29.4.07

DEAD CAN DANCE:
"Within the realm of a dying sun"

Dead Can Dance son uno de esos extraños ejemplos de grupos a los que el paso del tiempo, lejos de sumirlos en un triste olvido, ha revitalizado y continúa elevándolos al lugar que merecen en el panorama musical, aún habiendo vivido un letargo del que despertaron tras muchos años de silencio. La esencia de su música procede de un inframundo donde los muertos pueden bailar, es decir, donde pasado y presente se funden en una comunión perfecta, desafiando, con sus voces heréticas, a la esencia misma de la naturaleza humana. De tan particular, extraño y cambiante que resulta, este sonido es casi inclasificable, constituyendo su propio estilo, que antes de tomar elementos de las músicas del mundo se acercaba a lo gótico, como sucede en el disco aquí comentado. Sin embargo, una ligera escucha de su música desvela los elementos decisivos que la acercan a un público numeroso y variopinto: la escogida instrumentación, el uso especial de las voces, el halo de misterio que desprenden, y sobre todo la búsqueda estética, la huida de los convencionalismos del rock y el pop para innovar hacia caminos que en esa época estaban totalmente abiertos ("desde nuestra creación en 1981 hemos rechazado englobarnos dentro de las tendencias musicales menos exigentes, adoptando tradiciones musicales diversas y adaptándolas a nuestras propias necesidades, causando a menudo la consternación a aquellos que intentan clasificar nuestra música").

Pesimista, tenebrosa, incluso apocalíptica, así se percibe esta grandiosa música destilada por Brendan Perry y Lisa Gerrard. El primero, anglo-irlandés criado en Australia, aporta la esencia folk derivada hacia la electrónica y una gloriosa poesía romántica. La segunda, nacida en Melbourne, se nutrió de la multiculturalidad desde su infancia por su familia -también emigrantes irlandeses- y entorno, influencias celtas, árabes y mediterráneas que a la larga ha aportado a su música, tanto en Dead Can Dance como en solitario. Las canciones de este disco, publicado en 1987 por 4AD, el sello de rock alternativo que les acogió cuando emigraron a Londres, van más allá de la letra o de la música, parecen conectar con otra realidad, de tal manera que definitivamente, al final es inevitable quedarse atrapado en su sonido, de hecho la capacidad hipnótica de algunas de las piezas hace que su duración se antoje realmente corta. La nueva mentalidad de un grupo que firmó su homónimo álbum de debut tres años atrás provino de una concienciación de cambio estético, a partir de la cual se trabajó casi de manera experimental en base a formas clásicas y folclóricas, así como una instrumentación distinta a la habitual de guitarra, bajo y batería, con la incorporación de cuerdas y metales. "Within the realm of a dying sun" contiene en su escasa duración un desarrollo específico, totalmente buscado por Lisa y Brendan, por el cual nos encontramos con una primera parte dominada por la voz de Brendan Perry, para que Lisa Gerrard tome el relevo en la segunda. En cierto modo parece existir un camino que nos conduce de la oscuridad hacia la luz, con un seguro significado de renacimiento. La parte de Brendan es misteriosa, inquietante, dominada por los teclados, fondos de violines y chelos, y unos fabulosos vientos entre los que destacan, en esa búsqueda de distinta instrumentación, el trombón, la tuba y la trompeta. Aparte del místico corte instrumental, "Windfall", tres son esos soberbios temas cantados por Perry: "Anywhere out of the world", "In the wake of adversity" y la excepcional "Xavier", una de las cumbres del disco. A partir de aquí, y con la entrada de una fanfarria, le llega el turno a la terrenalidad de la voz de Lisa Gerrard marcando el camino venidero de la banda, pues estos cuatro temas restantes se desarrollan entre lo medieval ("Dawn of the iconoclast"), oriental ("Cantara"), religioso ("Summoning of the muse") y étnico ("Persephone"), en un total eclecticismo. "Cantara" es, junto con la mencionada "Xavier", lo mejor del trabajo, una genial base instrumental de cuerda (el salterio, vistoso y de sonoridad medieval) que acaba siendo acomodo de un hipnótico ritmo típicamente oriental, constituyendo una de las grandes canciones del grupo y plato fuerte de sus directos. Varias de las canciones de este disco han sido versionadas o algunos de sus extractos sampleados por grupos de rock gótico, folk o música electrónica.

