15.7.13

RAVI SHANKAR:
"Tana mana"

Muchos términos musicales resultan paradójicos, comenzando por el propio epígrafe Nuevas Músicas. Músicas del mundo, o más atrayente en inglés, World Music (que es el verdadero término adoptado en 1987 para denominar al género étnico), es otro gran escollo para el entendimiento, ¿o es que acaso no todas las músicas son del mundo? El espíritu globalizador imperante en los 80 y el afán de las compañías discográficas por vender se puso de lado de ciertos músicos del conocido como 'tercer mundo' que, basados en su folclore autóctono, no sólo exploraban en fusiones audaces con occidente, sino que en ocasiones lograban un considerable éxito, manteniendo la categoría de mitos o maestros de la que gozaban en sus respectivos países. Youssou N'Dour, Ali Farka Touré, Ladysmith Black Mambazo, Nusrat Fateh Ali Khan, Mory Kante o Ofra Haza son sólo algunos nombres de indudable éxito, en su mayoría provenientes de Africa, a los que podemos unir muchos otros de los demás continentes, ya que la World Music, aunque contribuya a afianzar las distancias entre primer y tercer mundo, es un concepto que lo mismo puede englobar cantos sufíes, rancheras, oraciones tibetanas o flamenco. Peter Gabriel, Paul Simon o David Byrne son ejemplos de músicos occidentales que ayudaron a impulsar esta etiqueta y a determinados artistas de gran interés, pero para otros ilustres como Philip Glass no cabe duda de que el sitarista indio Ravi Shankar fue clave -incluso padre- de ese movimiento, años antes de su institución.

Tras décadas de trabajo y popularidad en la India y numerosos viajes por el mundo, Ravi Shankar conoció al 'Beatle' George Harrison en 1966 y se convirtió en su maestro, lo que aparte de una nutrida fama le acarreó ciertas críticas por "prostituir la música india". El propio Harrison es un reclamo en "Tana mana", al acudir a la llamada de su mentor y amigo para tocar en el mismo cítara y sintetizador, pero para este salto tan importante hacia el gran público y la distribución de una gran compañía, Ravi optó además por facilitar las cosas, por la fusión con otros estilos e instrumentos, y por acortar las duraciones de las canciones, más acordes con el gusto occidental y la radiodifusión. Aún así, a pesar de no tocar la música que le reclamaban los puristas de su país, este maestro consiguió su objetivo de "no perder la indianidad de su música". Más allá, con adaptaciones como ésta, no exentas de alma (Menuhin dice en la introducción de la citada biografía de Shankar que "a la proverbial serenidad de lo indio, el músico de la India aporta una exaltada expresión personal de unión con el infinito, como en el amor infinito"), Ravi dió un importante paso para mantener viva la música clásica india en el mundo contemporáneo, abriendo camino a otros músicos notables, como su propia hija Anoushka Shankar. Publicado por Private Music en 1987, "Tana mana" significa 'cuerpo y mente', y su propuesta incide en la fusión de elementos orientales y occidentales abordando un nuevo camino en el que se unifican música india, jazz y electrónica. Mientras que en el CD y la contraportada se puede leer simplemente Ravi Shankar, en general se atribuye el álbum a 'The Ravi Shankar Project', en un curioso intento de crear un grupo de atractivo nombre, más avanzado tecnológicamente de lo que hasta la fecha había ofrecido el músico de Benarés. Instrumentistas indios (incluyendo a la vocalista Lakshmi Shankar -sin parentesco alguno con Ravi- o a Shubho Shankar -hijo del maestro, fallecido de neumonía a los 50 años-) se funden con nombres estadounidenses como los de los productores (Peter Baumann y Frank Serafine) o los de los conocidos Patrick O'Hearn (al bajo) o el mencionado George Harrison. La alegría inunda el comienzo del disco, una corta pieza de título "Chase", que sirve de introducción a tres grandes canciones, momento álgido del álbum inaugurado con "Tana mana", tema vocal de elegante producción en su buscada sobriedad, donde el atavío electrónico no esconde el encanto del ambiente hinduista. "Village dance" presenta un ritmo mucho más danzarín, melodía folclórica muy atractiva que sabe encandilar y que ha llegado a titular algún recopilatorio de nuestro artista. La tercera gran pieza en discordia, de título "Seven and 10 1/2" hace gala de un desarrollo misterioso, de logrado misticismo especialmente a través del curioso acompañamiento vocal rítmico e ininteligible. El arte inmortal de la danza folclórica india (conviene reseñar el idilio del joven Ravi con la danza a través de su hermano mayor, Uday, que creó una compañía de éxito con la que llevó a toda la familia a París en 1930) se ve reflejado tanto en lo visual de algunas de las canciones como en su propio carácter étnico ("Romantic voyage"). En "West eats meat", el propio título indica una nutrida labor de fusión cultural, donde instrumentaciones de uno y otro lado del mundo se dan la mano para recrear un encuentro de monumental encanto. Coincidiendo con la personalidad de un Ravi Shankar que firma las diez composiciones del álbum, no es nada pretencioso el mismo, y se marcha en paz con la composición "Supplication", dejando buenas sensaciones en el oyente, que comprueba cómo las largas ragas características de los sitaristas indios pueden acortarse a nuestro modo, ejecutando temas no exentos de cierta profundidad espiritual, combinados con ritmos más fáciles y modernos.

Ravi visitó Estados Unidos por vez primera en 1932, en una época en la que el sitar era un hobby y él se consideraba más que nada bailarín. Todo cambió pocos años después, eligió gurú -Allauddin Khan, padre de Ali Akbar Khan-, y con él desarrolló su técnica y decidió consagrar su vida a la música, más allá del frívolo éxito de la danza. Fue sin embargo Tat Baba su maestro más importante, personaje mágico que influyó definitivamente en su éxito. Shankar tuvo una gran popularidad en EEUU cuando los Beatles le 'descubrieron' a occidente, se instaló en los Estados Unidos y dió populosos conciertos, y aunque su figura un poco diluida con el tiempo no se llegó a eclipsar, fue recuperado con el típico buen ojo de Peter Baumann para Private Music, donde publicó tres discos a finales de los 80, justo cuando comenzaba a instaurarse la mencionada etiqueta World Music: "Tana Mana" (1987), un estupendo concierto en Moscú llamado "Inside the Kremlin" (1989), y la espléndida e imprescindible colaboración con Philip Glass de título "Passages" (1990). "Tana mana", compuesto por Ravi Shankar un año después de sufrir un infarto, es una hermosa sucesión de piezas cantarinas, que van más allá de continentes y épocas para acatar la universalidad de la música india y darla a conocer al resto del mundo, en su faceta más asequible, a través de uno de sus grandes valedores.

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RAVI SHANKAR & PHILIP GLASS: "Passages"



18.6.13

CLOGS:
"Lantern"

A pesar de su juventud, Simon Reynolds es un reputado crítico londinense de música electrónica que, en 1994, utilizó por primera vez el término post-rock para referirse a un tipo de música en su mayoría sin el uso de voces, que utiliza la instrumentación más típica de una banda de rock para desarrollar una música alejada de los convencionalismos del mismo. El jazz, el folk o la música clásica son algunos de los elementos que se suelen combinar en este estilo controvertido por lo ambiguo de su definición, ya que instrumentos de viento o cuerda poco usuales en las radiofórmulas acaban siendo tan protagonistas en sus propuestas como guitarra, teclados o batería. Aún así, nombres como Sigur Rós, Mogwai, Tortoise o Raichel's se adhieren perfectamente al mismo, así como una banda de orígenes australianos y estadounidenses que ha acaparado grandes críticas en su próspera evolución desde su creación a finales de los 90 en la Yale School of Music. Padma Newsome (una especie de líder natural, por su mayor edad y variada experiencia -rock de cámara, música india, corales y orquestas sinfónicas-), Bryce Dessner (proveniente del mundo del rock), Rachael Elliott (del jazz) y Thomas Kozumplik (de la fusión) son las cuatro caras de Clogs, una de las grandes sensaciones sonoras del comienzo de centuria por su generoso eclecticismo y una espontaneidad que crece evitando realmente cualquier tipo de clasificación o encasillamiento.

