Solsticio de invierno es una exposición de mis discos favoritos de las Nuevas Músicas, un término paradójico (¿cómo llamar "nuevo" a algo que puede llevar compuesto siglos?) que engloba mercadotécnicamente tendencias musicales con puntos en común. New age, sinfónica, contemporánea, celta, folk, músicas del mundo, bandas sonoras, minimalismo... términos que no deben confundir nuestros sentimientos hacia una música que, a mí particularmente, hace mucho que me cautivó.
Existe en la actualidad un público ávido de experiencias musicales intensas que, partiendo de entornos acústicos, electrónicos o fusionando ambos frentes, desean ser conducidos a una nueva realidad sonora, un mundo sorprendente, entretenido, de ambientes atractivos y motivaciones diferentes a las convencionales, en contacto directo con otras artes más tradicionales, y en contínuo idilio con la vanguardia. Si ese público supo encauzar correctamente su búsqueda, tuvo que encontrarse a mediados de la primera década del vertiginoso siglo XXI con Ryan Teague, joven compositor inglés afincado en Bristol que se dió a conocer en 2005 con el EP "Six preludes" y acabó convenciendo a la crítica en 2006 con "Coins & Crosses", publicado por Type Recordings con el propio Teague como instrumentista principal (guitarras, voces, efectos y electrónica) y la siempre agradecida colaboración de una orquesta sinfónica, en concreto la Cambridge Philharmonic Orchestra, con especial importancia de arpa, violines y coro.
"Coins & Crosses" fue la referencia número 15 de Type Recordings, sello británico fundado en 2002 con el objetivo de difundir músicas experimentales de calidad, en el que también han publicado algunas de sus obras Peter Broderick, Goldmund, Richard Skelton, Sylvain Chauveau o Jóhann Jóhannsson. Compositor de música publicitaria (para compañías importantes, como Mercedes o Coca-Cola) y para documentales (entre ellos varios para la BBC), Teague sorprende en este trabajado álbum por una acertada fusión electroacústica bastante llevadera, alternando composiciones más cercanas a un terreno u otro, la mayoría de las veces en entornos de una cierta 'contaminación acústica', donde las guitarras truecan su rol más típico hacia el de creadoras de texturas. "Introit" es una enigmática presentación que advierte de unas muy buenas intenciones, confirmadas en el segundo corte, "Coins & Crosses", donde el arpa introduce impresiones bucólicas, si bien los efectos y programaciones acaban conduciendo a esta pieza hacia una ambientalidad bastante ambigua, experimental. Eléctronica y orquesta cohabitan en un entorno que no por estar adrede enturbiado resulta sucio, sino más bien estimulante y atractivo en una onda digresora. "Nephesch" es un claro ejemplo, como también "Accidia" y "Tableau II", composiciones de gran efectismo y casi ausencia de melodía, en ocasiones en atmósferas un tanto oscuras. Entre tanto, "Tableau I" es un corte dominado por un coro fantasmal, de gran romanticismo, que da paso a un intenso adagio, titulado "Fantasia for strings", en el que la orquesta cobra todo el protagonismo, con estelar aparición de los siempre agradecidos violines, esas cuerdas a las que hace referencia el título. El vaivén neoclásico nos conduce a derroteros de gran fuerza expresiva con esos atrevidos, y definitivamente exquisitos, aportes de programaciones muy urbanas, tal es el caso de "Seven keys" o del corte que sintetiza el álbum, aunque apenas dé cobijo a la orquesta, "Rounds", un tema final con estimulantes efectos de sonido, electrónica con un cierto acercamiento al minimalismo, y una intensidad que despierta los sentidos. Completo y ecléctico, "Coins & Crosses" entra de lleno en categorías malditas como 'experimental' o 'postminimalismo', y de refilón en otras como 'downtempo' o 'classical crossover', con sus ambientes vanguardistas algo bohemios, manipulando sonidos extraños, alterando lo que consideramos como el lógico devenir de cada pieza, completando un conjunto repleto de deliciosas distracciones, accesible y erudito a partes iguales.
La elegancia de este artista se puede equiparar a la de esta nueva hornada de jóvenes músicos europeos sorprendentemente activos, desenfadados y dificilmente encasillables, como Nils Frahm, Peter Broderick, Greg Haines o Ólafur Arnalds. Cinco largos años habrá que esperar para escuchar el siguiente trabajo de Ryan Teague , "Causeway", que derivará hacia un mayor minimalismo, tal vez demasiado lineal y repetitivo, no tan impactante como este debut en colaboración con orquesta. Será sólo un año después cuando, retomando un sentido más neoclásico, vuelva a ganarse a crítica y público con el álbum "Field drawings", en una época de gran actividad de este músico británico, del que es necesario aconsejar esta obra primeriza pero profunda, sorprendente y efectiva, un pequeño universo de vanguardismo y neoclasicismo versátil y sugerente que convierte la audición en un acto epatante, casi lujurioso.
Pasados tres años del éxito de "Zureo", el sello Resistencia volvió a confiar en ese grupo de extraño nombre que obedecía a la interacción entre dos amigos sevillanos, un teclista -Jesús Vela- y un percusionista -Manuel Sutil-. Teñido de numerosas influencias pero con el sonido del sur por bandera, V.S. Unión publicó "Isla menor" en 1997, un álbum que contenía doce composiciones de intenciones similares a las de su primera entrega. No fue sin embargo en la capital hispalense donde se grabó y realmente se fraguó "Isla menor", pues toma el nombre de una comarca de marismas e islas del Guadalquivir a varios kilómetros de Sevilla, donde estaban situados los Estudios Isla. A pesar del esfuerzo que supuso el contínuo desplazamiento de músicos hasta allí, no cabe duda de que el entorno natural influyó definitivamente en la calidad de un trabajo completísimo, de producción y arreglos propios y un intenso aroma a azahar.
Vela y Sutil supieron una vez más conjuntar eficazmente a músicos provenientes del mundo clásico, del flamenco, del rock o del folk, creando un atlas de ensueño, un mundo maravilloso de alegría sureña. Manuel Sutil habla así de la dificultad que ello conllevó: "Asumimos el riesgo de someter a esos músicos a la tensión de unirlos en un mismo espacio. Éramos conscientes de que los instrumentos, por el arraigo y lo que representan -cada uno en su propia cultura, ya que se sacaban de su entorno natural-, había que tratarlos con el mayor de los respetos. Mezclar una tabla hindú con una gaita gallega, o una zanfoña, instrumento del siglo XIII, con una guitarra eléctrica, requería de un mínimo de tacto". "Siglo XXI" es un comienzo distinto, de sensaciones inciertas, ya que como su propio título indica, se acercaba un nuevo siglo y se imponían nuevas formas de ver la música; de este modo, este primer corte se acerca por igual a lo antiguo y a lo moderno, a lo tribal y a lo atmosférico, a modo de apertura de miras y reunión de corrientes que siempre estarán ahí con las que estaban llegando. Más allá de los teclados y del saxo (cuya entrada aporta una extraordinaria calidez), especialmente destacables comienzan a ser las percusiones, que incorporan además elementos cotidianos como cajas de cartón, cacerolas de cocina o diapasones, como luego se podrán escuchar jarrones y floreros en "Miletto" o ramas de árboles y botellas en "Danza de las medusas", dos cortes bastante ambientales, como descansos del mundanal ruido. De otro cantar es "Isla menor", que como composición que da título al álbum se nutre del sonido delicado pero rotundo que caracterizaba a "Zureo". Sarah Bishop repite con los vientos que destilan la apasionante melodía (corno inglés en esta ocasión), pero cuenta con el arropo de una luminosa guitarra (Miguel Angel Montero), el contrabajo (Jesús Espinosa) y los teclados y ambientes de Vela y Sutil. Una inmensa flauta (un whistle, a cargo de Nacho Gil, otro colaborador que repite en el álbum) acapara el protagonismo en otro corte magistral, "Estrella del norte", de aires celtas con el contrapunto de varias guitarras, mientras que "Terciopelo" es de un folclore más nacional, un viaje a Galicia donde destaca la zanfoña de J. M. Vaquero 'Pájaro'. Vela y Sutil actúan en la sombra de sus teclados y percusiones, respectivamente, aunque presentan numerosos momentos de lucimiento (el piano de "Tras la ventana" o la ambientalidad y percusiones de "Danza de las medusas" o "Siglo XXI") y demuestran su plena confianza en los vientos, sabiendo componer para ese lucimiento de Nacho Gil y Sarah Bishop, como en los cortes antes mencionados o en "Miletto" (fagot, de Javier Aragó en esta ocasión), "Equinoccio" (flauta travesera en un tema grato y fantasioso), "Tres Cantos" (oboe, junto a saxo y flauta) o "Vértigo", otro corte a destacar por la magistral conversación entre saxo y guitarra, que acaba acercándose a un soberano y 'vertiginoso' clímax flamenco, delirio rítmico encabezado por Raimundo Amador (conocido guitarrista sevillano que curiosamente publicaría en 2003 un disco titulado "Isla menor"). El espectacular comienzo del trabajo, con canciones mágicas como "Isla menor" o "Estrella del norte", se ve refrendado en todo su desarrollo pero ante todo en un final admirable, con el completo cierre titulado "Tres Cantos" y en especial el detalle comercial de "Amante", una composición de Miguel Angel Montero en la línea de otros guitarristas aflamencados como José Luis Encinas, que acaba por afirmar la importancia de la guitarra española en el conjunto del álbum.
