28.2.11

VARIOS ARTISTAS:
"The romantic approach"


Como demostrando que la música grandiosa no conoce de tiempo o espacio, la escucha en la actualidad de "The unanswered question" sigue siendo igual de maravillosa e inquietante como cuando Charles Ives la compuso en 1906. Esta pieza que cierra el enorme recopilatorio "The romantic approach" es más que un ejemplo de música norteamericana de principios del siglo XX, es una impactante e influyente composición de este poco convencional músico (tenía una agencia de seguros como primera ocupación) para trompeta, cuatro flautas y cuerdas, con la original característica de que la trompeta, en sus primeras representaciones, tocaba enfrentada al grupo, detrás de los espectadores. En dicha pieza, la trompeta plantea su 'pregunta' hasta seis veces, y los vientos intentan sin éxito responderla aumentando su intensidad, enfadados, con la sostenida y casi demiúrgica presencia de las cuerdas. Al final la única respuesta en este 'paisaje cósmico' (denominación del propio autor), es el silencio. Un gran colofón para un acertadísimo disco compilado por John Schaefer y publicado por Celestial Harmonies en 1994, con una portada en la que admiramos la obra "Adam and Eve" de la artista art decó Tamara de Lempicka.

Ya en el libreto del trabajo se nos advierte de la vagueza del término 'romanticismo', aplicable a la música europea de finales del XIX pero extensible de manera un tanto arbitraria a los compositores americanos del XX. La posible desubicación de estos hizo mucho bien a la música estadounidense, que rebuscó entre la música popular y la clásica sentando por un lado las bases del jazz, hurgando por otro en un cierto modernismo. Tras la escucha embelesada del trabajo se hace innegable la existencia de un sonido particular, genuinamente americano a pesar de ser extensión del europeo, de características patrióticas, románticas y, conforme avanza el siglo, entregadas al jazz o al folclore, cuando no presentan características de auténticos himnos. Es el caso de "Hymn", de Henry Cowell, que despliega una hermosa intensidad con enorme fuerza y vida propia, y el sempiterno y emocionante "Adagio for strings" de Samuel Barber, que ya forma parte de la historia con mayúsculas de la música del siglo XX. No es casualidad que la compilación empieze por Aaron Copland, posiblemente el más destacado de los neoclasicistas con elementos nacionalistas, y la demostración es la espectacular "Quiet city", pieza de gran lirismo y carácter visual que actúa in crescendo, con una cierta atonalidad en su comienzo, algo más melódico después, y un aire atemporal en el uso de una tímida pero poderosa trompeta; hay una espectacular inmensidad en los vientos de esta pieza, como si sonaran para todos los confines del espacio. También paisajístico, aunque indudablemente menos místico y grandilocuente, es "Painted desert" de Ferde Grofé (no puede ser menos una obra contenida en la suite del Gran Cañón), si bien se trata de uno de los compositores menos conocidos del disco. Un éxtasis orquestal llega con "Lonely town (Pas de deux)" del gran director de orquesta Leonard Bernstein, de carácter parecido a la pieza de Copland. Los violines y, en especial, el estupendo chelo de "Elegy" de Elliott Carter consiguen, a efectos prácticos, el primer momento romántico del disco, que continúa con la soledad de la viola en "Dream", un sueño del imitado pero irrepetible John Cage, adaptador de un pensamiento oriental en una forma de trabajo occidental. Junto al mencionado y ya centenario Elliott Carter es Peter Schickele, representado aquí con el delicado "3rd movement", el único compositor vivo del álbum, mientras que otros como George Gershwin o Arthur Foote nos dejaron en el lejano 1937. Foote aporta con "A night piece" una pieza fantasiosa, bucólica, con una romántica flauta que juega con el cuarteto de cuerda, mientras que con Gershwin nos encontramos en "Lullaby" con una melodía alegre y llevadera, entre lo popular y lo culto, con asomo a ese musical que le vió triunfar. Por último, y como único representante negro en el recopilatorio (lo cual no deja de ser curioso si admitimos que la música popular afroamericana tiene mucho que ver en el sonido más tipicamente norteamericano), el pianista de jazz Duke Ellington, que en "Village of the virgins" nos ofrece una alegre expresión de jazz y folclore en términos románticos, música perfecta para una celebración como lo es este fabuloso disco.