Extravagantes, deliciosamente extraños, paladear la música de este grupo es como comer con los ojos cerrados sin saber qué es lo que nos van a ofrecer en el menú, si vamos a degustar dulzura o salazón, delicia o amargura. Su propuesta pasa del clasicismo a la experimentación en cuestión de minutos, pero posee además parte de esa característica irónica que caracterizaba, sin ir más lejos, a la excelsa e idolatrada Penguin Cafe Orchestra. Aun sin el genio de Simon Jeffes, Clogs también merecen la consideración y revisión de una obra de cierta dificultad pero reconfortante alegría, ya sea con un mayor espíritu improvisatorio ("Thom's Night Out"), afán experimental ("Lullaby for Sue") o tendiendo hacia un minimalismo muy melódico ("Sticks Music"), tres álbumes de aprendizaje que acabaron por dar paso a la primera demostración auténtica del grupo, un disco de título "Lantern" publicado por el sello neoyorquino Brassland en 2006 en el que confluye lo mejor de sus ideas anteriores, una combinación de ritmo y ambiente con toques folclóricos y un suave jazz, más centrado en la melodía, en la búsqueda de formas concretas, sin olvidar el contexto neoclásico del que han salido sus miembros, que componen en su mayoría en sesiones de improvisación en los ensayos. Padma (viola, violín, melódica, piano, voz), Bryce (guitarra, ukelele), Rachael (oboe, melódica) y Thomas (percusión) conforman un cuarteto plenamente conjuntado que no recurre a la electrónica, no necesitan captar la atención con parafernalias artificiales, sólo matizan sus partituras con una visión más lejana de lo que impone el papel, vistiéndolas de viajes, de colores, de guiños populares, de juegos con el oyente, de puertas abiertas a otros tiempos. Por ejemplo, el propio comienzo de sones populares, "Kapsburger", se remonta al siglo XVII, concretamente al compositor alemán Johann Hieronymus Kapsberger que, interpretado por la colaboración de Luca Tarantino a la guitarra barroca, avanza el tono vanguardista del disco y comienza a evocar claramente a la Penguin Cafe Orchestra (también en la ironía del juego de palabras con el apellido del músico en el título), que vuelve a ser gratamente recordada con el ukelele de "Tides of Washington Bridge". "Canon" presenta una cadencia serena de espíritu académico y el sonido ambiental de la melódica (parecido al de un acordeón) en una pieza ambigua, extraña y a la vez familiar, cercana. Atrayente y en cierto modo hipnótica, su percusión evidente supone mejorar puntualmente el papel de Thomas Kozumplik en el conjunto de la banda, con ella la música fluye con una mayor normalidad, sin tener realmente este disco nada de normal. En uno de los cortes más destacados, "5/4", melodías rápidas de violín otorgan un toque de ritmo muy popular y verdaderamente cálido, cercano a un jazz suave y asequible, mientras que "Death and the Maiden" presenta las dos caras en la misma pieza, un comienzo calmado, como una nana dominada por las cuerdas, que torna rápido, incluso caótico, a la mitad. "2/3/5" es más ambiental, algo experimental en el desborde de instrumentación, teclados, viento y cuerdas que se pacifican y conviven en este cruce de caminos inexplicable entre cámara, pop, jazz o folclore que se evidencia en "The Song of the Cricket" o "Fiddlegree". También el oboe destaca con una audaz interpretación en "Voisins", ritmo folclórico bastante acertado que conduce hasta "Tides (piano)", un final ya escuchado antes a las cuerdas, que suena a hasta pronto. Es sin embargo "Lantern" la mayor expresión de este estilo casi imposible de describir, por su melodía adormecida con voz, una canción distinta, encantadora, muy vanguardista, cuyo video-clip está rodado por Vincent Moon, director francés de videos musicales: "Light me a lantern, in your lighthouse, my keeper".

"Lantern" presenta la dosis exacta de atrevimiento y posmodernidad como para hacer interesante para casi cualquier público esta 'música de cámara onírica' y hacer creíbles las historias contadas, que merced a movimientos vivos y ritmos mundanos, nos llevan a lugares dificilmente visitables por grupos orquestales sin la ayuda de mayor instrumentación o bizarras intenciones. Es en definitiva un trabajo más formal y centrado en un atisbo de comercialidad de un conjunto cuya música parece estar hecha para oyentes especiales pero de un abanico muy amplio, de aquí y de allá, desde el indie al minimalismo. Con gran importancia de la improvisación en sus directos, el acierto de esta inquieta banda consiste en la acertada conjunción de los estilos naturales de cada uno de los cuatro miembros, para conformar una música sin espacio definido pero en la que todo parece estar presente, sólo hay que escuchar "Lantern" para entenderlo y para querer descubrir nuevos trabajos ("The Creatures in the Garden of Lady Walton", por ejemplo, es otra muestra colosal) de este meritorio cuarteto bastante desconocido pero que nunca pasa desapercibido.



30.5.13

HEVIA:
"Tierra de nadie"

Aunque la gaita sea un instrumento bastante extendido en gran parte de la Península Ibérica, es en el norte donde cuenta con una mayor tradición, en especial en Galicia, Asturias y Cantabria. Concretamente fue un asturiano el que contribuyó, como antes lo habían hecho Carlos Núñez o Kepa Junkera entre otros, a cambiar la imagen de la España del folclore anticuado, de cantos y bailes carpetovetónicos, por una España avanzada y electrónica, lo que no es incompatible con acordarse de sus raíces, respetarlas y modernizarlas convenientemente. En el caso de nuestro protagonista, José Ángel Hevia Velasco, tuvo un primer contacto con la gaita a los cuatro años en una romería, enamorándose plenamente de ese instrumento que iba a acabar formando parte de su vida. Sin tradición musical familiar alguna, a los 11 años consiguió su primera gaita y comenzó a recibir clases tres veces a la semana con Armando Fernández. Pocos años después era él el que daba clases, en una fulgurante y pasional evolución, y ganaba dinero tocando también en romerías con su hermana María José, que había sido adoctrinada a la pandereta ("la pareja de gaita y tambor es como la orquesta cerrada, es completa, es autosuficiente"). Tras tocar en un par de ocasiones con el grupo Amistades Peligrosas en conciertos en Asturias, Cristina del Valle (la que sería su pareja durante varios años) reconoció el talento de José Angel y habló de él en Madrid con insistencia, tras lo cual Javier Lozano, de Hispavox, le propuso grabar una maqueta y ver cómo evolucionaba la propuesta. Dos años de desesperación acabaron con la feliz grabación definitiva, un tiempo durante el cual se maduró la transformación del gaitero tradicional en gaitero electrónico.
 
