappearing Into You" era el comienzo más aconsejable para dejar textualmente con la boca abierta a toda aquella persona preparada para una nueva experiencia sonora. Por extensión, la traducción del título de esa ópera prima tenía que ser el epígrafe genérico de la compilación, y es que un eslogan como 'Música para desaparecer dentro' posee una fuerza infalible y un significado pleno de espiritualidad. Pero aparte del sublime y más que lógico comienzo, no es fácil ni conveniente recalcar una o varias de las composiciones en esta joyería musical, pues difícilmente encontraremos bisutería en la misma: de lo popular ("Highland", una animada danza del canadiense Bill Douglas, la recordada "Celestial Soda Pop" del monumental Ray Lynch, o esa eficaz tonada de aroma antiguo de Robert J. Resetar titulada "Nada's Dance"), a lo volátil ("Forever", trascendental muestra del avanzado "Strata" de Steve Roach y Robert Rich, o la presencia del renombrado sintesista Mychael Danna con "Durga", de su álbum "Sirens"), lo exótico ("Camino Blanco", del percusionista japonés Yas-Kaz o la extrañeza de la Blue Chip Orchestra y su "Boléro du nouvel âge"), lo delicado (de "Heartsong", emotivo solo de piano del norteamericano Jim Chappell, a "Sunrise Over Haleakala", del teclista de color Merl Saunders) o a lo puramente mítico en las Nuevas Músicas, como esa genialidad del desaparecido sintesista Richard Burmer titulada "Across the View", la no menos impactante "Hacia las nieves azules" ("Into Blue Snows" en su disco original) de los japoneses Himekami, la climática "Horizon" del noruego Oystein Sevag, o la recordadísima "Enchantment", del dúo de ascendencia griega formado por Chris Spheeris y Paul Voudouris. Pequeños toques de 'smooth jazz' (Mark Sloniker, que presenta un sonido parecido al de Lito Vitale en su "Bright Wish", o "Spring Waltz", del grupo Walton Ornato) se cuelan entre teclistas de melodías alegres (los alemanes Christian Buehner y Helge Schroeder, que contribuyen con la intensa "Sun Dance", o el suizo Thierry Fervant, con "Merlin the Magician", ejemplo de su legendario álbum "Legends of Avalon") en un suntuoso festival en el que no faltan voces atractivas, tal vez no tan conocidas pero que encajan perfectamente en el ánimo relajante de la compilación, como las de Serah ("Moments of Christmas" es una acertada balada con la participación y producción del alemán Friedemann), Therese Schroeder-Sheker ("For the Roses" es un claro ejemplo de la dulzura de esta arpista norteamericana de orígenes irlandeses) o el efímero grupo The Telling, que grabó un único plástico para Music West, del cual se extrae aquí la belleza ambiental de su canción homónima, "Blue Solitaire". Tratamiento aparte merece el caso de Enya, de la que se escucha "I Want Tomorrow", de su banda sonora de la serie "The Celts", no sólo por ser posiblemente la más conocida entre el elenco de artistas involucrados, sino por su desaparición por motivos contractuales con la BBC en la segunda edición del disco, en beneficio del tema "Islas" del grupo Amarok. Paul Horn (uno de los considerados como 'padres' de la new age), Constance Demby (una de las grandes damas de los teclados, en 'competencia' directa con Suzanne Ciani), el grupo catalán de música antigua Els Trobadors o más sintesistas de planetario como Michael Stearns, Kevin Braheny o Tim Clark (que cierra el recopilatorio con la eficaz "Silver Caravan"), son otros de los nombres importantes -todos lo son en este doble álbum- que contribuyeron a hacer de "Música para desaparecer dentro" un pequeño fenómeno en los 90, un doble CD admirado y recordado por su fenomenal muestra de regocijo y calidad en más de 140 minutos.

Esta selección se editó sólo en España, gracias a la licencia de compañías tan importantes como Music West, Hearts of Space, Celestial Harmonies, Pony Canyon o Erdenklang, entre otras. Aunque no alcanzó la longevidad de la saga "Música sin fronteras", que llegó a los 6 volúmenes, "Música para desaparecer dentro" se aprovechó del poderío de Sonifolk/Lyricon y de sus eficaces distribuciones, para alcanzar hasta una tercera entrega. El Volumen II, también en formato de doble compacto, se adentraba no sólo en esas estupendas ediciones traducidas al español de discos de Himekami, Connie Dover, Dead Can Dance o Bill Douglas, sino en las producciones propias de músicos españoles como Elementales, Tomás San Miguel, Pedro Estevan, Emilio Cao, Luis Delgado o Enrique Mateu, sin olvidar al grupo del que salió Carlos Núñez, Matto Congrio, o el soberbio álbum del Paul Winter Consort de primera edición exclusivamente española, "En directo en España" (que acabó ganando el grammy al mejor álbum de new age bajo su denominación internacional, "Spanish Angel"). Sensiblemente inferior a la insuperable primera entrega, lograba un alto nivel de calidad, pero ante todo de originalidad con esa masiva presencia autóctona. En cuanto al Volumen III, que ya se trataba de un disco simple,  rebuscaba en músicas más 'alternativas', en especial de un nuevo sello distribuido por Sonifolk, All Saint Records (Andy Partridge, Harold Budd, Roger Eno, Brian Eno, Djivan Gasparyan, Channel Light Vessel, Bill Nelson o Kate St.John), pero incorporaba también a Dead Can Dance y Lisa Gerrard en solitario, rescataba a Himekami, y acercaba a su propio público a músicos españoles de difícil acogida popular, como Amarok, Elementales, Luis Agius, Labanda, David Garrido o el dúo Ishinohana, tras el cual no estaban sino los siempre inquietos Luis Delgado y Javier Bergia. En definitiva, el mérito de "Música para desaparecer dentro" fue ofrecer un producto de enorme calidad pero con cierta dosis de atrevimiento, en el momento más álgido del movimiento de la Nueva Era. Eso, unido a un fenomenal diseño de Coro Acarreta (personaje importante en la sombra, al contrario que su marido, el popular Ramón Trecet) que no dejaba lugar a ninguna duda en el conjunto del álbum, hicieron de "Música para desaparecer dentro" una de las mejores recopilaciones, de cualquier tipo de música, aparecidas en el mercado español, y un ejemplo para posteriores sagas como "Lágrimas de arpa y luna", "Relax" o "Diálogos con la música".