El aire tétrico que le otorgan los metales, el romanticismo de su primera parte, lo enigmático de sus voces, incluso el panteón de la portada del álbum (de la familia del naturalista François-Vincent Raspail, en el cementerio parisino de Père-Lachaise), van en concordancia con el nombre del grupo, aunque como éste, sólo son instrumentos para encubrir una forma única de asociar música y emociones. Ellos marcaron un camino a seguir, y no son pocos los grupos que los reverencian y que intentan imitar su experimentación y ese camino hacia un mundo interior que curiosamente es también universal. Así son Dead Can Dance, un grupo atrapado en otro tiempo, anclado musicalmente en un pasado entre medieval y tribal, en una polivalencia que roza lo mágico. Si desconocéis su trabajo, es inevitable que tarde o temprano caigáis en su exclusivo mundo, y aunque cualquiera de sus discos es recomendable, tal vez un buen comienzo sería este colosal "Within the realm of a dying sun".





22.4.07

BILL DOUGLAS:
"Jewel lake"


Si tuviéramos que destacar a un músico por la sensibilidad que transmite en su obra, entre las elecciones más seguras se encontraría Bill Douglas, un artista entrañable, ceremonioso, todo un personaje de la música instrumental (lo que entonces se unificaba como 'new age') que gozó de un gran éxito popular en las dos últimas décadas del siglo XX. Detrás de esa sonrisa burlona se esconde un compositor ecléctico donde los haya, un buscador infatigable del sonido más agradable. En sus discos juega con nuestros sentimientos como un niño con una peonza, y solamente su pelo canoso es más identificable que sus melodías, consecuencia de numerosas influencias y experiencias de toda índole, rock (imitaciones de Elvis o Little Richard en los 50), jazz (pianista allá por los 60, y enamorado del sonido de Lee Konitz, Miles Davis o Bill Evans), world music (estudió músicas africana, india -con predilección por Ali Akbar Khan- y brasileña en los 70), clásica (es un hábil fagotista y ha compuesto multitud de piezas, algunas de ellas para su gran amigo, el inimitable clarinetista Richard Stoltzman) y por supuesto esa hábil conjunción de todas ellas, incluidas la celta, coral (del renacimiento, especialmente) y ambiental, con que este canadiense nacido en 1944 en un ambiente familiar absolutamente musical, ha triunfado también en las Nuevas Músicas.