La gaita vivía un 'boom' en Asturias, pero el éxito de Hevia iba a llegar dando un paso más allá, cuando la necesidad de ensayar a cualquier hora sin molestar a nadie, impulsó la creación de la gaita midi junto a un alumno y un compañero de este (Alberto Arias y Miguel opico), en un entorno artesanal y bastante modesto. El sampler prometía capturar sonidos reales y proyectarlos digitalmente, constituyendo un sonido absolutamente novedoso pero eficaz, en absoluto enlatado. "Tierra de nadie" era el título del disco que publicó en 1998 Hispavox (sello mítico propiedad en esa época de EMI-Odeón), un trabajo que comenzaba con un reel pegadizo y exultante del que emanaba una más que notable energía, una pieza que influyó definitivamente a su asentamiento no sólo en las listas de ventas españolas (donde alcanzó la friolera de seis discos de platino, lo cual no está nada mal para un gaitero de Villaviciosa) sino a los primeros puestos en Dinamarca, Italia o Hungría: "Busindre reel" suena decididamente celtoide, y en su vibrante desarrollo son las maravillosas voces autóctonas las que de mejor manera aportan la esencia y la raíz astur. Otro gran acierto supuso la elección del segundo single, la pegadiza "El garrotín", como sintonía oficial de la Vuelta Ciclista a España de 1999 (curiosamente, Hevia había competido también de joven en carreras ciclistas), una relación con dicha prueba que continuará en 2003 con la canción "Tirador", de su tercer álbum (también en 2003 EMI publicó "El disco de la vuelta ciclista", que incluía "El garrotín" junto a melodías eternas como "Me estoy volviendo loco", "Con los dedos de una mano" -ambas de Azul y negro-, "No smoking" -de Habana- o "Children of light" -de Elbosco-, todas ellas producciones de Julián Ruiz). "El garrotín" presentaba una estupenda melodía de base tradicional bastante retocada, un gran aporte al disco con pandereta, voz étnica, coro y el agradecido sonido de la gaita. Como tercer single, "Sobrepena" es un tema calmado escrito por Ramón Prada que deja poso en el oyente por su sencilla y encantadora naturalidad. Y es que aunque el principal gancho del proyecto sea la gaita electrónica y sus posibilidades en ritmos frenéticos y tonadas rabiosas con esencia bailable ("Naves", "Barganaz"), es en los ritmos lentos o en la asociación con voces populares y elementos folclóricos, donde más y mejor se paladea la esencia y las intenciones de este asturiano afincado en Madrid: es el caso de la parte central del trabajo, donde las voces del Colectivu Etnográficu Muyeres destacan especialmente en "El ramu" (Hevia tiene auténtico duende con este tipo de piezas tradicionales reconstruidas) o "Llaciana". Aparte de dicho Colectivu, con el protagonismo de Mari Luz Cristóbal, en el disco tocan una gran cantidad de amigos, entre ellos su hermana María José, el violinista eslovaco Peter Bulla y, en un entorno con gran importancia de las percusiones, un antiguo compañero en el grupo Boides (Daniel Lombas al bohran). Otra voz importante, en forma de tonada, es la de Ismael Tomás, y qué decir de la importante colaboración al piano de un David Peña Dorantes que ese mismo año revolucionaba el mundo del flamenco con "Orobroy" (en un sensacional lamento, impregnado de melancolía, de título "Añada", que viene a corroborar la admiración de José Angel por el gaitero irlandés Davy Spillane) y del sudanés Wafir (laúd árabe), responsable en parte del título del álbum por la extraña mezcla de la esencia asturiana con ritmo celta y cuerdas árabes (una auténtica tierra de nadie) en el tema "Si la nieve", uno de los más bellos y mejores del álbum. El éxito de este instrumento que surgió de la nada fue sorpresivo, "Tierra de nadie" permaneció cerca de 60 semanas entre los discos más vendidos en España, alcanzando el número 1 durante cinco semanas en 1999, cuando sólo Chayanne ("Atado a tu amor"), Abba con un "Greatest hits" y La Oreja de Van Gogh ("Dile al sol") le pudieron hacer sombra. Además, un single de remixes de "Busindre reel" se coló en el séptimo puesto de la lista de singles y CDsingles. Tras vender 400.000 copias, se hizo necesaria una extensa gira por el territorio nacional, así como poco después una edición especial del disco, con portada diferente, en la que se leía "Más de 1 millón de copias vendidas" (en todo el mundo, supuestamente). Esta edición especial, que ponía título al tema "Corri corri", oculto en el original, incluía tres mixes de los singles del álbum, "Busindre reel (Radio mix)", "El garrotín (Single remix)" y "Sobrepena (by Jean)", remezclada por un hasta entonces desconocido Carlos Jean. Aparte de algunas ediciones europeas con el título "No man's land" y portadas retocadas, el importante sello Higher Octave Music se encargó del lanzamiento en Estados Unidos, en su colección Higher Octave World, respetando el título en español y la portada.

A pesar de la novedad que resultó escuchar la gaita asturiana en emisoras de radiofórmula, "Tierra de nadie" no era el primer disco publicado por Hevia en solitario, tal honor lo tuvo un álbum titulado simplemente "Hevia", publicado por Karonte en 1991 a raíz de ganar un concurso de folk para jóvenes intérpretes. A dúo con su hermana y sin electrificación, el disco vendió 2000 copias, y su reedición -ya con la fama por bandera-, 15000 más. Se trata de una anécdota con numerosos detalles pero escasa producción y baja comercialidad, todo lo contrario a "Tierra de nadie", un álbum con auténtica 'alma', muy trabajado (producido por Javier Monforte, que también aporta la guitarra eléctrica), en un afán por sacarle mayor partido a su instrumento de toda la vida, utensilio que desde años atrás llevaba asociado el concepto 'soplagaitas' por estar relacionado con la sidra y la juerga. Una vez demostradas las posibilidades de la gaita electrificada, la compañía decidió apostar por el artista para su segundo trabajo otorgándole más medios, si bien José Angel temía que una propuesta tan clara y diferente pudiera cansar al oyente, por lo que decidió abrir las fronteras y las influencias para intentar llegar "Al otro lado", pero el álbum, que ya no suponía una novedad ni contaba con un single tan fuerte como "Busindre reel", no alcanzó ni de lejos las cifras de su predecesor, un disco con el que, a la multitud de premios ganados por José Angel en su impoluta trayectoria anterior, se unieron el Premio Ondas, el de Artista Revelación en los Premios Amigo, o el Premio al Mejor Álbum de Nuevas Músicas en la III Edición de los Premios de la Música (en la V Edición sería "Al otro lado" el ganador en la categoría Mejor Álbum de Música Tradicional-Folk). Incluso en Alemania "Busindre reel" ganó un premio al mejor tema instrumental del año, y es que el poso de la tradición asturiana ("nos sentimos orgullosos de vivir en el paraíso del mundo", decía José Angel) con la necesidad de renovación electrónica y un cierto 'sonido irish', lograron una curiosa fusión que llevó el nombre de Asturias a medio mundo.








21.5.13

DEUTER:
"Silence Is the Answer"

Es asombroso cómo la carrera musical de Georg Deuter fue reconducida con eficacia tras un discreto comienzo, de título "D", encuadrado en la vertiente más psicodélica del Krautrock, ese rock experimental alemán que cobró auge en los años 60. Autodidacta desde bien pequeño, en especial con guitarra, flauta y armónica, Deuter encontró su auténtico camino en los años 70, con una serie de discos de conciencia espiritual que enseguida entraron de lleno en la mentalidad de los seguidores de la creciente filosofía New Age. El acicate definitivo para ese cambio fue un grave accidente de coche poco después de cumplir los veinte años que le hizo replantearse la vida, hasta tal punto que tras varios meses de cuidados intensivos abandonó su labor en el mundo del diseño gráfico para acceder definitivamente al de la música y su conexión con la naturaleza. Viajador incansable por Europa, Asia y América, este alemán universal encontró en la India a su maestro espiritual, el polémico místico Bhagwan Shree Rajneesh, más conocido como Osho. Deuter, que adoptó además el apelativo de Chaitanya Hari, elaboró una serie de trabajos meditativos en los que combinaba eficazmente acústica con electrónica, en entornos agradables, incluso con sonidos naturales pregrabados, que no se quedaban en simples ambientes repetitivos para inducir a la meditación, sino que incluían melodías sencillas donde la flauta tomaba un feliz protagonismo, e incluso pasajes de gran fuerza basados en el hipnotismo de rítmicos sintetizadores. Kuckuck fue la compañía encargada de comercializar las obras de Deuter, y si bien casi cualquiera de sus trabajos de los 70 y 80, englobados en un mismo sentir espiritual, son recomendables (unos más meditativos, otros más rítmicos), cabría destacar especialmente la refinada intensidad de "Silence Is the Answer".
 