La presentación física de "Isla menor" no varía respecto a "Zureo", se mantiene el formato digipack y el diseño gráfico de Coro Acarreta, si bien mejora el libreto por la inclusión de numerosas fotografías de los autores, músicos y el proceso de grabación, saliendo del anonimato para hacer más familiar y cálido este su segundo y la postre último trabajo. El paso del tiempo, aunque haya arrinconado sus nombres, no hace sino reivindicarlos cuando, rescatando obras como ésta de nuestra discoteca, volvemos a disfrutar con su escucha, constatando que pocas cosas de las que se publican en la actualidad en nuestro país llegan a sus niveles de emoción. No en vano, cuenta Sutil, "Zureo" y "Isla menor" reflejaban fielmente su mundo interior, y portaban la ilusión por bandera. La publicidad que, en su nacimiento, lanzaba Resistencia sobre "Zureo" es igual de válida para "Isla menor", y entre otros elogios acababa afirmando: "Nunca en nuestra tierra unas líneas de piano escritas en la soledad de una habitación concitaron tantos y tan valerosos afectos. Disfrútalos".
Siempre ávido de tener más y más y de acaparar todo el protagonismo posible, el extravagante millonario británico Richard Branson, a la sazón dueño de Virgin Records, llevaba años intentando forzar una mayor comercialidad en la música de su pupilo más rentable, el joven que había hecho del nombre Mike Oldfield un sinónimo de calidad instrumental. Era el comienzo de la década de los 80, y viendo el enorme éxito de Alan Parsons y Eric Woolfson combinando lo instrumental y lo vocal (con la cercanía en el tiempo del grandioso "Eye in the sky", que aparte de su canción homónima o de la expléndida "Old and wise", desgranaba emblemáticas piezas sin texto como "Sirius" o "Mammagamma"), estaba claro que la fórmula funcionaba en el nuevo mercado. Si con el álbum "Five miles out" Mike ya deslizó un par de perlas vocales en las listas de éxitos europeas, con "Crises" iba a ser definitivamente recordado gracias a una de esas melodías radiadas hasta la saciedad en las radiofórmulas, una pieza sencilla y encantadora de título "Moonlight shadow", que en España alcanzó el número 1 de singles en agosto de 1983, permaneciendo 5 semanas en dicha posición y 25 en las listas, siendo superado ese año únicamente por la pegadiza "Words" de F. R. David.
También "Crises" fue el álbum más vendido en España en 1983 (disco de platino con 29 semanas en listas, 5 en el número 1), por delante de Miguel Ríos, Serrat, The Police o incluso de un "Thriller" de Michael Jackson que acabaría por explotar al año siguiente. Precisamente algunas historias se han escuchado sobre cierta llamada de Jackson a Oldfield que acabó contestando la asistenta, situación extraña que no derivó en ningún tipo de contacto entre tales genios de la música. En "Crises", el músico británico disponía de toda la cara A del disco para sus propios delirios, el sello de la calidad más deudora de un "Tubular bells" del que se cumplía en estas fechas el décimo aniversario, una efeméride que coincidió con la mejora de su nefasto contrato con Virgin, tras un difícil acuerdo que iba a atar al músico con la compañía durante toda la década. El título y la portada de este álbum provienen de un cuadro que Oldfield adquirió años atrás al simbólico ilustrador de ciencia-ficción espiritual Terry Ilott, en concreto "Sea of Crises" (que se puede contemplar en el libreto de la gira de 1980), originalmente creado para ilustrar el libro de James Ballard “El mundo sumergido”, si bien no se acabó utilizando para dicho fin sino, convenientemente retocado, para este disco de Mike Oldfield. La suite instrumental, "Crises", con homenaje a "Tubular bells" en su comienzo, es una apabullante colección de ambientes, rasgueos y melodías en una larga composición dominada por guitarras y batería, pero en la que se hace notar el carácter multiinstrumentista de un Oldfield que también se ocupa, entre otros, de las voces, teclados (incluído el fairlight), bajo, arpa y mandolina. Este Oldfield imaginativo encuentra soluciones eficientes a las transiciones, y acaba abrumando por la rotundidad de 20 minutos con momentos de euforia (el comienzo), confusión (un soberbio pasaje que se inicia en el segundo minuto en el que sobre grandiosos guitarreos se escuchan alienantes efectos de sonido), desesperación (Oldfield canta "crisis, crisis, you can't get away" -'crisis, crisis' no puedes escapar'-), esperanza (otro pasaje cantado por Mike, que parece provenir de la portada del álbum: "The watcher and the tower, waiting hour by hour"), o emoción (momento de teclado en el minuto 10), auspiciados por soberanas guitarras acústicas o eléctricas. Además, el lado más rockero de Oldfield, que ya pudimos apreciar en "Five miles out", se muestra en determinados momentos de esta cara A, complementado por un personaje que iba a ser importante en esta etapa de su obra: Simon Phillips. Prestigioso batería de amplia trayectoria, Phillips no sólo aportó unas percusiones vigorosas en este disco, sino que fue responsable en gran parte de la incorporación al mismo del bajista Phil Spalding y del vocalista Jon Anderson, con el que había trabajado años atrás. Además, tan buena impresión causó en Oldfield que acabó por proponerle la co-producción del álbum, cuya cara B se abre con "Moonlight shadow", todo un hit cantado por Maggie Reilly inspirado no por la muerte de John Lennon (como se afirmó y Oldfield desmintió, aclarando que casualmente sí se encontraba aquel día en Nueva York) sino por la película "El Gran Houdini", sobre el mago y escapista húngaro. Bien pensado, tal vez fuera la belleza de Janet Leigh la que alumbrara una de las canciones más recordadas de los 80. La inconfundible voz de Jon Anderson alumbra la animada y placentera "In high places", que no destaca especialmente en el conjunto del disco pero contribuye notablemente a la atmósfera variopinta y desenfadada que impera en la segunda cara. De igual palo es "Foreign affair", cálida y agradable aunque algo repetitiva, una pequeña dosis de calma con la voz de Maggie Reilly que precede a la gran explosión flamenca de "Taurus III" (sorprendente y efusiva demostración de la capacidad de Oldfield con cualquier guitarra y estilo, con la que demuestra que, si se olvida de florituras innecesarias o de influencias negativas, puede ser sencillamente el mejor) y al cierre, deprimente y agresivo, que supone "Shadow on the wall", segundo sencillo del álbum, una contundente canción sobre los derechos humanos interpretada, más que cantada (especialmente en el video-clip), por Roger Chapman. Los dos singles del álbum estaban ilustrados de nuevo por dibujos de Terry Ilott, un detalle de la portada general en el caso de "Moonlight shadow" (con una canción inédita, la desenfadada "Rite of man", en la cara B) y la deprimente pared de una celda oscura en "Shadow on the wall" (complementado por "Taurus III"). Curiosamente, "In high places" también tuvo su edición en single cuatro años después, celebrando el vuelo de Richard Branson con el globo aerostático más grande del mundo.