20.6.12

INTERIOR:
"Interior"

Si por lo general es difícil hablar de ciertos estilos musicales y distinguir entre ellos, en el mundo de la electrónica son especialmente numerosas las confluencias y confusiones entre géneros. El techno o tecno, por ejemplo, puede ser equiparado sin ninguna lógica comparativa, con el dance, sólo por estar interpretados con instrumentos electrónicos. Electro, synth-pop o tecno-pop serían aproximaciones a un tipo de música rítmica pero elegante cuyo origen se remonta a los sempiternos Kraftwerk o al propio Jean Michel Jarre. En su camino global, esta tendencia encontró un lógico acomodo en el moderno Japón a través de la Yellow Magic Orchestra, banda venerada en la que comenzó a despuntar Ryuichi Sakamoto. Fue precisamente otro miembro de la YMO, Haruomi Hosono, el productor de un impoluto grupo llamado Interior, que llegó a formar parte a mediados de los 80 de la nómina de Windham Hill, acogiendo así este sello norteamericano de mayoritaria tendencia acústica su primera propuesta verdaderamente electrónica.

La historia de Interior comienza en 1982 con su primer plástico, de original título "Interior", publicado en cassette y vinilo por Yen Records (división de Alfa Records), una edición de portada con motivos geométricos y en blanco y negro que contenía 10 cortes, y que no contó con su correspondiente edición en CD hasta 1996. En 1983 Yen Records publica "Yen Manifold vol.1" con temas de Ueno, Testpattern, y cuatro nuevas composiciones de Interior, esta vez con la producción de un miembro del grupo, Daisuke Hinata. Consta en este recopilatorio la primera aparición de la mejor composición del conjunto, "Hot beach", de la que hablaremos luego, y la curiosidad de un tema cantado, "Hawks", junto a "Miracle" y una muy rítmica "D.T.T.", con sonido de saxo y un aire muy del estilo de Windham Hill, que da que pensar en si por casualidad se fijaría Will Ackerman en este recopilatorio. Fuera así, por mediación de Haruomi Hosono o por cualquier otra circunstancia, el caso es que en 1985, la compañía californiana decidió introducir al grupo japonés en los Estados Unidos, y lo hizo con una edición convenientemente arreglada de su disco original, el titulado simplemente "Interior". El lavado de cara fue bastante pronunciado, comenzando con la portada -un poético y futurista juego de luces y sombras en una habitación diáfana-, y continuando con las canciones presentadas, un listado reducido a 9 cortes (se eliminó "N.F.G." y se dió la simpática sustición de "Cold beach" por "Hot beach" -una playa fría por otra caliente-, un buen cambio ya que "Cold beach" era tan sólo una 'fría' sucesión de efectos, nada que ver con "Hot beach"), con mezclas diferentes de los mismos y de nuevo la buena producción de Haruomi Hosono -a excepción de "Hot beach", que ya en "Yen Manifold vol.1" estaba producido por Daisuke Hinata-. Una de las mayores curiosidades del trabajo vino provocada por el error en algunas ediciones del mismo, que denominaban a la banda y al propio disco "Interiors". Como queriendo afianzar el componente artístico de sus lanzamientos, a mediados de los años 80 las ediciones en vinilo de Windham Hill incluían en el interior de cada elepé una lámina con la reproducción de la portada del mismo; "Interior" fue uno de esos casos, y efectivamente la curiosa portada, fotografía del prestigioso fotógrafo Lorie Novak, tuvo su correspondiente lámina. Los cuatro componentes, en cuya foto de contraportada parecen realizar un homenaje a Kraftwerk, eran Eiki Nonaka (a las cuerdas sintetizadas), Mitsuru Sawamura (teclados, saxo), Tsukasa Betto (percusiones) y Daisuke Hinata (teclados, piano), siendo este último el autor de las mejores composiciones del álbum y el miembro más destacado del mismo en sus trayectorias posteriores. Una de ellas es "Technobose", que abre el trabajo de manera muy rítmica y animada, con efectos sonoros que rompen la constante melodía, adornada también por una robótica percusión. Vientos y cuerdas sintéticas avanzan una agraciada aunque algo monótona melodía tecno-pop en "Giant steps", mientras que "Flamengo" es mucho más calmada, en un intento más ambiental. Sawamura, el intérprete del saxo, aporta al conjunto cuatro composiciones muy cortas, poco profundas y de desarrollos lineales, aunque se aprecian detalles de interés en la percusión y sencilla melodía de "Timeless", los bucles entrelazados de "Luft" o un final relajante de título "Park". La escasa duración de la mayoría de los cortes provoca que "Interior" contenga un rácano bagaje musical de poco más de media hora, y que composiciones como "Ascending", con su juego de cuerdas y vientos, requiriera un desarrollo de mayor duración. Así quedó sin embargo el álbum, del que resta destacar la mencionada "Hot beach", sugerente composición de completa instrumentación y melodía efectiva y sensual, que plasma perfectamente los soleados deseos de vacaciones estivales, y que bien pudiera haber acompañado las tórridas imágenes de una serie como "Los vigilantes de la playa", si ésta hubiese coincidido en el tiempo con el grupo nipón. Para escuchar un cálido y esplendoroso día, sentados en la arena, con el rumor de las olas de fondo. "Hot beach" fue incluído en varios recopilatorios del sello Windham Hill, entre ellos "Windham Hill Records Sampler '86", un álbum nominado al premio grammy en la categoría new age en 1986 -que acabó ganando Andreas Vollenweider con "Down to the moon"-, razón por la que se suele hablar de Daisuke Hinata como un artista nominado al grammy, lo cual es sólo cierto en parte. En 1987, Windham Hill publicó un segundo álbum de Interior, un "Design" de también corta duración y ritmos y desarrollos tecnificados y ambientales, como en "Interior" pero sin ese par de temas destacados que le otorgaban a aquel su chispa especial. La mayoría de los críticos (todos en realidad) se olvidan de Interior en sus aproximaciones a la música electrónica japonesa, un país que a pesar de estar tan tecnificado, prefirió acoger a los grupos electrónicos anglosajones más que producir éxitos propios -con la excepción de la mencionada YMO-, aunque tal vez simplemente no supo realizarlos, decantándose por maravillosos paisajes bucólicos más acordes con la filosofía oriental (y con el espíritu de las Nuevas Músicas) como los de Himekami o Kitaro.