"Jewel lake" fue el primero de sus trabajos en este campo y con su propio nombre, que llegó de la mano del sello norteamericano Hearts of Space en 1988. Él ya había colaborado activamente en varios trabajos de Richard Stoltzman y un amigo, John Pearson, decidió enviarle a Stephen Hill (propietario de Hearts of Space) una copia de uno de esos discos, "Begin sweet world", que se ha convertido también en todo un clásico. Fue Stephen el que telefoneó a Bill para que hiciera un disco para su sello, y Bill decidió que su música encesitaba para ello un sutil toque eléctrico, por lo que adquirió enseguida dos sintetizadores, un Yamaha DX7 y un Roland D50. En cuanto a la inspiración, el músico nos contaba que "provino de la música coral del Renacimiento, en particular la música de Byrd, Josquin y Tallis. Otra gran influencia fue la música popular de las islas británicas, particularmente Ralph Vaughan Williams y Gustav Holst". Dos tipos de composiciones se citan en los primeros discos de Bill Douglas: por un lado, las dulces y melodiosas, donde los instrumentos de viento se entremezclan con los teclados, "Angelico" por ejemplo es el mejor de los comienzos, es la delicadeza hecha música -una pieza de título acertado, pues es una forma angelical de unir el teclado y el viento en una suerte de poesía ensoñadora que estuvo influenciada por el oratorio de Navidad de Vaughan Williams, "Hodie"- y en ella, como en "Dancing in the wind" o "Caroline", se aprecia una intensa dulzura, como en deliciosas piezas 'durmientes' como "Lullaby" -más que una canción de cuna, una balada de aroma jazzístico-, "Infant dreams" -que sí sería, en la práctica, una bella nana, vaporosa y de ambiente sereno-, "Folk Song " y sobre todo "Hymn" y esa dulce despedida que supone "Jewel lake", donde se produce el más emotivo de los diálogos entre teclado y oboe. Como una segunda vertiente de su inspiración, otra serie de piezas más aceleradas, como danzas irlandesas en las que cristalinos teclados juegan entre sí en una endiablada conjunción, como la popular "Highland" -rítmica y danzarina, con la que realizamos un largo y excitante viaje hasta el verdor de los paisajes irlandeses- o "Killarney", composiciones que han llegado a nosotros en forma de sintonías de algunos programas radiofónicos. En uno u otro caso, mediante poesía electroacústica o gracias a su herencia celta, Douglas confeccionó una obra intensa y emotiva, con grandes momentos fieles a un estilo desde entonces inconfundible del que, al final del álbum, llegarían otros dos grandes ejemplos, como son "Innisfree" -preciosa canción inspirada en un poema de Yeats, que si bien contará con letra para su siguiente trabajo aquí se basta únicamente con ese luminoso teclado con aspecto de nana y excepcional brillantez en su melodía- o ese pequeño himno (una hermosa bendición gaélica rescatada con acierto por Douglas) titulado "Deep peace", poesía cantada por la soprano Jane Grimes, que tampoco se quedará únicamente en este primer disco (de hecho titulará uno de sus futuros trabajos, donde recibirá otro tratamiento). La emotiva historia que hay detrás la cuenta así el artista: "Le envié esta grabación a mi padre como regalo de cumpleaños setenta y uno. 'Deep Peace' se convirtió en su pieza musical favorita, y la tocó una y otra vez. Murió de un ataque al corazón poco después de eso, y se tocó 'Deep Peace' en su funeral". Si bien decidió prescindir en esta obra del clarinete de su ocupadísimo amigo Stoltzman, Bill encontró felizmente en la flauta y sobre todo el oboe el mejor camino para conducirnos hacia románticas baladas o exóticas danzas. Bill se había casado en 1983 (bajo ceremonias budista y cristiana) con Caroline Starnes, y en 1985 había nacido su hija Catherine Karuna Douglas ('Karuna' significa 'compasión' en sánscrito), a la que también dedica el tema "Karuna" en este trabajo.

Escuchar "Jewel lake" es nadar en un lago sereno y apacible de aguas cristalinas, es saborear la extrema delicadeza de unas composiciones evocadoras y llenas de colorido, que ante todo inspiran, como dice el título de la canción antes mencionada, una 'paz profunda'. Los grandes músicos que han ejercido durante el tiempo una reconocida influencia en Bill Douglas, tan variados como Vaughan Williams, Miles Davis, Keith Jarrett, Ali Akbar Khan o Johan Sebastian Bach, estarían orgullosos de lo conseguido por este singular personaje y disfrutarían, como nosotros, de tan bello resultado y deliciosa ejecución: Bill Douglas se encargaba de interpretar fagot, piano y sintetizadores, Geoff Johns de las percusiones, Anne Stackpole de la flauta y Lisa Iottini del oboe, mientras que Stephen Hill producía el álbum. El consejo lógico es precisamente ese, bucear en este 'lago' para disfrutar de la 'joya' que representa.







