29.10.06

JEAN MICHEL JARRE:
"Equinoxe"

Después del inesperado éxito de un álbum tan innovador y excitante como fue "Oxygène" en 1976, todas las miradas estaban puestas en el teclista francés Jean Michel Jarre, esperando o bien otro gran disco que lo encumbrara en la primera línea de la música electrónica o una excusa para compensar el endiosamiento de aquel y martillear sin piedad al joven natural de Lyon. Era una época de grandes cambios y continuas evoluciones técnicas (para eso contaba con la inestimable ayuda del ingeniero Michel Geiss, cuya contribución no hay que olvidar en los años más importantes de Jarre), y como respuesta a la electrónica terrenal de los poderosos e influyentes Kraftwerk, Jarre había optado por una visión más atmosférica e interestelar, pero sin conllevar otras comparaciones (en especial con conocidas bandas y músicos alemanes), en un estilo muy particular. En el momento de continuar su prometedora carrera, Jean Michel no se quedó atrás en su inspiración, dibujando otra página maestra en la música instrumental avanzada: en 1978 salió a la venta una creación fascinante titulada "Equinoxe" por medio, como la anterior, de Disques Dreyfuss. Ante la calidad de esta nueva obra maestra, la crítica tuvo que guardarse los martillos y reconocer que estaba ante uno de los grandes, ya que este nuevo trabajo llegaba incluso a superar por momentos a su antecesor.

Cuando Jarre entró, años atrás, en el Groupe de Récherche Musicale (GRM) de Pierre Schaeffer, quedó cautivado ante la modernidad y apertura de sonidos de la institución. Jarre recordaba gratamente las invenciones de su abuelo, cuyo taller repleto de cachivaches y magnetófonos, dijo, le hacía soñar. Pruebas y experimentos como "La Cage" o "Erosmachine" (posteriormente descartados) desembocaron, no sin otro tipo de encargos, en el gran "Oxygène", y sólo dos años después, en "Equinoxe". Con su fiel aliado Michel Geiss (músico, inventor y en gran medida responsable de la evolución tecnológica de Jarre) y de nuevo una excepcional portada de Michel Granger (esos icónicos vigilantes o observadores -'the watchers'-), "Equinoxe", cuya fuente de inspiración va a ser el elemento 'agua' -como en "Oxygène" lo era el aire-, mantiene la estructura de varios cortes sin título definido, 8 extractos sin desperdicio que se inauguran con una melodía de entrada en una onda espacial tan marcada como en "Oxygène", lo que se refleja especialmente al comenzar la parte 2, misteriosa y burbujeante. Ambas composiciones son el interesante anticipo de la zona más luminosa, explosiva y definitivamente comercial del trabajo, la compuesta por los extractos 3, 4 y 5 del mismo. La delicada "Equinoxe Part 3" desprende un llamativo aroma clásico, impresionista, en una cuidada labor de estudio con los aún escasos medios de la época. "Equinoxe Part 4" es sin duda una de las composiciones favoritas de los fans del francés, desde el pequeño ritmillo de fondo que la introduce hasta el siguiente, soberbio y decididamente electrónico, que nos lleva embelesados a la melodía principal; la repetición de esta maravilla y su culminación en forma de extraordinario clímax (uno de los inventos de Geiss, el Matrisequencer 250, permite esta colosal artmósfera) hacen de éste uno de los grandes temas de siempre de Jean Michel Jarre, y su escucha hace pensar que los que consideran a esto música sin alma son gente que, paradójicamente, no la posee. Este núcleo central de la obra culmina con la que quizás sea su parte más conocida, "Equinoxe Part 5", merced a una melodía rápida y decididamente pegadiza (si bien hay que reconocer que, como primer single, no supera a aquel "Oxygène Part 4" que le lanzó a la fama). En el videoclip de esta acertada composición se podía ver a un joven Jean Michel paseando por la ciudad y tocando enmedio de la nada, como réplica a sus futuros conciertos de masas. La parte sexta es tremendamente rítmica, se diría que avanzada para su época, de hecho el efectivo estilo de Jarre deja entrever una cierta ansia de experimentación y traslada a su disco sus evolucionadas ideas que, como sucedía con "Oxygène", no han quedado tan desfasadas como podría suponerse a bastantes décadas vista. Contrariamente, el estilo elegante de la electrónica de Jarre ha sido objeto de influencias e imitaciones a lo largo de los años, y sólo unos pocos han conseguido evolucionar hacia otras formas interesantes de expresión electrónica sin entrar en baratos efectos de discoteca o en experimentaciones sin pies ni cabeza. De la parte 7, que es de las menos inspiradas del álbum, llegamos a la octava y final, dividida en dos partes, un maravilloso comienzo circense que tiene título propio, "Band in the Rain", y una culminación en forma de melodía de "Equinoxe Part 5" pero ralentizada. Esta imprescindible obra sólo fue el segundo paso de una carrera llena de momentos espectaculares, pero tal vez se trate, en un vistazo general, de su punto álgido, y junto a "Oxygène", de dos de los mejores álbumes de música electrónica de la historia.