En 1987, Windham Hill presentó "Soul of the machine", una compilación de sus artistas electrónicos con el subtítulo 'The Windham Hill sampler of new electronic music', si bien se trataba de una aproximación realmente suave a este género merced a músicos que combinaban instrumentos acústicos con sintetizadores y alguna percusión electrónica, entre los que destacaban los nombres de Colin Chin (curiosamente su aportación, "Ayers rock", se publicó años después en Narada, incluída en el álbum "Intruding on a silence"), Tim Story o Schönherz y Scott. Resulta extraño que Interior no tuviera su hueco en esta recopilación, aunque posiblemente Will Ackerman y Dawn Atkinson consideraron al estilo de banda japonesa demasiado avanzado para la sutil propuesta de "Soul of the machine". Sin embargo cabe reseñar que "Hot beach" o "Technobose", con su primigenio despliegue de sintetizadores, resulta más interesante que la generalidad del mencionado sampler, algo pobre en contenido. Al menos Interior fue un grupo valiente y decidido a expresar sus emociones a través de la frialdad de unos teclados que, en definitiva, acogieron ritmos y melodías en un curioso intento de cambiar la forma de crear música. Aunque agradable y por momentos interesante, la sencillez e ingenuidad de su tecno-pop primitivo no llegó, evidentemente, a más, ni igualó la fama de la Yellow Magic Orchestra, ni abanderó un movimiento regenerador en una compañía, Windham Hill, que ya dejó claro en "Soul of the machine" y su siguiente singladura que sus intereses musicales eran mucho más artesanos y centrados en la acústica con la que nació y creció. Aún así, "Interior" y "Design" no fueron errores sino aportaciones que garantizaban buenos momentos de armonías extrañas y cadencias excitantes.

7.6.12

NILS FRAHM:
"Wintermusik"

Con etiquetas como new age y chill out a la baja, la música instrumental de mediados de la primera década del siglo XXI bebía de fuentes que se acercaban por igual a la música electrónica como a la contemporánea, originando términos ambiguos como downtempo, classical crossover o postminimalismo. Entre etiquetas como esas y el manido ambient, el aluvión de jóvenes genios que usando el piano como principal vehículo de expresión, han construído un lenguaje musical actual y avanzado, ha sido difícil de seguir en los últimos años. Pianistas clásicos y vanguardia europea pueden ser el origen de estas ensoñaciones en las que podemos encontrar, entre otros, a Peter Broderick, Lubomyr Melnyk, Olafur Arnalds o Nils Frahm, todos ellos en la nómina de Erased Tapes Records, la eficiente compañía independiente con sede en Londres fundada por Robert Rath en 2007, que ha recibido grandes elogios entre la crítica por el prometedor desenfado de sus artistas, alguno de los cuales -especialmente Frahm y Arnalds- han alcanzado un extraordinario estatus en el panorama musical mundial.

Nacido en 1982, Nils Frahm tomó desde muy pequeño clases de piano con Nahum Brodski, que logró inculcar en su discípulo alemán la pasión por este completo instrumento. Frahm montó su propio estudio de grabación en Berlín, de nombre Durton Studio, en el cual comenzó a crear su particular lenguaje musical. En 2007 decidió hacerle un regalo navideño distinto a sus familiares y amigos, y su obsequio no fue otro que un disco muy personal, un CD grabado con tres composiciones muy delicadas y melancólicas. La calidad del mismo hizo que acabara viendo la luz, pues en 2009 la curiosa compañía berlinesa Sonic Pieces, caracterizada por realizar a mano sus packagings, realizó una tirada de 333 copias numeradas de ese disco, que acabó titulándose "Wintermusik". Esa pequeña edición de coleccionista tuvo una afortunada reedición de 500 copias, y otra ya definitiva, la que podemos encontrar en la actualidad en la mencionada Erased Tapes Records, en CD y vinilo. La portada, tal vez artística, tal vez definitivamente sosa, deriva de la primera edición en Sonic Pieces, cuyos discos tienen parecidos y sencillos diseños. Frahm se muestra lacónico, en una duración total de treinta minutos, pero generoso en sus sentimientos y tierno en sus melodías tranquilas y familiares. Con enorme solvencia y una sobria elegancia que recuerda a Dustin O'Halloran (que aunque no ha grabado ningún disco junto a Nils, sí que han tocado juntos en alguna gira), este jovén teutón pasea su aguda simpleza a lo largo de tres composiciones, una de ellas, eso sí, de casi 18 minutos de duración. "Wintermusik" es un pacífico ensayo de exquisita escucha realizado con tres únicos instrumentos de teclado, el piano y los órganos celeste y reed, que pueden llegar a sonar como una suave percusión de campanas (o como un glockenspiel, incluso una caja de música) el primero, y como un melancólico acordeón el segundo, otorgando sutiles coloridos a las piezas. Que "Wintermusik" fuese creado en dos días demuestra la capacidad de Frahm, este instintivo músico plasma un ritmo regular en los tres cortes del álbum, comenzando por "Ambre", pequeña delicia de emociones contrapuestas, a la vez alegre y melancólica, pero sin duda de sublime hermosura, que parece haber sido escrita un siglo antes. Sorprende que alguien tan joven sea capaz de crear algo tan maduro y bello a la vez. "Nue", que empieza como una delicada caja de música, es una pieza relativamente larga en un juego minimalista al piano tan apasionante que se puede hacer realmente corta, rezumando a su vez una ambientalidad folclórica personificada en ese falso acordeón (reed organ o armonio) que aporta su triste cadencia al melancólico tono general; comparten ambos el protagonismo con el sonido de campanillas del celeste organ, que aporta por igual un componente melódico como percusivo. También en "Tristana" se escuchan esos instrumentos añadidos, compartiendo protagonismo con el piano en este corte largo y ensoñador que esconde en su tintineante melodía un aire navideño que la hace más cercana a la temática de la obra. Las primeras maquetas de Frahm se nutrían de experimentos sónicos por lo general afables, atrevidos, revelando cuanto menos un espíritu inquieto ("Streichelfisch" presentaba momentos originales), pero el de "Wintermusik" es un Frahm contenido, del que solo se adivina su potencial. Tres paseos complacientes pero no acomodados, de la mano del piano, conforman un trabajo sencillo de gozoso disfrute que presentó al gran público a un músico que iba a decir mucho en los siguientes años, cuando su trabajo se hiciera más consistente y estudiado.