13.4.07

ENYA:
"Shepherd Moons"

Para todo músico que ha logrado un espectacular nivel de calidad y reconocimiento con un álbum de debut (aunque en este caso ya existiera un trabajo anterior, por lo que se trataría de su debut internacional) puede resultar muy difícil afrontar el siguiente, por la presión a la que se ve sometido por la crítica, por el público y por la propia compañía de discos. Para la irlandesa Enya esa presión era interior, y respondía a las ganas que tenía ella misma para conseguir igualar o incluso superar una auténtica maravilla como fue "Watermark". Valorar si lo consiguió o no es sumamente difícil (cada cual debe tener su visión personal, aunque ante tales cotas de belleza deberíamos dejar a un lado esa falsa rivalidad), pero lo que es indudable es la enorme maestría, emoción y sensibilidad de este nuevo trabajo, de título "Shepherd Moons", que apareció en 1991 de nuevo bajo el auspicio de Warner, la compañía que, gracias a Rob Dickins, había confiado plenamente en Enya, cuyo delicado y folclórico estilo multivocal ya era famoso en todo el mundo por esa mezcla de dulzura y carácter puramente celta que permite una ruptura con la realidad, una evasión de cualquier problema facilitada por la belleza extrema de algunas de sus creaciones. De este modo, "Shepherd Moons" alcanzó el número 1 en las listas británicas y el 3 en las españolas, superando en ambos casos a "Watermark".
 