Casado en estas fechas con la conocida actriz francesa Charlotte Rampling, un feliz Jean Michel iba a trasladar al año siguiente por primera vez la grandilocuencia de su música a un espectáculo en directo, y sólo podía ser a lo grande, el 14 de julio (fiesta nacional francesa) ante un millón de personas en la Place de la Concorde de París, un espectáculo de luz, sonido, proyecciones en los edificios, fuegos artificiales y demás parafernalia, que fue retransmitido por Eurovisión, aunque no fue emitido en España. Ya no existen músicos como el Jarre de los 70 y 80, que concebía sus conciertos como un espectáculo total al servicio de toda una ciudad, este fue el primero, pero en nuestras retinas aún perduran las imágenes (siempre en televisión, desgraciadamente) de otros conciertos en Lyon, Houston, Londres, Mont Saint-Michel, etc, acontecimientos únicos que sin embargo no pueden desviar una sencilla realidad, que la música de Jarre va más allá que un espectáculo de luz y sonido, funciona perfectamente como un evento privado, como disco para escuchar en casa, como incitador de un movimiento individual, compartido únicamente con los vecinos si el volumen es el adecuado.

ANTERIORES CRÍTICAS RELACIONADAS:
JEAN MICHEL JARRE: "Oxygene"









28.10.06

LOREENA McKENNITT:
"Elemental"


Es posiblemente la voz celta femenina moderna más conocida por el gran público después de la de Enya, y es así a pesar de que Loreena McKennitt no es ni irlandesa, ni escocesa, ni inglesa, sino que se trata de una canadiense nacida en 1957, que en los años 70 se enamoró de tal modo de la cultura celta que viajó, investigó y se empapó de ese mundo hasta casi formar parte de él (en cierto modo se notaba aquí su herencia genética, ya que su familia emigró a Canadá desde Irlanda en 1830). El bretón Alan Stivell fue su primera gran influencia, y en 1983, durante una accidentada estancia en Londres, compró su primer arpa en una tienda de segunda mano por 250 libras esterlinas. Trabajadora incansable y emprendedora, Loreena -que tocó durante años en las calles y en clubes de folk canadienses- fundó su propio sello discográfico, Quinlan Road (que es el nombre de una carretera de Stratford, Canadá), a través del cual dió a conocer al mundo su música, distribuída en España por Universal Music. Su primer disco y primera referencia de su sello se titulaba "Elemental", y fue publicado en 1985.

Como su propio nombre indica, nos encontramos ante un trabajo 'elemental', unas canciones que son como vestigios de otra época de la McKennitt, donde se imponía una maravillosa sencillez. Su estilo, en la forma y en las influencias, iría cambiando paulatinamente, quedando en "Elemental" un aire virginal. La propia artista nos lo cuenta así en su web: "En 1985 creé esta mi primera grabación, realizada en un estudio ubicado en un granero en el sur de Ontario. Recuerdo cómo pasé una semana magnífica en el mes de julio, levantándome cada mañana en la granja, caminando hacia el granero y grabando las canciones mientras miraba fijamente hacia los campos de girasoles". Ante todo, se trata de un disco basado en la voz de Loreena, una capacidad vocal desgarradora, firme, noble, con un cierto poso de su investigación en la tradición celta, y se deja notar desde la primera de las canciones, la genial y directa "Blacksmith", con soberbia entrada de acordeón, que como casi todas las composiciones es un arreglo de un tema tradicional. Sólo dos de los cortes se apartan de esta norma, el último de ellos, "Lullaby", una bonita canción de cuna basada en un texto del poeta inglés William Blake (con la espectacular recitación de Douglas Campbell), y un delicioso cuento de título "Stolen child", que como la anterior cuenta con música de la arpìsta de Manitoba, pero en esta ocasión el texto es del Nobel de Literatura irlandés William Butler Yeats. El arpa brilla en "Stolen child", y junto al chelo y la maravillosa declamación, conforman una canción excepcional, gratamente recordada décadas después. Que el resto de los cortes sean tradicionales no resta mérito al trabajo, menos aún si hemos seguido la trayectoria posterior de Loreena McKennitt. Así, de la casi a cappella "She moved through the fair" (reconocidísima melodía del folclore irlandés que ha gozado de numerosas adaptaciones por parte de importantes músicos) se pasa al hermoso y puro instrumental "The lark in the clear air", antes de llegar a otra de esas canciones que tienen algo especial, "Carrighfergus", poesía musical cantada a dúo por Loreena McKennitt y el actor y músico inglés Credic Smith, que aporta además la guitarra, como lo hace también en el siguiente corte, "Kellswater". "Banks of claudy" y la bucólica "Come by the hills" son otras bonitas melodías irlandesas -que también han conocido muchas otras versiones- incluidas en un disco que se podría calificar como precioso. En la instrumentación, escasa pero adecuada, destacan las cualidades de Loreena como arpista (de hecho podemos contemplar ese arpa en la portada del disco), si bien se encarga también, en su cualidad de multiinstrumentista artesanal, del acordeón, guitarra y teclados, con algunas pequeñas colaboraciones, además de la de Credic Smith, al bajo (George Greer) y violonchelo (Pat Mullin).

No es "Elemental" de sus álbumes más vendidos -fue a partir de "The visit", pocos años después, cuando el estilo McKennitt se adecuó más a los gustos comerciales actuales y encontró su hueco en la industria-, pero sí que se trata, junto con sus discos de adaptaciones de canciones navideñas, de su trabajo menos artificial, sin que este término sea en absoluto peyorativo. Aunque su periplo le llevó a globalizar y enriquecer su música, que enseguida tornaría en casi exclusivamente de composición propia, Loreena retornó en cierto modo a esa esencia tradicional en su obra de 2010 "The wind that shakes the barley" (que incluía otros grandes clásicos del acervo irlandés como "Brian Boru's march" y gratas adaptaciones como la de "On a bright may morning"), aunque sin alcanzar totalmente el nivel de pureza y excelencia de "Elemental". Esta pelirroja que de pequeña quería ser veterinaria, y que aparte de gran artista es excepcional persona (como demuestra su contribución a causas humanitarias), sigue investigando en las músicas del mundo y nos ofrece un grandioso mestizaje cultural en sus discos, productos muy rentables para su compañía de discos, en los que ventas y calidad van de la mano, un ejemplo de música tan bella y atrayente que goza, en todo caso, de popularidad y admiración entre casi cualquier tipo de público. Además de lo completo y elegante de sus obras más populares, es conveniente no dejar de escuchar sus primeros trabajos, todas ellos eficazmente remasterizados, comenzando con este "Elemental".