Aparte de la numeración en la primera edición, sólo una cosa diferencia las ediciones de "Wintermusik" en Sonic Pieces y en Erased Tapes Records, ya que el orden de los temas en la primera es 'Ambre/Tristana/Nue' y en la segunda es 'Ambre/Nue/Tristana'. Como buen obsequio privado, aunque utilizado al final (y para nuestra fortuna) de manera pública, es evidente que no es éste un álbum de especial repercusión mediática (al menos en el círculo contemporáneo), de melodías recordadas ni, por supuesto, de ventas millonarias, pero la vitalidad y la frescura de su propuesta merece la pena ser degustada por los que no ponen barreras a la emoción, por un público que, en su minoría, sienta las bases de un disfrute directo y personal, en un pensamiento de que discos como éste están hechos exclusivamente para ellos.



25.5.12

CAPERCAILLIE:
"Secret people"

Los componentes del excelente grupo escocés Capercaillie afirman que pretenden hacer música contemporánea a partir de la rica tradición escocesa. Así llevaban casi una década en el momento de aparición de "Secret people", sorprendiendo con su evolución hacia la comercialidad desde "Cascade", y en especial cuando dos hermanos irlandeses, Manus y Dònal Lunny, irrumpieron en la formación para insuflar nuevos aires con el bouzouki y guitarra el primero (que había trabajado con nombres importantes de la escena folclórica escocesa como Phil Cunningham o Andy Stewart), y con una adelantada producción el segundo (con la experiencia de su paso por bandas míticas como Planxty, Moving Hearts o The Bothy Band). Capercaillie siempre ha sido un grupo cómodo de seguir y fácil de admirar, en especial por el carisma del matrimonio formado por la vocalista, Karen Matheson, y un Donald Shaw que decía lo siguiente sobre las intenciones de la banda: "La música tradicional no puede ser en ningún caso una fábrica de hacer dinero para nadie; en realidad, es una forma y una razón de vivir. En nuestra música, las únicas concesiones están referidas a la modernidad, motivo que, a menudo, da lugar a que mucha gente piense que está más orientada al pop que al folclore. Pero nosotros preferimos pensar que en ella conviven la fiesta, la excitación, el ritmo y el mucho apego que sentimos por la tierra propia".

Desenvolviéndose por igual en gaélico como en inglés, Karen Matheson y los suyos logran una nueva conexión mística con unos seguidores fieles y en contínuo aumento, los mismos que llenaban las salas de conciertos y lograban que álbumes como este vendieran 60.000 copias en el Reino Unido. Survival Records publicó "Secret people" en 1993, un disco que fue grabado en la primavera de ese año bajo la producción de Dònal Lunny y Calum Malcolm, que también ha trabajado con Clannad, Runrig o Simple Minds, entre muchos otros grupos ("Calum es muy bueno aportando clima y buen feeling a canciones de estructura sencilla"). El título del álbum se refiere a toda esa gente anónima que durante generaciones ha mantenido la tradición oral de sus conocimientos, y es precisamente una canción tradicional la que sirve de apertura, una de las composiciones destacadas, de título "Bonaparte", inspirada en las guerras napoleónicas; su percusión inicial deja entrever esa mezcla entre lo étnico, el pop y el funk que caracteriza a la banda, y destaca en un portentoso conjunto en el que a los versos en gaélico se unen los coros de varios miembros del grupo, creando una atmósfera muy especial. También tradicionales y en esa lengua tan complicada como hermosa que es el gaélico escocés son la delicada "Tobar mhoire (Tobermory)", "Seice ruairidh (Roddy's drum)" (un ejemplo de 'mouth music' que fue grabada a finales de los 70 por la banda escocesa de folk Na h-Òganaich) y "Hi rim bo" (una maravillosa y antigua 'walking song', o canción de trabajo, en la que queda impregnado el sentimiento de cientos de años). Como es habitual en este grupo que se aprovecha de las cualidades vocales de su único miembro femenino, no abundan los instrumentales, de los que sólo hay dos ejemplos en el disco, en su mayoría también de origen tradicional. Sin embargo, hay que reconocer el mérito y las posibilidades compositivas de Donald Shaw, John Saich y Manus Lunny, que contribuyen con dos canciones cada uno, todas ellas en inglés: tras una tremenda entrada de violines, Saich firma el afortunado primer single del disco, "Four stone walls", animado corte que sin duda contribuyó a que "Secret people" llegara al número 40 de las listas británicas. Creada por Shaw, es necesario destacar una maravillosa "Crime of passion", escrita por el tricentenario de la masacre de la ciudad escocesa de Glencoe, donde fueron asesinados 38 miembros del clan MacDonald. De Lunny son dos pequeñas joyas de esencia celta, suaves, dulces y de hermosa conjunción, como "Grace and pride" y "Stinging rain". Por último, mencionar la contribución del poeta y escritor escocés Aonghas MacNeacail en la letra de "Oran", y la curiosidad del rescate de uno de los cortes de "Cascade", de una década atrás, un "An eala bhan" donde se puede apreciar el salto de calidad del grupo, aunque haya que reconocer que, tanto en 1984 como en 1993, interpretaciones como ésta nos dejen literalmente postrados ante la voz de Karen Matheson.

Afianzados en sus intenciones y con un creciente éxito internacional, Capercaillie mantenían la formación de su anterior plástico, ahondando en una mayor importancia en las percusiones: Karen Matheson (voz), Donald Shaw (acordeón, teclados), Marc Duff (flauta, bodhran, sintetizador), Manus Lunny (bouzouki, guitarra), Charlie McKerron (violín), John Saich (bajo, guitarra), James Mackintosh (percusión, batería) y Iain Murray (batería y percusiones adicionales); además Dònal Lunny tocaba el bodhran en un tema y John Saich, Manus Lunny y Donald Shaw acometían voces de fondo en algunos de los cortes. Un año después de "Secret people", un puñado de canciones emblemáticas del grupo fueron remezcladas por el productor Will Mowat para conformar el álbum "Capercaillie". La modernización del sonido de la banda escocesa alcanzó aquí su punto más álgido, el más cercano al 'ethno-techno', viajando por igual hacia atrás y hacia adelante en el tiempo. Seis composiciones de "Secret people" fueron recogidas en ese disco homónimo ("Bonaparte", "Crime of passion", "Stinging rain", "Tobermory", "The miracle of being" y "Grace and pride"), y aunque fue recibido con un cierto reparo por parte de sus seguidores, incluso escepticismo desde los propios miembros de la banda -de hecho presenta algún momento prescindible-, es preciso reconocer que los temas son tratados con mucho respeto, y mezclados con cuidado y muy buen gusto. Volviendo al disco que nos ocupa, hay que acabar diciendo que "Secret people" no es sólo una estimulante sucesión de canciones de origen celta y envoltorio pop, sino que llega más allá, hasta las raíces de una cultura, la escocesa, más viva que nunca gracias a la prodigiosa atemporalidad de Capercaillie.

