10.9.18

PENGUIN CAFE:
"A matter of life..."

En algunas ocasiones, la historia de la música y sus cronistas se olvidan injustamente de personajes que han supuesto pequeños fenómenos en sus campos de actuación, compositores de una inventiva extraordinaria que posiblemente nacieron fuera de tiempo, bien anticipándose al mundo en sus ideas, bien dotando de una creatividad colosal a propuestas que parecen de otras épocas. Simon Jeffes es uno de esos artistas, que ha tenido un reflejo y un recuerdo entusiasta por parte de una loable minoría, a través de su conjunto, la Penguin Cafe Orchestra. Sin alcanzar cifras espectaculares, con un pequeño número de discos en el mercado, dentro de unos parámetros de difícil difusión, e incluso tras una desaparición fulminante, que la PCO siga siendo recordada y determinados músicos de cierta celebridad hayan dado muestras de su admisión en su cohorte de admiradores, deja bien a las claras que lo que Jeffes y sus amigos dejaron como legado fue algo especial, original y nada fácil de imitar, pero a la hora de hacerlo, ¿quién mejor que su propio hijo? Simon Jeffes nos dejó en 1997, pero en 2010 fue Arthur Jeffes quien resucitó a la orquesta del Café del Pingüino, en esta ocasión con el nombre abreviado de Penguin Cafe, por medio de un trabajo familiar y emotivo titulado "A matter of life", publicado por Editions Penguin Cafe, cuya portada presentaba un detalle de la del trabajo de la PCO "Signs of life", de 1987.

Fue realmente en 2007 cuando Arthur volvió a reunir a los pingüinos, con ocasión de tres conciertos homenaje a Simon, que se celebraron en el festival del Castello di Potentino, en Italia. La gente estaba feliz al escuchar de nuevo aquellas viejas tonadas, y eran requeridos continuamente, de hecho un concierto benéfico en el Royal Albert Hall londinense fue editado en 2009 en CD+DVD con el título "Music from the Penguin Cafe (Live at the Royal Albert Hall)"; ahí convivían las grandes canciones de la PCO original ("Music for a found harmonium", "Telephone and rubber band", "Giles Farnaby's dream", "Perpetuum mobile" o "Cutting branches for a temporary shelter") con nuevas composiciones que iban a formar parte del nuevo proyecto ("Finland", "The fox and the leopard", "Ghost in the pond"), así que la creación de la Penguin Cafe fue considerada por Arthur como un accidente y algo totalmente necesario. Jeffes juega en "A matter of life" con una gama de instrumentación amplia y de extraña conjunción, inventando, creando y adornando los espacios del Café del Pingüino con exquisita naturalidad. Son adorables ciertas cadencias extrañas, de apariencia un tanto desacompasada, como la del piano que abre el trabajo, poseedora de una amigable cercanía en su búsqueda del detalle vanguardista: "That, no that" es ya una pieza emotiva porque desde el mismo inicio recordamos a Simon; el piano, susurrante, ejecuta un esquema rítmico repetitivo, y sobre él, un emocionado teclado con sonido de violonchelo dibuja una hermosa filigrana, un patrón sencillo mostrado con merecida clase y una cuidada perfección, destapando una suerte de extrañeza en el oyente, un intenso deseo de querer escuchar más. Acto seguido, "Landau" es ya un tema notable, envolvente, digno de la formación primigenia, una auténtica joya que te atrapa en su juego repetitivo; su pasión es exacerbada, su ritmo contagioso, su interpretación de lujo, especialmente la gaita de Kathryn Tickell, sin dejar de admirar el piano de Arthur, el glockenspiel de Des Murphy o el inevitable armonio, a cargo de Neil Codling. Lo hasta aquí escuchado engancha al novicio y colma las expectativas de los veteranos seguidores de una banda afable y de serena belleza, que acorta su nombre por el bien de la distinción generacional. "The fox and the leopard" es otro gran tema, lo más PCO del álbum -de hecho esta inspirada en su clásico "Paul's dance", combinada con ritmos de Senegal y del Congo-, una mirada al pasado, un recuerdo emocionante en el que las cuerdas (ese maravilloso ukelele) sostienen un aire que lo mismo puede parecer hawaiano que sudamericano (el joropo venezolano que tanto amaba Simon). También "Ghost in the pond" recuerda al conjunto original (otro corte extraño, carnavalesco -basado en unamelodía de Sierra Leona-, pero de experimentación sofocada por su abundancia de melodías definidas), así como "Pale peach jukebox" (un juego infantil de sugerente ritmo y alegre percusión). Piano y violín se enredan en "Finland" en un inquietante juego de apariencia entre postminimalista y cinematográfica, un atractivo ambiente cuyo nexo neoclásico forma también parte de la ambigua propuesta del grupo. Es aquel uno de los mejores cortes del álbum, altivo, emocionante y trascendental -de hecho, está inspirado por la muerte de su perro Finland-, lejos de las esencias de ragtime de "Harry piers", la experimentalidad de "Two bearns shaker" o el minimalismo más popular que aparece de la mano de las cuerdas en ese corte danzarín titulado "From a blue temple". "Coriolis" es una tímida y brumosa despedida a piano y violín, que iba a inaugurar un proyecto paralelo entre los dos intérpretes, Arthur y Oli Langford, llamado "Sundog" (igual que el tercer corte de este trabajo). Atrevido pero con una cierta contención, ecléctico pero sin salirse de unos limites de cordura estilística y melódica, este primer trabajo del hijo de Simon puede sin duda convencer al seguidor de las andanzas del padre, pero puede atrapar a nuevos acólitos, por su sonido abierto a tendencias vanguardistas, minimalistas, naif, juveniles o de tribus urbanas, cool o indies. La reinvencion del concepto folclórico-camerístico de antaño está realizado con esmero, pulcritud y elegancia, cualquier instrumento puede acaparar el protagonismo en esta suerte de vodevil. La ausencia del calificativo 'orquesta' tal vez pueda dar idea de un concepto más moderno, un conjunto de jazz o world music, pero el sonido resultante recuerda poderosamente y nos retrotrae a la Orquesta auténtica, aquella en la que convivían piano y ukelele, violin y acordeón, violonchelo y percusiones. La nueva Penguin Cafe también es una aldea global de instrumentación, pero destacan con curiosidad, entre intérpretes de aprendizaje clásico, las procedencias de algunos de sus miembros, como Des Murphy (de la banda de dance alternativo Delakota, que interpreta laúd, ukelele y glockenspiel), Cass Browne (percusionista de la conocida banda virtual Gorillaz) o Neil Codling (de la banda Suede, que toca en el disco piano, ukelele, armonio y laúd). Otros músicos implicados en el álbum: Andy Waterworth (bajo), Pete Radcliffe (percusión), Tom Chichester-Clark (laúd, melódica), Neil Codling (laúd, piano), Rebecca Waterworth (chelo), la mencionada Kathryn Tickell (gaita) o los violinistas Darren Berry, Oli Langford y Vincent Greene. Arthur Jeffes es el compositor, mezclador y productor -siguiendo los pasos de su padre- y toca piano, teclados, órgano, laúd, ukelele, percusiones, bajo, armonio y whistle. 