Publicado por Kuckuck en 1981, "Silence Is the Answer" fue editado en principio como un doble LP con un primer disco enfocado a la meditación y un segundo algo más abierto a la naturaleza y a la alegría de la vida. Aparte de salir a la venta también como CD doble, otra reedición reunía casi todas las composiciones en un solo CD, descartando algunas de las más largas del primer disco (se elimina la parte 2 de la suite y se reduce considerablemente la 4), desvirtuando así en cierta medida la verdadera intención del álbum. Dicha suite "Silence is the Answer" es el momento realmente meditativo del disco, en especial en sus extractos más largos (el 2 y el 4) y el más corto (el 5), en los que el silencio del título sí que parece querer abrirse paso entre notas y ambientes. La perspectiva del álbum bascula entre oriente (reminiscencias místicas de Osho) y un occidente de esencia rítmica orientalizada, encontrándonos ante un trabajo en general más estimulante que relajante. Por ejemplo, "Call of the Unknown" es un corte de fuerza descomunal, el inicio de esta suerte de mantra es un subidón de enorme magnetismo, y se mantiene con gracia a lo largo de toda la pieza, con la base de unos sugestivos sintetizadores que arropan a la flauta, el elemento que conecta a los modernos teclados casi cósmicos con una esencia más natural, logrando una dualidad en la que se asienta un gran poder espiritual. Emblemática en su desarrollo y misteriosa en su propio epígrafe, "Call of the Unknown" llegó a titular una gran recopilación de este artista. De parecido tratamiento es "As Far as the Ear Can Listen", otra de las canciones destacadas del disco por su trascendental ambientalidad, un contínuo y apabullante clímax rítmico de gran poder hipnótico, con teclados y efectos en un soberano trance. Aunque el álbum continúe requiriendo de una cierta ayuda tecnológica, los instrumentos acústicos se bastan para armonizar piezas jubilosas con proliferación de florituras como la guitarra distorsionada de "Gratitude" (un estilo típico del músico alemán) o la combinación de guitarra y flauta de "My Best Friend Is a Buddha", al igual que en la sencilla y bellísima "Song of the Heart", o en "Loving a Buddha: Part I", y es que con una sencilla flauta, Deuter es capaz de lograr momentos celestiales. Mientras, "Aus der Stille" consigue una profunda calma por medio de una melodía sencilla a la que una buena conjunción de instrumentos ayuda a crear intensidad, la misma que impregna "Ananda Nada", corte que cierra uno de los trabajos más intensos, completos y gratificantes de este ciudadano del mundo, en el que los vientos se imponen en ambientes trascendentales plenos de misticismo pero no exentos de una visión tecnológicamente avanzada en algunos de sus tratamientos. La producción también corría a cargo de George Deuter, que a sus guitarras, flautas y sintetizadores unía la percusión de Klaus Wiese. Otro nombre importante en el campo de la new age en norteamérica, Stephen Hill (creador de Hearts of Space), llegó a remasterizar la edición en CD del disco, como parte de sus colaboraciones en los 80 con los sellos de Eckart Rahn (Celestial Harmonies, Fortuna Records, Kuckuck).
 
En ese mismo año 1981 Osho se trasladó a los Estados Unidos, y Deuter abandonó también el ashram, la comunidad espiritual en la que vivía en Poona (Pune, la séptima ciudad más grande de la India). "Silence Is the Answer" fue su último trabajo grabado allí, antes de trasladarse al sur de Francia primero, y al suroeste de Estados Unidos posteriormente, desde donde ha seguido desarrollando, en total tranquilidad, una dilatada carrera. George Deuter, o Chaitanya Hari, presenta en sus trabajos una música de intenciones bien sencillas, según él mismo se trata simplemente de una música interior, para poder disfrutar plenamente de su calor, su alegría, su amor. Habiendo logrado sobradamente ese objetivo, y seamos más o menos espirituales, seguidores de las terapias alternativas o practicantes de yoga o relajación, podemos decir que Deuter es, por derecho propio, toda una institución, la demostración de que la música New Age puede conllevar calidad bien ideada y ejecutada, como la contenida en "Silence Is the Answer" o en varios de los trabajos de este músico alemán en este periodo.
 
ANTERIORES CRÍTICAS RELACIONADAS:
DEUTER: "Henon"





10.5.13

VARIOS ARTISTAS:
"Diálogos con la música"

Como La 2 de Televisión Española, en la radio estatal también hay emisoras para minorías, que intentan difundir aspectos culturales de calidad que se intentan apartar de la comercialidad más banal. Una de las más activas e interesantes, Radio 3, nació como emisora en 1981, y dió lugar a una vasta e importante programación musical alternativa entre la que despuntarían notablemente profesionales como Antonio Fernández (Área Reservada), Diego A. Manrique (El Ambigú), Carlos Galilea (Cuando los elefantes sueñan con la música), Tomás Fernandez Flores (Siglo 21) o José Miguel López (Discópolis), recalando de esta manera en su dial desde el jazz y la world music hasta el indie, el flamenco o la música electrónica. Eso sí, en la memoria colectiva de las Nuevas Músicas en España hay por encima de todos un nombre casi legendario proveniente de Radio 3, un programa que fue más allá de las buenas intenciones y durante varias décadas amenizó las sobremesas de miles de 'buscadores de belleza', un territorio abrupto y variado de nombre 'Diálogos 3', cuyo gerifalte -secundado por la dulzura de Lara López- es una de las personalidades más histriónicas del periodismo musical y deportivo español, uno de esos personajes que no deja indiferente a nadie, el donostiarra Ramón Trecet.
 
Gracias a su privilegiada posición, Trecet logró hacer llegar a nuestros hogares un sinfín de músicas dispersas por el mundo, que en aquella época dificilmente gozaban de distribución y promoción, alcanzando así un gran poder mediático, un acercamiento a la categoría de mito y una serie de agradecimientos en muchos discos de artistas importantes por su papel de intermediario, más que descubridor, entre nuevas identidades musicales y toda una audiencia entregada. Ramón luchó desde las ondas contra el marchamo negativo que conllevan desde siempre ciertos tipos de música que, en su belleza y sinceridad, admiten también desgraciadamente a mucho compositor mediocre y más de un aprovechado. Ninguno de esos tienen cabida en esta compilación doble que se escondía tras una presentación de lujo, con una portada blanca con efectos brillantes en la que venía troquelada la palabra DIALOGOS. El diseño gráfico corría a cargo de Coro Acarreta, dirigente de Resistencia y a la sazón esposa de Ramón. "Diálogos con la música" (que era el apelativo original de 'Diálogos 3') fue editado en 1994 por BMG Ariola, compañía propietaria del catálogo de RCA (que aportaba 6 composiciones) y distribuidora en España de Windham Hill (parte importante de la recopilación con 10 composiciones) y Survival (1 tema). Otra importante compañía estadounidense, Private Music, cedía 2 canciones, y otras 2 el sello español de Juan Alberto Arteche, Música Sin Fin. El resultado es francamente maravilloso, y venía comentado así por el propio Ramón: "El disco que tienes en tus manos es consecuencia de una idea de BMG y viene a ser una pequeña celebración de los diez años de NUEVAS MUSICAS en Diálogos-3. Diez años... me ha sorprendido lo rápido que ha pasado el tiempo y la cantidad de buena música que hemos oído juntos. Aquí tienes desde la sintonía del programa, pasando por el shock discográfico de mi conversión al minimalismo, a la canción más pedida por la audiencia en estos años (Brian Boru). Faltan cosas que esperamos incluir en el siguiente". Efectivamente, el álbum no podía comenzar más que con "Harry's game", grandiosa canción de Clannad que Trecet consideró sintonía ideal del programa hasta que escuchó "A child" de Paul Mounsey, pero otras gemas vocales aquí contenidas comprenden a los escoceses Capercaillie ("Outlaws") o al monumental conjunto 'a capela' The King's Singers (sublime su versión de una de las grandes canciones de todos los tiempos, "Good vibrations" de los Beach Boys). No esconde el periodista sus debilidades, con calificativos como 'el mejor grupo del mundo' (Nightnoise, representado por "Hourglass" y "Wiggy wiggy"), 'el mejor clarinetista del mundo' (Richard Stoltzman, que aporta "Blackbird / Bye bye blackbird"), 'el imperial' (Michael Manring, del que suena una composición única y auténtica, "Wide asleep") o 'el pilar fundamental de los estilos surgidos en los 80' (Will Ackerman, con "Synopsis II"). Cualquier nombre implicado parece imprescindible, ¿cómo no mencionar a Mark Isham, Puck Fair, Patrick O'Hearn, Ray Lynch, Suzanne Ciani, Yanni, Steve Erquiaga o al noruego Oystein Sevag, sobre cuyo "Crystal palace" afirma Trecet que se siente como un niño de ocho años esperando el día de Reyes cada vez que lo escucha? Dos músicos españoles aportan su granito de arena, Javier Paxariño con "Pangea" y Alberto Iglesias con la abrumadora "Cautiva", pero había que dejar para el final la única composición tradicional de las 21 que componen el doble CD: "Brian Boru's March", en la interpretación del flautista irlandés James Galway, despierta la eterna paradoja sobre las Nuevas-Viejas Músicas, que intenta aclarar el locutor easonense: "La razón de usar el prefijo Nuevo en estas músicas responde, más que a su novedad real, a la actitud desarrollada por los oyentes ante su escucha". Soberana composición, majestuosa interpretación, la marcha de este rey irlandés fue un puntal del programa, hasta tal punto de que Ramón Trecet escribió sobre ella: "Por favor, que la toquen cuando me muera".
 