A pesar de la inseguridad del de Reading con las canciones, la aportación de éstas en el disco es grande e influyente, siendo sus dos composiciones más recordadas sendos temas vocales. El empuje de Branson logró un cambio estilístico (mitad del trabajo instrumental, mitad vocal) con el que Oldfield conseguía contentar a la compañía de discos, pero también aumentaba sus posibilidades de radiodifusión y de atraer a diferentes tipos de público, los que soñaban despiertos con sus largas suites, y a los que les agradaba el pop suave, algo pastelón, de sus canciones. A las anteriormente mencionadas se unió, en la edición norteamericana, el anterior single "Mistake", también interpretado por Maggie Reilly. Mientras tanto, en plena gira europea, un multitudinario concierto en el Wembley Arena londinense servía, en julio de 1983, como conmemoración de "Tubular bells" y como demostración del regreso de Mike Oldfield a los puestos prioritarios del escalafón musical.
Austria no es un país que genere en la actualidad una gran cantidad de músicos de renombre, al contrario que en siglos pasados, cuando los austriacos podían sentirse orgullosos de sus compatriotas Mozart, Haydn, Schubert, Mahler o los Strauss, padre e hijo. Ya entrados en el siglo XX, Arnold Schönberg, György Ligeti (nacionalizado) o Anton Karas fueron nombres a tener en cuenta, si bien a nivel popular es más recordada la figura de Johann Hölzel, más conocido como Falco, creador del enorme éxito "Rock me Amadeus". En cuanto a la música new age, Gandalf es el sobrenombre escogido por el austriaco Heinz Strobl para presentar sus composiciones, de carácter sinfónico, con profusión de guitarras en una envoltura electrónica de enorme ambientalidad. Su discografía se inauguró con un soberbio trabajo titulado "Journey to an imaginary land", publicado por WEA en 1980 con un diseño sobrio y posiblemente pocas esperanzas de éxito.
Inspirado en el mundo de fantasía de las novelas de J. R. R. Tolkien de las que toma su nombre, que es el del voluntarioso mago de la Tierra Media, este multiinstrumentista desarrolla una épica aventura en este trabajo que él mismo compone, interpreta y produce. Como reza el título, un 'viaje a una tierra imaginaria', en el que Gandalf interpreta guitarras acústica y eléctrica, bajo, teclados, percusiones y mellotron, ese teclado eléctrico, antecedente del sampler, que reproducía sonidos pregrabados (cuerdas, flautas o efectos). Aunque en ocasiones suene un tanto tosco, la combinación de espiritualidad con sinfonismo recrea atmósferas potentes, aguerridas y estimulantes. Un comienzo atmosférico deviene enseguida en un cautivante estilo progresivo, muy efectista, de agraciada melodía, que presagia un largo viaje, lleno de magia y emociones. Ecos de décadas pasadas se dejan escuchar en ese deje arcaico con el que Gandalf supo encontrar un público fiel entre los amantes del rock sinfónico, la música cósmica y la más pura new age. Tras el acertado y atrayente "Departure", dominado por los teclados, las guitarras eléctricas rugen sobre el fondo de acústicas en "Foreign landscape", en la que no faltan numerosos efectos de sonido. Este 'paisaje extraño' representa el primer momento inquieto del viaje, y nuestro héroe camina sigilosamente y alerta. "The peaceful village" es un corte más relajante pero especialmente animado, casi folclórico, que representa el paso por un poblado pacífico y, por lo que parece, acogedor. La tensión acumulada en el tramo anterior se rebaja considerablemente y el autor encuentra un medio relajado de encauzar su inspiración a través de este pasaje bucólico con su propia danza (de título "The dance of joy"). A continuación, vientos solitarios y una percusión desértica indican el paso por la llanura sin fin ("March across the endless plain"), las guitarras despliegan sus acordes, primero acústica, después eléctrica, y los teclados acaban por unirse a esta melodía de la desesperación del caminante solitario que ve cómo este desierto no se acaba nunca. Los efectos sintéticos simulan espejismos, pero el viajero sin nombre se sobrepone y continúa su viaje. Parece que cada momento difícil encuentra su recompensa en un posterior lugar acogedor, como estos jardines de árboles frutales ("The fruitful gardens") en los que poder reponer fuerzas y tal vez encontrar compañeros de viaje tan tranquilos y estimulantes como este afortunado penúltimo tema de luminosos teclados. El viaje se acaba con la llegada al Lago de Cristal, en un atardecer profundamente cósmico dominado por efectos de sonido imaginativos y teclados sugerentes, evocadores de un cielo calmado y hermoso en un posible nuevo hogar en el que poder reposar ("Sunset at the Crystal Lake"). La ecología y la transculturalidad formarán parte de los futuros trabajos de este artista (en especial después de viajar a la India y conocer otras culturas), si bien los primeros ("Visions" o "To another horizon" entre ellos) navegaban entre lo relajante y lo progresivo, logrando un orprendente éxito que encauzó su motivación de manera efectiva y provocó numerosas interpretaciones en vivo, y colaboraciones con otros músicos de renombre como el ex-Genesis Steve Hackett.
Strobl, sin poseer un nombre tan rutilante como por ejemplo David Arkenstone (por citar a alguien de estilo e intenciones parecidas, aunque unos años posterior en su debut discográfico), se escudó en el nombre de Gandalf para revestir su música de misterio y gloria. Al tratarse de un epíteto prestado que además goza de evidente admiración, hay que mencionar que no es Heinz Strobl el único Gandalf en el mercado musical. Es preciso no confundirlo con la banda neoyorkina sesentera de pop psicodélico (su único disco, que presenta una bellísima portada, suele ser atribuído por falta de documentación a nuestro artista), con el grupo finlandés de death metal, ni con el grupo leonés de música celta. Aunque el nombre de Gandalf parezca evocar oscuros hechizos y paisajes mágicos y tenebrosos, en "Journey to an imaginary land" sólo es así en parte, pues nos encontramos también con un sonido algo dulzón, muy ambiental y de fácil escucha. Teclados, guitarras y efectos de sonido abundantes recrean paisajes de otras épocas, tal vez ecos de viejas leyendas perdidas en la noche de los tiempos.
Casualidad o no, varios músicos alemanes del sello Prudence (una división de BSC Music, cuyo mentor es Christoph Bhring-Uhle, músico alemán de vanguardia de amplia experiencia) lanzaron al mercado sus discos instrumentales en solitario bajo nombres ficticios o pseudónimos: Eddy F. Müller era Ginkgo Garden, Ronald Hoth estaba detrás de Aschera, Jens Gad de Achillea y Dieter Geike utilizó el apelativo Blonker, nombre que este guitarrista de Hamburgo tomó de su anterior banda, en los años 70. Entre el jazz-rock que interpretaban intercalaron un tema instrumental, "Indigo", que contó con un sorprendente éxito en Alemania, pero poco tiempo después el grupo se disolvió, quedándose Geike no sólo con su nombre, Blonker, sino también con ese tema de éxito para su primer plástico, "Fantasia", en 1980. Con el paso de los discos las composiciones propias fueron dominando sus trabajos, así como los músicos invitados dejaron paso a la multiinstrumentalidad de un Dieter Geike cuyos mayores mercados eran Alemania y Rusia, además de contar con un cierto prestigio en el resto de Europa. Fue en los 90 cuando la compañía norteamericana Higher Octave Music se fijó en su sonido pulcro y sofisticado y le publicó en los Estados Unidos el disco "The Tree of Life".
