24.12.21

THE ALAN PARSONS PROJECT:
"The turn of a friendly card"

Los juegos de azar, su insidia y capacidad para llevar a la ruina o al éxito inmediato (si la suerte acompaña y se sabe administrar), han sido protagonistas de importantes canciones en la historia, como "The gambler" (de Kenny Rogers, sobre un jugador de poker), "Blackjack" (de Ray Charles, sobre los problemas causados por el 'veintiuno'), "The winner takes it all" (de Abba, aunque la partida en la que 'el ganador se lo lleva todo' es realmente una manera de hablar del divorcio entre Björn y Agnetha), "The house of the rising sun" (The Animals cantan sobre un jugador que acaba en la ruina en Nueva Orleans), "Poker face" (Lady Gaga logró uno de los sencillos más vendidos de todos los tiempos), "Ace of spades" (de los ruidosos Motorhead, sobre la perdición de las máquinas tragaperras) y por supuesto, ese homenaje a la gran ciudad del juego que es "Viva Las Vegas", de Elvis Presley. Es una auténtica lástima que muy pocos recuerden uno de los mejores álbumes conceptuales de The Alan Parsons Project, una enorme joya del rock sinfónico titulada "The turn of a friendly card", algunos de cuyos temas merecerían sin duda estar incluidas en esos gloriosos listados de canciones sobre juegos de cartas y ruinas instantáneas. 

Aun habiendo despuntado con dos trabajos tan excepcionales en los 70, siguiendo un camino marcado por el rock progresivo más asequible, como "Tales of mystery and imagination, Edgar Allan Poe" y "I robot", la década iba a continuar por caminos de excelencia para The Alan Parsons Project, agrupación de laboratorio en la que el ingeniero de sonido y productor Alan Parsons y el compositor y teclista Eric Woolfson (sin olvidarse de las orquestaciones de Andrew Powell) se complementaban a la perfección, logrando productos de consumo masivo tan pulcros como "Pyramid" (con algún destello instrumental -"In the lap of the gods"- entre buenos ejemplos vocales como "What goes up...") o un "Eve" con menos puntos calientes (a excepción del inolvidable comienzo, "Lucifer"). La banda acometió entonces un nuevo proyecto conceptual, en esta ocasión centrado en la tentación de los juegos de azar. Eric Woolfson, que como Parsons vivía en esa época en Mónaco y que también había visitado Las Vegas, quiso narrar la historia de un hombre insatisfecho con su vida, que decide apostar toda su fortuna -y perderla sin remedio- en uno de esos temibles casinos. Y la que resultó ganadora fue la apuesta de Woolfson, porque "The turn of a friendly card" es un trabajo inspirado y pletórico, con la única tacha de no tener un instrumental espectacular -y no es que los que hay en el disco no cumplan- como "Lucifer", "I robot" o el futuro "Mammagamma". El Project no sólo resuelve cómodamente la papeleta con las canciones, sino que las dota de un brillo y una presencia espectacular en una obra que inaugura los 80 y fue publicada de nuevo por Arista. El comienzo épico (la estupenda "May be a price to pay", donde empiezan a apreciarse las adaptaciones orquestales de Powell) sólo es el antecedente de una aventura que continúa con grandes exponentes como el conocido éxito "Games people play" (un hit que parece acceder a la música disco, con el que regresa al Project la voz de Lenny Zakatek, que repite en la funky "I don't wanna go home", una de las joyas ocultas del álbum) o "Time" (inolvidable balada donde aparece por vez primera la voz del propio Eric Woolfson, sobre la que Alan -antaño poco interesado en ella- admitió estar muy equivocado), dos grandes clásicos de la banda, que fueron los singles destacados del trabajo. Tras el instrumental "The gold bug" (atención al evocativo saxo en este nuevo homenaje a Poe y su excepcional cuento 'El escarabajo de oro') llega la suite que ocupaba la cara B del plástico, con tanta fortuna y vehemencia como la A. Chris Rainbow es el vocalista principal de la misma, en las dos partes de la bellísima "The turn of a friendly card" y en otra gran canción, la visceral "Snake eyes", tercer sencillo del disco. Woolfson parece tomarle el gusto a la interpretación, y canta la ligera "Nothing left to lose", plena de hermosas armonías y un curioso acordeón, que llega tras el segundo y último instrumental del trabajo, "The Ace Of Swords", con un claro componente medieval y épico (mérito de Andrew Powell) que ya se podía escuchar en otros momentos de un álbum que contiene sonidos de fondo de casino que, afirma Alan Parsons, grabó él mismo en Mónaco. El afamado director Eberhard Schoener dirigió la Orquesta de Cámara de Múnich, mientras que Woolfson (piano, sintetizador, voces) y Parsons (sintetizador y coros) estaban acompañados en la instrumentación por sus músicos de confianza, David Paton (bajo), Ian Bairnson (guitarras) y Stuart Elliott (batería y percusión). La portada fue un espectacular trabajo de dos ex-músicos de la banda 10cc, Lol Creme y Kevin Godley (dúo con el apelativo de Godley & Creme), tomándole momentáneamente el relevo a los populares Hipgnosis. 