Como la música clásica nunca ha sido norteamericana, los compositores estadounidenses tuvieron que inventar su propia música clásica, vanguardismo con influencias populares y espíritu patriótico. Dificilmente se puede esperar más de un primer acercamiento a esa rica música contemporánea americana: de las inmensas llanuras desérticas a las populosas salas de conciertos, de la influyente "Unanswered question" de Ives al celebérrimo "Adagio" de Barber, sin olvidar a Copland, Cage o Gershwin entre muchos otros, interpretados en este disco por importantes orquestas estadounidenses. "The romantic approach" es una sublime muestra de esta revolución musical norteamericana a comienzos de la vigésima centuria, un recopilatorio publicado por Celestial Harmonies con libreto en papel reciclado (habitual en dicha compañía) que tuvo dos continuaciones (la segunda recogía música clásica de compositores franceses e italianos, y la tercera de músicos alemanes) y en la que todos los músicos en ella recogidos forman parte de la aventura musical estadounidense.




14.2.11

DAVID VAN TIEGHEM:
"Safety in Numbers"

Los nostálgicos de las nuevas músicas, en especial sus más acérrimos seguidores, recordarán ese marginal programa titulado 'Música N.A.', creado y presentado por Ramón Trecet y Lara López. No serán muchos los que en la cabecera del programa reconozcan al personajillo que manipulaba con sus baquetas el mobiliario urbano neoyorquino como al genial percusionista estadounidense David Van Tieghem. Nacido en 1955, Van Tieghem no es exclusivamente percusionista, en su curriculum podemos comprobar cómo su experiencia acapara la capacidad de interpretar teclados, componer todos los temas de sus discos, preparar performances, diseños de sonido e incluso pequeñas apariciones como actor. Eso sí, la principal base de sus estudios, de su carrera y lo que le ha merecido enorme fama ha sido la percusión, de la que se han aprovechado músicos tan importantes como Laurie Anderson, Brian Eno, David Byrne, Steve Reich, Pink Floyd, Howard Shore, Robert Fripp, Ryuichi Sakamoto o Michael Nyman, entre muchos otros. David irrumpió con fuerza en el mercado discográfico cuando Warner Bros decidió publicarle en 1984 su primer disco, "These Things Happen", un acertado aunque caótico juego de percusión, electrónica y algún retazo acústico en un entorno bastante experimental que caló en la crítica. También Peter Baumann se fijó en su flamante propuesta, que casaba definitivamente con la esencia de su compañía, una Private Music con la que grabó dos trabajos a finales de los 80.