Como venía siendo habitual en los discos de Blonker para Prudence Cosmopolitan Music, una pintura de Ulrich Schütt se une al diseño gráfico del también músico del sello Anton Zinkl, para dotar a este trabajo de 1993 de una belleza externa que se traslada al interior, pues tal vez sea éste el disco en el que Blonker está más afortunado en las melodías y con los arreglos. La habitual producción del teclista Jochen Petersen es sustituida por las ideas propias de Geike, que años atrás era escéptico sobre este estilo musical. Tras muchos discos y experiencia, asume sin embargo que "la música instrumental es un lenguaje universal, que puede ser comprendido en todas partes", y desarrolla indistintamente sus ideas por medio de guitarras acústicas (en su mayoría) o eléctricas, interactuando entre sí sin rivalidad, con la única dificultad en ocasiones de la elección de la guitarra adecuada en cada momento. Eso sí, afirma con rotundidad: "Mis ideas musicales me vienen a la mente tocando guitarra clásica, ella es mi fuente de inspiración artística". "The Tree of Life" comienza con la maravillosa "Castles in the Air", una de esas melodías inspiradas que brillan desgranando alegría y tristeza por igual, un maniqueismo tan certero que posibilitó su éxito en América, donde el disco se publicó con portada diferente a la europea, ahondando en la elegancia del artista. No en vano, los acordes fluyen fácilmente a través de un sonido pulcro y serio, como el de "Travelling" (de guitarras aventureras y estribillo más que interesante), "The River Flows" (con efluvios de libertad y de world music) o "Arcadia" (más intimista, en una onda comercial bastante suave y agradable, combinando cuerdas y teclados para un acabado completo y efectivo). Se podría hablar de una música para todos los públicos, sin riesgos ni estridencias, bastante apropiada como música de fondo, pero que realmente merece una escucha más profunda y detenida, haciendo buen uso del trabajo desplegado en el álbum. Con texturas más peliculeras, mezcladas con un cierto deje aflamencado, suena el sugerente corte que da título al álbum, si bien la conquista del mercado estadounidense provoca un mayor acercamiento al imperante 'nouveau flamenco' (que tan buen resultado otorgó a otros guitarristas de por allí como Ottmar Liebert o Jesse Cook) por medio de "La Valetta", impetuoso tema de aires festivos, gitanos, que en Blonker suena algo fuera de sitio, si bien hay que reconocer que no desmerece respecto a sus compañeros. También un cierto ritmo tropical, suave y sensual, envuelve otras composiciones, en especial a "Saudade", pero también a la ambiental "Dangerous Steps" (un corte con flautas sampleadas y aparentemente sin guitarras ni melodía) o incluso a una larga despedida jazzera de título "This Is a Long Story". En general, y aunque Dieter se encargue de todos los instrumentos, es evidente que lo que destaca en el conjunto son esas guitarras melódicas y ambientales con notorios aires blues y un gustillo rockero, aparte de esos curiosos momentos de flamenco y de calor pseudotropical, demostrando que la música va más allá de nacionalidades.
Prudence, como Celestial Harmonies, utilizaba para algunos de sus lanzamientos cajas de cartón reciclable en vez de las de plástico. Es el caso de la discografía de Blonker, un guitarrista que comenzó tocando el bajo en una banda juvenil en su Hamburgo natal a los 14 años y acabó destacando en Estados Unidos. Si bien cada uno de sus discos presenta tres o cuatro piezas de gran calidad ("Sidewaulk Cafe", "Indigo" o "Amazonas" son algunas de las más recordadas, aparte de "Castles in the Air") y se diluye por lo general en el resto, en el caso de "The Tree of Life" hay una cierta continuidad hasta el tramo final, sin salirse de un camino marcado con los años, en el que "mi única intención es hacer música que llegue a conmover a la gente". Ciertamente aconsejable es también su siguiente álbum, "Journey to the Windward Islands", otra elegante muestra de búsqueda instrumental para el que modernizó notablemente su estudio, y donde siguió desplegando la magia de sus guitarras, haciendo honor a la publicidad de Prudence, que le definía como "el mago de la guitarra eléctrica".
En su localidad natal en el condado irlandés de Donegal, Gweedore, Eithne Ní Bhraonáin -más conocida mundialmente como Enya Brennan- siempre estaba en contacto con la naturaleza y por supuesto con los árboles. No es de extrañar que éstos hayan aparecido en un momento dado como influencia en su obra, más teniendo en cuenta su cualidad, según los druidas y la mitología irlandesa, de ser los guardianes sagrados de la memoria. "The Memory of Trees", el cuarto álbum oficial de la irlandesa, fue publicado, con buen ojo y estrategia, a las puertas del mercado navideño de 1995, y es que se tiende a asociar al estilo de Enya con lo más idílico y bonito de la Navidad. El resultado en las listas españolas fue un rotundo número 1 en dos semanas de las 31 que permaneció en ellas (tres discos de platino en total), un primer puesto que no consiguió con sus anteriores discos, que sin embargo vendieron más y permanecieron incluso varios años en listas (en el caso de "Watermark", más de 150 semanas). Por el contrario, en Gran Bretaña no logró repetir el número 1 de "Shepherd Moons", accediendo únicamente al quinto puesto, y es que un estilo tan marcado como el de Enya es difícil de mantener con enorme calidad con el paso de los discos, y posiblemente en "The Memory of Trees", aún tratándose de un gran álbum, se estaba comenzando a agotar la fórmula del éxito seguro.