Subjetivamente, se podrá coincidir en mayor o menor medida con el gusto del locutor de San Sebastián, pero de manera objetiva se podría decir que nadie mejor que él para presentar una colección de temas gloriosos, aunque tuviera que constreñirse al catálogo de BMG y las cesiones que dicha compañía consiguiera. Merced a la distribución del sello Windham Hill, las cortesías de Private Music, y algún que otro detalle muy fructífero, este doble CD logró en gran parte sus intenciones y las de su compilador, "llamar la atención del resto de la industria sobre algo completamente ignorado hasta no hace mucho tiempo". Desde luego, sería lamentable que canciones emblemáticas como las que aquí se agrupan se perdieran en la inmensidad de la industria discográfica. El lógico éxito (aunque no llegó a entrar en puestos de ventas importantes) provocó la aparición, tres años después, del segundo volumen, subtitulado 'El fin de la nueva era' porque, para Ramón Trecet, las cosas empiezan y se acaban, y ese era el fin de una etapa de las Nuevas Músicas. No faltaban en él otros grandiosos clásicos como "On the future of aviation" (la mágica composición de Jerry Goodman), "Aerial boundaries" (no hace falta presentar este inmortal tema de Michael Hedges), "The velocity of love" (una de las mejores composiciones de Suzanne Ciani) o "For free" (Richard Stoltzman homenajeando a Joni Mitchell), además de otras pequeñas joyas de Shadowfax, Ray Lynch, Mark Isham, Yanni, Will Ackerman o el inefable George Winston, entre otros. Primer y segundo volumen conforman una pequeña biblia de las Nuevas Músicas, un innegable oasis de calidad que Ramón Trecet no sólo se encargó de recopilar, sino de dejarse el alma en cada elección, con su más conocida sentencia por bandera: "Hasta entonces, busca la belleza. Es la única protesta que merece la pena en este asqueroso mundo".
 











25.4.13

ALAN STIVELL:
"Renaissance de la harpe celtique"

Como el inefable Panoramix, el arpista bretón Alan Stivell posee desde comienzos de los años 70 una imagen mística, druídica, en su conexión con la música celta, al contrario que otra más lúdica y heterogénea, la del grupo Gwendal, con los que compartía protagonismo durante esos momentos de expansión de la música bretona hacia los cuatro puntos cardinales. Stivell consiguió por entonces crearse un hueco entre los seguidores del folk y de las músicas tradicionales combinadas con el rock, en un feroz empeño globalizador. Gran parte de la culpa de ese éxito provenía del instrumento por antonomasia de Stivell, el arpa celta, que poseía un componente carismático que atraía a los curiosos por encima del hartazgo de guitarras, teclados y baterías, y en ese aura de vanguardia se escondía, paradójicamente, uno de los utensilios musicales más antiguos de la historia. Sin entrar en consideraciones sobre su origen y desarrollo, sí que es necesario comentar su especial ascendencia irlandesa (donde destaca poderosamente el nombre de O'Carolan, compositor memorable del siglo XVIII), pero también aplicable a Inglaterra, Escocia, Gales o Bretaña, la cuna de Alan Stivell, donde el Telenn (arpa bretona) encontró una revitalización en los años 60 gracias a discos como "Renaissance de la harpe celtique", que no sólo enalteció los ánimos arpistas, sino que contribuyó además al auge del folk en las décadas de los 60 y 70, de esas canciones y melodías que, como en el disco que nos ocupa, han llegado hasta nosotros gracias a la transmisión oral.
 
Pentangle, Fairport Convention, The Chieftains o Clannad eran grupos carismáticos de esa época de cambios. A los nombres asociados a ellos (John Renbourn, Maddy Pryor, Paddy Moloney, Marie Brennan) y otros casos como la malograda Sandy Denny o los propios Gwendal, hay que unir el de Alan Cochevelou, nombre auténtico de un Alan Stivell que decidió hacer suyos desde bien pequeño los intereses musicales de su padre (Georges Cochevelou, auténtico dinamizador del resurgir del arpa celta) y de su pueblo, intentando asomarse a las fuentes desde su propio nombre artístico, pues Stivell significa 'fuente' en bretón. Su primera grabación instrumental, un single de título rotundo firmado aún bajo el nombre de Cochevelou, "Telenn geltiek. Harpe celtique" (con la explicación de 'Melodías célticas adaptadas por Georges Cochevelou e interpretadas al arpa por Alan Cochevelou') pasó bastante desapercibido, pero el alegato folclórico de su primer álbum de larga duración, "Reflets", encendió una pequeña mecha, que llevó al joven músico a telonear a los Moody Blues y a alcanzar un cierto estatus que se acabó por convertir en nutrida fama cuando en 1971, con el ambiente idóneo, Fontana publicó "Renaissance de la harpe celtique", donde tradición y modernidad se daban también la mano por la inclusión de instrumentos propios del folk-rock como guitarra eléctrica, bajo y percusiones, o de entornos más clásicos como órgano, violines y chelo, con numerosos nombres implicados entre los que, enseguida, destacará el del guitarrista Dan Ar Bras. Además, diversas voces y los instrumentos interpretados por Alan: Arpa, flauta irlandesa, gaita escocesa y bombarda bretona. El comienzo de esta grabación, "Ys", es una eficaz improvisación sobre temas folclóricos ("Gwerz kér-ys" y "Cuan bheil innse"), con inspiración en la ciudad legendaria de Ys en la Armórica del siglo V, engullida por las aguas como la propia Atlántida. Sonoros glissandos introducen este corte lírico de raigambre mitológica, al que sigue "Marv Pontkalleg" (cabecilla bretón decapitado en Nantes en 1720), basado en hermosos y conocidos temas tradicionales de la música bretona interpretados con los arreglos de Denise Megevand, que había dado clases al joven Alan Cochevelou: son "Ap huw" y "Penllyn", sonatas para arpa de los manuscritos del siglo XVII de Arnold Dolmetsch. "Eliz iza" es una bucólica canción folclórica de las montañas de Bretaña dedicada a las hermanas Goadec (curioso trío vocal de ancianitas), de apariencia moderna y acertada. Con "Gaeltacht" se despliega una amplia suite de diecinueve minutos que ocupan toda la cara B del álbum, nutrida de tradicionales escoceses, irlandeses y de la isla de Man ("un viaje a través de los países gaélicos", cuenta Stivell, que lo dedica a otro pionero como Sean Ó Riada), la mayoría arreglados por el propio intérprete (algunos de ellos aparecían en su primer trabajo), con los puntos culminantes de "Port ui mhuirgheasa" (jiga irlandesa), "Airde cuan" (melodía irlandesa), "Heman dubh" (cantos de trabajo de las islas Hébridas) y "Braigh loch lall" (melodía escocesa). El enorme éxito llevó al disco a contar con numerosas ediciones y varias portadas diferentes dependiendo del país (Francia, Alemania, Inglaterra, Canadá o Estados Unidos) y la compañía, así como su propio epígrafe en francés o inglés ("Renaissance of the celtic harp").
 