22.10.06

ED ALLEYNE-JOHNSON:
"Purple Electric Violin Concerto"

'Concierto del violín eléctrico púrpura' es ya de por sí un epígrafe llamativo, bien podría parecer el título de un cuento legendario más que de un disco, pero la realidad se impuso una vez más a la ficción cuando el violinista eléctrico Ed Alleyne-Johnson apareció en el panorama musical en 1992 con un auténtico violín eléctrico púrpura debajo del brazo. Inventado y construido por él mismo, este curioso y pequeño instrumento que podemos ver en la portada del disco, podía hacer, cual lámpara de Aladino, cosas maravillosas. Ed Alleyne, que había tocado en el grupo de rock alternativo New Model Army, lo demostró durante años tocando por las calles de Oxford, Chester, York y otras ciudades británicas y europeas ante todo el que por unas pocas monedas quisiera deleitarse ante un nuevo y apabullante sonido. El violín púrpura tiene cinco cuerdas, una más que los normales para permitir una mayor gama de sonidos, pero su mayor ventaja es una avanzada pedalera personificada con la que podía otorgar efectos inusuales a su ya de por sí bello sonido, como ecos, reverberaciones y simulaciones de otros instrumentos (guitarra eléctrica, por ejemplo, de hecho Ed lo compara con una Gibson Les Paul) o sonidos naturales (mar, gaviotas...). Sin embargo, una de las cosas que más llama la atención al verle tocar en directo es la habilidad de grabar con esa pedalera sus propios fondos para que se reproduzcan mientras ejecuta la melodía, lo cual da la sensación de que estén tocando varias personas y no sólo ese curioso violinista al que, entre su mata de pelo, casi no se acierta a verle la cara.

La habilidad de Alleyne-Johnson con el violín proviene de su infancia, él aprendió a tocarlo de niño y se unió a la Liverpool Schools Symphony Orchestra, pero en su formación influyó también notablemente la ayuda de su padre y el viejo violín que heredó de su abuelo, que pintó de color púrpura. Más adelante, a los 13 años, construyó su propio violín eléctrico, hecho de madera contrachapada y pino, y al dejar la escuela estudió bellas artes en Oxford. Allí comenzó su romántico rol de músico callejero, utilizando un amplificador y un equipo de retardo digital, y también viajó por Europa con los amigos de la universidad. Cuando New Model Army le invitaron a unirse a ellos, le pareció buena idea, pero dejó la banda en 1993, si bien continúa tocando en sus giras. Fue mientras estaba en este conjunto cuando el color púrpura (como el libro de Alice Walker y la película de Steven Spielberg) de su seductor instrumento, volvió a agitar sus recuerdos y fue la inspiración de un disco que puede considerarse como mítico en el rock instrumental y las nuevas músicas: "Purple Electric Violin Concerto" nació en formato casete, 500 copias grabadas en vivo sin sobregrabaciones ni remezclas, cuyo éxito financió la grabación en CD, que acabó publicando con gran acierto Equation Records en 1992. El sorprendente sonido aquí contenido es capaz de alterar los biorritmos, un ambiente espacial donde las cuerdas tienen el protagonismo de todas las maneras posibles, como fondo (usadas como bajo o al estilo de un teclado), como violín propiamente dicho ejecutando la melodía principal, o más en plan guitarra eléctrica para los solos, hasta el punto de que algunos críticos lo comparan con un Jimi Hendrix violinista. El estereotipo del violín como instrumento clásico se rompe en trabajos como este, aunque se dejan entrever influencias de Vivaldi, Vaughan Williams y otros clásicos, y en especial una cierta similitud de la parte 1 de "Oxford Suite" con tan hipnótica pieza como el "Boléro" de Maurice Ravel. En efecto, la melodiosa "Oxford Suite" posee un efecto meciente y difícilmente explicable, es una larga suite dividida en cuatro partes, parecidas entre ellas pero con notables diferencias, que propone un viaje imaginario a lomos del violín púrpura. También dividida en cuatro partes, "Inner City Music" es la segunda referencia en el disco, que comienza con tonalidades indias a las que se une una agradable cosmicidad general. Su parte cuarta parece poseída por la energía de una guitarra eléctrica.  El disco continúa con otra demostración de técnica y efectos titulada sencillamente "Improvisation", y concluye con el tema "Concrete Eden". Sólo el hecho de que muchas de las melodías y sobre todo las construcciones de los temas se parezcan tanto desluce un poco el efecto del trabajo cuando se avanza en su escucha. De todas formas, la especial ambientalidad que emana la obra es altamente destacable, en especial -y sin menospreciar a las demás composiciones- en las cuatro partes en que está divida la "Oxford Suite", seguramente esas melodías con las que durante muchos años deslumbró a los paseantes en las calles de Oxford y un buen número de ciudades importantes.