Enya, que siempre ha destacado por un gran cuidado y esmero en cuanto al diseño, fotografías y portadas de sus obras, volvió a fijarse en los cuadros de su admirado Maxfield Parrish para la cubierta y colorido de "The Memory of Trees", concretamente en la ilustración 'The Young King of the Black Isles'. Parrish, dibujante de ensoñaciones y cuentos fantásticos, se acerca por igual a la iconografía de 'El señor de los anillos' como a la mente de una Enya que, con los años, ha ido perdiendo algo del ímpetu tradicional con el que creció y comenzó a componer. Además, y al contrario que en años y trabajos anteriores, en este momento Enya ya no vivía junto a Nicky y Roma Ryan, y esa soledad la empujó a encargarse ella misma de todos los instrumentos y las voces, con total solvencia, si bien se acabaran perdiendo de esta manera las puntuales aportaciones de enorme calidad de grandes estrellas como Davy Spillane o Liam O'Flynn, que alumbraron discos anteriores. No obstante, toda labor en "The Memory of Trees" es soberbia, tanto la composición como la interpretación y la producción, y eso se nota desde las primeras notas de su evocador comienzo, el tema que da título al álbum y en el que aparece toda la magia del sonido multivocal tan característico y esperado, en un crescendo de emoción y esperanza muy fácil de admirar y disfrutar. A continuación, y como primer sencillo, "Anywhere Is" es un corte pegadizo y directo a las radios, si bien no posee la fuerza y sobre todo la originalidad de sus anteriores primeros singles, es como si se hubiera creado con ese fin, no con la espontaneidad y la ilusión de aquellos "Orinoco Flow" o "Caribbean Blue". Aún así, resulta agradable y posee un cierto encanto y espíritu navideño. No podía faltar el corte en latín típico de Enya, "Pax Deorum" (desarrollando una idea que proviene de la serie "The Celts"), que en este disco resulta más ambiental que en otros, no tan melódico pero pleno de fuerza, aunque no tanta como la del siguiente corte, "Athair ar Neamh", una canción triste pero vital, una oración en gaélico cuya traducción es 'Padre en el Cielo', que sí alcanza una intensidad que puede llegar a calar hondo en el oyente, hasta tal punto de ser una de las cumbres de un trabajo que para Enya es como el primero: "Cuando entro en el estudio no pienso en el éxito, en cuánto venderé, me olvido porque creo que eso limita la creatividad y de hecho en 'The Memory of Trees' sentí lo mismo que cualquier artista en el primer disco, toda la ansiedad y todo el nerviosismo de editar un trabajo". Siendo mayoría las canciones en inglés, sobre la gracilidad del viaje imaginario de "China Roses", del himno pseudo-operístico "Once you Had Gold" y la melodía pegadiza de "On my Way Home" (segundo sencillo del álbum, más cercano a una estética pop y radiofónica, intentando repetir el éxito de aquel "Book of Days" de su anterior álbum) se impone la Enya más sincera, la que se acerca a sus orígenes en melodías cercanas y espontáneas como "Hope Has a Place", un canto de esperanza de relajante placidez y el sello de la elegancia, cuya voz principal se grabó al aire libre en Silent Valley, en Irlanda. Quedan por comentar dos cortes instrumentales, "From Where I Am" y "Tea-House Moon", de esas conmovedoras miniaturas cuya facilidad se llega a agradecer, y el gran descubrimiento del trabajo, su canción más destacada y penetrante: cantada en español (aunque no sea fácilmente distinguible), "La soñadora" presenta una ambientalidad pasional de enorme magnitud y profundidad, un despertar a los buenos deseos que casa con la temática druídica del título del álbum, pues está inspirado en el druida Amergin, que provenía de las costas de Galicia, de donde aparece la idea del idioma español (a pesar de que para Enya, por lo general, la utilización de uno u otro idioma no tenga significado más allá de lo musical). Yendo más allá, la propia Enya especula con una conexión hispana en su árbol genealógico, ¿quién mejor que ella para conectar mitos y fantasía con la realidad? Aún sin incluir los perfiles coloreados que tan buen resultado le dieron en los videoclips de "Orinoco Flow" o "Caribbean Blue" (no en vano se sustituyó al eficaz director Michael Geoghegan por David Scheinmann), el de "Anywhere Is" mantiene totalmente el tono quimérico de aquellos anteriores primeros singles. En el de "On my Way Home" (curiosamente dirigido por el director de Warner UK, Rob Dickins, siempre involucrado en las propuestas visuales de su amiga irlandesa), vuelve a ser protagonista un libro, como en "Caribbean Blue", aunque en esta ocasión un álbum de fotografías con el que Eithne, montada en un lujoso tren, reflexiona sobre el tiempo pasado y la vuelta a casa.
Los CDsingles de "Anywhere Is" y "On my Way Home" incluían cuatro canciones adicionales, si bien se trataban de composiciones que databan de varios años atrás: "Oriel Window", "Morning Glory", "Eclipse" y la inédita "I May Not Awaken". La primera y la última de ellas fueron incluidas en sendas ediciones japonesas del álbum "The Memory of Trees", con el que en los premios grammy de 1997 Enya venció a sus propios familiares, Clannad, que optaban al premio con "Lore". Glamuroso y eficaz, "The Memory of Trees" es un ejemplo de álbum al que seguramente se maltrata, pues no cabe duda que su nota general es muy alta y sólo pierde enteros por comparación con sus precedentes, hasta tal punto de poder afirmar que si la carrera de Enya hubiese empezado aquí, "The Memory of Trees" podría ser un álbum de referencia en las nuevas músicas. Eso sí, a partir de este punto habría que hablar de una cierta pérdida de esencia y autenticidad, preguntándonos si Enya se intenta imitar o es fiel a un sonido y un desarrollo que es tan propio que no se puede desmarcar de él. Los que tuvimos la suerte de vivir el lanzamiento de "Watermark" o "Shepherd Moons" valoramos en gran medida, incluso más allá de su gran calidad, los sentimientos que estos nos produjeron, la emoción que aún sentimos cuando los escuchamos, por eso hay que seguir admirando cada una de las entregas de esta maravillosa artista, paladeando cualquier pequeño momento que nos vuelva a transportar a su mundo privado.
En la cultura griega hay canciones y bailes para cada circunstancia o situación, así como una herencia balcánica de aromas antiguos muy rítmica y agradable. Ya lo dijo Eleftheria Arvanitaki con gran claridad en cierta ocasión: "En Grecia éramos étnicos mucho antes de la moda étnica", aunque esta diva griega prefiere el término 'músicas del mundo' para denominar a su música. Esa música de casi perdida orientalización ('de buzuki' o 'de hachís', la llamaba la gente) cuyo estilo primordial es la rembétika, es el terreno en el que comenzó moviéndose con gran fluidez Eleftheria Arvanitaki en los 80, reivindicándola ante el desprecio general, y consiguiendo un enorme éxito en sus juegos cada vez menos politizantes de músicas elegantes y letras renovadas. Un afortunado camino hacia el pop hizo llegar a esta cantante nacida en El Pireo a casi cualquier rincón del mundo, plagando de ritmo heleno casas y auditorios, y consiguiendo discos de oro y múltiples reconocimientos, como la aparición en la portada de la revista Folk Roots o en la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Atenas.
La posición de Grecia en el mapamundi posibilita su carácter de crisol de influencias, en la música de Eleftheria Arvanitaki no sólo hay tradición griega y motivos orientales, también hay elementos occidentales y de la europa del este, por ejemplo su colaboración con el norteamericano de ascendencia armenia Ara Dinkjian, con el que descubrió unas raíces culturales compartidas. Dinkjian es protagonista de algunas de las mejores canciones de esta compilación, y es que, como en cualquier discografía de artistas de amplia trayectoria en un país pequeño y de idioma difícil, la mejor forma de bucear en la misma es la opción del disco recopilatorio. "The very best of 1989-1998" fue publicado en 1999 por Emarcy Records, veterano sello de jazz y músicas del mundo emparentado con Mercury Records, actualmente propiedad de Universal Music. "Meno ektos" ("Me quedo fuera", 1991), "I nihta katevainei" ("Cae la noche", 1993), "Ta kormia ke ta macheria" ("Los cuerpos y los cuchillos", 1994) y "Tragoudia gia tous mines" ("Canciones para los meses", 1996) son los discos de los que se seleccionaron las catorce canciones de la compilación, pero la primera, incluida originalmente en "Meno ektos", cuenta en esta obra con una interpretación en vivo única e irrepetible, que la ha hecho famosa en medio mundo: "Dinata" es una composición maravillosa del mencionado Ara Dinkjian, que torna en prodigiosa en este directo de 1995 en el Teatro Vrahon de Atenas, con la inconfundible voz y percusión del también armenio Arto Tuncboyaciyan, cuya glosolalia es actualmente inseparable de esta canción para el gran público. El CDsingle en el que venía contenida, "En directo desde las rocas" (traducción del original en griego), se convirtió por méritos propios en el primer CDsingle de platino en Grecia. Que Eleftheria se ha rodeado en su carrera de grandes artistas es un hecho demostrable, por ejemplo el otro gran corte del disco, la emotiva y aterciopelada "Meno ektos", presenta el mismo compositor (Ara Dinkjian) y letrista (Lina Nicolakopoulou) que "Dinata", logrando un resultado único que compartía álbum con otras tres muestras aquí reunidas, entre las que destaca "Tis kalinichtas ta filia", de nuevo con la letra de Lina Nicolakopoulou. Que Eleftheria es un vendaval en sus conciertos y un ídolo de masas en Grecia viene demostrado por la segunda pieza en vivo del álbum, una animada "To kokino foustani" incluída en ese álbum en directo titulado "I nihta katevainei" ("Cae la noche"), pero la importancia de esta estrella se ha ido forjando en especial en los 90 por medio de álbumes como "Ta kormia ke ta maheria" ("Los cuerpos y los cuchillos", también en colaboración con Ara Dinkjian y Arto Tuncboyaciyan) o "Tragoudia gia tous mines" ("Canciones para los meses", donde ponía música a importantes poetas griegos): del primero de ellos es necesario destacar las sosegadas, casi meditativas, "Parapono / I xenitia" y "Skies ke chromata", así como un mayor aporte rítmico en la que le da título, "Ta kormia ke ta macheria". En el segundo, y coincidiendo con varias de las anteriores, nos encontramos con otro letrista esencial en esta época para esta estilizada cantante, Michalis Ganas, que aporta su pluma en los aires tradicionales de "Pame xana sta thavmata" o "Lianotragoudo", siempre con la interpretación impecable de una Eleftheria a la que se une Yiorgos Makras en "To parapono", basada en un poema del premio Nobel Odysseus Elytis.
