14.2.10

BILLY OSKAY & MÍCHEÁL Ó DOMHNAILL:
"Nightnoise"

Donegal es un condado irlandés de los denominados 'gaeltacht', es decir, de habla mayoritariamente gaélica. Ese es el origen de Mícheál O Domhnaill y la base sobre la que asentó su música. Su primer grupo con repercusión -después de otros experimentos como Skara Brae o Monroe- fue la exitosa The Bothy Band, una banda surgida por casualidad cuando el acordeonista Tony McMahon organizó un concierto para el que reclutó a Mícheál y a su hermana Tríona, además de a Donal Lunny, Paddy Keenan, Paddy Glackin y Matt Molloy; Seachtar ('siete') fue el nombre improvisado que acabó derivando a The Bothy Band cuando el éxito forzó la continuidad de este dinámico e influyente grupo de los setenta. La 'crisis de identidad' en los territorios celtas se unió a la 'fiebre celta' en los Estados Unidos en los 80, por lo que los hermanos O'Dohmnaill emigraron a puntos tan distantes del país americano como Portland (Oregon) Mícheál, y Carolina del Norte Tríona, donde recobraron el éxito y consiguieron vender muchos más discos que en su propio país. Mícheál, que giraba habitualmente con el violinista Kevin Burke (con el que había publicado dos espléndidos discos de música irlandesa, "Promenade" y "Portland"), conoció una noche de 1979 a otro violinista, Billy Oskay, que tocaba jazz swing (con elementos de Django Reinhardt y Stéphane Grappelli) en un local llamado 'Brasserie Montmartre'. Oskay invitó al guitarrista a tocar con él para la grabación de una performance que le habían encargado, y enseguida se dieron cuenta que tocando juntos, violín y guitarra, la música fluía con naturalidad, así que grabaron en el estudio de la casa de Billy una demo que acabó llegando a finales de 1983 hasta William Ackerman, fundador de Windham Hill Records: "Creo que estábamos haciendo la banda sonora de 'Country' en ese momento y Tom Bocci nos dijo 'hey, escuchad, tengo esto que podría interesaros', entonces dijimos 'Dios, hay algo aquí que resulta muy familiar, y él dijo, 'bueno, ¿conoces a The Bothy Band?', y dije Dios, genial, me encanta, consígueme más. Y de ahí viene Nightnoise, de mi amor por la Bothy Band". Windham Hill Records publicó el álbum titulado "Nightnoise" en 1984.

Nacido en el estado de Nueva York, Oskay estudió violín desde los siete años (incluso en la Academia Internacional de Música de Palma de Mallorca), especialmente dada la condición de su padre, William F. Oskay, importante fabricante de violines (en este álbum, Billy toca un violín y una viola construidos por su padre). Con él, Mícheál encontró un nuevo incentivo en su producción musical, que quería conducir a soslayo de lo estrictamente tradicional, por lo que a su público le creó una clara incertidumbre, pues no parecía dirigirse en concreto ni hacia el folk americano ni hacia el celta. Muy rítmico (pero sin llegar a utilizar melodías de baile celtas (reels, jigas o polkas-), extremadamente agradable, este álbum que fue grabado en 1983 en el estudio de la casa de Oskay en Portland es un remanso de paz estrictamente instrumental, donde guitarra y violín se funden en un solo instrumento que a la vez lleva el ritmo y ejecuta la melodía, una conjunción excepcional por su nula trayectoria como dúo. En una envoltura con rasgos populares y contemporáneos, se dejan ver influencias jazzísticas aunque agazapadas, esperando un momento que no acabó de llegar en el futuro por una clara derivación hacia el folclore de raíz irlandesa, si bien el futuro miembro Brian Dunning aportó un nuevo pequeño acercamiento al jazz. En este sentido, este disco es un antecedente del grupo Nightnoise no sólo en el nombre, sino en todas sus características esenciales. El típico y austero diseño de Ann Robinson para Windham Hill se complementa con una obra de Steve Harper, fotógrafo de renombre de estampas nocturnas y encabezado inmejorable para este trabajo, que sirve de homenaje a los sonidos del final de la tarde, sonidos con los que empieza el primero de los temas, "Nightnoise", melódico y rítmico, un jazz suave con aroma americano que como tema de presentación es perfecto. "Nightnoise" es además una de las dos composiciones (ambas compuestas por Billy Oskay) en las que los dos músicos interpretan únicamente violín y guitarra; la otra es la dulce "Duo", de corte clásico con movimiento muy folk, otro primoroso ejemplo de conjunción. En "The 19A", la primera gran melodía del grupo, plena de fuerza y permanente en el tiempo, comienza el aroma irlandés, ya que esa es la línea de autobuses de dos pisos que cruza la ciudad de Dublín. Evidentemente está firmada por Mícheál O Domhnaill, del que encontramos otras dos composiciones inolvidables en las que nos regala además su propia interpretación del piano, la flauta irlandesa y el harmonio: "Bridges" (un recuerdo a los muchos puentes que cruzan en río Willamette en Portland, con una magistral conducción de guitarra para un conjunto delicado en el que todo encaja a la perfección, en una ambientación bastante clásica de matices variopintos) y "The Cricket's Wicket" (otra clamorosa demostración de intenciones con un elevado toque neoclásico, que pone fin al álbum a modo de himno irlandés). Esta última es tal vez la composición de este álbum que mejor perduró en los conciertos de la banda. La rítmica "False Spring" (con Oskay al piano, desplazando a su propio violín a un papel secundario), "City Nights" (canción más cercana al jazz, incluso al tango, con retazos de aquí y de allá) o "After Five" (ese momento, pasadas las cinco, en el que se acerca de nuevo la noche y su magia) son otras piezas destacadas de un trabajo maravilloso e imprescindible. Al igual que el título de álbum "Live at Montreux" de Darol Anger, Barbara Higbie, Mike Marshall, Todd Phillips y Andy Narell, dio nombre al grupo Montreux para futuros plásticos en Windham Hill, Nightnoise se implantaría definitivamente como nombre del grupo a partir de aquí, algo mucho más fácil que encabezar cada álbum con 'Mícheál O Domhnaill, Billy Oskay, Tríona Ní Dhomhnaill and Brian Dunning'.