Ed y su ex-esposa, Denyze D'Arcy, vivían en Liverpool y firmaron varios álbumes juntos, pero el violinista continuó también editando discos con su nombre, primero con Equation Records y luego con Wingspan Records, que publicó en 2001 la continuación de esta obra, un "Purple Electric Violin Concerto 2" en el que "Liverpool Concerto" emulaba los sones de "Oxford Suite", y donde aparecía una referencia bastante manida aunque siempre interesante, "Variations on Pachelbel's Canon". Sorprendentemente, la historia de "Purple Electric Violin Concerto" no terminó ahí, pues en 2012, con el 20 aniversario de la obra, se publicó "Purple Electric Violin Concerto (20th Anniversary Special Edition)", que contenía el disco original (con el añadido de un tema nuevo, "Himalaya", y tres piezas que habían aparecido en CDsingle, "Kanon", "Oxford Suite (Part 1) (Radio Edit)" y "Oxford Suite (WW3 Mix)") y un segundo disco con la regrabación del álbum íntegro con los medios adecuados a la época. Dejando aparte este título épico, y antes de publicar varios varios trabajos de versiones de clásicos del rock al violín eléctrico, es especialmente destacable su segundo álbum, "Ultraviolet" (con "Red" como su primer sencillo), donde Ed Alleyne-Johnson continuaba deslumbrando con ese fascinante sonido de 'Ravel en el espacio', absolutamente distinto de lo que se podía escuchar en otros enormes violinistas eléctricos de la época como Jerry Goodman o Eddie Jobson.











19.10.06

RAVI SHANKAR & PHILIP GLASS:
"Passages"

Los encuentros de formas musicales de uno y otro lado del mundo han posibilitado fusiones notables en la historia de la conocida como World Music, Folk o Música Étnica, epítetos que más o menos vienen a ser prácticamente lo mismo. Pop, rock y música clásica se han beneficiado por igual del acercamiento de ideas y tradiciones entre oriente y occidente, concretamente un caso de interés extremo se centra en la fusión de minimalismo y música clásica india que ejecutaron Philip Glass (Baltimore, Estados Unidos, 1937) y Ravi Shankar (Benarés, India, 1920) para Private Music en 1990 bajo el título de "Passages", una historia ideada por Ron Goldstein (presidente de Private Music en esa época) que, aunque se acabara de concretar en el eficiente sello neoyorquino fundado por Peter Baumann, tuvo su germen en París a mediados de los 60, cuando Philip, que estaba estudiando con Nadia Boulanger, trabajó como asistente de Ravi para transcribir a la notación occidental la música que éste estaba componiendo para la película 'Chappaqua'. Glass destaca en el prefacio del libro de Shankar 'Mi música, mi vida', el arte musical nuevo que el indio estaba contribuyendo a crear con sus colaboraciones con músicos clásicos como Menuhin o Rampal, y más populares como la que acabó por acercarle a la fama años después, la figura de George Harrison. El propio Glass cambió su orientación musical tras conocer a un Ravi Shankar que le acabó por descubrir la concepción tan distinta y fascinante de la música india, sus ciclos repetitivos, que le sirvieron de inspiración para su conocido estilo. Tuvieron que pasar más de veinte años para el reencuentro en forma de disco, pero el tiempo no es lo más importante en esta historia, ya que cuando dos talentos como los de Glass y Shankar se unen lo único que se puede esperar de ellos es una obra maestra, más allá de la distancia, de la cultura o de las estéticas.

Estos dos genios de nuestro tiempo consiguieron con "Passages" una obra altamente obsesiva, cuya principal sensación al escucharla es la de un largo viaje. Bajo la producción de Kurt Munkacsi (la parte de Glass) y Ravi Shankar y Suresh Lalwani (la de Shankar), se desarrolló una idea bien sencilla, la de dividir las seis pistas contenidas en tres para cada uno de los músicos, pero versionando canciones del otro, de tal modo que resulta curioso y gratificante comprobar cómo en cada una se puede intuir la firma de su adaptador, a la vez que la del autor original. "Offering" es el tema de apertura, una 'ofrenda' de Ravi Shankar que comienza con un delicado juego de saxos para cambiar a los tres minutos al más puro estilo glassiano, derivando en una pieza magistral a medio camino entre el minimalismo y las escalas hindúes. La música fluye con sugestiva gracilidad, y en su colosal magnetismo se aceptaría el bucle eterno, pero el saxo soprano acaba anunciado la cercanía del fin, al que él mismo nos conduce. El clásico sitar y una bella trompeta inauguran la siguiente tonada, "Sadhanipa", bonita recreación de Philip Glass plena de alegría oriental, donde vientos y cuerdas se entrelazan en un alegre y exótico baile, como el que el propio Shankar podría haber ejecutado en su poco conocida época de bailarín. Glass vuelve a firmar el tercer corte, sin duda uno de los mejores del trabajo: "Channels and winds" presenta un contínuo clímax con un ritmo penetrante y la conducción fantasmal de un hipnótico coro femenino, culminación de una conjunción de dos formas de ver la vida, una estructura rítmica que se convertía en principio único, condicionante que Glass descubrió en su primer acercamiento a este tipo de música y que desde entonces aplicó tan eficazmente a la suya. En el último de los temas de Glass, "Ragas in minor scale", hay un pequeño cambio de papeles, siendo la base del propio Shankar y las ragas (bases melódicas de la música clásica India) de Glass, con el protagonismo del sitar sobre la gran orquesta, si bien un soberbio giro a mitad de pieza con gran actividad de violines y flauta, la complementa de forma maravillosa. Las ragas son capaces de crear un impacto emocional en el oyente: "De la misma forma que una tele vacía puede llenarse de colores y formas, así es como la mente humana receptiva puede 'colorearse' o verse afectada por el sonido placentero y balsámico de un raga". Restan las últimas dos composiciones de Ravi Shankar, llegando en este momento a otro de los puntos más destacables del álbum, "Meetings along the edge", donde melodías de ambos músicos se desarrollan en solitario para después combinarse en un torbellino de fuerza y emoción que desemboca en un final poderoso y eufórico, tras un viaje por el límite, por la frontera entre dos mundos que se dan la mano. El disco acaba con un largo tema orquestal en continua variación de título "Prashanti", fácil de escuchar, en busqueda de la paz interior. "Passages" fue una obra en la que los autores, por su amistad, pusieron mucho interés, ambos juntaron sus talentos en un trabajo que maduraron durante qunce días en Los Angeles (para ponerse de acuerdo con el tipo de piezas e instrumentaciones), luego desarrollaron con mucha correspondencia de por medio, y al final mezclaron en una nueva reunión en Nueva York. De manera sorprendente llegó la noticia de que, más de un cuarto de siglo después de esta grandísima obra y casi un lustro después del fallecimiento de Ravi Shankar, su hija Anoushka participaría al sitar junto a la Britten Sinfonía -conducida por Karen Kamensek- en el estreno mundial de la misma en los Proms de la BBC (un famoso ciclo de conciertos que se celebran cada año en Londres), concretamente en la edición número 41 -el 15 de agosto de 2017-, un evento extraordinario pero, ante todo, necesario para no dejar caer en el olvido este fenomenal trabajo que alcanzó en el año de su publicación en puesto número 3 en la lista de ventas de 'world music' de la revista Billboard. 