Con los puntos álgidos de "Dinata", "Meno ektos" o "To parapono", se trata éste, como muestra de la gracia de una artista indispensable a nivel mundial, de un trabajo emocionante y disfrutable al ciento por ciento, en cuyo agradecido cuadernillo se incluyen las letras de las canciones traducidas al inglés. Sin embargo, hay que terminar destacando sinceramente lo bien que suenan estas pequeñas delicias en su idioma original y en esa voz tan auténtica y transmisora de una cantante maravillosa que entró en la música de casualidad, sin pensar que iba a hacer de ella su forma de vida: "Yo no quería ser cantante, quería ser ecóloga". La ecología perdió una investigadora, pero la música y nosotros ganamos un mito viviente del folclore.
Hay veces que la música puede ayudarnos a comprender mejor parte de nuestra historia, o al menos a interesarnos por ella. Esto sucede al escuchar algunas de las obras del madrileño Luis Delgado, que nos trasladan muy atrás en el tiempo. Durante varios siglos de la Edad Media, parte de la Península Ibérica se encontraba bajo el poder musulmán, desde la conquista por parte del Califato Omeya hasta la toma de Granada de los Reyes Católicos. Conocido como Al-Ándalus, este territorio acabó por comprimirse con el paso de los años al sur de la península, aunque el protagonista del disco que nos ocupa era un poeta valenciano de nombre Ibn Al-Zaqqâq, que vivió hacia el año 1100, durante el reinado de los almorávides. Eduardo Paniagua cuenta su historia en el libreto de este álbum y nos habla de una obra poética muy difundida y celebrada, de ricas metáforas, que Luis Delgado ha sabido musicar convenientemente a pesar de las dificultades, y es que él mismo aclara que la música y la poesía árabe son casi inseparables: "El poeta árabe es casi siempre músico, y sus textos no conocen mayor gloria que la de ser cantados".
Guitarrista desde los 13 años, y alumno en la orquesta de laúdes de Manuel Grandío, tras pertenecer a Imán Califato Independiente este músico todoterreno madrileño comenzó a trabajar para Rafael Carratalá haciendo música para publicidad. Su siguiente trabajo en RCA le permitió aprender a desenvolverse en un estudio de grabación, pero su posterior paso por Crysalis y EMI -en puestos importantes- le apartó de la música tradicional que realmente le embargaba y que no había dejado de tocar en grupos como Babia, por lo que decidió apostar por su propio sello discográfico, que llamó El Cometa de Madrid. Con él intentó promocionar a músicos españoles sin estilo definido y lanzó más de una decena de interesantísimos discos artesanos (entre ellos "13 cuerdas" de Jesús Auñón o "Neptuno" de Luis Paniagua, pero también obras de Cuco Pérez, Luis Lozano, Enrique Mateu, Miguel Herrero, Macías, Patricia Escudero o el propio Luis Delgado, bien en solitario -"Vathek"-, bien en grupo -Mecánica popular o Ishinohana-). Siendo sin embargo su legado musical más popular el que se internaba en la cultura árabe (las bandas sonoras de "Alquibla" y "Al-Andalus"), Luis Delgado decidió hacer de ese nexo con nuestras raíces una forma de vida, pues "en el folclore español hay una riqueza impresionante, que en Europa no la hay". Con el grupo Calamus comenzó su idilio con la música andalusí (o arábigo-andaluza), y su mayor expresión en solitario llegó en 1997 con "El sueño de Al-Zaqqâq", primera parte de una trilogía publicada por Nubenegra, que continuaría en 2000 con "El hechizo de Babilonia" -musicando a las poetisas de Al-Andalus- y en 2004 con "Tanger" -homenaje a la 'ciudad blanca', grabado allí mismo en directo-. Homenajeando la figura del poeta Ibn Al-Zaqqâq, Luis Delgado construyó una obra completísima y fascinante, no sólo histórica sino también estéticamente, regresando a ese crisol de culturas que provocó la locura de este madrileño variopinto, que lo mismo se deja llevar por las raíces sureñas de la península como por el folclore más reciente o por la modernidad de la música para el Planetario de Madrid. Si bien todas esas vertientes son plenamente disfrutables, su unión espiritual con la música andalusí es tan grandiosa como para ser tenido mucho más en cuenta en el mundillo cultural español de lo que realmente es. "Balansiya" es más que un recibimiento, es una llamada para entrar en un mundo antiguo pero nuevo, pleno de belleza, emoción y fantasía. El autor aclara que pretendía "recrear el alba imaginaria de un día en la Valencia Andalusí". El primer gran momento del trabajo es "El saludo", magistral composición cuya cadencia y sobre todo el tratamiento vocal poseen en su conjunto una magia subyugante, una canción esplendorosa y magnética en la que podemos apreciar las cualidades de Aurora Moreno y las extraordinarias aptitudes de Luis con instrumentos como el laúd árabe, el tar y la d'rbuka: 'Más delgado que el céfiro es su aroma; su talle es pasmo de la erguida palma'. El encanto orientalizante perdurará durante todo el álbum, en piezas animadas con voz masculina (Mohamed El arabí Serghini) como "La aurora nocturna" o de ejemplar pureza instrumental como la excepcional "Bebiendo al alba", "La ruta del marfil negro" o "La luz de la Axarquía", pasaje luminoso que nos transporta a épocas remotas y lugares exóticos. Más atmosféricas, como si formaran parte de esos documentales que ha músicado Luis en varias ocasiones, son "La luna nueva", "Rosas en el estanque" o "La mirada", con esencia de sintonía, pues incluso estos interludios tienen su granito de grandilocuencia en una obra tan completa como ésta. "Epitafio" es una despedida sencilla con sones fúnebres, despojada de gran aparejo instrumental, de nuevo con la voz de El Arabí: 'De vuestro lado me robó la muerte, inexorable ley de los humanos. En ella os precedí; pero a la postre, no tardaremos en hallarnos juntos'. Es sin embargo en Aurora Moreno donde reside gran parte del embrujo del álbum, y la granadina repite ese encantamiento vocal en "El cinturón y el brazalete", hermosa balada de sones trovadores, en una maravillosa muestra de completo lirismo. Aurora llevaba años colaborando con Luis, y a Omar Metioui y Serguini El arabí les conoció en la banda Ibn-Baya, y fueron esenciales en la cuestión idiomática del álbum, un trabajo en el que la electrónica también está presente, junto a los laúdes, kumbuç, santur, saz, nei, cántara, baglamá y otra serie de instrumentos casi impronunciables a cargo de Luis, acompañado por Omar Metioui (laúd, viola y tar), Eduardo Paniagua (flauta y qanun), Javier Bergia (d'rbuka), Jaime Muñoz (kaval, flauta y clarinete) y Carlos Beceiro (mandolina). Una buena anecdóta para el disco, que confirma su calidad y proyección internacional, fue la selección por parte del importante director Ridley Scott de "Balansiya" y "Epitafio" para formar parte de la película "El reino de los cielos", aunque no se incluyeron en el CD de la banda sonora, a cargo de Harry Gregson-Williams.