Desde luego que la música de David no se encuentra en un entorno tradicional sino urbano, ruidoso, experimental, incluso robótico. En su segundo plástico, "Safety of Numbers", publicado en 1987 por la mencionada Private Music, intenta ser más ordenado, ceñido a ritmos y melodías más definidas, aclarando sus intenciones, aunque en la misma esencia urbana electrónica, por eso choca más su cohesión y ciertas composiciones abrumadoramente bellas. Como fabuloso percusionista que es Van Tieghem, "Safety of Numbers" nos asombra por la multitud de estímulos auditivos en cada tema, una escucha atenta de composiciones como por ejemplo "Night of the Cold Noses" es una asombrosa experiencia, claro ejemplo de la capacidad magnetizante del de Washington. Prima el conjunto, una sucesión de efectos acústicos y electrónicos en la que sencillas melodías aportan su tímido toque de cordura, si bien se adivina un trabajo inmenso de identificación y vanguardismo, aunque con la facilidad de una publicidad y distribución aseguradas, en un buen momento de su discográfica. No por eso pierde la magia, pues lo que le puede faltar de espontaneidad lo gana en experiencia. Van Tieghem utiliza algunas de sus composiciones para ballet y teatro en este trabajo: el primer y espectacular sencillo, la novedosa "Galaxy" que empieza a marcar la pauta del álbum y de lo que es Van Tieghem (puro ritmo, energía que llena sin necesidad de melodía reconocible), y la antes mencionada "Night of the Cold Noses" (de ambiente sensual y turbador, a la manera de Patrick O'Hearn, apoyado por la flauta y por un instrumento eléctrico tan poco corriente como el Chapman stick -una especie de mezcla entre bajo y guitarra que se toca haciendo tapping-) pertenecían originalmente al ballet 'Rough Assemblange'; la rítmica pero algo atropellada "Future" (que se vale del Fairlight para crear notas que parten de la voz humana y acoplarlas a un entorno globalizante) y una brillantísima "All Safe" (melodía exultante de esencia misteriosa con voz femenina) a otro ballet, 'VII for VIII'; mientras tanto, "Crystals" (que se apoya en cuerdas de sonoridad oriental en un entorno meditativo) y la grata atmósfera de "Deep Sky" eran parte de la obra de Broadway 'The Alchemedians', de cuyo título toman su carga surrealista. "Skeleton Key" y "Clear" presentan ambientes tecnológicos, fantasioso el primero, urbano con un toque de acción el segundo, pero hay un trasfondo especialmente poderoso en algunos ambientes de sintetizador que ejercen de fondo de piezas altivas como "Thunder Lizard", la estupenda "All Safe", antes mencionada, o el plato fuerte de la obra, un sensacional y sorprendente colofón de título "A Wing and a Prayer", poesía hecha música moderna, un prodigio que reúne todas las buenas cualidades del resto del trabajo en un contexto más ambiental que la media, y que constituye una de las grandes composiciones de Private Music, como bien lo entendió la compañía al incluirla en el recopilatorio de 1989 "Some Music is Private Music" junto a otras grandes piezas de músicos ejemplares como Patrick O'Hearn, Andy Summers, Yanni, Suzanne Ciani, Jerry Goodman, Eddie Jobson o Tangerine Dream, es decir, emblemas de los primeros años de Private Music. En general, nos asalta en el trabajo un maravilloso aluvión de instrumentos de percusión (marimbas, gong, platillos, gamelán, tambores africanos, de metal, madera o cerámica, sonidos de radio y televisión, tubos, tuberías, latas de refresco, etc...), apoyados por guitarras, flauta, arpa o piano, en el que hace su aparición al sintetizador Ryuichi Sakamoto en dos de los cortes, y que está co-producido por Van Tieghem y por Roma Baran, productora de su amiga Laurie Anderson.

Viendo los originales videoclips de David Van Tieghem queda patente que lo suyo es una forma de vida, la de alguien que empezó tocando de muy pequeño con ollas y sartenes en la cocina de su casa. Sus performances demuestran tal dualidad que lo mismo se puede admirar a un genio de la percusión que observar a un divertido payasete extrayendo sonidos inusitados de cualquier elemento existente a su alrededor. Por supuesto, sus discos son de escucha aconsejada, en especial "These Things Happen" como obra primeriza y "Safety of Numbers" por su solidez y consolidación, con momentos de notable esencia urbana ("Galaxy", "Thunder Lizard"), ambientes muy estimulantes ("Night of the Cold Noses", "All Safe", "Skeleton Key") y una pequeña maravilla como colofón ("A Wing and a Prayer"). En la misma onda, "Strange Cargo" fue en 1989 la segunda y última referencia en Private Music de este sugerente y espectacular mago de las baquetas, que muchos años después, y tras ganar numerosos premios por sus proyectos para teatro y danza, continuó ofreciendo pequeñas dosis de sus capacidades en obras tardías como "Thrown for a Loop" (2009) o "Fits & Starts" (2013).