El planeta Saturno y dos de sus lunas son las protagonistas del tema instrumental que da título al disco y que lo abre como un susurro. Tan poético comienzo anticipa un universo de emociones, de la melancolía a la alegría, de numerosos mensajes y transmisiones en cada una de las doce canciones que pueblan el álbum, entre las que se cuelan dos temas no compuestos por la propia Enya. El mundo de los sueños es el protagonista del primer single del álbum, "Caribbean Blue", que no sólo es vivaz y colorido sino que se anticipó a la llegada del disco permitiendo adivinar ese color azul que invade la portada, tan bonita como era la de "Watermark", disco al que parece seguir en muchos aspectos, por ejemplo en su planteamiento de los temas promocionales: así, como lo fuera "Orinoco Flow", "Caribbean Blue" es pegadizo, animado y muy elaborado, pero el salto al segundo sencillo viraba hacia una canción más sugerente, lírica y evocativa, de título "How Can I Keep from Singing?" (siguiendo la estela -casi imposible de superar- de "Evening Falls..."), adaptación de un antiguo himno de la secta cristiana shaker que glorifica la alegría de la vida. En cuanto al tercer lanzamiento, se optó de nuevo por el movimiento, y emulando a "Storms in Africa (Part II)" nos encontrábamos con el empuje de "Book of Days", que aunque se refiera a algo tan personal como el diario de Enya, es conocida como la canción de la película 'Far and Away' ('Un horizonte muy lejano' en España), protagonizada por Tom Cruise y Nicole Kidman; la canción, grabada originalmente en gaélico para las primeras ediciones del álbum, se adaptó al inglés para dicho film tras la propuesta de su director, Ron Howard, lanzándose como single y sustituyendo a la versión en gaélico en casi todas las posteriores ediciones del álbum. De este modo, todas las demás canciones están basadas en esos hechos que Enya ha ido guardando en su particular 'book of days', en sus vivencias e impresiones, haciendo de este trabajo algo muy personal, compartido con todos nosotros a través de su sempiterno productor Nicky Ryan, y de la mujer de éste, Roma, la letrista y auténtica intérprete del universo interior de Enya. El gaélico es el idioma en el que sueña Eithne Ní Bhraonáin (su nombre en ese dialecto irlandés), a través de él conecta con sus raíces y es capaz de transmitir mejor sus emociones. En este disco predomina el inglés pero el gaélico tiene su enorme hueco a través de la mencionada primera versión de "Book of Days", "Ebudae" (supuesta isla de las Hébridas, cuyo nombre aparece en la letra de "Orinoco Flow", y que aquí se convierte en una magnífica 'waulking song' o canción de trabajo de espíritu tradicional) y sobre todo "Smaointe...", preciosa y emotiva canción (compuesta con anterioridad para la cara B del single de "Orinoco Flow") en la que Enya habla de sus abuelos y lo maravillosa que fue su niñez y juventud teniéndolos siempre cerca; si emocionante es la interpretación de Enya, no lo es menos la del reputado gaitero Liam O'Flynn, que ya colaboró con su compatriota en "The Celts" y que repite aquí, en una intervención de auténtico lujo. Para completar el álbum, dos temas instrumentales de esos que, en su corta duración, son capaces de llenar un disco entero por su intensidad y dulzura ("No Holly for Miss Quinn" -en la línea de aquel "Miss Clare Remembers" de "Watermark", puesto que ambos son títulos de novelas de la escritora inglesa Miss Read- y "Lothlorien" -un brillante homenaje al reino imaginario de los elfos que concibió J.R.R.Tolkien-), tres preciosas canciones en inglés ("Angeles" -en la que suenan hasta quinientas voces de Enya-, "Evacuee" -basada en la conmovedora historia de una niña y la separación de sus padres durante el bombardeo sobre Londres en la guerra-, y el cuarto sencillo del disco, la operística "Marble Halls", otro recuerdo de su niñez -una obra del compositor irlandés William Balfe que su madre tarareaba cuando ella era pequeña-), así como otra en latín, de título "Afer Ventus", que sin llegar al grandísimo nivel de "Cursum Perficio" -las comparaciones siguen siendo inevitables entre estos dos discos hermanos- sí que roza la perfección, como uno de esos 'instantes de revelación', cuando todo en la vida parece cobrar sentido, que a su manera intenta describir. El realizador Michael Geoghegan repitió en "Shepherd Moons" con los videoclips de "Caribbean Blue" y "Book of Days" (la acreditación del de "How Can I Keep from Singing?" es para Entertainment Productions). Como sucediera con "Exile" en su anterior trabajo, "Book of Days" presentaba imágenes de la película 'Un horizonte muy lejano', mientras que "Caribbean Blue" era otro prodigio al estilo de "Orinoco Flow", con fotogramas coloreados en tonos azules que reflejan no sólo la idea de un sueño diurno a un mundo de fantasía, sino parte del universo imaginario del pintor americano Maxfield Parrish, al que Enya admiraba profundamente, como se podrá apreciar en la portada de su siguiente álbum.
 
"Shepherd Moons" está repleto de pequeños momentos íntimos que Enya desea compartir con nosotros, bien de manera instrumental, bien en colaboración con Roma a través de unas letras sinceras, y esa fachada tierna, casi infantil, que presenta su imagen, se convierte en fuerza creativa cuando entra en el estudio. Al escuchar esta deliciosa música, con todos sus juegos de voces e instrumentos, puede jugarnos una mala pasada la percepción (auditiva, en este caso), podemos escuchar elementos nuevos en cada escucha y quedarnos atrapados por cosas que otros ni siquiera han llegado a escuchar o a comprender. La complejidad de algunas de las canciones contrasta con la simpleza de otras, y en este juego que se produce entre la terna que elaboró el disco y los que acabamos disfrutando de él, acabamos ganando todos, desde la aparentemente frágil Eithne hasta el que, sin saberlo, escucha por la radio o en una película una de sus melodías, como las que pueblan este "Shepherd Moons" que ganó en 1993 el grammy al mejor disco de new age (sus siguientes álbumes también han nacido con ese trofeo debajo del brazo, aunque su mejor trabajo, "Watermark", no lo consiguiera). No en vano James Cameron intentó conseguir a Enya para la banda sonora del mítico film "Titanic", y es que no sólo cualquier película, sino que seguro que este mundo sería mucho mejor si en el listado de necesidades vitales de cada día tuviera su hueco la música de Enya.

