22.9.15

HIMEKAMI:
"Ihatovo Hidakami"

De un tiempo a esta parte, la enorme importancia que han adquirido los medios de comunicación ha posibilitado que lo que antes era muy lejano, casi imposible de acceder, ahora esté a un solo click del ratón, más allá de kilómetros, idiomas y fronteras. Por eso ahora conocemos con total fiabilidad las discografías de músicos lejanos y exóticos, pero sólo hace unas décadas nadie fuera de Japón sabía quién era Yoshiaki Hoshi y por lo tanto Himekami, grupo de culto en su país que al fin traspasó fronteras gracias a la recopilación "Moonwater", distribuída en Estados Unidos por Higher Octave Music y con edición española a cargo de Sonifolk/Lyricon. Dicho sello se encargó de la difusión y traducción a nuestro idioma de las nuevas obras de la banda nipona, comenzando por un sosegado trabajo de 1990 (que llegó a España en 1991) de título "Ihatovo Hidakami", en cuyo interior se explicaba: "En Ihatovo Hidakami se encuentra el origen de Japón, que nunca acabará de contarse". Es altamente destacable la forma en la que dos músicos japoneses tan parejos pero a la vez tan distantes y personales, como Yoshiaki Hoshi y Kitaro, quisieron tratar el mismo año 1990 la historia de sus orígenes. Hoshi (Himekami) se amparó en la poesía y en una supuesta sencillez inspirada por la naturaleza, mientras que Kitaro utilizó una mayor complejidad instrumental para abordar las leyendas ancestrales de su tierra en otro inmenso álbum de título "Kojiki".

En el caso de Himekami, la interacción entre la propia imaginación del músico y los mitos colectivos del país nipón, generaron una realidad artística que iba más allá de la propia música para alcanzar un extraordinario nivel poético, lográndonos trasladar mentalmente a los paisajes inmemoriales a los que rendía pleitesía, como inspirado por antiguos alientos. Hidakami (también conocido como Kitakami) es un lugar del norte de Japón, en la prefectura de Iwate, varios kilómetros al norte del lugar de nacimiento de Yoshiaki Hoshi, la ciudad de Wakayanagi (Kurihara), en la prefectura de Miyagi. La de los Hoshi con Iwate es una historia de amor, allí instalaron su residencia y lugar donde compusieron sus éxitos, y también allí (en Takizawa, concretamente) nació su hijo Yoshiki, que actualmente mantiene el nombre del grupo tras la muerte de su padre. Es evidente que se trata de una zona que los Hoshi conocían a la perfección y quisieron reverenciar en este trabajo, tanto a través de una preciosa música como de un completo libreto ilustrado con bellas fotografías naturales, cada una de ellas presidida por un idílico pie de foto. Con aspecto de haikus (breves poemas japoneses de tres versos, basados en la emoción que produce la contemplación de la naturaleza), se trataba de poemas en los que se hablaba de ese lugar del norte de Japón llamado Hidakami, donde el sol, el viento o el bosque son elementos tan profundos y espirituales como la memoria de sus gentes, que alcanza los siete mil años. La música presentada por Yoshiaki y Etsuko Hoshi en este álbum de sonido complaciente, relajado, se apropiaba de la magia del paisaje, de la insondabilidad de las viejas leyendas y de la cercanía y felicidad de sus pobladores, en su paleta abundaba el colorido, del azul del cielo y de las aguas, al verde de los árboles o el rojizo de los atardeceres. En "Katayuki kanko shimiyuki shinko" podemos notar cómo toda la naturaleza se va desperezando, cómo el sol llega poco a poco a cada rincón del bosque y el nuevo día hace acto de presencia, derivando en un pequeño himno pleno de sencillez, una música tan inocente que parece hecha para alguno de los films animados de la época dorada de Disney. De hecho, "Tsuriganesouwa asano kaneo takaku narasi" ('La flor campanilla tintinea fuertemente por la mañana') podría asemejarse a una nana, por su suavidad y una cierta carga infantil, una humilde belleza flotante. También infantil pero muy eficiente es "Sanjyunen toiu kiirona mukasi" ('El color de 30 años convertido en sepia'), otra divertida tonada juguetona, saltarina, destacada en el trabajo, si bien no tanto como "Kaze no manto" ('El manto del viento'), posiblemente el tema estrella del álbum -junto al que lo cierra-, una hermosísima demostración de lo que Hoshi era capaz de ofrecer, extrayendo de muy dentro sonidos que conectan con la más profunda esencia del oyente. 'El manto del viento' mantiene durante un minuto un carácter ambiental, para encontrar entonces una exultante melodía de teclado aflautado, igual de apacible pero con mayor intensidad. También "Tsumekusano akari" / "Ano Ihatovo no sukitohtta kaze" ('Aquel transparente viento de Ihatovo') es otro corte afortunado, melodía ondeante que se desarrolla in crescendo durante mas de 8 minutos, un ensueño bucólico en el que árboles, plantas y animales se enzarzan en un ballet mágico. Composiciones relajantes adornan el resto del álbum, la suite "Kouseino sorano nohara" ('El campo bajo el cielo azul') / "Kentaurusai" ('La fiesta de Kentauro') / "Hontou no saiwai" ('La verdadera felicidad') presenta ciertas reminiscencias clásicas chinescas, "Numabatakeno oriza" ('Oriza en la ciénaga') es como un Debussy japonés, y una nueva suite, "Oozonaro taki" ('La cascada del cielo') / "Kuromojino kino nioi" / "Yukiwa aojiroku akaruku mizuwa rinkouo age" ('La nieve está pálida y el agua fosforescente'), parece una auténtica sinfonía natural. La capacidad evocativa, presente en este trabajo, de la música de Himekami ha provocado que durante su trayectoria varias de sus composiciones hayan servido para acompañar imágenes de documentales ("Kaido") o películas ("Tohno monogatari"), además de servir de sintonía para cabeceras de programas de la NHK y la TBS. De igual manera, "Ihatovo Hidakami" concluye con una suerte de sintonía, "Aoi kurumi" ('La nuez azul'), una dulce melodía de semblanza folclórica, que sin llegar a impresionar sí que se puede respirar y disfrutar. Discurriendo por caminos de aparente simplicidad, la beldad de las armonías y ambientes de "Ihatovo Hidakami" embelesa sin llegar a aburrir, la delicadeza de los teclados inunda de belleza cada composición, y las dotan de aspecto natural, en absoluto sintético, gran virtud de un grupo que se inspiraba preferentemente en la naturaleza, y cuyas pretensiones eran ni más ni menos que reflejar en su música lo increíble, maravilloso y en ocasiones indescriptible, de los paisajes, cielos, aromas, flora o fauna de Japón. Y por lo general, lo conseguían.

