La consternación que produjo en el mundo entero el atentado sobre las torres gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, y la impresión que cada persona -especialmente los que se encontraban en la zona- se llevó consigo y se guardó de aquella tragedia, ha contado con multitud de manifestaciones artísticas de recuerdo y homenaje, o de inspiración y plasmación de esa absoluta tristeza e inquietud retenida, ya sea en cine, pintura, fotografía o escultura. La música no se quedó atrás de ningún modo, tanto el mundo del rock o el pop (sentidas canciones de Bruce Springsteen, Bon Jovi, Neil Young, Paul McCartney y muchos otros) como el panorama clásico (John Adams, por ejemplo, ganó el premio Pulitzer a la música por su composición coral de 2002 "On the transmigration of souls", que conmemora a las víctimas) se afanaron en encontrar salida a su quemazón. El caso del músico vanguardista y experimental norteamericano William Basinski es parecido aunque puntualmente distinto, pero ante todo dio origen a un trabajo muy especial, una recordada obra que ha contado con varias secuelas, titulada "The disintegration loops", y sobre la cual el artista declaró así años después: "Compuse sin querer la banda sonora del apocalipsis".
Nacido en Houston en 1958, Basinski residía en Nueva York en 2001, y contempló en directo desde la terraza de su loft de Brooklyn esa agonía de la 'gran manzana'. Durante ese verano, este músico incomprendido que estaba poco menos que arruinado, estuvo revisando viejas cintas de su propia música ambiental y repetitiva (con marcadas influencias de artistas como Brian Eno, Steve Reich o John Cage) grabadas 20 años atrás. Mientras intentaba digitalizarlas, entraron en un proceso imparable de degradación, produciendo curiosos y arbitrarios efectos en la música, que presentaba además un sonido antiguo, apagado. Aunque en un principio Basinski observara abatido el fenóneno, enseguida se produciría su cambio de conciencia al respecto, coincidiendo con el ataque al World Trade Center. Aquella vieja música ("maravillosas piezas pastorales que había olvidado") se convirtió en nueva de la noche a la mañana, aquellos trazos ambientales y loops desintegrados parcialmente ('The disintegration loops') en los que William había estado trabajando en los 80 cobraron un nuevo sentido, como si hubiesen sido compuestos para esta ocasión. Basinski resulta desde este momento convincente en sus manifestaciones artísticas, tanto por sus cualidades sonoras como por sus virtudes invisibles, lo que esa exuberante ambientalidad provoca en la audiencia. Dos cortes compartían este primer volumen de "The disintegration loops", aunque el primero ocupe cerca de seis veces más metraje que el segundo. Basinski es en "d|p 1.1" como un fantasmal testigo sonoro del paso del tiempo, un observador imperturbable que simplemente ahí está, repitiendo una letanía borrosa difícil de dejar de escuchar a pesar de su gran duración (63 minutos), que encuentra conexiones tanto con el ambient de Brian Eno como con el minimalismo de Gavin Bryars, por poner dos claros ejemplos. A continuación, desplazado por el carisma y el gigantismo de la pieza anterior, "d|p 2.1" es más oscura pero envolvente, acercándose algo más a motivos de una ambientalidad más turbia, drone tal vez. Mientras que "d|p 1.1" es una balsa de tranquilidad, en "d|p 2.1" se escucha un naufragio de oleaje urbano, pero ambas conforman una obra primordial, en la que Basinsky exponía sus pretensiones, unas intenciones ambientales desoladoras que mantuvo en otras tres entregas de la obra de parecidas atmósferas, con un mismo enfoque, que de hecho pueden considerarse un trabajo único, un enorme proyecto: bastante aclamada, "The disintegration loops II" se divide en dos partes de duraciones largas pero parecidas, circunstancia a todas luces afortunada, para al menos sobrellevar dos evoluciones diferentes de estas atmósferas semi distópicas que le caracterizan, y es que si "d|p 1.1" tenía una dosis de amabilidad en su reiterado patrón, "d|p 2.2" parece conducirnos por un camino más industrial, intrigante, de una cierta amargura y desconfianza; "d|p 3" recoge sin embargo los ecos de la ópera prima, durante 42 minutos de eterno bucle, algo perturbador por el énfasis en la degradación del material. Algo parecido, incluso más evidente, sucede en el primer corte de "The disintegration loops III", un "d|p 4" que presenta un bucle melódico atractivo, grandemente ensuciado con un glitch in crescendo que forma parte de la propia melodía; más musicalmente correcto, aunque de un alcance de 52 minutos, es "d|p 5". "The disintegration loops IV" contiene tres composiciones, una dócil y relajante "d|p 6" y dos piezas que recuperan no sólo el espíritu, sino la melodía original, "d|p 1.2" y "d|p 1.3". El tiempo, ese enemigo inmisericorde, logró destruir aquellas viejas cintas, pero ofreció algo a cambio, una moderna y minimalista 'sinfonía de las lamentaciones', dedicada "a la memoria de aquellos que perecieron como resultado de las atrocidades del 11 de septiembre de 2001, y a mi querido tío Shelley". El primer volumen de "The disintegration loops" fue publicado en 2002 por el sello 2062, creado por William Basinski y su pareja, James Elaine. En 2012 salió a la venta por parte de Temporary Residence Limited una completa caja que incluía los cuatro discos de la serie y un quinto con presentaciones en vivo (en el décimo aniversario del ataque, el 11 de septiembre de 2011, "The disintegration loops" se representó en directo por The Wordless Music Orchestra en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York), además de un DVD con la primera parte sobre las imágenes que el propio William grabó el 11 de septiembre de 2001 desde su azotea, un documental que también se puso a la venta en VHS en 2004. ¿Qué tiene esta música que, a pesar de su monotonía, sus atípicos ruidos de fondo y esa brusquedad estilística que presenta absolutamente adrede, logra ocupar huecos esenciales y en ocasiones no puede dejar de escucharse, como si fuera un hipnótico compás, hasta su final? Seria casi una cuestión médica buscar ciertas explicaciones, sin embargo musicalmente se hacen necesarias estas propuestas extremas, aclamadas o no, pero en ningún caso prescindibles. ¿Arte sonoro?, ¿música de ascensor? Como casi un cuarto de siglo atrás con Brian Eno y su "Ambient 1 (Music for airports)", la polémica está servida con William Basinski.
El compositor contemporáneo alemán Karlheinz Stockhausen, innovador de la música electroacústica, llamó a los ataques del 11-S, con escasa fortuna, "la obra de arte más grandiosa que haya habido jamás". Aunque enseguida matizara que su frase original, desvirtuada por el periodista que la sacó a la palestra, incluía "de Lucifer", esas declaraciones le acarrearon duras críticas y una cierta ignominia hasta su muerte en 2007. Es evidente que nadie en su sano juicio puede aplaudir un hecho tan macabro, y lo que ha trascendido desde ese momento han sido los homenajes y recuerdos a las miles de víctimas del desastre. Basinski fue uno de los individuos que estaban aquel día en Nueva York, y la casualidad hizo que unas viejas grabaciones en un formato analógico tan degradable como la casete, se convirtieran en una nueva e innovadora obra de arte, un documento sonoro muy especial de poético título, "The disintegration loops", una obra que posee un carácter depresivo, una tristeza asociada al atentado de aquel fatídico 11-S, cuya escucha podría compararse con estar mirando durante una hora una vela que se va consumiendo poco a poco, cuyo pábulo latente es, en el fondo, un atisbo de esperanza.
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