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8.4.07

SHADOWFAX:
"The dreams of children"


los seguidores más apasionados de la saga de "El señor de los anillos" no se les escapará el detalle de que Shadowfaw es el nombre del caballo de Gandalf. Los amantes de las Nuevas Músicas, así como del jazz y el blues más cercano a éstas o simplemente a los admiradores de las referencias del sello Windham Hill, no desconocen la existencia de un maravilloso grupo que si bien fue fundado en los 70 grabó su primer plástico para este mítico sello en 1982. Hasta entonces, todas las referencias de Windham Hill habían sido firmadas por artistas en solitario, desde Will Ackerman hasta George Winston pasando por Alex de Grassi o Scott Cossu, o dúos como los formados por Ira Stein y Russel Walder o Darol Anger y Barbara Higbie. En resumen, virtuosos que podían acompañarse por un pequeño conjunto o que deslumbraban en la plenitud de su instrumento acústico. Shadowfax fue la primera referencia de un grupo como tal, un conjunto que tuvo diversas formaciones y que entró en 1984 (el año de publicación de "The dreams of children") con G. E. Stinson a las guitarras y piano, Phil Maggini al bajo, Stuart Nevitt en las percusiones, Jamii Szmadzinski al violín y David C. Lewis a los teclados, bajo el liderazgo del gran Chuck Greenberg, que además aportaba el saxo y el sonido más característico de la banda a través de un instrumento ya obsoleto llamado lyricon, ni más ni menos que un saxo electrónico (el primer instrumento electrónico de viento) inventado por Bill Bernardi y Roger Noble, que por esa misma definición hace que se considere a Shadowfax como una banda de sonido tibiamente electrónico.

El inconfundible estilo del grupo, por obra y gracia de la sonoridad aflautada del lyricon (son más interesantes los momentos en los que Greenberg accede a este instrumento y aparca el saxo tradicional), se evidencia por completo nada más pulsar el play, en uno de los clásicos de la banda, "Another country", que como casi todos sus grandes canciones (tan célebres y melodiosas como "Angel's flight", "A thousand teardrops" o "Shadowdance") es obra de Chuck Greenberg. En esta, apabulla el lyricon en una melodía plena y efectiva, con gran envoltura instrumental. La línea musical de Shadowfax se ubica en un jazz melódico, suave y muy agradable de escuchar, no excesivamente profundo (ideal como música de fondo pero altamente recomendable para una escucha seria y prolongada), aderezado con elementos étnicos y de folk de cámara, con una calidad indudable en la composición y interpretación, en la que parece notarse el divertimento y la complicidad entre los músicos: "Eramos básicamente músicos de blues-rock que habían desarrollado un interés por el jazz y la improvisación, escuchando a otros grandes músicos como Miles Davis, Ornette Coleman, John Coltrane, Don Cherry o Weather Report". Tras dos grandes clásicos grabados para Windham Hill ("Shadowfax" en 1982 y "Shadowdance" en 1983), la banda conformó al año siguiente este completo plástico, "The dreams of children", un trabajo impoluto en cuanto a su calidad de sonido y profundidad instrumental (se nota y se disfruta cada instrumento, mas allá incluso de la excelsa calidad de sus intérpretes), dejando un poco de lado el free jazz de sus comienzos, y entrando en un juego mas comercial, perfectamente asentados en la onda de la música que vendía su casa de discos. En "The dreams of children" nos olvidamos de los temas puente de carácter experimental que podían, en menor medida, encontrarse en los álbumes anteriores, porque practicamente todas las canciones tienen sentido, ritmo y esencia sin dejar espacio al aburrimiento. Además de la mencionada joya "Another country", ahí están ejemplos como "Snowline" (sones de medianoche con un rotundo saxo) y "The big song" (un tema intenso donde la espléndida guitarra de Stinson da varios pasos adelante y crea su propio territorio en el disco), que anteceden a la excepcional, sensible y arrullante "The dreams of children", una pequeña nana conducida por el lyricon de Greenberg con la que se acaba de entender el titulo del álbum, pues se trata de una pequeña delicia infantiloide de gran carga emotiva. La sorpresa de la segunda parte del disco, donde nos encontramos con la interesante ambientalidad de "Kindred spirits" y "Shaman song" antes de llegar a una cierta intrascendencia final, es el quinto corte, de título "Word from the village", una completa incursión en el folclore africano de la mano de G. E. Stinson, que guiado por la voz de Morris Dollison y una asombrosa comunión de cuerdas, piano, viento y percusión, sorprende y deslumbra en una acertadísima fusión.