Apacible, balsámico, infantil por momentos, o al menos enmarcada en un tipo de sonido para todos los públicos, esta obra es un sencillo cuento que consigue algo tan complicado como narrar la belleza, logrando de paso una belleza doble, la comunión de paisaje y música, a través de ambientales haikus musicales, serenos, discretos, pero absolutamente emocionantes. Como su propio país, Hoshi representaba perfectamente esa dualidad entre lo antiguo y lo nuevo, lo ancestral y lo tecnológico, lo natural y lo artificial. Bien construida y encauzada, la vivencia en armonía de ambas realidades generó un producto embriagador, que lamentablemente no parece haber tenido una continuidad aceptable tras la muerte del maestro, en su propio hijo Yoshiki. Nos quedamos, entonces, con esa estupenda discografía que afortunadamente, en cuanto a los años 80, hemos podido degustar a través de completos recopilatorios ("Moonwater", "Snow goddess", "Lo mejor II" -que incluía dos composiciones de "Ihatovo hidakami") y, ya llegados a los 90, por medio de ediciones con traducciones a nuestro idioma de álbumes como "Zipango", "Homura" o "Ihatovo Hidakami".

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6.9.15

NICHOLAS GUNN:
"Afternoon in Sedona"

Al contemplar, en vivo o en fotografía, la riqueza paisajística de desiertos como el de Sedona, en el estado norteamericano de Arizona, se presume lo fácil que debería resultar para un músico sentirse inspirado por su belleza e inmensidad. Artistas tan distintos como Steve Roach, Ken Davis o Chris Spheeris se han sentido atrapados por esas formaciones rocosas de arena rojiza que rodean la ciudad de Sedona, en las cercanías del parque nacional del Gran Cañón. El flautista inglés -afincado desde su juventud en los Estados Unidos- Nicholas Gunn, es otro de los músicos que plasmó en CD sus impresiones al respecto de este desierto rojo y de la espiritualidad que emana del lugar, así como su homenaje hacia las tribus nativas americanas, Sinaguas, Yavapis y Apaches, que habitaron tan prístinos paisajes hasta que acabaron siendo recluídas en la reserva india de San Carlos, al sudeste de Arizona. Su recuerdo llevó por titulo "Afternoon in Sedona" y lo publicó el sello de Sausalito (en la bahía de San Francisco) Real Music en 1993.