Se mire por donde se mire, todo parece indicar que "The turn of a friendly card" es la obra más completa del mítico grupo The Alan Parsons Project, y de las más recordadas, si no la que más, por los fans de la banda. Remasterizado y lanzado a la venta con material inédito en 2008, "The turn of a friendly card" es uno de esos trabajos irrepetibles que ejemplifican la calidad (ninguna de sus canciones tiene desperdicio, todas presentan algo especial que las hace únicas) y la compenetración de unos artistas esenciales que manifestaban su amor por la música de antaño, y que al año siguiente contarán con su mayor éxito de ventas gracias a "Eye in the sky". La rémora de este fabuloso conjunto siempre fue la ausencia de eventos en directo, pues las grandes giras en estos momentos de mayor popularidad hubieran sido unos acontecimientos tumultuosos. Sin los conciertos, las ventas fueron agraciadas (en España accedió al número 19 en las listas a finales de 1980, alcanzando el puesto 15 en enero de 1981) pero no representan la importancia de Parsons y Woolfson, es decir, de The Alan Parsons Project, en la música rock de las últimas décadas del siglo XX.

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13.12.21

HUGHES DE COURSON & PIERRE AKENDENGUÉ:
"Lambarena (Bach to Africa)"

Por el Madrid en transformación de los años 50 correteaba un chaval de padres franceses al que le gustaba especialmente aprender a tocar la guitarra flamenca. Se llamaba Hughes de Courson y, aunque a los 17 años volvió a Francia, de esta larga estancia en blanco y negro en la capital española se llevó el idioma (le gusta que le llamen Hugo) y la semilla de la música, si bien su familia, de antecedentes militares, no estuviera totalmente de acuerdo con ese camino. Muchos años más tarde, tras varias bandas efímeras, muchas producciones y algún que otro éxito en la sombra, Hughes ha seguido siendo bastante desconocido por estas tierras, salvo por los buscadores de productos distintos y atrevidos en el ámbito de las músicas del mundo. Concretamente, combinadas con el clasicismo, unas fusiones elegantes y muy bien realizadas que en los años que rodearon a la llegada del tercer milenio encontraron diferentes cauces, entre los que se deslizaron nombres tan importantes como los de Bach, Mozart o Vivaldi.

