La influencia del gran Paco de Lucía ha sido enorme en las siguientes generaciones de guitarristas flamencos que han trabajado con este glorioso instrumento. Josete Ordóñez es uno de ellos, y ya desde los 12 años tocaba en tablaos antes de incorporarse a varios grupos y colaborar con grandes artistas patrios como Manolo García, Rosario Flores, David Bisbal, Melendi, y en otros campos más folclóricos, como con Amancio Prada, al lado mismo de Eliseo Parra o en la banda de Javier Paxariño. A principios de los años noventa, este madrileño realizó un acertado experimento sonoro fundando un conjunto de folk instrumental con añadidos étnicos junto al violinista Enrique Valiño (recordado por muchos madrileños por su pasado en la Romántica Banda Local), el percusionista Enrique 'Brujas' Perdomo y el bajista Marco Herreros. Su nombre, tan sencillo y directo como Elementales. Su legado, tres álbumes a lo largo de esa década: "Elementales" en 1992, "Al baño María" en 1994 y "Elementa latina" en 1997, tres ejemplos de buen hacer de los que cabe destacar especialmente ese gran debut que dio nombre al grupo, "Elementales".
Grabado en los meses de junio y julio de 1992 y publicado por Lyricon (sello dependiente de Sonifolk) ese mismo año, "Elementales" intentó ser una alternativa con clase y valor hispano al circuito de músicos y bandas folclóricas que continuamente giraban por nuestro país e incluso veían publicados sus trabajos por sellos españoles que traducían y adaptaban los cuadernillos con toda la información del disco o del artista. Aunque este su primer disco presenta un bonito dibujo por portada, las ediciones de Elementales no fueron precisamente un ejemplo de diseño gráfico, la información era escasa y la forma de presentarla muy particular. Tal vez eso sea una de las pequeñas rémoras de los trabajos de esta banda, la escasez de información en los discos, tanto de la trayectoria de sus componentes como del origen o intenciones de las composiciones, en las que unen fuerzas Josete Ordóñez y Enrique Valiño. "Elementales" comienza con una pieza de Quique Valiño, desenfadada e incluso pegadiza, "Camino de Pan Bendito", en la que destaca de golpe la energía de un folk muy hispano, con aires de flamenco y de rumba por igual. Es una música con el espíritu de la ciudad, del barrio, de hecho Camino de Pan Bendito es el nombre de una barriada de Madrid. "Pasaje de Áncora" (otro espacio de Madrid, cercano a Atocha) aporta un jazz melódico bastante asequible, tanto como para que los responsables de la compañía eligieran este tema para nutrir la recopilación "Música sin fronteras volumen 2". "Ojos de Río Dulce" es un tema de flamenco con su dosis instrumental y su aporte de cante tan andaluza, con la voz de Josete; el río Dulce es un afluente del río Henares que nace en Guadalajara. "El capricho de Carmen" es una pieza folclórica con aromas gitanos de la Europa del Este, un corte atractivo e importante en el disco, con el contrabajo de Carlos Ibáñez, donde el violín atrapa desde el principio (no en vano es otro tema compuesto por Quique Valiño). Muy hispano, con castañuelas y con un precioso toque clásico, es "Tanguillo de las entrañas", gran interpretación de un conjunto que sorprendió a quien quiso o supo escucharles. "Monge y cruz" forma parte de ese folclore que toma cosas de aquí y de allá, con la guitarra de su autor, Josete, de protagonista. A su vez, ritmos gráciles y bailables como "Bahía Brujas" o "Partido alto" también tienen cabida en este completo trabajo de folk avanzado. En "Macachera" la melodía, sencilla, inunda el ambiente y se desarrolla en un perfecto juego de instrumentación. El trabajo tiene que ir acabando, y lo hace con otros dos intentos de viaje, el de "La varita de Juan López" a las tierras del country allende los mares (violín enérgico, cucharas o tabla de lavar nos acercan a ese tipo de música sureña) y el de "Todos los días un plátano por lo menos" aún más al sur, a Sudamérica, en un pequeño colofón (menos de un minuto) a una obra completa y mayúscula. Hay grandes hallazgos en este trabajo, como hay algunos momentos menos atractivos, pero siempre bien tratados por los miembros del grupo, que elaboran una delicada tarea de conjunción. Ordóñez se encarga de las guitarras (flamenca, clásica -Camps-, acústica, eléctrica y timple canario) y la voz en "Ojos de río dulce", 'Brujas' Perdomo de congas, cajón, darbuka, batería y percusiones menores, y Quique Valiño de los violines (acústico y eléctrico), laud, bandurria, rubboard (o tabla de lavar), mandolina y cajun spoon (cucharas). Los tres producen el álbum junto a Enrique Díez. Los colaboradores son Pedro Gil (palmas), Carlos Ibáñez (contrabajo), Marco Herreros (bajo eléctrico), Camilo Edwards (bajo eléctrico), Lorenzo Azcona (saxo alto) y Manuela Doniz (castañuelas).
El rock, el jazz, el folclore y lo étnico en general formaron parte de las enseñanzas de José Luis Ordoñez Gil (es decir, Josete Ordóñez) cuando éste quiso abrir sus horizontes musicales, y junto a Enrique Valiño, 'Brujas' Perdomo y Marco Herreros consiguió hacer realidad ese sonido que aunaba sus influencias, una banda que, como decía crítica de Resistencia, "practica una inusual y elegante fusión de estilos instrumentales en la que se compaginan ritmos y toques de guitarra flamenca con dejes jazzisticos e influencias del country, la clásica o las música celta e hindú". Valiño también quiso recordarlo así: "El grupo partiendo del color del violín y la guitarra española, creó un estilo personal y coherente con su pulso imaginativo, dentro de un lenguaje popular contemporáneo que se completaba con el sentir de los diferentes instrumentos de percusión". Definido por algún crítico como folk evolucionado, el de Elementales es un sonido tan cercano y tan grato que para los que ya tienen una edad casi puede parecer la banda sonora de su día a día. Los más jóvenes pueden descubrir matices auténticos y suficientemente brillantes como para provocar la chispa necesaria que les haga unirse al torbellino, ya lejano pero igual de vivo varias décadas después, de esa vigorosa música folclórica que se hacía a finales del siglo pasado, y que el propio Josete Ordóñez intenta mantener viva con sus trabajos en solitario del siglo XXI, entre ellos "Por el mar", "Objetos perdidos" o "Transeúntes", en el que explora también en otras dos pasiones, el cómic y el cine mudo.
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