Cuando Shadowfax fichó por Windham Hill, Chuck Greenberg decidió conseguir los masters del primer plástico que grabaron en 1986, "Watercourse way", que poseía Passport Records, y fue listo al recomprarlos antes de que Shadowfax comenzaran a tomar importancia en los círculos de la música instrumental. De esta manera, los dirigentes de Passport estuvieron más que satisfechos de vender barato un producto que para ellos no era rentable, y la banda hizo un buen negocio al poder publicarlo de nuevo con Windham Hill en 1985. Antes de ello, y para el segundo disco con la compañía de Palo Alto, "Shadowdance", habían regrabado dos temas de aquel trabajo, la canción homónima y "Song for my brother". Además, en la estupenda recopilación "A winter's solstice", la compañía tuvo la excelente idea de incluir la canción más destacada y lírica de aquel primer álbum, "Petite aubade", una pequeña muestra de la excelencia de Chuck Greenberg, el alma del grupo y productor de los discos, que falleció el 4 de septiembre de 1995 víctima de un ataque al corazón. Su legado, así como el de su fiel Stinson y otros grandes músicos como el violinista Charlie Bisharat, que llegó años después del disco aquí reverenciado, fue la discografía de Shadowfax, un grupo de sonido inconfundible por obra y gracia de ese saxo electrónico llamado lyricon, que ganó el grammy al mejor álbum de new age en 1988 por "Folksongs for a nuclear village". La escucha de "The dreams of children" o de cualquiera de sus obras es un verdadero placer que hay que disfrutar y saborear con calma.



1.4.07

VANGELIS:
"El Greco"

Es tan difícil mantener la calidad en una carrera musical de 50 años como conservar la vitalidad de la juventud. Es lógico que los grandes, y me refiero a esos artistas que deslumbraron en los 70 con discos rompedores como Mike Oldfield, Jean Michel Jarre o el propio Vangelis, tengan momentos de bajón en su trayectoria, y que en su parte final se mantengan a base de detalles, intercalando retazos de aquella genialidad que seguramente no estaba perdida sino aletargada por el peso de los años, mostrándose dosificada. Así, de vez en cuando aceptan su verdadero lugar en el mundo de la música actual y, conscientes de su capacidad, consiguen recrear parte de aquellos viejos éxitos. El griego Vangelis, poco antes de publicar un interesante "Voices" en 1995, construyó un excepcional y sentido homenaje a su compatriota Doménikos Theotokópoulos, ilustre pintor más conocido como El Greco. Aquel disco titulado "Foros Timis ston Greco" ("Un tributo al Greco") tuvo un prensaje limitadísimo de 3000 copias, todas ellas firmadas por Vangelis, en una edición de lujo que se vendía a un precio aproximado de 90 euros en la 'National Gallery' de Atenas. La calidad del álbum contrajo una deuda con su público, por lo que tres años después, en 1998, y añadiendo tres nuevas composiciones (posiblemente descartadas en aquella primera edición), apareció gratamente en el mercado internacional el trabajo definitivo "El Greco", publicado por EastWest con la distribución de su sello principal, Warner Music.