Ravi Shankar opinaba pocos años antes de morir (en diciembre de 2012, tras 92 años de intensa vida) que el acceso globalizado a la música ha atraído a la generación más joven y la ha hecho más consciente de este arte de lo que nunca había sido con anterioridad. "Passages" es precisamente uno de esos discos que pueden hacer que cualquiera se convierta irremediablemente a la adoración por la buena música, como Glass fuera presa irremediable décadas antes de las formas y pautas de la música oriental. La fusión es de gran riqueza tonal, consiguiendo la intención primaria de "promover una mejor comprensión mutua entre las dos tradiciones musicales". Por descontado que Shankar nunca cerró los ojos ante otras influencias, cuando trabajó en All-India Radio, en los 50, comenzó a utilizar violines en sus composiciones, pues "podían expresar todos los delicados matices de la música india de manera muy bella". En definitiva, en esta inefable maravilla de título "Passages" no importa en realidad quien versiona a quien, ni quien gana en este juego de genialidades, priva la colaboración y sale ganando la raza humana, o por lo menos la pequeña parte de ella que, como con las películas de Godfrey Reggio (de cuyas bandas sonoras se ha encargado Philip Glass), se atreve a disfrutar con esta más que sugerente interacción de genialidades, y es que los caminos de ida y vuelta en los encuentros musicales entre oriente y occidente iban a contar con una maravillosa prolongación a finales de los 80 por medio de los mismos protagonistas que se encontraron en París 25 años atrás: Shankar y Glass, Glass y Shankar.







10.10.06

ANDREAS VOLLENWEIDER:
"Down to the moon"


La trayectoria musical del suizo Andreas Vollenweider fue claramente incentivada, moldeada incluso, por su padre, Hans (prestigioso organista), que le enseñó a tocar varios instrumentos -así como el arte de la improvisación en el jazz y la música clásica-, tocó con él y le llevó de gira desde muy joven. Andreas confiesa en su web que no soportaba la escuela, y la música se convirtió "en la puerta secreta de su propio mundo". Aparte de piano, vientos y guitarra, el joven Vollenweider ya interpretaba el arpa en sus primeros proyectos en Suiza, instrumento por el que comenzó a interesarse cuando su madre le trajo de un viaje a Inglaterra el seminal trabajo de Alan Stivell "Renaissance de la harpe celtique". El impacto fue inmediato, y Andreas descubrió 'su instrumento', con el que consiguió identificarse y mimetizarse, con una forma de interpretación propia, parecida a la del piano. El último paso fue amplificarla (con la ayuda del ingeniero de sonido Hanspeter Ehrsam), naciendo así el arpa electroacústica, que perfectamente podía integrarse no sólo en proyectos de música celta o medieval sino en bandas de jazz o incluso de rock. Andreas fue uno de los músicos más populares de las Nuevas Músicas desde que en 1981 creara su inconfundible sonido para su disco "Behind the gardens, behind the wall, under the tree" (ya que Andreas ha renegado durante mucho tiempo del anterior, una obra primeriza titulada "Eine art suite", de experimentación en un jazz bastante simple y un tanto incomprendido por la crítica, que sólo insinúa en ocasiones el estilo posterior). Después de "Caverna mágica" y la confirmación con el fabuloso "White winds", llegó el disco que nos ocupa, un excepcional y lunático "Down to the moon".