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15.5.12

LUDOVICO EINAUDI:
"Le onde"

No es fácil conseguir que un disco de solos de piano no resulte tedioso, y menos que destaque en la generalidad de una corriente, la de las Nuevas Músicas, en la que no sólo abundan los buenos pianistas (algunos de enorme fama, incluso más allá de la calidad de sus composiciones), sino que tales trabajos pueden perderse en su maremágnum de estilos, instrumentos y fusiones. Tal vez por provenir de un país poco habituado a exitosos instrumentistas internacionales como es Italia, el caso de Ludovico Einaudi no es de los de triunfo inmediato. Nacido en Turín y graduado en composición en Milán, no deja de resultar extraño que su primer disco realmente propio llegara a mediados de los 90, cuando este pianista llevaba cerca de quince años componiendo para teatro, danza, orquestas o realizando música de cámara. Sin contar "Time out", basado en su música para el espectáculo teatral de igual título, "Le onde" fue su primera entrega y BMG Ricordi (Casa Ricordi era una célebre y antigua compañía milanesa que adquirió BMG, y posteriormente Universal Music) la publicó en 1996 (una posterior reedición presenta una portada distinta a la original), suponiendo un enorme aldabonazo para su autor en ese mundo indeterminado que sabe recoger lo mejor de lo clásico y de lo nuevo.

Una poesía firmada por Ludovico Einaudi protagoniza las páginas centrales del libreto del disco. Habla de una playa larguísima, sin principio y sin final, y de un hombre que camina por ella, contemplando esas olas del título de la obra, más grandes o más pequeñas, más cortas o más largas, siempre iguales y siempre distintas. Puede venir a la cabeza esa definición de minimalismo que habla de un cielo lleno de nubes que parecen siempre iguales pero en realidad van cambiando casi imperceptiblemente. Minimalismo es una etiqueta que no disgusta a Einaudi -es confeso admirador de la obra de Philip Glass-, en la cual se le puede inscribir si bien sus canciones presentan por lo general unas características melódicas más numerosas y cambiantes, algo parecido a lo que sucede con las bandas sonoras de otro pianista admirado por el italiano, Michael Nyman. De hecho, en la composición que da título a "Le onde" se podrían encontrar ecos lejanos del exitoso tema principal de "El piano", publicado sólo unos años antes. Francamente, y más allá de comparaciones, "Le onde" es una de esas melodías envolventes que consiguen que se pare el tiempo, que las personas se sumerjan en un mar de recuerdos, de evocaciones, de nostalgia. Pero si "Le onde" es una partitura soberbia, todo un homenaje a la belleza, la facilidad de Einaudi para crear piezas verdaderamente hermosas, plásticas, incluso simbólicas, no se queda ni mucho menos ahí. "Le onde" es un disco inspirado por la novela "The waves", de la novelista británica Virginia Woolf, una de las mayores figuras femeninas literarias del siglo XX, cuya prosa poética es convertida en música para piano, intentando conseguir la misma transmisión de sensaciones e impresiones. Ludovico se gusta y nos gusta cuando acomete melodías hipnóticas como "Ombre", dominando por completo el tiempo y el espacio, o fantaseando en momentos tan mágicos como "La linea scura". "Canzone popolare" es el comienzo, e introduce el elemento popular en el disco (una fuerte influencia en su estilo), mientras que composiciones calmadas como "Tracce" suenan enérgicas y las más desenfadadas como "Questa notte" sabe vestirlas de gozoso júbilo para hacerlas subir muchos enteros a pesar de no estar acompañadas de más instrumentación. Sorprende comprobar que la magia del disco no se acaba en su primeras canciones sino que dura hasta el final, pudiendo encontrar ejemplos de sobrada calidad en los últimos cortes, composiciones que para otros artistas serían de clara referencia como "Onde corte" o "Passaggio", que llevan impresa la magnificencia del estilo ya inconfundible de las manos de Einaudi. Realmente todo el álbum parece ser la banda sonora de una vida, pero adaptable a la de cada uno de los oyentes, capaces de encontrar consuelo en el conmovedor baile de notas de "Lontano", la pulcritud de "Ombre", la espiritualidad de "La linea scura", la ambientalidad de "Tracce", la contundencia de "Questa notte" o la ternura de "Dietro l'incanto". En general, y para tratarse de su primer CD, Einaudi logra en el mismo una atmósfera sorprendente y muy fructífera, un poderío que años después se verá complementado por una ligera electrónica, y es que este instrumentista estudió con uno de los grandes, el compositor vanguardista italiano Luciano Berio, que no desdeñaba la incorporación de esos elementos modernos en sus composiciones, buscando el equilibrio entre lo clásico y lo moderno.

Con "Le onde" Ludovico Einaudi dió el salto definitivo hacia la fama en el mundillo contemporáneo, de hecho Classic FM hizo de este disco un éxito de ventas en el Reino Unido. Plagado de enormes baladas, de las que sorprenden y emocionan, este trabajo se comporta como un ser uniforme. Einaudi irradia libertad con su estilo de banda sonora de viaje, pero uno de esos en los que se funde la aventura con una historia de amor, que se va desarrollando a lo largo del disco. Precisamente tres de los cortes de "Le onde" fueron incluídos en la banda sonora de la película "Abril" de Nanni Moretti ("Le Onde", "Ombre" y "Canzone popolare"), mientras que "La linea scura" se escucha en otra película, 'Fame chimica', de Paolo Vari y Antonio Bocola. Su idilio con la música para cine aún no había alcanzado su más alta expresión, y los encargos se multiplicarán con la fama y los años. No es este turinés, que de pequeño tocaba el piano con su madre, un músico exclusivamente de melodía, sino también de técnica, de fuerza, de ambiente y de sentimiento. Comenzando por la miniatura que abre el trabajo, Einaudi adquiere en "Le onde" ese tono popular que le acerca al oyente de manera más profunda, asombrando con la solidez de sus composiciones, la inquietud que transmiten y la firmeza de un lenguaje que obliga, literalmente, a permanecer a la escucha.