Hughes formó la banda folclórica Malicorne en los años 70 cuando ese tipo de música estaba incluso mal visto, pero sembraron una semilla que otros retomaron posteriormente (el movimiento folclórico llegó a ser muy importante en la Francia de los 70 y los 80, aunque no necesariamente reivindicativo). El galo suele contar divertido la anécdota de la primera visita del grupo a España en un momento de cierta transición y pequeñas libertades, cuando Franco estaba en el hospital, cerca de su final. En la radio se anunció que iba a tocar el grupo Malicorne, pero la pronunciación del mismo -muy parecida a la palabra 'maricón'- creó una cierta confusión, y en ese periodo de gran excitación y libertinaje, mucha gente acudió a ver lo que pensaban que era, más que una banda de música folk francesa, una orquesta de músicos gays. Años después de aquello, este todoterreno se unió al proyecto 'Lambarena', que es el nombre de una ciudad de Gabón situada a 250 kilómetros de Libreville, la capital de ese país africano. Allí se encuentra el Hospital Albert Schweitzer, fundado en 1913 por ese no tan conocido médico franco-alemán, creyente y amante de la música (fue también un famoso organista), Premio Nobel de la Paz en 1952 por su labor misionera en África. Su pasión por la música de Johann Sebastian Bach originó este proyecto multicultural concebido por Mariella Berthéas y la fundación 'L'espace Afrique', que pensaron para su realización en Hughes de Courson en la concepción más clasicista y en el músico de Gabón Pierre Akendengué para aportar el tono étnico del país africano. Guitarrista invidente y contrario a las ideas del gobierno de su país (lo que le llevó a exiliarse en Francia, donde había estudiado en su juventud), Akendengué poseía una amplia discografía desde los 70, que ha continuado hasta la actualidad. Courson lo cuenta así: "Estuve con Pierre Akendengué en la selva viendo a los pigmeos y, como era blanco, escucharon música clásica y me llamaban Monsieur Bach. Creían que yo era Bach (...) Empecé a hacer 'Lambarena' por un sponsor que quería honrar la memoria del doctor Albert Schweitzer, que es un médico francés que a principios del siglo XX hizo un hospital en la selva mucho antes que las ONGs actuales. Para sacar dinero para el hospital hizo conciertos en Londres, Nueva York, París... Era un tío muy generoso, pero muy elegante, siempre iba en pajarita por la selva. Y por casualidad, el único músico africano que conoció era a Pierre Akendengué. Fue uno de los primeros en hacer discos de world music antes de que se empezase a conocer". Este cruce entre la música de Gabón y las Pasiones de Bach fue grabado en París y publicado en una primera edición por Celluloid Records en 1993 y con gran pomposidad en 1995 por Sony Classical, tras las negativas iniciales de otras compañías, como Virgin, WEA o la propia Sony. El diseño gráfico es excepcional, con gran cantidad de datos para el interesado en lenguajes, etnias, orígenes, o en la propia vida de Albert Schweitzer. La coexistencia de los dos extremos musicales es pacífica, paritaria, sus instrumentos casan con asombro sin olvidarse de sus propias identidades y dan lugar a una de las fusiones más bellas y sólidas de la música contemporánea. "Cantate 147" es un canto cortísimo que al final del disco será desarrollado, un preludio para la explosión que viene a continuación, emocionante fusión titulada "Sankanda + Lasset uns den nicht zerteilen", grandísimo tema (tradicional cantado en lengua obamba en su primera parte, perteneciente a la 'Pasión según San Juan, BWV 245' de Bach la segunda) que sirvió para popularizar el álbum en las emisoras destinadas a este tipo de músicas, y que no se libró, incluso, de algún que otro remix de dudoso gusto. No dejan indiferente estas dos tonadas, en las que podemos rememorar el ambiente del primigenio Hospital fundado por Schwaitzer en Lambarena. Los coros africanos son de una emocionante sonoridad y armonía (Pierre es un maestro con las voces femeninas), y se funden de manera subyugante con los cantos occidentales, como podemos disfrutar en "Mayingo + Fugue sur Mayingo", en lengua bantú myene; para su grabación diez conjuntos étnicos de Gabón escogidos por Pierre Akendengué viajaron a París y dejaron su sello junto a los músicos argentinos Osvaldo Caló y Tomás Gubitsch, y los percusionistas Sami Ateba y Nana Vasconcelos, colaborador de Courson y de Akendengué desde los años 70. Monumental es precisamente la percusión que conduce "Herr, unser herrscher" (también arreglo de Hughes de Courson sobre un tema de la 'Pasión según San Juan, BWV 245'), así como la de "Mabo maboe + Gigue de la quatrieme suite en mi bémol majeur pour violoncelle" (xilófono de Antoine Mba-Nguema, violonchelo de Vincent Segall), donde de nuevo la introducción -como sucede en muchas de las piezas del álbum- es un tradicional gabonés arreglado por Akendengué. "Bombe + Ruht wohl, ihr heiligen gebeine" incluye otra hermosa y barroca melodía de la 'Pasión según San Juan, BWV 245' con aderezo de percusión africana, pero fue "Pepa nzac gnon ma + Prélude de la partita pour violon N°3" el segundo de los cortes destacados del trabajo para su radiodifusión, presa de una excepcional vitalidad en las voces indígenas y en la interpretación del violín de Hervé Cavelier. Se alcanza así la mitad de la obra, que continúa por idénticos caminos de excelencia en los arreglos de estos dos grandes músicos tan alejados culturalmente pero perfectamente integrados por el lenguaje universal de la música. El camino, por ejemplo, se desplaza por momentos hacia ambos extremos con una alocada sensibilidad en "Mamoudo na sakka baya boudouma ngombi + Prélude N°14 BWV 883", es profundamente occidental en "Agnus dei" o "Was mir behagt, ist nur die muntre jagd", africano en "Ikoukou", y nuevamente mixto en "Okoukoue + Cantate 147". En "Inongo + Invention á 3 en ré majeur BWV 789" se escucha junto al órgano de Osvaldo Caló una sorprendente interpretación de Yvon Kassa al arco musical, palo de madera flexible, con un cordón tenso de extremo a extremo, generalmente de metal, que derivó como instrumento tras ser sencillamente un arco para cazar. Para concluir llega celestialmente a nuestros oídos, más reconocible que al principio del disco, la famosa "Cantate 147, Jésus que ma joie demeure". "Lambarena (Bach to Africa)", que nos deja preguntas sin respuesta acerca de dónde están las fronteras musicales o cómo podemos decidir lo que es superior o inferior, fue interpretado en directo en el Festival de Marsella.

