En Palo Alto (California), el mismo enclave donde iba a florecer la compañía seminal de la que iba a llamarse música new age, Windham Hill, había surgido años atrás, a mediados de los 60, una banda de rock psicodélico que, trasladada a San Francisco, iba a lograr que el movimiento hippie y la contracultura tuvieran una gran repercusión, especialmente en los Estados Unidos: Grateful Dead. Folk, rock, jazz, todo era éxito y conjunción mientras que las temibles drogas se iban llevando por delante a algunos miembros del grupo y minaban la salud de alguno tan emblemático como su guitarrista y líder, Jerry García. En el vaivén de entradas y salidas del conjunto, otro nombre fue importante e inalterable (salvo en la primera mitad de los 70) en los Dead, el del percusionista Mickey Hart, que junto al batería Bill Kreutzmann fueron llamados 'los demonios del ritmo'. Este neoyorquino también formó parte de otra banda de percusión como la Diga Rhythm Band, que Hart renombró en 1975 (fue fundada por Zakir Hussain dos años antes con el nombre de Tal Vadya Rhythm Band) para seguir presentando sus propuestas rítmicas, pues hasta once percusionistas se juntaron en su grabación (con Hart y Hussain en cabeza), además de tres vocalistas y Jerry García con su guitarra en dos de las canciones. El trabajo es gozoso, asequible y muy disfrutable, pero más variada e interesante es la propuesta avanzada que Mickey Hart firmó en solitario en los 90, comenzando con un trabajo titulado "At the edge", publicado por Rykodisc en 1990.
El ritmo prehistórico, la magia de la percusión primigenia, fue una de las obsesiones de Mickey Hart, especialmente en el momento de la publicación de "At the edge": "Buscando la música del hombre prehistórico comprobé que los silbidos, las carracas, los bastones de mando, los huesos, las esquilas, estaban entre los más antiguos instrumentos del mundo. Las voces de esos viejos instrumentos poblaban mis sueños y se mezclaban con los sonidos de la naturaleza; resonaban y despertaban una memoria muy anterior a la palabra, pero no anterior al canto. Algo de inmemorial y de irresistible se expresaba de nuevo utilizando el lenguaje del ritmo para advertir a nuestra especie que había alcanzado un límite. Cambiar de ritmo. Cambiar de ritmos y bailar". Efectivamente, esta obra incita al movimiento sin excusas, aunque también a un movimiento espiritual. Instalado en el éxito pero limitado rítmicamente por el rock de los Dead, Hart decidió explorar en este sonido más primitivo, casi exclusivamente basado en la percusión, por medio de decenas de instrumentos como batería, palos de lluvia, cajas chinas, sonajas, paderetas, tabla procesada, slit gong, sonajeros (shakers, shekere), idiófonos (kalimba, balafon, devil chasers), campanas (Pete Engelhart cornet bell, agogo, cencerro, campanas procesadas) o tambores (duggi tarang, tar, dundun, djembe, dholak o tambores electrónicos). En el comienzo, "#4 for Gaia" presenta una percusión no rítmica, ambiente de pura naturaleza con vientos (whistles), que continúa en "Sky water" con un ritmo sosegado, pacífico y con detalles metálicos (duggi tarang, tambores de metal), que va canalizando la energía. Por momentos, la percusión parece comportarse como un ser vivo, ese es el mérito de este músico, acceder a ese límite ('the edge') entre lo muerto y lo vivo, otorgar vida a algo inanimado (objetivo también y verdadero leit motiv de la aclamada banda Dead Can Dance, muy activa durante gran parte de la década de los 80, que acababa de concluir). "Aquí están mis canciones de sueños; parte de la música traída de mi tiempo, en el límite. Una colaboración con músicos que han viajado conmigo a lo largo de mi viaje, y a través de los años". El hindú especialista en tabla Zakir Hussain es uno de esos amigos que acompañaron a Hart desde tiempo atrás, y emerge como el gran compositor del disco tras el propio Mickey, apareciendo en tres de las composiciones, la mencionada "Sky water", "Slow sailing" (con la que el trabajo comienza a animarse, un corte de aspecto amazónico, con arremetidas de una alegre kalimba) y "Fast sailing" (más informal, frenética, a ritmo de batucada, dedicada a la memoria de Tom Blackaller -afamado regatista estadounidense, campeón