El hueco de esta banda americana-irlandesa en una compañía como Windham Hill fue bastante particular, abriendo el abanico como únicos representantes de la corriente celta, un estilo que sus competidoras más destacadas en el campo de lo conocido popularmente como New Age (ya que otras como Green Linnet apostaron de manera maravillosa por lo celta desde 1973) iban a empezar a cultivar con más o menos fortuna desde finales de la década, publicando en ocasiones remedos de ritmos celtoides; Narada apostó por John Doan o David Arkenstone, Hearts of Space por Bill Douglas o, más adelante, Mychael Danna o Joanie Madden, Celestial Harmonies se abrió a lo celta-medieval con Therese Schroeder Shecker (que también había grabado en Windham Hill); en Private Music, Global Pacific o Music West, ni rastro. Aun estando a medio camino de su auténtico sonido, Oskay y O Domhnaill fundieron dos tradiciones y les otorgaron una nueva personalidad, colorista, vital, de indudable calidad (tanto de composición como de grabación) y con un aletargado sentimiento irlandés en un envoltorio americano, una suave y aromática mezcla de elementos folclóricos aderezados con un cierto gusto clásico, vistiendo de espíritu celta el variopinto paisaje de Oregón o de esencia jazzística los verdes campos irlandeses. Como posteriormente harán Alasdair Fraser y Paul Machlis, la reunión de un emigrante de país celta y de un músico americano iba a generar una avalancha incontrolable de música de una calidad asombrosa. Para presentar el disco en directo en la primavera de 1985, su primera reacción fue contratar a un pianista y un segundo violinista, si bien al darse cuenta de que el grupo iba a tener una segura continuidad y de que necesitaban una mayor instrumentación, Mícheál le propuso el puesto de teclista a su hermana Tríona, y dieron paso al sonido de un viento, la flauta de un discípulo de James Galway, el inquieto -también irlandés- Brian Dunning. Con ellos el folclorismo mejoró y la voz -que aún tardaría en llegar- acabó por compensar el conjunto, pero de esta primera unión quedaría para la historia un nombre: Nightnoise.

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7.2.10

HIMEKAMI:
"Zipangu"