Publicado por CBS en 1986, "Down to the moon" ya había sido madurado en parte en la anterior gira de la banda de Vollenweider, por lo que su grabación fue más fácil de lo habitual. Al arpa de Vollenweider se unieron las percusiones de Walter Keizer, Jon Otis y Pedro Haldemann, los vientos de Matthias Ziegler, las cuerdas de Max Laesser y los teclados de Christoph Stiefel, para concebir una obra dividida en dos partes, "The near side" (la cara cercana -de la luna, se entiende-) y "The far side" (la cara lejana -en este caso sería la cara oculta, se supone-). La primera y algo más inspirada se abre con un primer tema homónimo, "Down to the moon", un recibimiento cálido y ameno, pequeño pero que de hecho prácticamente presenta de una manera perfecta el trabajo, su sonido, su estilo, sus intenciones. Este preludio deviene enseguida en la canción estrella del álbum, un corte excepcional titulado "Moon dance", una de esas obras maestras que se dan de cuando en cuando y que condicionan a un músico y hacen de un disco un auténtico superventas, incluso en el mundo de la música instrumental. En su búsqueda de la melodía, Vollenweider se apoya en sonidos naturales y en un estilo ambiental en consonancia con su espíritu ecologista. En cada tema, dicha melodía llega y generalmente sorprende tanto por su fuerza como por su distinción -merced al instrumento utilizado, el arpa elecroacústica- con cualquier cosa que hayamos escuchado antes, de guitarra, teclados o vientos. Así nos deleitamos con "Steam forest" (instantes de relax, mecidos por las cuerdas) o "Night fire dance" (originales voces sampleadas ponen el fondo a esta hermosa pieza activa y adictiva cuyo aspecto oriental le hace parecer sacada de las propias 'Mil y una noches'), otros grandes aciertos de este disco. Las influencias de otras músicas del mundo también están presentes, en especial la oriental (en "Water moon", por ejemplo). "The far side" comienza con otro acertado tema introductorio, "Quiet observer" (con saxo y animales nocturnos en un clima sereno y atmosférico) y continúa con las bellas notas de la animada "Silver wheel", y si bien enseguida desciende un poco la intensidad, la magia sigue presente hasta el final, por medio de cuerdas relajantes ("Drown in pale light"), un pequeño cuento con el arpa ("The secret, the candle, and love") o un final también infantil ("La lune et l'enfant"), en un conjunto tan agradable como para que el plástico recibiera el grammy al mejor disco de New Age en 1987, siendo de hecho esta la edición en que se instauró tal categoría, por lo que Andreas tuvo el honor de ser el primer galardonado en la misma en dura copetencia con otros grandes como Jean Michel Jarre (con el excepcional "Rendez-vous") o Paul Winter (con "Canyon"). Un single y maxi de "Night fire dance" fue comercializado, si bien en la segunda cara se decidió acudir a dos composiciones de "White winds", "The play of the five balls" y "The five planets". Extraña elección la de "Three silver ladies dance" como segundo single (promocional), con "The secret, the candle, and love" en la cara B. La portada es una obra del ilustrador alemán, afincado en Ibiza, Peter Ritzer. 

El acierto de Andreas Vollenweider es doble, por su acercamiento al arpa (y a la electrónica) después de destacar con teclados -su padre era un gran organista-, guitarra y flauta, y por crear unos vínculos de amistad con grandes músicos que le acompañan en sus giras (de hecho la discográfica de Andreas se llama AVAF, Andreas Vollenweider And Friends), como Büdi Siebert -que no esrtuvo presente en esta grabación por encontrarse centrado en sus proyectos personales-, Walter Keiser o Max Lässer. Desde siempre, pero especialmente cuando se reeditaron todas sus obras remasterizadas, es el momento de redescubrir a un músico que, a pesar de que desde futuros proyectos como "Dancing with the lyon" o "Eolian minstrel" haya perdido gran parte de su frescura y originalidad a la vez que ha ganado en fusión con otras culturas, sigue dejando muy alto el listón de la New Age a cada nuevo paso, aunque siempre afirmó que nunca consideró la existencia de dicha categoría: "Me pregunto qué es 'nuevo' en la 'era'. Soy un nómada, vagando entre mundos, estilos, personas y culturas. Ahí es donde vivo. No quiero ser encasillado".





5.10.06

PEP LLOPIS:
"Las noches y los días"

Cuanto más se escuchan trabajos como éste del valenciano Pep Llopis menos se entienden tantas y tantas cosas sobre las compañías, distribuciones, radiodifusiones o intereses del público en general. Nominado y premiado en numerosas ocasiones en la Comunidad Autónoma Valenciana por obras para teatro y danza, este compositor nacido en Liria en 1945 publicó en la década de los ochenta por medio de Grabaciones Accidentales varios LP's de sus bandas sonoras, en especial para la compañía Ananda Dansa, con la que ha colaborado durante décadas ("Homenaje a K", "Destiada"...). Especialmente destacable es un experimento primario, influido notablemente tanto por las músicas mediterráneas (él había viajado por algunas islas españolas y griegas) como por el minimalismo de Steve Reich o Wim Mertens, titulado "Poiemusia (La nau dels Argonautes)", en colaboración con el poeta Salvador Jàfer. Fue sin embargo un inmenso trabajo, su primero en CD, por el que despuntó definitivamente este afamado músico, uno más de esos intérpretes españoles de gran valía que a finales del siglo XX dieron vía libre a sus ansias expresivas en solitario, después de haber pertenecido a grupos más o menos vanguardistas como, en el caso de Llopis, Cotó-en-pèl o Erratum Ensemble, donde coincidió con Llorenç Barber y Fátima Miranda. Sellos como Taxi Records, Dro, Hyades Arts o El cometa de Madrid hicieron posible la comunicación definitiva entre los músicos y el público, gracias a discos como el que nos ocupa, el CD "Las noches y los días", publicado por Grabaciones Accidentales en 1992.