Autodidacta, especializado en folclore (no se centró en la música clásica hasta bien entrada la cuarentena) y enfrentado continuamente a los músicos clásicos puros, Hughes de Courson afirma que le llaman loco en cada paso que da, venda o no venda, sea popular o no. A este músico galo le interesaba más la gente que la música, y disfrutó enormemente de un proyecto del que pensaba vender unos pocos miles de discos. El éxito, sin embargo, fue mucho mayor, y las 300.000 copias vendidas le abrieron las puertas para sus nuevas ideas, que consistieron en fusionar Mozart con Egipto ("Mozart in Egypt"), Vivaldi con la música irlandesa ("O' stravaganza"), lo medieval con la modernidad ("Lux obscura") o un proyecto titulado "Songs of innocence" centrado en las músicas infantiles del mundo, que sólo tuvo un cierto éxito en España gracias a la canción de Tomás Gubitsch "Toma que toma". Ninguno de estos caminos superó a "Lambarena", donde Hughes de Courson y Pierre Akendengué fundían dos concepciones musicales totalmente distintas, voces negras con operísticas, percusión africana con instrumentos orquestales, la esencia del Bach que amaba Schweitzer con el folclore de Gabón donde instaló su Hospital. El resultado de este ambicioso proyecto es sorprendente, incluso edificante, pues nos descubre una historia tan interesante como poco conocida, la del médico y filántropo Albert Schweitzer.