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7.5.12

PAUL WINTER CONSORT:
"En directo en España

Muchos grupos y artistas, de diferentes estilos musicales, han afirmado que el público español es uno de los más calurosos y agradecidos a la hora de arropar las interpretaciones en vivo. Algunos incluso preferían comenzar sus giras en nuestro país, lo que podía servir como una especie de termómetro de lo que les esperaba en otros lares. Las conocidas como 'músicas del mundo' siempre han contado con multitud de festivales y ciclos por toda España, así como en su momento los artistas del mundillo de las nuevas músicas. Abarcando ambas denominaciones y alguna más (jazz, bossa nova o incluso flirteando con la música de cámara), el saxofonista norteamericano Paul Winter llevaba décadas transitando por multitud de escenarios mundiales cuando en 1992 llegó a 'la piel de toro' por tercera vez con su grupo, el Paul Winter Consort, en una gira especial y multitudinaria que acabó originando un disco glorioso, alabado y premiado, cuya edición primaria, editada por Ediciones Resistencia en 1993, contaba con un definitorio título en español: "En directo en España". Nuestro país se había convertido en uno de sus lugares favoritos para tocar, y los teatros que acogían los espectáculos se adecuaban maravillosamente a las intenciones de esa música dinámica y jubilosa característica del Paul Winter Consort.

La formación del Consort para esta populosa gira era una auténtica delicia que ha pasado a la historia de las nuevas músicas: al saxo soprano de Paul Winter se unieron Paul Halley (piano), Eugene Friesen (violonchelo), Rhonda Larson (flauta), Glen Vélez (percusiones), y una novedad en la búsqueda de las notas graves, la presencia de un contrabajista, Eliot Wadopian. El resultado está envuelto por esa energía telúrica, mágica y saludable, que desprende en directo el Consort y que conecta fácilmente con un público entregado de principio a fin. Así, compartiendo el júbilo, se entiende la razón primera de su música, de esa celebración de la vida que es cada disco del Paul Winter Consort. En estas condiciones, la propuesta que Sonifolk -para su sello Lyricon- presentó a Winter para grabar un disco en directo, no sólo era viable sino absolutamente necesaria. La compañía puso a disposición de la banda la última tecnología digital de grabación de la casa Yamaha, y el músico de Pensilvania se reservó el derecho de seleccionar los temas a incluir. Destaca entre estos Paul Halley como compositor, ya que cinco de los cortes son exclusivos suyos, dos de su excelente disco en solitario "Angel on a Stone Wall" (las melódicas "Montana" y "Todo mundo"), "Appalachian Morning" (corte movido, de aires tropicales, incluído en el trabajo del Consort "Earth: Voices of a Planet"), la dulce, relajante y maravillosa "Winter's Dream" (del álbum "Sun Singer") y una composición nueva, escrita especialmente para esta gira, que supone uno de los grandes momentos del espectáculo: "Fare Well" es, como su nombre indica, una despedida, un homenaje a la flautista Rhonda Larson, que dejaría el grupo tras esta gira de 1992 para dedicarse a su carrera en solitario; de hecho, la interpretación en el Teatro Falla de Cádiz, que es la que se escucha en este álbum, fue la última de Rhonda como miembro activo del Consort, y en ella quedó impresa una especial emotividad. En la extraordinaria cohesión de la banda, donde cada instrumento posee su personalidad e importancia, por lo general las melodías principales se acometen con los instrumentos de viento, con un cierto dominio del saxo soprano sobre la flauta, si bien ambos nos ofrecen espectaculares clímax cuando dialogan entre sí (por ejemplo en la comentada "Fare Well"). El violonchelo de Eugene Friesen aporta una mayor impronta en su única composición propia del disco, "Spanish Angel", que no es sino la adaptación para la ocasión de "Bright Angel" (originaria del álbum "Canyon"), inspirada no sólo por su experiencia en el Gran Cañón sino por el recuerdo de haber escuchado a Paco de Lucía en una anterior visita a nuestro país. También a "Canyon" pertenece la pieza que abre este concierto privado, "River Run", que pretendía reflejar la experiencia de un emocionante rafting. El momento de gloria para ese gran percusionista que es el mexicano-americano Glen Vélez llegaba en cada evento cuando desplegaba su gama de utensilios, pero en el Teatro Monumental de Madrid, con muy buen tino, se hizo acompañar de otro mítico percusionista patrio, Pedro Estevan (que formara La Orquesta de las Nubes junto a Suso Sáiz y María Villa), para sorprender al personal en lo que acabó titulándose "Duet for Two Percussionists". Otras dos improvisaciones reflejadas en esta suerte de compilación son "Música para una noche de domingo en Salamanca" (un tipo de título fácil que no era nuevo para Winter, pero que enorgullece sin duda al público salmantino) y "Blues for Cádiz", que cierra el álbum de forma sorprendente. Antes disfrutamos de "Dancing Particles" (otra gran composición para "Sun Singer") y el momento relajante y maravilloso que supone "Suite from the Man who Planted Trees", de ese emotivo y enormemente satisfactorio álbum que es "El hombre que plantaba árboles", que ya había sonado anteriormente en este directo -en concreto "Oak Theme"- como preludio de "Todo mundo".

Un capítulo aparte merecen los agradecimientos del disco: a Doreen Metzner, Rodolfo Poveda (director del programa de Radio 3 Trópico Utópico, el primero en hacer sonar esta música en España), Ramón Trecet ("verdadero paladín de la causa de la música vital, quien lleva años presentando nuestra música ante muchos millares de personas de toda España con su famoso programa de radio Diálos 3 en Radio Nacional de España"), Julio Martí, José de la Fuente, Coro Acarreta, Pedro Vaquero, Angel Romero, Lara López y un largo etcétera que no sólo incluye al personal de Living Music sino además a Yamaha, a los propios músicos y, cómo no, al público que siguió esta maravillosa gira española de 1992 por Barcelona, Valencia, León, Vigo, Baracaldo, Salamanca, Madrid, Cartagena, Almería y Cádiz. El éxito del disco y su interés en otros países hizo que "En directo en España" fuera reeditado por Living Music bajo el título de "Spanish Angel", con cambio total en el orden de las canciones y la sustitución del dueto para dos percusionistas por "Almeria Duet", otra improvisación entre esos dos grandes amigos que son Paul Halley y Eugene Friesen, que dejó a Pedro Estevan sin distribución internacional. En portada, un águila imperial, la única ave endémica de la Península Ibérica, escasa y en contínua amenaza. Tras cuatro nominaciones infructuosas, por fin Paul Winter logró su primer Grammy en la categoría new age en 1994 con este trabajo (concretamente con esa edición internacional, "Spanish Angel"). En una nota enviada a Sonifolk expresaba de esta manera su agradecimiento: "Vosotros habéis sido en gran medida los padres de este proyecto y os estamos profundamente agradecidos por haber lanzado 'Spanish Angel'. Queremos compartir los honores de este Grammy con vosotros". Sólo fue el primero de muchos, pero en él se encuentran representados todos los espectadores españoles que alzaron sus aplausos en cualquier ciudad por la que pasó tan excelso grupo.