Georges (Jord en bretón) Cochevelou, el padre de Alan, se encargó de rememorar la llegada del arpa a Bretaña por medio de misioneros, así como su auge en toda Europa y su desaparición cuando Bretaña perdió su independencia. Como hiciera el constructor de instrumentos John Egan en el siglo XIX con el arpa irlandesa, Georges ejerció de pionero, reconstruyó el Telenn que comenzó a tañer su hijo y constituyó el germen de "Renaissance de la harpe celtique", el verdadero comienzo de una historia con la que Stivell pretendía ir más allá del folk bretón, reivindicando no sólo la esencia tradicional sino, desde un socialismo activo, una identidad profunda como pueblo. Hay que agradecer a la familia Cochevelou ese empeño vital, una lucha contra la pérdida de las raíces, un sueño ampliamente logrado que ha transportado a Alan Stivell, en aras del mestizaje y la fusión etno-moderna, a los cinco continentes, como símbolo vivo del arpa celta.







29.3.13

RYAN TEAGUE:
"Coins & Crosses"

Existe en la actualidad un público ávido de experiencias musicales intensas que, partiendo de entornos acústicos, electrónicos o fusionando ambos frentes, desean ser conducidos a una nueva realidad sonora, un mundo sorprendente, entretenido, de ambientes atractivos y motivaciones diferentes a las convencionales, en contacto directo con otras artes más tradicionales, y en contínuo idilio con la vanguardia. Si ese público supo encauzar correctamente su búsqueda, tuvo que encontrarse a mediados de la primera década del vertiginoso siglo XXI con Ryan Teague, joven compositor inglés afincado en Bristol que se dió a conocer en 2005 con el EP "Six preludes" y acabó convenciendo a la crítica en 2006 con "Coins & Crosses", publicado por Type Recordings con el propio Teague como instrumentista principal (guitarras, voces, efectos y electrónica) y la siempre agradecida colaboración de una orquesta sinfónica, en concreto la Cambridge Philharmonic Orchestra, con especial importancia de arpa, violines y coro.

"Coins & Crosses" fue la referencia número 15 de Type Recordings, sello británico fundado en 2002 con el objetivo de difundir músicas experimentales de calidad, en el que también han publicado algunas de sus obras Peter Broderick, Goldmund, Richard Skelton, Sylvain Chauveau o Jóhann Jóhannsson. Compositor de música publicitaria (para compañías importantes, como Mercedes o Coca-Cola) y para documentales (entre ellos varios para la BBC), Teague sorprende en este trabajado álbum por una acertada fusión electroacústica bastante llevadera, alternando composiciones más cercanas a un terreno u otro, la mayoría de las veces en entornos de una cierta 'contaminación acústica', donde las guitarras truecan su rol más típico hacia el de creadoras de texturas. "Introit" es una enigmática presentación que advierte de unas muy buenas intenciones, confirmadas en el segundo corte, "Coins & Crosses", donde el arpa introduce impresiones bucólicas, si bien los efectos y programaciones acaban conduciendo a esta pieza hacia una ambientalidad bastante ambigua, experimental. Eléctronica y orquesta cohabitan en un entorno que no por estar adrede enturbiado resulta sucio, sino más bien estimulante y atractivo en una onda digresora. "Nephesch" es un claro ejemplo, como también "Accidia" y "Tableau II", composiciones de gran efectismo y casi ausencia de melodía, en ocasiones en atmósferas un tanto oscuras. Entre tanto, "Tableau I" es un corte dominado por un coro fantasmal, de gran romanticismo, que da paso a un intenso adagio, titulado "Fantasia for strings", en el que la orquesta cobra todo el protagonismo, con estelar aparición de los siempre agradecidos violines, esas cuerdas a las que hace referencia el título. El vaivén neoclásico nos conduce a derroteros de gran fuerza expresiva con esos atrevidos, y definitivamente exquisitos, aportes de programaciones muy urbanas, tal es el caso de "Seven keys" o del corte que sintetiza el álbum, aunque apenas dé cobijo a la orquesta, "Rounds", un tema final con estimulantes efectos de sonido, electrónica con un cierto acercamiento al minimalismo, y una intensidad que despierta los sentidos. Completo y ecléctico, "Coins & Crosses" entra de lleno en categorías malditas como 'experimental' o 'postminimalismo', y de refilón en otras como 'downtempo' o 'classical crossover', con sus ambientes vanguardistas algo bohemios, manipulando sonidos extraños, alterando lo que consideramos como el lógico devenir de cada pieza, completando un conjunto repleto de deliciosas distracciones, accesible y erudito a partes iguales.

La elegancia de este artista se puede equiparar a la de esta nueva hornada de jóvenes músicos europeos sorprendentemente activos, desenfadados y dificilmente encasillables, como Nils Frahm, Peter Broderick, Greg Haines o Ólafur Arnalds. Cinco largos años habrá que esperar para escuchar el siguiente trabajo de Ryan Teague , "Causeway", que derivará hacia un mayor minimalismo, tal vez demasiado lineal y repetitivo, no tan impactante como este debut en colaboración con orquesta. Será sólo un año después cuando, retomando un sentido más neoclásico, vuelva a ganarse a crítica y público con el álbum "Field drawings", en una época de gran actividad de este músico británico, del que es necesario aconsejar esta obra primeriza pero profunda, sorprendente y efectiva, un pequeño universo de vanguardismo y neoclasicismo versátil y sugerente que convierte la audición en un acto epatante, casi lujurioso.





14.3.13

V.S. UNIÓN:
"Isla menor"

Pasados tres años del éxito de "Zureo", el sello Resistencia volvió a confiar en ese grupo de extraño nombre que obedecía a la interacción entre dos amigos sevillanos, un teclista -Jesús Vela- y un percusionista -Manuel Sutil-. Teñido de numerosas influencias pero con el sonido del sur por bandera, V.S. Unión publicó "Isla menor" en 1997, un álbum que contenía doce composiciones de intenciones similares a las de su primera entrega. No fue sin embargo en la capital hispalense donde se grabó y realmente se fraguó "Isla menor", pues toma el nombre de una comarca de marismas e islas del Guadalquivir a varios kilómetros de Sevilla, donde estaban situados los Estudios Isla. A pesar del esfuerzo que supuso el contínuo desplazamiento de músicos hasta allí, no cabe duda de que el entorno natural influyó definitivamente en la calidad de un trabajo completísimo, de producción y arreglos propios y un intenso aroma a azahar.