Para sacar a la luz sus primeras composiciones tras las negativas de las discográficas a las que había enviado sus maquetas, Gunn tuvo que recurrir a la autoedición de "Afternoon in Sedona" en 1992, e incluso obtuvo un buen reconocimiento gracias a algunas emisoras independientes y a varias cadenas de tiendas de artículos naturales que también vendían músicas de relajación y New Age, como Natural Wonders o The Nature Company. El carácter minorista de esta primera grabación de "Afternoon in Sedona" no evitó que Real Music mostrara interés en su reedición, aunque en un primer momento había sido uno de los sellos que había obviado las propuestas de Nicholas. El CD, reeditado con merecimiento en 1993, logró un cierto éxito, si bien fue su segundo trabajo, "The sacred fire", el que alcanzó el top 10 en las listas de ventas de New Age de la revista Billboard, una categoría con la que el músico no estaba de acuerdo, prefiendo el término World Music o Instrumental Music. "Afternoon in Sedona" posee una encantadora inocencia, transmite paz, incluso amor o pasión, sentimientos que inspiran a este músico tanto como los grandes paisajes. De inicio sorprende con el corte homónimo, una divertida tonada de ritmo animado donde la flauta ya toma el lógico protagonismo. Algo mas elaborada y con una delicada dosis de fantasía se presenta "The traveler", donde el flautista propone que aprendamos de lo que 'el viajero' puede contarnos, y para completar una estupenda terna inicial, "Sedona rising" es una composición mas aventurera, si bien con la sutileza propia de este hábil intérprete que festeja aquí los cambios estacionales. Aunque la flauta sea en todo momento el elemento principal, es destacable el carácter multiinstrumentista de Nicholas Gunn, que interpreta en el disco flauta, violín, percusión, piano y sintetizador. Alex Acuña y Auzzie L. Sheard III colaboran en la percusión, y Bill Cobb con las guitarras. Ya en el comienzo del álbum destacan especialmente las percusiones, y es que no hay que olvidar que un Nicholas adolescente, ya afincado en Los Angeles, aparcó la flauta un tiempo para dedicarse a la percusión. También hay que prestar atención a los teclados, que adquieren especial relevancia en "Medicine wheel" -de un eficaz sinfonismo que representa 'las emociones cotidianas sentidas por los indios cuando adoraban al poder curativo dentro del equilibrio creado en sus vidas en Sedona'-, "Moondance" -una danza a la luz de las estrellas dotada de burbujeante magia- y "Voyage of the butterfly". Al contrario que la mayoría de las canciones más recordadas, que adquieren notaciones tribales, esta última está poseída por una gran dosis de romanticismo, si bien la composición más destacable en ese sentido es la que Nicholas dedicó a su esposa, "Michelle's theme", que le recordaba en todo momento lo delicado que podía ser el amor. Toques épicos se advierten en "Dance of the eagle", y sonidos naturales ayudan a crear atmósferas nativas en "Fading from existence" (sobre la sabiduría de la naturaleza) o "Qomolangma" (el nombre tibetano del monte Everest). En general se trata de un trabajo sencillo y encantador, que suple su limitada profundidad con una buena dosis de espiritualidad y bellas melodías denominadas por la crítica como neo-primitivas, y que evidencia el dominio de los instrumentos de viento de este multiinstrumentista nacido en Rochester. En un afán creativo que le lleva a controlar cada faceta de su música, Nicholas es, además de compositor e interprete, el productor de sus propios trabajos, como de este álbum de debut en un mundo, el de la música instrumental, al que quiso acceder tras admirar la obra de sintesistas como Jean Michel Jarre o vangelis, y descubrir sus enormes posibilidades.

Nicholas Gunn propuso en "Afternoon in Sedona" una colección de juegos de viento, teclado y percusión de meliflua sencillez, tal vez inocencia, pero de gran acierto en el sentimiento y en la manera de concentrar sus intenciones espirituales en el pueblo indígena americano, pues parte de la esencia india se encontraba en la mayoría de los cortes del trabajo, a los que imprimía una gran fuerza tribal. Basado en un tramo inicial fabuloso, deslumbrante por momentos, se trató de un primer disco prometedor, una potente irrupción en el mercado de la New Age de este artista que continúa activo sin descanso y con solvencia, si bien su popularidad, como la de la mayoría de las estrellas de este tipo de música, ha ido menguando con el paso del tiempo. En estos estupendos y exitosos inicios, quedó deslumbrado por la belleza sin igual de los paisajes de Arizona, que intentó convertir en una música profunda y hermosa: "No hay mapas de carreteras en esta tierra, las únicas direcciones son aquellas que parten del corazón".