"Vivo asediado por los encargos", aseguraba Luis en los 90, así que ha sido muy puntualmente cuando ha logrado reunir el tiempo necesario para preparar esos lanzamientos tan distintos como son los de música sefardí, colaboraciones con Javier Bergia o con La Musgaña o composiciones para el Planetario de Madrid. Tras trabajar con la música como soporte para imagen (televisión, ballet o teatro), en "El sueño de Al-Zaqqâq" las melodías son soporte para textos, su propósito es ser escuchadas, y las imágenes aparecen espontáneamente por la capacidad imaginativa de una música fruto de amplia investigación y alta inspiración. Hay en el cuadernillo del disco una especial dedicación hacia Beatriz, esposa de Luis, mientras que "El hechizo de Babilonia" estará dedicado a su madre, Isabel Delgado. En aquella suerte de segunda parte repetirán colaboración Javier Bergia, Jaime Muñoz y Mohamed El Arabí, y los dos últimos en "Tanger". Es necesario acabar esta reseña con una encendida recomendación, y es que aunque aquí se glose la enorme calidad de "El sueño de Al-Zaqqâq", es preciso que su escucha sea complementada con esas otras dos entregas que también puso a nuestra disposición Nubenegra, el sello de Manuel Domínguez, el que fuera creador de Guimbarda.
Aunque queramos ser conscientes de que la música clásica no es ni mucho menos una música muerta, el término encierra verdaderamente un doble juego que aparta a muchos compositores del consumidor, en especial del público joven. Y aunque la contemporánea sea más cercana en el tiempo, no lo tiene precisamente más fácil que aquella, siendo la propia calidad intrínseca de los músicos la que marque su éxito. Nombres como Glass, Nyman, Mertens, Bryars, Richter o Jenkins han encontrado un público joven en su acercamiento a músicas del mundo, música para películas o vanguardias de aceptación popular, pero otros como Pärt, Tavener o Górecki han tenido que labrarse el camino acudiendo a sus convicciones religiosas, lo que lejos de perjudicarles, les ha abierto las puertas del cielo en el panorama contemporáneo, del que ya son por méritos propios nombres ilustres bajo la denominación de 'minimalistas sacros'. Algunos críticos afirman sin embargo al respecto del estonio Arvo Pärt que su música no es reflejo de ninguna fe profunda, sólo es religiosa en apariencia, su inspiración es más cultural y estética. Pärt, nacido en 1935 en Paide, cerca de Tallin, es un creador de una música elemental, de moderna espiritualidad (lo que le acerca también a un nuevo público, buscador de alquimias sonoras en la frontera), cuyo mayor reconocimiento popular llegó con "Fratres", composición de 1977 que parece estar inspirada en el amor fraternal de los monjes medievales y comunidades cristianas en general ('hermanos'). Las primeras obras de Arvo Pärt son conocidas como 'obras de sufrimiento', al estar escritas en unas condiciones extremas de control religioso en la antigua Unión Soviética. Por ejemplo, la inclusión en su "Credo" de la frase 'Creo en Jesucristo' fue objeto de la censura estalinista, y tras la composición de un sinnúmero de bandas sonoras y un concienciudo estudio sobre polifonía europea, se instaló en Berlín tras adquirir la nacionalidad austriaca.
Pärt busca la hermosura en los juegos con los silencios o con las construcciones sencillas ("he descubierto que es suficiente una sola nota cuando está muy bien tocada"), y de ese interés o necesidad nació a mediados de los 70 el concepto de 'tintinnabula' (o tintineo), una técnica tonal tomada de los armónicos de las campanas, base de sus obras más conocidas. "For Alina" marcó un despertar en su conciencia musical, que encontró la recompensa del reconocimiento pleno por composiciones como las que vienen reunidas en este CD, "Fratres", "Cantus en memoria de Benjamin Britten" y "Tabula rasa". La excelsa compañía ECM lo editó en 1984, si bien se trata de creaciones anteriores a los 80. La extraordinaria humildad de este trabajo reluce desde la propia portada, en la que no es necesario un bello paisaje o un eficaz diseño fotográfico, sino que basta con encuadrar nombre del autor y el título, sin más florituras, la música suena y el oyente juzga, y la opinión suele ser sencillamente excepcional. El comienzo de "Fratres" es un estallido de espiritualidad, y la pieza completa, en sus más de diez minutos, parece evocar la propia eternidad a través de un humilde piano y de fogosas entradillas del violín, que en esta versión cuentan con la esplendorosa interpretación de dos músicos de renombre de ECM: Gidon Kremer y Keith Jarrett. Kremer, violinista letón de extenso repertorio (de Vivaldi a Piazzolla), es parte fundamental en el disco, no sólo por la emocionante interpretación de "Fratres" sino por su implicación en el corte que lo titula, mientras que Jarrett, considerado intérprete de jazz, demuestra su capacidad en este terreno, en el cual ha profundizado en numerosas ocasiones. Una segunda versión de "Fratres" se recoge en el álbum, en esta ocasión para los doce chelistas de la Berlin Philharmonic Orchestra, en una interpretación quejumbrosa, menos agradecida que la anterior, pero igual de firme y deliciosamente austera. "Cantus in memory of Benjamin Britten" es otra intensa, triste y gloriosa composición, un solemne panegírico para orquesta (la de Stuttgart en este caso), firme reflejo de la admiración del músico estonio hacia el inglés, fallecido en 1976 antes de poder llegar a conocerse, un lamento uniforme de una sola melodía que se repite mientras va cayendo hacia la fría tierra. Como se puede leer en el libreto, "Tabula rasa" tuvo mucho de sugerencia de Gidon Kremer (está dedicada y compuesta para él, que la interpretó por primera vez en Estonia en 1977), y en sus 26 minutos, dos violines, piano preparado (a cargo de Alfred Schnittke) y la orquesta de cámara lituana van y vienen en unas pocas melodías simples que interactúan con los silencios en un fervoroso juego minimalista acertado y agradable, por momentos misterioso (su segundo movimiento, "Silentium", adormecido, en el que cada cierto tiempo unas tímidas campanas -el piano preparado- parecen anunciar la llegada de algo inesperado) e incluso hipnótico (la sonoridad del violín en el primer movimiento, "Ludus"). Pärt no experimenta con la música como otros contemporáneos suyos, prefiere construir plegarias dotadas de misticismo, si bien lo que aquí nos encontramos es un trabajo digno de cualquier lugar, credo o condición, de cualidades excepcionales y abierto a cualquier interpretación, en el que es fácil quedar literalmente atrapado, seas oyente de música clásica, amante de la música sacra, devorador de cualquier corriente contenida en las nuevas músicas o, simplemente, melómano.