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27.4.12

TODD LEVIN:
"Ride the planet"

Algunos de los músicos contemporáneos más considerados de la segunda mitad del siglo XX parecían apostar por una ruptura con el pasado. Aún más, muchos de ellos miraron decididamente hacia el futuro a través de nuevos instrumentos, ritmos y fusiones. El nombre de Todd Levin apareció entre la vanguardia de los años 90, si bien unos años antes ya presentaba una cara irónica y desafiante al comentar en la presentación de una composición aislada ("Turn", que acabó publicada en su segundo disco): "debemos aceptar la banalidad de la música". Intentando huir de la misma, Levin viajó a Nueva York y acabó siendo apadrinado por Philip Glass, que publicó su álbum de debut, "Ride the planet", en su sello de músicas dificilmente clasificables, Point Music. En él, una fuerza primitiva, acaso deudora de su interés por la percusión, mueve muchas de las composiciones, claramente imbuidas de conceptos artísticos, como su pasión por la pintura contemporánea (alguien le llamó el Warhol de la música), la fotografía (la portada de "Ride the planet" es obra de la prestigiosa fotógrafa Joyce Tenneson), la literatura (textos de la artista abstracta Jenny Holzer acompañan el álbum) y el cine (adora a Tarantino y las series de televisión): "No puedo olvidar que he nacido en una cultura marcada por el rock y la imagen". Así, Levin construye pasajes de apabullante fuerza en los que se vislumbran unas intenciones que oscilan entre la clásica, el rock, un toque electrónico y la música para películas, en un recogimiento académico que no se sabe si es fruto de su propio gusto estético, o una maniobra que le permitiera destacar como el transgresor de una nueva faceta estilística: "Mi objetivo final es hacer una música sinfónica tan potente como pueda, que sea fácilmente reconocible por el oyente, como una patada en el estómago".

Todd Bennett Levin nació en Detroit en mayo del 61, y estudió composición en la universidad de Michigan y en la Eastman School of Music. Con unos intereses musicales diversos, desde la música medieval a las vanguardias, asegura que "me traen sin cuidado las etiquetas y las clasificaciones, quiero que mi música sea recibida como una posibilidad más de ampliar fronteras". "Ride the planet" sorprende de inicio por un primer corte rockero, un comienzo ruidoso, excitante y sobrecargado por la sonoridad de la guitarra eléctrica, cuyo título, "Heaven" -cielo-, es difícil de entender salvo por la pasión extrema a la que refiere el subtítulo ('You must have one grand passion'). Estas frases que complementan los títulos de los cinco cortes son invenciones poéticas de Jenny Holzer, la misma autora del texto sobre la libertad que recoge ese extraño libreto en el que, al ser desplegado, destaca poderosamente la fotografía completa del músico en actitud mesiánica. La épica parece formar parte del brillante segundo corte, "Anthem", también amparado por una fenomenal y penetrante guitarra y por una voz que define la acertada melodía en un éxtasis de locura que alcanza su momento álgido en el momento en que ambos, voz y guitarra, se encuentran. La obra continúa en su incierto caotismo, huyendo de la calma y de la melodía fácil para entrar en un juego de barroquismo difícil de comprender pero, una vez asimilado, difícil también de dejar atrás. "Jungle" parece representar una lucha, algo confusa, entre lo viejo y lo nuevo, un viaje por el bien y el mal, el cielo y el infierno, un corte frenético y absolutamente particular, que navega más entre el rock sinfónico y la electrónica que por mares clásicos. Divaga, se sumerge, y en la superficie arremete contra lo establecido, logrando imponer un forzado equilibrio, una calma tensa de final abrupto. "Prayer" es, según su subtítulo, un sueño en el que buscar el camino a la felicidad, largo y repetitivo pero intenso, repleto de fuerza y en su atmósfera opresiva y luminosa guitarra se pueden encontrar ecos de las gloriosas colaboraciones entre David Bedford y Mike Oldfield en los 70. El marcado carácter e imponente resolución técnica continúan en su tramo final, de título "Marine", con el sonido marca de la casa que ineludiblemente impone la producción de Philip Glass (junto a sus habituales Kurt Munkacsi y, en este corte, Michael Riesman), esos ambientes ondulantes que se pueden respirar en practicamente todo el trabajo, un álbum en el que a los teclados de Todd Levin se unen el bajo de Jeffrey Allen, las guitarras de Stephen Gabriel y Ben Sher, la voz de Tony Moore y los teclados del propio Riesman. "Ride the planet" parece toda una aventura, una entrada aguerrida, una oda, una pasaje movido, otro que explora más en el interior y un final obstinado, bizarro y decidido. Los furiosos guitarreos son como relámpagos de magia en una tormenta contínua, un torbellino de insolente creatividad que aporta influencias artísticas y elementos rockeros al servicio de la música clásica moderna.

"Ride the planet" fue una de las cinco referencias que Point Music lanzó en 1992, su primer año de actividad. Philip Glass y Michael Riesman fueron los encargados de dar forma a este sello norteamericano dependiente de Philips Classics, que comenzó publicando "Mapa" del grupo brasileño Uakti, el interesante "Music fron the screens" de Philip Glass y Foday Musa Suso (interprete de kora procedente de Gambia), la ópera de John Moran "The Manson family", y "In good company" de Jon Gibson. Todd Levin completó el quinteto, pero las buenas intenciones de la compañía y del músico no bastaron, y la dificultad para clasificar su música hizo que "Ride the planet" no alcanzara las ventas deseadas y constituyera la única referencia del de Michigan en Point Music. Aún así, la arrogancia de Levin despertó más de una pasión, puesto que la todopoderosa Deutsche Grammophon fichó al artista y publicó la que definitivamente fuera su última obra, "Deluxe", en 1995, un álbum peliculero, de dinamita percusiva y sonoros metales, otro trabajo joven y rabioso, distinto al primero pero también dificilmente vendible, puesto que la música contemporánea, opina Levin, es la más impotente de las artes para impactar en un entorno cultural, salvo raras excepciones. Su carrera musical dejó entonces de interesarle, y prefirió ganar dinero en el mundo del arte contemporáneo. El paisaje musical del siglo XX, ese 'delta' del que hablaba Cage, estaba en contínuo cambio, una metamorfosis que admitía todo tipo de atrevimientos, pero a pesar de la osadía, practicamente ningún libro menciona a Todd Levin, que se encuentra en una desagradecida tierra de nadie, ninguneo inmerecido dada la fuerza y belleza de un trabajo como "Ride the planet".