Simon Jeffes destacaba de la música de su sueño (un delirio provocado por una indigestión de marisco, que dió origen a todo), que es la que sonaba en el Café del Pingüino, que era una música que estás seguro de haber escuchado en alguna parte, pero no tienes idea de dónde. Él, que creía en la música, no en las etiquetas, extrapoló ese sonido a su propio conjunto, y efectivamente, la música de la PCO era así, un déjà vu que fusionaba varios estilos (los gustos del líder iban indistintamente de Beethoven, Bach, Stravinsky o Satie hasta los Rolling Stones, Abba o Wilson Pickett, pasando por numerosos ejemplos de folclore -Irlanda, Zimbabwe, Venezuela...- y por supuesto, haciendo un alto en la genialidad de John Cage), pero que sonaba enormemente familiar y cercano. "Recuerdo la intrépida musicalidad de mi padre: valía la pena intentar cosas incluso si no funcionaban", recordaba Arthur, que quiso continuar el proyecto de su progenitor, haciendo suyo aquel extraño sueño, y reinterpretando a su manera -muy parecida a la de Simon- la banda sonora del Café del Pingüino, un concepto que se convirtió en el único lugar donde poder escapar del gran ojo que lo observaba todo, un rincón donde disfrutar de la naturaleza, la compañía y la música, un sonido propio que, gracias a la nueva Penguin Cafe, continúa ofreciendo instantes surrealistas para desconectar en el nuevo siglo. 

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2 comentarios:

Santi dijo...

Tengo tan buen recuerdo de la vieja PCO que recibí a la nueva con ganas,pero a la vez me da un poco de pena que Simon no esté al pie del timón. A saber qué hubiera pasado de segyir con vida,qué discos hubieramos disfrutado en estos años.
Por ahora lo que hace Arthur tiene su puntito de interés aunque no acaba de conseguir canciones tan perfectas como algunas de las que nos maravillaban en aquellos viejos discos del papá.

Pepe dijo...

Es difícil igualar los sentimientos que provocaba la música de la PCO, la original. De acuerdo, tal vez Arthur no lo haya logrado del todo, pero se ha acercado bastante, su intento es loable y hay que seguir atentos a sus entregas.