Como suele ser habitual en el mundillo clásico, otras compañías discográficas han grabado estas mismas piezas con importantes intérpretes y directores (EMI, Deutsche Grammophon, Naxos, Telarc), cada una con su propia personalidad, pero hay que acabar ensalzando la categoría de esta primera edición para ECM, el sello de Munich en el que Pärt nos ha legado sus obras desde los 80 dentro de su categoría ECM New Series, que recoge trabajos más clásicos que los del jazz con el que nació la compañía. Apostando por Pärt, ECM fue fundamental en el éxito de un músico que parecía 'fuera de sitio', pero que logró imponer su humilde espiritualidad en un momento de auge electrónico posiblemente cansino. Destacable es el hecho de que, con motivo del 75 aniversario del autor, fuera comercializada una edición especial de "Tabula rasa" que incluía el CD, partituras, fotografías, facsímiles y un extenso libro de tapa dura, una ocasión única para gozar plenamente de un álbum primordial de la música contemporánea, y de un músico de imagen desaliñada cuyas obras están por igual ancladas en un tiempo pasado como sugieren un tiempo futuro.
Entre los muchos instrumentos musicales con los que nos deleitan los grandes virtuosos de las nuevas músicas, piano y guitarra son sin duda los más utilizados, tanto en solitario como bien secundados por otras cuerdas, vientos y percusiones de todo tipo y procedencia. Sin embargo el exotismo de ciertos instrumentos menos habituales puede captar nuestra atención en mayor medida, si son utilizados con coherencia y en un entorno instrumental adecuado e inspirado. Rudi Zapf es un alemán que ha basado su producción musical en el dulcimer, un instrumento de cuerda percutida originario de oriente, parecido al salterio, que también hemos podido admirar por ejemplo en determinadas composiciones de Dead Can Dance y de Lisa Gerrard en solitario. Su sonido desprende una especial aura de antigüedad y ha llegado hasta nuestros días de varias maneras en la música folclórica europea (sin ir más lejos, y aparte de la cítara o el címbalo, en Aragón se sigue tocando el chicotén). Zapf, especializado en el conocido como 'hammered dulcimer' (percutido con pequeños martillos sobre una caja de resonancia trapezoidal), e instruido también en el acordeón desde pequeño, desarrolló en Alemania una curiosa carrera en la que, entre otros palos musicales, ahondó en el cabaret. Más allá de ciertas grabaciones de música clásica, en 1986 fundó junto al guitarrista Wolfgang Neumann el grupo Never Been There.
Never Been There utilizó ese mismo apelativo para titular su primer disco, un trabajo agradable aunque un tanto vacío, pero eso sí, con un final apoteósico, una composición maravillosa de título "Galapagos" que enganchaba sin remedio y que fue incluida en numerosos recopilatorios, entre ellos el primer volumen de "Música sin fronteras". Para su segundo trabajo, el dúo de Munich se convierte en trío al incorporar en portada el nombre de un Thomas Simmerl que ya colaboró en el primer disco y que, además de colaborar en la composición, ejerce de co-productor junto a Zapf y Neumann. "Ambience", cuya cubierta es un extraño y fantasioso collage sobre viajes exóticos, presenta un desarrollo parecido a "Never Been There", es decir, influencias folclóricas y jazzísticas que ahondan en culturas de puntos dispares del planeta, pero en un entorno más completo y animado, especialmente acertado en las melodías y los ambientes, presentando mejores intenciones ya desde el primer tema, "Watersong", en el que no se sabe muy bien de dónde, tras un comienzo apaciguado, surge una melodía que engancha irremediablemente y que desemboca en un pequeño clímax intenso y colorido. Ya se adivina aquí que una buena percusión va a acompañar a los instrumentistas principales, a cargo del mencionado Simmerl. La esencia folclórica (de aroma sureño) se acrecenta enseguida en un corte muy movido de título "Cousin butterfly", así como en una de las mejores composiciones del álbum, "Rondo Madeira", un viaje a dicha isla portuguesa para el cual la música se viste de fiesta, de cuerdas alegres, de un ritmo bailable muy cercano al smooth jazz con revestimiento de músicas del mundo de algunos populares artistas del sello norteamericano Windham Hill. Otro viaje exótico, algo más lejano pero también de idioma portugués, "Mozambique", revela una muestra de ritmo cálido pero no tan acertada al no arropar la base rítmica con una melodía atrayente. La enorme personalidad del dulcimer le permite afrontar en solitario el buen comienzo de "Transsylvania express", otra buena composición de carácter viajero que se acaba perdiendo un poco en su incierto desarrollo, siendo más atractivo su protagonismo y más completo el conjunto en "B'Irish melody", gratísima melodía, de los mejores ejemplos del trabajo, que gana en intensidad conforme avanza la pieza. Ambientalidad de placidez algo jazzera ("Herbes de Provence", una de las canciones más radiadas del álbum, aunque no necesariamente de las mejores, o "Donisl waltz") y una interesante experimentalidad ("Just kiddin'", como un acertado juego infantil con cuerdas divertidas, voces y sonidos de animales, que puede recordar a las divertidas extravagancias de la Penguin Cafe Orchestra) conducen hasta "Arrival", un fin del viaje vistoso, melancólico pero alegre, suave pero intenso, en especial en un final potente, que nos provoca ganas de volver a viajar con este grupo. No deja de resultar curioso que, en una banda que parece ser creación de Rudi Zapf (y en la que destaca mayoritariamente su dulcimer), Wolfgang Neumann no sólo no es mera comparsa sino que de hecho la mayoría de las composiciones llevan su firma. Además, la guitarra también es elemento destacado en "Cousin butterfly" (en un estilo folclórico), en la excelente "Rondo Madeira" y sobre todo en la idílica "Arrival". Dichas guitarras son interpretadas por Neumann (acústica), Lars Kurz (eléctrica), Ulrich Bassenge (steel guitar), Roman Bunka (oud) y Peter Christel (bajo), mientras que otros instrumentos corren a cargo de Andreas Schätzle (sintetizador) y el trío protagonista, con Simmerl a la batería, Zapf al dulcimer y un acordeón que no destaca especialmente (algo más, por ejemplo, en la bohemia "Herbes de Provence") y Neumann a la guitarra acústica y teclados.
"Ambience" fue publicado por VeraBra Records en 1989, pero Never Been There no han destacado precisamente por la fidelidad de una discográfica. Así, "Never Been There" había sido publicado en 1987 por Intuition Records (realmente ambas compañías habían sido creadas por Vera Brandes), y Extra Records publicó en 1995 "Third out of three", tercer álbum del grupo, de difícil localización, mientras que la compañía Pantaleon fue la que lanzó en 1998 "Weggefährten", un 'unplugged' con varias canciones de la banda y otros temas inéditos que los dos artistas principales publicaron como dúo con sus nombres, Rudi Zapf & Wolfgang Neumann. Como instrumento de sonido atrayente y novedoso, el dulcimer aparece en varias de las portadas de los discos de Rudi Zapf, como "Festliche Hackbrettmusik", donde interpretaba temas clásicos con ese peculiar instrumento. También lo vemos en los álbumes de de Never Been There, por ejemplo el primero presenta dos portadas distintas, una bajo una inversión de los colores (la alemana, firmada originalmente por Zapf & Neumann) y una segunda, más interesante, con tonos solarizados (en la edición americana de Capitol Records, cubierta que se parece sospechosamente a la de un disco un año posterior del propio Zapf en colaboración con la también guitarrista Ingrid Westermeier, "Hammer dolce", donde versioneaban temas clásicos y de jazz). El dulcimer también se aprecia en la portada del antes mencionado "Weggefährten", y es que este curioso instrumento posee una especial capacidad de enganche que contribuyó a la popularidad de una música inspirada en la tradición no sólo del país de estos artistas, Alemania, sino de otros rincones del mundo, muchos de los cuales visitaron en sus giras, por Europa y norte de Africa. Aunque esta intercultural banda se llame 'nunca he estado allí', desde 1986 intentaron acercar esos lugares lejanos a su público, y en su discografía han logrado momentos sumamente atractivos, varios de los cuales vienen recogidos en este álbum de título "Ambience" que, aunque fuera publicado originalmente en 1989, contó con una edición española a cargo de GASA en 1990.