6.4.12

EDUARDO LAGUILLO:
"Manoa"

Una de las compañías españolas de nuevas músicas que menos fortuna y oportunidades tuvo en la cruenta lucha por sobrevivir en ese mercado tan saturado en los 90 fue Taxi Records, sello que pretendía abarcar en sus planteamientos desde el jazz fusión hasta lo étnico y experimental. Uno de los fundadores del mismo era Eduardo Laguillo, músico madrileño de enorme solvencia al piano y la guitarra, y estudios clásicos en Viena, así como jazz y flamenco en Barcelona. Fue precisamente el primer disco de Laguillo en 1990, "Hay algo en el aire" (un trabajo introspectivo, originado por un viaje iniciático del músico a la India), una de las cinco primeras referencias de Taxi Records (las otras eran "Rapsodia" de Duet, "Pianosfera" de Antoni-Olaf Sabater, y los discos homónimos de Xaloc y La otra parte), si bien hay que llegar a 1997 para encontrarnos con su obra cumbre, un excelso trabajo de título "Manoa", publicado con acierto por Resistencia bajo la producción del propio Laguillo y de otro español ilustre en el campo que nos ocupa, el también madrileño Adolfo Rivero. La inspiración del álbum llegó de repente, cuando en un momento de elevado misticismo en la vida del pianista, se encontró con el poema 'Manoa' del venezolano Eugenio Montejo, que comienza con esta búsqueda: "No vi a Manoa, no hallé sus torres en el aire, ningún indicio de sus piedras. Seguí el cortejo de las sombras ilusorias que dibujan sus mapas". Laguillo, que ya había musicado poemas de Joseph von Eichendorff y trabajado con cantautores como Luis Eduardo Aute, encontró en él un amplio y luminoso sendero para construir algo más que un disco, una experiencia vital, un viaje a los confines de su propia espiritualidad.

Eduardo no conoció jamás a Eugenio Montejo, pero este poeta y ensayista que falleció en 2008 sí que era consciente del impacto de su obra en el músico español, con el que se sentía 'conectado' e intercambió una serie de emotivas cartas, en lo que Laguillo definió como 'unión de almas', un soberbio hermanamiento de poesía y música. Se puede admirar con qué delicadeza fluyen ambas en la primera parte de "Balada para Gabriela", el corte que inaugura el álbum, pleno de emoción y lirismo, primero por parte de una romántica flauta y enseguida por medio del instrumento natural de Eduardo, el piano, además de una destacada percusión. La melodía es sencilla, viva y esperanzadora, un bellísimo comienzo para el disco y una pieza que ha quedado en la memoria colectiva de las nuevas músicas españolas por esa hermosa vitalidad y una chispa especial que prende en los que buscan algo más allá de la vacuidad general. Lejos de las enormes colaboraciones internacionales de las que gozaban artistas de mayor repercusión como Carlos Núñez o Kepa Junkera, las ayudas con las que contó Laguillo en Manoa fueron las de intérpretes más cercanos, sin perder por ello ni un ápice de calidad: percusionistas como el griego Dimitri Psonis, el argentino Rikhi Hambra, el alicantino Vicente Climent o el francés totalmente españolizado Tino di Geraldo, Javier Bergia (que también aporta percusión), Sandra Miraball (clarinete), Xavier Blanch (oboe), Jorge Lema (bandoneón) y miembros de La Musgaña como Jaime Muñoz (tin wistle), Carlos Beceiro (bajo) o Enrique almendros (gaita). También otros amigos al cello, bajo, violas y violines, pero tal vez la participación más vistosa sea la del grandísimo intérprete de instrumentos de viento Javier Paxariño, con el que Laguillo había colaborado en discos memorables como "Pangea" o "Temurá". En "Manoa", Laguillo interpreta las guitarras además de teclados y voces, en un conjunto que se va haciendo más meditativo hacia el final, como en la intimista "Fais tun" o ese corte susurrante, animoso, de aires lentos y voz reflexiva que lleva por título "El bosque de voz clara". Mucho antes, destacar los efluvios de bossa nova con intimista guitarra española en "Regreso a pleione", el recogimiento de "Himno (en las llanuras de Yns)", con el acompañamiento de un chelo y del tin whistle jugando con el piano, o ese mismo piano destacando en "La otra luz del horizonte" y en ese solo, en comunicación directa con su público, que supone "Improvisación". Es sin embargo "Celebración" la segunda composición más destacada del álbum, un delicioso y acertadísimo himno a la vida, de desarrollo cálido, donde vientos, teclado y percusión vuelven a marcar firmemente el paso hacia "Manoa", para acabar descubriendo lo que narra el final del poema: "Manoa no es un lugar sino un sentimiento. A veces es como un rostro, un paisaje, una calle, su sol de pronto resplandece. Toda mujer que amamos se vuelve Manoa sin darnos cuenta. Manoa es otra luz del horizonte, quien sueña puede divisarla, va en camino, pero quien ama ya llegó, ya vive en ella". Tras esa importante revelación, "Antes de las estrellas" es un gran final en soledad, que resume esa búsqueda interior, ese maravilloso viaje en el que un suave y melódico jazz se ha revestido con música étnica para completar un enorme y sentido regocijo de disfrute obligado.

Joan Albert Serra, director de Taxi Records, comentaba en la presentación del sello (que tuvo lugar en el Teatro Lliure de Barcelona y en el Centro Cultural Galileo de Madrid en 1991) que nuevas músicas son "todas aquellas creaciones que, partiendo de la música clásica, el jazz y la música contemporánea, no atiendan a encasillamientos estilísticos y estén realizadas con total honestidad". Sin duda la figura de Eduardo Laguillo encaja sobremanera en esta definición, pero más allá de etiquetas, la música de Eduardo se puede encuadrar en un conjunto de proyectos, generalmente incomprendidos, cuya sensibilidad y espiritualidad no tienen límites, casos que se repiten en otros músicos españoles como Pep Llopis, Adolfo Rivero o el extinto grupo V.S.Unión, luchando por sus pasiones, proyectándose al mundo hasta que encuentran a alguien que los quiera entender, un público no excesivamente amplio pero sí consciente de la impronta que lo que escucha deja en su conciencia. Ese público existe, y lo que disfruta en "Manoa" es algo más que una reunión de canciones, es una obra, como dice su autor con orgullo, "llena de luz, de ternura, de sutilezas".