1.2.11

WOLFSTONE:
"Year of the dog"


Phil Cunningham es uno de esos artistas con tal maestría y sobrada calidad en su oficio que convierte en oro todo lo que toca. Este reputado acordeonista escocés participó activamente en la eclosión de Wolfstone, potente banda de rock celta de las highlands, las famosas tierras altas escocesas. Si bien comenzaban a despuntar por sí mismos, fue al producirles este auténtico maestro cuando llegaron sus grandes álbumes, "Unleashed", "The chase", y en especial "Year of the dog", un sólido y prodigioso disco en el que ninguno de sus cortes, cinco vocales y cuatro instrumentales, pasa desapercibido. Es precisamente Cunningham el que participa activamente en la composición de la mayoría de los instrumentales, que suenan a tradicionales celtas si bien sólo un puñado de ellos lo son realmente. Las inmensas piezas vocales, por otro lado, tienen la impronta de las cabezas del grupo, Duncan Chisholm y Ivan Drever, si bien es este último el más activo y acertado, por su autoría en solitario de canciones como "The sea king", "The brave foot soldiers" o "The braes of Sutherland". De este modo, la habitual combinación de vocales e instrumentales fruto de estas tres mentes prodigiosas, constituyen, como no podía ser menos, un trabajo único.

Publicado en 1994 por Green Linnet Records, potente compañía estadounidense especializada en música celta a la que llegaron tras su paso por la independiente escocesa Iona Records, Wolfstone demostró con "Year of the dog" que tras un disco fenomenal ("The chase") aún puede firmarse una obra maestra, que tiene el honor de contener varios clásicos indiscutibles de la música tradicional escocesa fusionada con el rock, como pueden ser "Ballavanich" y "The braes of Sutherland". Los momentos de gran calidad se suceden con una fluidez atípica, y pueden basarse en la voz de Ivan Drever, el violín de Duncan Chisholm o las guitarras de Stuart Eaglesham, sin olvidarnos de los teclados de su hermano Struam, el bajo de Wayne Mackenzie o la percusión de Mop Youngson. "Holy ground" es el potente comienzo, una canción que versa sobre el conflicto irlandés y la utilización de la religión como excusa para el uso de la violencia, y demuestra la implicación de la banda en los problemas sociales. Por ejemplo, "The brave foot soldiers" es un llamativo alegato del derecho al trabajo, y "White gown" trata sobre el ignominioso Ku Klux Klan. Es sin embargo "The braes of Sutherland" (sobre la problemática de la emigración) la gran canción del disco, presentada por una deliciosa flauta; la pureza de la entrada del violín en la segunda parte de la pieza (un reprise instrumental compuesto por Phil Cunningham de título 'The youngest ancient mariner') resume tanto el espíritu del grupo como su capacidad para enfocar y transmitir la magia de la supuesta música tradicional escocesa. No hay que olvidar "The sea king", viejo poema tradicional de las islas Orcadas arreglado por Drever que puede recordar en su tratamiento a las baladas de bandas míticas como Scorpions. En cuanto a los instrumentales, "Ballavanich" es el más destacado, una monumental y también emblemática pieza en dos tiempos, primero más lenta con melodía dominada por el violín ('The boys from Ballavanich'), y al final desbocado con ese mismo violín acompañado por una rítmica guitarra ('Mrs. Crehan’s'). Otros innombrables reels vienen recogidos en "The double rise", "Morag's set" y "Dinner's set", todas ellas con la fortuna de estar compuestas por Cunningham, Drever o repescadas de la tradición, e interpretadas por esta gran banda escocesa, que un año después endurecería un poco más su sonido en otro grandioso álbum, "The half tail", en el que la producción paso de las manos de Phil Cunningham a las de otro grande, Chris Harley.

Que Wolfstone continúe en activo en la segunda década del siglo XXI dice mucho de su aceptación popular y de la calidad innata de su formación, que ha tenido pequeños vaivenes con los años. Creado en 1989, más de una decena de discos les contemplan, y tras su paso por Iona Records y Green Linnet, en 2002 crearon su propia compañía, Once Bitten Records, con la que ese año publicaron "Almost an island". De calidad sobrada y fama merecida, incluso lejos de Escocia o de las conocidas como 'naciones celtas', "Year of the dog" (varias de cuyas canciones son parte del repertorio fijo del conjunto en directo) fue un sólido paso en su trayectoria, uno de esos discos que con su portentoso ritmo y acertado tratamiento son capaces de destacar en el conjunto de un estilo de música, la celta, que sabe admitir esas pinceladas distintivas, en este caso de rock, para complementarse y progresar.

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