Vela y Sutil supieron una vez más conjuntar eficazmente a músicos provenientes del mundo clásico, del flamenco, del rock o del folk, creando un atlas de ensueño, un mundo maravilloso de alegría sureña. Manuel Sutil habla así de la dificultad que ello conllevó: "Asumimos el riesgo de someter a esos músicos a la tensión de unirlos en un mismo espacio. Éramos conscientes de que los instrumentos, por el arraigo y lo que representan -cada uno en su propia cultura, ya que se sacaban de su entorno natural-, había que tratarlos con el mayor de los respetos. Mezclar una tabla hindú con una gaita gallega, o una zanfoña, instrumento del siglo XIII, con una guitarra eléctrica, requería de un mínimo de tacto". "Siglo XXI" es un comienzo distinto, de sensaciones inciertas, ya que como su propio título indica, se acercaba un nuevo siglo y se imponían nuevas formas de ver la música; de este modo, este primer corte se acerca por igual a lo antiguo y a lo moderno, a lo tribal y a lo atmosférico, a modo de apertura de miras y reunión de corrientes que siempre estarán ahí con las que estaban llegando. Más allá de los teclados y del saxo (cuya entrada aporta una extraordinaria calidez), especialmente destacables comienzan a ser las percusiones, que incorporan además elementos cotidianos como cajas de cartón, cacerolas de cocina o diapasones, como luego se podrán escuchar jarrones y floreros en "Miletto" o ramas de árboles y botellas en "Danza de las medusas", dos cortes bastante ambientales, como descansos del mundanal ruido. De otro cantar es "Isla menor", que como composición que da título al álbum se nutre del sonido delicado pero rotundo que caracterizaba a "Zureo". Sarah Bishop repite con los vientos que destilan la apasionante melodía (corno inglés en esta ocasión), pero cuenta con el arropo de una luminosa guitarra (Miguel Angel Montero), el contrabajo (Jesús Espinosa) y los teclados y ambientes de Vela y Sutil. Una inmensa flauta (un whistle, a cargo de Nacho Gil, otro colaborador que repite en el álbum) acapara el protagonismo en otro corte magistral, "Estrella del norte", de aires celtas con el contrapunto de varias guitarras, mientras que "Terciopelo" es de un folclore más nacional, un viaje a Galicia donde destaca la zanfoña de J. M. Vaquero 'Pájaro'. Vela y Sutil actúan en la sombra de sus teclados y percusiones, respectivamente, aunque presentan numerosos momentos de lucimiento (el piano de "Tras la ventana" o la ambientalidad y percusiones de "Danza de las medusas" o "Siglo XXI") y demuestran su plena confianza en los vientos, sabiendo componer para ese lucimiento de Nacho Gil y Sarah Bishop, como en los cortes antes mencionados o en "Miletto" (fagot, de Javier Aragó en esta ocasión), "Equinoccio" (flauta travesera en un tema grato y fantasioso), "Tres Cantos" (oboe, junto a saxo y flauta) o "Vértigo", otro corte a destacar por la magistral conversación entre saxo y guitarra, que acaba acercándose a un soberano y 'vertiginoso' clímax flamenco, delirio rítmico encabezado por Raimundo Amador (conocido guitarrista sevillano que curiosamente publicaría en 2003 un disco titulado "Isla menor"). El espectacular comienzo del trabajo, con canciones mágicas como "Isla menor" o "Estrella del norte", se ve refrendado en todo su desarrollo pero ante todo en un final admirable, con el completo cierre titulado "Tres Cantos" y en especial el detalle comercial de "Amante", una composición de Miguel Angel Montero en la línea de otros guitarristas aflamencados como José Luis Encinas, que acaba por afirmar la importancia de la guitarra española en el conjunto del álbum.

La presentación física de "Isla menor" no varía respecto a "Zureo", se mantiene el formato digipack y el diseño gráfico de Coro Acarreta, si bien mejora el libreto por la inclusión de numerosas fotografías de los autores, músicos y el proceso de grabación, saliendo del anonimato para hacer más familiar y cálido este su segundo y la postre último trabajo. El paso del tiempo, aunque haya arrinconado sus nombres, no hace sino reivindicarlos cuando, rescatando obras como ésta de nuestra discoteca, volvemos a disfrutar con su escucha, constatando que pocas cosas de las que se publican en la actualidad en nuestro país llegan a sus niveles de emoción. No en vano, cuenta Sutil, "Zureo" y "Isla menor" reflejaban fielmente su mundo interior, y portaban la ilusión por bandera. La publicidad que, en su nacimiento, lanzaba Resistencia sobre "Zureo" es igual de válida para "Isla menor", y entre otros elogios acababa afirmando: "Nunca en nuestra tierra unas líneas de piano escritas en la soledad de una habitación concitaron tantos y tan valerosos afectos. Disfrútalos".

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1.3.13

MIKE OLDFIELD:
"Crises"

Siempre ávido de tener más y más y de acaparar todo el protagonismo posible, el extravagante millonario británico Richard Branson, a la sazón dueño de Virgin Records, llevaba años intentando forzar una mayor comercialidad en la música de su pupilo más rentable, el joven que había hecho del nombre Mike Oldfield un sinónimo de calidad instrumental. Era el comienzo de la década de los 80, y viendo el enorme éxito de Alan Parsons y Eric Woolfson combinando lo instrumental y lo vocal (con la cercanía en el tiempo del grandioso "Eye in the sky", que aparte de su canción homónima o de la expléndida "Old and wise", desgranaba emblemáticas piezas sin texto como "Sirius" o "Mammagamma"), estaba claro que la fórmula funcionaba en el nuevo mercado. Si con el álbum "Five miles out" Mike ya deslizó un par de perlas vocales en las listas de éxitos europeas, con "Crises" iba a ser definitivamente recordado gracias a una de esas melodías radiadas hasta la saciedad en las radiofórmulas, una pieza sencilla y encantadora de título "Moonlight shadow", que en España alcanzó el número 1 de singles en agosto de 1983, permaneciendo 5 semanas en dicha posición y 25 en las listas, siendo superado ese año únicamente por la pegadiza "Words" de F. R. David.

También "Crises" fue el álbum más vendido en España en 1983 (disco de platino con 29 semanas en listas, 5 en el número 1), por delante de Miguel Ríos, Serrat, The Police o incluso de un "Thriller" de Michael Jackson que acabaría por explotar al año siguiente. Precisamente algunas historias se han escuchado sobre cierta llamada de Jackson a Oldfield que acabó contestando la asistenta, situación extraña que no derivó en ningún tipo de contacto entre tales genios de la música. En "Crises", el músico británico disponía de toda la cara A del disco para sus propios delirios, el sello de la calidad más deudora de un "Tubular bells" del que se cumplía en estas fechas el décimo aniversario, una efeméride que coincidió con la mejora de su nefasto contrato con Virgin, tras un difícil acuerdo que iba a atar al músico con la compañía durante toda la década. El título y la portada de este álbum provienen de un cuadro que Oldfield adquirió años atrás al simbólico ilustrador de ciencia-ficción espiritual Terry Ilott, en concreto "Sea of Crises" (que se puede contemplar en el libreto de la gira de 1980), originalmente creado para ilustrar el libro de James Ballard “El mundo sumergido”, si bien no se acabó utilizando para dicho fin sino, convenientemente retocado, para este disco de Mike Oldfield. La suite instrumental, "Crises", con homenaje a "Tubular bells" en su comienzo, es una apabullante colección de ambientes, rasgueos y melodías en una larga composición dominada por guitarras y batería, pero en la que se hace notar el carácter multiinstrumentista de un Oldfield que también se ocupa, entre otros, de las voces, teclados (incluído el fairlight), bajo, arpa y mandolina. Este Oldfield imaginativo encuentra soluciones eficientes a las transiciones, y acaba abrumando por la rotundidad de 20 minutos con momentos de euforia (el comienzo), confusión (un soberbio pasaje que se inicia en el segundo minuto en el que sobre grandiosos guitarreos se escuchan alienantes efectos de sonido), desesperación (Oldfield canta "crisis, crisis, you can't get away" -'crisis, crisis' no puedes escapar'-), esperanza (otro pasaje cantado por Mike, que parece provenir de la portada del álbum: "The watcher and the tower, waiting hour by hour"), o emoción (momento de teclado en el minuto 10), auspiciados por soberanas guitarras acústicas o eléctricas. Además, el lado más rockero de Oldfield, que ya pudimos apreciar en "Five miles out", se muestra en determinados momentos de esta cara A, complementado por un personaje que iba a ser importante en esta etapa de su obra: Simon Phillips. Prestigioso batería de amplia trayectoria, Phillips no sólo aportó unas percusiones vigorosas en este disco, sino que fue responsable en gran parte de la incorporación al mismo del bajista Phil Spalding y del vocalista Jon Anderson, con el que había trabajado años atrás. Además, tan buena impresión causó en Oldfield que acabó por proponerle la co-producción del álbum, cuya cara B se abre con "Moonlight shadow", todo un hit cantado por Maggie Reilly inspirado no por la muerte de John Lennon (como se afirmó y Oldfield desmintió, aclarando que casualmente sí se encontraba aquel día en Nueva York) sino por la película "El Gran Houdini", sobre el mago y escapista húngaro. Bien pensado, tal vez fuera la belleza de Janet Leigh la que alumbrara una de las canciones más recordadas de los 80. La inconfundible voz de Jon Anderson alumbra la animada y placentera "In high places", que no destaca especialmente en el conjunto del disco pero contribuye notablemente a la atmósfera variopinta y desenfadada que impera en la segunda cara. De igual palo es "Foreign affair", cálida y agradable aunque algo repetitiva, una pequeña dosis de calma con la voz de Maggie Reilly que precede a la gran explosión flamenca de "Taurus III" (sorprendente y efusiva demostración de la capacidad de Oldfield con cualquier guitarra y estilo, con la que demuestra que, si se olvida de florituras innecesarias o de influencias negativas, puede ser sencillamente el mejor) y al cierre, deprimente y agresivo, que supone "Shadow on the wall", segundo sencillo del álbum, una contundente canción sobre los derechos humanos interpretada, más que cantada (especialmente en el video-clip), por Roger Chapman. Los dos singles del álbum estaban ilustrados de nuevo por dibujos de Terry Ilott, un detalle de la portada general en el caso de "Moonlight shadow" (con una canción inédita, la desenfadada "Rite of man", en la cara B) y la deprimente pared de una celda oscura en "Shadow on the wall" (complementado por "Taurus III"). Curiosamente, "In high places" también tuvo su edición en single cuatro años después, celebrando el vuelo de Richard Branson con el globo aerostático más grande del mundo.