Para cualquier devoto de la música instrumental, y en general para todo el que admire el sonido de los sintetizadores, el nombre de Himekami debería ser un referente, al menos en una vertiente melódica, de atmósfera agradable y ambientalidad oriental. La música de este grupo nipón es por lo general tan mágica y fantasiosa como las portadas de sus discos, la poesía de su sonido, basado primordialmente en los teclados ("los sintetizadores son el mejor medio que he encontrado para lograr los sonidos más antiguos, más respetuosos con la tradición", decía su fundador), invita a sobrevolar los milenarios paisajes japoneses en que se inspiraba Yoshiaki Hoshi, un músico vitalista y avanzado pero a la vez profundamente enraizado en su tierra y sus inmortales tradiciones. Sus grandes obras de los 80 quedaron de sobra recogidas, reverenciadas incluso, en dos recopilaciones de excepción (en especial para el pobre occidental, desconocedor de este genial artista tan inaccesible en esa época), "Moonwater" y "Snow goddess", además de otra algo inferior pero también interesante, "To i kaze", que fue comercializada en 1995 en España con el desafortunado título de "Lo mejor II", y que incluía ya temas de trabajos que en los comienzos de la década de los 90 se encargó de distribuir en nuestro país Sonifolk/Lyricon, como "Ihatovo hidakami" o el que nos ocupa, "Zipangu" (conocido también aquí como "Cipango"), publicado en Japón -Pony Canyon-, Estados Unidos -por Higher Octave Music con portada diferente, igual de idílica aunque más oscura- y España en el mismo año 1993.

Yoshiaki Hoshi fue en "Zipangu" fiel a ese estilo que había desarrollado con enorme éxito en Japón en los 80. Melódico y ambiental a partes iguales, notas cautivadoras se superponían a percusiones que podían girar de un estilo más electrónico cósmico a otro más acorde con la tradición (colaboró en varias ocasiones con el afamado percusionista Yas-Kaz, nacido en Miyagi, como el propio Yoshiaki). Es en este disco en uno de los que más y mejor se puede respirar esa magia ancestral, ya que Cipango o Zipango es el nombre con el que en Europa se conoció a Japón desde la Edad Media. Las melodías fluyen de manera angelical con generosa gracia oriental, y el paisaje de color pastel así invocado contiene un cariz altamente evocador, no exento en ocasiones de un aura de infantil inocencia, que no desluce en un conjunto preciso y sin duda preciosista. Como tema de inicio, "El viento en vasta circulación" llama poderosamente la atención e incita a seguir escuchando, siendo como la canción de cabecera de un documental con pretensiones, como algunas de las bandas sonoras firmadas por Hoshi. En ese sentido, "Las transparentes olas, siempre tan azules" se limitaría a acompañar imágenes, sin destacar, cometido que sí que consigue "Los luminosos mares del sur", elegante muestra de esencia terrenal con aroma japonés muy tarareable. En general se puede respirar un sencillo amor hacia la tierra en la dulzura de muchas composiciones, como "El Dorado, al este" o "El blanco despertar del cielo", mientras que otras son más activas y atmosféricas, como "Historia de oro y plata", cuya percusión inicial nos introduce en una aventura llena de sorpresas, en la que incluso suenan las cuerdas de Junpei Sakuma (que se encargaba de violín, guitarra y buzuki). "Fosforescencia" es otro de los títulos destacados, una emergente melodía con algo de Debussy -músico cuya esencia siempre acababa apareciendo en la música de Yoshiaki-, un innegable y maravilloso lirismo en un sencillo acabado sin percusión ni efectos. Pero sin lugar a dudas la composición estrella del álbum es la que lo cierra, un majestuoso tema de gozosa intensidad creado para la ceremonia inaugural del Campeonato Mundial de Deportes Alpinos celebrado en febrero de 1993 en Morioka, en la adorada por Hoshi prefectura de Iwate. Como director musical del evento, Yoshiaki y su esposa interpretaron varias composiciones que luego serían incluídas en "Zipangu", entre ellas este espectacular cierre del disco en el cual todo es perfecto, la atmósfera, la percusión, la melodía, en definitiva la intención y la calidad innata de este artesano del sonido que consiguió en este "Tema de Cipango" una de sus grandes piezas. De hecho, en la esperada gira de conciertos que realizó por España en abril de 1993 (junto a los percusionistas Yamaguchi drums), ésta fue la pieza final y broche de oro de los espectáculos.

La de Himekami era una música vital, luminosa, y en comunión con una naturaleza con la que convivía en perfecta armonía. Un fugaz repaso a algunos de los títulos de sus grandes éxitos (dejando aparte los que se acaban de exponer en "Zipangu", también clarificadores) confirma este punto: "Hacia las nieves azules", "Las dunas de Tosa", "La llama de la tierra", "El mito del cisne", "En el ojo del pájaro", "El manto del viento" o "Festival para una brisa de primavera" (traducciones fieles a nuestro idioma, gracias a Lyricon, de títulos nipones) son demostrativos de cuál era la temática mayoritaria en sus trabajos. Posiblemente fueran la tierra, el mar y el aire los que dictaban las melodías a Yoshiaki Hoshi, que desde 2004 descansa en la tierra que tanto amó, siendo su hijo, Yoshiki Hoshi, quien tomó el relevo de Himekami como 'segunda generación' de este grupo irrepetible.

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