Seguramente identificado con El Greco (no sólo les une su país de origen sino su exilio -Vangelis se dio a conocer en Francia, El Greco se inmortalizó en España-, sin olvidar que Vangelis también practica la pintura y la escultura), la inspiración para este disco fue enorme, brutal, y Evangelos Papathanassiou realizó una de sus grandes obras, lo que hablando de él es decir mucho. Como las pinturas de Doménikos Theotokópoulos, "El Greco" es un disco oscuro, pero Vangelis se desenvuelve perfectamente en esa oscuridad aportando una lucidez excepcional, lo cual se deja notar desde las primeras notas, cuando un inmenso sonido de fondo parece conducirnos con un candil a lo largo de todo el primer movimiento, una pieza de aroma bizantino, con una impresionante atmósfera religiosa como telón de fondo, un prodigio ambiental con varios planos de actividad a cual más interesante. El conjunto es, simplemente, maravilloso. Esa cadencia lenta y sugerente, tan épica como tantas otras del Vangelis de los viejos tiempos, nos conduce a un segundo movimiento en el que, por el poder visual de las notas, podemos ver al mismísimo Greco dar pinceladas, en un momento tremendamente empatizante a la vez que austero en su instrumentación, prácticamente como en todo el trabajo. Como suele ser habitual, Vangelis plantea la obra con su propia autoría, producción, arreglos e interpretación, sin dar detalles de los teclados e instrumentación utilizada. "Foros Timis ston Greco" constaba de siete movimientos a los que en 1998 se añadieron tres, correspondientes a los números III, V y VII en esta nueva edición, y da la impresión de ser los más vitalistas y de notas más claras de todo el trabajo, contrastando con el tono oscuro y misterioso del resto. Así, el tercer movimiento se presenta más vital y costumbrista (con una melodía como de arpa), el quinto más onírico, deslumbrante, con unas preciosas notas envolventes, y el séptimo es una pieza de estilo medieval con los coros más típicos de Vangelis, y aunque no llega al nivel de "1492" o de históricos éxitos como "Mask" o "Heaven and Hell", suena grandiosa y elocuente. De nuevo en los cortes antiguos, es necesario destacar la presencia, como guiño a la españolización de El Greco, de la soprano española Montserrat Caballé dominando un operístico y en cierto modo impactante cuarto movimiento (un aria de espectacular comunión entre teclista y vocalista), así como del tenor griego Konstantinos Paliatsaras en el sexto, más espiritual y místico. Vangelis se aliaba así de nuevo con la ópera, dando muestras de una soltura espectacular en estos dos cortes, como continuará haciendo en el futuro álbum "Mythodea". Algo distantes, ambientales y sosegados son los movimientos VIII y IX, para concluir con un décimo -"Movement X (Epilogue)"- en el que vuelven las notas luminosas para despedir el disco de forma optimista. En la portada, una de las obras más famosas e impactantes de la época española del pintor cretense, 'El caballero de la mano en el pecho'. El álbum contó con una nueva edición de lujo en caja de terciopelo rojo que se ofreció a los asistentes en la presentación de la obra en Atenas, una edición de coleccionista de la que se prensaron únicamente 500 copias.

Hay que agradecer que Vangelis rindiera tributo a El Greco de esta feliz manera, así como que él y la compañía discográfica decidieran expandir la primigenia edición limitada a un CD de más de 70 minutos abierto a todo el público, un trabajo que no hay que confundir con la banda sonora del film 'El Greco', coproducción griega, española y húngara dirigida por Yannis Smaragdis, publicada en 2007 y compuesta también por Vangelis, aunque de inspiración inferior a esta obra mística, espectacular e imprescindible comercializada una década antes. Se define a El Greco como un hombre ambiguo, de hábitos excéntricos y extrema devoción. Posiblemente sea su fuerza y creatividad lo que más le unía a Vangelis, que honró su memoria creando este inmenso disco, un tributo de un maestro de la música hacia un maestro de la pintura. Por lógica, una obra magistral.

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