Llopis, director del Aula d´Altres Músiques desde 1998, siempre ha sido un músico apreciado por coreógrafos y directores de prestigio por sus composiciones para danza, teatro y audiovisuales. Sus referencias son numerosas, así como los reconocimientos obtenidos por ellas. En un momento dado decidió publicar este CD que recogía varias de las músicas compuestas para espectáculos (en su mayoría para la mencionada compañía Ananda Dansa) como "Tarzán", "De la Tierra a la Luna", "La comedia de las equivocaciones" o "Homenaje a K", y el resultado fue sencillamente espectacular, una música al servicio del arte que no es sólo visual, sino que es una de esas bandas sonoras con fundamento, no sólo de situación, que también pueden disfrutarse de su escucha atenta. Al piano, teclados y percusiones de Pep se unen instrumentos de viento y cuerda para configurar una música de difícil encuadre por su variedad estilística, ya que junto a su estética contemporánea (en un clasicismo de sonido moderno, decididamente electrónico) se respiran momentos ambientales, de música del mundo (muy mediterránea, evidentemente) y una estética minimalista ('concepción minimal', apunta él) que por momentos podría recordar a Wim Mertens ("Frescos") o Philip Glass ("La nau"). El comienzo te introduce en un mundo fantástico, que en el caso de esta pieza de rugiente intensidad titulada "Las noches y los días", va evolucionando con el protagonismo de un sonido solista de cuerdas. Otras composiciones gozan de momentos más electrónicos que se disfrutan como un suave oleaje, como "Jardins aquatics" (de ritmo acelerado constaste, que bebe claramente de fuentes minimalistas con la ayuda de unos vientos que dibujan el complemento) o "Vestidos", donde una base electrónica programada recibe las entradas acústicas, melosas, asomándose a un nuevo sonido en el cual ambas vertientes conviven en armonía, una especie de neoclasicismo experimental. Un tímido jazz melódico se acerca al disco por medio, especialmente, del uso del saxo, como en "Tema melodic" o en "Frescos", pieza dividida en dos partes, la primera es un elegante tema de piano que si nos dicen que es de Wim Mertens -sin voz, eso sí- nos lo creemos sin duda; su continuación es un ambiente cálido con saxos y alegre percusión, muy distinto a lo escuchado anteriormente en el disco, pero que completa con calidad. Lo acústico de "Prefiero decírtelo de esta manera" (un ambiente intrigante, al que acude el piano para aportar el elemento melódico sobre el que culminan las cuerdas), ese deleite de cuerdas y vientos que supone "Tres mujeres", o esa pieza intrigante, en la onda de Rodrigo Leão, titulada "En otro tiempo", ayudan a completar uno de esos discos que hubieran merecido una acogida más multitudinaria, algo complicado en un país donde el reconocimiento, en ocasiones, tiene que venir contado desde fuera de nuestras fronteras. Pero Llopis se lo ha ganado, y hay un par de composiciones en el disco que se pueden quedar especialmente en la memoria: "Jane" es un delirio poético, una belleza de maravillosa sencillez donde el piano eléctrico se funde con flautas, violonchelo y contrabajo en una especial sensibilidad y poesía al servicio del espectáculo 'Tarzán'; además, "The milky way (l'espai)" -que fue incluido en el recopilatorio "Música sin fronteras vol.III"- tiene una especial gracilidad en su lenguaje tintineante, sobre el que reposan unos espléndidos arreglos orquestales que la hacen especial, esa 'música con alma' que reclamaba en su día el propio autor, y que unida a lo visual de la danza, se convierte en un espectáculo digno de contemplar y escuchar.

Desde los noventa, cuando fue publicado "Las noches y los días", Llopis ha continuado trabajando con Ananda Dansa. Como fuera que aquella recopilación primaria nos dejara con ganas de más en nuestra degustación del minimalismo ambiental de Llopis, nos podemos alegrar especialmente de la publicación en 2008 del CD "Alma", plasmación en CD de la música para el espectáculo del mismo nombre, en el que Ananda Dansa realizaba una revisión de sus 25 años de historia. Seguro que los que no acudimos con regularidad al teatro o a los espectáculos de danza -en muchas ocasiones por desconocimiento o porque no se acercan a nuestras ciudades- nos estamos perdiendo no sólo unos eventos culturales posiblemente interesantes, sino también lo que aquí nos ocupa, una música deliciosa, de un compositor peculiar y distinguido que ha sabido encontrar su camino absorbiendo influencias contemporáneas, mediterráneas y minimalistas, entre otras. Para los muy interesados, les queda la difícil tarea de encontrar los vinilos de "Destiada", "Homenaje a K" o "Crónica civil", así como conseguir sus discos compactos y por supuesto, disfrutar de vez en cuando con "Las noches y los días".

2.10.06

DAVID LANZ & PAUL SPEER:
"Natural States"

Si bien su música es fácilmente identificable, no cabe duda de que su aspecto lo es más: David Lanz es un pianista norteamericano de larga melena albina, que desde que abandonó el rock y el jazz para dedicarse a la música instrumental de piano comenzó a cosechar éxito tras éxito en el recién inaugurado mundillo de la New Age. Cuando Billboard inauguró su apartado dedicado a este tipo de música fue él quien irrumpió al número 1 gracias a un oportunista pero a la vez grandioso "Cristofori's Dream". Corría el año 1988 y la compañía Narada Productions hacía varios años que había descubierto el filón de David Lanz, y es que aquel no había sido ni mucho menos el primer disco de este virtuoso de Seattle, que inauguró su faceta de solista de piano con "Heartsounds" y "Nightfall". Sin embargo Lanz tiene otra cara, en la que aparta su romántico piano para, junto a su colega Paul Speer (productor, ingeniero y guitarrista de Idaho), explorar otros caminos más electrónicos.