A pesar de la inseguridad del de Reading con las canciones, la aportación de éstas en el disco es grande e influyente, siendo sus dos composiciones más recordadas sendos temas vocales. El empuje de Branson logró un cambio estilístico (mitad del trabajo instrumental, mitad vocal) con el que Oldfield conseguía contentar a la compañía de discos, pero también aumentaba sus posibilidades de radiodifusión y de atraer a diferentes tipos de público, los que soñaban despiertos con sus largas suites, y a los que les agradaba el pop suave, algo pastelón, de sus canciones. A las anteriormente mencionadas se unió, en la edición norteamericana, el anterior single "Mistake", también interpretado por Maggie Reilly. Mientras tanto, en plena gira europea, un multitudinario concierto en el Wembley Arena londinense servía, en julio de 1983, como conmemoración de "Tubular bells" y como demostración del regreso de Mike Oldfield a los puestos prioritarios del escalafón musical.

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11.2.13

GANDALF:
"Journey to an imaginary land"

Austria no es un país que genere en la actualidad una gran cantidad de músicos de renombre, al contrario que en siglos pasados, cuando los austriacos podían sentirse orgullosos de sus compatriotas Mozart, Haydn, Schubert, Mahler o los Strauss, padre e hijo. Ya entrados en el siglo XX, Arnold Schönberg, György Ligeti (nacionalizado) o Anton Karas fueron nombres a tener en cuenta, si bien a nivel popular es más recordada la figura de Johann Hölzel, más conocido como Falco, creador del enorme éxito "Rock me Amadeus". En cuanto a la música new age, Gandalf es el sobrenombre escogido por el austriaco Heinz Strobl para presentar sus composiciones, de carácter sinfónico, con profusión de guitarras en una envoltura electrónica de enorme ambientalidad. Su discografía se inauguró con un soberbio trabajo titulado "Journey to an imaginary land", publicado por WEA en 1980 con un diseño sobrio y posiblemente pocas esperanzas de éxito.
 
Inspirado en el mundo de fantasía de las novelas de J. R. R. Tolkien de las que toma su nombre, que es el del voluntarioso mago de la Tierra Media, este multiinstrumentista desarrolla una épica aventura en este trabajo que él mismo compone, interpreta y produce. Como reza el título, un 'viaje a una tierra imaginaria', en el que Gandalf interpreta guitarras acústica y eléctrica, bajo, teclados, percusiones y mellotron, ese teclado eléctrico, antecedente del sampler, que reproducía sonidos pregrabados (cuerdas, flautas o efectos). Aunque en ocasiones suene un tanto tosco, la combinación de espiritualidad con sinfonismo recrea atmósferas potentes, aguerridas y estimulantes. Un comienzo atmosférico deviene enseguida en un cautivante estilo progresivo, muy efectista, de agraciada melodía, que presagia un largo viaje, lleno de magia y emociones. Ecos de décadas pasadas se dejan escuchar en ese deje arcaico con el que Gandalf supo encontrar un público fiel entre los amantes del rock sinfónico, la música cósmica y la más pura new age. Tras el acertado y atrayente "Departure", dominado por los teclados, las guitarras eléctricas rugen sobre el fondo de acústicas en "Foreign landscape", en la que no faltan numerosos efectos de sonido. Este 'paisaje extraño' representa el primer momento inquieto del viaje, y nuestro héroe camina sigilosamente y alerta. "The peaceful village" es un corte más relajante pero especialmente animado, casi folclórico, que representa el paso por un poblado pacífico y, por lo que parece, acogedor. La tensión acumulada en el tramo anterior se rebaja considerablemente y el autor encuentra un medio relajado de encauzar su inspiración a través de este pasaje bucólico con su propia danza (de título "The dance of joy"). A continuación, vientos solitarios y una percusión desértica indican el paso por la llanura sin fin ("March across the endless plain"), las guitarras despliegan sus acordes, primero acústica, después eléctrica, y los teclados acaban por unirse a esta melodía de la desesperación del caminante solitario que ve cómo este desierto no se acaba nunca. Los efectos sintéticos simulan espejismos, pero el viajero sin nombre se sobrepone y continúa su viaje. Parece que cada momento difícil encuentra su recompensa en un posterior lugar acogedor, como estos jardines de árboles frutales ("The fruitful gardens") en los que poder reponer fuerzas y tal vez encontrar compañeros de viaje tan tranquilos y estimulantes como este afortunado penúltimo tema de luminosos teclados. El viaje se acaba con la llegada al Lago de Cristal, en un atardecer profundamente cósmico dominado por efectos de sonido imaginativos y teclados sugerentes, evocadores de un cielo calmado y hermoso en un posible nuevo hogar en el que poder reposar ("Sunset at the Crystal Lake"). La ecología y la transculturalidad formarán parte de los futuros trabajos de este artista (en especial después de viajar a la India y conocer otras culturas), si bien los primeros ("Visions" o "To another horizon" entre ellos) navegaban entre lo relajante y lo progresivo, logrando un orprendente éxito que encauzó su motivación de manera efectiva y provocó numerosas interpretaciones en vivo, y colaboraciones con otros músicos de renombre como el ex-Genesis Steve Hackett.
 
Strobl, sin poseer un nombre tan rutilante como por ejemplo David Arkenstone (por citar a alguien de estilo e intenciones parecidas, aunque unos años posterior en su debut discográfico), se escudó en el nombre de Gandalf para revestir su música de misterio y gloria. Al tratarse de un epíteto prestado que además goza de evidente admiración, hay que mencionar que no es Heinz Strobl el único Gandalf en el mercado musical. Es preciso no confundirlo con la banda neoyorkina sesentera de pop psicodélico (su único disco, que presenta una bellísima portada, suele ser atribuído por falta de documentación a nuestro artista), con el grupo finlandés de death metal, ni con el grupo leonés de música celta. Aunque el nombre de Gandalf parezca evocar oscuros hechizos y paisajes mágicos y tenebrosos, en "Journey to an imaginary land" sólo es así en parte, pues nos encontramos también con un sonido algo dulzón, muy ambiental y de fácil escucha. Teclados, guitarras y efectos de sonido abundantes recrean paisajes de otras épocas, tal vez ecos de viejas leyendas perdidas en la noche de los tiempos.