mundial en varias ocasiones, fallecido el año anterior de un ataque al corazón). También selvática es "Lonesome Hero", un movido delirio con flautas de pan, en una especie de ritual primitivo, pero es en los cortes sexto y séptimo donde la obra alcanza sus mejores momentos: "Cougar run" es un completo tema que combina percusión rutilante con la constancia de un repetitivo whistle de aire esotérico. Para disfrutar. Y "The eliminators" es una agraciada y borrascosa composición de Mickey, sus hijos Creek y Taro, y Jerry García, sabiendo sacar todo el partido posible a la percusión con un sonido bajo, profundo, voces etéreas, y la guitarra sintetizada de García, que quiere sonar como un apagado saxofón. Juntos, logran una gran atmósfera, que bien podría haber pertenecido a algún trabajo de los 80 de Windham Hill. La de Jerry García es una de esas colaboraciones de prestigio, evidentemente, y sus hijos añaden la nota familiar, mientras que los demás percusionistas aquí reunidos -aparte de Hart y Hussain- son los nigerianos Sikiru Adepoju y Babatunde Olatunji, y los brasileños Airto Moreira y Jose Lorenzo. El final del disco es algo más plano, con "Brainstorm" y la extraña "Pigs in space", composición de Airto Moreira con voces meditativas en vez de percusiones. "#4 for Gaia", "Sky water" (en una versión reducida), "Cougar run" y "Pigs in space" fueron recogidos en un CDsingle bajo el título de "Selections from At the edge". Esta grabación se complementaba con un libro, "Drumming at the edge of magic", subtitulado 'un viaje al espíritu de la percusión', el que Mickey narraba su búsqueda de los secretos, los mitos y la herencia, histórica y espiritual, de los instrumentos de percusión, su origen al fin y al cabo, desde el principio de los tiempos. En ambos, álbum y libro, destacaba también la ilustración de portada, una obra de la artista gráfica Nancy Nimoy -nuera en esa época del actor Leonard Nimoy-, que poco antes decoraba de forma muy parecida la portada del plástico de Patrick O'Hearn "Eldorado". Inexorable en la consecución de sus fines rítmicos, en "At the edge" Hart elabora una pasmosa muestra de nueva-vieja música que llega hasta el tuétano, hasta lo más hondo de la herencia genética del ser que hemos sido y con el que, gracias a músicos como este, podemos seguir conectados, aunque sea durante 50 minutos y bien cobijados en el interior de nuestros hogares. De algo tiene que servir la evolución, pero la comodidad no tiene que impedirnos poder disfrutar de remembranzas como esta.
Aunque Mickey Hart había presentado años atrás otras obras en solitario que combinaban sus potentes percusiones con el rock ("Rolling thunder" fue la primera, en 1972), "At the edge" fue su muestra pionera -y autoproducida- de esta incursión en las músicas del mundo que, un año después, con su segundo plástico también con Rykodisc Records, "Planet drum", le valió un premio Grammy en la categoría 'world music' en los premios de 1992. Clímax percusivos de palpitante entusiasmo se daban cita en "Planet drum", atmósferas rituales conectadas con la esencia de la Madre Tierra, aderezadas con algún canto esporádico, en un álbum (también complementado por un libro) que para Hart suponía "el sueño de reunir a grandes baterías de todo el mundo para hacer una grabación basada totalmente en percusión". En 2009 volvería a ganar el Grammy, en esta ocasión al mejor álbum de 'world music contemporánea', con la efímera banda Global Drum Project, en la que el neoyorquino volvería a trabajar con Zakir Hussain, además de otros grandes percusionistas de diferente ubicación como Sikiru Adepoju (presente en "At the edge" y "Planet drum") o Giovanni Hidalgo. "At the edge" y "Planet drum" eran discos con alma, a la vez tan estimulantes por momentos como relajantes por otros, siempre dentro de una clara conciencia ecológica, y aunque se haya diluido en el tiempo su relevancia, se mantienen como muestras de un sonido elevado y distinguido, "el lado suave de la percusión" dijo su autor, cuya exquisitez plasmaba muchos años después el crítico Ariel Kyrou en la frase "ambiente llegado del origen de los tiempos, suena como una fabulosa danza de electrónica acústica".
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