El propietario de un estudio de Seattle presentó a David Lanz y Paul Speer en 1980, y algo surgió entre ellos, así que pronto comenzaron a hacer música para publicidad y televisión, la verdadera semilla de "Natural States". Speer fue además el productor de los primeros trabajos del pianista en solitario: "Estoy como en la silla del capitán. También soy ingeniero de todo, pero en realidad es una especie de colaboración en la producción (...) He estado en la escuela de música, así que he estudiado arreglos y orquestación, y eso ayuda a poner nuestra música en conjunto, pero a David se le ocurren muchas ideas musicales realmente geniales". El binomio Lanz/Speer era de una gran conjunción y "Natural States", publicado en el año 1985, es sin duda un disco completo, un auténtico clásico de la New Age. Desde el primer instante y en todo su minutaje se tiene la sensación de estar ante un trabajo especial, una de esas joyas llenas de alegría, conseguida a través de una base melódica de piano y teclados, con el acompañamiento de la guitarra eléctrica, que en ocasiones toma el bastón de mando. La producción, del propio Speer y con el toque de calidad del sello Narada (con las colaboraciones de Neal Speer -hermano de Paul-, James Reynolds y el destacado flautista alemán Deuter), hace el resto. El corte principal del disco, "Behind the Waterfall", es una de esas tonadas que todos podemos recordar y silbar (incluso hace muy poco acompañaba a las noticias del tiempo en una televisión española), una auténtica delicia introducida con la flauta dulce de Deuter, mecida por un suave ritmo programado, y bendecida por una bella melodía para cuya ejecución se alternan teclados y flauta. La radiodifusión de "Behind the Waterfall" -que fue vendida también en single de vinilo junto a "Miranova"- hizo sin duda superventas a "Natural States", pero al escuchar el trabajo entero nos encontramos con una obra que no adolece de la presumible 'blandura' que se puede achacar al escuchar ese primer single y al referirnos a este tipo de música y a un intérprete como Lanz. El álbum emana frescura en todas sus composiciones, comenzando por "Miranova", un comienzo bastante enérgico que marca un  nuevo camino en la trayectoria de un autor que hasta la fecha había despuntado en la faceta del piano new age en solitario. "Faces of the Forest" es una calmada composición en dos partes, en un estilo melancólico dominado por el piano de Lanz (de hecho es un rescate del álbum "Nightfall", publicado sólo un año atrás, con un nuevo y seductor tratamiento), llegando acto seguido la comentada "Behind the Waterfall". Tras un pequeño y calmado interludio con "Mountain" llegan dos temas que se salen un poco fuera de la fórmula que parecía iba a dominar el plástico; la explicación es sencilla, y es que son las dos composiciones de Paul Speer en el mismo (junto a la coescritura del tema de inicio, "Miranova"), en un estilo propio, huyendo de la melodía fácil -aunque sin entrar en riesgos excesivos- con un interesante cariz ambiental y duración no tan acortada: "Allegro 985" es de lucimiento para la guitarra de Paul, con una gran atmósfera y percusión, y "Lento 984" se basa en la repetición de una pequeña y dulce tonada con variaciones de los instrumentos o samplers utilizados, de los teclados a las guitarras pasando por los vientos, en una conjunción muy placentera. Volviendo a las canciones melódicas, "Rain Forest" es otro gran acierto de ese estilo algo simple pero absolutamente efectivo, una hermosa cancioncilla de fácil radiodifusión, siguiendo la linea marcada por "Behind the Waterfall". El disco culmina con otro tema más étereo, "First Light", que acaba de evidenciar que la música de David Lanz y Paul Speer es, aparte de agradable, muy visual, tanto como para que "Natural States" y su segundo trabajo, "Desert Vision" -muy similar a éste y también con canciones muy recomendables y recordadas- se crearían dos video-álbumes -dos películas, realmente- con imágenes de la naturaleza dirigidos por un especialista, Jan Nickman, ganador de un premio Emmy, y definido por Lanz y Speer como una fuerza vital para sus trabajos en dúo. De hecho, las músicas creadas por Lanz y Speer fueron sus bandas sonoras). Nickman fue co-fundador de Miramar Images, y las ventas y críticas de las películas fueron buenas, de más de 100.000 copias en el caso de "Natural States". Nickman y Lanz volverían a colaborar dos décadas después (en "Living Temples" y "Sacred Earth"), y mientras tanto el director trabajaría con otros nombres ilustres de la new age como Tangerine Dream ("Canyon Dreams"), James Reynolds ("The Mind's Eye", film pionero en la animación por ordenador), Jonn Serrie, David Arkenstone o Paul Haslinger. 

David Lanz es uno de los músicos más identificativos del movimiento New Age, por el estilo de sus composiciones, por la época en la que despuntó y por las inmensas ventas que generaron sus álbumes, una discografía que continúa ofreciendo con energía bien entrado el siglo XXI. Este norteamericano declaró en cierta ocasión: "Lo que he hecho en realidad ha sido realizar mi sueño", y aunque hayan quedado lejos sus grandes éxitos (temas inmortales como "Cristofori's Dream", "Behind the Waterfall" o "Eagle's Path"), no cabe duda de que el sueño sigue vivo, pero ante todo en aquellos antiguos y recordaos trabajos que conviene rescatar de vez en cuando, ya sea en solitario o, como en este caso, junto a su colega Paul Speer.